Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 3


Tres

Syndil observó con atención a Tempest durante un instante, y después dejó escapar el aire con un largo siseo. Se sentó, inclinándose hacia delante, intentando descifrar su expresión.
—Te sucedió. No te han violado esta vez, pero lo hicieron en algún momento de tu pasado. Tú sabes lo que es pasar por eso. El miedo, el asco —Sus ojos, como dos gemas talladas, emitían destellos de hielo negro—. Me restregué el cuerpo durante tres horas y media, y meses después aún me siento sucia —confesó mientras sus manos subían y bajaban frotándose los brazos y sus enormes ojos reflejaban la angustia que sentía.
Tempest dirigió una mirada a la cocina para asegurarse que Darius no pudiese escucharlas.
—Deberías dejar que alguien te aconsejara. Hay lugares y personas que pueden ayudarte a recuperar tu vida, Syndil.
—¿Eso es lo que tú hiciste?
Tempest tragó saliva, sentía las acostumbradas náuseas que la invadían cada vez que aquella puerta en particular se abría para dejar paso a sus recuerdos. Negó con la cabeza y se llevó una mano hacia el estómago, intentando calmar el malestar.
—No me encontraba en situación de pedir ayuda. Me limitaba a intentar sobrevivir —una vez más miró hacia la cocina, hablando en voz aún más baja—. Jamás conocí a mis padres. Mis recuerdos más tempranos son de una habitación sucia donde yo comía en el suelo y observaba a los adultos pinchándose los brazos, las piernas o cualquier vena que pudiesen encontrar. No sé quiénes de aquellos adultos eran mis padres. De vez en cuando las autoridades me recogían y me dejaban en una casa de acogida, pero la mayor parte del tiempo vivía en la calle. Aprendí a librarme de los camellos, de los chulos y de cualquier otro hombre que se cruzara en mi camino. Se convirtió en un modo de sobrevivir, fue la única existencia que conocí durante varios años.
—¿Fue entonces cuando ocurrió? —preguntó Syndil con tanto dolor reflejado en los ojos que Tempest se sintió tentada de abrazarla; y al mismo tiempo tenía deseos de salir corriendo para no volver a revivir esa época en concreto de su vida. No podía soportarlo, no con el ataque de Harry tan reciente.
—No, podía haber sido más fácil si hubiese sido un asqueroso borracho, un yonqui o incluso uno de los chulos que se aprovechaban de las prostitutas, pero fue alguien en quien confiaba —confesó Tempest en voz baja, alguna extraña conexión entre ella y Syndil, producida por el terrible trauma que ambas habían sufrido, hizo que las palabras brotaran, aunque no sin dificultad.
—Yo también quería al hombre que me violó, y confiaba en él —admitió Syndil suavemente—. Y en consecuencia, ahora no sé cómo volver a confiar en nadie. Me siento como si él hubiese matado esa parte de mí; no puedo actuar con el grupo y me encantaba hacerlo, la música siempre ha estado en mi interior y ahora no la escucho. No puedo vivir sin música. Además, no puedo soportar estar sola con ninguno de los hombres con los que crecí, y siempre los he querido como si fueran de mi familia. Sé que están preocupados por mí, pero no puedo cambiar lo que ocurrió.
Tempest enroscó un mechón de sus cabellos en un dedo mientras hablaba.
—Tienes que seguir viviendo, Syndil, no dejes pasar la vida quedándote al margen. No permitas que robe tu vida ni tus pasiones.
—Pero eso fue lo que hizo; yo lo quería como a un hermano. Habría hecho cualquier cosa por él. Y él fue tan violento, sus ojos tenían una mirada depravada mientras me hacía daño, como si me odiase —dijo volviendo el rostro—. Nos cambió a todos. Ahora los hombres se miran con desconfianza y recelo; si Savon sucumbió a la transformación, quizás le ocurra a cualquiera de ellos también. Darius ha sufrido terriblemente porque, siendo nuestro guía, se siente responsable. He intentado decirle que él no tiene la culpa, pero siempre nos ha cuidado y protegido. Sé que si yo lo superara, a él le resultaría más fácil aliviar su sufrimiento, pero no puedo —confesó mirándose las manos— Los demás no me tratan como antes; especialmente Barack, que parece que ya no confía en mí. Todos me miran como si yo hubiese tenido la culpa.
—Seguramente te vigilan de forma protectora, no con recelo. Pero tú no eres responsable de los sentimientos de nadie, Syndil. Puedes superar esto, igual que los demás lo harán a su debido tiempo y cada cuál a su modo; no lo olvidarás, te atormentará e influirá en tu vida y en tus relaciones con los demás, pero puedes volver a ser feliz —le aseguró Tempest.
—Jamás he hablado de esto con nadie, ni aún con Desari. Lo siento; vine a ayudarte pero he acabado hablando de mí misma. Me encantaría chillar, llorar o meterme en un agujero donde no me viera nadie… pero es muy fácil hablar contigo.
Tempest negó con la cabeza.
—Debes encontrar el modo de seguir adelante.
—Por favor, cuéntame qué te ocurrió, cómo fuiste capaz de hacerle frente.

En la cocina, Darius se agitó inquieto, no le gustaba el hecho de que Tempest se enfrentará a más heridas; pero él también quería saber, tenía que saber y reconocía que era importante para ambas sacar a la luz los acontecimientos traumáticos que habían sufrido.
—Conocí a una admirable señora que trabajaba en uno de los albergues donde yo me alojaba. En aquella época yo tenía diecisiete años. Me permitió vivir en su casa. Por entonces yo me dedicaba a robar coches y trucar los motores por simple diversión. Ellen me hizo ver que podía darle un mejor uso y emplear mis habilidades como mecánico para ganarme la vida. Me pagó los estudios hasta que conseguí el título y después me buscó un buen trabajo en un taller, propiedad de un amigo. Durante un tiempo, fue genial.
—Pero algo ocurrió —aventuró Syndil.
Tempest se encogió de hombros de forma descuidada.
—Ellen murió y me quedé sin alojamiento. Sin su protección, mi jefe mostró su verdadera personalidad; me cogió desprevenida porque yo confiaba en él, era amigo de Ellen. No me lo esperaba, jamás habría pensado que él pudiera hacerme eso —dijo cerrando los ojos ante los intensos recuerdos que se amontonaban en su cabeza; la forma en la que la golpeó contra la pared dejándola sin respiración, aturdida y completamente vulnerable.
—¿Te hizo daño?
—No fue muy amable, si te refieres a eso, y yo no había… estado antes con nadie. Decidí que jamás volvería a probarlo de nuevo —volvió a encogerse de hombros, intentando no hacer una mueca ante el dolor que sintió en las costillas—. Al contrario que tú, yo jamás tuve una familia. Estaba acostumbrada a estar sola y a arreglármelas por mi cuenta; siempre he tenido que aprender las cosas del modo difícil. Contigo es diferente, tú tienes una familia, una vida. Tú sabes lo que es el amor.
—No puedo imaginarme con otro hombre, nunca —dijo Syndil con tristeza.
—Tienes que intentarlo, Syndil. No puedes alejarte del mundo ni de tu familia; depende de ti. Ellen siempre me decía que jugara las cartas que me habían tocado y no me quejara. No puedes cambiar lo que te sucedió, pero puedes ver más allá, y no dejar que destruya tu vida.
Escuchando desde la cocina, Darius se hizo la firme promesa de conseguir que el grupo actuara pronto en la ciudad donde estaba el taller mecánico, ya se encargaría él en persona de hacerle una visita al dueño. Aún así, sentía un gran alivio ya que era la primera ocasión que escuchaba a Syndil hablar con alguien de lo que le había ocurrido. Quizás ambas se beneficiaran al escucharse mutuamente.
Sentía el cansancio de su pequeña pelirroja. Tenía el cuerpo magullado, dolorido y estaba exhausta. Sabía que la mayor parte del trayecto lo había hecho corriendo y que no llevaba dinero para comprar comida o pagarse un alojamiento. No quería interrumpirlas, pero Tempest estaba literalmente hundiéndose entre los cojines del sofá cuando echó un vistazo desde la puerta de la cocina. Syndil también se dio cuenta al instante.
—Hablaré contigo de nuevo cuando hayas descansado, Rusti. Gracias por compartir tus experiencias conmigo, con una completa extraña. Creo que te las apañaste para ayudarme más que yo a ti —dijo mientras se despedía de Darius con un gesto de la mano al salir de la caravana.
Darius se acercó a Tempest deslizándose en silencio, una costumbre bastante intimidante.
—Y ahora te vas a la cama, cielo y no estoy dispuesto a discutir.
Tempest ya estaba acomodándose en el sofá.
—Aparte de mí, ¿hay alguien más que sienta la urgente necesidad de tirarte algo a la cabeza? —preguntó con voz soñolienta, sin ánimo de discutir.
Darius se inclinó a su lado, de modo que sus ojos quedaran a la misma altura.
—No creo. Y si lo hacen, no tienen la osadía de confesármelo.
—Vale, pero creo que tirarte algo es la única manera de llevarse bien contigo —le dijo Tempest. Se le cerraban los ojos y a pesar del intento de bromear, su voz sonaba cansada y triste.
Darius le apartó algunas hebras cobrizas del rostro, y le masajeó el cuero cabelludo.
—¿Tú crees? Quizás mañana sea mejor momento para intentarlo.
—Tengo muy buena puntería —le advirtió—. Sería mejor para ti si dejaras de darme órdenes.
—Eso arruinaría mi reputación —contradijo él.
Los labios de Tempest se curvaron en una sonrisa, poniendo aún más de manifiesto el fino corte del labio inferior. Darius resistió el impulso de pasar la lengua por la pequeña herida.
—Duérmete, nena. Haré todo lo que pueda para aliviar algunos de tus dolores. Antes de que te quedes dormida encima de mí, bébete esta infusión de hierbas que te preparé, te ayudará a dormir mejor.
—¿Por qué me da la sensación de que estás tomando el control de mi vida?
—No te preocupes, Tempest. Se me da muy bien organizar las vidas de los demás.
Tempest percibía la diversión en la voz de Darius, y sonrió en respuesta.
—Vete, Darius. Estoy muy cansada para discutir contigo —dijo acomodándose mejor entre las almohadas.
—Se supone que no debes discutir conmigo —le dijo mientras se concentraba en el vaso que había dejado sobre la encimera de la cocina, consiguiendo con facilidad que flotara hasta su mano—. Siéntate, cielo; tienes que bebértelo lo quieras o no —y le pasó el brazo bajo la espalda para incorporarla y poder llevar el vaso hasta sus labios.
—¿A qué sabe? —preguntó Tempest con sospecha.
—Bébetelo, nena —le ordenó.
Tempest suspiró suavemente.
—¿Qué hierbas son?
—Bebe, Tempest, y deja de replicar —ordenó obligándola a tragar el líquido, prácticamente le vació el vaso en la boca.
Tempest tosió y escupió, pero se las arregló para tragar bastante.
—Espero que no tuviera ningún medicamento.
—No, todo es natural. Te ayudará a dormir mejor. Ahora, vuelve a cerrar los ojos —dijo mientras la dejaba de nuevo sobre las almohadas.
—¿Darius? —preguntó suavemente, medio dormida. Y él sintió que su cuerpo se tensaba dolorosamente ante la mención de su nombre que le llegó al alma.
Se acercó hasta una estantería colocada en la pared, sobre la cabeza de Tempest, para encender unas velas hechas por ellos mismos a base de hierbas que buscaban en los bosques y pantanos, combinándolas para lograr los aromas que necesitaban.
—¿Qué quieres, cielo?
—Gracias por venir a por mí. No sé si podría haberlo superado de nuevo —estaba tan cansada que las palabras dejaron adivinar más de lo que a ella le hubiese gustado revelar.
—No tienes que agradecérmelo, Tempest —reconoció muy seriamente, mientras reunía unas cuantas velas y apagaba las luces sumiendo la caravana en completa oscuridad.
Un pequeño grito de alarma escapó de la garganta de Rusti.
—Enciende las luces, no quiero que las apagues.
—Estoy encendiendo unas velas y además no estás sola, cielo. Nadie puede hacerte daño aquí; relájate y deja que haga efecto la infusión. Te quedarás dormida y yo haré todo lo que pueda para asegurarme que mañana despiertes sin tantos dolores. Si quieres, puedo traer a los leopardos para que te hagan compañía.
—No. Siempre estoy sola, es mejor así, más seguro —murmuró demasiado adormilada para cuidar sus palabras—. Yo me cuido sola y no respondo ante nadie.
—Eso es lo que solías hacer antes de conocerme —la corrigió Darius con suavidad.
—No te conozco todavía.
—Sí me conoces. Con o sin luces, me conoces —y se inclinó de nuevo para depositar un ligero beso sobre su cabello. Ante el contacto, el corazón de Tempest casi se detuvo para luego latir frenético—. Tempest, deja ya de tenerme miedo; jamás te haría daño, puedes confiar en mí. Lo sientes en tu corazón y en tu alma. Las luces no impiden que sucedan cosas malas; también lo sabes —pero de todos modos, encendió las velas para el suave resplandor la reconfortara y las esencias aromáticas aliviaran sus dolores.
La infusión de hierbas empezaba a hacer efecto, sentía los párpados tan pesados que no podía mantenerlos abiertos.
—¿Darius? Odio la oscuridad, de verdad —no obstante, se dejó arrastrar por él, sin preguntarse por qué se sentía tan segura y cómoda junto a él cuando normalmente con el resto del mundo se sentía inquieta, y Darius ni siquiera era humano. Él le acarició suavemente el cabello, ordenándole mentalmente que durmiera.
—La noche es hermosa, Tempest. Cuando te sientas un poco mejor te la mostraré.
Sus manos ejercían un efecto relajante y Tempest se calmó bajo las caricias de sus dedos, inhalando las esencias de las velas. Darius comenzó a murmurar una suave letanía. Pero no hablaba en inglés; era la primera vez que Tempest escuchaba esa lengua. Cada palabra parecía penetrar en lo más profundo de su cuerpo y acariciar su mente como las alas de una mariposa; pero no podía asegurar si Darius hablaba en voz alta. Él continuó con la letanía mucho después de que Tempest se quedara profundamente dormida. Sólo entonces se inclinó sobre ella para inhalar su olor fresco y guardarlo en su interior; acarició la sien con sus labios, con un ligero roce, y se deslizó hacia el ojo hinchado. Lamió la piel amoratada dejando que las propiedades curativas de su saliva la curaran. Finalmente, después de una larga espera, pudo acercarse a la tentadora comisura de sus labios para acariciar el pequeño corte con la lengua. Se tomó su tiempo, disfrutando con su trabajo y fundiéndose con la mente de Tempest mientras continuaba con la letanía para mantenerla dormida. Movió la mano desplazándola por la garganta y por el hombro, deslizando el albornoz con la misma caricia; la suave y satinada piel quedó desnuda ante su mirada. Su lengua buscó el borde de un feo moratón para cubrirlo entero hasta llegar a la curva de un seno. Tempest gimió y se movió inquieta, luchando con el trance hipnótico en el que estaba sumida. Era fuerte y su mente extrañamente diferente, difícil de controlar mientras Darius se entregaba a la tentación y usaba su energía para curarla.
Le intrigaba la diferencia de Tempest con el resto de los humanos; a lo largo de todos los siglos de su existencia, jamás se había cruzado con un modelo cerebral humano como el de ella. Gracias al anterior intercambio de sangre, le resultaba mucho más sencillo instalarse en su mente ya que el vínculo era ahora mucho más fuerte. Y también empezaba a ser consciente de la enormidad de sus propias emociones, de las consecuencias de sus actos al haberla unido a él con las palabras rituales. Tempest no era una mujer normal y corriente por la que sintiera una simple atracción sexual. Era mucho más, su vínculo iba más allá de lo que él había aceptado en el resto de sus relaciones con otras personas. Su fidelidad era ahora para esta minúscula mujer; ella estaba antes que los suyos, a los que había protegido, alimentado y guiado durante siglos de tumultos y cambios. Darius suspiró con suavidad y lamió un enorme y morado golpe sobre las costillas de su compañera. Sabía que la protegería por encima de los demás. Subió por su cuerpo hasta trazar con los labios la línea de su delicado mentón. ¿Qué tenía ella que había conseguido su lealtad por encima de su propia familia, de sus propios congéneres?
En la mente de Tempest, Darius encontró un enorme valor y una tremenda capacidad de comprensión y piedad. Estudió con atención su cuerpo, tan frágil, delicado y perfecto. Con un ligero suspiro, la cubrió de nuevo con el albornoz y le subió la manta hasta la barbilla.
Se impulsó fuera de su propio cuerpo y entró en el de ella, cosa que rara vez había hecho con un humano. Requería bastante más concentración que con su propia gente. Buscó todos los órganos internos que habían resultado dañados y los reparó con sumo cuidado, desde dentro. Empezaba a sentirse familiarizado con su mente, con su cuerpo, como un amante, aunque aún no hubiese compartido su mente o su cuerpo de la forma que él quería.
Darius —la llamada telepática de su hermana lo llevó de vuelta a su cuerpo.
¿Qué ocurre? —respondió.
Puedo percibir tu hambre; ve a cazar. Nosotros cuidaremos de Rusti. No te preocupes, hermano. Estará segura conmigo.
—Sólo contigo —la orden salió antes de que fuese capaz de reprimirla y fue debida más a los celos que al temor de que cualquiera de la banda pudiera hacer daño a Tempest. Cuando sintió la suave risa de su hermana, las arrebatadoras notas de su voz acariciando su mente, se maldijo a sí mismo por revelar su total falta de control.
Cállate, Desari —dijo sin ningún tipo de rencor, en su voz sólo se percibían un hipnótico hechizo y mucho cariño.
Cómo ha caído el más poderoso.
—Me doy cuenta de que tu hombre te tiene atada en corto —añadió para vengarse.
Necesitas alimentarte, Darius. Incluso los leopardos pueden sentir tu hambre. Yo misma cuidaré de Rusti.
Darius suspiró suavemente, su hermana tenía razón. No podía permitir que los felinos empezaran a agitarse; despertarían hasta a un muerto si se inquietaran en exceso. Se incorporó de mala gana; no quería dejar a Tempest porque notaba que las pesadillas la acechaban, pero, no obstante, se encaminó a largas zancadas hasta la puerta. Su hermana le esperaba en el exterior.
Al salir inhaló el aire nocturno, dejando que el viento le trajese información sobre las criaturas que se escondían en sus madrigueras, y sobre las posibles presas humanas que pudiera haber en los alrededores. Sasha y Forest se acercaron a Darius, frotándose contra él; percibía la aguda preocupación de los felinos y automáticamente los reconfortó diciéndoles que iría de caza para alimentarse. En ese momento, empezó a correr estirando y tensando sus músculos mientras su cuerpo cambiaba de forma. Los leopardos le acompañaban, cada uno a un lado, ansiosos por cazar.
Los Dark Troubadours se trasladarían pronto puesto que tenían que actuar en las fechas ya concertadas, pero mientras estuvieran en un pueblo, los leopardos tendrían que comer carne que ellos les proporcionaban. A pesar de estar rodeados de multitud de posibles presas, tenían prohibido dejar libres a Sasha y Forest a menos que estuvieran en mitad de un bosque, alejados de las poblaciones, siendo esa una de las razones por las que solían acampar en lugares remotos, parques y reservas naturales, ya que de este modo mantenían contentos a los leopardos puesto que podían usar sus habilidades naturales para conseguir comida.
El cuerpo de Darius se contorsionó, alargándose, mientras el rostro se transformaba dando lugar a un prominente hocico y la cabeza se ensanchaba. Su cuerpo se cubrió de una ingente masa de músculos y tendones, y como hojas de estiletes, las garras se extendieron y se replegaron de nuevo, listas para ser usadas en caso de necesidad. Su columna vertebral se alargó, y pasó a ser extremadamente flexible, a la par que sus hombros se ensanchaban para proporcionarle equilibrio. Las patas acolchadas le permitían correr con sigilo. La espalda se le cubrió de pelo, provocándole un repentino picor mientras se extendía cubriendo todos sus músculos.
Los leopardos eran rápidos, ágiles, astutos y extremadamente peligrosos. Aquel que intentaba cazar un leopardo podía convertirse en presa si no tenía cuidado. De todos los felinos, son los más inteligentes; su desarrollo cerebral, algo de lo que Darius era consciente, era comparado a menudo con el de las marsopas, pero él contaba con siglos de conocimiento de primera mano, conocía su capacidad de razonamiento y cuando cazaban juntos, él siempre dirigía. Sasha y Forest preferían cazar agazapados sobre la rama de un árbol, saltando sobre la desprevenida presa en el momento oportuno. Cuando era un jovencito, Darius había aprendido a tener paciencia de este modo; ahora también era capaz de esperar y vigilar, permaneciendo totalmente inmóvil y silencioso, o bien arrastrándose centímetro a centímetro, sin ser detectado, a través de cualquier bosque o de la jungla, acechando a su presa pegado al suelo con un increíble control muscular. Cuando se impulsaba para saltar, lo hacía tan rápido como aquellos de los que había aprendido. Pero desde muy pronto había comprendido que, siendo un depredador como cualquier otro hombre de los Cárpatos, no podía permitirse el lujo de permanecer mucho rato en el cuerpo de una pantera o de un leopardo, animales indómitos y asesinos natos, sin destrozar a su «presa» mientras se alimentaba. Los leopardos usan sus afilados y largos colmillos para apresar, hundir y desgarrar. Sus largas zarpas pueden cortar la carne como un cuchillo. Y aunque son inteligentes, audaces e increíblemente perspicaces, su temperamento les hace ser muy imprevisibles. No obstante, sus mentes están en continuo funcionamiento, enfrentándose a cualquier desafío. La naturaleza de un hombre de los Cárpatos era demasiado similar a la de la de estos animales como para alimentarse de la misma forma, sin duda, sucumbiría a la bestia depredadora que rugía en su interior si permanecía en el cuerpo del felino mientras se alimentaba. Se requería en ese momento al hombre, con su código ético, y su percepción del bien y del mal que lo alejaba de la ley de la selva, ya que se alimentaba sin matar a su presa.
Darius sentía un gran respeto por los leopardos, sabiendo que eran tan peligrosos como él mismo, nunca perdía de vista el lado salvaje de los animales, ni el suyo. Ambas especies eran depredadores silenciosos y casi invisibles y cuando su lado salvaje salía a relucir, se convertían en la encarnación del diablo. En ese preciso momento, en mitad de la noche y rodeado de los olores de numerosos presas, Darius se regocijó en la caza, el único placer que había conocido durante años.
Los leopardos cazaban normalmente en solitario, pero hacia varios siglos que Darius había aprendido a controlar a varios felinos en grupo para, de esta forma, poder estudiar las habilidades que le podían ser de utilidad. Cuando era un niño no tenía la suficiente fuerza como para cazar solo, y no le quedó más remedio que desarrollar sus habilidades mentales antes que su masa muscular. Y eso le ayudó a agudizar su destreza a la hora de conseguir la sumisión de cualquier otro ser vivo, lo cual se sumó más tarde a sus cualidades de cazador.
De entre todos los felinos, el leopardo puede ser el más peligroso devorador de hombres, y a menudo invierte el juego cuando los cazadores profesionales le persiguen. Es un animal lo suficientemente sigiloso y temerario como para entrar silenciosamente a un campamento y arrastrar a su víctima de su tienda sin que nadie lo detecte. Por eso resultaba estrictamente necesario mantener a Sasha y a Forest bajo control. Había muchos humanos cazando o acampando en esos bosques. Y ambos animales sabían que las presas de las cuales Darius obtenía su sustento, eran humanos, pero también tenían claro que les estaba absolutamente prohibido abatir a una presa tan fácil. En ocasiones esa orden tan estricta conseguía ponerles de mal humor.
Darius los dirigió hacia los ciervos y el resto de la fauna de la zona, no quería cometer ninguna equivocación. Sasha y Forest debían alimentarse en primer lugar para que estuvieran ocupados devorando sus presas mientras él se dedicaba a buscar sangre fresca. Se movieron al unísono, explorando el terreno. Darius captó el rastro de una pequeña manada de ciervos que comían tranquilamente cerca de allí. Los leopardos hicieron honor de ser prácticamente sistemas de radar totalmente sigilosos y se desplazaron en completo silencio. Utilizaban los largos bigotes de delgadas puntas para obtener información de las corrientes de aire y de los objetos, de este modo, Darius y los dos leopardos continuaron su implacable camino hasta las ya sentenciadas presas. Darius eligió los dos animales más débiles del grupo; los leopardos solían elegir la presa más fácil e incauta, la que estuviese vagando alejada de la manada y cerca del árbol en el que ellos esperaban pacientemente.
Sasha elevó el labio superior en señal de protesta, pero Darius envió una orden mental, a la par que le daba un severo empujón con un hombro, en señal de reprimenda. Sasha reaccionó con un gruñido silencioso, pero de un ágil salto subió a un enorme pino y estirando su cuerpo alargado, se tumbó sobre una rama totalmente inmóvil, con los ojos fijos en su presa. La cierva que se acercaba al pino era más vieja de lo que a Sasha le hubiera gustado, pero Darius era formidable, su cuerpo estaba formado por unos buenos noventa kilos de puro músculo y ninguno de los dos leopardos se atrevía a desafiarlo en serio.
Forest rodeó a los ejemplares rezagados del grupo y se colocó a favor del viento, siempre pendiente del ciervo que Darius le había asignado. Se agazapó entre los arbustos, totalmente invisible entre la vegetación gracias a su piel moteada.
La cierva estaba inquieta y elevaba el hocico con frecuencia buscando señales de peligro. Forest avanzó unos centímetros, se quedó quieto y avanzó de nuevo.
Darius se posicionó cerca de los dos ciervos, con la intención de acercarlos a los leopardos si se asustaban por algún motivo. Aunque Sasha y Forest tenían bastante experiencia como para no dejarse ver ni dejar que el viento alertara a las presas de su presencia transportando su olor, Darius les echó una mano deteniendo el viento para que el ciervo no descubriera a Forest, que ya estaba dispuesto a saltar sobre él, y la cierva se acercara tranquila al árbol donde Sasha esperaba. Los dos leopardos se pusieron en acción simultáneamente, espantando al resto de la pequeña manada que se dispersó alarmada entre los árboles, pero las dos presas fueron atrapadas.
Darius dejó a los leopardos después de establecer una barrera de advertencia que consistía en una oscura y opresiva sensación de aire enrarecido, que mantendría alejado a cualquier humano que quisiera acampar o que se acercara en busca de una presa al lugar donde los felinos se alimentaban. Sasha y Forest conocían las normas, pero sus instintos atávicos habían sido sus guías mucho antes de que los miembros del grupo se hicieran cargo de ellos.
Darius se movió fácilmente a través del bosque en dirección al camping. Bajo la forma de una pantera podía saltar con agilidad sobre los troncos caídos o cualquier otro tipo de obstáculo. Le encantaba la sensación de sus músculos tensos bajo la piel. Antes de perder su capacidad de sentir, siempre había amado la noche y ahora, tras largos siglos, por fin podía volver a disfrutarla por completo sin echar mano a sus borrosos recuerdos o ayudarse de la mente de su hermana, ahora podía usar sus propios sentidos. La tierra húmeda bajos sus pies, las criaturas nocturnas que se agitaban por doquier, el poder que emanaba de su cuerpo, el viento soplando a través de los árboles, agitándolos y meciéndolos a su antojo. Incluso se recreó en la dolorosa e implacable sensación de hambre que recorría su cuerpo.
Tempest. Ella había traído el color a su mundo, las emociones. Le había devuelto la vida cuando estaba al borde de la muerte. Gracias a ella podía volver a sentir amor y devoción por su familia. Ya no era un débil reflejo de lo que un día sintió. Ahora, cuando contemplaba a Desari, su corazón se encogía. Cuando miraba a Syndil, lo hacía a través de los ojos de la compasión y de un profundo cariño.
Pero, ¿qué iba a hacer con Tempest? Era una humana. Su unión estaba prohibida; y a pesar de ello, había pronunciado las palabras rituales que los ataban. Le había dado su sangre y había tomado la de ella, e indudablemente, volvería a hacerlo de nuevo. Lo sabía. El recuerdo de su sabor hacía que sus glándulas salivares entraran en funcionamiento y que su cuerpo se tensara hasta límites dolorosos. Su sabor era adictivo, su sangre conseguía saciar su terrible hambre como nada lo había hecho con anterioridad. Sabía, cuando su cuerpo reclamó a Tempest, que iba a saciarse con su sangre y que anhelaría el intercambio. La simple imagen de la boca de Tempest sobre su piel era insoportablemente erótica. Apartó su mente de las vívidas imágenes; ya tenía problemas para controlar su deseo de hacer el amor a Tempest y reclamarla por completo. Pero Tempest tenía todo el derecho a conocerlo primero. Ella había sido creada para él, para que la reclamara y la poseyera. Darius lo sentía en su corazón, en su cabeza y en su alma. Cuando ella envejeciera, él también lo haría y después se entregaría al sol del amanecer. Decidió alejarse del mundo en silencio cuando ella lo hiciera.
Y con esa decisión, llegó la paz. Desari tenía a Julian. Barack y Dayan eran capaces de cuidar a Syndil. Él tendría unos largos y felices años junto a Tempest, llenos de amor y risas y de la belleza del mundo a su alrededor. Era consciente de que esa decisión lo alejaba de buscar refugio en la tierra para recuperar fuerzas. Pero ya no podía soportar separarse de Tempest, y ella necesitaba que la protegiera.
Olfateaba con claridad el olor de sus presas. Delante de él, se alzaba una tienda de campaña, dispuesta entre un grupo de árboles. En el interior, dormían un hombre y una mujer. La pantera se arrastró sigilosamente hasta el refugio de lona, el aroma de la sangre caliente la enervaba y la bestia rugía por ser liberada. Agazapado sobre el cuerpo fuerte y saludable de aquel hombre, Darius se concentró en Tempest, lo que le ayudó a controlar sus instintos depredadores y le permitió adoptar su forma humana para lograr su conformidad aún dormidos. El hombre giró el cuerpo y dejó expuesta su garganta ante Darius, que inmediatamente sintió como sus colmillos se alargaban, rozando su lengua. Inclinando la cabeza se dispuso a beber.
La primera sensación de que algo iba mal le azotó mientras cerraba las pequeñas heridas, asegurándose de que no quedara la más mínima evidencia de su presencia en aquel lugar. Se transformó de nuevo mientras se deslizaba en silencio hacia el exterior y liberaba a la pareja del trance. La mujer gimió suavemente, se volvió y se acercó al hombre buscando protección. Él reaccionó, aún dormido y pasó un brazo por su cintura.
Darius empezó a correr con rapidez hacia el parque, se movía a ras del suelo sigiloso y veloz, sorteando la espesa vegetación. Se detuvo a varios metros de Sasha y Forest. El leopardo macho aún comía agazapado sobre su presa. Sasha había vuelto a subir al árbol, y había dejado el resto de su comida atravesada en una rama, oculta para volver al día siguiente y dar buena cuenta de ella.
Darius retomó su camino con la mente inundada de inesperadas pesadillas. Un hombre alto y fornido, con enormes brazos y un complicado tatuaje de una cobra en su abultado bíceps. Cuando el brazo se movía, el bíceps se contraía y los colmillos de la cobra quedaban expuestos en toda su longitud. El hombre giró lentamente la cabeza, su boca dibujaba una obscena sonrisa de triunfo. Era el dueño del taller, el hombre que había violado a Tempest.
Darius unió con rapidez su mente a la de su compañera. Las imágenes provenían de sus sueños. Su inquietud era ahora tan palpable, y la pesadilla tan real que hasta los leopardos que corrían tras Darius podían captarla. Ambos empezaron a chillar con el espectral gruñido propio de su especie, hasta que Darius les envió la orden de permanecer en silencio mientras le seguían hasta el campamento. Toda su atención estaba puesta en Tempest, en mantener sus mentes unidas, y gracias a los siglos de constante entrenamiento, que le habían mantenido en forma, consiguió calmarla y apartarla de la pesadilla.
Desari ya había abierto la puerta de la caravana y esperaba en el exterior cuando la enorme pantera entró de un salto en el vehículo transformándose en el aire. Darius posó los pies en el suelo de la caravana y se apresuró hacia el sofá.
—Está asustada, tiene una pesadilla —afirmó suavemente mientras de agachaba junto a la pequeña figura sin apenas mirar a su hermana—. Déjanos solos.
Sentía que Desari lo estaba mirando porque notaba su preocupación. Su forma de actuar desde que llegó Tempest no era habitual en él, y sus sentimientos hacia ella eran bastante obvios. Con su simple postura, su cuerpo la reclamaba a gritos y la protegía.
—Es humana, hermano —le dijo Desari en voz baja.
Darius dejó escapar un largo gruñido de advertencia que hizo vibrar su garganta. Desari llevó instintivamente una mano hacia su cuello en un gesto protector y con los ojos abiertos de par en par contempló a Julian que acababa de materializarse en el hueco de la puerta justo cuando Darius lanzó la advertencia. Desari caminó con rapidez puesto que la tensión permanecía en el aire, entre su hermano y Julian; no podía decirse que fueran amigos. Ambos la protegían, pero eran hombres fuertes y poderosos con distintas opiniones y reglas. El resultado era una relación bastante precaria. Desari empujó a su compañero en el pecho, alejándolo de la caravana; en respuesta, Julian la abrazó por la cintura y la apretó contra su musculoso cuerpo, buscando sus labios en un beso tierno y hambriento.
Darius se mantuvo al margen de la escena, totalmente concentrado en Tempest. La melena cobriza se derramaba sobre la almohada, y su mano se acercó con voluntad propia para acariciar los suaves mechones. Automáticamente, su cuerpo se tensó dolorosamente. Tempest parecía muy joven y vulnerable mientras dormía. Aparentaba ser dura pero él sabía que necesitaba que alguien la protegiera y compartiera su vida; estaba muy sola, Darius lo veía mientras leía en su mente sus recuerdos y sus pensamientos. Allí descubrió que la dolorosa soledad que anidaba en su propia alma era también la compañera de Tempest. Pero aún teniendo eso en común, ella era muy diferente a él; estaba llena de compasión, de gentileza, era todo lo que él no era. Tempest no tenía ningún deseo de vengarse de él aún después de todo el daño que le había ocasionado, no había un odio amargo sino una serena conformidad. También estaba plenamente resuelta a mantenerse alejada de cualquier tipo de aventura amorosa, planeaba una existencia solitaria y sin incidentes.
Sus esquemas mentales eran interesantes; prefería la compañía de los animales ya que los entendía con facilidad, comprendía su lenguaje corporal y podía leer sus pensamientos. Se comunicaba con ellos sin palabras. Darius aspiró su aroma, guardándolo en su cuerpo. Era única y especial entre la especie humana, podía hablar con cualquier animal. Este don no le molestaba en absoluto, pero las reacciones que suscitaba a su alrededor siempre eran negativas. Darius se inclinó para apoyar su frente sobre la frente de Tempest, con gran esfuerzo luchó para que la bestia no se liberara; todos sus instintos le gritaban que la hiciera irrevocablemente suya. Su cuerpo la necesitaba con desesperación, y el salvaje deseo de volver a probar su sabor lo excitaba. Pero ella necesitaba descanso y muchos cuidados, se merecía que la cortejara de alguna manera. Y precisamente fue esa vulnerabilidad la que lo ayudó a controlar a la bestia. Darius se conocía a la perfección, sabía cuáles era sus puntos débiles y sus cualidades. Era tan despiadado y duro como la tierra en la que había crecido. Era salvaje y cruel como los leopardos con los que había corrido. Mataba sin ninguna emoción, sin malicia, pero lo hacía cuando lo creía necesario, sin mirar atrás, sin remordimientos.
Tempest era suya. De alguna forma, y él no sabía cómo, una humana había resultado ser su otra mitad. Sus almas se complementaban a la perfección. Sabía que su cuerpo estaba hecho sólo para él y que compartían la misma pasión, el mismo fuego.
Duerme, cielo, sin pesadillas. Yo te cuidaré —murmuró las palabras de forma telepática, enviando sueños placenteros a la mente de Tempest, cosas que recordaba de cuando él era niño. La belleza de la sabana, el misterio de las lluvias torrenciales, la abundancia de colores y de animales. Evocó el recuerdo de la excitación de su primera cacería junto a los leopardos; había intentado lanzarse desde la rama de un árbol como había visto que hacían ellos, pero había aterrizado justo enfrente de su víctima la cual, se escurrió rápidamente, despareciendo de su vista. Darius se encontró sonriendo ante el recuerdo, y ella también compartió su risa aun dormida.
Mientras tomaba la mano de Tempest visualizó unas enormes cataratas, la belleza del agua que caía formando una cortina espumosa de cientos de metros. Recordó los cocodrilos, los antílopes, una manada de leones. Introdujo en la mente de Tempest los olores, las sensaciones y el calor sofocante de África. Lo compartió todo con ella, sustituyendo de este modo los horribles acontecimientos del día, de su pasado, y remplazando su pesadilla con hermosas imágenes.
Eres un hombre extraordinario, Darius —inmóvil, las palabras de Tempest dejaron paralizados sus músculos e incluso su respiración. Estudió su rostro, pero ella le había hablado de forma telepática. No era el mismo vínculo que él usaba con su familia, era uno diferente, mucho más privado. Pero era su voz, no podía estar equivocado. De algún modo, inmersa en el trance hipnótico y sumida en el sueño proporcionado por las hierbas, Tempest era profundamente consciente de la presencia de Darius en su mente. Era increíble que una humana tuviera ese poder. Volvió a examinar la mente de Tempest de nuevo. No se parecía a la mente de los humanos que él había estudiado. Le intrigaba porque estaba dispuesta en diferentes capas y compartimentos, donde Tempest guardaba sus recuerdos encerrados bajo llave y muy bien ordenados. Quizás había confiado demasiado en sus propios poderes y no funcionaran con ella.
¿Puedes escucharme? —le preguntó usando el vínculo mental.
¿Es que no quieres que te escuche? ¿Entonces por qué me estás hablando de todos esos lugares maravillosos y de tus emocionantes recuerdos si no quieres que te escuche? —Darius percibió de nuevo su brusco tono de voz aterciopelado, suave como una caricia de un amante que entrega su cuerpo de modo inconsciente. ¿Siempre usaba ese tono de voz? ¿Percibían los demás esa vibración erótica y excitante?
¿No te asusta que hablemos telepáticamente? —preguntó Darius.
Estoy soñando. No me importa soñar contigo. Nuestras mentes están unidas y sé que tu único deseo es ayudarme a dormir sin pesadillas.
¿Tan sencillo era? ¿Pensaba que esta soñando? Darius atrajo la pequeña mano hacia la calidez de sus labios y sonrió mientras le besaba los nudillos. Aún había señales de golpes, y de forma inconsciente, pasó su lengua sobre la marca azulada.
Duerme, nena. Duerme profundamente y no te preocupes por nada. Deja que tu cuerpo se recupere.
—Buenas noches, Darius. No te preocupes tanto por mí, soy como un gato; siempre caigo de pie.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
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Gracias por su visita
Mary