Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 2



Dos

Un vampiro.
Tempest se incorporó con lentitud y se sentó, tapándose la boca con el dorso de una trémula mano. Se hallaba en la caravana de los Dark Troubadours, en un sofá-cama, entre un montón de cojines y tapada con una manta. Los dos leopardos se apretaban contra ella totalmente dormidos. El sol intentaba en vano filtrase a través de la oscuras cortinas que cubrían las ventanas. Debía ser casi media tarde, puesto que ya comenzaba a descender. Se encontraba débil y temblorosa; tenía la boca seca y los labios agrietados. Necesitaba beber algo, lo que fuera.
Al intentar ponerse de pie, se tambaleó ligeramente antes de recuperar el equilibrio. Recordaba cada aterrador detalle de lo que había ocurrido la noche anterior, aún cuando Darius le había ordenado olvidarlo todo. No tenía ninguna duda de que era capaz de conseguir la sumisión de la mayoría de los humanos, pero de algún modo, con ella no había funcionado. Tempest siempre había sido diferente, era capaz de comunicarse telepáticamente con los animales, podía leer sus pensamientos al igual que ellos leían los suyos. Ese rasgo peculiar debía haberle conferido inmunidad ante la orden mental de Darius, aunque él seguramente estaba pensando que había tenido éxito y había conseguido borrar los recuerdos y los detalles de lo que era capaz de hacer. Se llevó la mano a la garganta, buscando la herida y comprendiendo que no era totalmente inmune a su agresiva atracción sexual; jamás había sentido una química tan poderosa en toda su vida. Había escuchado el aire crujir cuando la electricidad atravesó sus cuerpos. Era humillante darse cuenta de eso, y por mucho que quisiera culparlo, sabía que ella también era culpable de lo que había sucedido. No había sido capaz de controlarse cuando lo tuvo cerca, y eso la aturdía y la aterrorizaba.
Entonces, era eso. Vale. El hombre era un vampiro como Dios manda; dejaría para más tarde los chillidos y los desmayos porque lo más importante en ese momento era salir corriendo de allí. Poner toda la distancia posible entre ella y ese loco antes de que el sol se pusiera, que se suponía, era cuando los vampiros se levantaban. En ese momento, él debía estar durmiendo en algún lado. Que Dios la ayudara si tenía el ataúd allí mismo, en la caravana; no estaba por la labor de clavar una estaca a nadie en el corazón. Eso no ocurriría nunca.
—Ve a la policía —se ordenó en voz baja— Alguien tiene que saber lo que ocurre aquí.
Cruzó el interior de la caravana hasta llegar a la cabina para mirarse en un espejo y comprobar que todavía se reflejaba en él. Pero se sobresaltó ante su aspecto. El vampiro debía estar muy necesitado para fijarse en alguien que parecía la novia de Frankenstein.
—Vale, Tempest —dijo a su reflejo—, se lo dices a la policía: agente, un hombre me mordió el cuello y me chupó la sangre. Es el guardián, er… digo, el guardaespaldas de una cantante muy famosa. En realidad es un vampiro. Por favor, vaya y deténgalo —arrugó la nariz y con una voz más ronca dijo— Por supuesto, señorita. La creo. Y a propósito ¿quién es usted? Una jovencita sin hogar y sin un céntimo con una larga lista de escapadas de casas de acogida a las que nosotros llevábamos de vuelta una y otra vez. Digamos que vamos a dar un paseíto hasta una granja escuela puesto que pasa usted mucho tiempo de cháchara con los animales —entonces hizo un mohín con los labios— Sí, eso funcionará, definitivamente.
Encontró el cuarto de baño, que resultó ser sorprendentemente lujoso, pero se dedicó más al aseo de su persona que a admirar el lugar y se dio una ducha mientras bebía tanta agua como fue capaz. Se puso unos vaqueros desgastados y una ligera camiseta de algodón que guardaba en la mochila de la que jamás se separaba. En cuanto se encaminó a la puerta, ambos leopardos levantaron las cabezas en actitud de alerta, rugiendo suavemente como protesta. Rusti les envió una disculpa y se escurrió de allí antes de que los animales pudieran detenerla bloqueando la salida con sus cuerpos; eso era lo que intentaban hacer y ella lo percibía, había sido Darius el que les dejó las instrucciones de mantenerla encerrada si despertaba. Sasha y Forest rugieron y gruñeron furiosos cuando descubrieron que Rusti había conseguido escapar, pero ella ni siquiera lo dudó y cerró la puerta con un sonoro portazo antes de alejarse a toda carrera del autobús.
Se demoró varios minutos mientras intentaba encontrar su inseparable caja de herramientas, pero no estaba por ningún lado; maldiciendo en voz baja, se encaminó hacia la autopista y empezó a correr a un ritmo regular. Tan pronto como pusiera unos cuantos kilómetros entre ella y aquella criatura, sería feliz. ¿Quién se iba a imaginar que se cruzaría un vampiro en su camino? Probablemente era el único que existía en el mundo. Se preguntó por qué no se desmayaba de terror; no ocurría todos los días que una persona se encontrara a un vampiro. Y jamás podría contárselo a nadie; nunca. Se iría a la tumba siendo el único ser humano que sabía a ciencia cierta de la existencia de los vampiros. Soltó un lastimero gemido. ¿Por qué se metía siempre en problemas? Sólo le podía pasar a ella, ir a una simple entrevista de trabajo y arreglárselas para encontrarse un vampiro.
Siguió corriendo hasta alejarse unos cinco kilómetros, agradecida por el hecho de que le encantara correr, puesto que a aquella hora no pasaba ni un solo coche. Aminoró el paso y se recogió el pelo, completamente empapado en sudor, en una coleta para poder dejarse el cuello al aire. ¿Qué hora era? ¿Por qué no tendría reloj? ¿Por qué no se le había ocurrido mirar la hora antes de marcharse? Después de aproximadamente una hora más de caminar y correr, pudo hacer señales a un vehículo para que se detuviera. La recogieron pero sólo pudieron llevarla hasta un punto un poco más alejado. Se sentía extrañamente cansada y bastante sedienta. La pareja que iba en el coche desprendía bondad y buenas intenciones, pero consiguieron agotarla con su ilimitada energía, y casi se alegró de decirles adiós para proseguir con su caminata. Pero en esta ocasión no logró avanzar mucho; estaba tan cansada que sentía su cuerpo pesado como el plomo, cada paso que daba parecía hundirla en un charco de arenas movedizas. Súbitamente se sentó en el arcén de la carretera; sentía unos amenazadores latidos en la cabeza. Se masajeó las sienes y la nuca para intentar calmar el dolor.
Una pequeña camioneta de reparto de color azul se materializó a su lado. Prueba de su debilidad fue comprobar el terrible esfuerzo que le supuso ponerse en pie para llegar a la ventanilla del conductor. Se trataba de un hombre de unos cuarenta años, musculoso y fuerte que dirigió una sonrisa a Rusti, con una leve preocupación en la mirada.
—¿Algo va mal, señorita?
Rusti negó con la cabeza.
—Necesito que me lleve, vaya a donde vaya.
—Claro, suba —dijo mientras apartaba una pila de chismes del otro asiento y lo dejaba todo tirado en el suelo— La camioneta está hecha un desastre, ¿pero qué demonios importa?
—Gracias. Parece que el tiempo va a ponerse feo —y lo hizo. Inesperadamente, unas nubes negras empezaron a cruzar el cielo.
El hombre las contempló a través de la ventanilla.
—Esto es de locos. El informe meteorológico dijo que el día sería soleado y sin nubes. Quizás desaparezcan. Me llamo Harry —dijo tendiéndole la mano.
—Tempest —dijo dándole un ligero apretón, porque en el momento en que sus manos se rozaron su estómago protestó con una terrible náusea y la piel se le erizó. El pulgar del hombre acarició la parte interior de la muñeca de Rusti, haciendo que un escalofrío le recorriera la espalda. Pero Harry la soltó de inmediato y arrancó de nuevo el camión con los ojos fijos en la carretera.
 Rusti se hizo un ovillo, alejándose de él todo lo que pudo, intentando combatir las náuseas y su alocada imaginación. En el momento que su cabeza se apoyó sobre el respaldo del asiento, el cansancio se apoderó de su cuerpo y se le cerraron los ojos. Harry la observó claramente preocupado.
—¿Te sientes mal? Te puedo llevar a un centro médico, creo que hay una pequeña ciudad a unos cuantos kilómetros de aquí.
Rusti intentó darse ánimos a sí misma. Agitó la cabeza, que le seguía doliendo horrores. Sabía que estaba pálida y notaba como la frente se le perlaba de gotitas de sudor.
—Estuve corriendo durante varios kilómetros; supongo que me excedí —pero sabía con certeza que ese no era el problema. Por alguna misteriosa razón, todo su cuerpo protestaba por alejarse de Darius. Sabía que ese era el motivo; lo presentía.
—Duérmete, entonces. Estoy acostumbrado a conducir sin compañía —le aconsejó Harry—. Suelo poner la radio, pero si te molesta no lo haré.
—No me molestará —contestó. No conseguía mantener los ojos abiertos por mucho que lo intentara. Estaba exhausta. ¿Habría pillado un virus? De repente, se incorporó en el asiento. ¿Los vampiros tenían la rabia? Se transformaban en murciélagos, ¿no? ¿No era cierto que los murciélagos transmitían la rabia? No le disgustaban esos animales, lo cual no significaba que tuvieran que gustarle los vampiros. ¿Y si Darius le había contagiado alguna enfermedad?
Se dio cuenta que Harry la miraba con atención; probablemente pensara que había recogido a una loca. Se acomodó deliberadamente en el asiento y cerró los ojos de nuevo. ¿Podía una persona convertirse en vampiro con un solo mordisco? ¿Con un mordisquito? Se revolvió en el asiento al recordar la oscura y violenta pasión que hizo arder su cuerpo. Vale. Quizás fue un enorme mordisco. El recuerdo le trajo de nuevo la sensación de la boca de Darius sobre su cuello, haciendo que sintiera de nuevo el ardor y la agonía pulsante que la inflamaban por completo. Sin pensar, se llevó la mano al cuello para tocar el lugar exacto y atrapar el recuerdo con la palma de la mano. Casi dejó escapar un gemido. Definitivamente, Darius le había contagiado algo, pero no era la rabia. La debilidad invadió de nuevo su cuerpo, atontando sus extremidades, de modo, que abandonó la lucha y dejó que se le cerraran los ojos.

Harry siguió conduciendo durante un cuarto de hora, echando rápidas y disimuladas miradas a la chica; le latía el corazón a toda pastilla. Era pequeña, con generosas curvas y había caído directa en sus brazos. Y él pensaba que a caballo regalado jamás había que mirarle el diente. Le echó un vistazo al reloj para comprobar que iba bien de tiempo, se había adelantado al horario; le faltaban aún dos horas para reunirse con su jefe y tenía tiempo de sobra para dar rienda suelta a sus fantasías con la pequeña pelirroja.
Los amenazadores nubarrones se habían oscurecido, aumentando de tamaño, y de vez en cuando se distinguían pequeños relámpagos y se oía el ruido de algún que otro trueno. Pero todavía era temprano, sólo las seis y media de la tarde. Harry buscó un pequeño grupo de árboles para salir de la carretera y aparcar la camioneta en un lugar resguardado, de modo que permaneciera oculta a la vista de cualquier otro vehículo que circulara por allí.
Rusti se despertó dando un respingo al sentir una mano manoseándole con torpeza los senos. Abrió los ojos de golpe. Harry estaba inclinado sobre ella, y le rasgaba la ropa. Era difícil golpearlo en el estrecho espacio de la cabina del camión, pero aún así, Rusti lo intentó; no obstante, Harry era un hombre corpulento y fuerte y al sentir que ella se rebelaba, le asestó un puñetazo justo bajo una oreja y después otro sobre el ojo izquierdo. Rusti vio las estrellas por un instante, y después todo se quedó negro mientras sentía que se deslizaba de nuevo sobre el asiento. Harry le dio un asqueroso beso, húmedo y baboso en plena boca y de nuevo, Rusti empezó a forcejear de forma salvaje, intentando arañarle en la cara.
—¡Para, para!
Harry la golpeó una y otra vez en la cara mientras con la otra mano le estrujaba los senos haciéndole daño.
—Eres una puta. ¿Por qué si no ibas a estar aquí conmigo? Tú querías esto. Sabías que iba a pasar; de acuerdo, guapa. Me gusta hacerlo a lo bruto; pelea. Así me gusta, eso es lo que quiero.
Le apretaba el muslo con la rodilla, de modo que Rusti no pudiera incorporarse y a él le resultara fácil desgarrar la cinturilla de los vaqueros. La mano de Rusti encontró el tirador de la puerta y tirando con fuerza de él, consiguió abrirla y se dejó caer al suelo. Intentando ponerse de rodillas, hizo ademán de salir huyendo.
Sobre sus cabezas, las nubes parecieron oscurecerse aún más, y de forma repentina la lluvia comenzó a caer con inusitada violencia. Harry consiguió agarrarla por un tobillo, arrastrándola sobre la gravilla de nuevo hacia él. Cogiéndola del otro tobillo le dio un tirón, impulsándola por el aire y dejándola caer de espaldas al suelo, el fuerte impacto dejó a Rusti sin respiración durante unos instantes. Un relámpago saltó de nube en nube, haciendo su característico sonido; Rusti lo observó con atención. La lluvia caía en forma de cortina dejándola calada hasta los huesos. Cerró los ojos cuando Harry comenzó a golpearla en el rostro con el puño cerrado.
—Te gusta, ¿verdad? Te gusta mucho —dijo con voz áspera. Sus ojos eran desagradables y duros y la observaban con odio, disfrutando de su triunfo.
Tempest luchó contra él con toda la fuerza que poseía, dándole patadas cuando podía liberar sus piernas o puñetazos hasta que sintió los nudillos doloridos. Nada conseguía detenerlo. Mientras tanto, la implacable lluvia caía sobre ellos y la tierra se agitaba con el sonido del trueno.
Sin previo aviso, Harry, que décimas de segundo antes estaba sobre ella, salió disparado hacia atrás empujado por una fuerza invisible. Rusti pudo escuchar el sonido de su cuerpo al golpearse con fuerza contra la camioneta. Intentó girar sobre sí misma, tumbarse boca abajo, pero le dolían todos los músculos. Consiguió ponerse de rodillas antes de empezar a vomitar con violentas arcadas. Tenía el ojo cerrado a causa de la hinchazón, y con la lluvia, el viento y la repentina oscuridad, le resultaba muy difícil ver lo que estaba sucediendo.
Escuchó un horrible crujido, el sonido de un hueso al romperse y, casi a ciegas, se arrastró hasta un árbol y se puso en pie ayudándose del tronco. En ese momento, unos brazos la rodearon y la atrajeron hacia un musculoso pecho masculino. Al instante, estalló en una furia irracional, luchando con fiereza mientras chillaba y se debatía ciegamente.
—Ya estás a salvo —dijo Darius con voz melodiosa y suave, luchando con la bestia salvaje que aún se agitaba con ira en su interior—. Nadie va a hacerte daño; tranquilízate, Tempest. Estás a salvo conmigo.
En ese momento, no le importaba lo que Darius realmente fuese; la había salvado. Se aferró con ambas manos a su cazadora y se acurrucó contra él, intentado fundirse en el refugio que le proporcionaba aquel cuerpo y alejarse de la brutal experiencia. Temblaba con tanta violencia que Darius temía que perdiera el conocimiento. La alzó en brazos y la abrazó con fuerza.
—Ocúpate del hombre —espetó a Dayan, su brazo derecho ahora, mientras llevaba el pequeño y maltrecho cuerpo de Tempest hasta el relativo refugio que proporcionaban los árboles. Estaba hecha un desastre, tenía el rostro hinchado y amoratado, y las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Se balanceaba sobre sí misma, echa un ovillo, y para intranquilidad de Darius, actuaba de forma demasiado parecida a Syndil tras el ataque de Savon. Se limitó a abrazarla, dejando que llorara mientras la consolaba con sus fuertes brazos.

Antes de despejarse por completo, los leopardos le habían advertido de la fuga de Tempest. Había intentado aminorar su paso tanto como le fue posible, haciendo que se sintiera excesivamente cansada; después había enviado las nubes de tormenta para ocultar la luz del sol de modo que pudiera salir a la superficie más temprano sin que se le dañaran los ojos o se le quemara la piel. En cuanto pudo, salió de las profundidades de la tierra y con el mismo impulso remontó el vuelo, ordenando a Dayan que le siguiera. Juntos, bajo el resguardo de la oscuridad, habían cruzado la distancia que los separaba de Rusti, y Barack se les había unido conduciendo el deportivo por orden de Darius. Ahora, cada una de las lágrimas que Rusti derramaba desgarraba su alma como jamás nada lo había hecho con anterioridad.
—Tienes que tranquilizarte, nena —susurró suavemente sobre su cabello—, o vas a enfermar. Ya pasó todo; se ha ido y jamás volverá a tocarte. Ni él ni nadie.
Dayan destruiría toda posible evidencia de la presencia de Tempest en la camioneta. Unos kilómetros más allá, Harry conduciría directo hacia el tronco de un árbol y se rompería el cuello. Darius se dio cuenta de que le temblaban las manos mientras le acariciaba el pelo y frotaba su barbilla con los sedosos mechones por el simple hecho de que necesitaba hacerlo.
—¿Por qué te fuiste? Te ofrecimos el empleo perfecto; y me tienes a mí para protegerte.
—Qué suerte tengo —dijo Rusti con cansancio—. Necesito una aspirina.
—Lo que necesitas es dormir y un poco de tiempo para sanar —la corrigió con ternura—. Ven a casa con nosotros, Tempest. Allí estarás segura.
Ella se llevó las manos a la cabeza, pero sentía un dolor punzante en todos los lugares donde Harry la había golpeado, no sabía decir dónde le dolía más. Odiaba que cualquiera pudiera verla de aquella guisa, y por supuesto, no tenía la más mínima intención de ir a ningún sitio con Darius, especialmente cuando su hermana y todos los demás integrantes de la banda podían ser testigos de la humillación que acaba de sufrir. Así que empujó el sólido muro de su pecho, lo cual no sirvió para otra cosa que hacer que sus manos empezaran a dolerle. Darius las tomó entre las suyas y les echó un vistazo para después llevárselas a los labios y pasar la lengua en una áspera caricia sobre los dedos. Rusti sintió todo su cuerpo estremecerse pero, de forma extraña, el dolor desapareció.
—No puedo volver de esta manera.
Darius percibió la angustia de su voz, sintió la humillación y la vergüenza que ella sentía. Y entonces cayó en la cuenta de que aún no le había mirado a los ojos.
—No fue culpa tuya —le dijo—. Tú lo sabes, Tempest. Ese hombre intentó violarte porque es un cerdo depravado, no porque tú lo incitaras.
—Yo hice autostop —confesó en voz baja—. No debería haberme subido a su camioneta.
—Tempest, si no te hubiese encontrado a ti, habría sido otra chica; quizás una que no tuviera a nadie que la protegiera. Ahora, déjame ver tu rostro. ¿Crees que puedes apartarte de mi camisa lo suficiente como para que vea el daño que te ha causado? —Darius intentó hablar de forma alegre para disipar la incomodidad de Rusti.
Rusti no podía creer la ternura que Darius demostraba; sentía su enorme fuerza, poseía un inmenso poder y aún así su voz sonaba dulce. Ese pensamiento hizo que los ojos se le anegaran de lágrimas. Se había alejado de él, huyendo de lo que ella creía un monstruo y había caído en las garras de uno de verdad, del cual Darius la había salvado.
—No puedo mirar a nadie todavía —la voz de Tempest sonaba amortiguada por la camisa de Darius, pero se podía oír su determinación. Se estaba preparando para su siguiente intento de huída.
Darius se dio la vuelta entonces, llevándola aún en brazos, y empezó a caminar a grandes zancadas hacia la carretera. La lluvia caía sobre ellos de forma implacable, pero él no parecía notarlo. La alejó del lugar para que no pudiera ver lo que le había hecho al hombre que la había atacado.
—Necesito sentarme —protestó Rusti finalmente—, en tierra firme —y de pronto, cayó en la cuenta de que tenía la camiseta hecha jirones con toda la piel expuesta a la vista. Jadeó de forma audible, atrayendo instantáneamente la atención de Darius, haciendo que su negra mirada se moviera perturbadoramente sobre ella. Entonces, se rió suavemente para calmar su nerviosismo.
—Tengo una hermana, cielo. No es la primera vez que veo a una mujer desnuda —pero mientras hablaba ya la estaba dejando de pie en el suelo y quitándose la cazadora. La envolvió en ella con mucho cuidado, aprovechándose de la oportunidad de echarle un vistazo más detallado. Ya podían verse algunos moratones sobre la blanca piel de su rostro y tenía un reguero de sangre seca en la comisura del labio. Darius apartó la mirada para no ceder a la tentación; vio una imagen fugaz de sus pechos, donde también había marcas moradas, al igual que sobre las costillas y en el vientre.
La ira lo consumía, un sentimiento desconocido y belicoso; quería matar una y otra vez a ese hombre, quería sentir su cuello crujir entre sus manos. Quería destrozarlo como hacían los leopardos a los que había estudiado durante tanto tiempo. Luchó para sofocar la ira asesina, hasta que consiguió que fuera un simple destello escondido bajo la superficie, donde Tempest no pudiera verla.
Su instinto más acuciante era sanarla usando las propiedades curativas de su saliva, pero se refrenó porque no quería asustarla aún más. Ya habría tiempo más que suficiente para eso cuando llegaran a casa y la indujera a dormir.
Tempest era consciente de que Darius podía verla, incluso en la oscuridad. Curiosamente, ya no le tenía miedo. Se quedó mirando la punta de sus sucias zapatillas deportivas sin saber qué hacer. Se sentía mareada y aún tenía ganas de vomitar, le dolía todo el cuerpo y lo único que le apetecía era acurrucarse y llorar. No tenía dinero, ni ningún lugar adonde ir. Darius alargó un brazo, ignorando el respingo de Rusti cuando vio que su mano iba a tocarla, y posó sus largos dedos sobre la nuca de su compañera de forma posesiva.
—Voy a llevarte a casa. Allí podrás darte un baño y te prepararé algo de comer; nadie te verá, sólo yo. Como ya te he visto, no pasa nada —su voz parecía buscar el consentimiento de Rusti, pero ella percibió la orden oculta.
—Tenemos que ir a la policía —dijo suavemente—. No puedo dejar que ese tipo se marche sin hacer nada.
—No volverá a cometer la misma atrocidad nunca más, Tempest —murmuró suavemente Darius. Podía escuchar el ruido de un coche que se acercaba a toda velocidad; era uno de los suyos— ¿Te ha presentado mi hermana a los otros miembros del grupo? —le preguntó intencionadamente para distraerla y que ella no le hiciera ninguna pregunta con respecto a Harry.
Tempest se sentó en el mismo sitio donde estaba, a un lado de la carretera bajo la fuerte lluvia. Furioso consigo mismo por acceder a la petición de Tempest de que la soltara, cuando él sabía que estaba débil, la cogió de nuevo en brazos como si fuera una niña, preparado para ignorar sus protestas. Pero por primera vez, Tempest no protestó; no dijo nada. Enterró el rostro en la calidez de su cuerpo, envolviéndose en el latido firme y reconfortante de su corazón y permaneció inmóvil, segura entre sus brazos, temblando bajo el frío de la lluvia y por el recuerdo de lo sucedido.

Barack había llegado en tiempo récord; le gustaba la velocidad que alcanzaban los vehículos modernos y aprovechaba la menor oportunidad para mejorar sus habilidades como conductor. Se detuvo justo delante de Darius, a través de la lluvia su rostro era una máscara oscura. Era el más joven de los cuatro hombres del grupo, y había conseguido retener retazos de su desenvoltura juvenil, lo cual al resto le había encantado. Pero cuando Syndil fue atacada, cambió igual que todos los demás y dejaron incluso de confiar los unos en los otros.
Darius abrió la puerta del coche y se introdujo en el interior sin soltar a Tempest, que aún tenía los ojos cerrados y ni siquiera hacía el intento de alzar la mirada, totalmente ajena a la presencia del vehículo. Darius empezó a preocuparse.
Está en estado de shock, Barack. Gracias por venir tan rápido; sabía que podía contar contigo. Llévanos a casa tan rápido como puedas —dijo Darius a su amigo utilizando el vínculo mental que unía a todo el grupo, era mejor que Tempest no le oyera.
¿Esperamos a Dayan? —preguntó Barack de la misma manera.
Darius negó con la cabeza. Dayan llegaría mucho antes volando, aún en mitad de la tormenta; igual que él si no le importara darle un susto de muerte a Tempest llevándola a toda prisa por los aires. Pero no quería asustarla. Además, ya sabía que las desconocidas emociones que le embargaban era las causantes de la tormenta, él la había creado.
Tempest no dijo nada durante el largo camino hacia el camping, pero Darius sabía que estaba despierta. Ni siquiera dio una cabezadita; su autocontrol pendía de un tenue hilo y Darius, consciente, se mantuvo inmóvil, evitando decir o hacer algo equivocado que la indujera a querer salir corriendo de nuevo. No podía dejarla marchar. El ataque que había sufrido había servido para demostrarle lo mucho que ella le necesitaba, y lo último que quería era ponerla en una situación que la hiciera temerle o desafiar su autoridad.

Julian Savage estaba apoyado distraídamente en la caravana cuando el deportivo entró en el campamento. Cuando Darius salió del coche con la pequeña pelirroja protegida sorprendentemente entre sus brazos, Julian se incorporó con su habitual gesto indolente revelando su poderosa musculatura y su tremendo poder.
—Sé algo sobre las artes de sanación —se ofreció con voz tranquila, aunque sospechaba que Darius rechazaría su ayuda. Sujetaba a la chica de forma salvajemente posesiva, y el gesto indicaba que jamás la dejaría en manos de otro hombre.
Darius dirigió una rápida y provocadora mirada de Julian.
—No gracias —fue su lacónica respuesta—. Yo me ocuparé de sus necesidades. Por favor, di a Desari que traiga la mochila de Tempest al autobús.
Julian tuvo mucho cuidado de que sus ojos no mostraran ni una pizca de la diversión que sentía. Después de todo, Darius tenía un punto débil. Un punto débil con el pelo rojo además. ¿Quién podía haberlo imaginado? Estaba deseando contárselo a su compañera. Con un pequeño gesto de despedida se alejó paseando tranquilamente.
Darius abrió la puerta de la caravana de un tirón, entró y con mucha delicadeza dejó a Tempest sobre el sofá. Inmediatamente su compañera se hizo un ovillo y le dirigió la espalda. Darius le acarició el cabello, reteniendo por un instante sus manos para intentar reconfortarla. Después se acercó al radio casete y ajustando el volumen para que no resultara demasiado alto, lo puso en funcionamiento para que la irresistible voz de Desari llenara la estancia con su rutilante belleza a la vez que ayudaba a que Tempest se aliviara. Hecho esto, se dirigió al baño, llenó la bañera con agua caliente y perfumada, y encendió unas velas aromáticas que ayudaban al proceso de sanación. No encendió las luces, sus ojos se adaptaban perfectamente a la oscuridad y Tempest se sentiría mejor a oscuras.
—Vamos, nena, a la bañera —le dijo mientras la alzaba con un gesto tierno y rápido que no le dio opción a protestar—. Las hierbas que puse en el agua harán que los cortes te escuezan un poco, pero después te sentirás mucho mejor —le dijo mientras la sentaba en el borde de la enorme bañera— ¿Necesitas ayuda para quitarte la ropa? —preguntó manteniendo un tono de voz totalmente inexpresivo.
Rusti negó rápidamente con un movimiento de cabeza, de lo cual se arrepintió al instante, pues la cabeza empezó a latirle con fuerza igual que el ojo.
—Puedo arreglármelas sola.
—Creo que ahora no es momento de discutir ese tema. No estás preparada para el combate —y el ligero tono burlón en su voz le sorprendió aún más que a ella—. Entra en el agua, cielo; volveré con tu ropa y un albornoz. Cuando acabes podrás comer algo —y se inclinó para encender dos velas aromáticas más, dejando que sus llamitas parpadearan y bailaran sobre las paredes, reflejándose en el agua.
Rusti se desvistió despacio y de mala gana; cada uno de sus movimientos hacía que todo su cuerpo gritara de dolor. Se sentía entumecida en su interior, estaba tan exhausta y aturdida que no podía plantearse la verdadera identidad de Darius o lo que pretendía hacer con ella. Sabía que él creía que había conseguido borrar los recuerdos de lo que le había hecho la noche anterior. Incluso ahora, aún rodeada por el horror de lo que había sucedido esa tarde, podía sentir la ardiente pasión de sus labios sobre su cuello. Se deslizó en la bañera, jadeando al sentir el agua sobre sus heridas.
¿Por qué siempre tenían que pasarle a ella cosas tan extrañas? Era cuidadosa ¿no? Se hundió aún más en el agua, pero la punzada de dolor que sintió en los labios y en el ojo la dejó sin respiración. Cuando emergió apoyó la cabeza sobre la bañera y cerró los ojos para descansar un momento. Gracias a Dios, su mente permaneció en blanco. No podía pensar todavía en Harry o en lo que ella había podido hacer para ser el blanco de su depravado ataque. El hombre pretendía hacerle daño, y lo había conseguido.
—Tempest, te estás quedando dormida —le dijo Darius sin mencionarle que estaba gimiendo de angustia.
Se incorporó con rapidez, sentándose en la bañera mientras cruzaba los brazos por delante de los senos ocultándolos a los ojos de Darius. Con el brusco movimiento, el agua se derramó empapando el suelo del baño. Tempest lo miraba totalmente alarmada, con un ojo de color verde intenso y el otro amoratado e hinchado. Su cuerpo desplegaba un interesante abanico de colores desde el rostro hacia abajo, lo cual no era más que el signo externo de lo vulnerable que debía sentirse, aunque se las apañara para mostrarse desafiante.
—Fuera de aquí —le ordenó.
Darius sonrió dejando ver sus dientes perfectamente blancos; Tempest tuvo la sensación de ser testigo del desafío silencioso de un depredador. Darius extendió los brazos mostrando las palmas de las manos.
—Sólo intento que no te ahogues; la cena está lista. Aquí tienes un albornoz.
—¿De quién es? —preguntó dejando ver sus sospechas.
—Mío —era una verdad a medias. Lo había creado con facilidad, hacía tan solo un momento, era un truco aprendido hacía siglos que podía realizarse tan sólo con prendas de tejidos naturales—. Cerraré los ojos si te hace feliz. Sal ya de ahí —dijo tendiéndole una enorme toalla.
—No tienes los ojos cerrados —le acusó mientras salía de la bañera y se acercaba a la toalla que él mantenía extendida. Estaba mirando con atención un moratón bastante feo que destacaba sobre sus costillas. Tempest se sentía mortificada por el hecho de que Darius pudiese contemplar el daño físico que ese hombre le había inflingido; pero no se paró a pensar por qué no se sentía avergonzada de que él la viera totalmente desnuda.
De forma obediente, Darius cerró los ojos, pero la imagen de Tempest —pequeña, desamparada, herida y tan sola— no lo abandonó. Sintió como envolvía su pequeño cuerpo en la toalla bajo sus manos, antes de permitirse mirarla de nuevo. Parecía más infantil que nunca; y por el momento decidió tratarla como a una niña, le secó el cuerpo de forma totalmente impersonal, engañándose a sí mismo para no percibir su piel suave y sedosa, sus curvas, su estrecho talle y su pequeña cintura. Después le envolvió el pelo en una toalla, ahora de un cobrizo oscuro al estar mojado.
—No puedo dejar de temblar —dijo Tempest casi sin voz.
—Estás conmocionada —contestó Darius bruscamente. Quería envolverla en sus brazos, hacerle olvidar lo que le había sucedido—. Pronto pasará —la envolvió con rapidez en el cálido albornoz porque no soportaba la visión de su cuerpo maltratado e hinchado. No le gustaba cómo los ojos de Tempest evitaban su mirada, se sentía avergonzada, como si ella hubiese hecho algo incorrecto.
—Pasa los brazos alrededor de mi cuello, Tempest —le ordenó con suavidad, su brusco tono de voz tenía trazos de seducción hipnótica.
Ella cedió de mala gana, y él la alzó en brazos, obligándola a mirarle directamente a los ojos, ahora ardientes y oscuros. Casi dejó escapar un gemido ante aquella mirada, podía perderse en sus ojos. Nadie debería tener unos ojos como los de Darius, debería estar prohibido.
—Quiero que esta vez me prestes atención, Tempest. Tú no tuviste la culpa; no hiciste nada malo. Si necesitas culpar a alguien, además del hombre que te atacó, culpa a quien que de verdad se lo merece: a mí. Jamás te habrías marchado de aquí si yo no te hubiese asustado.
Tempest emitió un sonido de protesta, o quizás de miedo. Lo achacó a que las velas se habían apagado de forma repentina dejando el baño totalmente a oscuras, pero en el fondo sabía que su temor no se debía tan sólo a eso. Darius mantuvo su mirada atrapada, sin permitirle alejarse de su sugestión hipnótica y posesiva.
—Sabes que te estoy diciendo la verdad. Estoy acostumbrado a dar órdenes, a decirles a todos lo que deben hacer. Y me siento muy atraído por ti —interiormente se estremeció ante ese comentario en particular—. Debería haber sido más amable contigo.
La llevó en brazos hasta el habitáculo que hacía las veces de comedor, dejándola en una silla. En la mesa había un cuenco de sopa humeante preparado para ella.
—Come, cielo. Me costó horrores preparártelo.
Tempest se dio cuenta de que intentaba sonreír, pero al hacerlo el dolor volvió a sus labios. Y entonces percibió que también sonreía por dentro, y una sensación cálida se extendía por sus entrañas. Nadie, por lo menos que ella pudiera recordar, la había tratado jamás con tanto cariño. Nadie le había preparado nunca un cuenco de sopa.
—Gracias por encontrarme —dijo Tempest mientras removía el caldo intentando disimuladamente ver qué contenía.
Darius se sentó frente a ella, le quitó la cuchara y con un pequeño suspiro la hundió en el cuenco para después soplar enfriando el caldo.
—No se juega con la comida. Abre la boca —le reprendió a la par que llevaba la cuchara hacia la boca de Tempest.
La aceptó con renuencia; después de todo, pensó bastante sorprendida, estaba buena. ¿Quién iba a sospechar que un vampiro sabía cocinar?
—Es sopa de verdura —dijo ella encantada— Y está muy buena.
—Tengo muchas cualidades —murmuró mientras recordaba todos los caldos que había probado cuando las niñas eran pequeñas, intentando que se mantuvieran con vida. Puesto que la Estirpe de los Cárpatos no come carne, había tenido que probar con raíces, bayas y hojas; él era el primero en probar los experimentos, y más de una vez habían resultado ser venenosos.
—Cuéntame algo —le rogó Tempest—. No quiero empezar a temblar otra vez, y estoy a punto de hacerlo.
Darius le acercó otra cucharada de caldo a la boca.
—¿Te ha contado algo Desari sobre nosotros?
Rusti negó con la cabeza, estaba totalmente concentrada en lo bien que le estaba sentando la sopa a su aterido cuerpo.
—Ya sabes que siempre estamos viajando dando conciertos. Dayan y Desari son los cantantes de la banda. La que escuchas ahora es la voz de Desari. Es muy buena ¿verdad? —dijo con orgullo.
A Tempest le gustaba su forma de hablar, parecía de otro siglo, pasado de moda, pero le hacía resultar extrañamente provocativo.
—Tiene una voz muy hermosa.
—Desari es mi hermana pequeña. Hace poco encontró a su… —y dejó de hablar para tentarla con otra cucharada de sopa antes de proseguir— Encontró a un hombre y se enamoró de él; se llama Julian Savage. No lo conozco lo suficiente, y a veces no nos llevamos demasiado bien. Supongo que somos muy parecidos y ahí radica el problema.
—Mandones —añadió Tempest con malicia.
Los ojos negros la miraron de forma posesiva.
—¿Qué has dicho?
Esta vez Rusti rió; le dolía pero no pudo evitarlo. Sospechaba que nadie había bromeado ni desafiado nunca a este hombre.
—Ya me has oído.
Súbitamente, los ojos negros brillaron con tal intensidad, dejando ver un deseo tan peligroso que Tempest fue incapaz de respirar, y le vinieron a la cabeza los leopardos que les acompañaban, en ese momento Darius parecía uno de ellos. Apartó la mirada de la de él.
—Sigue hablando. Cuéntame más cosas sobre todos vosotros.
Darius deslizó una mano por la melena cobriza aún húmeda, y la posó después sobre la nuca; le gustaba la forma en que sus dedos se adaptaban al esbelto cuello. Una oleada de deseo lo golpeó con fuerza, inesperadamente, aún cuando intentaba mirarla como a una niña que necesitara su protección. Su caricia tenía la intención de consolarla, pero de todas formas acrecentó su anhelo; y se maldijo por su falta de disciplina. Necesitaba tocarla, sentirla, saber que era real, que estaba allí, que no era producto de su imaginación.
—Barack y Dayan también forman parte del grupo. Ambos son compositores de mucho talento, además Dayan es un magnífico guitarrista. Y compone la mayoría de las canciones. Syndil… —dudó porque no estaba seguro de lo que debía revelar acerca de Syndil— se encarga de los teclados. Aunque recientemente sufrió un percance que le ha dejado secuelas y de momento ha abandonado el escenario.
La mirada de Tempest voló hacia Darius; percibió su sufrimiento antes de que él pudiera ocultarlo.
—Le ocurrió algo parecido a lo que me ha sucedido hoy.
Darius aumentó la presión de sus dedos en la nuca de Tempest.
—Pero no llegué a tiempo para evitar que ocurriera y tardaré toda la eternidad en poder perdonármelo.
Tempest parpadeó y apartó con rapidez la mirada. Había dicho «toda la eternidad»; no «jamás» o «nunca», o cualquier otra expresión que un humano usaría. Oh, Señor. No quería que él descubriera que aún conservaba los recuerdos que, supuestamente, él había hecho desaparecer. Pero, ¿y si lo intentaba de nuevo y en esa ocasión sí funcionaba?
Un golpe en la puerta hizo que Tempest diera un respingo con el corazón saltándole en el pecho. Darius se levantó grácilmente, totalmente consciente de la presencia de Syndil en la puerta de la caravana. Se acercó para abrirla con su andar elegante. Tempest no podía apartar los ojos de él; era increíblemente aristocrático y atlético, todo músculos que se tensaban bajo la camisa de seda. Caminaba sin hacer ningún ruido, como uno de sus grandes felinos.
—Darius —dijo Syndil, evitando mirarle a los ojos, y para ello, se concentró en sus zapatos—. Me contaron lo sucedido y pensé que quizás podía ayudar de algún modo —dijo mientras le entregaba la mochila y la caja de herramientas de Tempest— ¿Me permitirías pasar un momento para verla?
—Por supuesto, Syndil. Gracias por preocuparte por ella; agradezco cualquier ayuda que puedas ofrecer —y diciendo esto, se apartó de la puerta para dejar paso a la chica. Ahora estaba seguro de que Syndil se recuperaría, pero no dejó que esta esperanza se reflejara en sus ojos. Siguió a la que consideraba como su otra hermana hasta la mesa.
—Tempest, esta es Syndil. Le gustaría hablar contigo si te sientes bien. Yo voy a recoger la cocina. Estaréis más cómodas en la habitación.
Tempest intentó sonreír.
—Esa es su manera elegante de echarnos de aquí. Todos me llaman Rusti —le dijo a Syndil. Curiosamente, no sentía ningún tipo de vergüenza ante otra mujer que había sufrido algo parecido a lo suyo.
Mientras pasaba junto a Darius, este alargó un brazo, la cogió del pelo atrayéndola junto a él y le dio un pequeño abrazo.
—No todos, cielo.
Le dirigió una mirada por encima del hombro que dejaba ver toda su furia reprimida y por un momento olvidó el dolor del ojo y de la boca.
—Todos los demás —corrigió.
Darius dejó que los mechones de cabello se escurrieran entre sus dedos, saboreando su textura y el contacto con ella por muy ligero que fuese. Tempest se movía con mucho cuidado, no quería hacerse daño en las costillas. Syndil señaló el sofá con un gesto, y Tempest se hundió entre los mullidos cojines. La chica estudiaba su rostro.
—¿Dejaste que Darius te curara? —le preguntó. Su voz era hermosa, suave como el satén, inolvidable y misteriosa. Tempest supo de inmediato que ella era una criatura como Darius. Lo podía ver en sus ojos, además de en su voz; pero por mucho que lo intentara no percibía maldad en Syndil, sólo una profunda tristeza.
—¿Darius es médico? —preguntó.
—No exactamente, pero tiene mucho talento para curar a los demás —dijo mirándose a las manos—. Yo no le dejé que me ayudara, y eso nos hirió a ambos mucho más de lo que yo pueda expresar con palabras. Sé más fuerte que yo, Tempest. Déjale hacer esto por ti.
—Darius llegó antes de que me violaran —dijo Tempest con franqueza. Los hermosos ojos de Syndil se llenaron de lágrimas.
—Me alegro tanto… Cuando Desari me contó que te habían atacado, pensé que… —dijo agitando la cabeza—. Me alegro mucho —dijo rozando suavemente con un dedo una magulladura hinchada—. Pero ese hombre te hizo daño, te golpeó.
—Es mucho peor lo que siento por dentro —dijo Tempest abrazando los cojines que tenía alrededor, protegiéndose tras ellos como si se tratara de una muralla.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
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Gracias por su visita
Mary