Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 9 de mayo de 2011

EL GUARDIAN OSCURO/PROLOGO

PROLOGO


Lucian
Walachia, 1400

El pueblo era demasiado pequeño para resistir contra el ejército que avanzaba tan velozmente hacia ellos. Nada detenía el paso de los Turcos Otomanos. Todo lo que encontraron en su camino había sido destruido, todo el mundo asesinado, cruelmente asesinado. Los cuerpos eran empalados en estacas afiladas y abandonados para que los carroñeros terminaran con ellos. Corrían ríos de sangre. Nadie se salvaba, ni siquiera los niños más pequeños o los más ancianos. Los invasores quemaban, torturaban y mutilaban, dejando atrás solo ratas, fuego y muerte.
El pueblo estaba extrañamente silencioso; ni siquiera un niño se atrevía a llorar. La gente sólo podía mirarse los unos a los otros con desesperación y tristeza. No habría ayuda, ni forma de detener la masacre. Caería como habían caído todos los pueblos antes que ellos ante ese terrible enemigo. Eran demasiados pocos y tenían solo armas de campesinos para luchar contra el avance de las hordas. Estaban indefensos.
Y entonces los dos guerreros llegaron caminando a grandes pasos saliendo de la niebla nocturna. Se movían como una unidad, en perfecta armonía, con un paso perfecto. Se movían con una peculiar gracia animal, fluida, sutil y totalmente silenciosa. Los dos eran altos y de amplios hombros con pelo largo y lacio y ojos de muerte. Algunos dijeron que pudieron ver las rojas llamas del infierno ardiendo en las profundidades de esos helados ojos negros.
Hombres adultos se apartaban de su camino, las mujeres se hundían entre las sombras. Los dos guerreros no miraron ni a derecha ni a izquierda y aún así lo vieron todo. El poder se aferraba a ellos como una segunda piel. Dejaron de moverse, se quedaron tan inmóviles como las montañas circundantes mientras el más anciano de los campesinos se unía a ellos justo delante de las desparramadas cabañas, desde donde podían escudriñar el prado vacío que los separaba del bosque.
– ¿Qué noticias hay? – Preguntó el anciano. – Oímos rumores de matanzas por todas partes. Ahora es nuestro turno. Y nada detendrá esta tormenta de muerte. No tenemos ningún sitio a donde ir, Lucian, ningún sitio donde esconder a nuestras familias. Lucharemos, pero como todos los demás, seremos derrotados.
– Viajamos rápido esta noche, Viejo, nos necesitan en otro sitio. Se dice que nuestro Príncipe ha sido asesinado. Debemos volver con nuestra gente. Siempre has sido un buen hombre, amable. Gabriel y yo saldremos esta noche y haremos lo que podamos por ayudarte antes de marcharnos. El enemigo puede ser gente muy supersticiosa.
Su tono era puro y hermoso, como terciopelo. Todo el que escuchaba esa voz no podía evitar hacer lo que Lucian ordenaba. Todo el que la oía deseaba solamente oírla una y otra vez. Solo la voz podía hechizar, podía seducir, podía matar.
– Id con Dios. – Susurró el campesino dando las gracias.
Los dos hombres se movieron. En perfecto ritmo, fluido, silencioso. Una vez perdieron de vista el pueblo, sin decir una palabra, se transformaron exactamente en el mismo momento, tomando la forma de dos lechuzas. Las alas batían con fuerza mientras volaban en círculos sobre la zona, buscando el ejército durmiente. A varias millas del pueblo la tierra bajo ellos estaba plagada de centenares de hombres.
La niebla se movió, espesa y blanca y bajó hasta la tierra. El viento cesó, haciendo que la niebla se volviera densa y condensada. Sin advertencia, las lechuzas descendieron silenciosamente del cielo, con las garras extendidas directamente hacia los ojos de los centinelas. Las lechuzas parecían estar por todas partes, trabajando con una sincronización precisa de forma que estaba ya lejos antes de que nadie pudiera venir a asistir a los guardias. Gritos de dolor y terror llenaron el vacío del silencio, y el ejército despertó, echando mano a las armas y buscando al enemigo entre la espesa niebla blanca. Solo vieron a sus propios centinelas, con las cuencas de los ojos vacías, sangre corriendo por las caras y corriendo a ciegas en todas direcciones.
En el centro de la masa de guerreros se oyó un crac, después otro. Golpe tras golpe, dos líneas de hombres cayeron al suelo con el cuello roto. Era como si escondido en la niebla espesa hubieran enemigos invisibles, moviéndose rápidamente de hombre a hombre, rompiendo cuellos con las manos desnudas. Estalló el caos. Los hombres corrían gritando a internarse en el bosque cercano. Pero los lobos bulleron llegados de ninguna parte, mordiendo con poderosos mandíbulas al ejército en retirada. Los hombres caían sobre sus propias lanzas como si estas se movieran por voluntad propia. Voces que susurraban en los oídos de los soldados, en el mismo aire, hablando de derrota y muerte. La sangre bañó la tierra. La noche siguió y siguió hasta que no hubo lugar donde esconderse del terror invisible, del espectro de la muerte, de las bestias salvajes que venían a derrotar al ejército.
Por la mañana los campesinos de Walachian acudieron a luchar y solo encontraron muerte.

Lucian
Montañas de los Cárpatos, 1400

El aire apestaba a muerte y destrucción. Por todas partes se veían ruinas humeantes de pueblos humanos. Los antiguos Cárpatos habían intentado en vano salvar a sus vecinos, pero el enemigo había golpeado mientras el sol estaba en su punto álgido. La hora en la que los antiguos estaban indefensos, cuando sus poderes eran más débiles. Así muchos Cárpatos, al igual que humanos, habían sido destruidos... hombres, mujeres y niños por igual. Solo aquellos de los suyos que estaban lejos habían escapado del aplastante golpe.
Julian, joven y fuerte aunque un simple muchacho, observaba la escena con ojos tristes. Tan pocos de su raza habían quedado. Y su Príncipe, Vladimir Dubrinsky, había muerto junto con su compañera, Sarantha. Era una catástrofe, un golpe del cual su especie nunca se recobraría. Julian permaneció en pie alto y erguido, su largo pelo rubio caía pasándole los hombros. Dimitri llegó desde atrás.
– ¿Qué estás haciendo aquí? Sabes que es peligroso estar así a campo abierto. Hay muchos que nos destruirían. Nos han dicho que nos quedemos cerca de los otros. – A pesar de su juventud, se movió protectoramente acercándose el muchacho más joven.
– Puedo cuidar de mí mismo. – Declaró Julian arrogantemente. – ¿Y qué estás haciendo tú aquí? – El jovencito agarró el brazo del muchacho mayor que estaba junto a él. – Los he visto. Estoy seguro de que eran ellos. Lucian y Gabriel. Eran ellos. – El miedo llenaba su voz.
– No puede ser. – Susurró Dimitri, mirando en todas direcciones. Estaba excitado y asustado al mismo tiempo. Nadie, ni siquiera los adultos, nombraban a los gemelos cazadores en voz alta. Lucian y Gabriel. Eran una leyenda, un mito, no realidad.
– Pero, estoy seguro. Sabía que vendrían cuando oyeran que el Príncipe había muerto. ¿Qué otra cosa podían hacer? Estoy seguro de que van a ir a ver a Mikhail y Gregori.
El chico mayor jadeó.
– ¿Gregori también está aquí? – Siguió al pequeño a través del espeso bosque. – Nos pillará espiando, Julian. Él lo sabe todo.
El chico rubio se encogió de hombros, una mueca traviesa curvó su boca.
–Voy a verlos de cerca, Dimitri. No tengo miedo de Gregori.
– Pues deberías. Y he oído que Lucian y Gabriel ya son no–muertos.
Julian estalló en carcajadas.
– ¿Quién lo dice?
– Oí a dos de los hombres hablando de ello. Decían que nadie podría sobrevivir tanto como ellos, cazando y matando, y sin convertirse.
– Los humanos han estado en guerra, y nuestra gente ha sido destruida en el proceso. Incluso nuestro Príncipe está muerto. Hay vampiros por todas partes. Todo el mundo mata a todo el mundo. No creo que tengamos que preocuparlos por Gabriel y Lucian. Si realmente fueran vampiros, estaríamos todos muertos. Nadie, ni siquiera Gregori, podría derrotarlos en batalla. – Defendió Julian. – Son tan poderosos, que nadie sería capaz de destruirlos. Siempre han sido leales al Príncipe. Siempre.
–Nuestro Príncipe está muerto. No tienen por que ser necesariamente leales a Mikhail como su heredero. – Dimitri obviamente citaba a los adultos.
Julian sacudió la cabeza con exasperación y continuó avanzando, esta vez  asegurándose de ser silencioso. Se abrió paso centímetro a centímetro a través de la espesa vegetación hasta que la casa quedó a la vista. A lo lejos, un lobo aulló, una nota aguda y solitaria. Un segundo lobo contestó, después un tercero, ambos mucho más cerca. Julian y Dimitri cambiaron de forma. No iban a perderse la visión de las dos figuras legendarias. Lucian y Gabriel eran los más grandes cazadores de vampiros de la historia de su gente. Era bien sabido que nadie podría derrotarles. Tenían noticias de primera mano de que habían destruido un ejército invasor entero durante la noche que había precedido a su llegada. Nadie conocía la cuenta exacta de los cuerpos durante los últimos pocos siglos, pero era extremadamente alta.
Julian asumió la forma de una pequeña marmota, acercándose a la casa. Mantuvo un ojo vigilante en busca de lechuzas mientras se aproximaba al porche delantero. Les oyó entonces. Cuatro voces murmurando suavemente dentro de la casa. Aunque era joven, Julian tenía la increíble audición de la gente de los Cárpatos. Utilizó ese fino odio, decidido a no perderse ni una palabra. Los cuatro Cárpatos más grandiosos con vida estaban en esa casa, no iba a perderse el evento. Fue apenas consciente de que Dimitri se unía a él.
–No tienes elección, Mikhail. – Dijo una voz suave. La voz era increíble, puro terciopelo, exigente pero amable. –Debes asumir el manto de autoridad. Tu linaje lo dicta. Tú padre tuvo una premonición de su propia muerte, y sus instrucciones fueron claras. Debes asumir el liderazgo. Gregori te ayudará en este momento de gran necesidad, y nosotros haremos el trabajo que tu padre nos encargó. Pero el manto de autoridad no pertenece a nuestro linaje. Es tuyo.
–Vosotros sois antiguos, Lucian. Uno de vosotros debería comandar a nuestra gente. Somos tan pocos, hemos perdido a nuestras mujeres, nuestros niños han desaparecido. Sin mujeres, ¿qué van a hacer nuestros hombres? – Julian reconoció la voz de Mikhail. – No tendrán más elección que buscar el amanecer o convertirse en no–muertos, ya hay bastantes que lo han hecho. Aún no he adquirido la sabiduría necesaria para gobernar a nuestra gente en un momento de tan enorme necesidad.
– Tienes la sangre y el poder, y, por encima de todo, nuestra gente cree en ti. A nosotros nos temen, a causa de nuestro poder y conocimiento y por todo el tiempo que hemos resistido.
La voz de Lucian era hermosa, compeledora. Julian adoraba el sonido de esa voz, podía escucharla para siempre. No le sorprendía que los adultos tuvieran miedo de su poder. Incluso a tan corta edad, Julian reconocía que esa voz era un arma. Y Lucian simplemente estaba hablando normalmente. ¿Qué ocurriría si decidía tomar el control de todos los que le rodeaban? ¿Quién sería capaz de resistir semejante voz?
–Te ofrecemos nuestra lealtad, Mikhail, como se la dimos a tu padre, y te proporcionaremos cualquiera que sea el conocimiento con el que podamos ayudarte en tu difícil tarea. Gregori, sabemos que eres ya un gran cazador. ¿Es tu lazo con Mikhail lo suficientemente fuerte como para sostenerte a través de los días oscuros que se avecinan? – La voz de Lucian, aunque fue más suave que nunca, exigía la verdad.
Julian contuvo el aliento, Gregorí era pariente de sangre de Gabriel y Lucian. Los Oscuros. Los que pertenecían a ese linaje siempre habían sido defensores de su raza, los únicos que llevaban la justicia al no–muerto. Gregori era ya poderoso por derecho propio. No parecía posible que pudiera exigírsele que respondiera, aún así lo hizo.
– Mientras Mikhail viva, también lo haré yo, para ocuparme de su protección y la de su linaje.
–Servirás a nuestra gente, Mikhail, y nuestro hermano te servirá a ti como hicimos nosotros con tu padre. Es lo correcto. Gabriel y yo continuaremos luchando para acabar con la llave estranguladora que el no–muerto mantiene sobre los humanos y nuestra propia raza.
– Hay demasiados. – Observó Mikhail.
–Hay, ciertamente, mucha muerte, mucha lucha, y nuestras mujeres han sido diezmadas. Los hombres necesitan esperanzas de un futuro, Mikhail. Debes encontrar una forma de darles una, o no tendrán razón para resistir cuando la oscuridad les aceche. Debemos tener mujeres para proveer a nuestros hombres de compañeras. Nuestras mujeres son la luz para nuestra oscuridad. Nuestros hombres son depredadores, cazadores oscuros y peligrosos, que se vuelven más mortales con el paso de los siglos. Tarde o temprano, si no encontramos compañeras, todos nos convertiremos de Cárpatos a vampiros y nuestra raza se extinguirá cuando los hombres entreguen sus almas. Será una devastación tal como no podemos ni imaginar. Evitar eso es tu tarea, Mikhail, y es una tarea monumental.
– Como la vuestra. – Dijo Mikhail suavemente. – Tomar tantas vidas y seguir siendo uno de los nuestros no es pequeña cosa. Nuestra gente tiene mucho que agradeceos.
Julian, dentro del cuerpo de la marmota, retrocedió de vuelta a los arbustos, no deseando ser capturado por los antiguos. Se oyó un roce junto a él, y se volvió. Dos hombres altos estaban allí de pie en completo silencio. Sus ojos eran oscuros y vacíos, sus caras inmóviles como si talladas en piedra. Alrededor de él pareció caer una neblina del cielo, dejándoles, a él y a Dimitri algo atontados. Julian contuvo el aliento y se quedó atónito. Gregori se materializó justo delante de los dos muchachos, casi protectoramente. Cuando Julian movió la cabeza para mirar más allá de él, los míticos cazadores se habían ido como si nunca hubieran estado allí y los dos muchachos quedaron atrás para enfrentar a Gregori.

Lucian, 1500

El sol caía del cielo, dejando atrás brillantes colores. Esos colores lentamente se fundieron hasta el negro de la noche. Bajo tierra un solo corazón empezó a latir. Lucian permaneció tendido en la rica tierra sanadora. Sus heridas, después de la última y terrible batalla, estaban sanadas. Mentalmente exploró la zona que rodeaba su lugar de descanso, notando solo el movimiento de los animales. El polvo fue arrojado hacia arriba cuando irrumpió de la tierra hacia el cielo, atrayendo el aire para respirar. Su mundo cambiaría esta noche para siempre. Gabriel y Lucian eran gemelos idénticos. Parecían iguales, pensaban igual, luchaban igual. A través de los siglos habían adquirido conocimientos en todas las áreas y temas y lo compartían el uno con el otro.
Todos los hombres de los Cárpatos al envejecer perdían las emociones y la habilidad de ver en colores, dejándoles en un mundo oscuro y vacío en el que solo su sentido de la lealtad y el honor evitaban que se convirtieran en vampiros mientras esperaban una compañera. Gabriel y Lucian habían hecho un pacto el uno con el otro. Si uno de ellos se convertía en vampiro, el otro cazaría y destruiría a su gemelo antes de enfrentar el amanecer y su propia destrucción. Lucian había sabido desde hacía algún tiempo que Gabriel luchaba con su demonio interior, estaba siendo consumido por la oscuridad que se extendía en su interior. Las constantes batallas habían dejado su huella. Gabriel estaba demasiado cerca de convertirse.
Lucian inhaló profundamente, tomando el límpido aire nocturno. Estaba decidido a mantener a Gabriel con vida, mantener su alma a salvo. Había una única forma de hacerlo. Si podía convencerle de que él se había unido a las filas del no–muerto, Gabriel no tendría otra elección que cazarle. Eso evitaría que luchara con nadie más que con Lucian. Siendo incapaz de matar, debido a lo igualado de sus poderes, y con un propósito, Gabriel sería capaz de resistir. Lucian se lanzó al aire, buscando su primera víctima.


Lucian,
Londres, 1600

La jovencita permanecía en pie en la esquina de la calle, con una sonrisa pintada. La noche era oscura y fría. Estaba temblando. En algún lugar en la oscuridad había un asesino. Ya había matado a dos mujeres por lo que ella sabía. Había suplicado a Thomas que no la enviara fuera esa noche, pero él la había abofeteado varias veces antes de empujarla por la puerta. Cruzó los brazos sobre el pecho e intentó desesperadamente aparentar que disfrutara con lo que estaba haciendo.
Un hombre se acercaba por la calle. Contuvo el aliento en la garganta, y su corazón empezó a martillar.  Vestía una capa oscura y sombrero alto y llevaba un bastón. Parecía ser un caballero de clase alta, visitando los barrios bajos de la ciudad. Se preparó en una postura y esperó. Él camino pasando justo delante de ella. Sabía que Thomas la golpearía si no le llamaba, si no intentaba atraer a este desconocido hacia ella, pero no podía obligarse a hacerlo.
El hombre se detuvo y se volvió. La rodeó lentamente, mirándola de arriba a bajo como si fuera una pieza de carne. Intentó sonreírle, pero algo en él la asustaba. Sacó un puñado de monedas y las ondeó hacia ella. Su sonrisa era burlona. Sabía que estaba asustada. Señaló con su bastón hacia el callejón.
Ella fue. Sabía que no debía, pero también la asustaba volver a casa de Thomas sin dinero así que fue al callejón con el desconocido.
Fue rudo, obligándola a hacer toda clase de actos allí mismo en el callejón. Le hizo daño deliberadamente, y ella lo soportó porque no tenía otra elección. Cuando terminó, la tiró al suelo y la pateó con un zapato elegante. Ella levantó la mirada para ver la navaja en su mano y supo que era el asesino. No había tiempo para gritar. Estaba a punto de morir.
Otro hombre surgió amenazadoramente detrás de su asesino. Era físicamente el hombre más guapo que había visto nunca. Alto y de amplios hombros, con largo y lacio pelo oscuro y helados ojos negros. Se materializó llegado de ninguna parte tan cerca de su atacante que no tenía ni idea de como podía haber llegado allí sin ser visto por ninguno de ellos. El hombre simplemente extendió las manos, capturó el cuello del asesino, y lo retorció con fuerza.
Corre. Corre ahora. Oyó las palabras claramente en su cabeza y no pudo siquiera esperar para dar las gracias a su rescatador. Corrió lejos tan rápido como pudo.
Lucian esperó hasta que estuvo seguro de que ella había obedecido su orden antes de inclinar la cabeza hacia el cuello del asesino. Era imperativo drenar la sangre de su victima y dejar la evidencia para que Gabriel la encontrara.
– Te encuentro aquí como esperaba, Lucian. No puedes esconderte de mí. – La suave voz de Gabriel llegó desde atrás.
Lucian permitió que el cuerpo cayera al suelo. A través de los largos años se había convertido en un juego del gato y el ratón que ningún otro podía jugar. Se conocían el uno al otro tan bien, había coreografiado sus batallas juntos durante tantos años, que cada uno sabía lo que el otro estaba pensando casi antes de que lo pensara. Conocían cada uno las fuerzas y debilidades del otro. En los últimos años se habían infringido el uno al otro muchas heridas mortales, sólo para apartarse y acudir a la tierra a sanar. Lucian se volvió hacia su hermano gemelo, un lenta sonrisa desprovista de humor suavizó la dura línea de su boca.
– Pareces cansado.
– Demasiado ávido esta vez, Lucian, matando a tu presa antes de alimentarte.
– Quizás fue un error. – Estuvo de acuerdo Lucian suavemente. – pero no te preocupes por mí. Soy más que capaz de encontrar cuerpos cálidos por mí mismo. Nadie puede derrotarme, ni siquiera mi hermano, que me dio su palabra de que haría esta pequeñez por mí.
Gabriel golpeó rápido y con fuerza, como Lucian sabía que haría. Y se lanzaron juntos a una batalla mortal que habían practicado durante siglos.


Lucian
En la actualidad
Gabriel se encorvó, con la postura de un luchador. Tras él, su compañera observó con ojos llenos de pena como el hombre alto y elegante se aproximaba a ellos. Salió de las sombras, pareciendo exactamente lo que era, un oscuro y peligroso depredador. Sus ojos negros brillaban peligrosamente. Eran ojos de ultratumba, ojos desprovistos de toda emoción. Ojos de muerte. Se movía como un grácil animal, un ondeo de poder.
– Mantente atrás, Lucian. – Advirtió Gabriel suavemente. – No pondrás en peligro a mi compañera.
– Entonces cumplirás la promesa que hiciste hace tantos siglos. Debes destruirme.  La voz fue un susurro de terciopelo, una suave orden. Gabriel reconoció la compulsión oculta incluso mientras saltaba hacia adelante para asestar el golpe. En el último segundo posible, con el grito de su compañera resonando en su mente, su mano de garras afiladas desgarró la garganta de su hermano gemelo y comprendió que Lucian había abierto los brazos aceptando la muerte.
El conocimiento llegó demasiado tarde. Un crisol de gotas salpicó la habitación. Gabriel intentó retroceder, alcanzar a su hermano, pero el poder de Lucian era demasiado grande. Gabriel era incapaz de moverse, detenido en su sitio solo por la voluntad de Lucian. Abrió los ojos de par en par por la sorpresa. Lucian tenía demasiado poder. Gabriel era un antiguo, uno de los más poderosos sobre la tierra... el igual de Lucian, hubiera dicho hasta ese momento.
– Debes permitir que te ayudemos. – Dijo Francesca, la compañera de Gabriel, suavemente. Su voz era cristalina, tranquilizadora. Era una gran sanadora. Si alguien podía evitar la muerte de Lucian, esa era ella. – Sé lo que estás intentando hacer aquí. Piensas terminarlo ya. Los dientes blancos de Lucian brillaron.
– Gabriel te tiene a ti para que le mantengas a salvo. Ese ha sido mi deber y privilegio durante muchos siglos, pero se ha terminado. Ahora descansaré.
La sangre le mojaba las ropas, corriendo hacia abajo por su brazo. No hizo ningún intento de detenerla. Simplemente se quedó allí de pie, alto y erguido. No había rastro de acusación en sus ojos, su voz o su expresión. Gabriel sacudió la cabeza.
– Has hecho esto por mí. Durante cuatrocientos años me has engañado. Evitando que matara, que me convirtiera. ¿Por qué? ¿Por qué arriesgaste tu alma de esta forma?
– Sabía que tú tenías una compañera. Alguien que lo sabía me lo dijo hace muchos años. Tú no perdiste tus sentimientos y emociones pronto, como yo. Te llevó siglos. Yo era sólo un aprendiz cuando dejé de sentir. Pero tú unías tu mente con la mía y era capaz de compartir tu alegría de vivir y ver a través de tus ojos. Me hiciste recordar lo que nunca podría tener por mí mismo.
Lucian se tambaleó. Gabriel había estado esperando el momento en el que Lucian se debilitaría y aprovechó la ocasión, traspasando la barrera, saltando junto a su hermano, deslizando la lengua por la herida abierta para cerrarla.
Su compañera estaba a su lado. Muy amablemente tomó la mano de Lucian en la de ella.
– Crees que ya no hay razón para seguir viviendo.
Lucian cerró los ojos cansado.
– He cazado y matado durante dos mil años, hermana. Mi alma ha perdido tantos trozos, que parece un colador. Si no me voy ahora, puede resultar demasiado tarde y que mi amado hermano se vea obligado a cazar y destruir a un auténtico vampiro. No sería tarea fácil. Él debe quedar a salvo. Yo ya no puedo caminar tranquilamente hacia el amanecer. Confiaba en su ayuda. He cumplido con mi tarea en este mundo. Permíteme descansar.
– Hay otra. – Susurró Francesca suavemente. – Ella no es como nosotros. Es una mortal. Es este momento es muy joven y sufre un terrible dolor. Sólo puedo decirte, que si no te quedas ella vivirá una vida de agonía y desesperación que ni siquiera podemos imaginar. Debes vivir por ella. Debes resistir por ella.
– Me estás diciendo que tengo una compañera.
– Y que su necesidad de ti es grande.
– No soy un hombre amable. He matado durante mucho tiempo, no conozco otra existencia. Atar a una mujer mortal a mí sería sentenciarla a vivir con un monstruo.
Incluso mientras lo negaba, Lucian no opuso resistencia cuando la compañera de Gabriel empezó a trabajar sobre su salvaje herida. Gabriel llenó la habitación con las beneficiosas hierbas y empezó el ancestral canto sanador tan viejo como el tiempo.
– Ahora te sanaré, hermano. – Dijo ella suavemente. – Un monstruo como aquel en el que crees haberte convertido será capaz de proteger a esa mujer de los monstruos que de otro modo destruirían a alguien como ella.
Gabriel se cortó la muñeca y presionó la herida sobre la boca de su gemelo.
– Ofrezco mi vida libremente por la tuya. Toma lo que necesitas para sanar. Te pondremos profundamente en el interior de la tierra y te guardaremos hasta que estés completamente recuperado.
– Tu primer deber es para con tu compañera, Lucian. – Recordó suavemente Francesca. – No puedes hacer otra cosa que encontrarla y apartarla del peligro.

Jaxon, a los cinco años

Florida, USA
–Mírame, Tío Tyler. – Exclamó Jaxon Montgomery orgullosamente, haciendo gestos con las manos desde lo alto de la alta torre de madera a la que acababa de escalar.
– Estás loco, Matt. – Russel Andrews sacudió la cabeza, haciéndose sombra con la mano sobre los ojos mientras miraba hacia arriba a la réplica de la plataforma alta que se utilizaba para entrenar a los reclutas de los Navy SEALS. – Jaxon podría romperse el cuello si se cae. – Miró a la frágil mujer tendida en la tumbona, acunando a su hijo recién nacido. – ¿Qué te parece eso, Rebecca? Jaxx ni siquiera tiene aún cinco años, y Matt la está entrenando para las Fuerzas Especiales. – Dijo Russell.
Rebecca Montgomery sonrió ausentemente y levantó la mirada hacia su marido como pidiendo su opinión.
–Jaxon es genial. – Dijo Matt inmediatamente, extendiendo la mano para coger la de su mujer y llevándose sus nudillos a los labios. – Adora todo esto. Ya estaba haciéndolo prácticamente antes de poder andar.
Tyler Drave ondeó una mano hacia la pequeña llamándola hasta él.
– No sé, Matt. Quizás Russell tenga razón. Es demasiado pequeña. Se parece a Rebeca en aspecto y constitución. – Sonrió abiertamente. – Por supuesto, fuimos afortunados en ese departamento. El resto de ella es todo tuyo. Es un demonio, una pequeña luchadora, justo igual que su papacito.
Yo no estoy tan seguro de que esa sea una buena cosa. – Dijo Russel, frunciendo el ceño. No podía apartar los ojos de la niña. Tenía el corazón en la garganta. Su propia pequeña tenía siete años, y nunca permitiría que se acercara a la torre que sus compatriotas, Matt Montgomery y Tyler Drake, habían construido en el patio trasero de Matt. – Sabes, Matt, no es posible obligar a una niña a crecer demasiado deprisa, Jaxon es todavía un bebé. 
Matt rió.
–Ese "bebé" puede hacer el desayuno para su madre y servírselo en la cama y cambiar los pañales al pequeñajo. Empezó a leer a los tres años. Y lo digo en serio, a leer realmente. Adora los desafíos físicos. No hay mucho en el curso de entrenamiento que ella no pueda hacer. Le he estado enseñando artes marciales, y Tyler ha estado trabajando con ella en entrenamiento de supervivencia. Lo adora.
Russell frunció el ceño.
– No puedo creer que alientes a Matt, Tyler. Nunca escucha a nadie más que a ti. Esa niña os adora a los dos, y ninguno de vosotros tiene lo más mínimo sentido común en lo que a ella se refiere. – Con esfuerzo se refrenó para no añadir que Rebecca era un desastre como madre. – Espero que al menos no le hayáis enseñado a nadar en el océano.
– Quizás Russell tenga razón, Matt. – Tyler sonaba un poco preocupado. – Jaxon es una pequeña soldado con el corazón de un león, pero quizás la estamos empujando demasiado. Y no tenía ni idea de que le permitías cocinar para Rebecca. Eso podría ser peligroso.
– Alguien tenía que hacerlo. – Matt encogió sus amplios hombros. – Jaxon sabe lo que hace. Cuando yo no estoy en casa, sabe muy bien que es responsable de cuidar de Rebecca. Y ahora tenemos al pequeño Mathew Junior. Y sólo para tu información, Jaxx ya es una buena nadadora.
– ¿Te estás escuchando a ti mismo, Matt? – Exigió Russel. – Jaxon es una niña, un bebé de cinco años. ¡Rebbeca! Por amor de dios, tú eres su madre. – Como era usual, ninguno de los padres respondía a nada que no quisieran oír. Matt trataba a Rebecca como a una pequeña muñeca de porcelana. Ninguno de los dos prestaba mucha atención a su hija. Exasperado, Russell apeló al mejor amigo de Matt.
– Tyler, díselo tú.
Tyler asintió lentamente en acuerdo.
– No debes poner sobre ella tanta presión, Matt. Jaxon es una niña excepcional, pero sigue siendo una niña. – Sus ojos estaban sobre la pequeña que ondeaba la mano y sonreía. Sin decir una palabra más se puso en pie y avanzó a zancadas hasta la torre donde la niña le llamaba persistentemente

 

Jasón, a los siete años.

Florida USA
Los gritos que provenían de la habitación de su madre eran horribles de oír. Rebecca estaba inconsolable. Bernice, la esposa de Russell Andrews, había llamado al médico para que le administrara tranquilizantes, Jaxx se puso las manos sobre los oídos para intentar amortiguar los terribles sonidos de pena. Mathew Junior había estado llorando un rato en su habitación y era obvio que su madre no iba a acudir a su hijo. Jaxon se limpió la firme corriente de lágrimas que caía de sus propios ojos, alzó la barbilla, y cruzó el vestíbulo hasta la habitación de su hermano.
–No llores, Mattie. – Arrulló suavemente, amorosamente. – No te preocupes por nada. Ahora yo estoy aquí. Mami está muy alterada por lo de Papi, pero superaremos esto si nos mantenemos unidos. Tú y yo. Haremos que mamá lo supere también.
El Tío Tyler había venido a su casa con otros dos oficiales y había informado a Rebecca de que su marido nunca volvería otra vez a casa. Algo había ido terriblemente mal en su última misión. Rebecca no había parado de gritar desde entonces.


Jaxon, a los ocho años

– ¿Cómo está hoy, cielo? – Preguntó Tyler suavemente, deteniéndose para besar a Jaxon en la mejilla. Dejó un ramo de flores sobre la mesa y volvió la atención a la pequeña a la que había adorado desde el día en que nació.
– No está teniendo muy buen día. – Admitió Jaxon a regañadientes. Siempre le decía al "Tío Tyler" la verdad sobre su madre, pero a nadie más, ni siquiera al "Tío Russell"
– Creo que ha tomado demasiadas de esas píldoras de nuevo. No a salido de la cama, y cuando intento decirle algo sobre Mathew, solo se me queda mirando. Finalmente ha dejado de necesitar pañales, y estoy tan orgullosa de él, pero ella no le dice nada de nada. Y cuando le coge, le aprieta tan fuerte, que llora.
– Tengo algo que preguntarte, Jaxx – Dijo el tío Tyler. – Es importante que me digas la verdad. Tu mamá está enferma la mayor parte del tiempo, y tú tienes que cuidar de Mathew, ocuparte de la casa, e ir a la escuela. Estaba pensando que quizás yo debería mudarme aquí y ayudarte un poco.
Los ojos de Jaxon se iluminaron.
– ¿Mudarte con nosotros? ¿Cómo?
– Podría casarme con tu madre y ser tu padre. No como Matt, por supuesto, sino tu padrastro. Creo que ayudaría a tu madre, y estoy seguro de que sería mejor para ti y para el pequeño Mathew. Pero sólo si tú quieres, cielo. De todos modos, ni siquiera he hablado con Rebecca de ello. –Jaxon le sonrió.
– Por eso has traído las flores, ¿verdad? ¿Crees que de verdad lo hará? ¿Hay alguna posibilidad?
– Creo que puedo persuadirla. El único momento en que consigues un respiro de esto es durante nuestro curso de entrenamiento. También te estás volviendo un recluta perezoso.
– Una recluta perezosa, Tío Tyler. – Corrigió Tyler con una repentina sonrisa burlona. – Y la otra noche en clase de karate le pateé el trasero a Don Jacobson. – Ahora el único momento en el que se reía era cuando Tío Tyler se la llevaba con él al área de entrenamiento de las Fuerzas Especiales y jugaban a soldados. Niña o no, Jaxon se estaba convirtiendo en un buen contrincante y eso la enorgullecía.

Jaxon, a los trece años
El libro era de misterio y muy adecuado para la noche tormentosa. Las ramas del árbol golpeaban contra la ventana, y la lluvia tamborileaba pesadamente sobre el techo. La primera vez que oyó el ruido, Jaxon pensó que eran imaginaciones suyas, solo porque el libro era tan escalofriante. Entonces se puso rígida, y su corazón empezó a retumbar. Lo estaba haciendo otra vez. Lo sabía. Tan callada como era posible, se arrastró fuera de la cama y abrió la puerta.
Los sonidos que llegada del dormitorio de su madre eran amortiguados, pero ella los oía de todas formas. Su madre estaba llorando, suplicando. Y ahí estaba el inconfundible sonido que Jaxon conocía muy bien. Había estado en clase de karate desde que podía recordar. Sabía como sonaba cuando alguien era golpeado. Corrió por el vestíbulo hasta la habitación de su hermano para comprobarle a él primero. Agradeció que pareciera dormido.
Cuando Tyler se ponía así, escondía a Mathew de él. A veces parecía odiar a Mathew. Sus ojos se volvían fríos y horrendos cuando descansaban sobre el pequeño, especialmente si Mathew estaba llorando. A Tyler no le gustaba que nadie llorara, y Mathew era lo suficientemente pequeño como para llorar por cada diminuto arañazo o herida imaginaria. O cada vez que Tyler le miraba.
Tomando un profundo aliento, Jaxon se quedó justo fuera de la habitación de su madre. Encontraba difícil creer que Tyler pudiera ser así cuando estaba con su madre y Mathew. Ella misma adoraba a Tyler. Siempre le había querido. Se pasaba horas entrenando a Jaxon para ser soldado, y todo en ella respondía al entrenamiento físico. Adoraba los cursos con los que él la desafiaba. Podía escalar casi impasiblemente acantilados y reptar a través de minúsculos túneles en un tiempo record. Estaba en su elemento en el campo de entrenamiento, con las armas de fuego y luchando mano a mano. Jaxon incluso podría ya rastrear a Tyler, una hazaña que la mayoría de los miembros su unidad eran incapaces de llevar a cabo. Estaba especialmente orgullosa de eso. Tyler siempre parecía complacido con ella y muy cálido y cariñoso. Había creído que Tyler amaba a su familia con la misma feroz y protectora lealtad que mostraba ella. Ahora estaba confusa, deseando que su madre fuera alguien con quien se pudiera hablar, desahogarse.
Jaxon estaba empezando a comprender que el encanto fácil de su padrastro ocultaba su constante necesidad de controlar su mundo y a todos los que vivían en él. Rebecca y Mathew no encajaban en sus expectativas y deberían hacerlo, y se lo haría pagar a los dos.
Jaxon tomó un profundo aliento y tranquilamente empujó la puerta hasta abrir una rendija. Se quedó perfectamente inmóvil como Tyler le había enseñado a hacer cuando había peligro. Tyler tenía a su madre presionada contra la pared, retorciéndole la garganta con una mano. Los ojos de Rebecca estaban a punto de reventar y abiertos de par en par de miedo.
– Fue tan fácil de hacer, Rebecca. Siempre pensó que era tan bueno, que nadie podía con él, pero yo lo hice. Y ahora te tengo a ti y sus críos, justo como le dije que sería mientras estaba sobre él y veía como la vida le abandonaba, y me reía. Él sabía lo que te haría... me aseguré de eso. Siempre has sido tan inútil. Le dije que te daría una oportunidad, pero tú simplemente no podías hacerlo bien, ¿verdad? Él te mimaba justo igual que hacía tu papacito. Rebecca, la pequeña princesa. Siempre rebajándote a mirarnos a los demás. Siempre pensando que eras mucho mejor que nosotros sólo porque tenías todo ese dinero. – Se inclinó más cerca hasta que su frente chocó con la de Rebecca, y los escupitajos de saliva la salpicaron cuando pronunciaba cada palabra. – Todo tu precioso dinero iría ahora a mí si algo te ocurriera, ¿verdad? – La sacudió como a una muñeca de trapo, algo fácil de hacer, ya que Rebecca era una mujer pequeña.
En ese momento, Jaxon supo que Tyler iba a matar a Rebecca. La odiaba, y odiaba a Mathew. Jaxon fue lo suficientemente lista como para comprender eso, incluso oyendo las cosas fuera de contexto, y que Tyler muy probablemente había asesinado a su padre. Ambos eran Navy SEALs y no muy fáciles de matar, pero su padre no habría esperado que su mejor amigo le traicionara.
Podía ver los ojos de su madre intentando desesperadamente indicarle de que se fuera. Rebecca tenía miedo por Jaxon, miedo de que si interfería, Tyler se volvería contra ella.
– ¿Papacito? – Deliberadamente pronunció la palabra suavemente en la noche amenazadora. – Algo me despertó. Y he tenido un mal sueño. ¿Te sentarás conmigo? ¿No te importa, verdad, Mami?
Llevó unos minutos que la tensión abandonara los hombros tensos de Tyler. Sus dedos soltaron lentamente la garganta de Rebecca. El aire volvió a los pulmones de la mujer, aunque permaneció acobardada contra la pared, congelada por el terror, intentando suprimir la tos que surgía de su garganta magullada. Su mirada estaba inmóvil sobre la cara de Jaxon, desesperadamente, silenciosamente, intentando advertir a su hija del peligro. Tyler estaba completamente loco, era un asesino, y no había forma de escapar de él. La había advertido de lo que ocurriría si intentaba dejarle, y Rebecca sabía que no tenía fuerzas para salvarles. Ni siquiera a Mathew Junior.
Jaxon sonrió hacia Tyler con confianza infantil.
–Siento molestarte, pero de verdad oí algo, y el sueño era tan real. Cuando tú estás conmigo, siempre me siento a salvo. – El estómago se le encogió, protestando contra la terrible mentira, las palmas de las manos le sudaban, aunque se las arregló para parecer perfectamente inocente. Tyler lanzó a Rebecca una mirada dura sobre el hombro y tomó la mano de Jaxon.
– Vete a la cama, Rebecca. Yo me sentaré con Jaxon. Díos sabe que tú nunca lo has hecho, ni siquiera cuando está enferma.
Su mano era fuerte, y todavía podía sentir la tensión en él, aunque Jaxon también podía sentir la calidez que siempre exudaba cuando estaban los dos juntos. Fuera lo que fuera lo que había poseído a su padrastro momentos antes pareció desvanecerse una vez estuvo físicamente ligado a Jaxon.
En los dos años que siguieron, Jaxon y Rebecca intentaron ocultar su creciente preocupación por la salud mental de Tyler a Mathew Junior. Mantenían al niño tan lejos de Tyler como era posible.
El chico parecía ser una especie de catalizador, cambiando al que una vez había sido un hombre amoroso. Tyler se quejaba a menudo de que Mathew le miraba fijamente. Mathew había aprendido a bajar la mirada cuando Tyler estaba en la habitación. Tyler miraba al niño fríamente, desapasionadamente, o con odio absoluto. Miraba a Rebecca con ojos extraños. Sólo Jaxon parecía ser capaz de conectar con él, de mantenerle centrado. Eso la asustaba, era una terrible responsabilidad.
Podía ver el mal creciendo con más y más fuerza dentro del "Tío" Tyler, y después de un tiempo su madre confiaba completamente en que Jaxon para que tratara con él. Se quedaba en su habitación, tomando las píldoras que Tyler le suministraba, ignorando a sus dos hijos.
Cuando Jaxon intentaba decirle que tenía miedo de que Tyler hiciera daño a Mathew, Rebecca se echaba las mantas sobre la cabeza y se mecía hacia delante y atrás, haciendo un ruido extraño. Desesperada, Jaxon intentó contar a "Tío Russell" y los otros miembros del equipo de Tyler que algo podía ir mal en él. Los hombres simplemente se rieron y le contaron a Tyler lo que había dicho.
Se puso tan furioso, Jaxon estaba segura de que mataría a toda la familia. Aunque había sido ella la única que había hablado, echó la culpa a Rebecca, repitiendo una y otra vez que ella había obligado a Jaxon a mentir sobre él. Golpeó tanto a Rebecca, que Jaxon quiso llevarla al hospital, pero Tyler se negó. Rebecca se quedó en su cama durante semanas y estuvo confinada en casa desde entonces. Jaxon pasaba gran cantidad de tiempo creando un mundo de fantasía para Tyler, fingiendo creer que todo iba bien en casa. Mantenía a su hermano lejos de él y desviaba su cólera lejos de su madre tanto como era posible. Pasaba más y más tiempo con Tyler en el campo de entrenamiento, aprendiendo tanto como podía de autodefensa, armas, ocultamiento, y rastreo. Era el único momento en que sabía que su madre y su hermano estaban verdaderamente a salvo. Los otros SEALs contribuían a su entrenamiento, y Tyler parecía normal en esos momentos.
Rebecca se había retraído casi totalmente del mundo real, pero Jaxon no se atrevía a coger a Mathew y huir, mientras tuviera que dejar a su madre atrás, y estaba segura de que Tyler mataría a Rebecca. El pequeño Mathew y Jaxon tenían su propio mundo secreto que no se atrevían a compartir con nadie más; vivían en un miedo constante.

Jaxon, decimoquinto cumpleaños.
Sentada en la clase de ciencias, de repente lo supo. Lo sintió, una abrumadora premonición de peligro. Recordó jadear en busca de aliento, sus pulmones se negaban a trabajar. Jaxon salió corriendo de la clase, tirando sus libros y papeles del escritorio se forma que se desparramaron por el suelo tras ella. El profesor la llamó, pero Jaxon le ignoró y continuó corriendo. El viento parecía apresurarse tras ella mientras recorría las calles velozmente, tomando todos los atajos que conocía.
Mientras se acercaba a la casa, Jaxon se refrenó bruscamente, con el corazón martilleando. La puerta delantera estaba abierta de par en par, una invitación a entrar. Al momento la oscuridad abarcó su mente. Sintió la aguda urgencia de detenerse, de dar la vuelta, la premonición era tan fuerte que la mantuvo congelada durante un momento. Mathew se había quedado en casa enfermo y no había ido a la escuela. El pequeño Mathew, que se parecía tanto a su padre, que podía poner a Tyler tan mortalmente furioso tan fácilmente. Su Mathew.
Tenía la boca seca, y el sabor del miedo era que fuerte que temió ponerse enferma. Se le encogió el estómago, y el martilleo de su corazón se incrementó hasta que ahogó casi por completo la abrumadora urgencia de su propio instinto de autoconservación. Jaxon obligó a su pie derecho a adelantarse. Un paso. Era difícil, como caminar a través de arenas movedizas. Tenía que mirar dentro de la casa. Tenía que hacerlo. El impulso era tan fuerte como el instinto de supervivencia. Un hedor flotó hasta ella, un olor extraño, aunque cada instinto que poseía le dijo lo que era.
¿Mamá? – Susurró la palabra en voz alta, un talismán que haría que su mundo volviera a estar bien, que apartaría la verdad y el conocimiento que latía en su cabeza.
La única forma en que pudo obligar a su cuerpo a moverse fue mantenerse a un lado de la casa y abrirse paso dolorosamente centímetro a centímetro hacia adelante. Estaba luchando contra sus propios instintos, luchando contra la reluctancia a enfrentar lo que había allí. Manteniendo una mano presionada firmemente contra la boca para evitar gritar, volvió la cabeza lentamente para permitir que sus ojos vieran el interior de la casa.
El salón parecía ser el mismo de siempre. Familiar. Confortable. Pero eso no hizo nada por detener el miedo. En vez de eso, se sintió aterrorizada. Jaxon se obligó a seguir hasta el vestíbulo. Vio una brillante mancha de sangre roja en el marco de la puerta de la habitación de Mathew. Su corazón empezó a latir tan fuerte que tuvo miedo de que pudiera salírsele del pecho. Jaxon siguió abriéndose por el vestíbulo hasta que estuvo justo fuera de la habitación de Mathew. Rezó fervorosamente mientras con un dedo empujó lentamente la puerta.
El horror de lo que vio quedaría impreso en su cerebro para siempre. Las paredes estaban salpicadas de sangre, la colcha estaba empapada de ella. Mathew yacía tendido desgarbadamente sobresaliendo por un lateral de la cama, la cabeza le colgaba fuera del colchón en ángulo recto. Las cuencas de sus ojos estaban vacías, sus ojos una vez sonrientes se habían ido para siempre. No podía contar las heridas de puñaladas de su cuerpo. Jaxon no entró en la habitación. No podía. Algo más poderoso que ella la detenía. No pudo mantenerse en pie, se deslizó inesperadamente hasta el sueño en un montón acurrucado, un grito silencioso de absoluta negación la atravesó. No había estado allí para defenderle. Para salvarle. Era responsabilidad suya. Ella era la fuerte, aún así había fallado, y Mathew, con sus brillantes rizos y su amor a la vida, había pagado el precio final.
Jaxon no quería moverse, pensó que no podría. Pero entonces su mente pareció quedarse misericordiosamente en blanco, y fue capaz de ponerse en pie apoyándose en la pared y proceder a recorrer el vestíbulo hasta el dormitorio de su madre. Ya sabía lo que encontraría. Se dijo a sí misma que estaba preparada.
Esta vez la puerta estaba abierta de par en par. Jaxon se obligó a mirar dentro. Rebecca estaba tirada acurrucada en el suelo. Sabía que era su madre por la mata de pelo rubio que se extendía como un halo alrededor de la cabeza aplastada. El resto de ella estaba demasiado machacado y ensangrentado como para reconocerla. Jaxon no podía apartar la mirada. Se le cerró la garganta, estrangulándola. No podía respirar.
Oyó un sonido. El indicio de un sonido en realidad, pero fue suficiente para sus oídos entrenados durante años. Saltó a un lado, volviéndose para enfrentar a su padrastro. Tenía las manos y brazos cubiertos de sangre, la camisa salpicada y manchada. Sonreía, con la cara serena y los ojos cálidos en bienvenida.
– Ahora nos iremos, cielo. Nunca más tendremos que escuchar sus lloriqueos. – Tyler extendió una mano hacia ella, claramente esperando que la tomara.
Jaxon dio un cauteloso paso hacia atrás retrocediendo hasta el vestíbulo. No quería alarmar a Tyler. No parecía notar que estaba cubierto de sangre.
– Se supone que tendría que estar en la escuela, Tío Tyler. – Su voz no sonó natural ni siquiera a sus propios oídos.
Un repentino ceño cruzó la cara de él.
– No me has llamado Tío Tyler desde que tenías ocho años. ¿Qué ha pasado con Papá? Tu madre te ha vuelto contra mí, ¿verdad? – Avanzaba hacia ella.
Jaxon permaneció muy tranquila, totalmente inmóvil, con una mirada inocente en la cara.
– Nadie podría volverme contra ti. Eso sería imposible. Y sabes que Mamá no quiere tener nada que ver conmigo. – Tyler se relajó visiblemente. Estaba lo suficientemente cerca como para tocarla. Jaxon no podía permitir eso, su tremenda autodisciplina no se extendería lo suficiente como para permitir que él la tocara con la sangre de su familia en las manos. Golpeó sin advertencia, lanzando un puño directo a la garganta, pateándole la rótula con fuerza. En el momento en que conectó, Jaxon se volvió y corrió. No volvió la vista atrás ni una vez. No se atrevió. Tyler estaba entrenado para responder a pesar de estar herido. En cualquier caso, ella era muy pequeña comparada con su padrastro. Sus golpes podrían sorprenderle pero nunca incapacitarle completamente. Con suerte su patada podría haberle roto la rodilla, pero lo dudaba. Jaxon corrió a través de la casa y directamente hacia la puerta. A Rebecca siempre le había gustado la protección de la base naval, y ahora Jaxon lo agradeció. Gritó a pleno pulmón, cruzando la calle directamente hacia la casa de Russell Andrews.
La mujer de Russell, Bernice, salió corriendo a encontrarse con ella.
– ¿Qué pasa, cariño? ¿Estás herida?
Russell se unió a ellas, rodeando los esbeltos hombros de Jaxon con un brazo.
– ¿Está enferma tu madre?
Sabía que no era eso, conocía a Jaxon. Siempre había sido una niña completamente controlada, tranquila bajo el fuego, siempre pensativa. Si Rebecca estuviera enferma, Jaxon habría llamado pidiendo asistencia médica. Ahora mismo tenía la cara tan pálida, que parecía un fantasma. Había horror en sus ojos, terror en su expresión. Russell miró al otro lado de la calle hacia la silenciosa casa cuya puerta estaba abierta de par en par. El viento soplaba, el aire estaba crispado y frío. Por alguna razón desconocida, la casa le daba escalofríos.
Russell empezó a cruzar la calle. Jaxon le cogió del brazo.
– No, Tío Russell, no lo hagas. No puedes salvarlos. Ya están muertos. Llama a la policía militar.
– ¿Quién está muerto, Jaxon? – Preguntó Russell tranquilamente, sabiendo que Jaxon no mentiría.
– Mathew y mi madre. Tyler les mató. También le dijo a Mamá que él había matado a mi padre. Ha estado tan raro y violento últimamente. Odiaba a Mamá y a Mathew. Intenté contároslo pero ninguno de vosotros me creyó. – Jaxon estaba sollozando, con las manos sobre la cara. – No me escuchaste. Ninguno de vosotros me escuchó. – Se sentía tan enferma, su estómago se revelaba, su mente revivía las escenas que acababa de ver hasta que pensó que se volvería loca. – Había tanta sangre. Le arrancó los ojos a Mathew. ¿Por qué haría eso? Mathew era solo un niño.
Russell la empujó hacia Bernice.
– Cuida de ella, cariño. Está entrando en shock.
– Los ha matado a todos, a toda mi familia. Ha apartado a todos de mí. No les salvé. – dijo Jaxon suavemente.
Bernice la abrazó firmemente.
–No te preocupes, Jaxon, nos tienes a nosotros.

Jaxon, a los diecisiete años
– Hey, guapa. – Don Jacobson se inclinó para revolver la mata de salvaje pelo rubio de Jaxon. Intentó no parecer demasiado posesivo. Jaxon siempre apartaba a todo el que intentaba acercarse a ella. Había erigido una pared tan alta a su alrededor, que nadie parecía ser capaz de entrar en su mundo. Desde la muerte de su familia, Don la había visto reír sólo con Bernice y Russell Andrews y su hija, Sabrina. Sabrina era dos años mayor que Jaxon y estaba en casa para las vacaciones de primavera.
– ¿A qué viene tanta prisa? El Jefe me ha dicho que tus tiempos son mejores que los de sus nuevos reclutas.
Jaxon sonrió bastante ausentemente.
– Mis tiempos son siempre mejores que los de sus nuevos reclutas cada vez que se consigue un grupo nuevo. He estado entrenando toda mi vida. Tengo que ser más que buena, o sino el jefe me habría largado hace ya mucho tiempo. Lástima que las mujeres no puedas servir en los SEAL. Es la única cosa para la que valgo. Me gradué antes de tiempo con muy buenas notas, y ahora no tengo ni idea de lo que quiero hacer. – Se pasó una mano cuidadosamente por el pelo, despeinándoselo todavía más. – Soy más joven que la mayoría de los otros estudiantes, pero, si te digo la verdad, me siento mucho más vieja que la mayoría de ellos, algunas veces quiero gritar. – Don tuvo el ardiente deseo de abrazarla, de reconfortarla.
– Siempre has sido lista, Jaxx. No permitas que nadie te detenga. – Sabía que su desasosiego se debía en realidad a que no había superado el trauma de lo que le había ocurrido a su familia. ¿Cómo podría? Dudaba que alguien pudiera superarlo. – Así que, ¿hacia dónde corres?
– Sabrina está en casa, y vamos a ir al cine esta noche. Prometí que no llegaría tarde. – Jaxon hizo una mueca. – Siempre llego tarde cuando voy al centro de entrenamiento. Nunca parezco salir de allí a tiempo. – El curso de entrenamiento estaba en el lugar de su mente que de otro modo estaría lleno de otras cosas en las que no podía pensar, no podía seguir recordando. Trabajaba duro en su entrenamiento físico, manteniendo a los demonios apartados al menos por un rato.
Hacía mucho que Jaxon no se sentía a salvo, no podía recordar lo que era una buena noche de sueño. Tyler Drake estaba todavía en alguna parte, escondido. Ella sabía que estaba cerca, le sentía observarla a veces. Sólo Russell la creía cuando se le contaba. Ahora Russell la conocía. Jaxon no cedía a la imaginación. No era propensa al histerismo. Tenía una especie de fuerte sexto sentido que la advertía cuando se acercaba el peligro. Se había entrenado junto a Tyler durante años. Si ella identificaba un rastro como suyo, Russell la creía absolutamente.
– ¿Qué película? – Preguntó Don. – No he visto una buena película desde hace mucho. – Evidentemente buscaba una invitación a acompañarla.
Jaxon no pareció notarlo. Se encogió de hombros, súbitamente distraída.
– No estoy segura. Sabrina la escogió. 
Su corazón empezó a bombear. Era una locura. Estaba a campo abierto con un chico al que conocía de toda la vida, aún así se sentía aparte, lejos, y peculiarmente sola. La oscuridad se extendió en su interior, y con ella un terrible miedo.
Don la tocó entonces. Se había quedado tan quieta y pálida que tuvo miedo por ella.
– ¿Jaxon? ¿Estás enferma? ¿Qué pasas?
 –Algo va mal. – Susurró las palabras tan suavemente, que Don casi se las perdió.
Jaxon corrió pasando a Don, echándole a un lado. Él corrió a su lado, no queriendo dejarla en tal estado. Jaxon siempre era tan fría y retraída, Don no podía creer que la estuviera viendo así. No le miraba para nada, en vez de eso corría directamente hacia su casa adoptiva. Tras de las muertes de su madre y su hermano y la misteriosa desaparición de su padrastro, Russell y Bernice Andrews habían acogido a Jaxx y le habían dado en hogar amoroso. Russell y los otros miembros de su equipo SEAL habían continuado entrenándola, comprendiendo que necesitaba la acción física para aliviar los recuerdos de su traumático pasado. El padre de Don era parte de ese equipo y hablaba con frecuencia a su hijo de la tragedia. Nadie estaba absolutamente seguro de si Tyler había matado en realidad a Mathew Montgomery como había alardeado ante Rebecca, pero no había ni la más ligera duda de que había matado a Rebecca y Mathew Junior.
Don tuvo un mal presentimiento mientras corría junto a Jaxon. Era difícil mantener el paso; él estaba en buena forma y era mucho más alto que ella, aún así ya estaba sudando. Jaxon tenía una expresión en la cara que le decía que sabía algo que él no. Algo terrible. Deseó tener a mano un teléfono móvil. Mientras doblaban una esquina, divisó a un PM.
– ¡Eh, síguenos! ¡Vamos, algo va mal! – Lo gritó con convicción, sin ningún temor a quedar como un idiota. Esta vez lo supo; lo supo del mismo modo que Jaxon lo sabía mientras corrían por la calle hasta su hogar adoptivo.
Jaxon se detuvo bruscamente en el camino de entrada, mirando hacia la puerta. Estaba parcialmente abierta como si invitara a entrar. Don empezó a pasarla, pero ella le cogió del brazo. Estaba temblando.
– No entres. Todavía podría estar ahí.
Don intentó rodearla con un brazo. Nunca había visto a Jaxon tan alterada. Parecía frágil y afligida. Ella le empujó a un lado, con la mirada fija en el patio circundante, investigando el terreno.
– No me toques, Don. No te acerques a mí. Si él cree que me importas algo, encontrará una forma de matarte.
– No sabes que pasa en esa casa, Jaxx. – Protestó. Pero una parte de él no quiso ir a comprobar si ella tenía razón. La maldad parecía inundar la casa. Los PMs se abrieron paso por el camino de entrada.
– Chicos será mejor que no nos estéis haciendo perder el tiempo. ¿Qué pasa aquí? ¿Sabéis de quién es esta casa? –Jaxon asintió.
– Mía. La casa de los Andrews. Tenga cuidado, creo que Tyler Drake ha estado aquí. Creo que ha vuelto a matar. – Se dejó caer sentándose bruscamente en el césped, sus piernas agotadas.
Los dos PMs se miraron el uno al otro.
– ¿Esto es en serio? – Todo el mundo había oído hablar de Tyler Draker, un ex SEAL que supuestamente había asesinado a su familia, eludido la captura, y estaba todavía escondido en alguna parte. – ¿Por qué volvería aquí?
Jaxon no respondió. La oscuridad de su interior era su respuesta. Tyler había matado a la familia Andrews porque la habían acogido. Ella era suya, y en su mente retorcida ellos habían usurpado su lugar. Debería habérsele ocurrido que haría tal cosa. Había matado a su padre, creyendo que no tenía derecho a tenerla. Lo mismo con su madre y su hermano. Por supuesto que mataría a los Andrews. Para él tendría perfecto sentido. Dobló las piernas y empezó a mecerse adelante y atrás. Sólo levantó la mirada cuando los dos PMs se apresuraron a salir de la casa y empezaron a vomitar sobre el césped inmaculado.                                                                                                                                                                                                                                                                                 

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary