Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 9


Nueve

Abrió lentamente los ojos, con un gesto sensual y somnoliento. Darius, aún sobre ella, le sonrió, acercando un dedo hacia sus labios hinchados para capturar una pequeña gota de su propia sangre, roja como un rubí, y llevársela a la boca. Volvió a parpadear para enfocar la vista. Sus cuerpos estaban aún entrelazados y podía sentirlo, todavía duro e hinchado, en su interior. Su indolente sonrisa le confería una expresión de profunda complacencia y en sus negros ojos se atisbaba una satisfacción puramente masculina por el hecho de haberle proporcionado mucho más que puro placer. Su aspecto era el de un gato a punto de ronronear satisfecho por su proeza. Una ligera sonrisa bailoteaba en los labios de Tempest.
Darius comenzó a moverse con lánguidos y sensuales envites que despertaban de nuevo la pasión de Tempest y hacían que sus pezones acarician el musculoso pecho. La luz parpadeante de las velas resaltaba la fina capa de sudor que le cubría el cuerpo. Tenía el pelo humedecido, cayendo en desordenadas guedejas sobre el rostro, confiriéndole el aspecto de un pirata. Tempest alargó el brazo y trazó con sus dedos la línea del fuerte mentón, pero Darius capturó su mano, se la llevó a los labios para besarla y entrelazó después sus dedos en los de ella. Le subió los brazos hasta dejarlos extendidos por encima de su cabeza, sobre el suelo, y se los mantuvo aprisionados con sus manos, dejándola expuesta y vulnerable a su continua invasión.
Se había comportado de forma salvaje e insaciable un rato antes, casi ruda en algunos momentos, pero había asegurado el orgasmo de Tempest antes de pensar en su propio clímax. Ella veía claramente la satisfacción que se reflejaba en sus ojos, la luz que inundaba su alma y se sintió agradecida por haber sido capaz de poner fin a los interminables siglos de su yerma existencia.
Darius se deleitaba en el cuerpo húmedo, cálido y acogedor de Tempest, en la perfección de su satinada piel, en su sedoso pelo. El aspecto salvaje inherente a su ser encontraba respuesta en Tempest; la pasión de ella igualaba la suya; había sido creada para él, su corazón y su alma así se lo aseguraban. Inclinando la cabeza, depositó un beso en el tentador hueco de su hombro; aún no podía creer que estuviese allí junto a él, íntimamente unida a él. Le parecía un sueño creado por su mente en un intento de aplacar a su alma moribunda.
Su comportamiento cambió; si antes había sido salvaje y agresivo, ahora era tierno y sensual, sus movimientos eran lentos y seductores. Mantenía atrapada la mirada de Tempest para poder apreciar en su expresivo rostro el placer que le estaba proporcionando. Los ojos verdes estaban nublados por la pasión, sus labios entreabiertos, emitiendo pequeños jadeos de asombro. Era tan hermosa que estaba acabando con su serenidad, con la calma que había adquirido hacía ya tantos siglos, dejándolo tan inútil y tan falto de control como un jovenzuelo. La quería junto a él para siempre, no sólo durante el corto espacio de tiempo que podían compartir, sino para toda la eternidad. Lo quería todo. Pero cerró su mente a esa posibilidad, a esa tentación, y se inclinó para unir de nuevo sus labios y enredar su lengua con la de ella, pasándola por sus dientes, explorando el húmedo interior de su boca, exigiendo que ella le hiciera lo mismo. Los detalles más insignificantes le hacían estremecer; el brillo de su pelo, la longitud de sus pestañas, la curva de sus mejillas… Se deleitó en ellos a la par que disfrutaba de la sensación de estar envuelto por ella, apresado en su aterciopelado, ardiente y tentador cuerpo.
Sintió que Tempest se tensaba alrededor de su miembro, sus músculos se contraían con el intenso placer y en ese momento hizo suyas todas las emociones que ella sentía, compartiendo su orgasmo y los estremecimientos que se extendían por su cuerpo como un terremoto, cada vez más y más violentos, hasta que explotó con un súbito estallido de placer. Tempest emitía pequeños gemidos y tensaba los brazos, retorciéndose bajó él en un intento de liberarse de su confinamiento, pero Darius no la soltó, al contrario, la observó, abrazándola y experimentando la fuerza y el poder de estar sobre ella compartiendo un solo cuerpo mientras las oleadas de placer la estremecían y su mente se fragmentaba a causa de la intensidad del mismo. Sólo entonces, y aún controlando la mente de Tempest, se dedicó a preparar su propio clímax, para que ella pudiese ser consciente del éxtasis que le proporcionaba.
Con movimientos cada vez más rápidos y fuertes siguió introduciéndose en ella profundamente, hasta que fueron de nuevo un solo ser. Quería que Tempest supiera lo que había hecho por él, que apreciara la magnitud del regalo que le había entregado. El placer le atravesó, consumiendo su mente y su cuerpo y sintió la explosión en todos y cada uno de sus músculos. Y aún en ese instante mantuvo aferrada a Tempest para que fuese testigo de la tensión de su rostro, de su mirada salvaje, de la pasión, del éxtasis y de la dulce agonía que ella le estaba dando. Y entonces volvió a derramarse en su interior, con la furia de un volcán, llenándola con su semilla y liberándose de la terrible oscuridad que había poseído a su alma. Ella lo atraía de nuevo hacia la luz y Darius percibía la pureza que le rodeaba mientras sus roncos gemidos resonaban en la cueva. Las piernas de Tempest lo aferraban en un gesto tan posesivo como su propio abrazo. Sus corazones latían al unísono, de forma salvaje, y sus pulmones se afanaban a la par en busca de aire.
Al fin, le soltó los brazos y recostó la cabeza sobre su pecho, aunque aún seguía apoyado sobre los codos para evitar aplastarla con su peso. Tempest sentía su lengua lamer las gotas de sudor, y cada ligera caricia enviaba un nuevo estremecimiento que la recorría por entero. Movió los brazos, hasta enterrar las manos en el desordenado cabello oscuro y lo abrazó. Y permanecieron tumbados, sin hablar, un silencio más elocuente que cualquier palabra que pudiese ser pronunciada.
Darius inhaló la mezcla de sus olores, guardó en su mente la sensación de la cálida piel de Tempest, de sus pechos bajo su mejilla, del tacto sedoso de su pelo al rozar su piel. Todas las sensaciones parecían amplificarse y reverberar a través de su cuerpo, demorándose en cada hueco. Su boca aún tenía el gusto sabroso y lleno de vida de la sangre que ella le había dado, y por vez primera, se sintió satisfecho, el hambre insaciable había desaparecido. Jamás volvería a sentir la tentación de matar para sentir la descarga de poder, puesto que se había alejado de la oscuridad y entre sus brazos tenía la satisfacción más plena que pudiese hallar. Se movió inquieto con el ceño levemente fruncido.
—No te he curado debidamente —y al instante salió del cuerpo de Tempest, dejándola con una ligera sensación de vacío.
Ella se encontraba somnolienta, lánguida, el sofocante calor de la cueva y el comportamiento desinhibido de Darius al hacerle el amor, la habían dejado agotada.
—No me importa. Quiero dormir. Ya me curarás más tarde —las heridas, que un rato antes latían de dolor, ahora ya ni siquiera le molestaban. Él se había encargado muy satisfactoriamente, de introducir en su cuerpo otras sensaciones mucho más placenteras.
Ignorando la somnolienta orden, Darius la tomó en brazos.
—He sido demasiado egoísta. Debería haber atendido tus heridas antes de dedicarme a aliviar mi desasosiego.
Tempest se rió suavemente ante la severa expresión de su rostro y pasó los dedos por los labios, ahora fruncidos, de Darius.
—¿Desasosiego? ¿Eso era lo que sentías? Mmm… Quizás debería hacer que te sintieras desasosegado más a menudo.
La respuesta de él fue un gruñido mitad advertencia, mitad afirmación, Tempest no estaba muy segura de cómo interpretarlo, pero de todos modos, se rió de él.
—Si lo haces, acabaré estallando en llamas —admitió mientras entraba descalzo en el estanque de agua caliente.
Al instante, Tempest se agarró con fuerza al cuello de Darius mientras lo miraba ceñuda.
—En serio que no me gusta que me metan en agua hirviendo, Darius.
—No está hirviendo. Está a la misma temperatura que el agua de cualquier sauna —le reprendió.
Tempest seguía aferrada a su cuello en un abrazo mortal.
—A mí me parece que está hirviendo. No quiero entrar ahí. Y además, nunca he estado en una sauna. Todo el mundo quiere ir desnudo y nunca he tenido confianza con otra persona como para que me viese así.
—Pues ahora no llevamos ropa —le recordó el mientras seguía avanzando hacia la parte más profunda del estanque. Estaba haciendo verdaderos esfuerzos para no soltar una carcajada ante los intentos de Tempest de mantenerse fuera del agua, para lo cual se acurrucaba entre sus brazos, subiendo las piernas cada vez más.
—Hace demasiado calor, ¿cómo puedes respirar aquí? ¿Sabes qué? —le dijo muy seriamente—. Esto es un volcán como Dios manda. La lava podría inundar esta cueva en cualquier momento —y mientras decía esto, estudiaba con atención el fondo del estanque—. Probablemente esté saliendo por alguna grieta en estos momentos. ¿Ves esas burbujas? ¡Seguro que es lava!
—Pareces una niña. Mete los pies en el agua —le ordenó Darius mientras la diversión pasaba de su voz a su mirada.
Los ojos de Tempest comenzaron a lanzar chispas, mostrando su fuerte carácter.
—¡No quiero meterme ahí, Darius!
—Muy mal, nena. Esto es bueno para ti —y sin mostrar ninguna compasión, le metió los pies en el agua caliente.
Tempest dio un respingo en cuanto sus dedos tocaron el agua, pero Darius la bajó aún más, hasta que el agua le llegó a las rodillas y después a los muslos. Ella jadeó.
—¡Está muy caliente! ¡Déjame salir, pedazo de bruto! —pero el agua ya ejercía su efecto curativo, mejorando las heridas de los pies y relajando los músculos contraídos; aunque no iba a darle el gusto de admitirlo.
La mirada de él estaba fija en las gotas de sudor que corrían entre los pechos de Tempest, descendiendo hasta su vientre para desaparecer bajo el agua. Siguió bajándola hasta que sus pies tocaron el fondo y el agua le cubrió la cintura, de modo que pudo colocar las manos sobre sus caderas y mantenerla sujeta para someterla a su escrutinio. Inclinó la cabeza para capturar con la boca una gota que tomaba un camino descendente por la curva de un pecho.
—¡Maldita sea! ¿Por qué tienes que ser tan hermosa? —murmuró quedamente.
Tempest enterró los dedos en la melena oscura y le atrajo la cabeza hacia su pecho, arqueando el cuerpo hacia la húmeda caricia. Mientras tanto, el agua rozaba sus cuerpos y las burbujas estallaban a su alrededor.
—¡Maldita sea! ¿Por qué tienes que ser tan fascinante? —le contestó ella. Anhelaba sentir su boca sobre su cuerpo, alimentándose de aquel modo tan erótico.
Darius deslizó las manos por la curva de sus caderas, una caricia suave y posesiva. Necesitaba saber que podía tocarla de aquella manera, que era suya; quería sentir sus caricias, por vez primera durante todos los siglos de su existencia, se sentía plenamente vivo. La satinada piel de Tempest rozaba su cuerpo y su pelo le acariciaba los hombros enviando oleadas de calor que le recorrían de los pies a la cabeza.
Su boca descendió aún más, buscando los lugares donde las garras del águila habían perforado la piel. Darius se estremeció ante el recuerdo de su impotencia mientras ella luchaba por su vida.
—Casi me matas del susto —le confesó con ternura y siguió pasando la lengua por las incisiones.
Tempest se acercó aún más, deseosa de seguir recibiendo su peculiar tratamiento de cura.
—Tu saliva tiene propiedades curativas, ¿verdad? —le preguntó, lo había comprendido en aquel momento. Tenía que ser cierto; así es cómo cerró las heridas que sus colmillos le habían dejado en el cuello, nunca dejaba ni la más mínima marca, a no ser que quisiese mostrarla como suya. Por eso habían sanado con tanta rapidez sus moratones. Darius. Tan tierno, tan dulce, curando con exquisito cuidado cada corte, cada golpe—. Y tienes un anticoagulante en los dientes —era una suposición, pero bastante cercana a la verdad.
Darius alzó el rostro, sus ojos oscuros tenían una mirada malhumorada e indescifrable.
—Puedo curarte por completo, pero debes estarte muy quieta y aceptar lo que te estoy haciendo.
Tempest asintió moviendo la cabeza solemnemente. Era tan apuesto, tan puramente masculino. Adoraba las facciones de su rostro, sus rasgos casi esculpidos, la profundidad de su cristalina voz, el poder que se agitaba bajo su piel. Su rostro mostraba ahora una expresión de profunda concentración. Se había replegado en sí mismo. Tempest encontraba fascinantes los dos pequeños hoyitos en la parte baja de su espalda; físicamente, era perfecto y sus manos volaron por propia iniciativa hacia aquel lugar para acariciar las dos hendiduras.
La sensación de la piel de Darius bajo sus dedos hizo que su estómago se llenara de mariposas. Exploró aún más, pasando las manos por su musculoso trasero. De la garganta de Darius escapó un pequeño gruñido de advertencia mientras la agarraba por las muñecas, deteniendo el avance de sus manos.
—¿Quieres decirme que estás haciendo?
Los enormes ojos verdes miraban fijamente las insondables profundidades de sus ojos con una expresión inocente.
—Tocándote —le contestó aumentando la presión de sus manos sobre sus nalgas— Me gusta tocarte.
—Es imposible que me concentre si sigues haciendo esto, Tempest —quería que sonara a reprimenda, pero una de las manos de ella había escapado y se escurrió libremente hacia uno de sus muslos, explorando la dureza de sus músculos. Darius se quedó literalmente sin respiración. Los dedos de Tempest se deslizaban sobre su piel y en su mente se dibujó una imagen de lo más erótico. Sus necesidades sexuales eran mucho más grandes que las de ella. Por algo era un hombre de los Cárpatos, un macho de su especie con una necesidad, tan elemental como el tiempo, de tomar a su compañera. Se había prometido recordar que Tempest era humana y que le daría tanto espacio como su naturaleza le permitiera, pero en ese momento sus manos no estaban ayudando en nada a mantener su decisión.
Sentía que su cuerpo se endurecía casi dolorosamente y que una oleada de fuego aumentaba el calor de la cueva y del agua. La mano de Tempest seguía tocándolo bajo el agua, ahora exploraba toda la extensión de su masculinidad, cerrándose a su alrededor como un guante. Darius empujó con las caderas, deseoso de sentirla rodeándolo por completo.
—Esto no ayuda para nada a mi concentración —se las arregló como pudo para poder hablar.
—¿De verdad? Yo pensaba que eras muy capaz de bloquear todo lo que sucedía a tu alrededor, Darius —le dijo tomándole el pelo mientras exploraba mucho más audazmente.
Él inclinó la cabeza dirigiéndose hacia el hombro de Tempest, para darle un fuerte mordisco mientras su mano se dirigía, bajo el agua hacia la hendidura encerrada por sus muslos. Tempest acomodó su postura, restregándose sobre la palma de su mano. Darius deslizó los dedos en su interior, obligándola a desearlo como él la deseaba a ella.
—Quiero que necesites lo que yo —le susurró sobre la piel de la garganta.
—¿Y qué es lo que necesitas? —le preguntó con los dientes apretados. Sentía el miembro de Darius crecer y endurecerse aún más en su mano; terciopelo y acero mezclados. Los dedos de él la estaban volviendo loca, llevándola cada vez más cerca del borde del abismo. El agua se agitaba y las burbujas seguían estallando a su alrededor. Darius la alzó en brazos mientras el agua se deslizaba por sus cuerpos dejando una sensación casi insoportable sobre la piel ultra sensible.
—Pon tus piernas alrededor de mi cintura, Tempest —le ordenó con voz ronca, sin fuerzas para pronunciar las palabras. Su cuerpo clamaba por poseerla. Tempest accedió y muy lentamente, Darius la bajó hasta quedar justo sobre su erecto miembro. Se detuvo en la húmeda entrada, observando la expresión del rostro de su compañera, parecía estar intimidada por su tamaño, pero su estrecha vagina lo acogía rodeándolo con fuerza, suave como el tacto del terciopelo. El éxtasis de sentir su cuerpo cerrándose sobre él, aceptando su invasión, era más de lo que podía soportar.
El calor en la cueva dificultaba la respiración de Tempest, o quizás fuese Darius el culpable, por bajarla con una lentitud exasperante sobre su cuerpo. Recostó la frente sobre su pecho, jadeando al sentir su invasión, cada vez más profunda; el vapor los rodeaba dando la impresión de ser el humo de la hoguera que sus cuerpos estaban encendiendo.
Darius hundió los dedos en la estrecha cintura mientras Tempest se acomodaba sobre él, atrapándolo por completo en su interior. Y entonces comenzó a moverse; ella y no él, fue quien marcó el ritmo. Pudo sentir el placer en la mente de Darius, en la suya propia, tan intenso que era casi doloroso. Lo montó muy despacio, atesorando la belleza del momento que guardaría en su mente para siempre. Su apuesto rostro mientras ella le atrapaba, liberándolo después para volverlo a introducir en su vagina por completo. Tan sólo contemplar su rostro era erótico, ver su expresión placentera. Tempest sabía a la perfección qué tenía que hacer para aumentar ese placer y unió su mente a la de él. De allí tomó las imágenes que guardaba Darius y personalizándolas ligeramente, las hizo suyas. Mientras cabalgaba sobre él, dejó que sus pechos se deslizaran sobre los músculos húmedos de Darius y que su cabello rozara sus hombros, algo irresistiblemente sensual para él. De forma deliberada, prolongó el momento final, moviéndose a veces rápido y después más lento, aumentando la presión de sus músculos sobre el miembro de Darius, liberándolo con renuencia y capturándolo con fuerza de nuevo.
En el instante que sintió que la erección de Darius aumentaba aún más, que su respiración se tornaba más afanosa y que sus corazones latían frenéticos, Tempest comenzó su ascensión hacia las estrellas. No podía concentrarse en el clímax de Darius cuando ella misma empezaba a estallar. Súbitamente, Darius tomó el control tomándola con fuerza por las caderas y hundiéndose en ella con envites certeros y prolongados, moviéndose con tal ímpetu que arrastraba a Tempest con él. Y juntos encontraron el alivio, llenando la cueva con sus gritos mientras se deleitaban en la sensación de libertad envueltos en las volutas de vapor que los unían en un solo cuerpo, con la misma piel y una sola mente.
Estaba completamente exhausta. Cerró los ojos y apoyó la cabeza sobre el hombro de Darius.
—No puedo moverme, Darius. No me pidas que vuelva a moverme jamás.
—No lo haré, nena —murmuró con ternura, apartando el cabello húmedo de su hombro para depositar un beso sobre la piel desnuda. La sacó del agua caliente y se dirigió con ella en brazos hacia un nuevo estanque de aguas más frescas cuya fuente se encontraba en el exterior de la montaña. Se metió en el agua llevándola con él; al instante, Tempest se sintió mucho mejor, aflojó su abrazo y se alejó flotando sobre el agua. Si dejaba los ojos cerrados, podía imaginar que estaba al aire libre, junto a los árboles, bajo el cielo. Las opresivas capas de tierra y roca desaparecieron fácilmente de su mente, pero no podría mantener los ojos cerrados para siempre. Intentó concentrarse en las sensaciones que Darius le proporcionaba, en la belleza de la estancia donde estaban, en los deslumbrantes diamantes que el volcán había generado a lo largo de los siglos.
—¿Qué te ocurre? —le preguntó en voz baja.
—Estar en esta cueva me hace sentir como un murciélago. Es muy hermosa, Darius, no me malinterpretes —añadió con presteza ya que no quería herir sus sentimientos—, pero estamos a mucha profundidad, y es muy húmeda.
Darius nadó hacia ella, sus músculos irradiaban poder con cada brazada, su cabello estaba húmedo y era tan negro como el azabache.
—Te acostumbrarás, cielo.
El corazón de Tempest sufrió un sobresalto. ¿Qué quería decir eso? No quería estar bajo tierra tanto tiempo como para llegar a acostumbrarse. Mordiéndose el labio, se alejó un poco mientras obligaba a su mente a olvidar el tema y concentrarse en el simple placer de observar el cuerpo de Darius, nadando con elegancia y facilidad. Era imposible tener conciencia del paso del tiempo allí abajo.
—Has tenido un día difícil —dijo Darius cuando emergió a poca distancia de ella. Pasando las manos por su cintura, la atrajo hacia él— Quiero que descanses mientras yo llevo a cabo el ritual de sanación para curarte.
—¿Y eso qué es? —estaba alerta pero su cansancio la hacía mostrarse más dispuesta a cumplir sus mandatos.
Darius observó las sombras azuladas que tenía bajo los ojos. Tempest se tambaleaba de cansancio. No pidió su aprobación, se limitó a alzarla nuevamente en brazos y la llevó a una estancia más pequeña donde la tierra era suave y acogedora, muy rica en propiedades curativas. Con un gesto de la mano, hizo que apareciera una sábana de algodón con la que cubrió el suelo y la depositó encima con mucho cuidado.
—Has hecho que la sábana apareciera así, de la nada ¿verdad? —murmuró mirándolo con los ojos abiertos de par en par.
Darius le apartó el pelo húmedo de la frente.
—Te sorprenderías de las cosas que puedo hacer —le contestó con suavidad.
—Creo que ya no volveré a sorprenderme —contraatacó ella.
—Esta vez no vas a distraerme, Tempest. Voy a salir de mi cuerpo y entraré en el tuyo en forma de energía. Puedo curar tus heridas desde el interior, el proceso es más rápido y si se presenta alguna infección puedo atajarla. Pero no puedo ser consciente de mi propio cuerpo mientras tanto; debo estar concentrado en lo que estoy haciendo, ¿me entiendes? No puedo volver a mi cuerpo de forma repentina mientras estoy en el tuyo. Procura no distraerme, Tempest, de ningún modo.
Permaneció muy quieta, observando el rostro de Darius mientras se alejaba de ella, el proceso era visible a sus ojos. Se alejaba del mundo en el que estaba, y dirigía toda su atención hacia el interior. Tempest quería unir sus mentes en ese mismo momento, pero si no quería correr el riesgo de distraerle —cosa que Darius le había advertido que no hiciera— mejor se quedaba quieta aunque cada vez le resultaba más fácil utilizar la conexión mental.
Y en ese instante lo sintió en su interior, sintió una energía en estado puro moviéndose por su cuerpo, una especie de luz que la examinaba, dándole calor y aliviándola. Escuchaba una voz en su cabeza, suave, relajante, susurrando ligeramente como el roce de una pluma. No entendía nada, pero sabía que había escuchado esas palabras con anterioridad. Era una letanía. Intentó distinguir los sonidos, pero le resultó imposible, tan sólo recibía impresiones, una voz argentina que recordaba el tañer de una campana, el sonido del agua saltando sobre las rocas en un arroyo o una ligera brisa que se desliza entre las hojas de un árbol.
Sentía su piel muy cálida igual que sus entrañas. Las plantas de los pies dejaron de dolerle, las sentía perfectamente curadas. Lo que fuese que hacía Darius estaba dando resultado, y entonces se preguntó cómo era capaz de curar de aquella forma ante sus ojos, él era un milagro.
Darius regresó a su cuerpo y observó el hermoso rostro de Tempest. Parecía muy joven, y se sintió como un criminal. Ella no tenía forma de luchar contra él, de luchar contra el vínculo que había establecido entre ellos. Él se había encargado de que no pudiese hacerlo. Tempest no tenía ni idea de lo que el ritual llevaba consigo, y quizás, en realidad, él tampoco. Pero ya sentía el cambio en sí mismo, el cambio que habían provocado las palabras rituales que había pronunciado para sellar su unión.  Ya no podía hacer nada, tendría que permanecer cerca de ella. Sabía que estar alejados durante mucho tiempo les resultaría doloroso. Los efectos del ritual se le escapaban de las manos, y ahora, tendría que enfrentar las consecuencias. Rozó su rostro con la yema de un dedo.
—¿Te sientes mejor? —él sabía que sí, su mente se estaba acostumbrando a salir y entrar de la de Tempest y podía sentir su cuerpo mucho más relajado. Incluso había aliviado las molestias que pudiera haber sufrido a causa de su salvaje y primitiva forma de hacerle el amor.
Tempest asintió solemnemente.
—Es increíble que puedas hacer eso. ¿Te imaginas lo que podría significar para el mundo si los humanos aprendieran a curar así? Quizás curasen el cáncer. Piensa en todo lo bueno que podía hacerse. No necesitaríamos medicinas, Darius.
—No es un proceso para curar a los humanos, Tempest.
—Pero me curaste a mí, así que puede realizarse con los humanos. Quizás deberías convertirte en médico, en lugar de ser guardaespaldas. Puedes ayudar a mucha gente que sufre.
Y lo decía en serio. La caridad de Tempest estaba dejando a un lado su sentido común. Darius se inclinó sobre ella y posó la mano sobre su garganta en un gesto posesivo.
—No soy humano, amorcito. Si esa gente que tú quieres que cure me conocieran tal y como soy, me atravesarían el corazón con una estaca. Lo sabes muy bien. No puedo tener contacto personal con los humanos, nada de encuentros personales. Desari canta porque con esa voz angelical no puede evitar hacerlo, si lo hiciese sería infeliz, por eso debo protegerla. Pero no me mezclo con la gente.
La mano de Tempest se posó sobre la de él mientras una ligera sonrisa curvaba sus labios, haciendo aparecer un hoyuelo en su mejilla derecha.
—Yo soy humana Darius, y conmigo te relacionas muy bien.
—Tú eres distinta.
—No, no lo soy —protestó—. Soy como todos los demás.
—Tú viste la bestia que habita en mí, Tempest. Hablas con los animales, aceptaste mi naturaleza primitiva de forma instintiva. Sabes que soy un depredador, un animal más que un hombre. Nuestra raza es una mezcla de ambas cosas. Y sólo tú entre los humanos lo entiendes y lo aceptas.
—Pero piensas y razonas como un humano —le dijo mientras se incorporaba para sentarse y se apartaba el pelo de la cara, aún húmedo por el ambiente de la caverna. Estaba sudando de nuevo, y las pequeñas gotas se escurrían por su piel. Miró a su alrededor buscando la ropa, estaba tan cansada que no recordaba qué había hecho con ella—. Eres más humano de lo que tú crees, Darius.
Darius la abrazó, atrayéndola hacia su cuerpo.
—Tú quieres que sea humano, porque de esa forma te resulta más fácil enfrentar la situación —le dijo con un deje de censura en la voz.
Tempest empujó el sólido pecho y le golpeó con el puño cerrado.
—No digas eso. A estas alturas sabes que me importaría muy poco que fueses una criatura extraña salida del mismísimo infierno. Lo sabes, has estado en mi mente al igual que yo he estado en la tuya. Sabes lo que pienso de ti; siento curiosidad por saberlo todo sobre ti. Y, para ser sinceros, no eres nada malvado.
—Me encuentras fascinante —la corrigió depositando un beso sobre su nariz.
Tempest le empujó de nuevo y se puso en pie tambaleándose un poco por el cansancio.
—Que no se te suba a la cabeza, también creo que eres un coñazo —le confesó mientras vagaba por la cueva inspeccionando el suelo.
Darius se puso en pie con un suspiro y la siguió.
—¿Qué estás haciendo?
—Buscando mi ropa.
—No necesitas tu ropa —le dijo con autoridad.
—Darius, si vuelves a hacerme el amor una vez más, creo que voy a morirme. Puesto que no podemos volver a hacerlo, es más seguro que busque la ropa.
Darius la tomó de la mano y la llevó de vuelta a la pequeña estancia donde la había curado.
—Ni siquiera sabes lo que estás haciendo, ni lo que dices —y moviendo de nuevo la mano con aquel gesto, hizo que aparecieran dos almohadas.
Tempest bostezó.
—Estoy muy cansada, Darius, de verdad. Me encanta hablar contigo, pero los dos debemos enfrentarnos a los hechos. Aunque tú no seas humano, yo lo soy. No tengo ni idea de la hora que es, pero necesito dormir.
Darius le sonrió, dejando a la vista sus dientes blancos.
—¿Para qué crees que he hecho esta cama? Éste es uno de mis refugios. Duermo aquí.
—Ya lo he cogido. Pero tienes que llevarme de vuelta.
—¿De vuelta dónde? —Hubo algo en la voz de Darius que la advirtió. Lo miró fijamente y percibió una quietud en él que no le gustó nada. Tempest sentía los fuertes latidos de su corazón en el pecho— Quiero salir de aquí. Puedes dormir en este lugar y yo dormiré en el campamento, en el vehículo que dejases para nosotros. No me importa. Puedo dormir bajo un árbol.
—De ningún modo permitiré que duermas lejos de mí, cielo —le dijo de forma indiferente, como si fuese algo sin importancia dormir bajo una montaña, que resultaba ser un volcán, y que se podía derrumbar sobre ellos en cualquier momento. Alargó un brazo y la tomó por la muñeca, sin apretar demasiado, casi de forma tierna, sus dedos eran como un ligero brazalete, nada más, pero de todos modos, la advertencia estaba clara.
—No intentarás decirme que tengo que dormir aquí —protestó Tempest dando un respingo para alejarse de él—. ¿Quedarme aquí bajo tierra todo el día mientras tú duermes? No puedo hacerlo, Darius. Ni siquiera por ti.
—Dormirás a mi lado, donde sé que vas a estar a salvo, Tempest —dijo con su tono de voz más dulce e implacable.
Tempest retrocedió y se alejó de él; su rostro había perdido el color.
—No puedo, Darius. Cuando me distraes no siento la sensación de ahogo, pero jamás conseguiré tumbarme aquí, completamente a oscuras y dormirme. No puedo ver en la oscuridad como tú. Si las velas se derriten o una corriente las apaga, me volvería loca. Me sentiría enterrada en vida. No soy como tú, soy humana.
—No te llevaré al aire libre, dejando que te las apañes por tu cuenta. Cada vez que te doy libertad te sucede algo —podía sentir el miedo latente de Tempest. Se introdujo en su mente y vio pánico y desesperación—. No despertarás, Tempest. ¿Acaso crees que no puedo asegurarme de eso? Puedo gobernar la misma tierra si quiero, puedo crear tormentas, elevar las mareas o hacer hervir la lava. ¿Por qué iba a ser incapaz de hacer que descansaras a mi lado sin que nada te molestase?
Tempest se humedeció el labio inferior con la punta de la lengua. Sus ojos tenían una mirada de salvaje terror.
—Debemos reunirnos con los demás, Darius. Puedo conducir durante todo el día. Y tú puedes dormir y encontrarnos en el siguiente campamento. Yo estaré allí, te lo prometo.
Darius se levantó muy despacio, su cuerpo era implacablemente masculino y se movía con la elegancia de una pantera, mientras los músculos se delineaban con cada movimiento. Esta vez, Tempest retrocedió huyendo de él mientras alzaba la mano entre ambos a modo de protección. Darius se detuvo de inmediato con la mirada fija en la pequeña mano que no dejaba de temblar. Suspiró quedamente.
—No puedo permitir que esto continúe, Tempest. He intentado darte toda la libertad que necesitas, pero debemos llegar a un equilibrio. No puedo arriesgar tu vida, pero cada vez que te pido permiso o que te doy explicaciones tus temores crecen. Si tomo el control de tu mente, que es lo que debería hacer, no sentirías miedo. ¿Te das cuenta que no me das otra opción?
Y entonces se movió a tal velocidad que estuvo sobre ella antes de que Tempest pudiese parpadear, antes de que fuese consciente del inminente peligro. Le golpeó ciegamente, luchando con todas sus fuerzas con la mente totalmente bloqueada.
—¿Cómo puedes hacerme esto después de lo que hemos compartido? —le preguntó con tanto temor en la voz que el corazón de Darius empezó a derretirse.
Odiaba asustarla, aunque fuese para protegerla. Allí no le sucedería nada, la montaña no la aplastaría, podría respirar sin problemas. Sus frenéticos golpes no eran más que meros aleteos de mariposas para él, aún así, cada uno de ellos llegaba hasta su corazón.
—Dijiste que no me harías daño —continuó mientras Darius la envolvía entre sus fuertes brazos para reconfortarla—. Dijiste que siempre velarías por mi felicidad; me mentiste, Darius. Y estaba completamente segura de que mantendrías tu palabra Darius, es lo único en lo que he creído jamás.
Sus palabras eran estocadas que se le clavaban en el alma. ¿Eso creía de él? ¿Que podía mentirle para salirse con la suya? Le asqueaba verla asustada, pero no tenía otra opción, ¿cierto?
—No te he mentido. Es mi deber velar por tu salud, velar por tu seguridad. Siempre.
—Darius, no me importa lo que seas, o el poder que poseas. Lucharé hasta el último aliento por ser libre. No tienes ningún derecho a darme órdenes, aun en temas de seguridad. No, no tienes que «permitirme» hacer las cosas. Soy libre, y no voy a quedarme aquí.
Darius contemplaba con calma la apasionada expresión del rostro de Tempest. Se limitaba a sostenerla por las muñecas con una sola mano, aparentemente tranquilo ante su estallido.
—Cálmate, cielo, y respira hondo. El temor de estar bajo tierra te está nublando la razón.
—No voy a quedarme aquí contigo, Darius. En serio. Me iré tan lejos que no podrás encontrarme —le amenazó con los ojos color esmeralda brillando a través de las lágrimas como piedras preciosas.
El rostro de Darius adquirió una expresión más amenazadora, sus labios se fruncieron con crueldad.
—Eso no va a ocurrir nunca, Tempest. No existe lugar en el mundo en el que no pueda encontrarte. Iría tras de ti y no descansaría hasta traerte de vuelta. Eres el aire que respiro, mi luz, los colores de mi mundo. No hay vida sin ti y jamás regresaré a la oscuridad, al vacío. Estamos atados y no tenemos más remedio que encontrar el modo de seguir adelante. ¿Estoy siendo claro?
—Muchísimo. Pretendes ser un dictador y esperas que yo sea tu sirviente. Nunca, Darius. He estado en tu mente, y no eres el tipo de hombre que golpea a una mujer por desobedecerle.
Con la mano que tenía libre, acarició la nuca de Tempest, haciendo que un escalofrío descendiera por su espalda y que su sexo comenzara a arder. Se enfureció al comprobar que un ligero roce lograba que su cuerpo estallara en llamas, al mismo tiempo que él le negaba sus derechos. No podía permitirle eso. No era una mujer débil; no era del tipo de chica que obedecía porque le temblaran las rodillas.
—No tengo que golpear a una mujer para conseguir que haga lo que es más seguro para ella —le dijo con una aterciopelada e hipnótica voz—. No eres mi marioneta, cielo. Y no quiero que lo seas jamás. ¿No te das cuenta que admiro tu valentía? Pero no puedo permitir que te pongas en peligro, Tempest —y con esto, deslizó sus brazos alrededor de la cintura acercando la espalda de Tempest hacia él y abrazándola con fuerza—. Es muy tarde. Necesito dormir. Quiero que te tumbes a mi lado, nada va a despertarte. Nada va a hacerte daño.
—No puedo respirar —dijo con desesperación, sollozando mientras las lágrimas caían por su rostro—. Darius, deja que me vaya. Por favor, déjame ir.
La alzó como si fuese una niña mientras ella se debatía con fuerza y enterró el rostro en su cuello, deleitándose en su aroma, en el tacto de su piel.
—No tienes por qué tener miedo a este lugar, cielo. Es un lugar de curación —su voz descendió una octava, adquiriendo una cadencia hipnótica y sugestiva—. Dormirás en mis brazos hasta que pronuncie tu nombre y te despierte.
Alzó la cabeza y dándole la vuelta entre sus brazos la miró directamente a los ojos atrapando su mirada. Sus ojos eran dos trozos de hielo, hipnóticos y crueles. Tempest no podía desviar la mirada por mucho que lo intentara. Darius percibió su resistencia y la admiró por ello, pero no titubeó. No podía. Tendría que enfrentarse a Tempest en el próximo despertar, pero al menos por hoy, estaría a salvo.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary