Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 13


Trece


Syndil salió de la caravana, confirmando lo que Tempest ya sospechaba, que Darius era capaz de comunicarse a través de un vínculo personal con cada uno de los miembros de su familia, igual que hacía con ella. Debía haberles contado lo que había ocurrido mientras dormían, así como las historias que ella había inventado para disimular la ausencia de todos ellos.
Cullen casi se cayó de espaldas cuando vio que Syndil se acercaba; con la mirada fija en el movimiento de sus caderas y en la larga melena oscura, no pudo impedir que la boca se le abriera de la impresión. Syndil le sonrió con su dulzura y timidez características cuando Rusti los presentó. Para Cullen la belleza de aquella mujer era totalmente inusual, tan exótica que robaba el aliento de cualquier hombre; de hecho, si alguien lo observaba, pensaría que le habían golpeado con fuerza en la cabeza con una llave inglesa mientras murmuraba un atropellado saludo a la morena que tenía delante.
—Me alegra que se haya unido a nosotros, señor Tucker —le correspondió Syndil con voz suave y tierna, como un susurro de la brisa que les rodeaba—. Supongo que Rusti le habrá atendido bien, tenemos muchos refrescos en la caravana.
Cullen se pasó una mano por el pelo rubio desordenándoselo aún más de lo que ya lo tenía tras la salvaje carrera a través del bosque.
—Sí, claro, por supuesto. Rusti ha sido genial.
—¿Ya está arreglado el camión, Rusti? —preguntó Syndil de forma educada, intentando no reírse de la reacción de Cullen ante su presencia. Hacía mucho tiempo que no se sentía hermosa y deseable; sabía que ella misma era la culpable al haberse ocultado del mundo, pero ahora, con aquel joven haciéndola sentir viva de nuevo, la felicidad la inundó súbitamente.
—Todo arreglado —contestó Tempest.
Syndil alargó el brazo y cogió la mano derecha de Tempest para examinarle los nudillos arañados.
—Estás sangrando; te has herido mientras trabajabas —le dijo con una enorme preocupación en la voz y en su expresivo rostro. Echó una rápida mirada a Cullen con una sonrisa traviesa y fascinante, curvando sus labios mientras posaba la palma de su mano en los nudillos de Tempest aliviando su dolor—. ¿Sabe Darius que un amigo tuyo está de visita?
Tempest sintió que el rubor se extendía por su rostro. Syndil sabía muy bien qué hacía allí Cullen Tucker; simplemente se estaba burlando de ella mientras sonreía al nuevo amigo.
—Darius está loco por Rusti y es muy celoso. Quizás deberías mantenerte pegado a mí, yo te protegeré —Cullen pareció encantado con la idea.
—¿Crees que necesito protección?
—Me temo que sí —le aseguró ella coqueteando descaradamente—. Darius jamás permite que alguien se acerque a Rusti.
—Eso no es cierto, Cullen —contestó Tempest esperando que fuese así. Al menos dejaba que se le acercaran mujeres; el problema eran los hombres.
—¿Tenemos fiesta? —preguntó Dayan mientras se acercaba saliendo de la linde del bosque con una mochila en la espalda y llevando una tienda de campaña desmontada, perfectamente guardada en su funda— ¿Por qué no me habéis invitado?
—Porque eres un cascarrabias cuando te despiertan —le dijo Syndil a modo de saludo, guiñándole un ojo a Tempest. Poniéndose de puntillas, depositó un ligero beso en la barbilla de Dayan—. No pasa nada, te perdonamos. Puedes unirte a la fiesta; Rusti ha invitado a un amigo.
Dayan le tendió la mano inmediatamente para saludarle con una sonrisa en el rostro.
—Me llamo Dayan, y cualquier amigo de Rusti pasa a ser nuestro también — frotándose la barbilla pensativamente mientras deslizaba la mirada de Cullen a Tempest, preguntó— ¿Darius sabe que le has traído? ¿Ya lo conoces, Cullen?
Él joven miró inquieto a Tempest.
—Estoy empezando a pensar que quizás no fue tan buena idea venir a conoceros. ¿Tan celoso es el guardaespaldas? —la pregunta provocó la carcajada de Dayan.
—Darius tiene ese defectillo con respecto a su amorcito.
—¡Yo no soy «su amorcito»! —negó Tempest enfáticamente—. No soy nada «suyo». Sé que estás escuchando cada una de las palabras que se están diciendo aquí; eres tú el que deliberadamente estás haciendo que Cullen sufra. ¡Ven aquí de inmediato! —se quejó directamente a Darius.
Parece que el tal Cullen Tucker no es el único que está nervioso —respondió Darius de modo satisfecho—. Y ten claro que eres mía, completamente mía; lo eres todo para mí.
—En serio que necesitas dejar el mundo de fantasía en el que vives, Darius.
Dayan tuvo la audacia de desordenar el pelo de Tempest como si fuesen viejos amigos de la infancia.
—Eres el único amor de Darius, y definitivamente, no le gusta mucho compartirte con nadie.
Syndil asintió con solemnidad.
—Muy cierto; creo que ya le pasaba cuando era pequeño, no le gustaba compartir sus cosas —aseguró con los ojos oscuros lanzando traviesos destellos, algo que alegró mucho a su familia—. De verdad, señor Tucker, ¿o puedo llamarte Cullen?; yo te protegeré.
Cullen volvió a mesarse el cabello.
—Ningún hombre está dispuesto a compartir a la mujer que ama, Syndil; pero Tempest y yo nos conocimos hace tan sólo unas horas en el pueblo. Le traje ciertas noticias que ella consideró que todos deberíais conocer. El guardaespaldas no debe preocuparse por nada; no me había fijado en ella en ese sentido.
Los ojos de Dayan se oscurecieron y le lanzaron una fría mirada.
—Espero que no le hayamos dado una falsa impresión de Darius; el jamás se «preocuparía». No es su forma de actuar —le aseguró con una velada amenaza, no ya en las palabras que eligió, sino en el tono que utilizó.
Tempest gimió de forma audible, deseando poder tener confianza con Dayan para darle un buen golpe en la cabeza. Se acercó a Cullen para animarle; el pobre tenía todo el aspecto de alguien que se ha metido sin proponérselo en un nido de víboras. Dayan se movió de forma imperceptible, y se colocó deliberadamente entre Tempest y el humano. Syndil cogió a éste del brazo y le hizo caminar junto a ella hasta las tumbonas dispuestas bajo la sombra de los árboles.
Oscurecía muy rápido y los murciélagos comenzaban a realizar sus vuelos acrobáticos, siempre a la caza nocturna de insectos. Se había levantado una brisa fresca que agitaba las hojas de los árboles. Desari y Julian, completamente equipados con botas de montaña y mochilas, llegaron caminando cogidos de la mano y se acercaron al grupo. Ambos parecían sorprendidos de ver un visitante, pero Tempest adivinó, por la pinta que traían, que todo era fingido.
Julian se colocó con un gesto protector delante de su compañera mientras ofrecía la mano a Cullen para saludarle. El joven pareció bastante inquieto al responderle; éste era el hombre que los miembros de la Sociedad tachaban de vampiro. Lo estudió con atención y percibió una inmediata impresión de poder en estado puro. Julian Savage era inmensamente fuerte, aunque tuvo cuidado de no estrujar los huesos de su mano cuando se la estrechó. Era imposible calcular su edad, su rostro era intemporal. Físicamente se podía decir que era apuesto, tremendamente masculino, como la estatua de un dios griego.
—¿Es un fan de mi esposa? —aventuró Julian.
—Ha venido a ver a Rusti —contestó Dayan con una sonrisa.
Julian alzó las cejas sorprendido.
—¿A Rusti? Entonces es que todavía no ha conocido a Darius, señor Tucker.
—No empecéis de nuevo —les advirtió Tempest—. En serio, Julian, ya hemos hablado antes de esto. Darius no es el ogro que estáis pintando; no le importaría nada si trajese a una docena de hombres de visita.
Ni siquiera me gusta que hayas traído a éste, amor mío —le dijo Darius suavemente utilizando la conexión mental, dejando que escuchase el sonoro chasquear de sus dientes.
—¿Es que quieres provocar un asesinato en masa? —se burló Dayan.
Tempest alzó la barbilla desafiante.
—Darius no es así.
Y en aquel momento, Darius llegó caminando desde el bosque; alto, elegante, la personificación del poder. Cullen incluso se puso en pie; ese tipo era el hombre más impresionante que había visto en la vida. Su cuerpo se agitaba con la fuerza contenida; exudaba poder por todos los poros. Llevaba el pelo largo, negro como el cielo de medianoche, sujeto en la nuca; los ángulos de su rostro parecían esculpidos en granito. Sus labios tenían un sesgo de crueldad, aunque eran innegablemente sensuales; aquellos ojos negros lo captaban todo, hasta el detalle más nimio, y en ningún momento se apartaron del rostro de Tempest.
Se acercó sin hacer un solo ruido hasta Tempest, recordando los movimientos de una pantera al acecho y le pasó posesivamente el brazo por los hombros, acercándola a su cuerpo. Inclinó la cabeza y depositó un beso en los trémulos labios de su compañera.
—Pareces cansada, nena. Quizás deberías echarte a descansar un rato antes de que emprendamos el viaje esta noche. Has estado trabajando todo el día.
En el instante en que los labios de Darius se posaron sobre los suyos, Tempest olvidó todas las burlas y se entregó de lleno a la química que restallaba entre ellos. Deslizó el brazo alrededor de la cintura de él y se aferró a su camisa.
—Estoy bien, Darius. El camión está arreglado y podemos marcharnos cuando nos apetezca. He traído a este hombre para que hable contigo.
Por fin, los ojos negros se posaron sobre el rostro de Cullen. De forma involuntaria, el hombre comenzó a temblar bajo aquella mirada glacial. Una tumba, aquellos ojos eran como tumbas, como mirar a los ojos de la muerte. Cullen sintió que el guardaespaldas leía todos sus pensamientos para sopesar si merecía o no vivir, en aquel momento sentía que su vida pendía de un hilo. Siguió observando al tipo cuidadosamente mientras que éste alzaba deliberadamente la mano de Tempest hasta sus labios y la acariciaba de forma erótica con la lengua en los magullados nudillos, pero aquellos negros ojos cuya mirada era ahora ardiente, no se apartaron del rostro de Cullen. Syndil se acercó al extraño, sin llegar a rozarle. Cullen notó que la chica aguantaba la respiración.
—Soy Cullen Tucker —se presentó a sí mismo, agradecido al ver que había logrado encontrar su voz. Tempest le había dicho la verdad sobre el tipo, iría detrás de cualquiera que intentase apartarla de su lado, y jamás se detendría. El guardaespaldas, como ya había aventurado, era el típico hombre cruel y despiadado.
—Darius —contestó con brevedad, posó las manos sobre los hombros de Tempest y la acercó con un ligero empujón hacia su cuñado—. Julian, ¿te importaría llevar a las mujeres a un lugar seguro mientras hablo con el caballero? Desari, por favor, atiende a los leopardos y asegúrate que Tempest come algo antes de irse a la cama.
Syndil se acercó a Cullen, desafiando a Darius por primera vez en su vida.
Voy a quedarme aquí a escuchar —le dijo telepáticamente mientras alzaba la barbilla en un gesto beligerante.
Sin previo aviso, Barack se unió a ellos; su rostro, normalmente apuesto, estaba contraído por la furia. Arrastró literalmente a todos a su paso hasta que llegó a la altura de Syndil, la agarró del brazo con fuerza y la alejó del humano. Sus ojos eran dos brasas ardientes.
—Darius, ¿en qué estabas pensando cuando dejaste pasar a este tipo al campamento mientras nuestras mujeres estaban desprotegidas? —le preguntó y colocó a Syndil tras él sin tener en cuenta los esfuerzos de la chica por liberarse. Su cuerpo era un sólido muro de músculos en tensión que la mantenían apartada de los demás.
—¡Cómo te atreves a tratarme de esta manera! —siseó Syndil ultrajada.
Barack giró la cabeza para fulminarla con la mirada.
—Con respecto a este tema, vas a hacer lo que yo te diga. Sabes muy bien que no debes adoptar una actitud tan vulnerable.
—Barack, ¿te has vuelto loco? —le preguntó ella.
Su respuesta fue un leve gruñido, que flotó en el aire a modo de advertencia, mientras hacía chasquear sus dientes como los de un depredador.
No voy a discutir contigo; si no quieres pasar un mal rato delante de todos, te aconsejo que hagas lo que yo te ordene. ¿Crees que no me he dado cuenta de tus intenciones? Eres tú la que buscas su compañía.
Syndil se alejó hacia el refugio que proporcionaban los árboles, en parte debido a que Barack no le dejaba otra opción, pero también porque la actitud de éste la había dejado perpleja. Barack era el indolente de la familia, el de mejor carácter, el que se tomaba todo a broma y flirteaba descaradamente con todas las humanas, disfrutando al máximo de ser el «playboy» del grupo
No tienes ningún derecho a darme órdenes, Barack. Si me apetece, puedo ir detrás de todos los hombres que me dé la gana, porque es mi decisión. ¡Maldita sea si no puedo decidir!
Barack se limitó a cogerla por la cintura y a alzarla entre sus brazos para internarse aún más en el bosque.
—¿Quién es este hombre por el que estás tan repentinamente interesada? Nunca antes te habían atraído los humanos.
Syndil alzó de nuevo la barbilla.
—Bueno, quizás haya cambiado.
—¿Qué ha cambiado? ¿Qué ha hecho ese tipo para hechizarte? Te lo advierto Syndil, no estoy de humor para estas tonterías. Lo has tocado, le agarraste del brazo, coqueteaste con él —la acusó con una mirada furiosa.
—¿Y eso es un crimen? ¿Tengo que recordarte todas las veces que has estado con humanas? No te atrevas a juzgarme; este hombre me hace sentir hermosa y deseable, me hace sentir femenina, como una mujer completa y no una sombra a la que todos ignoráis. Me mira, Barack; y hace que me sienta viva. —dijo Syndil en su defensa.
—¿Ésas son tus razones? ¿Hace que te sientas viva? Eso puede hacerlo cualquier hombre, Syndil —le espetó Barack.
—Bueno, el que me interesa es él. —dijo desafiante.
Barack cerró los dedos alrededor del cuello de Syndil mientras la contemplaba iracundo.
—He esperado pacientemente a que te recuperaras y he sido tan tierno como jamás antes. Pero no cederé en esto; si te atreves a acercarte a él, le haré pedazos con mis propias manos. Y ahora métete en la caravana, donde sé que vas a estar segura y aléjate de una vez por todas de ese tipo.
Syndil parpadeó varias veces, anonadada por el inusual estallido que la había dejado con los ojos como platos.
—Lo haré, pero no porque tú me lo ordenes, sino porque no quiero hacer una escena delante de un extraño.
Barack la empujó hacia el vehículo.
—Me importa un comino por qué lo hagas mientras acabes obedeciéndome. Limítate a hacer lo que te ordeno; y Syndil, estoy hablando muy en serio.
—¿De dónde has sacado la idea de que eres mi dueño y señor? —le preguntó indignada mirándole por encima del hombro camino de la caravana.
—Ten muy claro que lo soy, Syndil —le espetó mientras comprobaba que le obedeciera antes de acercarse a los hombres que, en ese instante, estaban interrogando a Cullen.
Rusti y Desari la recibieron en la puerta de la caravana. Desari le pasó un brazo por los hombros.
—¿Estaba muy enfadado Barack?
—No estoy muy segura —contestó Syndil—, pero yo sí que lo estoy. ¿Qué se cree tratándome de esta manera?  Como si fuese su hija, o su hermana pequeña. ¿Tenéis idea de la cantidad de mujeres con las que él ha estado? Asqueroso, es asqueroso; la doble moralidad de los hombres me da ganas de vomitar, ellos se comportan de un modo deleznable y nosotras debemos tener una conducta intachable. Le escuché sólo porque está en juego tu seguridad, Desari. En otras circunstancias le habría mandado a hacer gárgaras y puede que aún lo haga. De hecho, es posible que me tome unas vacaciones después del próximo concierto; necesito perder de vista a este imbécil.
—Quizás me vaya contigo —aventuró Tempest—. Darius es aún peor que Barack. ¿Qué pasa con estos hombres?
Desari soltó una suave carcajada.
—Son abrumadores, dominantes y casi siempre están incordiando. Julian se pasa todo el día promulgando decretos sobre lo que debo hacer y lo que no. La verdad, no podemos amilanarnos.
Agitada, Syndil se pasó una mano por el cabello.
—Quizás tú y Rusti debáis hacerlo, pero yo no pertenezco a nadie. Tengo derecho a hacer lo que me venga en gana.
Tempest se arrellanó en un cómodo sillón y al instante, Sasha y Forest se acurrucaron a sus pies.
—Yo no pertenezco a Darius. ¿De dónde habéis sacado la idea de que soy su novia? Y aunque lo fuese, no estaría obligada a cumplir ni una de sus malditas órdenes.
—Rusti —le dijo Desari suavemente—, no puedes desafiar a Darius; nadie puede, ni siquiera uno de nosotros y sabes que somos seres poderosos. Encontrar a un compañero no es lo mismo que casarse con un humano; los instintos más básicos se despiertan puesto que tan sólo existe un compañero para cada uno de nosotros; tú lo eres para Darius al igual que él lo es para ti. Un alma en dos cuerpos, tu alma es la mitad que complementa a la de Darius, eres la luz que destierra su oscuridad y no puedes cambiar nada de eso por mucho miedo que tengas.
Syndil afirmó con un gesto. Cogió un cepillo, liberó el pelo de Tempest del pasador que lo sujetaba y comenzó a peinar la abundante melena cobriza.
—Darius es siempre muy tierno contigo, pero en su interior la oscuridad ha crecido de forma alarmante. Debes comprender lo que es; no debes pensar en él en términos humanos, no es un humano. Es muy capaz de someter tu voluntad cuando están en juego tu salud o tu seguridad; los hombres de los Cárpatos siempre protegen a las mujeres.
—¿Por qué?, ¿Por qué son tan dominantes? Me saca de quicio.
Desari dejó escapar un leve suspiro.
—Darius ha salvado nuestras vidas en incontables ocasiones; la primera vez que lo hizo tan sólo tenía seis años. Ha llegado a hacer verdaderos milagros, pero para lograrlos ha tenido que seguir su propio criterio y eso le ha ocasionado una ligera arrogancia.
Tempest soltó un jadeo no muy elegante aunque parte de ella se sorprendió ante lo que Desari le contaba. Había captado retazos de la vida de Darius a través de sus recuerdos, había escuchado algunas de sus historias y le había maravillado la implacable decisión de aquel hombre de mantener a su familia con vida.
—Julian me ha contado que la Estirpe de los Cárpatos se está extinguiendo —siguió la hermana de Darius—. Sólo quedamos veinte mujeres, incluyéndonos a Syndil y a mí; somos el futuro de los nuestros. Sin nosotras, los hombres no tienen posibilidad alguna de sobrevivir. Hace siglos, las mujeres solían esperar unos cien años antes de establecerse con su compañero, y mucho más para traer un hijo al mundo; pero ahora, los hombres no tienen más remedio que reclamar a sus compañeras cuando son apenas unas jovencitas inexpertas. Ya ves que es de vital importancia para ellos que todas nosotras estemos tan protegidas —concluyó Desari.
Tempest sintió que su corazón dejaba de latir durante un instante. Resultaba mucho más sencillo no pensar demasiado en todo aquello, en el mundo en el que se estaba internando. Mientras Desari hablaba, sentía que el miedo estaba a un solo paso de invadirla; se mordió con fuerza el labio. Las otras dos mujeres escuchaban los frenéticos latidos de su corazón. Ella era humana, no era un miembro de la Estirpe de los Cárpatos, y no se sentía segura en su mundo. Desari se inclinó frente a Tempest, apoyándose en las rodillas para ponerse a su altura.
—Por favor, no nos temas —le pidió en voz suave pero con tono persuasivo—. Eres nuestra hermana, una de las nuestras; los miembros de nuestra familia jamás te harían daño. De hecho, Darius daría su vida por ti; ya está dando su vida por ti —le confesó con los ojos cuajados de lágrimas.
Los ojos de Tempest se abrieron de par en par ante la obvia preocupación de Desari, ante las palabras que había elegido.
—¿Qué quiere decir eso de que está dando su vida por mí?
—Los miembros de nuestra especie se caracterizan por tener vidas muy largas Rusti, vivimos durante siglos; pero esa bendición puede convertirse en la peor de las maldiciones. Puesto que eres la compañera de mi hermano, Darius elegirá vivir como un humano. Envejecerá y morirá contigo en lugar de seguir siendo inmortal —explicó tranquilamente.
—Ya son evidentes los signos de su falta de descanso —añadió Syndil—. Se niega a dormir como debería, bajo tierra.
—¿Qué significa eso? —preguntó Tempest con curiosidad, Darius usaba a menudo esa expresión de «dormir bajo tierra», pero aún no estaba muy segura de su significado.
—La tierra posee propiedades curativas para nuestra raza —continuó Desari explicando—. Nuestros cuerpos necesitan dormir de una forma diferente a como lo hacen los humanos; debemos paralizar nuestros corazones y nuestros pulmones para rejuvenecernos. Si no lo hiciésemos, no podríamos mantener nuestra fuerza, iríamos perdiéndola poco a poco. Darius es nuestro protector; el que debe enfrentarse a los asesinos humanos y cazar a los no-muertos que nos amenazan. A menos que descanse bajo tierra, perderá su enorme poder.
Tempest sintió que se quedaba sin aire; la idea de Darius en problemas era aterradora.
—¿Y por qué no duerme como se supone que debería hacerlo? Se pasa todo el día volviéndome loca, hablándome y dándome órdenes, por supuesto con un par de amenazas de vez en cuando para mantener la tensión y hacer las cosas interesantes.
—Darius jamás te dejará desprotegida; no puede hacerlo. Sois compañeros y no podéis estar separados.
Tempest suspiró, le gustaba la sensación que percibía rodeada de aquellas dos mujeres, le hacían sentir parte de una familia.
—En fin, tendrá que dejar de hacerlo porque voy a insistirle para que duerma como es debido. Si no lo hace, no tendré más remedio que marcharme de aquí.
Desari movió la cabeza en un gesto negativo.
—No lo entiendes. Darius no puede estar apartado de ti nunca, la separación lo destruiría. No creas que las cosas van a cambiar si intentas abandonarlo. Tan sólo servirá para que te ate más en corto, Rusti. Jamás ha poseído nada en todos estos largos siglos, no ha tenido nada suyo. Pero ahora te tiene a ti, te quiere y te necesita.
—Quizás yo no lo quiera —dijo Tempest—. ¿Es que no tengo ningún derecho?
Syndil y Desari se rieron al unísono, sus risas flotaron como las notas argentinas del tañer de las campanas o el sonido del agua cayendo sobre las rocas.
—Darius no tiene más remedio que hacerte feliz; él vive en tu mente. Si no le quisieras, ya lo sabría. ¿No lo entiendes, Rusti? —Le preguntó Desari— No podéis vivir alejados, no aguantarías sin él y él no podría vivir sin ti. ¿No lo notas cuando estáis separados? ¿No sientes la diferencia cuándo él duerme el ligero sueño de los mortales?
Tempest agachó la cabeza mientras recordaba con precisión el malestar. Sintió ganas de echarse a llorar; en ese instante, Darius penetró en su mente.
¿Tempest? Estoy aquí —le dijo mientras le enviaba oleadas de calidez que la reconfortaron.
Estoy bien, me estoy comportando como una tonta.
—Iré a tu lado si me necesitas.
Ya es suficiente con tenerte así —y lo era; las dos mujeres estaban en lo cierto, lo necesitaba aunque no quisiese reconocerlo ante nadie. Sintió la caricia de sus dedos sobre la mejilla, trazando una suave senda hasta llegar a los labios. Al instante, su cuerpo respondió, reconoció la cálida pasión que la invadía por entero y el malestar que siguió cuando Darius rompió el contacto aunque de forma renuente.
—¿Rusti? —preguntó Desari en un susurro—, ¿te encuentras bien? —y mientras hablaba, examinaba los nudillos de Tempest llenos de arañazos—. ¿Cómo te has hecho esto? ¿Lo ha visto Darius? —Y cerró la mano sobre las heridas, de la misma forma que Syndil lo había hecho con anterioridad. Tempest sintió una cálida y reconfortante impresión.
—Por su supuesto —admitió Tempest sonrojándose al evocar la sensación de los labios de Darius sobre la piel—. No se le escapa nada. ¿Qué es un no-muerto? Has dicho que Darius les daba caza, ¿te refieres a los vampiros?
—Si los hombres de nuestra raza no encuentran una compañera, acaban entregando su alma a la oscuridad que corroe sus entrañas. Se transforman en vampiros y se alimentan de los nuestros y de los humanos por igual. Deben ser destruidos —contestó Desari. Syndil rozó el hombro de Tempest para llamar su atención.
—El hombre que me atacó, el que había crecido siendo mi hermano y mi protector, se había transformado en un vampiro. Estuvo a punto de matar a Darius, si éste no hubiese sido tan poderoso lo habría logrado. Y aún con todo el poder que ostenta, resultó seriamente herido. Yo también estaría muerta y probablemente Desari habría corrido la misma suerte. ¿Quién sabe?
—Cullen me ha contado que vio un vampiro en San Francisco. Mató a la mujer que iba a convertirse en su esposa —dijo Tempest mientras alargaba el brazo libre para tomar la mano de Syndil y quedar de este modo unidas las tres—. ¿Darius corre todavía peligro de transformarse? —preguntó con el miedo patente en la voz.
—No, a menos que te suceda algo —contestó Desari examinando de nuevo los arañazos de los nudillos—. Tenemos que limpiarte estas heridas.
—¿Podremos tener hijos? ¿Existe esa posibilidad? —volvió a preguntar Tempest con algo muy diferente al miedo tiñendo su voz en esta ocasión.
Syndil y Desari intercambiaron una larga mirada.
—No estoy muy segura, Rusti —contestó la hermana de Darius con sinceridad—. Julian me ha contado la historia de una mujer nacida de madre humana y padre de nuestra raza. Creció sin saber nada de nuestros hábitos y le costó mucho sobrevivir. No tuvo a nadie que la educara, la amara o la ayudara mientras crecía porque su madre se suicidó y su padre se transformó en un vampiro. Logró sobrevivir y finalmente su compañero la descubrió.
Tempest cerró los ojos con cansancio y se frotó la frente, empezaba a sentir un dolor palpitante.
—Entonces, supongo que si me quedo junto a Darius, puesto que no parece que tenga otra opción, es remotamente posible que tengamos hijos. Jamás me habría imaginado que sería la protagonista de un cuento de hadas.
—Darius te está entregando su vida —le recordó Syndil con suavidad—. Somos muy vulnerables durante el día, incluso Darius. Bajo tierra es bastante difícil que puedan hacernos daño, pero si él duerme en la superficie como los humanos, cualquiera puede encontrarle y matarle fácilmente. Mientras más tiempo pase sin entregarse al sueño rejuvenecedor, más menguará su enorme fuerza.
—¿Qué puedo hacer para remediar la situación? No quiero que le suceda nada. No le he pedido que haga esto y no podría soportar que le ocurriese algo por mi culpa mientras está intentando protegerme. No es razonable que intente negar sus propias necesidades para vigilarme —Tempest no podía ver más allá, si iba más lejos todo resultaba demasiado sobrecogedor—. ¿Alguna vez una humana ha resultado ser la compañera de un hombre de los Cárpatos? Seguro que no debo ser la única, tiene que haber alguien que sepa lo que hacer. No puedo permitir que Darius se haga daño a sí mismo —la idea de algún asesino o vampiro cayendo sobre él en sus horas más vulnerables era aterradora.
Desari aumentó la presión de sus dedos alrededor de la mano de Tempest.
—Julian me contó que la compañera de su hermano era humana.
Tempest liberó su mano de un tirón, no quería que Desari percibiera los frenéticos latidos de su corazón. Había usado el pasado, «era» humana.
—¿Está muerta?
—¡No! Es miembro de nuestra raza, ahora es como nosotros. —Desari lanzó una rápida mirada a Syndil, consciente de que Darius no iba a agradecer la información que le estaban proporcionando a Tempest, la cual se veía bastante preocupada.
Syndil la abrazó con ternura.
—Voy a prepararte un poco más de sopa, estás muy pálida —Tempest negó con un gesto; resultaba bastante obvio que tenía la mente ocupada en otra cuestión.
—No tengo hambre, pero gracias de todas formas Syndil. ¿Qué quiere decir que ahora es como vosotros? ¿Cómo es posible?
—Darius puede convertirte —admitió Desari con cautela—. Ha dicho que no lo haría, que jamás se arriesgaría a que algo saliera mal; se ha convencido a sí mismo para vivir como un humano hasta la hora de tu muerte. Y entonces, te seguirá.
Tempest se puso en pie, ahuyentando a los leopardos que comenzaron a pasearse inquietos.
—¿Cómo se hace? ¿Cómo podría convertirme Darius?
—Debe realizar tres intercambios de sangre. Obviamente ya lo ha hecho al menos en una ocasión, incluso puede que en dos —y mientras hablaba, observaba cómo Tempest se paseaba nerviosa y ella misma comenzó a sentirse inquieta al ser consciente de que Darius había ocultado toda aquella información a su compañera—. Pero ni siquiera sopesará la idea; cree que es demasiado arriesgado puesto que sólo un par de mujeres han superado la conversión… intactas.
Tempest se detuvo, totalmente tensa.
—Intercambiar sangre. Darius ha tomado mi sangre. ¿Pero en qué consiste un intercambio?
A la pregunta siguió un breve pero elocuente silencio. Súbitamente, Tempest entendió, no necesitaba que nadie dijese nada. La realidad se infiltró pos sus poros llegando hasta su cerebro. Se llevó la mano a la boca y apretó con fuerza. La idea era tan terrorífica que sería mejor dejarla a un lado para intentar entender lo que las dos mujeres estaban explicando.
—Por eso escucho y veo las cosas de un modo tan distinto —musitó mientras las observaba buscando la confirmación a sus sospechas.
—Y por eso te cuesta trabajo digerir los alimentos humanos.
Otro silencio siguió a las palabras de Syndil, Tempest intentaba asimilar los hechos; su mente enfocaba las posibilidades desde todos los ángulos posibles.
—Por tanto, si me convierte, tendré que beber sangre.
Syndil le pasó una mano suavemente por el cabello.
—Sí, Rusti, serías exactamente igual que nosotros. Tendrías que dormir como nosotros lo hacemos y resguardarte del sol; serías tan vulnerable y a la par tan poderosa como nosotros. Pero Darius se niega a correr el riesgo; se ha hecho a la idea de ser él quien sufra las posibles consecuencias —le dijo con su suave y compasiva voz, llena de notas relajantes y tranquilizadoras que en esta ocasión no funcionaron.
Las paredes de la caravana parecieron cerrarse sobre Tempest, que tenía la sensación de estar ahogándose, exactamente igual que le ocurrió bajo la montaña. Se apartó de las dos mujeres y se dirigió hacia la puerta tambaleándose; tenía que respirar, necesitaba aire. Salió del vehículo a plena carrera, en busca de la libertad que la noche le proporcionaba.
Darius atrapó su pequeño cuerpo en el aire, cuando bajaba de un salto los escalones, y la encerró en un abrazo protector.
—¿Qué pasa, nena? —le susurró con ternura con los labios pegados al cuello— ¿Por qué estás asustada? —no quería invadir su mente, quería que ella confiase en él lo suficiente como para contárselo. Si se negaba, entonces recurriría a la otra alternativa. Tempest enterró la cara en su cuello.
—Llévame lejos de aquí, por favor, Darius. Llévame a un lugar donde estemos solos.
Darius alzó la vista; sus ojos, oscurecidos aún más por la furia, encontraron los de su hermana y reconoció la culpabilidad en su mirada antes de darse la vuelta y marcharse del campamento. Una vez alejados de las miradas curiosas, comenzó a correr con la velocidad sobrehumana que hacía que los árboles se convirtieran en meras manchas borrosas a su paso. Cuando se detuvo, se encontraron en mitad de un claro bastante apartado del campamento, oculto entre las faldas de una colina gracias a la espesura de los árboles.
—Cuéntamelo ahora, cielo —aún esperaba que ella le relatara lo ocurrido en lugar de leerlo directamente en su mente. Quería su confianza; quería que le dijese de forma voluntaria qué la había hecho asustarse—. Estamos bajo el cielo y sólo las estrellas nos miran —le dijo mientras su mano recorría la garganta, el cuello y descendía por el brazo hasta tomarla de la mano. Con mucha ternura, se llevó los nudillos a los labios y pasó la curativa humedad de su lengua en una caricia relajante y suave como el terciopelo.
Tempest cerró los ojos con fuerza recreándose en las caricias de Darius; le había echado mucho de menos las últimas horas, tanto que no volvería a sentirse viva hasta que comenzara a fastidiarla de nuevo.
—No sé cómo formar parte de una familia. Ni siquiera sé qué hacer para formar parte de ti —confesó mientras apoyaba la frente sobre el hombro de Darius, temerosa de enfrentar su mirada—. He estado sola toda mi vida; no sé vivir de otra manera.
Darius la estrechó aún más entre sus brazos, transmitiéndole su calor.
—Disponemos de todo el tiempo del mundo, cielo. Aprenderás a sentirte a gusto en familia, y si te resulta demasiado acostumbrarte a todo a la vez, te llevaré a algún lugar lejos de los demás hasta que te acostumbres a mí, hasta que aprendas a formar parte de mí. No tienes por qué enfrentarte a todo el grupo a la vez, entiendo que te resulte abrumador.
—¿Y si no soy capaz? ¿Qué pasa si no me acostumbro?
La mano de Darius se posó sobre la nuca de Tempest y sus dedos iniciaron un lento masaje para aliviar la tensión.
—Nena —le dijo con aquella voz oscura y aterciopelada; la voz con la que gobernaba al viento y a las fuerzas de la naturaleza; la voz que aceleraba su corazón y encendía una hoguera en todas y cada una de las fibras de su cuerpo—. No hay nada que temer; yo te haré feliz, confía en mí.
—Podría perderte, Darius. Lo sabes. Es mucho más fácil vivir sola que perder a alguien —confesó en voz baja y temblorosa, derritiendo el corazón de Darius—. Te niegas a cuidarte; te aprovechas de mi ignorancia, no sé nada de tus necesidades, de tus hábitos. Algo podría ocurrirte por mi culpa. ¿No te das cuenta? No podría soportarlo.
Darius maldijo en silencio a su hermana. El miedo y la fatiga de Tempest lo golpeaban con fuerza. Su cuerpo necesitaba sustento, y no podía comer; él era el culpable, él la había llevado a esa situación.
—¿Qué tonterías te ha estado contando mi hermana? No eres responsable de las decisiones que tomo. Quiero estar contigo, vivir contigo, amarte y formar una familia junto a ti.
Tempest negó con la cabeza y se separó un poco para mirarle a los ojos.
—Sabes que jamás podrá ser. No voy a permitir que te hagas esto Darius, que arrojes tu vida por la borda, que te hagas vulnerable; quizás acabes enfermando. Sé que si duermes en la superficie como yo acabarás debilitándote y no quiero que eso suceda. ¿Por qué estás haciéndolo? No necesito que me protejas constantemente, he cuidado de mí misma durante mucho tiempo.
Darius respondió de la única manera que fue capaz, atrapando la boca de Tempest bajo la suya. Al instante, el aire a su alrededor se cargó de electricidad, crujiendo y emitiendo destellos azules, hasta que la descarga los recorrió pasando de uno a otro mientras el hambre crecía con fiereza y las llamas comenzaban a recorrer cada centímetro de sus cuerpos. Darius volcó todos sus sentimientos en aquel beso, el fuego, el deseo, la necesidad y su entrega. Cogiendo el rostro de Tempest entre sus manos, la miró intensamente.
—Mírame, cielo. Quiero que me creas; intérnate en mi mente para que veas que es cierto lo que te estoy diciendo. Quiero hacer esto. No tengo ningún tipo de duda; quiero vivir junto a ti, envejecer y morir contigo. Sería un maravilloso milagro poder disfrutar del paso de los siglos el uno junto al otro, pero he aceptado que no puede ser, y no deseo cambiar las cosas —y con esto, se inclinó para besarla en la comisura de los labios—. No tengas miedo de nuestra vida en común; la deseo con toda mi alma, es lo único que quiero. Y sé que seré feliz.
Tempest le rodeó el cuello con los brazos y lo atrajo para besarlo con desesperación mientras su cuerpo se movía inquieto con una necesidad que igualaba a la de él. Darius sentía las lágrimas que corrían por el rostro de su compañera, sabía que lloraba por él, tenía miedo de ocasionarle algún tipo de daño, sabía que si alguna vez se sentía demasiado abrumada por el hecho de compartir su vida, intentaría huir de él.
—¿Por qué no me dijiste lo que te estabas haciendo, Darius? —susurró con los labios pegados a su cuello. Él le acariciaba la piel desnuda bajo la camisa, apartando la tela para tener un mejor acceso, sus manos eran cálidas y tentadoras mientras le acariciaban el pecho. Con el fuego corriendo por las venas y el hambre que la consumía era incapaz de pensar—. Tienes que prometerme que no volverás a hacerlo de nuevo. Puedo cuidar de mí misma mientras tú duermes bajo tierra. Me quedaré donde tú me digas; te lo prometo, Darius.
Las manos fueron sustituidas por su boca, que lamió el pecho mientras Tempest acunaba su cabeza, acercándolo aún más con los dedos enterrados en los espesos cabellos. Oleadas de pasión recorrían su cuerpo. Darius la sentía suave y delicada, miel templada con el aroma fresco y limpio de la noche que tanto amaba. Poseía todo lo que él siempre había anhelado: la bondad y la belleza. Sus manos la acariciaron, idolatrándola, recorriendo cada centímetro de piel que la situación le permitía alcanzar. Impaciente, le desabrochó los vaqueros para tenerla por completo.
El hambre le consumía, la avidez por enterrarse profundamente en la perfección de aquel cuerpo y sentirse rodeado por su estrecha calidez, hundiéndose en sus entrañas mientras ella le aprisionaba y se llevaba todo el miedo que le invadía cada vez que pensaba que podría ocurrirle algo que la apartara de su lado. Le bajó los vaqueros, dejando desnudas las esbeltas caderas de Tempest que él se encargó de acariciar pasando las manos hasta encontrar el redondo trasero para poder atraparla con fuerza y acercarla hasta que pudiera sentir sobre su abdomen la dureza de su erección. Darius lanzó un gruñido al comprobar que estaba húmeda y ardiente, seduciéndole e invitándole con el salvaje aroma que desprendía su cuerpo. Parecía tan frágil que temía romperla si perdía el control y olvidaba su enorme fuerza. Intentó ser delicado, darle placer antes de pensar en el suyo propio, pero las sensaciones y el olor del cuerpo de Tempest tan cerca del suyo era tan excitantes, que sus instintos animales amenazaron con poseerle.
—¿Qué voy a hacer contigo, Darius? —susurró sobre los músculos de su pecho ahora desnudo. Recorría cada uno de ellos con la boca, deleitándose en su sabor con la misma voracidad que consumía a Darius. Su voz estaba cargada de dolor.
Casi de inmediato, Darius selló sus labios con besos largos y embriagadores que avivaron aún más las llamas.
—Ámame, Tempest. Deséame como yo te deseo —murmuró mientras Tempest sentía que invadía todo su mundo. Sus anchos hombros le impedían ver el cielo nocturno, su aliento reclamando el suyo, su cuerpo fundiéndose a su alrededor, arrastrándola a un mundo donde sólo existían ellos dos, donde nada más importaba—. No sabes lo que me haces pasar con tu continua desobediencia —le confesó besándole la garganta y después el pecho en un frenesí que parecía no tener fin—. Tienes que aprender a obedecerme —dijo deslizando la mano entre sus muslos, en busca de su húmeda entrada, deseosa de recibirle. Fue consciente de su propio gemido al sentir su cuerpo tensarse aún más, una dulce tortura que sólo Tempest podía aliviar—. Dios, nena, si no te poseo en este instante voy a explotar —introdujo los dedos en la humedecida vagina, explorando, torturándola, llevándola al borde de la locura.
Tempest le besaba el hombro y dejaba un rastro de pequeños mordiscos sin apenas ser consciente de que hacía. Se movía incesantemente, rozando su enfebrecido cuerpo con el Darius, exigiendo sus caricias.
—Darius, por una sola vez, deja de darme órdenes y hazme el amor.
La apoyó sobre el tronco de un árbol caído, indicándole con el movimiento de su cuerpo que utilizara las manos como apoyo. Al instante, le acarició el trasero, siguiendo cada curva hasta llegar a los pequeños hoyuelos de la parte baja de la espalda. Tempest presionó las caderas hacia atrás, impaciente, y el gesto hizo que la erección de Darius aumentara. Con ambas manos, la sujetó por las caderas impidiéndole cualquier movimiento mientras rozaba levemente con la punta de su miembro la resbaladiza entrada; la sensación le dejó sin aire en los pulmones.
—¡Darius! —sollozó Tempest intentando llevar su cuerpo más atrás para acoger su miembro por completo.
—Prométemelo, Tempest— murmuró Darius en un gruñido deslizando sus manos por las nalgas de ella inflamándola un poco más. La imagen del cuerpo de Tempest, tan pequeño y perfecto, bajo sus manos envió una descarga eléctrica que le recorrió de la cabeza a los pies como un latigazo.
—Lo prometo —contestó entre dientes ella incapaz de pensar con claridad.
Darius se inclinó sobre ella para tomar sus pechos entre las manos en un gesto claramente posesivo. Y justo cuando se introducía en su mente, movió las caderas con fuerza hundiendo su miembro por completo en el cuerpo de Tempest. Era más estrecha, ardiente y suave de lo que recordaba. Le mordisqueó el cuello con erótica laxitud mientras sus músculos presionaban alrededor de su pene con más fuerza por la anticipación, y a pesar de todas sus buenas intenciones, se dejó llevar por su lado salvaje; sus colmillos se expandieron y se hundieron en el cuello de su compañera.
La montó con envites largos y potentes, hundiéndose en ella por completo, rodeando su cuerpo como ella estaba haciendo con su miembro. Tempest lo sentía en su mente, le enviaba imágenes eróticas mientras su mitad salvaje, primitiva y animal seguía creciendo, su acoplamiento se asemejaba al de un lobo reclamando a su pareja o al de un leopardo poseyendo a su hembra sumisa. Pero al mismo tiempo era Darius, el que la llevaba hasta las alturas, el que hacía que el placer que les invadía traspasara todos los límites conocidos convirtiéndolo en algo muy cercano al éxtasis. Tempest sintió que su cuerpo comenzaba a estremecerse con sucesivas oleadas y se entregó al clímax haciendo que Darius llegara al borde del precipicio y encontrara su propia liberación derramando su cálida semilla en el interior de ella.
La mantuvo sujeta durante un momento, sus cuerpos unidos aún, renuente a abandonar su conexión física, su sabor. Cerró las heridas de su cuello de mala gana. Se había alimentado bien antes de acercarse al campamento, sabiendo que la poseería antes de que la noche acabara, sabiendo que aún en su contra tendría que matar a Cullen Tucker. No quería arriesgarse a convertir a Tempest en un descuido, no podía aventurarse a que algo saliera mal. La acarició explorando cada curva de su cuerpo, recorriendo su espalda con la boca.
—¿Tienes una ligera idea de lo que siento por ti, nena? —gruñó.
Las piernas de Tempest temblaban como si fueran de mantequilla, quería tumbarse en algún sitio. Habían estado toda la noche anterior levantados y no había echado ni una cabezadita.  Y súbitamente, tras toda la intriga, el trabajo y la salvaje forma en la que acababan de hacer el amor se sintió exhausta.
Darius lo notó al instante. Se apartó lentamente de su cuerpo sintiéndose ligeramente vacío al retirar su miembro. Le avergonzaba la profunda necesidad que ella despertaba en él, la avidez que le provocaban el sabor de su sangre y de su cuerpo, el anhelo de sentirse enterrado en ella. Tenía que hallar el equilibro, tratarla con ternura para no asustarla y al mismo tiempo imponer su voluntad de modo que siempre estuviera segura junto a él. Darius la ayudó a incorporarse apoyándola sobre su cuerpo, y al instante Tempest se ruborizó intensamente al recordar sus desenfrenados intentos de que él la poseyera con rapidez. Se pasó las manos por el pelo y Darius aprovechó el momento para acariciarle los pechos, acunándolos entre sus manos y haciendo que sus sensibles pezones estallaran en llamas y ardieran entre sus dedos. Enterró el rostro en el pecho de él demasiado cansada como para sostenerse por sí misma y Darius la alzó en sus brazos. Tempest cerró los ojos mientras regresaban al campamento moviéndose casi invisibles en el tiempo y el espacio.
Agradeció la excusa que Darius les presentara a los demás ya que al llegar, el campamento se veía desierto exceptuando el camión que ellos habían utilizado, y ambos estaban totalmente desnudos. Se sentía completamente libre y desinhibida cada vez que hacía el amor con él; pero al regresar al mundo real, su carácter reservado y su pudor recuperaban su lugar. Darius la llevó hasta el interior de la caravana y la dejó sobre el sofá-cama, entre todas las almohadas.
—Ahora descansarás, Tempest —un decreto, una orden clara y concisa en un tono de voz imposible de desobedecer.
Tempest le cogió en el momento que se alejaba y lo atrajo de nuevo hacia la cama, a su lado. Su mano acarició los duros ángulos de su rostro y la caricia le desarmó por completo; Darius se perdió en el placer, en la alegría de tenerla junto a él. Se echó a su lado diciéndose que sólo serían unos minutos y la abrazó.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary