Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 12


Doce

Tempest suspiró y soltó la llave inglesa que había estado usando mientras verificaba por segunda vez la lista; no quería cometer un error y olvidarse de algo que le hiciese falta más tarde. El día era excesivamente caluroso, y al secarse el sudor de la cara, recordó la noche anterior. Syndil había sido muy amable; mientras charlaban, le había preparado una sopa de verdura. Su estómago se había rebelado ante el olor, pero no quiso herir los sentimientos de la otra mujer e intentó comérsela. No obstante, sin la ayuda de Darius no lo hubiese conseguido y habría acabado vomitando. Él se había acercado en silencio, observándola trabajar en el camión, obviamente descontento al ver la lista de cosas que le iban a hacer falta y que no estaban entre el material del que ellos disponían. Lo cual significaba, que durante el día, Tempest tendría que desplazarse hasta el pueblo más cercano. No había discutido, pero le comentó que dormiría al estilo de los humanos por si le necesitaba.
Tempest lo recogió todo concienzudamente mientras intentaba comprender lo que Darius quería decir con eso. ¿Había alguna diferencia? ¿Sufriría algún tipo de daño? Sabía que ninguno de los suyos apoyaba su decisión, que no les gustaba la idea, pero nadie se atrevió a discutir con él, ni siquiera emitieron la más mínima protesta. Pero ella captaba la inquietud de todos ellos. Ninguno la culpaba, pero sabía que estaban preocupados por él y por lo que iba a hacer.
El dinero que le habían dado de forma tan descuidada era una suma bastante importante. Lo dobló y lo guardó en el bolsillo para acomodarse, totalmente decidida, en el pequeño deportivo. Tenía un mal presentimiento acerca de Darius, iba a sufrir algún tipo de daño, y ella no podía permitirse perderse durante el trayecto. Había recorrido dos veces el camino la noche anterior con él, para que se quedase tranquilo y aceptase que ella era capaz de hacer el viaje de ida y vuelta sin ningún problema. Aún así, la sensación de que algo malo iba a pasar persistía, y es que no sabía cómo, siempre se las arreglaba para atraer todo tipo de problemas allá por donde fuese.
Tempest disfrutó mucho de la conducción en solitario; la carretera serpenteaba descendiendo la ladera de una montaña, las curvas eran bastante cerradas y conducía a mucha velocidad, ya que el coche se prestaba a ello. Aún así, su corazón parecía estar aplastado por una losa, y era muy difícil no pensar en eso. Descubrió que necesita el roce de la mente de Darius, en realidad se dio cuenta que la separación comenzaba a provocarle dolor físico y que sus pensamientos eran cada vez más negros. Algo le había ocurrido a Darius; estaba herido en algún lugar, en peligro. Era una tontería, le decía su cerebro, pero no podía evitar las ganas de llorar a moco tendido.
Calistoga era un pueblo bonito, bastante famoso por sus balnearios. Encontró fácilmente el almacén, compró los suministros que necesitaba y salió. Pensando en Darius, en lugar de mirar por donde iba, estuvo a punto de caer encima del hombre que se apoyaba sobre el deportivo. El desconocido la sujetó con facilidad y le cogió los paquetes para depositarlos en el coche. Tempest lo miró sorprendida. La observaba como si la conociera; no era excesivamente alto, pero era guapo, al estilo de los surferos, con el pelo decolorado por el sol.
—¿Le conozco? —preguntó Tempest intentando recordarle.
—Me llamo Cullen Tucker, señorita —contestó arrastrando las palabras con un ligero acento sureño. Tenía una fotografía en la mano.
Tempest se mordió los labios, ya estaba aquí el problema que había presentido; echó un vistazo a la foto, la chica era ella.
—¿Se pude saber de dónde ha sacado eso? —sin duda era una foto suya, rodeada de mariposas que se posaban sobre sus hombros y su cabeza. Tenía los brazos extendidos y se reía feliz, con el sol a su espalda y los pies metidos en el agua del arroyo.
Cullen observó la expresión de su rostro.
—¿Conocía usted al hombre que hizo esta foto?
—No, y en realidad tampoco posé cuando la hicieron —contestó rodeando al desconocido para saltar rápidamente al asiento del coche. Conducía bastante bien y en más de una ocasión, durante su desperdiciada juventud, incluso había despistado a la policía. Además, el deportivo se prestaba a una buena carrera; si consiguiese ponerse al volante, podría escapar del tipo.
—No se asuste —dijo el hombre en voz baja—. He venido para intentar ayudarla. ¿Podemos hablar en algún lugar tranquilo?
—Estoy trabajando —contestó Tempest evasiva.
—Por favor, es algo muy importante; tan sólo serían unos minutos. Iremos a un sitio público, donde no se sienta intimidada por mi presencia. No quiero parecer excesivamente melodramático, ni dar la impresión de estar chiflado, pero es cuestión de vida o muerte —insistió él.
Tempest cerró los ojos un instante, resignándose a lo inevitable con un suspiro. Por supuesto que era cuestión de vida o muerte, ¿cómo no iba a serlo estando ella implicada? Acabó presentándose a aquel hombre.
—Soy Tempest Trine.
Había algo en él que le hacía parecer sincero, algo indefinible que Tempest no podía acabar de explicar. En ese momento le dieron ganas de soltar un sonoro gemido: acababa de presentarse como Tempest en lugar de usar su apodo «Rusti». Era lamentable que no pudiese desprenderse del hechizo en el que Darius la había envuelto, era él el que insistía en llamarla por su nombre. Cullen le tendió la mano y la saludó amablemente.
—¿Le importa si pido algo para comer? Llevo un par de días viajando y no he descansado mucho.
Tempest caminó junto a él, aliviada por la presencia de la multitud de personas que había en la calle. Cullen no le producía el mal presentimiento que sintió con Matt Brodrick, pero aún así, no quería quedarse a solas con él.
Entraron en una cafetería y él esperó a pedir su comida antes de empezar a hablar.
—Lo que voy a relatarle es bastante extraño; quiero que me escuche antes de decir que estoy loco —le explicó mientras daba golpecitos sobre la foto con un dedo—. Hace algún tiempo, me uní a una Sociedad secreta que cree en la existencia de los vampiros.
Tempest sintió que el color abandonaba su rostro y se echó hacia atrás en su silla en busca de apoyo. Antes de que pudiese decir algo, Cullen alzó una mano indicando que esperase.
—Espere, limítese a escuchar por el momento. Si usted cree o no en los vampiros no es algo de importancia en este momento; lo que importa es que la gente que pertenece a esa organización sí lo hacen y se dedican a capturar, diseccionar y destruir a cualquiera que parezca ser una de esas criaturas. Algunos de los miembros de la sociedad han perdido por completo el norte, más bien creo que están como cencerros. La cantante con la que usted viaja, —y no me niegue que viaja con ellos ya que he hecho bien mis tareas— está en el punto de mira de estos locos. Ya han tratado de acabar con su vida y, créame, van a intentarlo de nuevo.
Tempest tamborileaba con los dedos sobre la mesa en un gesto que delataba su nerviosismo.
—¿Y por qué no va a la policía? ¿Por qué me lo cuenta a mí?
—La policía no me creería, usted lo sabe. Pero puedo intentar ayudarles, a usted y a su amiga la cantante. Esta foto fue tomada en el mismo lugar donde encontraron el cadáver de Matt Brodrick; era miembro de la Sociedad y, desafortunadamente para usted, esta fotografía es una prueba en su contra. Me enviaron para descubrir su paradero y llevarla con ellos para ver qué información podía darles acerca del grupo antes de que… acabaran con usted. Y estoy seguro que no soy el único que está aquí, por eso quiero sacarla de este embrollo, llevarla a algún lugar seguro donde pueda esconderse hasta que pierdan el interés.
Tempest negó con la cabeza.
—¿Y eso es todo? ¿Se supone que debo a creerle y marcharme con usted? Si todo esto es cierto, lo único que puedo hacer es poner sobre aviso a Desari y al resto del grupo, ir a la Policía y esperar que cojan a ese grupo de chiflados.
—¡Maldita sea! No seas tan testaruda —siseó Cullen inclinándose sobre la mesa, dejando su rostro a centímetros del de Tempest—. Estoy intentando salvarte la vida; son peligrosos, creen que Desari es un vampiro, y que su nuevo novio también lo es. Van a capturarla, o si fallan, intentarán acabar con ella, lo que en realidad sería un favor enorme teniendo en cuenta lo que planean hacerle si la cogen con vida. Pero la primera en la lista eres tú, porque te ven como un modo de obtener información sobre todos ellos. Tienes que esconderte, mandar al grupo al infierno y alejarte de ellos. Es tu única oportunidad, Tempest.
—¿Creen que soy un vampiro? Por el amor de Dios, tienen una foto donde aparezco a plena luz del día; estoy comiendo contigo y eres testigo de que el sol no me afecta —contestó exasperada, aunque el miedo comenzaba a hacer su efecto; Darius iba a matarla cuando se enterase de que había estado almorzando con un hombre que tenía relación con los cazadores de vampiros y con Matt Brodrick. Quizás no tuviese valor suficiente para regresar al campamento; o quizás si regresaba estuviese guiando al enemigo directo a su objetivo.
—Tú no eres un vampiro —dijo Cullen con expresión severa—. Yo he visto un vampiro, uno real como Dios manda. Esos imbéciles de la Sociedad no tienen la menor idea de lo que una criatura así es capaz de hacer. Desari tampoco es un vampiro. Pero ellos sospechan de mis intenciones, así que voy a tener que esconderme también. Acabarán por mandar a sus «paramilitares» para que acaben conmigo puesto que conozco sus nombres y apellidos; puedo identificarlos a todos y dar las direcciones de sus lugares de reunión. Tienes que venir conmigo, Tempest.
Tempest ladeó la cabeza; ella no era un vampiro pero, definitivamente, su cuerpo no era el mismo. Era capaz de distinguir los latidos del corazón de Cullen Tucker; un corazón sano y fuerte que latía a un ritmo diferente del suyo. Hasta ella llegaba el ruido del agua en el fregadero de la cocina, de los platos y de la conversación entre el cocinero y una camarera. Escuchaba a una pareja discutir en voz baja; le bombardeaban los olores de la comida, de los perfumes y colonias de la gente. La mezcla era tan abrumadora que el estómago se le revolvió ante la violenta embestida a sus sentidos.
Los colores eran mucho más intensos, casi como los veía cuando estaba junto a Darius. Podía distinguir los delgados capilares en las hojas de la margarita que había en el florero sobre la mesa, los pétalos eran hermosos y le resultaba fácil identificar cada uno de los pequeños granos de polen. Dejó reposar allí su mirada, hechizada por la inusual belleza de la flor, una creación perfecta de la naturaleza.
—¡Tempest! —siseó Cullen desde el otro lado de la mesa— ¿Me estás escuchando? Por amor de Dios, tienes que creer lo que te estoy contando. No estoy loco. Esta gente no va a detenerse; van tras de ti. Deja al menos que te lleve a un lugar seguro; intentaré protegerte, aunque posiblemente estés más segura lejos de mí. Puede que abandonen tu persecución, pero en cuanto descubran que les he traicionado, vendrán por mí.  Sólo tienes que desaparecer un par de meses, y es vital que te alejes del grupo.
—¿Y qué pasa con Desari? No ha hecho nada malo; si me voy contigo, los locos éstos seguirán persiguiéndola, y son peligrosos. Quizás la próxima vez logren matarla —dijo negándose con la cabeza—. No puedo huir y dejarla atrás.
Cullen tenía ganas de saltar sobre la mesa, agarrar a Tempest y zarandearla antes de sacar a rastras su pequeño trasero de aquel lugar. Ya había visto morir a una mujer a la que amaba, una mujer con la misma mirada inocente que veía en los ojos de Tempest.
—¡Maldita sea! ¡Eres demasiado obstinada e insensata! Te cogerán, Tempest. Si todavía trabajase para ellos, estarías de camino hacia su escondrijo —y con esto dejó de hablar, totalmente frustrado, y desvió la mirada hacia la ventana mientras intentaba pensar en algo que la convenciese de que tenía que marcharse con él. Si no lo conseguía, tendría que quedarse para protegerla, lo cual implicaba una muerte segura; no había modo de ganar esa batalla.
Tempest guardó silencio mientras el camarero colocaba los platos con el almuerzo en la mesa. Casi de inmediato, sintió que su estómago se rebelaba ante el abrumador olor de la comida. Ya no era capaz de comer nada sin la ayuda de Darius; su aparato digestivo había cambiado de algún modo, no sabía cómo, pero estaba segura de ello. Igual que había sucedido con su vista y con su sentido del oído.
—Me asombra que la idea de ser perseguida por un grupo de cazadores de vampiros no te de pavor. ¿Por qué? —Preguntó Cullen con una mirada muy seria en los ojos azules, casi una acusación— ¿Por qué no te burlas de mí por creer en los vampiros? —inquirió.
Tempest señaló la foto.
—Brodrick mantenía que Desari era un vampiro; yo creía que se trataba de un loco que la perseguía por propia iniciativa, pero ya veo que formaba parte de una organización bastante extensa. ¿Por qué tuvieron que ponerla en su punto de mira? Desari es muy dulce con todo el mundo, ¿por qué creen que es una criatura tan horrible?
—Por sus hábitos nocturnos, por su voz hipnótica y porque consiguió escapar al ataque del equipo de paramilitares que enviaron tras ella. De los miembros de ese equipo no se ha vuelto a saber nada; están muertos o han desaparecido. Pero se trataba de unos asesinos profesionales que acribillaron a balazos con sus ametralladoras el escenario y, no se sabe cómo, Desari salió ilesa.
—¿Y ya está? ¿Por eso creen que es un vampiro? —Tempest quería pensar que ese hombre se lo estaba inventando todo, pero sabía, en el fondo, que estaba diciendo la verdad.
—Vive de noche, nadie la ha visto jamás a la luz del día.
—Yo sí —mintió descaradamente; comenzaba a sentirse inquieta, y no podía permitirse ese lujo puesto que perturbaría el sueño de Darius ahora que su vínculo parecía ser más fuerte. Y seguro que era malo para su salud según percibía en la actitud preocupada de su familia.
Cullen cambió de postura en la silla y la observó atentamente, agitó la cabeza y suspiró mientras cogía el tenedor.
—Van a matarte, Tempest; y tu muerte no será precisamente dulce. ¡Maldición! ¿Por qué no me escuchas? Te juro que estoy diciéndote la verdad.
—Y te creo; no sé por qué, puesto que todo es demasiado absurdo, pero te creo. Más aún, estoy convencida de que no estás intentando atraerme con esta historia para entregarme a ellos —Tempest empezó a juguetear nerviosa con el vaso de agua; sentía un dolor punzante en la cabeza, necesitaba contactar con Darius. Aunque fuese por un instante, tan sólo para asegurarse que estaba bien.
—¿Por qué no permites entonces que te oculte en algún lugar? Podemos advertir a Desari si crees que servirá de ayuda, pero no vuelvas allí. Aléjate de todos ellos —le pidió Cullen.
—¿Por qué estás haciendo todo esto? —Le preguntó Tempest—. Si me estás diciendo la verdad, esa gente jamás te perdonará. ¿Por qué ibas a arriesgar tu vida por salvarme?
Cullen se quedó mirando fijamente la comida en su plato, su mente se trasladó a otro tiempo y otro lugar.
—Hace mucho tiempo, tuve una novia con la que iba a casarme. Era la mujer más maravillosa del mundo, dulce y bondadosa; nunca conocí a nadie como ella. Fuimos de vacaciones a San Francisco, en plan turistas… y fue allí donde la asesinaron.
Tempest sintió el sufrimiento de ese hombre atravesándola como un cuchillo.
—Lo siento mucho, señor Tucker —le dijo con los ojos anegados en lágrimas—. Debió ser horrible.
—La policía pensó que el autor del crimen era un asesino en serie que había estado aterrorizando la ciudad, pero yo fui testigo de lo ocurrido. Aquella criatura hundió los colmillos en su cuello y bebió su sangre; cuando acabó, arrojó su cuerpo a un lado como si fuese basura. Tenía los dientes y la barbilla manchados de sangre, me miraba fijamente y se reía a carcajadas. Sabía que yo iba a ser el siguiente, que me iba a matar.
—Pero no lo hizo —dijo Tempest cogiendo la mano del hombre para reconfortarlo.
Cullen negó con un gesto de la cabeza; cuando la miró, en sus ojos podía verse un agudo y profundo sufrimiento.
—Durante mucho tiempo, deseé que lo hubiese hecho. Pero algo, o alguien le asustó antes de que llegara hasta mí; algo muy luminoso, un cometa o algo así que descendió del cielo directamente hacia nosotros. El vampiro lanzó una especie de siseo y se quedó mirando a aquello mientras comenzaba a moverse como una asquerosa serpiente, balanceándose de un lado a otro. Y entonces desapareció de mi vista de repente, convirtiéndose en una ligera bruma y huyó de la luz. Les vi durante un instante en el cielo, se dirigían hacia el océano en una veloz persecución. Era la criatura más fría y despiadada que jamás he contemplado. Quería vengarme. Quería atraparle, a él, o a cualquier cosa que se le asemejara.
—No lo entiendo —murmuró Tempest en voz queda.
Cullen hizo un gesto con la cabeza.
—No, no lo entiendes y ésa es la cuestión. Me recuerdas a ella; la compasión que se ve en tus ojos, tu carácter. Ella jamás habría buscado la venganza, habría encontrado el modo de perdonarle. Y creo que tú habrías hecho eso mismo —suspiró y movió con el tenedor la comida—. Van a torturarte para conseguir la información que necesitan; y aunque se lo digas todo, te matarán. ¡Dios, Tempest! ¿No te das cuenta? No puedo vivir con eso.
Tempest negó de nuevo con la cabeza.
—Darius no dejará que eso suceda, no dejará que me atrapen.
Cullen alzó las cejas.
—¿Darius? Debe ser el guardaespaldas. Admito que el hombre es muy bueno, pero eso no te salvará; te cogerán. Te encontrarán y te secuestrarán. Parece que no te das cuenta de que esa gente no se anda con tonterías.
Tempest se inclinó hacia delante para poder mirar directamente a los ojos de Cullen, de modo que él supiese que estaba siendo sincera.
—No, Cullen. Eres tú el que no entiende. Ellos no entienden. Darius vendría en mi busca; nadie podría detenerle. Nada en este mundo le detendría, es completamente implacable, cruel y despiadado. Es tan rápido como el viento y tan sigiloso como un leopardo. No lo verían aproximarse, no lo olerían, porque puede desplazarse a través del tiempo y del espacio. Y no podrían detenerle, no hasta que me hubiese encontrado y acabado con cualquiera que supusiera una amenaza para mí. A eso es a lo que se están enfrentando.
Cullen se echó hacia atrás en la silla, como si le hubiesen golpeado. El color había abandonado su rostro.
—¿No es humano? ¿Me estás diciendo que el guardaespaldas es un vampiro?
—Cullen, olvídate de los vampiros. Por supuesto que Darius no lo es; ¿acaso parezco del tipo de mujer que se liaría con un vampiro?
—¿El guardaespaldas es tu novio? —preguntó Cullen sorprendido— Él… —se detuvo bruscamente— ¿Estás segura de lo que haces? Parece un tipo peligroso, Tempest; muy peligroso. Pensaba que tenía algún tipo de relación con la cantante.
—Y la tiene; Darius es el hermano mayor de Desari —le contestó mientras se arreglaba un poco pelo, repentinamente preocupada por el aspecto que debía tener. Había estado toda la mañana trabajando y ni siquiera se había lavado un poco antes de ir al pueblo. Además estaba cansada, se había pasado toda la noche levantada con Darius y los del grupo, y el sol empezaba a molestarle; le escocían los ojos y le ardía la piel. Y no es que las quemaduras solares fuesen extrañas en una persona pelirroja, pero es que esto era diferente, parecían quemaduras más profundas. Intentó no alarmarse.
—El guardaespaldas no es invencible, Tempest —le dijo Cullen—. Aunque sus capacidades parezcan sorprendentes a tus ojos y a los de la Sociedad.
—Quiero agradecerte lo que has hecho, has corrido un gran riesgo al venir a ponernos sobre aviso —le dijo Tempest con voz suave mientras posaba su mano sobre la de él—. Siento muchísimo lo que le ocurrió a tu prometida, pero no te preocupes por mí. Darius se hará cargo de todos nosotros, nos protegerá.
¡Aparta la mano de ese hombre ahora mismo, Tempest! —Ira, una furia negra envolviendo su voz aterciopelada hasta hacerla sonar como una amenaza— Si aprecias en algo su vida, haz lo que te digo.
Tempest apartó rápidamente la mano de la de Cullen y agachó la cabeza para que no viese el fuego que desprendían sus ojos en ese momento.
No tienes ningún derecho a ir dándome órdenes. No tienes ni idea de lo que está pasando aquí, Darius.
—Estás con un hombre.
—Vale, ¡estupendo! Menudo crimen —le contestó mordazmente.
—¿Tempest? —Cullen atrajo de nuevo su atención— ¿Qué ocurre? —No pudo evitar darse cuenta de su repentina tensión; Tempest había apretado los labios como si algo le hubiese molestado. Ella se encogió de hombros.
—Nada. Simplemente, me persigue una extraña Sociedad de cazadores de vampiros que quiere secuestrarme, torturarme y asesinarme. En realidad no es nada, puedo arreglármelas sola. Lo que me preocupa es Desari, no se merece sufrir más.
—Ojalá me escucharas. ¿Y si te acompaño y yo mismo hablo con el guardaespaldas? Si es tan bueno como dices, podía utilizar la información que le dé —aventuró Cullen no muy seguro de lo que estaba ofreciendo. Sabía que tenía que seguir a Tempest e intentar protegerla lo mejor que pudiera, aunque no llegase hasta el campamento, intentaría evitar que otros la siguieran.
Tempest rechazó su idea con un movimiento de cabeza.
Tráelo al campamento, Tempest —Darius se lo ordenaba.
No, Darius. No sé qué vas a hacerle, este hombre ya ha sufrido demasiado.
—Deberías tener más confianza en tu compañero.
Lo haría si tuviese uno —le interrumpió ella—. Lo que tengo es un individuo mandón y machista que piensa que se puede pasar la vida dándome órdenes. Vuelve a dormirte.
Eres muy valiente cuando crees que no puedo tocarte, cielo —la ira había desaparecido de su voz para ser reemplazada por un deje de diversión.
Tempest sintió los dedos de Darius rozando la piel de su cuello, y la familiar oleada de pasión que invadía sus venas y enviaba mariposas a su estómago. Nadie más era capaz de lograr tocarla sin estar presente físicamente. Sabía que Darius estaba muy lejos, podía percibir la distancia.
—¿Tempest? —Cullen veía que estaba perdiendo su atención. Seguía encerrada en sí misma, concentrándose en otra cosa que no tenía nada que ver con la situación peligrosa en la que estaba envuelta.
Tempest ladeó la barbilla.
—¿Por qué querrías ponerte en peligro? ¿No correrás aún más riesgo si te unes a nosotros? Tus compañeros de la organización no deben averiguar que te has puesto en contacto conmigo para advertirme, pero si realmente vienes al campamento, pensarán que has cambiando de bando.
—Lo sé —admitió Cullen repentinamente cansado—. Siento que le debo algo a la cantante. No supe que habían organizado un atentado contra ella hasta que fue demasiado tarde, pero formé parte de ese grupo de chiflados durante un tiempo y me siento culpable —sus ojos volaron hacia la ventana, hacia la puerta, buscando continuamente indicios de la presencia de alguien enviado por Brady Grand.
—La culpabilidad no es una buena razón para arriesgar tu vida —señaló Tempest.
Deja de discutir con el tipo y tráelo aquí.
—No quiero que se le haga ningún daño.
—Si está diciendo la verdad, nadie le hará daño —le aseguró Darius.
—No puedo dejar que esa gente te mate, Tempest —siguió discutiendo Cullen—. Matt Brodrick te hizo una foto poco antes de morir, mientras perseguía al grupo; esta gente tiene tu foto y vendrán a por ti —y se detuvo diciendo esto—. ¿Y cómo murió él? Parece que se suicidó, pero ¿no estabas tú allí? —Preguntó mientras golpeaba con el dedo la foto una vez más— Éste es exactamente el mismo lugar donde encontraron su cuerpo.
—No lo sé. No tenía ni idea de que alguien estaba haciéndome fotos; debía estar escondido entre los arbustos. Es un área muy boscosa —Tempest intentó alejar a Cullen del tema con aquella improvisada explicación.
—No tiene sentido, Tempest —dijo Cullen tranquilamente—. Que Matt te hiciese una foto y se suicidara. La policía pensó en esa posibilidad porque no había ninguna evidencia de la presencia de otra persona en los alrededores, pero yo conocí a Matt. Era un sádico hijo de puta; jamás se habría suicidado.
Tempest fue incapaz de respirar durante un instante al recordar la mirada fría y calculadora de los ojos del periodista.
Estoy contigo, nena —la reconfortó Darius—. Este hombre hace muchas preguntas, pero no percibo que esté tramando una trampa.
Aspiró una profunda bocanada de aire y empezó a contarle a Cullen Tucker la verdad.
—Yo no le vi quitarse la vida; tenía intenciones de dispararme, pero me caí de espaldas por un barranco y me quedé colgada allí. Escuché un disparo, pero no sé lo que pasó.
—¿No había nadie más? —le interrumpió Cullen.
—Yo no vi a nadie — volvió a repetir Tempest pensativamente.
Cullen suspiró quedamente.
—Salgamos de aquí. Cuanto más tiempo nos quedemos en un lugar, más fácil será que nos localicen. ¿Por qué tienes que conducir un coche tan llamativo?
—Tienes razón, nadie se habría percatado si hubiese llegado en la caravana con los enormes rótulos a ambos lados.
Cullen le dirigió una sonrisa, y Tempest cayó en la cuenta de que era la primera vez que le veía sonreír.
—Apuesto a que tú sola le das más problemas al guardaespaldas que todos los demás miembros del grupo juntos, ¿me equivoco? —le dijo bromeando.
Tempest alzó la barbilla, ignorando la carcajada de Darius.
—¿Y qué demonios te ha hecho pensar eso?
—Porque conozco a los hombres como el tal Darius. Y está claro que éste es poderoso, más bien letal; los hombres como él son dominantes, agresivos, extremadamente celosos y posesivos en el momento que se enamoran de una mujer.
—Qué interesante afirmación. Trágate eso, Darius —añadió feliz—. Ni siquiera te conoce y sabe perfectamente cómo eres. Una descripción sumamente atractiva, ¿no crees?
—Lo único que creo es que te iría mucho mejor si traes de vuelta tu pequeño trasero lo más rápidamente posible, cielo, o me veré tentado a calentártelo con unos buenos azotes.
—Inténtalo si quieres —le contestó con un tono arrogante, sabiendo que estaba totalmente a salvo.
Cullen Tucker se puso en pie, dejó el dinero sobre la mesa y retiró la silla de Tempest. Ella suspiró; su vida anterior, agradablemente solitaria solía ser tan sencilla y tranquila… Escuchó el gruñido de Darius cuando Cullen le colocó la mano en la espalda para guiarla hacia la puerta; suspiró de nuevo. Las palabras que retumbaban en su mente eran extrañas, no reconocía el idioma pero sí la intención y el tono helado que le indicaban que Darius estaba lanzando maldiciones.
Aléjate de él. No tiene que ponerte las manos encima para nada.
—Se limita a ser educado.
Cullen lanzó un grito y apartó la mano de Tempest para llevársela a la boca.
—Me ha picado algo.
—¿De verdad? No vi ninguna abeja —dijo Tempest intentando mostrarse tan compasiva como las circunstancias se lo permitían, aunque sentía unos deseos enormes de estallar en carcajadas.
El rey del castillo es un niñito malcriado.
—Aprende a mostrar respeto, cielo —le ordenó él en respuesta.
Cullen abrió la puerta del coche para que Tempest pudiese pasar, y volvió a gritar cuando la sostuvo por el codo para ayudarla a sentarse. Le frunció el ceño extrañado.
—¿Qué demonios está ocurriendo?
Tempest buscaba las gafas de sol afanosamente; la luz hacía que los ojos se le hinchasen, y le lloraran, los tenía enrojecidos a causa de la quemazón que producía el sol.
—No sé a qué te refieres —le dijo a Cullen.
Condujo de vuelta al campamento, esta vez mucho más despacio que durante el camino de ida. Consciente de que Cullen la seguía, tuvo mucho cuidado de no sobrepasar el límite de velocidad, aunque le resultara molesto no hacerlo. La carretera estaba trazada para un deportivo: curvas cerradas, calzada estrecha y pendiente abrupta, con un enorme terraplén a uno de los lados y la majestuosa montaña en el otro. Tuvo que luchar contra la tentación de dejarse llevar y permitir que el coche demostrase lo que era capaz de hacer.
Una vez en el interior del bosque, condujo a través del intrincado laberinto de pistas polvorientas como una profesional. Cullen no tenía por qué saber que había estado practicando el recorrido para no perderse; se deslizó entre los enmarañados caminos hasta doblar a la derecha en uno de ellos. Súbitamente, notó una sensación extraña, una especie de opresión funesta que presagiaba la presencia de algo malévolo; no se trataba más que del perímetro de seguridad que Darius había establecido alrededor del campamento, para mantener alejados a los curiosos. Era mucho más sensible a este tipo de hechizos ahora y no le resultó difícil esquivar la barrera, pero estaba preocupada por Cullen. Él se detuvo justo antes de atravesarla.
—¿Por qué te detienes? —le gritó él.
Tempest avanzó un poco más y esperó a ver qué sucedía cuando el hombre intentase atravesar el hechizo de protección. Cullen avanzó un trecho y se detuvo repentinamente, pisando los frenos con fuerza. Tempest miró por el retrovisor y le vio temblar, tenía la frente perlada de gotas de sudor.
¿Podrá atravesar la barrera? ¿O se pondrá peor?
—Podrá hacerlo, sólo tiene que soportarlo durante un kilómetro.
—¿No puedes hacer que desaparezca?
—Guíalo tú —implacable, no disminuiría el poder de su hechizo cuando sabía con certeza que los estaban buscando, cuando era consciente que Tempest estaba en serio peligro.
Murmurando en contra de los hombres testarudos, Tempest se bajó del deportivo y se acercó a Cullen que respiraba con dificultad y tenía una mano apretándose el pecho.
—Creo que voy a sufrir un infarto —dijo como pudo.
—Pásate al otro asiento, yo conduciré. Es sólo un tipo de barrera de seguridad que Darius ha desarrollado; ya sabes que es un genio —dijo brevemente—. Hace que la gente se aleje de la zona.
—La sensación es malévola, como si algo te estuviese esperando ahí delante para llevarte directo al infierno —dijo Cullen mientras cambiaba obedientemente de asiento.
—Sí, bueno, pero cuando conozcas a Darius, pensarás que eso es precisamente lo que te espera —contestó Tempest ferozmente—. Que Dios te ayude si le sueltas un rollo; Darius no es el tipo de hombre al que te gustaría enfrentarte si te pilla en una mentira.
—Si ha sido él quien ha diseñado este peculiar sistema de seguridad —contestó Cullen con cierto grado de admiración y resquemor en la voz—, te creo.
—¿Estás mejor? —le preguntó esperanzada. No quería dejar el deportivo en un lugar demasiado a la vista, para que no descubrieran el emplazamiento del campamento. Además, hacía demasiado calor como para dejar a Cullen en la caravana y volver andando a por el coche.
—Ahora que sé que no voy a sufrir un infarto, sí. Puedo seguirte, sácanos rápido de aquí —le rogó.
Le dio una palmadita en el hombro y salió de su coche para dirigirse hacia el deportivo; hicieron el recorrido en un tiempo récord con Cullen prácticamente pegado a sus talones. El campamento estaba totalmente desierto cuando llegaron. Tempest sabía que Darius y el resto del grupo estaban durmiendo en algún sitio, todos a salvo de intrusos; los leopardos, captando el olor de un extraño, empezaron a gruñir, molestos por la invasión. Cullen se negó a salir del coche cuando escuchó lo que parecían los rugidos de una manada de leopardos hambrientos, totalmente dispuestos a comérselo como almuerzo. Tempest tardó uno minutos en hacer que Sasha y Forest se callaran y, cuando lo consiguió descubrió lo exasperada que estaba ante el hecho de que Darius hubiese elegido aquel preciso momento para claudicar y dejarle a ella todo el control.
—¿Dónde se han metido todos? —preguntó Cullen cuando por fin se decidió a salir del coche mirando con cautela los alrededores del solitario campamento. Siguió a Tempest hasta el camión.
—Darius anda por el bosque; le gusta tender una hamaca entre dos árboles, lejos de nosotros y disfrutar de lo que él llama con cariño, «su ratito de tranquilidad».
Muy divertido, cielo. Eres la mentirosa más grande que he conocido en la vida; deja de tocar a ese tipo. Si me pongo un poco más celoso, será a mí a quien le dé un infarto.
—Vuelve a dormirte; me estás molestando —le contestó Tempest ásperamente. Y volvió a sonreírle dulcemente a Cullen—. Tiene un mal humor… ya sabes.
—¿Y Desari? ¿Dónde está? —miró inquieto hacia la caravana.
Tempest captó su mirada y estalló en carcajadas.
—Está en un ataúd, en la caravana. ¿Te gustaría verla? Puedo sacar a los leopardos un ratito, para que eches un vistazo.
Cullen parecía muy tímido.
—Supongo que estoy comportándome como un imbécil, pero esos leopardos son otra razón por la que Desari despertó las sospechas de los miembros de la Sociedad —y pasó de forma distraída una herramienta que Tempest le pedía—. Se supone que los vampiros tienen como mascotas animales infernales que les cuidan durante el día. Y esos felinos se ajustan perfectamente a la descripción.
Tempest se rió con él.
—Realmente, la caravana está desierta, excepto por los animales. Yo la uso más que los demás; pasan buena parte de la noche despiertos, bien ensayando, componiendo o conduciendo hacia el siguiente punto de la gira. Mi trabajo consiste en mantener los vehículos a punto y en hacer las compras y atender a otros negocios. Es probable que Desari y Julian ya se hayan levantado —improvisó—. Les gusta hacer senderismo. En mi opinión, creo que es la excusa perfecta para hacerse arrumacos sin que nadie los vea.
—¿Julian Savage? Otro de los principales sospechosos de la Sociedad, con una reputación bastante lograda a sus espaldas. Algunos de los miembros creen que fue él quien ayudó a Desari a escapar del atentado —confesó Cullen.
 Tempest se golpeó en los nudillos, murmuró unas cuantas palabras malsonantes, y volvió a su trabajo.
—Según tengo entendido, lo que hizo fue salvarle la vida.
—¿Y mató a todos los miembros del equipo? —preguntó Cullen con curiosidad.
—No lo sé. Ni siquiera me había enterado de que hubiesen muerto; apenas si leo los periódicos — dijo de forma indiferente, como si no le interesase la conversación.
—No creo que lo hiciese Julian —dijo Cullen cautelosamente, observándola con avidez—. Creo que fue el guardaespaldas quien los mató.
Esta vez no sólo se golpeó los nudillos, sino también la frente. Se dio la vuelta y le dirigió una furiosa mirada.
—Tengo trabajo que hacer; aléjate un rato de mi vista ¿vale? Busca a los otros en el bosque. Dayan tiene una tienda de campaña pequeña; no le despiertes si está dormido, se pone de muy mal humor si no duerme ocho horas. Y es posible que Syndil esté en la caravana, con los leopardos, por si quieres mirar allí —le invitó a pasar sabiendo con certeza que no aceptaría la idea. Cullen declinó la invitación con un gesto de la cabeza.
—No será necesario. No quiero sacar a nadie de quicio con mi presencia; echaré un vistazo para comprobar como pueden mejorarse las medidas de seguridad.
—¡Oh, estupendo! Otro macho dominante que nos va a decir lo que tenemos que hacer —murmuró Tempest hablando sola.
Me has dejado impresionado con esa capacidad de inventar actividades bajo el sol.
—¿Has visto? Puedo ser una mentirosa redomada cuando me hace falta. Supongo que desarrollé la tendencia a mentir cuando era niña, como método de supervivencia. Puede resultarme muy útil si los locos esos me atrapan.
Darius captó el miedo en su voz, leve pero presente. Tempest estaba intentando ser valiente y aparentar que las revelaciones de Cullen no la asustaban, pero él estaba agazapado en su mente y sabía que estaba atemorizada. Tortura y muerte. Esas fueron las palabras que Cullen usó y la imaginación de Tempest era muy vívida.
Estás bajo mi protección —la tranquilizó.
Tempest sonrió ante su arrogancia. Sabía que había dicho eso para que se tranquilizara, pero estaba acostumbrada a confiar en sí misma, no a apoyarse en la seguridad que cualquier hombre pudiese ofrecerle.
¿Cualquier hombre? —repitió Darius.
Tempest escuchó la suave carcajada de él, esas pequeñas bromas le derretían el corazón.
Estoy intentando acabar este trabajo, Darius. Márchate.
—Es cierto que tienes problemas con las figuras autoritarias.
—Y tú tienes problemas con cualquiera que te diga que no, ¿verdad? —contraatacó ella y volvió a golpearse los nudillos— ¡Joder! Darius, estás distrayéndome. ¿Has visto lo que me ha pasado por tu culpa?
—Presta atención a lo que estás haciendo, Tempest, y deja de mirar a ese hombre.
—No lo estoy mirando —negó con fiereza, mientras echaba un vistazo hacia Cullen. No quería que entrase a fisgonear a la caravana y acabase devorado por Sasha y Forest, posiblemente bajo las órdenes de Darius.
Una risa muy masculina y bastante socarrona se deslizó por su cabeza.
Ya estás mirándolo otra vez. Pon atención a tu trabajo o tendré que despedirte.
—Desari no dejaría que lo hicieras; vuelve a dormirte hasta que se ponga el sol.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary