Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 8


Ocho


Tempest se había marchado. Bajo tierra, unos ojos negros, ardiendo de furia, se abrieron de par en par. La tierra tembló ligeramente, y el pequeño terremoto se extendió por la superficie del parque a modo de funesto presagio. Al instante, Darius emergió irrumpiendo en el aire mientras la tierra se esparcía a su alrededor como el vapor de un géiser. Sintió una curiosa y turbadora angustia, y al instante la insoportable sensación de pérdida, la mancha negra extendiéndose sobre su alma. Respiraba con dolorosos y entrecortados jadeos; unas llamitas rojas bailoteaban vacilantes en las profundidades de sus ojos. Le latían las sienes y en lo más profundo de sí mismo, la bestia rugía de ira, exigiendo ser liberada. Intentó recobrar su autocontrol, o al menos, aparentarlo. Tempest no comprendía su mundo, no entendía su necesidad de matar. En el mundo de los humanos, ella se aferraba a la creencia de que aquel que matase era un ser malvado. Luchaba consigo mismo, con su propia arrogancia, puesto que ella se había permitido desafiarle, había osado abandonarle. Y sobre todo, luchaba con la bestia, ahora fuerte y exigente, que le ordenaba reclamar lo que era suyo por derecho.
Levantaos, todos. Levantaos y venid aquí ahora mismo —envió la orden a los miembros de su familia, sabiendo de antemano que le obedecerían.
Se reunieron a su alrededor, todos los rostros mostraban expresiones muy serias. En contadas ocasiones, a lo largo de los siglos, Darius les había convocado de aquel modo. Los cincelados rasgos de su rostro estaban oscurecidos por la furia; su hermosa boca se torcía en una mueca cruel.
—La traeremos de vuelta. Por encima de todo, volverá.
Desari lanzó una rápida e inquieta mirada a su compañero.
—Quizás no deberíamos hacerlo, Darius. Si Rusti se ha marchado por segunda vez, es que no desea permanecer con nosotros. No podemos obligarla a cumplir nuestros deseos. Va en contra de nuestras leyes.
—Está desolada y su sufrimiento me golpea con fuerza —le contestó Darius con creciente furia. En ese momento era mucho más peligroso de lo que jamás había sido—. Me tiene miedo, la asusta nuestra vida en común. Tempest sabe lo que somos.
Se escuchó un jadeo colectivo. Los miembros de su familia se miraban unos a otros, conmocionados; Barack rompió el silencio.
—De acuerdo, es cierto que ha visto cosas que le pueden resultar extrañas, pero no es posible que lo sepa todo, Darius.
Darius le miró con impaciencia.
—Lo ha sabido desde el primer día. No representa ninguna amenaza para nosotros.
—Cualquier humano que no pueda ser controlado, es una amenaza para todos nosotros —dijo Barack con cautela mientras se colocaba delante de Syndil muy sutilmente.
—Rusti no es ninguna amenaza —le reprendió ella con suavidad—. Bastante ansioso estuviste tú de utilizarla para alimentarte, a pesar de que viajaba bajo nuestra protección.
—¡Oh Syndil! No empieces de nuevo —le rogó Barack—. Has vuelto a dirigirme la palabra hace poco y ya vas a ponerte nerviosa otra vez.
Darius zanjó la discusión con un rápido e impaciente gesto de la mano.
—No puedo sobrevivir sin ella. Debe ser encontrada; sin ella, engrosaré las filas de los no-muertos. Tempest es lo único que me importa en este mundo y debemos recuperarla.
—¡No! —jadeó Desari, incapaz de creer que su hermano estuviese tan próximo a la transformación.
Julian se encogió de hombros con un gesto indiferente.
—Entonces, debemos devolverla al seno de la familia. Tempest es joven, Darius, y humana. Es normal que tenga miedo de lo que somos, que nuestros poderes y nuestra fuerza la asusten. No eres un hombre fácil de tratar, necesitas ser paciente.
Los ardientes ojos negros se posaron sobre el rostro de Julian unos instantes; después, parte de la tensión que soportaban los hombros de Darius, desapareció.
—Está herida y sola. No entiende por qué nuestras mentes necesitan estar unidas; mantiene una lucha continua consigo misma. Me preocupa su salud —y suspiró con suavidad—. Y parece tener una tendencia continua a meterse en problemas cada vez que la dejo sola.
—Eso, me temo que es una característica femenina —explicó Julian con una sesgada sonrisa.
Desari le dio un codazo en el pecho.
—¿Dónde está, Darius?

Tempest estaba acurrucada en el asiento próximo a la ventana, mirando, sin ver nada, el paisaje que pasaba velozmente ante sus ojos. Había tenido suerte de que el autobús se detuviese al verla hacer aspavientos, una vez que llegó a la carretera principal; y aún más afortunada fue de que el conductor le permitiera subirse. Pero mientras más la alejaba el autobús de Darius, más apesadumbrado se sentía su corazón. Podía sentirlo como un pedazo de plomo en el pecho; el dolor se apoderaba de ella. El sufrimiento. Tenía la sensación de que al haberlo abandonado, Darius había muerto. Racionalmente sabía que no era así, pero una vez tomó la decisión de marcharse, se había obligado a mantenerse apartada de su lazo mental. Y eso la había dejado indeciblemente sola y abandonada.
Escuchaba pequeños retazos de conversaciones que se sucedían a su alrededor. Un hombre, sentado en un asiento dos filas por detrás del suyo, roncaba ostensiblemente. Varios muchachos se reían con ganas, mientras intercambiaban historias de sus viajes. Había al menos cuatro militares que volvían a casa de permiso. Todo parecía flotar a su alrededor como si ella no estuviese allí, como si no estuviese viva.
Sabía que las heridas del costado aún sangraban, igual que la mayoría de las de la espalda. Alguien acabaría percatándose si la hemorragia no se detenía pronto. Estaba intentando inventar una historia verosímil, pero no podía concentrarse en otra cosa que no fuese Darius. Le costaba un enorme esfuerzo y toda su energía mantenerse apartada de él, no llamarle aún cuando lo necesitaba desesperadamente. Tenía las zapatillas de deporte anegadas de sangre. Si alguien la miraba con detenimiento, probablemente la entregasen a las autoridades. Se acurrucó aún más en el asiento; quería pasar desapercibida, desaparecer, hacerse invisible. Sus ropas aún estaban húmedas por el chapuzón en el arroyo. No había regresado al campamento y no tenía dinero, ni sus herramientas, ni ningún plan. Lo único que quería era sentir a Darius junto a ella. Pero los kilómetros de separación entre ellos la agotaban mentalmente. Los ojos le escocían por las lágrimas y cada vez le costaba más trabajo respirar. Tenía la piel sensible y necesitaba sentir sus caricias. Cerró los ojos con fuerza, quería alejarse del martilleo que sentía en la cabeza, consecuencia de la constante tensión a la que estaba sometiendo a su mente al impedirle que le llamara.
—Parece que nos dirigimos a una tormenta, se está formando con rapidez —anunció el conductor mientras atisbaba el cielo a través del parabrisas.
De hecho, el tiempo estaba cambiando velozmente. Justo delante de ellos, se alzaba una enorme nube oscura con forma de yunque. Al momento, el autobús atravesó una cortina de lluvia tan intensa y repentina que apenas dejó ver nada. Lanzando una maldición, el conductor redujo la velocidad. La lluvia dejó paso al hielo y el hombre se agachó instintivamente al escuchar el repiqueteo de los granizos sobre el techo y sobre el parabrisas. Aquello no presagiaba nada bueno. El ruido era atronador, como los disparos de una ametralladora. La visibilidad era ahora nula, por lo que el conductor redujo aún más la velocidad, intentando llegar sin ningún contratiempo hasta el borde de la carretera.
El único aviso que tuvieron los pasajeros fue el súbito estremecimiento que les erizó el vello de la nuca antes de que el relámpago cayera justo delante de ellos. El trueno que siguió hizo retumbar el colosal autobús, haciendo que las ventanillas vibraran. Un silencio sepulcral se instaló entre los pasajeros, roto por el chillido de varias chicas y el llanto de un niño. Y tan súbitamente como había comenzado, la granizada se detuvo.
El conductor se asomó al exterior, intentando ver dónde había detenido el autobús, con la esperanza de haberse puesto a salvo ya fuera de la carretera. Un rayo zigzagueó de nube a nube y el trueno retumbó de nuevo. Mientras observaba los alrededores a través del parabrisas, el hombre volvió a agacharse ante la inesperada visión de un enorme búho que volaba atravesando la cortina de lluvia, directo a él.
—¿Qué coño…? —preguntó, aún cuando el animal giró en el último momento. Creyéndose a salvo, volvió a inclinarse hacia delante para ver dónde se dirigía, cuando un segundo búho y después un tercero, aparecieron frente a él. Eran monstruosamente grandes, de aspecto perverso. Gritó y se tapó la cara con las manos.
Otro silencio espectral cayó entre los pasajeros, tan sólo se escuchaba el repiqueteo de la lluvia. El conductor se encontró dirigiéndose hacia la puerta sin saber cómo; juraría que acababa de ver una enorme pantera caminando bajo la lluvia, el terror hacía que su corazón martilleara con fuerza, pero aún así estiró la mano hacia la puerta. La mano no dejaba de temblarle por mucho que intentara detener los espasmos. Escuchó el aleteo funesto de los búhos. Oía susurros, maliciosos susurros que le obligaban a abrir la puerta y una vez que lo hizo, le dio la impresión de estar dejando entrar al mismísimo diablo.
La silueta de un hombre se recortó en la entrada del autobús, llenándola por completo. Era alto, musculoso y su rostro permanecía oculto en las sombras. Por mucho que lo intentó, no pudo ver sus rasgos. Tan sólo le llegaba la sensación de su gran fuerza y poder. El extraño llevaba una gabardina negra que se agitaba con el viento y añadía aún más misterio a su persona. Sus ojos, ardiendo de furia contenida, brillaban como los de un depredador en el rostro ensombrecido. Ignorando al conductor, dirigió su despiadada mirada a los pasajeros.
El silencio fue total en esa ocasión, incluso cesaron la lluvia y el viento, como si la propia naturaleza estuviese conteniendo la respiración. Tempest miró a hurtadillas la imponente figura a través de los dedos, ya que se había tapado el rostro con ambas manos. A pesar de su elegancia sacada de otro siglo, Darius daba la impresión de ser un gangster de hoy en día. Ningún pasajero del autobús se atrevería a desafiar a aquella representación del poder en estado puro. Se hundió aún más en su asiento, encogiéndose todo lo que pudo, aunque su corazón daba saltos de alegría y su traicionero cuerpo había estallado en llamas nada más verlo. Era tan increíblemente sensual; deseaba no sentir aquello, pero allí estaba.
Los abrasadores ojos negros se posaron sobre su rostro.
—Podemos hacer esto de dos formas, cielo. Puedes salir por tu propio pie, tranquilamente; o puedo sacarte pateando y chillando cargada en mi hombro —le dijo con un ronroneo amenazador, mezcla de acero y terciopelo. Un hechizo oscuro conjurado para persuadirla.
Todas las cabezas se giraron hacia ella; era el centro de todas las miradas, y todos esperaban su respuesta. Tempest permaneció en silencio unos momentos, aún sentada, antes de reaccionar. Quería dar la impresión de que podía resistirse a su encanto, pero la verdad era que quería estar con él. Tan solo estaba reuniendo sus fuerzas. Suspirando con exageración con el simple propósito de mostrarle que la estaba molestando, avanzó por el estrecho pasillo hasta la parte delantera del autobús, intentando no hacer una mueca de dolor con cada paso que daba, ya que cada vez que apoyaba un pie en el suelo, el dolor era insoportable.
Al acercarse al conductor, el hombre se movió inquieto, la chica parecía muy joven y frágil, con la ropa desgarrada y manchada de sangre.
—¿Está segura de que se encuentra bien, señorita? —preguntó evitando mirar al hombre que se cernía sobre ella.
Los ojos negros abandonaron con presteza el rostro de Tempest y se hundieron en el conductor. Ojos gélidos y vacíos como el fondo de una tumba. Tempest le empujó, golpeándole en el amplio pecho para alejarlo del hombre.
—Me pondré bien —le aseguró Tempest al conductor—. Gracias por preguntar.
Darius la abrazó por la estrecha cintura, acercándola a su cuerpo en actitud protectora. Tenía la impresión de que no tardaría en desplomarse si tenía que estar mucho rato de pie.
El conductor los observó descender los dos escalones. Tras ellos, las puertas se cerraron dando un fuerte golpe y al momento, la lluvia volvió a caer copiosamente impidiendo ver más. Parpadeando con fuerza, intentó atisbar algo a través del parabrisas, pero no pudo ver a nadie. El misterioso gángster y la mujer habían desaparecido como si no hubiesen existido jamás y no había ni un solo automóvil en las cercanías.

Sin mediar palabra, Darius cogió a Tempest en brazos y cubrió la distancia que los separaba de su expectante familia, usando la velocidad sobrenatural que les hizo aparecer ante ellos como borrosas manchas. Tempest se apoyó sobre el sólido pecho de Darius, acurrucada entre sus brazos, y lanzó una mirada insegura al grupo que se arremolinó en torno a ellos.
—¿Estás bien? —le preguntó Desari con suavidad.
—Está muy bien —contestó Darius antes de que Tempest pudiese hablar—. Nos reuniremos con vosotros el próximo despertar.
—No nos quedan muchos días antes del siguiente concierto —le recordó Dayan—. Te necesitaremos allí.
Los ojos negros llamearon.
—¿Acaso alguna vez no he estado dónde se me necesitaba? —contestó a modo de reprimenda.
Tempest se aferró a la solapa de la gabardina de Darius, para llamar su atención.
—Recuerda que estás enfadado conmigo, no con ellos —le dijo susurrando las palabras, olvidando por completo que todos ellos compartían la extraordinaria capacidad auditiva de Darius.
No digas nada más, Tempest. Estoy mucho más que enfadado contigo; estoy furioso.
Menuda sorpresa —murmuró con resentimiento Tempest.
Te convendría estar mucho más asustada en este momento —le regañó Darius, con voz suave pero intimidante.
Tempest no estaba impresionada por su actitud. De forma intuitiva sabía que Darius jamás le haría daño; muy al contrario, en ese momento, ella era la persona más segura del planeta. Se limitó a apretarse aún más contra su cuerpo, rodeándole el cuello con los brazos en clara muestra de su total confianza. Podía ser su prisionera, pero no estaba asustada en lo más mínimo. No de él. Quizás de su actitud posesiva; o de sus intenciones. Pero no de Darius como hombre. Él no le haría daño.
No estés tan segura. Podría darte unos buenos azotes como premio a tu infantil desafío —le dijo con severidad, y voz ruda. Acto seguido, dio la vuelta con ella en brazos y se internaron en la oscuridad de la noche.
—Me duele todo —susurró con voz queda sobre el cuello de Darius.
—¿Crees que no puedo sentir tu dolor? Me está golpeando con fuerza —le dijo—. Me duele mucho más que a ti porque no pude ayudarte como era mi obligación.
—No estoy muerta —le recordó ella.
Darius lanzó una elocuente maldición, pasando del inglés a una antigua lengua.
—Estuviste muy cerca, cielo. Brodrick tenía intención de matarte. ¿Por qué insistes en salir de las áreas de seguridad que establezco para ti?
—Ya te lo dije —le contestó con sinceridad—. Tengo problemas con las figuras autoritarias.
—Pues supéralos —le ordenó Darius con fuerza. Tempest lo estaba empujando al borde de la locura—. ¿Tienes alguna idea de lo que supone despertarse bajo tierra, sentir tu miedo y saber que mis fuerzas son casi inexistentes, que no puedo ir a ayudarte?
En ese momento, atravesaban una pradera cubierta de flores aplastadas debido al aluvión de granizos. La lluvia seguía cayendo sobre ellos y en el cielo, los relámpagos saltaban de una nube a otra mientras los truenos se sucedían; el ambiente no presagiaba nada bueno.
—Me ayudaste —le recordó Tempest con firmeza.
—Tuve que utilizar a un animal que te hirió de forma no intencionada, aunque tengo que dar gracias a Dios de que se encontrara allí para poder hacerlo. ¿Por qué haces este tipo de cosas Tempest?
—No voy buscándolas, Darius —contradijo ella—. No sabía que Brodrick estaba allí —le dijo mirándole a la cara, en la cual no se adivinaba ninguna expresión. Le rozó los labios con la yema del dedo, intentando aliviar la tensión que reflejaban. Tempest unía fugazmente su mente a la de él, y todo lo que percibía era una neblina rojiza provocada por el miedo y la ira.
—Esto no puede seguir así, Tempest. Es peligroso, no sólo para nosotros dos, sino también para todos los humanos y los inmortales. No puedes abandonarme. ¿Qué fue lo que te hizo cometer semejante estupidez?
¿No había una nota de dolor entrelazada en la severidad de su voz? Tempest no había tenido la intención de hacerle daño.
—Somos muy distintos, Darius. No comprendo tu mundo; ni siquiera sé a qué te refieres cuando dices que estás enterrado, ¡y no te molestas en explicármelo! No tengo ni idea de las cosas que eres capaz de hacer, aunque ya estoy segura que puedes matar a cualquiera a distancia. Todo esto es… desconcertante, por decirlo suavemente.
Tempest temblaba entre sus brazos, lo cual desvió la atención de Darius al aguacero. Respiró profundamente, para retomar su control y aplacar la furia de la tormenta que había creado para llegar hasta ella. Súbitamente, la lluvia se redujo a una ligera llovizna; el cielo comenzó a despejarse una vez que la enorme nube cambió el rumbo y el viento alejó la niebla.
—Estás herida, Tempest. En lugar de esperarme, y tú sabías perfectamente que iría a por ti en cuanto me levantara, saliste huyendo —y dando un salto para impulsarle, se alzó en el aire sin esfuerzo aparente, transformándose a la vez.
Tempest jadeó por la sorpresa y se aferró con fuerza a las duras escamas que cubrían el nuevo cuerpo de Darius. Cerró los ojos para no ver cómo sus pies se alejaban de la tierra y así evitar que el aire se los irritara. En sus brazos se sentía segura y protegida, por muy extraños que fuesen aquellos dos apéndices que ahora la sostenían. Le resultaba sorprendente que él pudiese cambiar de aspecto, volar y esperar que ella lo aceptara como algo cotidiano.
Darius surcaba el cielo cuajado de estrellas con rapidez, necesitaba sentir a Tempest cerca. Sobrevoló una montaña y acto seguido volvió a descender, para acercarse a una alta meseta cercana a una cascada. La sensación era la de ser los únicos habitantes del mundo, allí en la cima del mundo, flotando sobre la niebla que se extendía a sus pies y se alzaba hasta ellos junto con los vapores que se elevaban desde la cascada para rodearlos en una nube.
Cuando las enormes garras del dragón tocaron el suelo, se transformó de nuevo con rapidez; la cabeza alargada que Tempest miraba con fijeza, en la cual tan solo era familiar la hambrienta mirada que ardía en sus ojos negros, se acercó y al instante apareció Darius, con sus perfectos labios suspendidos a escasos centímetros de los de ella. Tempest fue incapaz de respirar y su corazón comenzó a latir alarmado.
—No puedes —dijo sin aliento casi sobre los labios de Darius.
—Tengo que hacerlo —contestó él con firmeza. No tenía otra opción. Tenía que probar su sabor, abrazarla, poseerla por completo. El miedo había sido tan enorme que, al levantarse, su cuerpo y su mente no podían aceptar más que completar el ritual y hacerla irrevocablemente suya. Ya no importaba que fuese en contra de sus leyes o en contra de todo en lo que él creía; tenía que poseerla, tenía que ostentar el derecho a mantenerla a salvo a todas horas.
Movió suavemente sus labios sobre los de Tempest, en un dulce ruego que pronto se transformó en un profundo y ávido asalto. Tempest sintió que su cuerpo estallaba en llamaradas; Darius había prendido una hoguera que no habría forma de apagar, una hoguera que los consumiría a ambos. Y aún así, a ella no le importó. Su corazón podía latir con una mezcla de excitación y miedo, pero no iba a cambiar lo inevitable. Y sabía que sería inevitable. Iba a ser de Darius para siempre, una vez que él la tomara, jamás la dejaría ir.
—No te habría dejado ir aunque las cosas fuesen de otro modo, cielo —susurró sobre la garganta de Tempest—. Jamás —le contestó mientras la llevaba a través de un pequeño sendero que les conducía a la parte superior de la cascada.
—¿Estás pensando en arrojarme desde ahí arriba? —preguntó divertida por la intensidad que se percibía en el fondo de su mirada, por el fuego que recorría sus cuerpos.
—Si tuviese algo de sentido común, eso es lo que haría —replicó de forma malhumorada.
Tras la cascada se abría una cueva una vez se atravesaba la cortina de neblina y vapor de agua. Era un lugar estrecho que descendía hacia las profundidades de la montaña.
—¿Te he dicho alguna vez que tengo un problema con los lugares cerrados? —preguntó Tempest, intentando no aferrarse al cuello de Darius porque podría estrangularlo.
—¿Te he dicho alguna vez que tengo un problema con la gente que no me obedece? —contestó mientras se detenía en el estrecho pasadizo para volver a saborear su boca. Quizás ese brusco beso fuese una especie de castigo, o una forma de distracción, pero igualmente la tierra comenzó a vibrar bajo sus pies y el mundo a girar velozmente en el mismo momento en que sus bocas se unieron. La avidez de Darius contagiaba a Tempest, y en un círculo vicioso, ambos se inflamaban cada vez más. Cuando Darius alzó su rostro, la pasión hacía arder sus ojos oscuros.
—Si no te tengo pronto, nena, el mundo va a estallar en llamas.
—La culpa no es mía —dijo Tempest absolviéndose a sí misma, mientras se llevaba un dedo a los labios maravillada—. Eres tú el culpable, Darius, eres letal.
Darius sonrió a pesar de todo, a pesar de las urgentes y dolorosas demandas de su cuerpo y del miedo que ella le había hecho pasar, a pesar incluso de la furia que lo había poseído ante su intento de abandonarle, ella todavía podía hacerle sonreír. Podía derretir su corazón. Allí estaba él, Darius, el líder de los suyos, uno de los más ancianos, de formidable poder y enorme sabiduría cuya palabra era la ley y sus órdenes se acataban sin ningún titubeo. Y ella, una humana frágil y pequeña, en cuyas manos era arcilla.
El túnel descendía hasta las mismas profundidades de la tierra. El aire era cálido y húmedo, el sonido del agua siempre estaba presente; goteaba por las paredes del pasadizo y desde el techo abovedado. Tempest observaba los alrededores con precaución, no acaba de gustarle el hecho de estar en una extensión rocosa de origen volcánico y que precisamente allí hiciese tanto calor.
—¿Has estado aquí antes?
Darius percibió el nerviosismo en la voz de Tempest.
—Por supuesto. Muchas veces. Pasamos mucho tiempo bajo tierra, la cual nos susurra cuáles son los lugares más secretos, compartiendo con nosotros su poder curativo y su belleza.
—¿Se le ocurrió a la tierra mencionarte mientras te susurraba que esto era un volcán? —preguntó con los enormes ojos verdes buscando ansiosos a lo largo del túnel el más mínimo indicio de lava. Olía a azufre.
—Tienes una boquita traviesa, mujer —le contestó Darius mientras tomaba un desvío hacia la derecha que seguía descendiendo aún más.
Súbitamente, la débil luz proveniente de la entrada de la cueva, desapareció, sumiéndolos en una total oscuridad.
—Creía que te gustaba mi boca —replicó Tempest haciendo un enorme esfuerzo para no gritar como una histérica ante la idea de estar en mitad de un agujero oscuro que apestaba a azufre—. Por si no lo has notado, Darius, parece que estemos entrando en el infierno; y puesto que ya me ha pasado por la cabeza la idea de que pudieses ser el diablo en persona que venía a tentarme, no creo que esta sea la mejor elección para pasar la noche— el aire estaba cada vez más cargado de humedad, haciéndose casi irrespirable para Tempest que sentía que se ahogaba. La completa oscuridad la agobiaba hasta el punto de asfixiarla.
—Es el miedo el que hace que te sientas así, Tempest —le dijo suavemente—. Puedes respirar normalmente. La montaña no te está aplastando. Lo que temes es lo que voy a hacerte una vez que estemos juntos —mientras hablaba, su pulgar acariciaba levemente su muñeca, en el lugar donde latía el pulso, una caricia suave, pero bastante elocuente.
Los ojos verdes de Tempest se veían enormes en el pálido rostro.
—¿Qué vas a hacerme, Darius? —el corazón le latía frenético en aquel lugar tan cerrado.
Inclinó la cabeza hacia Tempest, en sus ojos podía leerse una clara e intensa avidez, un desnudo deseo y una ardiente posesión.
—Pondré tu vida y tu felicidad por encima de mí mismo. No es necesario que temas nuestra vida en común —su voz era puro terciopelo negro que derritió el corazón de Tempest con su ternura.
Ella aumentó su abrazo, aferrándose aún más al cuello de Darius, apoyándose más en él, sin saber con certeza si se debía al miedo o a la necesidad de hacerlo. Estaba atando su vida a una criatura cuyos poderes aún no acababa de abarcar. ¿Cuál era el código ético y moral por el que se regía?
La respuesta de Darius consistió en seguir descendiendo por un pasadizo aún más estrecho que les condujo a lo que parecía ser un túnel cerrado. Tempest sabía que no tenía salida porque había palpado la pared rocosa al alargar el brazo; pero Darius, movió su mano y el muro se abrió, así de simple. Un jadeo estrangulado brotó de la garganta de Tempest. ¿Qué era lo que Darius no podía hacer? ¿Cómo podía unirse a una criatura que poseía tan enorme poder?
—Es sencillo, Tempest —dijo con ternura leyéndole la mente y viendo sus dudas—. Así, simplemente así —y con esto tomó de nuevo su boca, con dureza y decisión, tentándola y seduciéndola, internándola desde el oscuro túnel hasta un mundo de luz y color. Darius arrancó de la mente de Tempest cualquier pensamiento coherente, hasta que sólo quedó él. Sólo Darius, con su ardiente mirada, su boca perfecta y su hipnótica voz. Su sólido cuerpo y sus fuertes brazos.
Alzó la cabeza y movió la mano de nuevo. Al instante, cientos de velas iluminaron la enorme cueva subterránea.
—Durante los últimos siglos, todos nosotros hemos encontrado nuestros propios refugios. Este lugar es uno de los míos. Las velas están fabricadas a partir de los elementos más curativos de la naturaleza. Y la tierra de este lugar es particularmente acogedora para los de mi raza.
Tempest contemplaba la belleza de la cueva; era un lugar hermoso, una especie de estancia cuyos muros habían sido tallados de forma natural. Los estanques de agua brillaban bajo la luz de las velas. Estalactitas cristalinas descendían desde el techo y los diamantes incrustados en las paredes reflejaban los movimientos de las llamas, lanzando destellos. Tempest comenzó a afanarse por respirar. Darius era demasiado poderoso, era capaz de crear o gobernar poderes que ella ni sabía que existían. El terror sustituyó a la oscura sensualidad que la invadía momentos antes.
Él se limitó a aumentar su abrazo y a sacudirla suavemente.
—Aún no lo ves ¿verdad? Intenta imaginar cómo se puede vivir sin sentimientos, Tempest. Sin nada más que un hambre voraz y espantosa que te corroe constantemente y que jamás puede ser saciada. Lo único que escuchas es la vida que fluye de la sangre de tus presas, hablándote directamente de poder. No hay color que ilumine tu vida, todo es blanco o negro, sombras y gris. No hay texturas ni matices —sus largos dedos la acariciaban lentamente y recorrían la piel satinada—. No he tenido nada en esta vida Tempest, nada que fuese mío. Tú eres la luz en mi mundo de oscuridad. Eres la riqueza después de no haber poseído nada. La alegría donde había un completo vacío. No te dejaré marchar por el hecho de no puedas enfrentar tus miedos. ¿Quieres que nuestra primera vez tenga lugar en mitad de una violenta pelea? Haz caso a tu corazón, Tempest, confía en mí.
Tempest temblaba incontrolablemente en brazos de Darius, con el rostro enterrado en su pecho.
—Lo siento, siento ser tan cobarde, Darius. No quiero ser así; pero todo es sobrecogedor. Tú me abrumas, la intensidad de tus sentimientos me abruma. Me gusta controlar mi vida, conocer las reglas, vivir sola.
Darius la llevaba hacia el centro de la estancia, hacia los claros estanques.
—No es cierto, Tempest. He estado en tu mente; la conozco. Me quieres, me deseas.
—El sexo no lo es todo, Darius.
La dejó con suavidad sobre una roca plana, cercana a un vaporoso estanque.
—Me quieres Tempest, y eso tiene poco que ver con el sexo.
—Eso es lo que tú crees —murmuró mientras el dolor abrasaba sus pies al quitarle Darius las zapatillas para examinar las heridas. Sus dedos se cerraron sobre los tobillos de Tempest con fuerza y sin embargo con su inevitable ternura que le hacía sentir aquel curioso sobresalto en el corazón.
Darius frunció el entrecejo al examinar los cortes.
—Deberías haber tenido más cuidado, Tempest —le dijo con voz malhumorada y oscura, alzando bruscamente la mirada hacia los ojos verdes.
Se humedeció el labio inferior con la lengua y notó que se le aceleraba el corazón. Darius la tocaba con ternura, su mirada era hambrienta y dejaba claro que la deseaba, entonces, ¿cómo sabía ella que estaba furioso? En cuanto se dio cuenta, las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar. La terrible violencia de la tormenta no había sido más que el reflejo de la furia volcánica que latía bajo la aparente fachada de tranquilidad de Darius. Tempest lo percibió en el momento que su mente buscó la de él inesperadamente y sin que él le diera permiso, miró en su interior. Contuvo la respiración, ella había provocado aquella furia; durante siglos, nada había podido acabar con la serenidad de Darius, y ella la había hecho pedazos.
—Darius —su nombre, susurrado con voz dolorida, reverberó entre las paredes de la cueva—. Jamás tuve intención de hacerte daño.
De inmediato, las manos de Darius le rodearon el rostro.
—Lo sé, pero ahora estoy aquí. Puedo curar estos cortes, pero no vuelvas a descuidar tu integridad física de nuevo, nena. No estoy muy seguro de que mi corazón pueda soportarlo —dijo mientras sus manos descendían hasta el borde del top de algodón.
En cuanto Tempest sintió el roce de sus dedos sobre la piel desnuda de su estómago, se quedó sin aliento y su cuerpo se tensó. Darius le pasó el top por la cabeza con un solo movimiento, dejándola totalmente vulnerable y expuesta a su mirada. Sin embargo, ni se fijó en el sujetador de encaje, el cual apartó cortándolo con una afilada garra. Su atención estaba puesta en las heridas profundas del costado y en los desgarrones de la espalda. Lanzó una maldición. Tempest supo que era una maldición aunque no entendiese la lengua en la que él murmuraba. Y entonces, bajó la cabeza, rozando el torso de Tempest con su cabello, negro como el cielo de medianoche, y la sensación hizo que su piel se estremeciera y comenzara a abrasarse. Al sentir la primera caricia de la lengua, ella cerró los ojos, incapaz de dar crédito a lo exquisito del momento. La acariciaba suavemente, con un toque ligeramente áspero, recorriendo la piel dañada; la mezcla era relajadamente sensual.
Darius se tomó su tiempo para examinar con atención las heridas y, durante el proceso, el tacto de la ropa que le cubría la piel se le hizo insoportable, sentía sus músculos apresados, sudorosos a causa del calor. Se desprendió de la ropa con facilidad, exactamente igual que lo hacía todo, con un solo pensamiento que lo liberó de la incomodidad. Desnudo, su cuerpo se movió sobre el de Tempest, ardiente y agresivo retomando de nuevo la tarea de curarla. Sus manos la aferraron de las caderas, inclinándola hacia atrás, para tener un mejor acceso a las heridas del costado.
En esa posición, el cabello de Darius rozó la parte inferior del desnudo pecho de Tempest, que saltó como si el contacto la hubiese quemado. Al instante, la abrasadora mirada oscura atrapó la suya y la necesidad y el hambre que reflejaban los ojos negros la traspasaron. Darius miró con atención el movimiento compulsivo de la garganta de Tempest al intentar liberarse del miedo que la atenazaba. Muy suavemente, con infinita ternura, llevó su mano hasta el lugar donde el pulso de ella latía y allí se detuvo.
—Entrégate a mí, Tempest —le susurró suavemente, con una voz tan hermosa que ella sintió que las palabras se arremolinaban en torno a su corazón—. Esta noche, ven a mí como mi verdadera compañera. Únete a mí como es mi deseo, mi anhelo. Dame el regalo sin el cual he vivido durante interminables vidas.
Sus labios estaban a centímetros de los de Tempest, y ella sentía cada fibra de su ser clamando por acortar esa pequeña distancia. ¿Cómo podía negarle nada cuando su necesidad era tan inmensa? Se movió hasta que sus labios se rozaron.
—Lo que tú quieras, Darius. Te lo doy.
En cuanto pronunció las palabras, incluso antes, cuando las pensó y las susurró a la mente de Darius, su corazón dio un vuelco y ella atinó a cuestionarse el compromiso que estaba aceptando. ¿Tanto confiaba en él? ¿O su reacción era la consecuencia de la necesidad y el hambre de Darius que llegaban hasta ella como una ola cada vez que sus mentes se unían?
El beso de Darius fue una suave caricia; exploró sus labios casi adorándolos, lo cual no hizo más que aumentar el deseo de Tempest.
—Quiero que el agua te ayude a sanar las heridas, cielo —le dijo con dulzura—. Esta noche, tan sólo quiero que sientas placer —le confesó mientras sus dedos buscaban el botón de sus vaqueros y sus ojos atrapaban los suyos.  Le bajó los pantalones lentamente por las caderas, llevándose a la par las braguitas de encaje. Entonces, la alzó en sus brazos—. El agua está caliente, nena, pero ayudará a que tus heridas sanen —la estaba sosteniendo aún en sus brazos sobre las volutas de vapor que se elevaban desde el agua—. Ya es hora de que comprendas que no voy a permitir ningún otro desafío; estás bajo mi protección, Tempest. Cada vez que duermo te metes en problemas. No permitiré que esto siga así.
Su arrogancia hizo que a Tempest le rechinaran los dientes, pero en ese momento estaba mucho más ocupada en averiguar la temperatura del agua. Darius la estaba bajando, de modo que sus pies ya estaban muy cerca de la superficie del estanque. Olía a azufre. Se aferró a los hombros desnudos de Darius, clavándole las uñas.
—¿Sabes Darius? Aborrezco el agua mineral.
El cuerpo de Darius irradiaba poder y masculinidad, Tempest sentía toda la longitud de su miembro desprendiendo calor sobre la piel desnuda de su estómago mientras la bajaba.
—Creo que necesitas confiar más en mí, Tempest —le dijo él hundiéndole los pies en el agua. Ella jadeó ante la sensación y cerró los dedos en torno a sus brazos, buscando la seguridad que él le proporcionaba. El problema era que tenía que alzar las piernas y pasarlas alrededor del cuerpo de Darius si quería sacar los pies del agua. Al pensarlo, el centro de su feminidad se humedeció, presionando por completo su miembro ya completamente erecto.
Darius gruñó mientras todo pensamiento sensato y todas las buenas intenciones abandonaban su cabeza. Una necesidad urgente y fiera tomó el control, haciendo que cubriera la boca de Tempest con agresividad. Con una posesión primitiva, tempestuosa, casi violenta.
La hambrienta boca de Darius la besaba con voracidad, la alejaba del miedo a los espacios cerrados, del dolor de sus heridas y del agua casi hirviendo. Tempest sentía sus manos deslizándose posesivamente sobre su piel, en lentas y deliberadas caricias, como si estuviese guardando en su memoria cada curva, cada recoveco. Sintió la tierra bajo su espalda cuando la depositó en el suelo, aprisionándola y cubriéndola por completo con su cuerpo. Su boca no dejó ni un instante de devorarla, con besos que parecían robarle la voluntad e incitarlo a él mucho más allá de los límites humanos.
Las manos de Tempest se aferraron por voluntad propia al cabello de Darius, buscando un ancla en la tormenta de fuego que los consumía. Las de Darius se cerraron en torno a los pechos de ella, deslizándose por sus costados hasta el vientre, para llegar al triángulo de rizos de su entrepierna y acariciar sus muslos. Sus manos dejaban una senda de llamas sobre la piel de Tempest y en su interior, la sensación era tan intensa que quería gritar de frustración, necesitaba un rápido alivio.
Creía estar asustada de la enorme fuerza que él poseía, pero eso también quedó olvidado, ahogado en la marea de pasión que despertó la mano de Darius cuando se posó sobre su entrepierna. No pudo más que emitir un gemido que lo inflamó aún más; por vez primera, su boca se apartó de los labios de Tempest, y se dirigió desde su cuello hasta uno de sus erguidos pezones, enardeciéndola.
Ella gritó y se arqueó, a punto de explotar cuando los dedos de él encontraron su estrecha y cálida vagina a la vez que su boca succionaba con fuerza y sus dientes le mordisqueaban juguetones el pezón. Utilizando la rodilla, Darius le separó las piernas mientras recorría con la lengua el valle entre sus pechos. Estaba sobre ella, su expresión era dura aunque sensual y sus ojos dos brasas oscuras.
Demasiado rápido, habían perdido el control. Tempest sentía el miembro de Darius duro y agresivo, presionando sobre ella; le parecía demasiado grande, y allí, atrapada bajo su cuerpo no podía moverse ni apenas respirar. Darius mordisqueaba su pecho izquierdo y la sensación era tan erótica y embrujadora que, a pesar del miedo, Tempest se arqueó de nuevo hacia su boca. Y entonces la penetró, aprisionándola con su peso, invadiéndola y tomando posesión de ella como si tuviera todo el derecho a hacerlo. Tempest le sentía invadir su alma, sus envites eran tan profundos que pensaba que jamás podría hacerlo salir. Al instante, tensó el cuerpo, y apoyó la cabeza lloriqueando sobre el hombro de Darius. En ese momento, sintió que él hundía sus dientes en su pecho, atravesando su piel de forma posesiva, extendiendo por todo su cuerpo una marea de fuego líquido, candente, mientras se enterraba en ella.
La mente de Darius presionó la de Tempest, atravesando todas y cada una de las barreras hasta que fueron un solo ser. Ella sentía el calor de su propia piel, el éxtasis exquisito que para él suponía estar aprisionado por su estrecha y ardiente vagina, el placer que él sentía cuando lo liberaba y volvía a deslizarse en su interior mientras su sangre caliente, llena de luz y vida fluía hacia su cuerpo, la alegría y las llamas que incendiaban su cuerpo y el hambre, tan insaciable y terrible como su necesidad. Tempest vio las imágenes eróticas en su cabeza, las cosas que él quería hacerle, las que quería que ella le hiciera. Vio su voluntad de hierro, su implacable resolución, su naturaleza despiadada y violenta. Darius vio sus miedos, su pudor, la fe ciega que había depositado en él y la necesidad de salir huyendo; percibió la ligera incomodidad que ella sentía a causa de su invasión y al instante, cambió de posición para acomodarla. Alimentó la pasión de Tempest con la suya propia, avivando el fuego entre ellos hasta que perdieron por completo el control.
Tempest sentía a Darius en todo su ser; en su cuerpo, en su mente, en su corazón y en su alma. Compartían la misma sangre y, que Dios la ayudara, no podía negarle nada. No cuando estaba allí sobre ella, penetrándola desenfrenadamente, con el cuerpo húmedo por el sudor y provocando un voraz frenesí con su boca. Para Tempest era lo más erótico que había experimentado jamás. No le importaba si no volvía a ser ella misma, si no volvía a su cuerpo; flotaba mientras Darius saciaba su hambre por primera vez en los largos siglos de su vida. La sensación de poder que la invadía era asombrosa, su mente estaba unida a la de Darius y sabía que le estaba provocando una dulce agonía, derritiéndolo con su fuego. Y sabía que compartían las mismas sensaciones. Se rindió a él por completo, sin ocultar nada, clavándole las uñas en la espalda mientras le susurraba al oído, entre gemidos, pidiéndole más. Lo quería todo con él, quería seguir proporcionándole ese delicioso tormento.
Tempest parpadeó y acunó la cabeza de Darius entre sus manos, mientras seguía con su cuerpo el ritmo impuesto por él, cada vez más rápido, hundiéndose en ella cada vez con más fuerza, hasta sentir estremecimientos de placer, hasta que explotó deshaciéndose en pedazos mientras Darius la mantenía segura en sus brazos. Con un lametón, él cerró la pequeña herida que sus colmillos habían abierto en la piel de Tempest; su cuerpo hervía y rugía, clamando por aliviarse, ardiendo con aquel terrible deseo que sólo ella podía saciar. Tomando el control de la mente de Tempest, le ordenó obedecer su mandato, sin darle opción a pensar en lo que le estaba pidiendo.
Al primer roce de su boca sobre el pecho, Darius empezó a temblar, necesitaba mantenerse bajo control. Tenía que ser así, ella debía completar el ritual, tenía que entregarse a él para siempre. Mientras la lengua de Tempest degustaba el sabor de la piel de Darius, él la aferró de las caderas para hundirse aún más en ella, con más fuerza que antes. Sentía los dientes de su compañera jugueteando, mordisqueando, y se escuchó gritar con voz ronca. Mil años de necesidad. Esta vez sería suya.
Extendió una uña hasta convertirla en una garra para hacerse una incisión en el pecho y presionar la cabeza de Tempest sobre la herida. Obedeciendo su mandato, ella acercó los labios mientras los músculos de su vagina respondían aferrándole aún más fuerte, húmedos y resbaladizos, en una muda demanda, presionándole hasta que el cuerpo de Darius se tensó y embistió violentamente, sin pensar y sin poder evitarlo, y derramó su semilla en ella, mientras la reclamaba para siempre.
Pronunció las palabras rituales en voz alta porque necesitaba hacerlo. Necesitaba unirla a él, hacer que fuesen un solo ser. El deseo era tan intenso como el que había sentido por hacerla suya; un deseo tan atávico e instintivo como el de tomar su sangre y darle la suya a cambio.
Yo te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Para compartirlo todo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo primero para mí. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado.
Susurró las palabras sobre la cabeza de Tempest, mientras la acunaba, mientras su sangre, antigua y poderosa, fluía hacia el interior de su cuerpo, mientras su semilla la llenaba. El poder invocado del antiguo ritual rodeó a Tempest, introduciéndose en ella hasta enlazar su alma, su mente y su corazón a los de Darius, hasta unirla irrevocablemente a él.

No hay comentarios:

Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary