Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 1



Uno

La primera vez que posó los ojos sobre ella, salía de debajo del enorme autobús del grupo con una linterna y una llave inglesa en las manos. Era pequeña, de la altura de una niña; en un principio pensó que se trataba, como mucho, de una adolescente, vestida con un mono de tirantes muy holgado, y el pelo cobrizo recogido en una coleta. Tenía la cara sucia, con manchas de tierra y grasa. De repente, se giró y entonces captó la imagen de unos senos firmes y turgentes que se marcaban bajo el delgado top de algodón que llevaba bajo el mono. Darius, hechizado, la miró fijamente; incluso a la luz de la luna, su cabello rojizo emitía destellos de fuego.
Poder afirmar que su pelo era cobrizo lo dejó aturdido; él era un oscuro e inmortal hombre de los Cárpatos, que había perdido la cuenta de los innumerables siglos que llevaba viviendo percibiendo tan sólo el blanco y el negro. No había informado de este hecho, junto con la consecuente falta de emociones, a su hermana pequeña, Desari, que seguía siendo igual de dulce y compasiva que siglos atrás, como se suponía que debía ser una mujer de los Cárpatos. Ella poseía todo aquello de lo que él carecía; Desari dependía de él, lo mismo que el resto de su grupo, y no deseaba incomodarla con el asunto de su cada vez más próximo suicidio, le quedaba muy poco tiempo para entregarse al sol del amanecer que causaría su propia destrucción o se transformaría en un vampiro, en un no-muerto en lugar de un inmortal.
Que esta pequeña desconocida del mono ancho estuviera captando toda su atención lo tenía desconcertado; pero el movimiento de sus caderas estaba logrando que su cuerpo se sacudiera con fuerza, despertando una profunda necesidad. Darius contuvo la respiración y la siguió a distancia mientras ella rodeaba el autobús y desaparecía de su vista.
—Debes estar cansada, Rusti. ¡Has estado todo el día trabajando! —gritó Desari.
Darius no podía ver a su hermana desde donde se encontraba, pero como siempre sucedía, escuchó su voz; una mezcla de notas musicales que hacía girar las cabezas y sugestionaba a cualquier ser vivo.
—Coge un zumo de fruta de la nevera de la caravana, y relájate unos minutos. No puedes arreglarlo todo el mismo día —continuó Desari.
—Sólo un par de horas más y tendré esto listo y funcionando —contestó la pequeña pelirroja. Su voz dulce, aunque brusca, tocó la fibra más sensible de Darius, haciendo que la sangre hirviera por sus venas. Permaneció inmóvil, completamente paralizado por la inesperada sensación.
—Insisto, Rusti —dijo Desari con suavidad. Darius conocía aquella entonación, aquella que aseguraba que su hermana siempre se saldría con la suya—. Por favor; ya tienes el empleo de mecánico del grupo, es obvio que eres lo que estábamos buscando. Así es que déjalo durante la noche ¿vale? Verte trabajar tanto me hace sentir como una negrera.
Darius rodeó la caravana con mucha calma, hasta llegar donde se encontraban la pequeña pelirroja y su hermana. Al lado de Desari, esbelta y elegante, la minúscula mecánica, a la cuál aún no le habían presentado, parecía una niña desaliñada; aun así, no podía apartar los ojos de ella. La chica se rió, una risa ronca que tensó el cuerpo de Darius hasta dejarlo dolorosamente endurecido. Incluso a la distancia que se encontraba, podía ver que tenía los ojos de un verde brillante, grandes y rodeados de espesas pestañas; su rostro tenía un óvalo perfecto con elegantes pómulos y sus labios, llenos y exuberantes, pedían a gritos ser besados.
Antes de que Darius escuchara de nuevo su voz, desapareció junto con su hermana, dando un rodeo hasta llegar a la puerta del autobús estropeado. Se quedó allí de pie, paralizado en la oscuridad. Las criaturas de la noche empezaban a moverse, y Darius recorrió el campamento con la mirada, admirando los colores a su alrededor. Verdes intensos, amarillos y azules. Podía ver el color plateado del autobús y el rótulo azul en el lateral del mismo. El pequeño deportivo era de color rojo brillante. Las bicicletas de montaña, aseguradas al autobús, eran amarillas y las hojas de los árboles brillaban con diferentes matices de un verde profundo.
Bruscamente, Darius llenó de aire sus pulmones, recreándose en el particular olor de la desconocida, de modo que pudiera encontrarla en cualquier momento, aún en mitad de una multitud, a partir de ahora podría localizarla donde quiera que estuviese. Ella había conseguido que ya no se sintiera solo; algo insólito. Ni siquiera la conocía pero tan sólo con saber que se encontraba en el mundo, Darius lo veía todo desde una perspectiva diferente. No, él no le había contado a su hermana lo vacía y dura que había sido su vida; o el ser tan peligroso en el que se había convertido; pero al mirar a la chica, sus ojos habían sido ardientes y posesivos, y algo feroz y atávico se había alzado en su interior, exigiendo ser liberado.
Desari salió del autobús y se acercó a su hermano con largas zancadas.
—Darius, no sabía que te habías levantado ya. Estás tan reservado últimamente —sus ojos negros lo estudiaron con atención— ¿Qué ocurre? Pareces… —dudó.
Peligroso. La palabra quedó sin pronunciar, flotando entre ambos. Darius señaló con la cabeza hacia su hogar itinerante.
—¿Quién es ella?
Desari sintió un escalofrío al escuchar su entonación, y se frotó los brazos con las palmas de las manos para alejar la sensación.
—Ya discutimos acerca de contratar un mecánico que nos acompañara en la gira; los vehículos necesitan una puesta a punto y nosotros necesitamos mantener nuestra intimidad. Ya te dije que pondría un anuncio con un hechizo de atracción especial y me diste tu aprobación, Darius. Dijiste que si encontrábamos a alguien que Sasha y Forest tolerasen, estarías de acuerdo; esta mañana temprano apareció Rusti. Los leopardos estaban aquí conmigo, al aire libre, y ninguno de ellos pareció tener problemas con ella.
—¿Y cómo consiguió llegar al campamento atravesando los hechizos de protección y las barreras de seguridad que nos protegen durante el día? —le preguntó con suavidad pero con una velada amenaza en su imperturbable voz.
—Sinceramente, no lo sé, Darius. Sondeé su mente buscando intenciones ocultas, pero no encontré nada. Sus esquemas mentales son diferentes a los de la mayoría de los humanos, pero sólo percibí su necesidad de trabajar, de conseguir un trabajo honesto.
—Es humana —dijo Darius.
—Lo sé —contestó Desari a la defensiva, consciente de que el aire se había vuelto pesado y opresivo con la censura de su hermano— Pero no tiene familia, y dice necesitar mucha intimidad. No creo que le moleste que no estemos a la vista durante el día; le conté que a causa de nuestro trabajo y nuestros desplazamientos durante las horas de la noche, dormimos con frecuencia todo el día; dice que eso le parece bien. Y realmente necesitamos que alguien se ocupe de los vehículos; sabes que es cierto. Sin ellos perderemos nuestra fachada de «normalidad». Y además, podemos manejar a una humana sin ningún problema.
—La dejaste en la caravana, Desari. ¿Por qué no están Sasha y Forest contigo si ella está allí? —preguntó Darius con el corazón en la garganta.
—¡Oh Dios mío! —Exclamó Desari con el rostro mortalmente pálido—. ¿Cómo he podido cometer ese error? —y afligida, corrió hasta la puerta del autobús.
Darius llegó antes que su hermana, abrió la puerta de un tirón y dando un salto al interior se agazapó una vez dentro para enfrentarse, de esta forma, a los dos leopardos, propiedad del grupo, que sin duda estarían amenazando a la diminuta mujer. Se quedó helado, inmóvil, con el pelo largo y negro cayéndole sobre el rostro. La muchacha pelirroja esta acurrucada en el sofá con un enorme leopardo a cada lado; entre los grandes gatos parecía aún más pequeña. Los dos animales le empujaban las manos intentando llamar su atención.
Tempest «Rusti» Trine se incorporó con rapidez cuando el hombre entró como una tromba en el autobús. Parecía salvaje y oscuro; emanaba peligro y poder. Era alto, musculoso como los leopardos, con el pelo largo, espeso y rebelde. Sus ojos, tan negros como la noche, eran grandes e hipnóticos y tan penetrantes como los de los dos felinos. El corazón de Rusti saltó en su pecho y la boca se le secó.
—Lo siento, Desari me dio permiso para entrar —se disculpó para apaciguarlo, intentó apartarse de los leopardos mientras estos seguían frotando los morros contra sus piernas, con riesgo de tirarla al suelo a cada empujón, e intentando lamerle las manos, lo cual ella evitaba, ya que las ásperas lenguas bien podían arrancarle la piel.
Desari saltó al interior del vehículo, pasó al lado del hombre y se detuvo con los ojos de par en par, perpleja.
—Gracias a Dios que estás bien, Rusti. Jamás te habría dicho que entraras sola si me hubiera acordado de los leopardos.
Eso es algo que jamás deberías olvidar —la voz de Darius fue un aterciopelado latigazo directo a la mente de su hermana; había usado el vínculo mental que siempre usaba con ella y que sólo ambos compartían. Desari retrocedió pero no protestó, consciente de que su hermano tenía razón.
—Parecen bastante domesticados —se aventuró Rusti dubitativamente, acariciando primero una moteada cabeza y luego la otra. El ligero temblor de su mano delataba su nerviosismo, provocado por el hombre, no por los felinos.
Darius se incorporó, dejando ver su imponente estatura, muy lentamente. Su presencia era intimidante, sus anchos hombros parecían llenar el autobús y Rusti, instintivamente, retrocedió un paso. Sus ojos la perforaban, manteniendo cautiva su mirada, buscando su alma.
—No, no están domesticados. Son animales totalmente salvajes que no toleran el contacto cercano con humanos.
—¿De verdad? —Los ojos verdes brillaron traviesos durante un instante, mientras alejaba de un empujón al leopardo más grande—. No me di cuenta, lo siento —pero su voz no sonaba apesadumbrada; más bien parecía estar tomándole el pelo; a él.
De algún modo, Darius supo, sin lugar a dudas, que la vida de esta mujer estaría atada a la suya por toda la eternidad; había encontrado lo que Julian, la pareja de Desari, llamaba su compañera. Darius dejó que el ardiente deseo que sentía por ella se reflejara momentáneamente en sus ojos y se quedó muy satisfecho cuando ella retrocedió de nuevo.
—No están domesticados —repitió Darius—. Podrían hacer pedazos a cualquiera que entrara en este autobús. ¿Cómo es que tú estás segura a su lado? —exigió saber con voz profunda e irresistible, la voz de un hombre acostumbrado, obviamente, a ser inmediatamente obedecido.
Los dientes de Rusti apretaron su labio inferior, traicionando su nerviosismo, pero su barbilla se alzaba desafiante.
—Mira, si no me quieres aquí, no hay problema. Ni siquiera hemos firmado un contrato; cojo mis herramientas y me voy —y dio un paso hacia la puerta, pero el hombre era un sólido muro de ladrillos que le bloqueaba el paso. Rusti miró a sus espaldas, echando un vistazo a la puerta trasera, comprobando la distancia y preguntándose si podría llegar hasta allí antes de que el hombre se arrojara sobre ella. Una corazonada le decía que su carrera despertaría los instintos depredadores de aquel tipo.
—Darius —protestó Desari con suavidad mientras posaba una mano en un gesto apaciguador sobre el brazo de su hermano.
Apenas si giró la cabeza y mantuvo los ojos fijos en el rostro de Rusti.
—Déjanos solos —ordenó a su hermana con voz baja y amenazante; incluso los gatos se inquietaron, acercándose aún más a la pelirroja cuyos ojos brillaban como esmeraldas.
Este hombre llamado Darius conseguía asustar a Rusti como nadie jamás lo había hecho; con la mirada le decía que era simple y llanamente suya, su hermosa boca tenía un sesgo de cruel sensualidad y emanaba de todo su cuerpo una abrasadora intensidad de la que ella jamás había sido consciente en ninguna otra persona. Rusti observó cómo su única aliada la abandonaba a su suerte al obedecer a su hermano saliendo de la lujosa caravana.
—Te he hecho una pregunta —dijo Darius con suavidad.
Su voz hizo que Rusti sintiera cientos de mariposas volando en su estómago; era el arma de un hechicero, un arma suave como el terciopelo negro que hacía que olas de inesperado calor ascendieran por su cuerpo. Sintió cómo el rubor ascendía por su cuello hasta llegar a su rostro.
—¿Todo el mundo hace lo que tú ordenas?
Darius esperó tan inmóvil como un leopardo listo para saltar, sus ojos se mantenían fijos en el rostro de Rusti, ni siquiera parpadeaba. Sintió el repentino apremio de contestarle, de confesarle toda la verdad; la necesidad de ser sincera le martilleaba la cabeza y la obligó a masajearse las sienes. Después suspiró, hizo un movimiento de resignación e incluso intentó sonreír.
—Mira, no estoy muy segura de quién puedes ser, aparte de que seas el hermano de Desari, pero creo que ambos nos hemos equivocado. Vi el anuncio donde pedían un mecánico y pensé que me gustaría el empleo porque podría viajar con tu grupo por todo el país —dijo encogiéndose de hombros en un gesto descuidado— No importa; puedo marcharme igual que vine.
Darius estudió la expresión de su rostro; estaba mintiendo. Realmente necesitaba el empleo; estaba hambrienta pero era demasiado orgullosa para decirlo. Sabía disimular muy bien la desesperada situación en la que se encontraba, pero necesitaba trabajar. Ni una sola vez desvió sus ojos verdes de la mirada escrutadora de Darius, todo su cuerpo se erguía en una clara muestra de desafío.
Él se movió en aquel momento, acercándose en un movimiento tan rápido y fluido que Rusti no tuvo oportunidad de salir corriendo; podía escuchar el corazón de la chica latir descontrolado, su sangre fluyendo con rapidez por sus venas, su vida. Posó la mirada sobre el lugar donde el pulso latía alocado en la base del cuello.
—Creo que este trabajo es más que apropiado para ti. ¿Cuál es tu verdadero nombre?
Estaba demasiado cerca; era demasiado grande, demasiado poderoso y amenazador. A esa distancia, Rusti sentía el calor que emanaba de aquel cuerpo, su poderoso magnetismo; ni siquiera la estaba tocando y percibía el calor de la piel de aquel hombre sobre la suya. De repente, sentía la urgente necesidad de huir a toda prisa tan lejos como le resultara posible.
—Todos me llaman Rusti —sonó provocador hasta en sus propios oídos.
Darius sonrió de un modo enloquecedoramente masculino que hizo ver a Rusti que estaba percibiendo su miedo; pero la sonrisa no llegó a caldear el hielo negro de sus ojos. Inclinó la cabeza hacia Rusti de modo que ella pudo sentir su aliento sobre el cuello, erizándole la piel con la anticipación. Todas las células de su cuerpo, repentinamente alarmadas, gritaban en advertencia.
—Te pregunté por tu nombre —susurró sobre su yugular.
Rusti inspiró profundamente y consiguió permanecer completamente inmóvil e impávida. Si aquello era un juego, no podía permitirse ni un solo movimiento en falso.
—Me llamo Tempest Trine; pero todo el mundo me llama Rusti.
Sus dientes blancos asomaron de nuevo en una sonrisa; tenía la apariencia de un hambriento depredador vigilando a su presa.
—Tempest; te pega. Yo soy Darius; soy el guardián del grupo. Aquí se hace lo que yo digo. Obviamente ya has trabado amistad con mi hermana pequeña, Desari. ¿Conoces al resto de la banda? —y al decir aquello, sintió una ira desconocida que le atravesaba el cuerpo ante el simple hecho de verla cerca de cualquiera de los otros hombres. Y en ese mismo momento comprendió que hasta que no la hiciera completamente suya, sería extremadamente peligroso, no sólo para los humanos sino también para los suyos. En todos los siglos de su existencia, incluso en los años de su juventud, cuando el dolor y la alegría aún estaban en su vida, jamás había experimentado unos celos, una posesividad o cualquier tipo de emoción remotamente comparable a lo que estaba sintiendo. No había comprendido lo que era la ira hasta entonces; debía tener presente el enorme poder que esta mujer poseía sobre él.
Rusti negó con la cabeza; se alejaba poco a poco de la intensidad de aquel hombre, del modo en que hacía que su corazón latiera sobresaltado y frenéticamente, miraba una y otra vez la puerta trasera. Pero Darius estaba demasiado cerca como para que su intento de fuga resultara efectivo; de modo que miró fijamente a los grandes felinos, se concentró en ellos y les transmitió sus pensamientos, un don que poseía desde el día que nació aunque nunca lo había confesado en voz alta. El más pequeño de los dos leopardos, el que tenía el pelaje más claro, se movió para interponerse entre ella y Darius, enseñando los dientes con un gruñido amenazador. Darius se inclinó y posó una mano sobre la cabeza del felino para calmarlo.
No te muevas, amiga; jamás haría daño a esta chica. Está intentado huir de nosotros, lo leo en su mente y no puedo permitirlo. Tú tampoco lo permitirás.
Con mucha rapidez, el felino se movió y se colocó justo delante de la puerta trasera, dejando a Rusti sin ninguna posibilidad de huir.
—Traidora —siseó al leopardo hembra olvidándose por un momento de la presencia de Darius, que en un gesto pensativo, se frotó la nariz.
—Eres una mujer poco corriente; ¿Te comunicas telepáticamente con los animales?
Rusti bajó la cabeza apartando los ojos de Darius, mientras presionaba sus temblorosos labios con una mano, en actitud culpable.
—No tengo la menor idea de lo que estás hablando. Si aquí hay alguien que se comunica con los animales eres tú; el leopardo está delante de la puerta. No sólo son las personas las que te obedecen ¿verdad?
Él asintió en silencio.
—Todos en mis dominios lo hacen y ahora eso te incluye a ti. No vas a marcharte; te necesitamos tanto como tú a nosotros. ¿Ya te ha dicho Desari dónde puedes dormir? —no sólo percibía su hambre sino también su cansancio. Le golpeaban las entrañas y sus instintos de hombre protector rugían despertando a la vida.
Rusti lo miró fijamente, sopesando sus opciones; en el fondo de su mente sabía que Darius las había echado todas por tierra. No dejaría que se marchara; lo percibía en el sesgo despiadado de su boca, en la expresión decidida de su rostro y en sus negros ojos carentes de alma. Podía dejarlo pasar y disimular, no decir nada al respecto y no desafiarlo; aquel hombre estaba rodeado de un aura de poder. Ya había estado en situaciones peligrosas con anterioridad, pero esto era totalmente diferente. Quería salir corriendo… pero también quería quedarse.
Darius se acercó, alargó un brazo y tomó la barbilla de Rusti con dos dedos, moviéndole la cabeza para poder mirar directamente a los ojos verdes. Con sólo dos dedos; no necesitó más. Pero para ella parecieron cadenas que los unían de un modo inexplicable; sintió el impacto de su mirada, el ardor que dejaba en su cuerpo y que la marcaba como suya. Nerviosa, se humedeció el exuberante labio inferior con la punta de la lengua, lo que hizo que el cuerpo de Darius se tensara con una demanda urgente y sofocante.
—No vas a salir corriendo, Tempest. No creas que puedes marcharte; necesitas el empleo y nosotros te necesitamos. Limítate, simplemente, a seguir las reglas.
—Desari me dijo que podía dormir aquí —contestó sin darse cuenta. No sabía qué hacer; sin tener en cuenta que sólo le quedaban veinte dólares, había pensado que aquel era el trabajo perfecto. Era una excelente mecánico de automóviles, disfrutaba viajando, le gustaba estar sola y le encantaban los animales. Cuando leyó el anuncio sintió que la buscaban a ella y la había atraído hasta ese lugar, como si fuese la persona idónea. Una extraña sensación de apremio la había impulsado a ir en busca de esas personas, completamente convencida de que el trabajo sería suyo. Debería haber caído en la cuenta de que todo era demasiado perfecto para ser verdad. Suspiró quedamente sin pensar.
El pulgar de Darius acarició ligeramente su barbilla, sintiéndola temblar pero manteniéndose firme en su lugar.
—Siempre hay un precio que pagar —añadió Darius como si le leyera el pensamiento. Movió la mano hasta rozar su pelo y acariciar las cobrizas hebras de su melena sin poder evitarlo.
Rusti permaneció totalmente inmóvil, como un animalillo atrapado por una pantera en mitad de la llanura; sabía que estaba en una situación extremadamente peligrosa y aún así, no podía dejar de mirar a Darius de forma desvalida. Estaba hipnotizándola o algo así, utilizando su oscura y ardiente mirada; no podía apartar los ojos de su rostro y era incapaz de moverse.
—¿Es muy alto el precio? —su voz sonó brusca y sofocada. Le resultaba imposible mirar hacia otro lado, por mucho que su mente se lo pidiera a gritos.
Darius se acercó hasta que sus duros músculos presionaron la suavidad del cuerpo de Rusti; la rodeaba por todos lados, y en un momento pensó que formaba parte de él. En el fondo, Rusti sabía que debería apartarse para romper el hechizo en el que la estaba envolviendo, pero no tenía fuerza suficiente para hacerlo. En aquel momento, sintió que estrechaba entre sus brazos, atrayéndola aún más hacia su cuerpo y el corazón de Rusti dio un vuelco ante la ternura de un hombre tan fuerte y poderoso. Darius le susurró algo suave y relajante, algo irresistible, era un hechicero usando sus poderes para seducirla.
Rusti cerró los ojos. Repentinamente, el mundo pareció cubrirse de una neblina y se encontró en un estado de ensueño. No podía moverse y no quería hacerlo; y esperó aquel momento sin aliento. Los labios de Darius rozaron su sien, alcanzando la oreja y dejando pequeñas caricias a lo largo de la mejilla hasta llegar a la comisura de sus labios; allí donde se posaba su boca, el cálido aliento dejaba un rastro de fuego. Rusti sintió que se partía en dos; una parte de ella veía bien lo que estaba ocurriendo, todo era perfecto; pero su otra mitad la presionaba para que saliera corriendo y se alejara todo lo que pudiera. La lengua de Darius acarició su cuello en una caricia aterciopelada y a la vez un tanto áspera, que hizo que se estremeciera de los pies a la cabeza y que sus entrañas sintieran un repentino ardor. Darius cerró los dedos alrededor de su nuca y la acercó todavía más, de nuevo pasó la lengua por su cuello; Rusti sintió un calor abrasador en la piel bajo la que latía frenético el pulso. El dolor la atravesó, dejando paso a un increíble placer erótico. Jadeó y descubrió que aún le quedaban fuerzas gracias a su instinto de supervivencia y se revolvió entre los brazos de Darius, empujándole en el pecho. Él se movió ligeramente pero no disminuyó su abrazo; una especie de somnolencia se apoderó de Rusti. De repente, se encontró más que dispuesta a darle cualquier cosa que él le pidiera. Aún tenía sentimientos encontrados, por una parte se sentía muy cómoda allí encerrada y desvalida en el oscuro abrazo, pero por otra estaba totalmente aturdida y horrorizada. Sentía su cuerpo arder de pasión, de necesidad. Su mente aceptaba por completo lo que Darius le estaba haciendo, estaba tomando su sangre y reclamándola como suya. De alguna manera, Rusti sabía que no iba a matarla, su intención era poseerla; y del mismo modo, supo que Darius no era humano. Rusti cerró los ojos y sintió que le flaqueaban las rodillas. Él le deslizó un brazo bajo las piernas para alzarla, acunándola en su regazo mientras se alimentaba de ella. La sentía dulce y cálida, su sabor no se parecía a nada que él hubiese probado hasta entonces. Su cuerpo ardía por ella. Aún bebiendo su sangre, la llevó hasta el sofá, saboreando su esencia, incapaz de dejar de tomar lo que era suyo por derecho. Y Rusti era suya. Lo sentía, lo sabía y no aceptaría lo contrario.
Se dio cuenta de lo que ocurría cuando la cabeza de Rusti cayó inerte hacia atrás, mostrando su esbelto cuello. Soltando una elocuente maldición contra sí mismo, cerró la herida con un lametón y se inclinó para comprobar el pulso. Había tomado mucha más sangre de la que ella podía dar; sentía su cuerpo contraerse aún con una exigencia salvaje e implacable. Pero Tempest Trine era una mujer menuda, humana y no podía afrontar una pérdida de sangre como aquélla. Peor aún, lo que estaba haciendo estaba estrictamente prohibido, estaba rompiendo todas las reglas que conocía. Cada una de las leyes que él mismo había inculcado a los demás y les había exigido que cumplieran. Pero no podía detenerse, tenía que hacer suya a esta mujer. En verdad, una humana podía usarse para satisfacer el deseo sexual, un simple deseo físico, si es que uno era capaz de sentir esa sensación. Y también se podía usar para alimentarse de ella siempre que la cantidad de sangre extraída no le supusiera la muerte. Pero ambas cosas a la vez jamás; era tabú. Darius sabía que si Rusti no se hubiera desmayado por la pérdida de sangre, habría tomado su cuerpo; y no una sola vez, sino una y otra y otra. Y habría matado a cualquiera que hubiese intentado detenerlo, que hubiese intentado apartarla de él.
¿Le había ocurrido? ¿Se estaba transformando en un vampiro? ¿Le estaba sucediendo aquello que todo hombre de su raza temía por encima de todo? No le importaba. Sólo sabía que Tempest Trine era lo más importante para él, que era la única mujer que había querido después de innumerables siglos de soledad y vacío. Ella le hacía ver, había traído el color y la vida a su inhóspito mundo, y ahora que había vuelto a sentir, no regresaría jamás a su desolada existencia anterior.
Acunándola entre sus brazos, se acercó la muñeca a la boca para hacerse una herida con sus propios dientes; pero algo le detuvo. No parecía apropiado alimentarla de aquella manera. En lugar de eso, se desabrochó despacio la inmaculada camisa de seda mientras inesperadamente, sentía que su cuerpo se tensaba anticipando lo que ocurriría. Una de sus uñas se alargó hasta convertirse en una garra afilada y abrió una incisión en su pecho hacia la que acercó la boca de Rusti. Su sangre era antigua, poderosa y haría que se recuperara de inmediato. Mientras la acercaba, Darius buscó su mente. En el estado de inconsciencia en el que se encontraba, era relativamente fácil tomar control de su voluntad y forzarla a hacer lo que él quisiera. Pero se quedó perplejo ante la mente de Rusti; Desari estaba en lo cierto, la mente de su compañera no seguía los patrones normales de una mente humana. Era mucho más parecida a la mente de los astutos e inteligentes leopardos con los que él solí correr. No exactamente igual, pero sí definitivamente diferente a un cerebro humano. Por el momento, no importaba; podía controlarla con facilidad, exigiendo que bebiera para reponer lo que él había tomado. De algún lugar de su mente surgió una antigua letanía y se descubrió a sí mismo pronunciando las palabras del ritual, inseguro de su procedencia y consciente tan sólo de que debía decirlas. Usó la antigua lengua de su gente y después las repitió en inglés. Inclinándose de forma protectora sobre Rusti, mientras le acariciaba el pelo, le susurró las palabras suavemente al oído.
Yo te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Para compartirlo todo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo primero para mí. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado.
Mientras pronunciaba en voz alta las palabras, sintió que su cuerpo se estremecía de forma curiosa y que la terrible tensión se desvanecía, a la par que cada palabra tendía una minúscula hebra entre su alma y la de Rusti, y entre sus corazones. Ella era suya, al igual que él pertenecía a Rusti. Pero no estaba bien; ella era mortal y él un inmortal hombre de los Cárpatos. Rusti envejecería y él no, pero aún así no le importaba. Ella se ajustaba a él a la perfección, como si hubiese sido creada para ser sólo suya.
Darius cerró los ojos y la abrazó, saboreando la sensación de tenerla entre sus brazos; se cerró la herida del pecho y se inclinó para dejarla tendida entre los almohadones del sofá. Con exquisito cuidado, casi con adoración, limpió los restos de polvo y suciedad de su rostro.
No recordarás nada de esto cuando despiertes. Sólo sabrás que conseguiste este trabajo y que ahora eres miembro de nuestro grupo. No sabes nada acerca de mi verdadera naturaleza, ni recuerdas que intercambiamos nuestra sangre —y usó un tremendo hechizo que doblegaba la voluntad para reforzar la orden, más que suficiente para convencer a un humano.
Rusti parecía muy joven mientras dormía, con el pelo rojizo enmarcando su rostro. La acarició con dedos posesivos y los ojos llameando con fiereza. Después se giró para enfrentar a los leopardos.
Os gusta; y puede hablar con vosotros ¿verdad? —les preguntó.
Sintió la respuesta, no con palabras sino a través de imágenes que transmitían confianza y sinceridad. Asintió con un movimiento de cabeza.
Es mía y no la dejaré marchar. Cuidadla mientras dormimos hasta el próximo despertar —les ordenó en silencio.
Los dos felinos se restregaron contra el sofá, intentando acercarse todo lo posible a la mujer. Darius acarició su rostro una vez más y después se dio la vuelta para salir de la caravana. Sabía que Desari estaría esperándolo con una acusación en sus tiernos ojos de gacela; estaba de pie, apoyada sobre la cabina del autobús y se veía, por la expresión de su hermoso rostro, que estaba muy confundida. En cuanto lo vio, miró nerviosa hacia la caravana.
—¿Qué has hecho?
—No te metas en esto, Desari. Eres de mi sangre, la persona a la que más quiero y protejo, pero… —Darius se detuvo, sorprendido de haber sido capaz de expresar con palabras una emoción sincera, hacía siglos que no ocurría aquello. De nuevo volvía a sentir amor por su hermana. El sentimiento le golpeaba con fuerza, era real y fuerte, y sintió un tremendo alivio al no tener que echar mano de los recuerdos. Recobró la compostura y continuó— Pero no voy a tolerar que interfieras en este asunto. Tempest se queda con nosotros; es mía. Y los otros no la tocarán.
Desari se llevó las manos a la garganta, mientras su rostro perdía todo el color.
—Darius, ¿qué has hecho?
—No intentes desafiarme, o me la llevaré muy lejos de aquí y os dejaré que os las apañéis por vuestra cuenta.
La boca de Desari tembló.
—Estamos bajo tu protección, Darius. Siempre nos has guiado y siempre te hemos seguido; confiamos en ti, confiamos en tu juicio —entonces dudó—. Sé que jamás harías daño a esta chica.
Darius estudió por un buen rato el rostro de su hermana.
—No, no lo sabes. Y yo tampoco. Lo único que sé es que sin ella, yo sería la causa de la muerte y la destrucción de mucha gente antes de que pudieran destruirme a mí —la oyó jadear por la impresión.
—¿Tan cerca estás, Darius? ¿Tan grave es la situación? —no necesitaba usar las palabras «vampiro» o «no-muerto». Ambos sabían con exactitud de lo que estaban hablando.
—Ella es lo único que se interpone ante la destrucción de nuestra gente y de los humanos por igual. Pero esa línea es muy frágil; no interfieras, Desari. Es la única advertencia que puedo darte —dijo con despiadada e implacable resolución.
Darius siempre había sido el líder reconocido de su pequeño grupo, desde que todos ellos eran niños y tuvo que salvarlos de las garras de la muerte. Aún siendo un jovenzuelo se había impuesto la tarea de protegerlos, entregándose a su labor. Era el más fuerte, el más astuto y el más poderoso. Tenía el don de la sanación; y los demás confiaban en su sabiduría y en su experiencia. Les había conducido durante siglos, manteniéndolos seguros, sin pensar en sí mismo. Desari no podía más que apoyarle en lo único que pedía. No, no lo pedía, lo estaba exigiendo. Sabía que su hermano no exageraba, no mentía, no fanfarroneaba; porque jamás lo había hecho. Todo lo que su hermano decía era cierto.
De mala gana, Desari asintió con la cabeza.
—Eres mi hermano, Darius. Siempre te apoyaré, sea cual sea tu elección.
Se dio la vuelta cuando su compañero se materializó entre destellos justo a su lado. Julian Savage aún conseguía dejarla sin respiración ante la visión de su alto y musculoso cuerpo y sus sorprendentes ojos del color del oro fundido que siempre encerraban una mirada de amor hacia ella. Julian se inclinó para acariciar a Desari en la sien con la calidez de sus labios. Había captado su inquietud a través de su vínculo mental y al instante había regresado y abandonado su búsqueda de una presa. Cuando dirigió la mirada a Darius, su ojos se habían vuelto fríos, y Darius los enfrentó con una mirada igualmente helada.
Desari suspiró suavemente ante aquellos dos hombres dominantes que medían sus fuerzas frente a frente.
—Lo habéis prometido.
Al instante, Julian se apoyó sobre ella con una voz increíblemente tierna.
—¿Hay algún problema?
Darius dejó escapar un sonido de disgusto, un profundo gruñido que salía del fondo de su garganta.
—Desari es mi hermana. Siempre me he ocupado de su bienestar.
Durante un instante, los ojos ambarinos se movieron sobre Darius con fría amenaza. Después, los blancos dientes de Julian asomaron brillantes en un amago de sonrisa.
—Es verdad, y te estoy muy agradecido.
Darius agitó levemente la cabeza; aún no se había acostumbrado a la presencia de otro hombre en su pequeño grupo. Aceptar al recién encontrado compañero de su hermana para que viajara con ellos, era una cosa; que le gustara era algo muy diferente. Julian se había criado en los Cárpatos, de donde eran originarios todos ellos, y aunque se había visto obligado a vivir en soledad, había tenido todas las ventajas que proporcionaban años y años de aprendizaje bajo la tutela de los adultos durante su época de juventud. Darius sabía que Julian era fuerte, además de ser uno de los Cazadores de vampiros más experimentados; sabía que Desari estaba protegida junto a él, pero no podía abandonar su papel de hermano protector. Había ostentado el liderazgo durante demasiados siglos, basándose en el aprendizaje más duro: el que proporcionaba la experiencia.
Varios siglos atrás, en su tierra natal, casi olvidada ya, Darius y otros cinco niños habían presenciado la muerte de sus padres a mano de unos invasores que los consideraban vampiros, asesinándolos con el método ritual: una estaca atravesando el corazón, decapitados y con un puñado de dientes de ajo en la boca. Fue una época traumática y espantosa, los Turcos Otomanos arrasaron su pueblo mientras el sol aún estaba bien alto y sus padres se encontraban en su momento de mayor debilidad. Toda su gente había intentado salvar a los humanos que vivían en la aldea y se habían unido a la lucha a pesar de su vulnerabilidad en ese momento del día. Pero los asaltantes eran muchos y el sol estaba demasiado alto; casi todos habían sido masacrados.
Después, el ejército invasor condujo en manada a todos los niños, humanos y no humanos, hasta una choza de paja a la que prendieron fuego, quemando a todos los que habían sobrevivido a la matanza. Darius se las había ingeniado para crear una ilusión que ocultaba su presencia y la de unos cuantos niños más, una hazaña jamás lograda por alguien tan joven. Cuando vio que una campesina había logrado escapar de la sed de sangre de los asaltantes, ocultó también su presencia y logró someter su voluntad. Introdujo en la mujer la necesidad urgente de escapar de allí y llevar con ella a los niños de los Cárpatos que Darius había salvado. La mujer los guió hacia el valle, y se reunió con su amante, que era el dueño de un bote. Y aunque navegar en mar abierto era algo que ni siquiera se intentaba en aquella época a causa de las abundantes leyendas de serpientes marinas y de la caída que implicaba llegar al fin del mundo, la pequeña tripulación se lanzó lejos de las costas, impulsada por el cruel destino al que se verían enfrentados si eran capturados por el implacable ejército invasor. Los niños se habían acurrucado en la precaria embarcación, aterrorizados y aturdidos por la terrible muerte de sus padres. Incluso Desari, apenas un bebé, era consciente de lo que había ocurrido. Darius les había mantenido a flote, instigándoles a seguir adelante para poder estar todos juntos. Pero entonces, una terrible tormenta se formó en alta mar, reclamando las vidas de los marineros y de la mujer de forma tan eficiente como los Turcos habían hecho con los habitantes de la aldea. Darius rechazaba la idea de dejar a los niños que había tomado a su cargo abandonados a aquel destino; y aunque todavía era muy joven, ya poseía una voluntad de acero. Creó en su mente la imagen de un pájaro y la pasó a las mentes de los demás, obligando a los otros niños, tan pequeños como eran, a transformar sus cuerpos igual que él antes que el barco se hundiera. Y entonces, alzaron el vuelo con la minúscula Desari prendida de las garras de Darius, que guiaba al resto hacia la lengua de tierra más cercana, las costas de África.
Darius tenía entonces seis años y su hermana tan sólo seis meses; la otra niña, Syndil, tenía un año. Con ellos escaparon tres chicos, el mayor tan sólo contaba con cuatro años de edad. Comparada con las comodidades a las que estaban acostumbrados en su tierra natal, África les pareció salvaje e indómita, un lugar primitivo y atemorizante. Aún así, Darius se sintió el responsable de garantizar la seguridad del resto de los niños; aprendió a luchar, a cazar y a matar. Aprendió como ejercer la autoridad para poder cuidar a su pequeño grupo. Los niños de los Cárpatos no tienen desarrollados los extraordinarios talentos de sus mayores: no saben acceder a lo desconocido, no saben ver lo invisible, no pueden gobernar a las criaturas ni a las fuerzas de la naturaleza, ni pueden sanarse. Lo aprenden de sus padres, estudiando bajo la tutela de aquellos que se convierten en sus maestros. Pero Darius no permitió que estas limitaciones lo detuvieran, y aunque era simplemente un niño, se propuso no perder a ninguno de sus compañeros; así de sencillo.
Pero mantener con vida a las niñas no resultó una tarea fácil; las niñas de su raza rara vez sobreviven más de un año. En un principio, Darius tenía la esperanza de que algunos de los suyos vendrían a rescatarlos, pero mientras tanto, tenía que mantenerlas sanas y salvas lo mejor que pudiera. Y con el paso del tiempo, los recuerdos de su gente y de sus costumbres desaparecieron. Se aferró a las reglas que todo hombre de los Cárpatos lleva impresas mucho antes de nacer, a las conversaciones que tuvo con sus padres, y así creó su propia forma de vida y su propio código ético que les servirían para seguir adelante. Se encargó de cultivar hierbas y de cazar animales y probó todas las posibles fuentes de alimentación en sí mismo, enfermando a menudo como resultado. Pero finalmente, aprendió el modo de vida de los seres salvajes, se convirtió en un protector fuerte y el grupo llegó a estar mucho más unido que la mayoría de las familias, puesto que para ellos, eran los únicos de su raza en los confines del mundo. Los pocos de los suyos que alguna vez se cruzaron en su camino resultaron haber sucumbido a la oscuridad, eran no-muertos, vampiros que se alimentaban de las vidas de aquellos que les rodeaban. Siempre fue Darius el que cargó con la responsabilidad de perseguir y dar caza a los horribles demonios. Su grupo era extremadamente leal y se protegían los unos a otros de forma salvaje; y todos seguían a Darius sin cuestionarle. Su fuerza y su voluntad los habían guiado a través de siglos de aprendizaje, de adaptación al medio y de crear una nueva forma de vida.
Había sido todo un mazazo descubrir, unos meses antes, que otros de su raza, que no se habían convertido en vampiros, aún vivían. En secreto, Darius había vivido atemorizado por la posibilidad de que todos los hombres de los Cárpatos acabaran finalmente transformándose en vampiros, y le aterrorizaba lo que él sería capaz de hacer si le ocurría. Había perdido todas las emociones siglos antes, señal inequívoca de que un hombre estaba en peligro de sucumbir. Jamás hablaba de ese tema, temiendo el día en que se volviera contra sus queridos compañeros. Se apoyaba con fiereza en su voluntad de acero y en su código de honor privado para impedir ese momento. No obstante, uno de sus amigos ya había sucumbido a la oscuridad, transformándose en algo impensable.
 Darius se alejó silenciosamente de su hermana y de su compañera pensando en Savon. Él había sido el mayor tras Darius; siempre el segundo en la jerarquía, el que guardaba las espaldas del líder. Se detuvo por un instante junto a un enorme roble y se apoyó en el tronco, recordando el horrible día, meses atrás, cuando encontró a Savon agazapado sobre Syndil. La chica tenía el cuerpo lleno de mordiscos y golpes; estaba desnuda, entre sus piernas corría un reguero de sangre, y sus hermosos ojos reflejaban su miedo. Savon atacó a Darius, directamente intentó lacerarle la garganta, dejándole profundas heridas que casi acabaron con su vida antes de que Darius tuviera tiempo de caer en la cuenta de que su mejor amigo se había transformado en lo que todos los hombres temen. Un vampiro, un no-muerto. Savon había violado y mordido brutalmente a Syndil y se proponía acabar con Darius.
A Darius no le quedó otra opción que matar a su amigo e incinerar su cuerpo y su corazón; había aprendido a destruir a un vampiro a través de la forma más dura: la experiencia. Los no-muertos eran capaces de levantarse una y otra vez sin importar las heridas mortales que les hubieran infligido. Sólo hay una forma correcta de deshacerse definitivamente de ellos. Darius no había tenido a nadie que se lo enseñara, sus maestros habían sido los instintos enterrados profundamente en su interior y sus numerosos errores. Después de la terrible batalla con Savon, había pasado un largo periodo enterrado para poder sanar. Syndil había permanecido en silencio desde entonces; a menudo tomaba la forma de un leopardo y pasaba el tiempo junto a la pareja de felinos, Sasha y Forest.
Darius suspiró. Ahora podía sentir el profundo sufrimiento que le embargaba por la pérdida de Savon; podía sentir la culpa y la desesperación por haber sido incapaz de ver lo que sucedía y encontrar la manera de ayudar a su amigo. Después de todo, él era el líder, el responsable. Y Syndil… se había convertido en una especie de niña abandonada, con los hermosos ojos plagados de tristeza y cansancio. Él les había fallado, no había sabido proteger a Syndil de uno de los suyos, pensando con arrogancia que su liderazgo y la unión que existía entre todos ellos, impedirían que cualquiera de los hombres se transformara en aquel ser depravado. Aún no podía mirar a Syndil a los ojos.
Y ahora él rompía sus propias reglas; muchas preguntas pasaban por su cabeza, ¿había sido él el que había establecido aquellas normas para que su «familia» tuviera un código por el que regirse?, ¿había sido su padre el que se las enseñó? ¿O ya estaban allí, en su interior, mucho antes de que naciera, como otros muchos conocimientos? Si hubiese sido más amigo de Julian, podrían haber compartido esa información, pero Darius había aprendido en solitario durante siglos, permaneciendo siempre reservado, independiente, sin dar explicaciones a nadie y aceptando las consecuencias de sus propias acciones aunque se hubiese equivocado.
El hambre le golpeó con fuerza, sabía que tenía que salir en busca de una presa. El camping donde se habían instalado para pasar unos días estaba en el interior del parque estatal de California, no era un lugar muy concurrido y, de momento, estaba vacío. Muy cerca de allí pasaba una autopista, pero él mismo se había encargado de extender una red invisible, entre la carretera y el camping, que alejaba a los humanos que tuvieran intención de detenerse con una sensación de opresión y temor. No les haría ningún daño, tan sólo los volvería cautelosos; pero aún así, no había detenido a Tempest.
Darius pensaba en todo esto mientras su cuerpo se transformaba en plena carrera, contorsionándose y adoptando una forma alargada. Los músculos y los tendones se acompasaron hasta dar lugar a la poderosa figura de una ágil y veloz pantera. Se alejó en silencio, cruzando el bosque hacia un camping mucho más concurrido, situado junto a un profundo lago de aguas cristalinas. Cubrió la distancia rápidamente, olfateando a sus presas, cambiando el rumbo hasta ponerse a favor del viento y agazapándose entre los arbustos. Desde allí, observó a dos hombres que pescaban en la orilla cubierta de juncos, hablaban entre ellos de forma intermitente, como hacen los pescadores. Darius no prestó atención a sus palabras; en el interior del cuerpo del felino, se inclinó hasta que su vientre tocó el suelo, y con extrema precaución, colocando las enormes zarpas en el sitio preciso, se arrastró con sigilo hacia la orilla. Uno de los pescadores volvió la cabeza ante el eco de una carcajada proveniente del camping; Darius se detuvo un instante y luego continuó con su lento avance. Su presa dirigió su atención otra vez al lago y, en completo silencio, la pantera se acercó aún más, se agazapó de nuevo con los poderosos músculos tensos y en espera. Envió una silenciosa llamada que envolvió al más bajo de los dos hombres y lo atrajo hacia el lugar donde se encontraba escondido. El hombre levantó la cabeza y dirigió la mirada hacia los arbustos; arrojó la caña al lago y empezó a caminar, dando tumbos, con los ojos fijos en el felino.
—¡Jack! —el otro pescador había agarrado la caña y se dio la vuelta para mirar a su amigo.
Darius paralizó a ambos con un bloqueo mental y su cuerpo adoptó de nuevo su forma humana cuando «Jack» se acercó al felino. Era la única forma segura de hacerlo. Había descubierto que los instintos depredadores de la pantera hacían muy peligroso usar su cuerpo para alimentarse. Los afilados colmillos se clavaban hondo y mataban a sus presas. Durante su infancia, cuando aún no era lo suficientemente poderoso ni tenía desarrolladas todas sus habilidades, le había costado unos cuantos episodios a modo de ensayo, que inevitablemente acabaron mal, hasta que pudo aprender lo que era correcto y lo que no lo era. Hasta que hubo crecido del todo, no le quedó más remedio que usar el cuerpo de la pantera y sus habilidades, y había aceptado la responsabilidad de las muertes de los africanos, ya que era la única forma de mantener a los demás con vida.
Ahora, con la facilidad que le proporcionaban los años de práctica y perfeccionamiento, mantuvo al segundo de los hombres tranquilo y relajado. Inclinó la cabeza y bebió lo justo, con mucho cuidado de no dejarse llevar; no quería que su presa acabara mareada y débil. Mientras ayudaba al hombre a sentarse entre los arbustos, ordenó al otro que se acercara, y una vez saciado, permitió que su cuerpo volviera despacio a la forma de la pantera; el felino emitió un pequeño rugido, todos sus instintos le ordenaban arrastrar lo que parecían dos cadáveres hasta el interior del bosque para devorarlos por completo, lo que quedaba de sangre y la carne. Darius luchó contra la instintiva demanda y se alejó sin hacer ruido gracias a las almohadilladas patas del felino, rumbo a la caravana.
Su grupo viajaba ahora como una banda de músicos, rapsodas modernos que iban de ciudad en ciudad, cantando en los pequeños locales donde prefería actuar Desari siempre que era posible. Los constantes traslados también ayudaban a preservar su personalidad anónima aún cuando su fama crecía cada vez más. Desari poseía una hermosa voz, hipnótica e inolvidable; Dayan era un fantástico músico y guitarrista, y su voz también conseguía atrapar a la audiencia, manteniendo a los espectadores totalmente hechizados. En siglos anteriores, la vida itinerante de los trovadores les había permitido viajar de un lugar a otro sin tener que someterse a continuos escrutinios, de esta forma nadie parecía darse cuenta de lo diferentes que eran a los humanos. Ahora, con un mundo cada vez más reducido, mantener la intimidad y la privacidad alejadas de los fans era toda una proeza. De modo que hacían todos los esfuerzos posibles para tener una apariencia «normal», lo que incluía el uso de unos inútiles y absurdos automóviles para viajar. Por eso necesitaban un mecánico que se encargara del mantenimiento del grupo de vehículos.
Llegó al campamento y adoptó de nuevo su apariencia humana para entrar en la caravana equipada con todo lujo de comodidades. Tempest estaba profundamente dormida debido, con total seguridad, a su avidez al beber su sangre. Debería haber tratado de controlarse en lugar de deleitarse con el inesperado éxtasis que la experiencia le produjo. Con sólo mirarla, su cuerpo se tensaba dolorido ante la imperiosa e implacable demanda que jamás podría ignorar. Él y esta minúscula pelirroja tendrían que aprender a encontrar algún tipo de equilibrio. Darius no estaba acostumbrado a que le contradijeran, todos hacían lo que él ordenaba sin cuestionar sus decisiones. No podía esperar que una humana de carácter tempestuoso hiciera lo mismo. Acomodó la manta sobre el cuerpo de Rusti y se inclinó para rozarle la frente con sus labios. Deslizó el pulgar sobre la sedosa piel y sintió una descarga eléctrica atravesando su cuerpo. Recobrando la compostura, envió una fuerte orden a los leopardos antes de salir con paso airado del vehículo. Quería que Tempest estuviera a salvo, y aunque los felinos dormían durante el día, al igual que lo hacían él y su familia, ayudarían a dar una imagen de seguridad custodiando la caravana mientras los miembros del grupo descansaban y se recuperaban enterrados profundamente en el suelo del bosque. Darius ordenó a los animales que pusieran todos sus instintos protectores al servicio de Tempest.


1 comentario:

monica dijo...

voy a comenzar por esta mary es interesante sobre las panteras.

Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary