Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 10


Diez

—Esto es todo lo que tenemos —dijo, arrojando la fotografía sobre la mesa. En ella se veía a una joven delgada y pelirroja, con los brazos extendidos, en mitad de un arroyo. Estaba riéndose con la cara vuelta hacia el sol mientras cientos de mariposas revoloteaban a su alrededor.
—Mathew Brodrick está muerto. La policía dijo que no había duda de que se trataba de un suicidio; pero yo no me lo creo. Matt era uno de los nuestros. Sabía con lo que se enfrentaba y no habría tomado fotografías de alguien irrelevante —Brady Grand tamborileaba con los dedos sobre la fotografía, y golpeando dos veces para que todos la miraran añadió— Esta mujer sabe algo; éste es el mismo arroyo en el que se encontró el cuerpo de Brodrick.
—Venga, Brady —protestó Cullen Tucker—. Mira esa imagen: a pleno sol, en mitad del día; no hay forma de que esa mujer sea un vampiro.
Los fríos ojos de Grand observaron a todos y cada uno de los presentes reunidos alrededor de la mesa.
—No he dicho que lo fuese, sólo que sabe algo. Todo lo que puedo suponer es que ella estaba ayudando a Matt. Encontradla y sabremos la verdad.
—La «verdad» es que no hemos llegado a ninguna parte —espetó Cullen—. Afirmas que esta banda es un grupo de vampiros, y la única prueba que ofreces es una extraña relación del nombre de la cantante con un antiguo vocablo persa que hace referencia a la idea de oscuridad: Desari-Dara.
Un sordo murmullo de aceptación recorrió la habitación y todos comenzaron a moverse nerviosos. Nadie quería contrariar a Brady Grand abiertamente; era una persona mezquina. Pero habían perdido seis hombres en el primer intento de acabar con el grupo, seis excelentes tiradores y ahora acababan de perder a Matt Brodrick.
Brady observó al resto.
—¿Eso es lo que pensáis? ¿Que estoy equivocado con respecto a estas criaturas? ¿Y qué pasa con el hecho de que seis asesinos con entrenamiento militar enviados para matar a estos supuestamente ciudadanos indefensos acabaran muertos mientras que estas criaturas siguen vivas y coleando? Explícame qué pudo pasar, Cullen. Explícame como se las arregló un guardaespaldas normal y corriente, por sí solo, para acabar con nuestros seis hombres y hacer desaparecer sus cadáveres. La huída estaba perfectamente planeada, pero aún así, desaparecieron. Dejaron el escenario acribillado pero los miembros del grupo resultaron relativamente ilesos. Explícamelo, Cullen, porque no entiendo lo que pudo ocurrir.
—Los del grupo tuvieron suerte. Quizás el guardaespaldas sea mejor de lo que tú crees, un paramilitar o algo así. ¿Qué sabes de ese enorme tipo? No tenemos mucha información sobre él; ¿es posible que nuestro equipo no contara con suficientes datos?, ¿es posible que seas tú quién lo arruinara todo?
El puño de Brady se cerró con fuerza, hasta que sus nudillos se tornaron blancos. Uno de los músculos de la mandíbula palpitaba por la tensión.
—Estoy seguro de que la cantante es un vampiro. Lo sé, Cullen. Nuestro equipo lo sabía también o jamás habrían intentado dispararle. Queríamos herirla para que se desangrara hasta quedar debilitada y capturarla con vida. Los nuestros quieren un espécimen vivo para estudiarlo todos los años que hagan falta. Pero si lo único que conseguimos es uno muerto, que así sea.
—Lo único que hemos conseguido es que el mundo piense que somos una panda de fanáticos desquiciados —protestó Cullen—. Yo propongo que fijemos nuestra atención en alguien que no sea tan popular, maldita sea. A los polis les encanta Desari; todos los comerciantes de las ciudades por donde pasan acaban enamorados de ella, la audiencia la adora. Si la matamos, nos perseguirán como una jauría de perros.
—Ése es tu problema, Cullen, tu falta de compromiso. Esto es la guerra, somos nosotros contra ellos. ¿Crees en su existencia? Con todas las pruebas que te he proporcionado, ¿realmente crees que no existen? —preguntó Brady— ¿Después de lo que has visto con tus propios ojos? ¿O es que crees que fue un cuento que inventamos para que te unieras a nosotros?
—¡Demonios! Sí, creo que los vampiros existen —dijo Cullen—. Pero esta cantante no lo es. Sólo se trata de una mujer con una hermosa voz y un guardaespaldas más letal que cualquier otra cosa que hayamos visto. Cierto que duerme durante el día, vale ¿qué esperabas? Trabaja toda la noche. Si no podemos encontrar sus campamentos, aunque los rastreemos de ciudad en ciudad es porque son cuidadosos con su intimidad. Pero nadie muere nunca, no hay niños muertos, jamás dejan un rastro de fiambres tras de sí. Si son vampiros que se alimentan de la gente ¿dónde están los cuerpos? Todos los vampiros de los que he oído hablar matan. El motivo de que no podamos encontrar sus campamentos es que tienen un buen guardaespaldas. Por eso no podemos conseguir fotografías, no porque la película fotográfica no plasme sus imágenes. Este tipo hace su trabajo, y lo hace bien. No quieren fotografías robadas.
—¿Y qué pasa con los leopardos? —preguntó Brady.
—Es parte del espectáculo, forma parte de su misterio. Trabajan en el mundo del espectáculo, Brady. Todos tienen trucos publicitarios. A ellos les gustan los leopardos, genial. A los vampiros les gustan los lobos y los murciélagos, ¿no es eso lo que nos han dicho? —Cullen se anotó un punto.
El hombre más cercano a Cullen se aclaró la garganta. Era un poco mayor que el resto y normalmente bastante más callado.
—Es posible que Cullen tenga razón en esta ocasión, Brady —dijo en voz baja—. No tenemos ninguna evidencia de que los miembros de este grupo estuvieran alguna vez en los Cárpatos o que sean originarios de la zona.
—Wallace —protestó Brady—, sé que tengo razón con lo de la cantante. Estoy seguro.
El otro hombre negó con la cabeza.
—No habéis tenido en cuenta que los vampiros parecen ejercer algún tipo de influencia sobre sus mujeres. Las poseen por completo. Sin embargo, esta mujer se unió hace poco tiempo a un hombre ajeno al grupo.
—Acabas de darme la razón —dijo Brady triunfal—. Se lió con Julian Savage. Y él sí es originario de la región de donde se sospecha que provienen los vampiros; hace mucho tiempo que desconfiamos de él. ¿Y de repente aparece y se enamoran? Me parece una coincidencia demasiado grande —Brady dejó que sus palabras cayeran sobre su audiencia, sabiendo que se había anotado un tanto. Julian Savage estaba de los primeros en la lista de sospechosos de la Sociedad y lo vigilaban desde hacía mucho, aunque siempre conseguía eludir a sus perseguidores.
Siguió un breve silencio. Todos miraban al hombre mayor que hablaba tan suavemente, William Wallace. Era miembro de la Sociedad desde mucho antes que el resto de los congregados. Había perdido algunos familiares a manos de los vampiros. Los había perseguido en Europa y cuando él hablaba, todos, incluyendo a Brady, hacían lo que les pidiese.
—Es cierto —murmuró Wallace— que la muerte persigue a Julian Savage donde quiera que vaya, sin embargo la policía no sospecha de él. Tiene una casa en el Barrio Francés de Nueva Orleáns, donde desaparecieron varios miembros de la Sociedad de los que jamás se ha vuelto a saber nada. No podemos probar que estuviera residiendo allí en esa época —es posible que haya vendido la casa— pero parece ser que los vampiros pueden hacer aparecer los documentos precisos y todas las credenciales necesarias. Savage viaja a menudo al extranjero, es un hombre muy rico —continuó Wallace—. Ahora se dedica a viajar por este país con una banda de música. Es verdaderamente sospechoso —dijo mientras se inclinaba hacia la fotografía—. ¿Estás seguro que se tomó en el mismo lugar donde Brodrick murió?
Brady asintió con la cabeza.
—Inspeccioné el lugar personalmente. Es el mismo, no hay duda. Matt hizo un pequeño reportaje de esta mujer.
—¿La habéis visto antes? —preguntó Wallace.
Todos los presentes negaron con la cabeza.
—Matt no tenía novia —añadió por cuenta propia un joven con el rostro cubierto de acné. Era un recién llegado a la Sociedad y quería darse a conocer, probar su valía—. Por tanto, si conoció hace poco a una mujer y le hizo tantas fotografías en la misma zona donde se rumoreaba que los Dark Troubadours acampaban, debe tratarse de una chica relacionada con el grupo.
—¿Se ve claramente su rostro en alguna de las fotos? —preguntó Wallace.
—Ésta es la mejor. Está mirando directamente al objetivo. Propongo que busquemos a esta chica y le hagamos unas cuantas preguntas —contestó Brady.
—Quizás —dijo Wallace— deberíamos investigar un poco más. Si esta chica sabe algo, no debería resultarnos muy difícil sonsacarla. Encontradla y traedla al cuartel para interrogarla.
Cullen Tucker miró nervioso alrededor.
—Supongamos que no sabe nada. Tal vez no sea más que una chica que a Matt le resultó fotogénica; si la traéis aquí y descubre lo que buscamos, estaremos expuestos al resto del mundo.
Wallace encogió los hombros en un gesto de indiferencia.
—A veces son necesarios pequeños sacrificios. Desafortunadamente, tendremos que liquidar a la chica para proteger nuestra identidad.
Cullen observó los rostros buscando la más mínima señal de objeción, como la que él sentía. Pero todos ellos se mostraron de acuerdo, eran seguidores de Wallace. La prudencia le obligó a permanecer con la boca cerrada.
—¿Algún problema con eso? —gruñó Brady con los fríos ojos repentinamente vivaces por la sed de sangre.
Cullen se encogió de hombros.
—No más que cualquier otro —templó—. No tiene por qué gustarme, Brady, por el simple hecho de que sea necesario. Empezaré a buscarla en el próximo concierto del grupo, al norte de California. Estoy seguro que se dirigen hacia allí. La chica no debe ser muy difícil de localizar, pero por si acaso, enviad a alguien más al parque, por si era alguien de la zona, o estaba acampando por allí. Los guardas forestales deben haberla visto.
Brady Grand permaneció en silencio unos instantes, controlando sus ganas de pelea. Asintió.
—Llévate a Murray contigo. Es mucho más seguro que vayáis en parejas —y señaló al joven, sabiendo que estaba impaciente por hacer algo violento y probarse ante el grupo.
—Yo siempre trabajo solo, tú lo sabes —protestó Cullen—. Si vamos dos llamaremos la atención del guardaespaldas. No podemos olvidarnos de él; apostaría que fue uno de los que eliminó a nuestro equipo.
—Quizás —musitó Wallace— pero es más probable que fuese Savage; fue justo en aquel momento cuando empezó a aparecer con los miembros del grupo. No creo que el guardaespaldas de Desari sea una amenaza; a menos, claro está, que sea uno de ellos.
Cullen se tragó el comentario, ¿de qué servía hablar? Brady Grand había llegado a ser tan fanático como William Wallace; los dos creían estar enzarzados en una guerra. Cullen creía simplemente que si era cierto que existía algo tan malévolo como un vampiro, debía ser eliminado. Y pensaba de este modo porque cuatro años antes estaba en San Francisco cuando un asesino en serie cometió sus crímenes. Sólo que no era un asesino en serie; aquella criatura había asesinado a su prometida delante de él, le había chupado la sangre mientras se reía a carcajadas. La policía no se lo había creído, en realidad nadie le creyó. Hasta que Brady Grand le encontró. Y ahora no tenía muy claro si Grand y Wallace, siempre sedientos de sangre, eran muy diferentes de aquel vampiro. Echó un rápido vistazo a la foto de la sonriente pelirroja. Era hermosa; en su sonrisa se adivinaba su alegría y su calidez, había compasión en su rostro y su apariencia dejaba clara su completa inocencia. Más allá de su cuerpo delgado y de su melena pelirroja, Cullen veía a un ser humano que se merecía algo mejor. Veía a una mujer con la misma naturaleza bondadosa que su prometida. Con un suspiro se guardó la fotografía en el bolsillo, le resultaba sorprendente que los demás no pudiesen apreciar la inocencia de aquel rostro. Ella no tenía nada que ver con los vampiros.
—Me marcho —dijo bruscamente—. Me mantendré en contacto para ver si tenéis alguna pista, dejad a alguien a cargo del teléfono.
Brady lo contempló con extrañeza. Asintió lentamente con la cabeza y lo siguió con la mirada fría hasta que traspasó la puerta. Una vez en el exterior, Cullen aspiró el aire fresco de la noche, intentando deshacerse del hedor del fanatismo. Había seguido a los miembros de la Sociedad porque necesitaba vengarse de la espantosa muerte de su prometida, pero la necesidad ya no era tan grande, quería liberarse de la ira y del odio y comenzar una nueva vida.
La fotografía le quemaba en el bolsillo; lo más sensato sería desaparecer, salir de allí. Esconderse. Pero conocía a Brady Grand. A ese individuo le gustaba matar y creía haber encontrado en la Sociedad la válvula de escape de sus tendencias psicóticas. Incluso lo habían expulsado del ejército de los Estados Unidos, librándole de los cargos por sus repetidos ataques a los nuevos reclutas y a algunos civiles. Había dos incidentes en su historial delictivo, dos muertes sospechosas que nadie pudo demostrar que fuesen asesinatos. Cullen lo sabía todo, tenía un amigo con acceso a los archivos del ejército. Brady Grand no era el tipo de enemigo que a uno le gustara tener detrás el resto de su vida.
Cullen puso en marcha su Jeep, pero la fotografía todavía parecía arder en su bolsillo; la sensación atravesaba su ropa y le llegaba hasta la piel, quemándole. Soltó una repentina maldición; no podía dejar abandonada a su suerte a la pelirroja. Tendría que encontrarla y advertirle del peligro; y también a la cantante. Puede que tuviese al mejor guardaespaldas del mundo, pero si Brady Grand persistía, antes o después, la Sociedad acabaría atrapándolas. Golpeando el volante por la frustración, Cullen dio la vuelta al vehículo, dirigiéndose hacia el Norte.

Muy lejos de allí, en las entrañas de la tierra, Darius abrazó a Tempest, acercándola aún más a su cuerpo. Algo se introducía en su mente, advirtiéndole del peligro; la misma sensación que lo había mantenido con vida a lo largo de los siglos. Era bastante poderosa como para hacer que la bestia rugiese y que los colmillos se alargaran en respuesta al mal presagio. Alzó la cabeza, barriendo con su negra mirada el interior de la cueva. Lentamente, dirigió su atención hacia el Sur, de donde provenía la amenaza; algo amenazaba a Tempest y venía de aquella dirección. Nada iba a hacerle daño a la mujer que dormía entre sus brazos. Nada. Lo había jurado.
Echó un vistazo al rostro de su compañera; sumida en el sueño se veía muy joven y desvalida. La luz de las velas acariciaba su piel, arrojando sombras que tentaban a Darius, incitándolo a tocarlas. Notó cómo una corriente de deseo invadía su cuerpo y lo aceptó; le llevaría siglos saciar el apetito que despertaba en él. Siglos. Pero él había hecho otra elección; había elegido no convertirla y morir junto a ella cuando le llegase el final. Por eso debía ser muy cuidadoso cuando la poseyera, no podía permitirse tomar su sangre mientras estaban unidos; en ese momento, cuando su cuerpo le exigía hacerla suya por completo, perdía el control y eso era muy peligroso para ambos. Pero la deseaba, no dejaría de hacerlo jamás. Era un sentimiento salvaje y primitivo, pero a la vez tierno y dulce. Aunque él no era un hombre tierno. Los largos siglos de su existencia así lo afirmaban, habían moldeado su crueldad y su naturaleza depredadora. Sin embargo, era consciente de su transformación cada vez que la contemplaba. Algo en su interior se derretía, despertando su ternura.
Gracias a los siglos de despertarse cuando el sol se ponía, percibía el momento exacto en el que el astro rey se hundía tras el horizonte y la noche cubría la tierra. Ésa era su hora, su mundo. Darius se estiró perezosamente y se dio la vuelta para recorrer con la mano la satinada piel de Tempest. No había dormido enterrado, ni tampoco había disfrutado del sueño rejuvenecedor de los inmortales puesto que si algo hubiese ido mal, habría tenido que despertarla y ella se habría encontrado enterrada bajo una montaña junto a lo que parecía un cadáver. Al sumirse en el sueño de los inmortales, los miembros de la Estirpe de los Cárpatos detenían sus pulmones y su corazón, algo muy útil para regenerar los tejidos y necesario para que sus cuerpos recuperaran toda la fuerza; pero a los humanos les aterrorizaba. Sin haber llevado a cabo el tan habitual proceso, el sueño de Darius había sido liviano e inquieto; pero Tempest era muy joven y estaba acostumbrada a salirse con la suya, así que Darius había sacrificado su descanso regenerador para asegurarse su cooperación y seguridad.
Atrapó los mechones cobrizos en una mano, dejando que se escurrieran entre los dedos. Cabello rojo, ojos verdes, fuerte temperamento y voluntad de hierro. Su piel era cálida y tentadora. Sumida en el profundo trance que la mantenía dormida, su corazón latía con fuerza y su respiración hacía que sus cremosos pechos subieran y bajaran. Inclinó la cabeza para saborear su piel, mientras pronunciaba la orden de que despertara. Su mente atrapó fácilmente la de Tempest que accedió somnolienta ante el tórrido deseo de Darius, avivado por las imágenes eróticas que enviaba a la mente de su compañera. Movía sus labios lentamente sobre el cuerpo de ella, con lánguidas caricias, mordisqueándola de vez en cuando, reclamando cada centímetro de su piel. Percibió el momento en el que el corazón de ella cambió de ritmo para acompasarse al suyo. Su cuerpo se tensó, exigente; su sangre se agitó por la necesidad. Sentía la respuesta del cuerpo de Tempest, su sangre ardiente fluyendo en las venas, dejando un reguero de fuego, incitando el deseo.
Antes de que se despertase por completo, de que fuese totalmente consciente del lugar donde se encontraba, Darius transformó su mundo en una fantasía erótica; se recreó en la cálida piel de su garganta mientras sus manos le rodeaban los pechos de forma posesiva. Aunque era de pequeña estatura, de constitución delicada, sus pechos eran generosos, y encajaban a la perfección en su mano, como si estuviesen hechos para él. La respuesta de su cuerpo fue agresivamente masculina, se endureció aún más y una oleada de salvaje alegría le recorrió por entero.
Movió la boca sobre su hombro, deteniéndose en aquel pequeño hueco que su lengua lamió con suavidad e insistencia para después deslizarse hasta el valle entre sus pechos antes de dedicar una especial atención a cada pezón, una tarea que hizo que su sangre hirviera. Durante un momento, cerró los ojos para saborear la textura de su piel y la sensación de su propio cuerpo ardiendo de deseo. Pero no duró demasiado puesto que se imponía la necesidad de recorrer cada una de sus costillas, de inspeccionar y lamer la piel de su vientre. Bajó las manos aún más, hasta acariciar la sedosa piel de las caderas. Bajo sus caricias, Tempest se retorcía inquieta, aún medio dormida, parcialmente consciente de lo que Darius le estaba haciendo. Pero su cuerpo estaba totalmente despierto, deseoso de sus caricias. Y él lo sabía puesto que había unido sus mentes. No pudo evitar sonreír con deleite al pensar que Tempest estaría junto él, con su suave y acogedor cuerpo, en cada despertar.
Tempest dobló las rodillas, elevando las piernas, y Darius comenzó a acariciarle los muslos con languidez. Un pequeño gemido escapó de su garganta mientras intentaba decidir si lo que ocurría era un sueño erótico o era real. No tenía conciencia del lugar donde se encontraba, lo único que percibía era la boca de Darius lamiendo lenta pero implacablemente cada centímetro de su cuerpo.
La mano de Darius se posó sobre el nido de rizos, demorándose para percibir su calor. Cuando Tempest movió las caderas para acercarse aún más, bajó la cabeza para saborearla. Ella gritó con una mezcla de placer y alarma, enterrando las manos en su cabello para acercarlo aún más a su cuerpo. Oleadas de fuego líquido fluían del cuerpo de Tempest hacia Darius y la electricidad pasaba de uno a otro haciendo que el aire crepitara a su alrededor con ligeros destellos azulados. Compartió el momento en el que el cuerpo de Tempest estalló de placer y suspiró maravillado ante aquel milagro.
Él mismo se encontraba sumergido en una vorágine de violentas sensaciones, se sentía tan hinchado y duro que temía hacer daño a Tempest si la penetraba con demasiada brutalidad. Mientras compartían el clímax de ella, Tempest pasó las manos sobre los marcados y tensos músculos de su espalda, dejándolas reposar sobre sus caderas. Él alzó la cabeza, atravesándola con su abrasadora mirada.
Pudorosa por naturaleza, Tempest debería sentirse tímida, pero en lugar de eso, atrapó en su mente las imágenes que Darius le enviaba junto con su avidez y se sintió como una lasciva seductora; y la idea le encantó. Incorporándose, le empujó hasta dejarlo tendido sobre su espalda y poder inspeccionar su pecho con las manos. Con una pequeña sonrisa, se inclinó para lamer la cálida piel, hasta su sabor era masculino. Al estar sus mentes firmemente unidas, podía sentir cómo la sangre de Darius hervía, a causa del implacable y doloroso deseo de hacerla suya. De forma deliberada, dejó que sus mechones le rozaran la piel, avivando aún más su necesidad.
Él susurró su nombre entre dientes. Le estaba volviendo loco, Tempest se tomaba su tiempo y deslizaba los labios por los músculos de su abdomen, deteniéndose en los huesos de las caderas. Cerró la mano sobre su miembro y Darius se tensó aún más. Volvió a pronunciar su nombre, esta vez a modo de orden, pero Tempest se negó a escucharle; pasó la lengua en una lenta y deliberada caricia a lo largo de su pene, lo que hizo que Darius la agarrara del cabello para acercarla aún más. Ella tuvo la audacia de reírse de él, uniendo su cálido aliento a la tormenta que rugía en el interior del hombre. Volvió a mover la mano sobre él, comprobando su grosor, antes de metérselo en la boca. Y entonces, Darius gritó, un sonido ronco producido por la sensación de la cálida boca de Tempest envolviéndole, húmeda y estrecha. Ella sabía lo que le gustaba, lo había visto en su mente y Darius se perdió en la belleza del momento que compartían.
Jugueteó con él, torturándolo. Se recreó en el poder que ostentaba en aquel momento, y Darius lo soportó tan estoicamente como su cuerpo se lo permitió. Cuando no pudo más, envolvió en un puño un mechón de cabello cobrizo y tiró de él, sin importarle el daño que pudiese ocasionarle, era lo único que era capaz de hacer en aquel momento. Le alzó la cabeza y rodeándole con ambas manos la cintura, la colocó sobre él. Con las miradas entrelazadas, Tempest introdujo su miembro en su cuerpo, centímetro a centímetro, muy lentamente hasta que lo tuvo en su interior por completo. Darius la sentía húmeda y ardiente; su vagina era tan estrecha y aterciopelada que tuvo que hundir los dedos en sus caderas mientras intentaba retrasar su orgasmo. ¿Dónde había ido a parar el autocontrol del que había alardeado durante siglos?
Para Tempest era sorprendente saber lo que él deseaba en cada momento. Comenzó a moverse sobre él muy despacio, hasta que poco a poco, el ritmo cambió a un frenético vaivén. Las manos de Darius la recorrían por entero, su cintura, sus caderas, sus pechos. Y entonces se incorporó, acercando sus labios a ella, haciendo que el corazón de Tempest diera un vuelco. Sentía su hambre, su deseo de tomar su sangre, pero era más una urgencia sexual que un hambre física. Ya lo había hecho con anterioridad, pero Tempest jamás había visto sus colmillos, que ella consideraba perfectos cuando se reía. Ahora, él no hizo intento de ocultarlos mientras alcanzaban toda su longitud y se acercaban hasta su garganta.
En ese momento, impulsó sus caderas hacia arriba, con un movimiento brusco, enterrándose profundamente en Tempest a la vez que hundía sus colmillos en la suave carne del cuello. Compartieron las sensaciones, sus mentes estaban unidas, al igual que sus cuerpos. Compartían la misma esencia de la vida. Darius ardía, se abrasaba, estaba cada vez más cerca del final y no tenía ningún control, arrastró a Tempest con él y finalmente, estallaron a la vez, con salvaje placer, mientras la tierra se agitaba bajo sus cuerpos.
Le supuso un gran esfuerzo separarse de ella y dejar de beber su sangre a pesar de que su apetito era insaciable. Darius empezaba a percibir los cambios que ya se habían producido en su compañera, su sentido del oído era mucho más agudo ahora, así como el de la vista. Sin quererlo, él estaba aumentándolos, alterando la naturaleza humana que había jurado preservar. La rodeó con los brazos. Nada iba a hacerle daño. Nunca. Ni siquiera él.
Tempest yacía feliz entre los brazos de Darius, sintiéndose totalmente amada y protegida. Él era un amante perfecto y siempre cuidaba de ella, aún cuando fuese brusco. Sus corazones latían al unísono y tardó un tiempo en normalizar la respiración. Al aspirar una profunda bocanada de aire, un calor opresivo inundó sus pulmones; miró a su alrededor mientras se mordía el labio inferior. Todavía estaban en la cueva. Se sintió humillada; había estado tan distraída mientras Darius le hacía el amor que no se había parado a pensar en el lugar donde se encontraban. Ni siquiera habría reparado en ello aunque hubiesen estado en mitad de la calle. ¿Dónde estaba su orgullo? Podía decirse que este hombre la había secuestrado, reteniéndola en las profundidades de la tierra sin que sintiera el más mínimo remordimiento, y después se había aprovechado desvergonzadamente de ella. Tempest alzó la cabeza, bajando los párpados antes de que Darius pudiese leer su expresión. Pero él era una sombra en su mente y veía la ira y la vergüenza que Tempest sentía en esos momentos; la humillación por haberle permitido hacerle aquello cuando estaba tan enfadada con él. Casi de inmediato, Darius rodó llevándola consigo e invirtiendo las posiciones, dejándola atrapada bajo su cuerpo. Cogió un mechón de sus brillantes cabellos y se lo llevó a los labios.
—Te debo una disculpa, por aprovecharme de ti mientras estabas dormida. Estuvo muy mal por mi parte, considerando que aún tenemos asuntos que resolver. Pero eres tan hermosa, Tempest, que perdí el control.
Ella abrió los ojos con rapidez, y lo miró con furia. Empujó con fuerza apoyando las manos sobre su pecho, pero Darius estaba tan perplejo por su reacción que olvidó moverse y fingir que su empujón era efectivo. La pasión volvió a invadirle y una nueva oleada de deseo le sacudió tan fuerte que estuvo a punto de besarla aunque tuviese los labios apretados por la ira.
—Imposible, Darius, tú siempre lo controlas todo. No creas que vas a engañarme; sabías perfectamente lo que estabas haciendo. Querías echar un polvo y ya está. Y soy tan boba que te dejé, como si fuera una de esas estúpidas heroínas de las novelas románticas —Tempest se dio cuenta que no había movido ni un milímetro a Darius con su empujón y eso hizo que se enfureciera aún más.
—Quería hacerte el amor —corrigió Darius, susurrando con la suavidad del terciopelo negro.
El mero sonido de su voz hacía que la pasión inundara las venas de Tempest. Apartó los ojos de la abrasadora mirada de él a duras penas; que Dios la ayudase si se le ocurría mirarle a esa boca perfectamente cincelada.
—Crees que seduciéndome vas a salirte con la tuya, Darius, pero no te va a funcionar. No me siento muy orgullosa de mí en este momento, y sé que tú no tuviste toda la culpa, pero déjame decirte algo antes de que tu ego reviente: no siento por ti el mismo respeto que sentía ayer —y se detuvo para pensar—. Si es que fue ayer.
—Puedes darte un baño en el estanque —dijo Darius intentando que no sonara como una orden. Su cuerpo parecía responder al más ligero roce de su piel y no se atrevía a comenzar nada con aquellos ojos verdes echando chispas y el cabello rojo llameando por la furia.
—¿Me estás dando permiso? —le preguntó mordazmente.
Inclinó la cabeza, aquel pequeño mohín que Tempest hacía cuando fruncía los labios enfadada, le volvía loco. Cuando sus bocas se encontraron, degustó su dulce sabor, aun en mitad del enfado, y lo guardó en su corazón para siempre.
—No me extraña que estés siempre metida en problemas —murmuró trasladando su beso hasta la comisura de los labios, deslizándose después hasta el hoyuelo de su barbilla y descendiendo por la garganta. Percibía el pulso de Tempest latir bajo sus besos, y su sangre comenzó a hervir. Sin control, el deseo le atravesó con la misma intensidad y rapidez que su cuerpo se endurecía, instándolo a que la hiciera suya una y otra vez.
Tempest se apartó con una mirada cautelosa. Darius era tan fuerte y su poder tan abrumador, que se sentía perdida en aquellas situaciones. Era su prisionera mientras estuviesen ocultos en el centro de la tierra, suya durante todo el tiempo que él quisiera. La idea no se le había pasado por la cabeza hasta ese momento y al caer en la cuenta, el color abandonó su rostro.
—¿Darius? —dijo con voz estrangulada intentando que él calmara sus temores.
Él buscó su mente, y penetró en ella con facilidad, la rodeó con los brazos y la acercó a su cuerpo de forma protectora.
—En cuanto te des un baño saldremos de aquí. Necesito cazar y tú necesitas comer.
El alivio fue instantáneo, la voz cristalina de Darius rezumaba sinceridad. A pesar de su enfado, se apoyó en él, esperando que su corazón dejase de latir de forma tan violenta.
—Darius, me da mucho miedo estar aquí abajo —confesó.
Él la abrazó aún más fuerte, a riesgo de partirla en dos entre sus brazos. No había descubierto el significado de la palabra «miedo» hasta que Tempest llegó a su vida. Ella había dado vida a esa sensación; tenía miedo de perderla o de que algo pudiese hacerle daño. Y el miedo le hacía ser peligroso e impredecible, como los felinos en sus momentos de mal humor.
—Podemos solucionar esas pequeñas diferencias, Tempest —le aseguró—. No hay ningún obstáculo insalvable entre nosotros.
Tempest respiró hondo para tranquilizarse.
—Vale, Darius, estoy de acuerdo con eso. Simplemente intenta no controlarme tanto; me gusta ser libre. Es mi forma de ser.
—Eres mi otra mitad, y yo soy tu otra mitad —le contestó él.
Tempest rompió bruscamente el abrazo, se incorporó para alejarse de él y no sucumbir a la tentación de darle una patada en la espinilla. Era tan arrogante cuando empezaba a escupir todas aquellas tonterías del siglo pasado que le entraban ganas de arrojarlo al estanque para ver cómo desaparecía aquella irritante frialdad.
Darius ocultó su sonrisa. No podía evitar decir esas cosas para irritarla; le gustaba ver sus ojos verdes resplandecer como esmeraldas mientras su fogosa reacción dejaba a la vista su naturaleza apasionada y su intensa furia.
Tempest entró en el estanque y la sensación del agua clara sobre la piel fue más erótica de lo que ella esperaba. Estaba segura de que un par de ardientes ojos negros la seguían mientras nadaba y un instinto profundamente femenino y salvaje tomó posesión de su cuerpo. Incorporándose para ponerse totalmente de pie, se alzó el cabello para escurrir el agua y muy lentamente, quedó de perfil ante él, mientras el agua resbalaba por su cintura y caía por sus senos desnudos. Seduciéndole. Llamándole. Con su nueva capacidad auditiva, Tempest captó la maldición que Darius soltó en un murmullo. Su boca se curvó en una imperceptible sonrisa y su ira se esfumó por completo cuando miró furtivamente y vio el cuerpo de Darius con una erección imposible de ocultar. Intencionadamente, se inclinó hacia delante y volvió a escurrirse el agua del pelo por segunda vez, ofreciéndole una buena vista de su trasero. Se merecía sufrir un poquito. Y además, todo aquello era muy divertido.
Brujilla peligrosa. Lo estaba volviendo loco deliberadamente y él lo sabía; como sabía que lo estaba disfrutando a la par que reafirmaba su poder femenino y su autocontrol. Dejó escapar un ronco gemido de frustración. La respuesta de Tempest fue una súbita carcajada que quedó ahogada con el chapoteo del agua. Chiquilla descarada. La resistencia de un hombre tenía un límite; de todas formas, el hambre le estaba nublando el sentido común y nada le sabía tan exquisito como la sensación que le atravesaba en cada uno de sus eróticos encuentros. Sin embargo, no podía tomar demasiada sangre de Tempest, puesto que darle la suya era un pasatiempo bastante peligroso y ni siquiera sabía de qué forma podía alterar su naturaleza. A lo largo de los siglos se había encontrado con unas cuantas mujeres convertidas, pero todas eran peligrosos vampiros, desquiciadas por la conversión, que se alimentaban de niños. Se había visto obligado a destruirlas. La idea le aterrorizó, ¿y si estaba empujando a Tempest al borde de aquel abismo? Sus mentes estaban constantemente unidas, buscándose en todo momento. ¿La estaría poniendo en peligro? ¿Tendría Julian la respuesta? Aunque le resultase desagradable, tendría que preguntarle al compañero de su hermana qué sabía sobre el tema. El orgullo no importaba cuando se trataba de la seguridad de Tempest.
Se dio la vuelta y la contempló de nuevo. Era exquisita. Todo en ella suscitaba una respuesta en él, ya fuese de tipo protector, sexual o emocional. Le fascinaban la línea de su cuello, su estrecha cintura, sus generosos pechos, su torso delgado y el redondo trasero.
Tempest retorció su pelo cuidadosamente y salió del agua. Olfateó la llamada del cuerpo de Darius y sintió el calor que se desprendía de su piel antes de llegar junto a él. Le dirigió una sonrisa, un pequeño gesto de sus labios en burlón desafío ante su obvio malestar.
—¿Algún problema? —le preguntó mordaz.
Estaba magnífico; no había otro adjetivo que describiese mejor su cuerpo. Y no dejaba de causarle asombro que ella pudiese causar semejante reacción en él, en una criatura que poseía un férreo autocontrol y un enorme poder. Cómo conseguía que él se descontrolase de aquella manera era un misterio para ella, pero la excitaba. Era una sensación delirante, como saltar sobre la espalda de un tigre y luchar para mantenerte con vida.
Darius esperó hasta que ella pasó junto a él, en ese momento se incorporó y reclamó lo que le pertenecía. Se limitó a cogerle los brazos desde atrás, inclinándose sobre la espalda de Tempest a la vez que le apoyaba las manos sobre una roca plana y alta, dejándola encorvada bajo su cuerpo. Una vez la tuvo atrapada, presionó con sus caderas de forma agresiva sobre el redondeado trasero, mientras comprobaba con los dedos que estuviera preparada para recibirle. La aferró con fuerza por las caderas y se introdujo en su húmeda y estrecha vagina, ardiente y dispuesta para él. Darius dejó que el instinto de dominación propio de los varones de su especie despertase en él, y clavó profundamente los dientes en el hombro de Tempest impidiéndole cualquier movimiento mientras él se hundía en ella una y otra vez con fuertes y certeras embestidas.
Tempest se encontraba devorada por el fuego que provocaban las poderosas manos de Darius agarrando sus caderas y su duro miembro penetrándola profundamente, retirándose y hundiéndose en ella de nuevo. Sentía la boca de Darius sobre su piel, sus dientes clavándose en su carne hasta hacerla arder al rojo vivo atrapada en aquella posición, totalmente sometida. Parte de ella temía ser demasiado vulnerable, pero Darius seguía siendo delicado y ajustaba su posición adaptándose a su estrecho cuerpo para no hacerle daño; esos pequeños detalles hacían que la pasión les consumiera aún más. Estaba muy cerca de alcanzar la cima del placer, su cuerpo se tensaba cerrándose en torno al miembro de Darius; pero no quería acabar tan pronto, no quería que todo fuese tan rápido. Deseaba prolongar el momento, temerosa de no tener otra oportunidad de estar junto a él una vez regresaran al mundo, al mundo que ella conocía y al que pertenecía. Lo que le estaba sucediendo con Darius era demasiado intenso; demasiado… todo; demasiada pasión y demasiados sentimientos.
—Darius —jadeó su nombre entre la agonía y el éxtasis.
—Sí, Tempest, sólo yo —gruñó sobre su piel—. Eres mía —en el fondo, Darius percibía que ella aún tenía una imagen equivocada de ellos dos como pareja, se veía como un ser independiente, individual, cuando no era así. Creía que podían separarse, que ella podría abandonarlo en algún momento. Tempest le quería, sin embargo, le aterrorizaba la necesidad que sentía de estar junto a él, de formar parte de él, de ser una única entidad y no poder volver atrás, volver a ser una Tempest sin Darius y un Darius sin Tempest. Muy al contrario, él había aceptado eso desde que puso los ojos en ella.
Su cuerpo se inflamó aún más, húmedo y ardiente, duro como el acero pero delicado al moverse; quería prolongar el momento, hacer que Tempest se sintiese enfebrecida, al borde del abismo; quería seguir escuchando los pequeños e inarticulados gemidos que brotaban de su garganta y derretían su corazón mientras se clavaban como flechas en su alma. Los gemidos de Tempest le volvían loco. Tenía en su boca el delicioso sabor de su piel, sus cuerpos piel contra piel, desnuda, suave y vulnerable, era toda para él. Darius se deleitó, dilató el momento alzándola aún más hasta sentir los músculos de Tempest aferrarle con fuerza, extrayéndole la misma esencia de su alma mientras una tormenta de fuego explotaba envolviéndolos en una llamarada de insoportable placer que los consumió a ambos.
Tempest respiraba de forma entrecortada, con pequeños jadeos, Darius tuvo que sujetarla para impedir que se cayera, le temblaban las piernas. Giró la cabeza para mirarle, los ojos verdes eran dos brillantes esmeraldas.
—No tenía ni idea de que pudiese ser así, Darius. Eres increíble —confesó con sinceridad. Antes había leído libros, ¿quién no lo había hecho? Había vivido en la calle, había crecido entre prostitutas. Obviamente, había hecho unas cuantas preguntas, pero nadie le había descrito algo parecido a lo que sentía cuando él la tocaba. Puede que le describiesen el acto físico, pero no la belleza de la pasión que los consumía cuando estaban juntos.
—Tú y yo, los dos juntos, Tempest —le explicó pacientemente, deseoso de que ella por fin comprendiera. Estaba tan programada para estar sola, para llevar una existencia solitaria, que su mente rechazaba el verdadero significado de su unión.
—¿No sientes lo mismo cuando haces el amor con otras mujeres? —le preguntó esforzándose por creer que un hombre tan viril, que hacía el amor tan a menudo y de forma tan vigorosa como Darius, habría necesitado cientos de compañeras en el pasado. ¿Cómo podía una mujer satisfacer todas sus demandas, darle verdadero placer? Ella no tenía ninguna experiencia. ¿Cómo iba a hacerle feliz?
Darius frunció el ceño ante los pensamientos de Tempest, seguía agazapado en su mente. La alzó en brazos y volvió de nuevo al estanque para lavarla una vez más.
—Tú satisfaces todos mis necesidades —señaló—. Y a la perfección. No puede haber ninguna otra mujer, Tempest. Une tu mente a la mía, no puedo mentirte. Lee mis pensamientos, te estoy diciendo la verdad. Solo tú estás en mi corazón. Eres tú la única a la que mi cuerpo responde. Jamás habrá nadie más, es para siempre.
—Pero yo envejeceré y moriré, Darius —le recordó ella—. Y después de cien años, encontrarás a alguien más —acabó riéndose por su propio ego—. No sé si te has dado cuenta que te he dado mucho tiempo para que me llores.
—Pasa las manos alrededor de mi cuello y mírame —le ordenó porque necesitaba conseguir toda su atención—. Te amo, Tempest, a ti, no a ninguna otra mujer. El nuestro no es el amor que comparten los humanos; es un sentimiento mucho más profundo y violento, pero más puro y envolvente.
Tempest negó con la cabeza.
—No me conoces desde hace tanto como para sentir un amor verdadero. Lo que ocurre es que te sientes sexualmente atraído por mí, eso es todo —y a sus propios oídos sonó desesperado.
—He estado en tu mente en incontables ocasiones, Tempest. Lo sé todo sobre ti; cada recuerdo de la infancia, los buenos y los malos; tus pensamientos más íntimos, los que no se comparten con nadie; lo que te gusta y no te gusta de ti misma; tus virtudes y los que consideras tus defectos. He conocido más sobre ti en el poco tiempo que hace que nos conocemos, de lo que cualquier humano podría saber a lo largo de toda una vida. Te amo. Por lo que eres. Por ti —Sus manos limpiaron con suavidad los restos de semen que aún tenía Tempest en la cara interna de los muslos—. Sé que piensas que soy el hombre más fascinante que has conocido jamás; me encuentras atractivo, te encanta mi voz; y te gustan, especialmente, mi boca y mis ojos; y la forma en que te miro —y diciendo esto estudió su rostro y todo rastro de humor desapareció—. Temes mis poderes, pero aún así los aceptas, igual que aceptaste con sorprendente facilidad mis diferencias con los humanos. A mi lado te sientes segura y protegida, y eso te da miedo porque no confías en esos sentimientos. No quieres atarte por completo a mí ya que no crees capaz de mantener a tu lado a un hombre tan poderoso como yo y no puedes permitirte el dolor que te causaría perderme.
Tempest intentaba liberarse de su abrazo, pero la tenía tan sujeta que fue incapaz, y se limitó a mirarle furiosa.
—Mientras inspeccionabas el interior de mi cabeza, ¿no descubriste lo que tengo ganas de hacerte la mayoría del tiempo que estamos juntos?
La boca de Darius se frunció en un socarrón gesto muy masculino.
—¿Te refieres a que piensas en algo más aparte de quererme dentro de ti?
Tempest negó con la cabeza en un furioso gesto.
—Como ahora, por ejemplo.
Darius apartó de la frente de Tempest unos húmedos mechones de pelo; su mirada era abrasadora.
—Tienes una sorprendente tendencia a inclinarte por un comportamiento femenino violento —le comentó divertido.
—Empiezo a pensar que la violencia puede ser el único modo de manejarte —dijo mientras interponía una mano entre ambos, empujando el muro sólido del pecho de Darius hasta que se quedó sin fuerzas. Si él no se daba cuenta de los sutiles esfuerzos que estaba haciendo para que la liberara, recurriría a la violencia, y entonces seguro que se arrepentía. Un buen remojón podía hacerle mucho bien a ese henchido ego masculino. Le lanzó de nuevo una mirada furiosa, esperando fulminarlo.
—No creo en el amor; es una leyenda. La gente usa el amor para salirse con la suya, pero no existe. No es más que una mera atracción física.
Darius estuvo a punto de arrojarla al borde del estanque.
—¿Crees seriamente en la tontería que acabas de decir? Yo soy la oscuridad, tú la luz; yo soy un depredador, tú eres compasiva y la bondad está dentro de ti. ¿Y tengo que ser yo quien te enseñe lo que es el amor?
—Otra vez tu ego —le dijo ella con un destello de altivez en la voz—. ¿Sabes Darius? No es necesario que estemos de acuerdo en todo. No tengo por qué verlo todo como tú lo ves.
Algo oscuro y terrible se reflejó en las profundidades de aquellos ojos negros, dejándola sin respiración. Cuando Darius parpadeó, no quedaba resto de aquella ilusión, y Tempest se quedó preguntándose si tan sólo había sido el reflejo de las velas.
—Te he dejado la ropa sobre la sábana. Vístete, Tempest. Tengo que alimentarme.
En cuanto escuchó las palabras de Darius, Tempest fue consciente de los latidos de su propio corazón. Demasiado altos, incluso para ella, tan fuertes como los redobles de un tambor. Peor aún, podía escuchar los latidos de Darius; y el goteo del agua que resbalaba por las paredes resultaba ensordecedor, aunque la noche anterior apenas si lo había notado. Y también le llegaba una nota elevada y lejana, un sonido siniestro parecido al que produciría un enorme grupo de murciélagos.
Tempest inspiró hondo mientras se mordía con fuerza el labio inferior. No le gustaba que Darius usara la palabra «alimentarse» como tampoco le gustaba el hecho de que su oído fuese mucho más agudo sin saber por qué. ¿Qué significaba todo aquello? Él le había mordido en varias ocasiones, ¿le habría contagiado con el virus o lo que fuese que le hacía parecer una criatura tan especial? Se vistió despacio con la ropa que Darius le había proporcionado, no quiso preguntarse de dónde la habría sacado; pero no era suya. ¿De dónde las habría cogido?
—Esta vez te has metido en aguas demasiado profundas, Rusti —murmuró.
Darius estaba junto a ella, vestido de forma impoluta y elegante que le hacía parecer aún más poderoso. Con un gesto cariñoso, le revolvió la melena cobriza.
—Deja de hablar sola.
—Siempre lo hago.
—Ya no vas a estar sola nunca más. Me tienes a mí, no necesitas continuar con esa costumbre. ¿Estás preparada? —deslizó los ojos negros sobre el pálido rostro de Tempest fijándose por un momento en los labios trémulos. De algún modo le hacía gracia que cada cierto tiempo le diese por asustarse a sí misma con sus propios temores e inquietudes. Le resultaba extraño no causarle terror, había aceptado su naturaleza como se aceptan las diferencias de raza o de credo. Igual que aceptaba a los animales.
Tempest alargó súbitamente un brazo y le cogió la mano.
—Aunque seas el ser más arrogante con el que jamás me he encontrado, gracias por la noche que hemos pasado. Fue muy hermosa, Darius.
Era lo último que él hubiese esperado, nada le había conmovido tanto como lo hicieron aquellas palabras. Desvió el rostro para que Tempest no pudiera captar el inesperado brillo de las lágrimas en sus ojos. Un pequeño milagro. Se creía incapaz de llorar, pero quería ponerse a sollozar como un niño tan solo por aquellas palabras de agradecimiento. A pesar de la ira que ella había sentido, a pesar de sus temores por su despliegue de poder y de su miedo al lugar donde se encontraban, la noche que habían compartido había significado tanto para ella que hasta le daba las gracias.
Mientras la llevaba de regreso a la cima de la montaña, se dio cuenta que era la primera vez que alguien le agradecía algo. Se daba por hecho en su papel de protector y aprovisionador de la familia establecido desde hacía tantos siglos que nadie tenía que darle las gracias, era su obligación. Y esta minúscula mujer, tan delicada y a la vez tan valiente, le había hecho recordar por qué eligió ser el protector de su gente.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary