Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 7


Siete

Tempest estaba sola; pensaba acerca de este hecho mientras se cepillaba el pelo y se contemplaba pensativamente en el espejo del baño, en la caravana. Las largas horas de la noche le habían parecido un hermoso sueño. Darius le había hablado suavemente en la intimidad del reducido espacio de la cabina del camión. Su voz, un cúmulo de notas perfectas que le narraba interesantes retazos de historia que cobraban vida para ella. Su brazo, acercándola hacia él para comprobar que el cinturón de seguridad no le oprimiera demasiado, mientras la calidez de su cuerpo se filtraba por su piel.
Habían viajado durante horas, con la oscuridad de la noche extendiéndose ante ellos, y como única guía la autopista que se desplegaba a modo de alfombra. Hubo un momento en que el sueño la venció y dejó caer la cabeza, sin pensarlo, sobre el hombro de él. En ese momento le pareció muy adecuado, puesto que la hacía sentirse protegida y cuidada; así se lo hacía saber con su voz, con el calor de sus ojos y con la forma en que su cuerpo siempre la resguardaba.
Soltó un enorme suspiro. No quería acabar acostumbrándose a ese sentimiento; nada duraba para siempre, y al final, lo mejor era confiar tan solo en uno mismo. No quería caer en la trampa que Darius le tendía; trampa al fin y al cabo, por muy envuelta en seda que la presentara. De cualquier modo, Darius era demasiado poderoso para pensar en algo tan temerario. Pero podía soñar, y últimamente le daba la sensación de que soñaba demasiado.
Se sentía sola sin Darius. A lo largo de su vida, había experimentado lo que era la soledad en muchas ocasiones, pero esto era diferente. Sentía que le faltaba algo, que en su interior había un negro vacío que no podía llenar con nada, ni escapar de él. Se había levantado tarde de nuevo, otra mala costumbre que estaba desarrollando. Eran más de las tres de la tarde. Le echó la culpa al hecho de haber estado viajando toda la noche. No era sorprendente que el grupo durmiera durante todo el día ¿de qué otra forma podían mantener un horario tan demencial?
Se miró más de cerca en el espejo. El golpe de su ojo debería estar aún de un morado intenso, hinchado y horroroso, pero tan sólo le quedaba una ligera mancha azulada. Darius la había sanado. Y al recordar cómo lo hizo, el rubor se extendió por su rostro y su cuerpo se sobresaltó, volviendo a la vida. Era muy sencillo imaginar que todo había sido un sueño erótico. Darius. Le echaba de menos durante sus horas de sueño, Dios sabría donde las pasaría. Disgustada ante el brillo de sus ojos, se alejó bruscamente del espejo. Ya era bastante malo que se hubiera demorado en la ducha como una adolescente enamorada, soñando con él. Con sus ojos. Con su boca. Con su voz. Con la imagen de sus músculos marcándose bajo la ropa, dejando clara su fuerza.
—¡Oh, por el amor de Dios! —Dijo mientras miraba ferozmente el lujoso interior de la caravana— Estás comportándote peor que una adolescente —se dijo a sí misma—. Es arrogante, mandón y muy extraño. Recuerda eso cuando estés babeando mientras te mira. Es un hombre; lo cual ya es bastante malo. Peor que un hombre. Es un… —dudó buscando la palabra que lo definiera con exactitud—…algo; algo de lo que no quieres formar parte. Y ahora ve a comprobar si hay gasolina. Haz algo normal y corriente, algo que te resulte familiar.
Justo antes del amanecer, Darius la había llevado en brazos hasta el interior de la caravana, la cual habían alcanzado tras conducir durante toda la noche. Si cerraba los ojos aún podía sentir sus fuertes brazos y los duros músculos de su pecho apretándose contra sus senos. Bajo los primeros rayos del sol pudo ver su rostro, apuesto y sensual, pero tan cruel como el paso del tiempo. La llevaba con mucho cuidado, y la dejó con suavidad sobre el sofá, entre las almohadas. La ternura que demostró al cubrirla con el edredón permanecería para siempre guardada en su corazón. El beso que depositó en su sien aún conservaba rastros de fuego. Y su cuello. Tempest se llevó una mano al cuello y se giró de nuevo para mirarse otra vez en el espejo. La boca de Darius había dejado una marca ardiente que la señalaba como suya; la evidencia era una extraña cicatriz que palpitaba y ardía, llamándole. La cubrió con la palma de la mano, percibiendo el calor abrasador que despedía.
—Esta vez te encuentras en un grave problema, Rusti —murmuró en voz queda—. No tengo ni la más remota idea de cómo sacarte de él.
Intentó comer cereales con leche fría, pero se sentía mucho más sola que hambrienta. Quería ver su boca, el gesto lento y fascinante con el que fruncía los labios. Quería ver sus negros y abrasadores ojos. Los cereales sabían a cartón. ¿Por qué le resultaba tan erótico que Darius tomara su sangre si al pensar en cualquier otro haciendo lo mismo sentía náuseas? ¿Por qué se había sentido asqueada cuando Barack se acercó pero su cuerpo se tensaba de anticipación si se trataba de Darius? Se rozó la marca del cuello con la yema de un dedo.
—No te vas a quedar sentada soñando despierta todo el día, Tempest —se dijo con firmeza, preguntándose vagamente por qué se refería a sí misma con el mismo nombre que usaba Darius—. Ve y haz algo, lo que sea, pero deja de comportarte como una imbécil.
Tardó unos minutos en dejarlo todo recogido y después de acariciar a los leopardos, que aún dormían, salió de la caravana. Las gruesas cortinas que colgaban de las ventanas no dejaban pasar la luz del sol al interior del vehículo, de modo que al salir, el día le pareció más brillante que ningún otro que hubiese visto y tuvo que taparse los ojos para no acabar deslumbrada. Soplaba una brisa suave y juguetona que le revolvía el pelo y le tiraba de la ropa, haciendo que las hojas susurraran y arrojando agujas de pino por doquier. El aire tenía la fragancia de las flores silvestres y los pinos. En algún lugar cercano corría un arroyo, podía escuchar el sonido burbujeante del agua.
Tempest hurgó en el motor de la caravana sin entusiasmo, ajustándolo hasta que estuvo satisfecha con el resultado. El viento la hacía sentirse más sola que nunca. Los colores parecían más intensos cuando Darius estaba cerca, todo parecía más intenso cuando él estaba cerca.
Obsesión. ¿Sería eso lo que le ocurría? Tempest llenó una botella con agua y la guardó en la mochila. Haría senderismo, vadearía el arroyo y así se enfriaría. Apartaría a Darius de sus pensamientos. Silbando, se metió las manos en los bolsillos y se puso en marcha, decidida a que la presencia de Darius no la atormentara más. Pero según se alejaba del campamento, una oscura opresión comenzó a angustiarla. Intentó cantar algo, pero sentía el corazón acongojado y las piernas pesadas como plomo cada vez que daba un paso. Un tremendo sufrimiento se adueñaba de ella. Necesitaba ver a Darius, tocarlo, saber que estaba bien, que estaba vivo. Se encontró con el curso de un pequeño riachuelo y lo siguió hasta que comenzó a ensancharse y a saltar como un manto de espuma plateada sobre unas rocas. Quitándose las zapatillas de deporte se metió en el agua, la helada sensación le aclaró los pensamientos lo suficiente para volver a razonar con claridad.
Darius no estaba muerto, ni herido. No pasaba nada malo. El vínculo entre ellos había aumentado, puesto que él unía sus mentes cada vez con mayor frecuencia. Compartían una intimidad intensa que no estaba hecha para los humanos. Se sentía sola porque él no usaba su conexión mental. Eso era todo, así de simple. Sencillamente, tenía que aprender a controlar la sensación.
Se internó aún más en el agua, hasta que le cubrió las rodillas y la corriente comenzó a ganar fuerza, empujándola. Percibía los insectos que revoloteaban con un constante zumbido. Pasaban delante de ella como flechas de colores, batiendo las alas ligeras como la seda. Escuchó de la manera que Darius le había enseñado, en completa quietud, mientras el agua la rodeaba y su mente se concentraba en las minúsculas criaturas rebosantes de vida. Observó una brillante libélula azul suspendida sobre el agua. Con mucho cuidado, giró la vista y descubrió un grupo de mariposas. Sus alas se movían en un torbellino de colores. Cada vez había más, parecían venir de todos lados, se acercaban a ella, rozándola y posándose sobre sus hombros y sus brazos. Hechizada, se mantuvo conectada con ellas hasta que temió reunir demasiadas, entonces las liberó bruscamente y comenzaron a volar con su gracia característica.
Las notas musicales del canto de los pájaros inundaron su mente, rivalizaban entre ellos. Varias especies distintas competían e intentaban silenciar con su canto al resto. Tempest escuchó con atención, reproduciendo los sonidos en su cabeza hasta que estuvo segura de haber captado cada melodía y cada significado para poder responder. Los llamó uno a uno mientras alargaba los brazos y les cantaba mimosa, atrayéndolos hacia ella con sus trinos guturales. Abandonando sus nidos y las ramas de los árboles, volaban en círculos a su alrededor, cada vez más bajo, estudiándola con cautela antes de posarse en su brazo.
Las siguientes en llegar fueron las ardillas, haciendo ruiditos de protesta y conversando entre ellas, se detuvieron al borde del agua. Muy despacio y con mucho cuidado, Tempest se acercó sin dejar de hablar en voz baja con los pájaros que revoloteaban a su alrededor, trinando y cantando, gorjeando sus melodías favoritas en su honor. Dos conejos se movieron recelosos y aparecieron en el claro del bosque olisqueándola con sus pequeñas naricillas. Tempest permaneció inmóvil, contactando con sus mentes para incluirlos en el grupo.
Un pájaro fue el primero en advertirla del peligro. Planeando en una corriente de aire, sus penetrantes ojos habían captado un sutil movimiento entre los arbustos situados a unos metros de la reunión. Dio la voz de alarma, indicando a los que se encontraban en el riachuelo que no estaban solos. Tempest se giró con rapidez mientras los pájaros alzaban el vuelo y las ardillas y los conejos corrían a ponerse a salvo. Se quedó sola en el claro, aún metida en el agua. El hombre, parcialmente escondido entre la espesura de los matorrales, estaba ocupado haciendo fotografías. Le pareció demasiado familiar, y lo que era peor, su rostro reflejaba una profunda satisfacción. Obviamente, había captado las imágenes de los animales reuniéndose a su alrededor. Tempest suspiró y se pasó una mano por el pelo; al menos, no había logrado atraer animales grandes o exóticos como osos, zorros o hurones. Pero ya podía ver la poco elegante portada del periodicucho donde trabajaba el periodista, con su foto enmarcada por el titular La mujer—pájaro que viaja con los Dark Troubadours. Menudo artículo. ¿Cómo se las apañaba para meterse en semejantes embrollos?
—Hola otra vez. Parece que nos sigue —saludó a Matt Brodrick, esperando que su voz no delatara el miedo que sentía. Odiaba estar a solas con un hombre y este riachuelo en mitad de un bosque recóndito no estaba muy concurrido—. ¿Consiguió alguna foto interesante?
—¡Oh, sí! —contestó, soltando la cámara que llevaba sujeta alrededor del cuello. Empezó a acercarse hacia Tempest, vigilando con cautela los alrededores—. ¿Dónde está el guardaespaldas? —preguntó receloso.
Los pies de Tempest se movieron con voluntad propia, volviendo de nuevo al centro del arroyo al ver a Matt Brodrick acercarse.
—Creí que llevabas al guardaespaldas pegado con cola.
—¿De dónde saca esa idea? Soy el mecánico, no un miembro de la banda. Siempre va con Desari, la solista. Ese es su trabajo. Si quiere puedo darle un mensaje la próxima vez que le vea —había algo en ese hombre que la inquietaba. Sabía que era mucho más que un periodista fisgón que perseguía al grupo; pero no podía imaginar lo que buscaba.
—Alguien trató de asesinarla hace un par de meses —dijo Brodrick observando el rostro de Tempest—. ¿Te lo han dicho? ¿Te han contado que en el intento, otros miembros de la banda resultaron heridos durante el tiroteo? Puede ser peligroso merodear con este grupo.
Tempest permaneció inmóvil interiormente. Estaba diciendo la verdad; lo sentía. Pero se lo había contado, de forma deliberada, en la soledad del bosque para aturdirla, para ver si podía desconcertarla. Respiró con fuerza, empapándose de aire fresco y dejando salir el terrible miedo. Empezó a moverse a favor de la corriente mientras se encogía de hombros en un gesto casual.
—No tiene nada que ver conmigo. Yo arreglo los vehículos, eso es todo. Probablemente, usted correría mucho más peligro que yo, si es que hay alguien tratando de hacer daño a Desari y le pescan merodeando —diciendo esto, miró al cielo. Era un día despejado y hermoso; las nubes flotaban perezosamente, como copos de algodón—. Posiblemente se trate de algún desquiciado. Desari es fascinante y hermosa; llama mucho la atención. Y a veces, ser el centro de atención no es bueno —parte de la paz de la naturaleza comenzó a filtrarse hasta su mente. ¿O se trataba de Darius de nuevo? Estaba lejos de ella porque no lograba ponerse en contacto con él cuando su mente, por decisión propia, le buscaba. Sólo encontraba el vacío, pero aún así, parecía estar ayudándola; podía sentir algo de su singular calma penetrando en su interior, ayudándola para armonizarse con la naturaleza a través de la quietud.
Brodrick la acechaba bordeando la orilla del riachuelo, con cuidado de no mojarse los pies.
—A mí me parece que hay alguien que sabe lo que realmente son —le dijo atravesándola con la mirada—. Era una advertencia, ¿verdad? Estabas intentando advertirme, ya que si me quedo me pueden hacer daño ¿cierto?
—¿Cómo se le ocurre una idea así? —Tempest deseaba haber pensado en eso. Estaba intimidándola, y ella se lo permitía; aunque quizás él estuviera igual de asustado—. No leo publicaciones mezquinas, así que, Brodrick, quizás debería decirme lo que está buscando. Ya veo que planeaba hacerme algunas fotos. No soy famosa y de cualquier modo ¿para qué le sirven? Prefiero los animales a las personas; tengo cierta afinidad con ellos. Y usted tiene la prueba, lo único que puede conseguir es, quizás, hacerme perder mi empleo. ¿De qué forma le ayudará eso a conseguir lo que sea que busque?
Brodrick la estudiaba con atención. Tempest estaba de pie, de espaldas al sol, de modo que él no podía ver con claridad la marca que tenía en el cuello. Cuando logró verla, soltó un jadeo estrangulado y trastabilló hacia atrás, llevándose apresuradamente la mano bajo el cuello de la camisa para agarrar una cruz de plata. La sostuvo delante de él, mostrándosela a Tempest.
Ella la miró por un instante sin comprender. Después, cuando captó el significado, estalló en carcajadas.
—¿Qué estás haciendo, idiota? ¡Estás loco! Te crees la basura que publicáis, ¿no es cierto?
—Eres uno de ellos. Llevas la marca de la bestia; ahora eres su sirviente —le acusó al borde de la histeria. El sol, reflejado sobre la plata, alcanzaba con intensidad los ojos de Tempest.
Se llevó la mano al cuello, tocándose la marca con la yema de los dedos.
—¿Quién es él? ¿De qué bestia hablas? Estoy empezando a pensar que no estás bien de la cabeza. Mi novio estaba jugueteando y me hizo un chupetón, ¿qué has creído que era?
—Son vampiros, todos ellos —dijo Brodrick—. ¿Por qué crees que duermen durante el día?
Tempest rió con suavidad.
—¿Por eso hay tantos ataúdes en la caravana? ¡Vaya! Jamás se me ocurrió que fuesen vampiros.
Brodrick soltó una maldición, furioso por el tono burlón de Tempest.
—No te reirás de mí cuando se lo demuestre al mundo. Nosotros vamos detrás de ellos, ya llevamos un tiempo haciéndolo. Desde hace cincuenta años, y ninguno de ellos ha envejecido.
—¿A quién te refieres con «nosotros»? ¿Tienes alguna prueba de lo que dices? —Tenía el corazón en la garganta, pero se obligó a mantener la burlona sonrisa en el rostro—. No aparentas cincuenta años, Brodrick, así que tú también puedes ser uno de ellos.
—No te rías de mí —siseó con furia—. Somos un grupo de ciudadanos preocupados que intentan salvar al mundo de estos demonios. Corremos grandes peligros. Algunos de los nuestros fueron asesinados en Europa, son mártires de nuestra elevada causa. No podemos permitir que los vampiros sigan amenazando a la humanidad.
Los ojos de Tempest se abrieron de par en par. Estaba contemplando a un fanático como Dios manda, sin duda, cómplice en el intento de asesinato de Desari.
—Señor Brodrick —dijo intentando ser razonable— No puede creer realmente lo que está diciendo. Conozco a estas personas; no pueden ser vampiros. Tan sólo son un tanto excéntricos. Viajan de un lado a otro como el resto de los grupos. Darius me preparó el otro día una sopa de verdura. Desari se refleja en los espejos, yo misma la he visto. Y lo de los ataúdes era tan sólo una broma. La caravana tiene todos los lujos imaginables, incluyendo un área para dormir. Por favor, créame, se trata de personas con mucho talento que intentan ganarse la vida.
—He visto la marca en tu cuello. Ellos utilizan a los humanos. Nadie ha visto a ningún miembro de los Dark Troubadours durante el día, a pleno sol. Sé que tengo razón. Casi les atrapamos la última vez. Y ¿qué les sucedió a nuestros mejores tiradores, a los que enviamos para acabar con ellos? Desaparecieron sin dejar rastro. ¿Cómo escapó Desari? ¿Cómo pudo seguir viviendo con varias balas en el cuerpo? Contéstame. Ellos afirman que la llevaron al hospital y que una doctora la atendió de forma privada. ¡Ja!
—Eso es bastante sencillo de comprobar.
—La doctora afirma haber estado allí; igual que tres enfermeras y varios auxiliares, pero nadie más sabe nada. ¿Una cantante famosa en un hospital, y la mayoría del personal no recuerda lo sucedido? Ni siquiera encontré a una sola enfermera de quirófano que supiera algo del tema. Insisten en que el equipo médico que la atendió en la mesa de operaciones, estaba formado por especialistas traídos de otros hospitales.
—Los Dark Troubadours son ricos, Brodrick. Los ricos hacen cosas así, pero ¿estás admitiendo que participaste en el intento de de asesinato de Desari? —el hecho de que el periodista hablara tan abiertamente la asustaba. Tenía la sensación de que él no hablaría a menos que también pensase librarse de ella. ¿Tendría un arma? Era bastante posible. Peor aún, Brodrick parecía estar desquiciado. Nadie en su sano juicio creería en vampiros que toman el control de la humanidad. Siempre había creído que los vampiros eran un mito, al menos hasta que vio a Darius en acción. Pero este hombre basaba sus convicciones en meras tonterías y en antiguas leyendas.
Darius le parecía bastante más digno de confianza que cualquier humano con el que se hubiera topado hasta entonces. Y eso no le ayudaba mucho en ese momento, dondequiera que él estuviese. ¡Oh, Señor! Ni siquiera quería saber dónde se encontraba Darius; ¿y si resultaba cierto que dormía en un ataúd? La idea la horrorizó. Él había dicho algo de entregarse a la tierra. ¿Qué querría decir eso?
No pienses en eso, Tempest. Te hará acabar tan loca como está este chiflado. Mantén la concentración en lo que está ocurriendo aquí; esto es lo importante ahora.
Matt Brodrick la observaba atentamente con los ojos entrecerrados y una mirada mezquina.
—Sé que necesitan sirvientes humanos que se encarguen de vigilar durante el día. Eso es lo que tú eres. ¿Dónde están ahora?
—Necesitas ayuda, Brodrick. En serio, necesitas una terapia intensiva —le aconsejó mientras se preguntaba si Darius sabría que el periodista había estado involucrado en el ataque a Desari.
—Eres uno de ellos —acusó Brodrick de nuevo—. Me ayudarás a descubrir dónde duermen o tendré que eliminarte.
Mientras Brodrick le seguía los pasos desde la orilla, Tempest caminaba a través del agua cada vez más deprisa, siguiendo la corriente. Sentía el corazón latiendo desenfrenado, igualando la velocidad del agua.
—Lo cierto es que ya has hablado demasiado, Brodrick. Tu única opción es matarme. No pienso decirte donde está Darius, Desari o ningún otro miembro de la banda, pero te aseguro que no están metidos en ningún ataúd, y no tengo la intención de ayudarte para que acaben en uno.
Los labios del periodista se contorsionaron en una horrible mueca.
—¿Sabes que uno de los integrantes del grupo desapareció hace algunos meses? Creo que le mataron ellos mismos. Probablemente no se trataba de uno de los suyos y lo utilizaban para conseguir sangre, hasta que lo dejaron seco.
—Tu mente está enferma, Brodrick —Tempest comenzó a mirar a su alrededor, buscando frenética un modo de librarse de él. Se encontraban demasiado alejados, y estaba segura que habían salido de los límites del perímetro de seguridad que Darius siempre desplegaba para protegerla. Si lograba salir de este atolladero, seguro que él le echaba un sermón que jamás olvidaría.
Lanzó una llamada mental a las criaturas del bosque y del aire, necesitaba ayuda, que le enviasen la imagen de un lugar escondido, en las cercanías, donde pudiera ocultarse del periodista. Brodrick murmuraba para sí mismo, enfadado con ella por no cooperar. Muy despacio, sacó una pequeña pistola.
—Creo que es mejor que reconsideres lo que vas a hacer.
Tempest sentía la fuerza de la corriente en las piernas. Ahora era mucho mayor, y el río parecía mucho más profundo y agresivo. No quería acabar cayendo por una catarata o bien verse arrastrada hasta unos rápidos y mucho se temía que hacia allí se encaminaba. Vadeó el río, hasta la orilla opuesta, aunque aún se encontraba al alcance del revólver. Todavía estaba descalza, llevaba las zapatillas de deporte colgadas del cuello, atadas por los cordones. Vaya manera tan encantadora de morir, decidió; ¿a quién más pillarían sin zapatos cuando necesitaba atravesar un terreno abrupto y pedregoso? ¿Qué tendría ella que siempre atraía los problemas?
Muy por encima de sus cabezas, el pájaro volvió a gritar. Fue un sonido inusual y muy agudo que trajo al instante la imagen de un escarpado barranco a la mente de Tempest. En ese momento se encontraba fuera del agua, retrocediendo con rapidez mientras seguía con ojos atentos los movimientos de la pistola. Brodrick no dejó de apuntarle al corazón ni un solo momento aún cuando permaneció en la orilla. Evidentemente, no quería mojarse los lustrosos zapatos.
El primer disparo resonó con fuerza. Una bala pasó silbando muy cerca de la oreja de Tempest y levantó un montón de agujas de pino y polvo unos metros detrás de ella. Tempest se cayó, quedando sentada en el suelo, pero se negó a salir corriendo. Las rocas eran afiladas y le estaban destrozando las plantas de los pies. Apenas si notaba los cortes, puesto que una segunda bala la había hecho retroceder de nuevo moviéndose tan rápido como era capaz, sin apartar los ojos del horrible revólver.
El tiempo pareció detenerse. Podía ver las hojas de los árboles moviéndose bajo la ligera brisa, escuchaba el pájaro que volaba sobre ellos y gritaba para advertirle. Incluso percibió el cambio en los ojos de Brodrick, ahora fríos y tajantes. Siguió caminando de espaldas.
—¿Por qué estás haciendo esto? ¿Qué pasa si estás equivocado? Habrás matado a una persona inocente tan solo porque crees que viaja con un grupo de vampiros. Estoy aquí, a pleno sol, a la luz del día. ¿Es que no te dice nada eso? —le preguntó en un intento de ganar tiempo.
—Esa marca que tienes en el cuello es una prueba más que suficiente —le explicó Brodrick—. Eres su sirviente, humana, pero su sirviente.
—Entonces, la mitad de los adolescentes americanos son esclavos de un vampiro. No seas estúpido, Brodrick. Soy mecánico, nada más —las rocas le estaban destrozando los pies y empezaba a sentirse desesperada. Tenía que haber un modo de salir de este lío.
Sintió el espacio vacío bajo uno de sus talones, a su espalda. El terreno rocoso acababa abruptamente sobre el borde de un precipicio. Allí se quedó, en el mismo filo, sintiendo como se desmoronaba la tierra inestable bajo sus pies. El pájaro chilló de nuevo, esta vez mucho más cerca, pero no se atrevió a apartar los ojos de Brodrick para mirar al cielo o a sus espaldas.
—Salta —le ordenó con una sonrisa y moviendo el arma—. Si no saltas, será un gran placer dispararte.
—Sería preferible lo último —confesó Tempest lúgubremente. Despeñarse para morir sobre las rocas no le parecía una idea muy apetecible.
Tempest, siento tu miedo —la voz de Darius era tranquila y firme, sin asomo de emoción o de precipitación—. Tu corazón late demasiado rápido. Mira atentamente al causante de tu temor, para que yo también pueda ver el lío en el que te has metido —la voz sonaba distante, a varios kilómetros, una voz incorpórea.
Mantuvo los ojos fijos en Brodrick.
Estoy convencida de que es, en parte, responsable del intento de asesinato de Desari de hace unos meses. Habló demasiado —mientras hablaba mentalmente con Darius, sus ojos no abandonaban el revólver.
Brodrick apretó el gatillo, la bala golpeó el suelo, a centímetros de sus pies, al rebotar, pasó silbando junto a una roca y cayó al vacío. Tempest gritó y al hacerlo, perdió el equilibrio, comenzando a mover los brazos en un intento de volver a recuperarlo. No vio la pistola girar lenta e inexorablemente hacia la sien del periodista, ni vio cómo los dedos de éste aferraban con fuerza el gatillo. No fue testigo de las gotas de sudor que comenzaron a perlar la frente del hombre, ni de la mirada horrorizada de sus ojos. No contempló la extraña batalla que libró con un enemigo invisible, la lucha por conseguir el control del arma. En el estado en que Darius se encontraba, con su enorme fuerza mermada a causa de lo avanzado del día, se vio obligado a emplear tremendos poderes mentales para imponerse a la fuerza del humano. Tempest sólo escuchó el sonido de un disparo mientras caía sobre el borde del precipicio.
Profundamente enterrado, Darius lanzó una maldición. Tempest se encontraba en ese momento en el mayor de los problemas al que jamás se había enfrentado. Era demasiado pronto para salir de la tierra; estaba débil y era muy vulnerable, imposible llegar junto a ella. Tan sólo los más poderosos de sus congéneres, los más ancianos, muy pocos en realidad, podían servir de ayuda en la actual situación. Pero su voluntad de hierro, forjada después de siglos de enfrentarse al sufrimiento, junto a la terrible necesidad de no perder a su compañera, le permitieron luchar con el humano que amenazaba su vida. Con el sol en lo alto del cielo, con la tierra sobre él, su voluntad prevaleció.

Tempest arañaba frenéticamente el borde del precipicio, intentando aferrarse a algo para no caerse. Al deslizarse, la tierra y las rocas cayeron sobre sus manos, golpeándolas y rompiéndole las uñas. Mientras caía seguía luchando por asirse a cualquier cosa que la detuviera. Fue la raíz de un árbol que sobresalía de la pared del precipicio lo que la frenó, golpeándola de lleno en el estómago y dejándola sin respiración. Aún así, se agarró a ella con ambas manos, usando todas sus fuerzas; allí se quedó, colgada y jadeante, luchando por recuperar la respiración.
Su peso, aún siendo liviano, hizo que la raíz oscilara precariamente, y chillando, pasó los brazos para abrazarla, dejando las piernas balanceándose inútilmente en el vacío. En ese instante, escuchó sobre su cabeza el rumor de unas alas batiendo con fuerza el aire. Era el enorme águila que se lanzaba en picado directamente hacia su rostro. Tempest enterró la cara en el hueco de su brazo y permaneció tan quieta como fue capaz, aterrorizada ante la idea de encontrarse cerca del nido del enorme pájaro. No había visto un águila con anterioridad, pero por el tamaño, no podía tratarse de otra cosa. Tenía los ojos pequeños y brillantes, muy penetrantes, el pico curvado y una apariencia malévola. Con las alas extendidas casi llegaba a medir dos metros. Tempest estaba segura de haber caído cerca de su nido.
—Lo siento, lo siento —repetía como una letanía.
El pájaro había remontado el vuelo con presteza y de nuevo planeaba en círculos descendiendo poco a poco. Tempest miró con precaución a su alrededor. La altura era importante, al menos unos cien metros, y la pared muy escarpada. No sobreviviría si se caía. Miró hacia arriba, sopesando las posibilidades de volver a subir. Esperaba ver a Brodrick, en cualquier momento, asomándose por el borde y disparando de nuevo. Sobre su cabeza, la pendiente era demasiado abrupta y no distinguía ni una sola hendidura donde apoyar los dedos. ¿Cuánto tiempo podría estar allí colgada? Darius vendría a por ella en cuanto anocheciera. ¿Cuántas horas aguantaría ella? Y lo más importante ¿resistiría la raíz? Ya podía ver como se desprendía la tierra suelta desde la base, y la madera parecía podrida y seca. Se mantenía aferrada con un abrazo mortal.
Tempest. El pájaro volverá a bajar a por ti. Cuando se acerque, suelta la raíz —Darius parecía tranquilo, igual podían estar hablando del tiempo.
Si la suelto, me caeré, Darius —hizo lo que pudo para no parecer histérica, aunque aquel era el mejor momento para estarlo, imaginaba ella.
Confía en mí, cielo, no dejaré que mueras. El pájaro te llevará hasta un lugar seguro.
—No es lo bastante fuerte. Peso cincuenta kilos.
—Yo le ayudaré. Haz lo que te digo, Tempest. Ya está descendiendo.
Tempest percibía no solo la inflexión persuasiva e hipnótica de su voz, también era consciente de estar siendo obligada mentalmente. Sentía una fuerte sugestión que la incitaba a obedecerle; y Darius era implacable en sus decisiones, nadie le desafiaba.
Escuchó de nuevo el agudo chillido cuando el águila se lanzó en picado hacia ella. Su corazón latía con alarmante fuerza contra su pecho. Y por muy peligroso que pareciera, iba a hacer lo que Darius le había ordenado. No podía evitarlo, ya notaba sus brazos aflojándose y si él no la hubiese obligado, ella jamás lo habría hecho. El águila se acercó con las garras extendidas, y Tempest se dejó caer con un grito inarticulado. Mientras caía al vacío, la imagen del ave era una visión aterradora, acercándose cada vez más a una velocidad increíble, batiendo las alas para cortar el aire. En el último momento, Tempest cerró los ojos. Las afiladas garras la aferraron al vuelo, atravesando la ropa y hundiéndose dolorosamente en su piel. Después descendieron juntos, el águila batía las alas con más fuerza para mantenerlos en alto y compensar el peso extra que suponía el cuerpo de Tempest. Las zapatillas de deporte se bamboleaban en torno a su cuello, a punto de ahogarla, no tuvo más remedio que agarrarlas con fuerza para evitar que los cordones la estrangularan.
Un dolor abrasador la atravesaba, le dolía el cuello y sentía arder las costillas. Pequeños regueros de sangre le caían desde los costados hasta las caderas. El águila aumentó la presión de sus garras, luchando por ponerla a salvo. Era incapaz, aún con la ayuda de Darius, de volver a dejarla sobre el precipicio, por lo que se dirigió hacia la parte más baja de la abrupta pared y la dejó caer al suelo. Comenzó a batir las alas con fuerza, en un esfuerzo de liberar las garras, enganchadas en las costillas de Tempest, la cual intentaba ayudar tirando de ellas hasta que lograron extraerlas. Una vez libre, se derrumbó sobre un montón de tierra, piedras y agujas de pino mientras el águila remontaba el vuelo y se alejaba planeando. Tempest se presionó el costado y al hacerlo, la mano se le empapó de sangre. Tosió varias veces para aliviar la presión que sentía en la garganta. Aún así, no le cupo la menor duda de que éste era un destino mucho mejor que acabar asesinada de un disparo o estrellada contra las rocas del fondo del precipicio. Forcejeó hasta conseguir sentarse para comprobar los daños que había sufrido su cuerpo e intentar orientarse. Porque a pesar de lo que le había dicho a Darius, su sentido de la orientación era pésimo.
Ya lo sé. No te muevas de donde te encuentras.
Tempest parpadeó, no sabía si la voz había sido real o producto de su imaginación de lo ansiosa que estaba por escucharle. Darius se encontraba bastante lejos. Intentó ponerse en pie, concentrándose en el sonido del agua. ¿Dónde estaba Matt Brodrick? Con lo débil que se sentía no podía permitirse el lujo de toparse con él, pero necesitaba llegar al río.
Espera a que yo llegue, Tempest —en esta ocasión, la voz fue más enérgica, una orden en toda regla, juraría ella.
Tempest imaginaba que Darius tenía derecho a parecer despótico puesto que se pasaba la vida salvándole el pellejo, pero de todas maneras no funcionaba con ella. Se acercó dando tumbos hasta la corriente, ignorando sus doloridos músculos, los gritos del águila llamando a Darius y el temor a que Brodrick se precipitara sobre ella en cualquier momento. La única cosa que le importaba era llegar al agua. Se tumbó por completo en la gélida corriente, en un intento de aliviar los dolorosos cortes y de entumecerse lo suficiente para volver a pensar con claridad. Contempló fijamente el cielo azul pero solo vio al águila que volaba inquieta. Muy despacio, se incorporó hasta quedar sentada y se arrastró de este modo hasta la orilla arenosa. La baja temperatura del agua ayudó a que el viento se le filtrara hasta los huesos y comenzó a temblar.
No deberías haber abandonado el perímetro que dispuse para ti —dijo Darius con voz suave, sin el más ligero reproche.
Deja de hablar de tus estúpidos perímetros —le espetó Tempest. Aunque ya lo había esperado, no soportaba que le dieran un sermón por culpa de un periodista imbécil que se creía en mitad de un nido de vampiros. Al infierno con esa idea— ¿Qué estás diciendo? —se preguntó a sí misma en voz alta—. Hay un nido de vampiros. O quizás el nombre correcto sea un aquelarre de vampiros. No, los aquelarres son para las brujas. Bueno, lo que sea, yo no tengo la culpa de que ese chiflado quiera matar a disparos a todo el mundo.
El cuello y el costado le palpitaban de dolor, al igual que las plantas de los pies. Se miró una, hizo una mueca de dolor y volvió a meter el pie en el agua.
Es peligroso estar a tu alrededor, siempre pasan cosas; cosas extrañas.
—Estar junto a mí es muy seguro, eres tú la que no conoces los límites y parece tener un problema a la hora de entrar en razón. Si te hubieses quedado donde se suponía que debías estar, nada de esto habría sucedido.
¡Oh, vete al infierno! —murmuró en voz baja, segura de que él no la oía. ¿Es que siempre iba a tener esos malditos aires de superioridad? Le dolía todo el cuerpo y lo que menos deseaba era escuchar a un hombre exasperante. Y no es que no agradeciese su ayuda, por su voz y por el hecho de estar tan lejos, Tempest sabía que su intervención había sido difícil, pero eso no le daba el derecho a castigarla ¿o sí?
Tengo todo el derecho puesto que me perteneces y mi deber es velar por tu seguridad y por tu felicidad —dijo con voz tranquila y profundamente masculina, que encerraba una oscura promesa en la que ella no quería ni pensar.
—Tu deber es cerrar la boca —murmuró resentida. Y con los dientes apretados, aguantando el dolor, se quitó las zapatillas del cuello. No quería que Matt Brodrick entrase a hurtadillas en el campamento y dispara a Darius o a Desari desde los arbustos.
No puede hacerlo —le informó Darius suavemente. En esta ocasión, en su voz se distinguía lo divertida que encontraba la rebelión de Tempest.
Vete a dormir o como se llame —le espetó—. Yo me aseguraré de que nadie te haga daño —y añadió lo último sólo para darle dentera.
De inmediato, le llegó la imagen de unos dientes brillantes, de aquella sonrisa de depredador y de unos ojos negros que ardían prometiendo venganza. Tempest apartó bruscamente su mente de la de Darius, más que nada porque él conseguía intimidarla aún a aquella distancia, lo cual no era justo. Estremeciéndose de dolor, metió los pies húmedos y heridos en las zapatillas y se puso en pie cautelosamente. Se tambaleó, sus maltrechos músculos protestaban por el esfuerzo de sostener su peso. Con un suspiro, se puso en marcha, siguiendo el arroyo, con la esperanza de encontrar el camino de regreso. No fue fácil, el terreno era cada vez más abrupto a medida que subía alejándose del lecho del arroyo. En dos ocasiones tuvo que sentarse a descansar, pero finalmente llegó hasta el grupo de árboles donde vio a Brodrick la primera vez.
Observó los alrededores cuidadosamente, segura de encontrarse en el lugar adecuado, pero el hombre no aparecía por ningún sitio. Una pluma negra bajó flotando suavemente, girando desde el cielo y haciendo que su atención se desviara hacia allí. Unos cuantos pájaros de gran tamaño volaban en círculos, el número iba aumentando mientras ella los observaba. Casi se le detuvo el corazón. Buitres. Se dejó caer de golpe sobre una roca, con el corazón latiendo con fuerza.
¿Darius? —incluso en su mente, su voz sonó temblorosa, vacilante, perdida y abandonada.
Estoy aquí, cielo —a Tempest le pareció fuerte y reconfortante.
¿Está muerto? No quiero encontrar su cadáver. No le matarías ¿verdad? —era un ruego, esperando que no lo hubiese hecho. Pero de repente le vino a la mente el por qué Darius le había asegurado que Brodrick no podía hacerle daño y por qué con anterioridad, que no necesitaba ir a la policía y denunciar el ataque de Harry. ¿Por qué le había asegurado en ambas ocasiones que ninguno de los dos volvería a molestarla? ¿Lo había sabido desde siempre? ¿Se había sugestionado ella misma para ver tan solo la parte dulce y tierna de Darius, aunque reconociera que fuese un poquito despótico? Supo desde un principio que era un depredador peligroso; él mismo lo había demostrado. Y cuando le dijo que estaba bajo su protección, lo decía en serio. Darius no era humano. Tenía su propio código ético que regía su vida.
¿Le mataste, Darius?
A la pregunta siguió un corto silencio.
Murió por su propia mano, Tempest —contestó finalmente.
Ella se cubrió la cara con las manos. ¿Podría haberle obligado Darius de algún modo? No lo sabía. ¿Tan poderoso era? Podía cambiar de aspecto. Convencer a un pájaro de que la rescatara de un precipicio. ¿Qué más podía hacer? ¿Quería saberlo realmente?
Eres muy peligroso, ¿verdad?
No para ti, cielo. Nunca para ti. Vuelve al campamento, y déjame que pueda descansar.
—Pero el cadáver. Alguien tiene que avisar a la policía. Tenemos que llevar el cuerpo a las autoridades.
—No podemos, Tempest. Pertenece a un grupo de asesinos. Y estos llamados cazadores de vampiros vendrían al primer rumor de su intempestiva muerte, y todos estaríamos en peligro. Deja que lo encuentre algún excursionista dentro de unos días, cuando nos hayamos marchado. Su comportamiento ha sido inestable desde hace un tiempo, y lo tacharán de suicidio, como deberían hacer.
—¿Lo hizo él mismo? —preguntó buscando la confirmación.
Cualquiera que viniese a por mí o a por cualquiera de los míos sería un suicida —contestó de forma enigmática.
Tempest no pensaba continuar por aquellos derroteros.
¿Y el otro hombre que me atacó? ¿Está vivo?
—¿Por qué querrías que un hombre así siguiera vivo, Tempest? Las mujeres son sus víctimas, lo han sido durante años. ¿Para qué necesita el mundo una persona así?
¡Oh Dios!, no podía pensar en eso tampoco. ¿Por qué no se había parado a sopesar las consecuencias de estar junto a una criatura como Darius?
Matar está mal.
—Es la ley de la naturaleza. Nunca he matado de forma indiscriminada o caprichosa. Esto es agotador, Tempest. No puedo mantener esta conversación durante más tiempo. Vuelve al campamento y seguiremos hablando cuando me levante.
Tempest sabía reconocer una orden cuando la escuchaba.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary