Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 14


Catorce

—¿Qué vamos a hacer con la Sociedad que persigue a Desari? —preguntó Tempest mientras se arrebujaba entre los brazos de Darius. Él la miró y depositó un beso tierno sobre su frente.
—¿«Vamos»? ¿Por qué usas el plural? Según tengo entendido, el primer objetivo de esta gente eres tú. Vas a hacer exactamente lo que me has prometido y me vas a obedecer al pie de la letra.
—En realidad —continuó Tempest muy tranquila sin hacer caso de su tono feroz—, creo que Cullen Tucker ha dicho que la Sociedad tiene muy clara la naturaleza de Julian, le creen un vampiro. Yo diría que él es su principal objetivo.
—La seguridad es cosa de hombres, Tempest, no interfieras. Desde ahora, vas a hacer lo que yo diga y te mantendrás alejada de cualquier problema.
Tempest se sentía adormilada, feliz de estar entre los brazos de Darius y poder sonreír en respuesta a la negra furia de su mirada. Trazó con los dedos el contorno de sus labios en una caricia perezosa y ligera.
—Me encanta tu boca, es cierto —admitió antes de poder censurar sus palabras.
Darius olvidó la ira; ella le tocaba y al instante se olvidaba hasta de su propio nombre, sin mencionar el sermón que tenía pensado soltarle. La besó de forma agresiva y posesiva, tomándose tiempo para explorar la dulzura de sus labios y demostrarle quién era su dueño. Cuando alzó la cabeza, los hermosos ojos verdes le miraron aturdidos, tan fascinantes que Darius volvió a gemir.
—Descansa mientras te preparo algo de comer —le ordenó.
Tempest bajó los párpados al escucharle y Darius se obligó a alejarse, aquellos labios suaves estaban pidiéndole a gritos que los besara de nuevo. Ella atrapó su mano una vez más.
—No tengo hambre, Darius. No te molestes en cocinar porque será una pérdida de tiempo. De hecho, tengo el estómago revuelto.
Se sintió inundado por la culpa. Él era el responsable de sus problemas con la comida. Le acarició el rostro con el corazón en un puño.
—Yo me encargaré de que puedas asimilarlo —pero estaba hablando solo ya que Tempest se había quedado dormida. La contempló durante unos minutos, respirando el aire que ella exhalaba. Era su vida, tan sencillo como eso. Esta criatura frágil y delicada era su vida, su mundo; tenía que cuidarla mucho más, prestar mucha más atención a su seguridad y a su salud. Tempest parecía pasar de un problema a otro sin descanso. Tendría que ponerse firme y hacerle entender que él establecía las normas; y empezaría obligándola a dormir por las tardes para que pudiera recuperar las fuerzas.
Hizo aparecer un par de vaqueros mientras su mente trabajaba; se los puso, abotonándoselos descuidadamente mientras se dirigía a la puerta de la caravana descalzo. Sasha y Forest estaban en el bosque y les llamó para que regresaran a la seguridad del campamento.
Al abrir la puerta, la brisa nocturna arrastró los olores y sonidos del bosque. Entrecerró los ojos, ahora crueles y fieros; un siseo escapó de su garganta cuando soltó con fuerza el aire. Les habían encontrado, el enemigo les había rodeado, y no eran una o dos personas, sino un verdadero ejército, si su olfato no le engañaba. Los hombres se movían muy despacio cubriendo el perímetro del campamento desde el bosque. Olía el miedo, el sudor y la adrenalina que desprendían sus cuerpos. Hasta él llegaba la excitación de todos ellos; le resultaba fácil percibir cuáles eran sus intenciones, estaban ansiosos por matar.
Un gruñido ronco surgió en respuesta a la amenaza. No podía actuar como era su costumbre puesto que Tempest dormía en la caravana y no tenía intención de dejarla sola. Separó los labios en una feroz mueca dejando a la vista los colmillos totalmente extendidos. En realidad, la cosa estaba muy clara, recibía la lucha con los brazos abiertos. Ya había tenido bastantes amenazas, y era un hombre de acción. Imitó el agudo chillido de los leopardos para advertir del peligro a los dos felinos y se dio la vuelta para despertar a Tempest. La actitud de ella le sorprendió; aceptó las explicaciones sin rechistar y se puso la ropa que él hizo aparecer de la nada.
—¿Tienes algún arma? —le preguntó. Darius arqueó las cejas.
—¿Te refieres a revólveres y esas cosas? —replicó él. Tempest se rió.
—Me crié en las calles, Darius. No te dejes engañar por el hecho de haber sido atacada en dos ocasiones; a esos tipos no les vi venir y de esa forma es muy difícil defenderse.
—Tenemos armas en la maleta que hay dentro de ese armario. Pero sólo las utilizarás en caso de verdadero peligro. Deja que sea yo quien se ocupe de esos idiotas —le advirtió con cautela. La idea de Tempest sujetando un revólver le resultaba escalofriante.
—¿Dónde están los demás?
—Se han puesto en camino hacia la siguiente parada de nuestro recorrido. Cullen Tucker viaja con ellos. Sé que no tiene nada que ver con esto —afirmó tranquilamente. Al instante, salió de su cuerpo y utilizando su fuerza espiritual, se internó en la noche mientras Tempest preparaba el vehículo para una posible huída.
Darius encontró un hombre aproximándose por el norte, llevaba un rifle en las manos, un francotirador con ropas de camuflaje. Dirigió los movimientos de Forest y envió a Sasha tras el rastro del hombre más próximo al francotirador, a unos cuantos metros a su izquierda. Estaban escondidos en la maleza, objetivos fáciles para los felinos. Darius sabía que sus muertes serían rápidas y silenciosas. Se sentía dividido entre la necesidad de permanecer en su forma espiritual para proteger a Tempest y el deseo de internarse en el bosque donde podría ser de mucha más utilidad.
—Ve —le dijo ella suavemente mientras cargaba las armas que había sacado del armario—. Sé que no estarás muy lejos si te necesito.
Darius se inclinó para besarla en los labios. Había preocupación en sus ojos y temblaba ligeramente, pero le sostuvo la mirada y percibió su entereza.
—No dejes que te suceda nada. Piensa en tu seguridad por el bien de toda la humanidad —y echó una rápida mirada al arsenal que ella estaba preparando—; y no vayas a dispararme cuando regrese.
—Lucharé contra la tentación —le contestó mientras la mano de él le acariciaba el cuello—. Asegúrate de regresar junto a mí —el miedo que sentía en su corazón era muy real, casi doloroso, casi podía paladear su sabor.
Darius desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Tempest no supo si su cuerpo se había disuelto en bruma o si se había movido tan rápido que sus ojos no lo habían captado. En la completa oscuridad que rodeaba a la caravana el viento, heraldo de la muerte, comenzó a soplar con un gemido espectral que le provocó un estremecimiento; no sabía a ciencia cierta de dónde había sacado aquella comparación pero estaba segura de que el viento era sinónimo de muerte. Darius era el viento.
Se miró al espejo; estaba pálida, con el pelo desordenado y los ojos abiertos de par en par a causa del miedo. Su imagen era patética: una mujer menuda, vestida con vaqueros y con un enorme revólver. No obstante, los labios fruncidos reflejaban un firme determinación. Estaba descalza y se apresuró a buscar las zapatillas ya que estaba segura de que tendría que abandonar la engañosa seguridad de la caravana. Se sentó en el primer escalón de la puerta, con una semiautomática en el regazo y los dos revólveres escondidos tras ella, fáciles de coger en caso de necesidad.
Darius cubrió el perímetro del campamento desde el aire, confirmando la posición de cada uno de los hombres. En total eran diecisiete, todos ellos armados. Estaban rodeando el claro y los caminos por donde podrían haber huido estaban cortados por enormes camiones que impedían el paso de la caravana. Forest arrastraba por los arbustos el cadáver del que, hasta minutos antes, era el francotirador número dieciocho. El animal se movía sigilosamente; su poderoso cuerpo era letal e imposible de detectar por los hombres que se movían agazapados a escasos centímetros de él.
Darius se posó en el suelo justo detrás de un hombre alto, armado con todo un arsenal, desde granadas de mano hasta un machete. Se limitó a romperle el cuello como si se tratase de una simple cerilla; el soldado no tuvo tiempo de emitir ningún sonido, sólo se escuchó el rumor del viento trasladando a Darius hasta su siguiente víctima. Éste estaba agachado mirando a través de los árboles en un intento de atisbar la caravana. El viento se transformó en un grillete mortal que se cerró alrededor de su garganta y lo elevó a medio metro del suelo, acabando poco a poco con su vida para dejarlo caer de forma descuidada una vez cumplió su objetivo.
—¿Murphy? —siseó una voz a la derecha de Darius—. No veo nada. ¿Dónde está Craig? Se supone que debería estar aquí al lado.
Darius se alzó en toda su altura frente al hombre; su rostro tenía una expresión cruel e implacable y sus ojos eran dos furiosas brasas ardientes. Dejó que sus largos y blancos colmillos quedaran a la vista, para lo cual dibujó una enorme y fría sonrisa.
—Ambos han desaparecido —dijo usando la cadencia lenta e hipnótica que paralizaba a sus oponentes. El hombre se limitó a alzar su arma mientras aquella súbita aparición se acercaba con increíble velocidad. El soldado sintió el impacto en el centro del pecho y durante un instante su vista quedó atrapada en el horrible agujero que el golpe había abierto allí. Quería gritar, pero su garganta no articulaba sonido alguno; murió de pie, mirando a Darius con el rostro desencajado.
Tan brutal como el mismo viento, Darius se dirigió hacia el siguiente hombre. Era un joven con las mejillas marcadas por cicatrices producidas por el acné, bigote poblado y el rostro pintado con la pasta usada para camuflarse. Respiraba afanosamente por el efecto de la adrenalina; no apartaba el dedo del gatillo de su ametralladora. Darius pasó junto a él, una masa borrosa de músculos y tendones, con garras afiladas que desgarraron el cuello del muchacho fácilmente.
Hasta Darius llegó el sonido de un disparo efectuado en el otro flanco, donde estaba Sasha, y al instante el destello rojizo producido por la detonación fue evidente en la oscuridad. Se escuchó el grito agudo de un hombre junto con el chillido sobrenatural del leopardo. Se dirigió hacia el lugar y en ese momento, varias ametralladoras comenzaron a disparar a discreción apuntando al área de donde habían provenido los alaridos, hasta que una voz autoritaria, que surgió a varios metros de distancia a la izquierda de Darius, vociferó la orden de detenerse.
Tempest se puso en pie preocupada por Darius; automáticamente su mente buscó la de él y retrocedió ante la neblina rojiza producida por la furia asesina que lo poseía en aquel momento. Rompiendo el contacto, analizó la causa del chillido del animal; supo al momento que Sasha estaba en peligro. Maldiciendo por lo bajo, intentó calmarse lo suficiente para poder pensar con claridad. Sasha estaba herida; sentía el dolor y la ira del animal mientras se desplazaba a rastras a través de la maleza de vuelta a la caravana, en busca de su compañía. Sólo dudó durante un segundo antes de meterse un revólver en la cinturilla del vaquero, coger la semiautomática e internarse a la carrera entre los árboles. Envió a Sasha la imagen de que pronto estaría junto a ella para reconfortarla, para ayudarla a ponerse a salvo y detener el dolor que sentía.
Se escuchó otro grito, esta vez mucho más cerca de lo que a ella le hubiese gustado, seguido de otra andanada de disparos. De nuevo, la mente de Tempest voló hacia la de Darius, aterrorizada ante la posibilidad de que estuviese herido. Estaba en pleno proceso de transformación, su cuerpo se estaba adaptando a la forma de una musculosa pantera mientras saltaba hacia una rama baja. Se agazapó justo encima de un francotirador que se arrastraba por el suelo; el soldado apuntaba a Forest con su arma mientras el felino se aproximaba a otro de los hombres que estaba disparando a Sasha, la cual intentaba regresar al campamento.
Tempest lanzó un jadeo al vislumbrar la mente de Darius; allí no había rastro de humanidad o piedad. No existía emoción alguna, perseguía a todos aquellos que amenazaban a su familia con frialdad y calma despiadadas. Cayó sobre el francotirador sigilosamente, letal. En el momento en que los colmillos de la pantera se hundieron en el cuello del hombre, Tempest rompió el contacto incapaz de ser testigo de aquello. Se agachó todo lo que pudo bajo el dosel de ramas bajas que se agitaban al viento e intentó permanecer inmóvil y no hacer ningún ruido. Al ser tan menuda podía moverse con facilidad por las estrechas sendas que usaban los animales más pequeños, pero estuvo a punto de caer encima de Sasha, herida y agazapa sobre los helechos que crecían bajo los árboles. Posó su mano sobre la espalda del animal y le envió de nuevo oleadas de imágenes para alentarla mientras inspeccionaba la herida. La pata trasera derecha estaba cubierta de sangre; lanzó una maldición muy poco femenina. Sasha era demasiado grande para ella, no podía alzarla. Deslizó un brazo bajo el abdomen del animal para ayudarla a incorporarse y conseguir que pudiese arrastrase apoyada en ella. El suelo del bosque era muy irregular y el dolor que sentía Sasha era inmenso, provocando que cada vez se dejara caer más sobre Tempest, cojeando de vuelta hacia la caravana.
Súbitamente, el felino giró la cabeza hacia la izquierda, dejando escapar un ligero gruñido de advertencia y se mantuvo completamente inmóvil. Tempest se agachó, tendiéndose sobre el estómago y escudriñó la zona. Al instante, la figura de un hombre con un rifle en las manos se hizo visible; no la había visto, llevaba otro rifle en la espalda, iba vestido de negro y con la cara pintada a rayas oscuras. Parecía un gorila saliendo de la niebla.
Hasta entonces, la noche había sido clara, pero una niebla espesa comenzó a cubrirlo todo, dejando el suelo del bosque sumido en una espectral bruma blanca. Tempest se tumbó junto al cuerpo de Sasha, temblando de miedo y débil por la falta de comida, casi exhausta. El arma le resultaba muy pesada y le parecía casi imposible regresar a la relativa seguridad de la caravana llevando al leopardo con ella.
El hombre se internó entre los árboles y desapareció de la vista rodeado por la niebla. Tempest se puso en pie, le temblaban las rodillas y tenía la boca seca. Sasha comenzó a moverse gracias a su ayuda. Continuaron el camino de regreso moviéndose centímetro a centímetro, un proceso tremendamente doloroso que parecía no tener fin. La espesa niebla era la única protección con la que contaban una vez salieron del área boscosa y se internaron en el claro. Tempest envió una silenciosa oración rogando para que la densa bruma les ocultara.
Darius sintió la perturbación justo delante de donde él se encontraba. Había acabado con todos los hombres de su flanco, Forest se dirigía hacia él desde el lado opuesto, regresando al campamento. Había utilizado la espesa capa de niebla para envolver a dos francotiradores y atraparlos en su letal abrazo. No había dejado a un solo enemigo tras él, al igual que el leopardo macho. Habían reducido significativamente el número de adversarios; Sasha se había encargado de dos antes de que fuese herida.
Darius era muy consciente de la actividad de Tempest. Sabía de su posición exacta y no había hecho ningún intento por detenerla ya que tendría que haber doblegado su voluntad. El miedo le tenía casi paralizado, temía por la vida de su compañera. En ese instante, percibió el arma del soldado apuntando directamente a la cabeza de Tempest. Sasha intentó arrojarse sobre ella protegiéndola bajo órdenes de Darius aún cuando ya se estaba haciendo cargo de la mente del hombre a través de los ojos del leopardo, consiguiendo que girara el cañón apuntándose él mismo. El tipo gritaba aterrorizado ante la imagen de su propia arma dirigiéndose hacia su corazón con vida propia, lenta e inexorablemente. Intentó hacerse con el control de su mano, pero sintió como su dedo se cerraba en torno al gatillo. Darius se había movido usando la velocidad sobrenatural y llegó a la escena justo en el momento en que el hombre caía al suelo. Saltó hacia Tempest, protegiéndola con su cuerpo y aplastándola contra el suelo. Una bala le alcanzó en la espalda a la altura del hombro, la sensación del dolor ardiente que le desgarraba los músculos le dejó sin aliento. Quiso permanecer un instante tumbado para descansar, pero el soldado que le había disparado se acercaba para rematarles. Dejando a un lado el dolor, se concentró en el enemigo. Internándose en la mente de Forest a la vez que comandaba el viento y espesaba aún más la niebla, sus fuerzas estaban deslizándose, junto con su sangre, hacia el suelo. Estaba muy débil. Pero aún así, se puso en pie como una aparición, transformando su cuerpo velozmente, contorsionándose hasta que su rostro se alargó tomando la forma de un hocico alargado, con enormes colmillos y el cuerpo del lobo saltó sobre el pecho del hombre desgarrándolo. El enemigo estaba tan paralizado por el terror ante la imagen de aquel ser mitad lobo, mitad hombre, que lo único que pudo hacer fue jadear de miedo.
Darius había caído con tanta fuerza sobre Tempest que el golpe al llegar al suelo la había dejado sin respiración. Allí permaneció un instante limitándose a recuperar sus maltrechas fuerzas. No estaba muy segura de quién acababa de atacarla. Fue Sasha la que con sus gemidos de dolor y las imágenes de la herida abierta la sacó de su estupor. Se giró sobre sí misma y contempló a Darius arrojando el cuerpo de un hombre al suelo. Lanzó un grito de advertencia y instante él se dio la vuelta para enfrentarse a un soldado dispuesto a golpearle con un machete. Darius sostuvo en alto el brazo del hombre y capturó su mirada durante un instante. Muy despacio, inclinó la cabeza y bebió puesto que necesitaba recuperarse de la pérdida de sangre, necesitaba tanto el sustento como la sensación que proporcionaba la sangre saturada de adrenalina. La ráfaga de poder le golpeó con fuerza dado el estado de debilidad en el que se encontraba y continuó bebiendo con avidez.
¡Darius! — le susurró ella con urgencia. Sabía que debía detenerle; no entendía el motivo y, aunque era consciente de que Darius había matado en incontables ocasiones, supo al instante que jamás lo había hecho de aquel modo—. Te necesito Darius, ahora.
La hermosa y dulce voz penetró en su mente subyugando a la rugiente bestia, sofocando la voracidad que le impedía quedar saciado hasta no ver al hombre muerto. Se obligó a apartar los dientes de su presa y dejó que el hombre cayera al suelo aún con vida. Sin mirar al bosque, envió el mensaje a Forest; el hombre debía desaparecer, no podía quedar ningún testigo de lo que había sucedido. La supervivencia de su raza así lo exigía.
—Yo llevaré a Sasha —dijo Darius en un tono seco; la bestia aún rugía en su interior y sus ojos brillaban feroces, iluminados por pequeñas llamitas rojas.
Tempest jadeó de sorpresa al ver la oscura mancha de sangre, intensamente visible aún en la oscuridad, resbalando por su espalda.
—Ve delante, yo te cubriré.
—Se acercan por la izquierda —le dijo Darius empujándola para que iniciara la marcha e inclinándose para alzar al felino.
Tempest se colocó de nuevo tras él y lanzó una ráfaga de disparos; las balas silbaban con violencia, dándoles tiempo para meter a Sasha en la caravana. Darius cogió a Tempest por la cintura mientras caminaba de espaldas a él y le quitó el arma de las manos. Era consciente de que su compañera no poseía ningún instinto asesino, no disparaba a nadie en concreto, se limitaba a mantenerlos a distancia. Tenía coraje, lealtad y jamás les abandonaría, ni a él ni a los animales; haría todo lo que estuviese en sus manos para ayudarles, pero jamás le resultaría fácil quitarle la vida a un ser humano. Darius evitó que se viera obligada a tomar esa decisión.
—Cuida a Sasha. Utiliza las hierbas que están en el armario; ella se dejará —y con esto, la arrojó literalmente al interior del vehículo y se marchó antes de que ella tuviese tiempo de protestar.
Repentinamente comenzó a llover; el cielo pareció caer sobre el bosque con la densa cortina de agua, anegando el campamento. Tempest se concentró en la tarea que tenía por delante. Sasha agitaba nerviosa la cola y emitía roncos gemidos de amenaza.
Darius protegió la caravana con un hechizo que escudaba al vehículo de los disparos de los francotiradores, ahora sus presas. Su cuerpo emitió unos destellos bajo la lluvia y acto seguido, se evaporó. Entre las plateadas hebras de agua de lluvia, brillaban de cuando en cuando unas gotas de sangre antes de caer al suelo.
El gemido del viento se elevó hasta convertirse en un agudo aullido que se movía entre los árboles, tan afilado como una navaja. Forest era un instrumento de venganza que se movía a una velocidad increíble desgarrando con garras y dientes. Por un breve instante, el bosque pareció cobrar vida con los gritos, los gemidos y el hedor de la muerte. Cuando por fin todo acabó, tan sólo se escuchó el sonido del viento y de la lluvia.
Darius se arrodilló un momento bajo la lluvia, exhausto, herido y asqueado por lo que acababa de hacer, por muy necesario que fuese. Agachó la cabeza mientras el agua resbalaba por su cuerpo. Los cadáveres parecían haber sido atacados por animales salvajes, pero si fuesen examinados con detenimiento, se elevaría un clamor en medio mundo ante el interés que iban a despertar. No podía permitirlo. Tardó un tiempo en dejarlo todo dispuesto de modo que cualquier humano aceptase la teoría sin demasiados interrogantes. Una batalla campal entre dos bandas rivales de paramilitares, se habían matado entre ellos y sus cuerpos fueron devorados más tarde por los carroñeros. Puso mucho cuidado en borrar cualquier rastro del paso de su familia por aquel lugar; no podía permitirse el descuido de dejar ni una sola huella de neumático en el campamento. El barrizal provocado por el agua de la lluvia le ayudaría en su tarea. Podía mantener la caravana oculta a los ojos de cualquiera que estuviera vigilando hasta que llegasen a la autopista.
Totalmente agotado, llamó a Forest y ambos regresaron al vehículo juntos. Sasha estaba tendida en el suelo, inmóvil; el enorme leopardo macho se acercó a ella y la acarició varias veces, examinando la herida, los puntos de sutura y el vendaje. Tempest se giró para mirar a Darius con una mirada intensa. Él se sintió en casa, el cansancio se evaporó y el hedor de la muerte fue olvidado por la radiante bienvenida.
—Estás sangrando —le dijo Tempest en voz queda.
—Sobreviviré —contestó él. Normalmente, hubiese detenido el funcionamiento de sus pulmones y de su corazón para detener la hemorragia, pero Tempest aún no estaba a salvo y eso era lo primordial. Aún tenían que sortear los camiones que cortaban los caminos de vuelta a la autopista y él sabía que habría más soldados esperándoles allí.
—Dime lo que necesitas —le dijo Tempest, consciente de que su cuerpo necesitaba atenciones diferentes a las humanas.
—Las hierbas y la tierra que necesito están en la estantería que está sobre el sofá —el cansancio se reflejaba en su voz, y eso la aterrorizó. Apartó la mirada para ocultar las lágrimas que le anegaban los ojos. La imagen de Darius empapado, exhausto, cubierto de sangre y barro, con el pelo negro cayendo lacio a ambos lados de su rostro, estuvo a punto de romperle el corazón. Se ocupó de su herida con celeridad. Era más fácil de lo que había supuesto ya que la bala había salido de su cuerpo y Darius mismo se había encargado de sellar la herida desde el interior. Pero el proceso de curarse él mismo sin enterrarse y dormir el sueño de los inmortales, requería un esfuerzo tremendo. Tempest hizo un emplasto con las hierbas, la tierra y con la saliva de Darius para cubrir la herida. Le resultaba extraño seguir sus indicaciones y mezclar la tierra con la saliva, pero aceptó su explicación: la Estirpe de los Cárpatos procedía de la tierra y se aprovechaba de sus propiedades curativas.
Le acarició el cuello depositando en sus dedos todo el amor que sentía por él y que aún no era capaz de demostrarle con palabras. Darius cogió su mano y se la llevó a los labios.
—Lo siento, Tempest. Jamás te habría mostrado conscientemente esta faceta de nuestra vida; los humanos nos persiguen con frecuencia. A lo largo de los siglos, hemos sido masacrados en incontables ocasiones. Me gustaría haberte evitado esto.
—No me evaporo al sol, ni me derrito bajo la lluvia. Soy dura, ¿sabes? Déjame que conduzca para salir de aquí. Tienes que dormir; dormir de verdad. Sé que no puedes enterrarte ahora, pero puedes descansar como se supone que hacéis vosotros y confiar en mí. Yo te cuidaré —y sus ojos verdes atraparon aquellos otros negros con la misma facilidad que él lo había hecho en otras ocasiones—. Confías en mí, ¿verdad Darius?
Darius se encontró sonriendo a pesar de sí mismo. Rodeados de sangre y muerte, de dolor y cansancio, ella todavía conseguía arrancarle una sonrisa.
—Con todo mi ser, nena —respondió con aquella voz aterciopelada que acariciaba las entrañas de Tempest como lo hacían sus dedos. Le tomó la barbilla para que prestara atención—. Te prometo que descansaré en cuanto sepa que estamos a salvo.
Tempest le dirigió una mirada resignada. Era inútil discutir con él una vez había tomado una decisión.
—Dime qué tengo que hacer.
—Tendrás que conducir la caravana. La tormenta está en su punto álgido y tenemos que aprovechar el momento. Los arroyos van a desbordarse porque la tierra ya no puede absorber el agua de la lluvia. Tenemos que llegar al puente antes de que desaparezca bajo la corriente, pero no podemos utilizar los caminos porque están bloqueados. — le explicó.
Tempest se mordió el labio con fuerza, el único signo de nerviosismo que mostró. Cuadró los hombros, y se giró resuelta hacia el asiento del conductor. Darius la atrapó por la cintura y acercándola, capturó sus labios en un beso ávido; sus labios eran dulces pero saboreó también el miedo y la compasión que Tempest sentía en esos momentos. Y el amor que crecía en su interior a cada momento que pasaba, ella le amaba. Se tomó su tiempo y la besó con fiereza, reclamando su derecho sobre ella, saboreando su cercanía. Alzó la cabeza a duras penas.
—Deberíamos ponernos en marcha, cielo —sus ojos adoptaron un tono aún más oscuro al contemplar la expresión aturdida de ella. Estaba tan hermosa con las mejillas arreboladas y los labios entreabiertos que no pudo evitar ceder a la tentación. La besó de nuevo, un beso breve pero intenso.
Tempest se sentó al volante. La lluvia golpeaba con fuerza el parabrisas, la visión era bastante precaria. Observó a Darius insegura por un momento, pero él estaba mirando con intensidad a través del cristal, comandando la tormenta. Percibió la confianza que depositaba en ella, Darius sabía que sería capaz de hacer lo que le había pedido. Creía en ella por completo.
—Hay una senda casi invisible, Darius —le dijo para llamar su atención—. Está desapareciendo bajo el agua, pero creo que puedo seguirla —el vehículo comenzó a moverse resbalando en el lodazal, sorteando las ramas caídas de los árboles que flotaban en el agua y chocaban con fuerza en los laterales de la caravana.
—No enciendas los faros —le advirtió suavemente Darius.
—Los necesito. No veo en la oscuridad —se quejó ella—. Si la profundidad del agua es excesiva, nos quedaremos varados.
—Puedes ver. Yo veo a través de tus ojos perfectamente; es tu mente humana la que no confía en tus propios sentidos —le corrigió de forma ausente, con la mente en otra cuestión.
Tempest suspiró muy despacio. En cuanto volvió a sentirse tranquila y retomó el control de sus emociones, dirigió la caravana hacia las turbulentas aguas. La mente le jugaba malas pasadas; creía ver en ocasiones remolinos de sangre oscura en la corriente, pero la lluvia era tan intensa que no podía estar segura. Los limpiaparabrisas no podían mantener despejada la luna delantera.
Sintió a Darius de pie tras ella, el calor de su cuerpo se filtraba hasta su interior alejando el frío que sentía. Se inclinó sobre ella y posó las manos en su cara para limpiarle las lágrimas.
—Estás llorando por las muertes de esos asesinos —afirmó sin ninguna emoción, ni la recriminó ni la alabó por ello. Pero sentía la intensidad del sufrimiento de su compañera.
—Lo siento, Darius —contestó en voz baja y estrangulada, como si estuviese ahogándose por la angustia—. Tenían familia, madres, esposas. Hermanos y hermanas. Hijos.
—Te habrían matado, cielo. Lo leí en sus mentes. Algunos de ellos incluso se habrían divertido contigo antes de asesinarte. Habrían matado a mi hermana, y destruido a su compañero. No podía permitir esa atrocidad.
—Lo sé —asintió ella—, y no te culpo por lo que te has visto obligado a hacer. Me doy cuenta de la posición en la que te han colocado, pero aún así, siento lástima por sus familias y por la pérdida de tantas vidas. Quizás algunos de ellos creyeran estar haciendo lo correcto, lo cual no les disculpa pero, Darius, eran seres humanos.
Darius le apartó el pelo del cuello y se inclinó para besarle la piel expuesta de la nuca.
—No tienes por qué explicarme lo que ya sé, amor mío. Vivo en ti, al igual que tú puedes morar en mi mente cada vez que quieras —dejó reposar las manos, que temblaban por la intensidad del amor que sentía, sobre los hombros de Tempest. Aquel intenso amor se alzó en su interior arrasándolo todo a su paso, olvidando todo lo que aún les quedaba por pasar esa noche. Tenía que alejarse de ella antes de que la necesidad de estrecharla entre sus brazos y sentir el roce de su piel le hiciera obviar todo lo demás. Inspiró con fuerza para serenarse y, deliberadamente, puso cierta distancia entre sus cuerpos.
Tempest condujo a través de las turbias aguas mientras el nivel continuaba subiendo. Cruzó dos caminos asfaltados y volvió a retomar los senderos de tierra. En una ocasión pasó muy cerca de un enorme camión atravesado en una de las carreteras, uno de los ocupantes se estaba fumando un cigarrillo. Nerviosa, se mordisqueó los labios, pero pasaron junto al camión sin ningún contratiempo. Volvió la cabeza para mirar a Darius y percibió su palidez, su tez estaba grisácea y tenía una expresión de agotamiento, con los pómulos más marcados de lo habitual. El esfuerzo de mantener oculto a la vista de los humanos un objeto tan grande como la caravana era enorme, y en el estado de agotamiento en el que se encontraba, incluso le hacía temblar.
Tempest apartó la mirada, el corazón le latía con tanta fuerza que parecía poder estallarle en cualquier momento. La idea de que algo malo pudiese ocurrirle a Darius era aterradora. Condujo tan rápido como resultaba posible sobre un terreno desconocido, examinando el camino con sumo cuidado y concentrándose en el riesgo que implicaban las continuas corrientes de agua. En ocasiones, se internaba por unos senderos tan estrechos que las ramas más bajas de los árboles arañaban los laterales del vehículo y el sonido metálico y chirriante que producían se clavó para siempre en su memoria.
Cuando vio el puente aparecer ante ellos, se pasó la mano por la cara, como si con eso pudiese despejar su visión; entre la lluvia y la niebla, la sensación era la misma que la de conducir a ciegas. Sintió el puente bambolearse bajo la caravana y de forma instintiva apartó el pie del acelerador cediendo al pánico.
Darius estuvo junto a ella de inmediato, pisó el pie que Tempest tenía sobre el acelerador de modo que el vehículo osciló antes de que los neumáticos recuperasen la tracción.
—Continúa, nena —le dijo en voz baja. No le dejó otra opción, continuaba presionando sobre su pie con fuerza; de modo que Tempest no tuvo más remedio que aferrarse ferozmente al volante con el corazón a punto de salírsele por la boca.
El agua golpeaba la estructura y empujaba la caravana lo suficiente como para que Tempest tuviese que luchar por mantenerse sobre el puente. La corriente parecía querer derribar el vehículo y arrastrarlo lejos. Cuando se vio al otro lado, se permitió respirar de nuevo. Levantó el pie del acelerador mientras temblaba con violentos espasmos que hacían que sus dientes castañetearan.
—Lo estás haciendo muy bien, cielo —le susurró Darius acariciándole el brillante cabello—. Casi hemos salido de ésta.
—¿Casi? —preguntó ella girándose para observar su expresión—. ¿Es que aún hay más? Estoy muy cansada, Darius —y al decirlo se sintió realmente estúpida; él se encontraba herido y necesitaba descansar mucho más que ella—. En mi opinión, ya hemos tenido suficiente aventura por esta noche.
Darius le revolvió el pelo con cariño. Para ser un hombre mitad animal y con instintos depredadores, tenía una faceta tierna que resultaba bastante sorprendente incluso para él. La responsable de que ese lado oculto hubiese salido a la luz era Tempest.
—Aguanta. Nos queda otra barrera más y después llegaremos a la autopista.
Tempest escuchó en ese momento un rugido apagado y se dio cuenta que estaba producido por un muro de agua que descendía arrollándolo todo a su paso. Puso en marcha la caravana de inmediato, alejándose de allí entre la bruma provocada por el vapor de agua, la niebla y la lluvia. Sin previo aviso, un enorme camión apareció frente a ellos a escasa distancia, atravesado en el camino. Un hombre estaba apoyado sobre el capó, llevaba gafas de visión nocturna. Los relámpagos cayeron entonces uno tras otro, rasgando el cielo e iluminando la noche de tal modo que pareció haber amanecido. El hombre se arrancó las gafas y las arrojó al barro, tapándose los ojos con las manos mientras Tempest se desviaba bruscamente de la carretera pasando a escasos centímetros de un árbol. Con los dientes apretados, se las apañó para retomar el control del pesado vehículo, devolviéndolo de nuevo a la carretera una vez dejado atrás el camión.
Darius se dejó caer en el asiento, su rostro estaba tan ceniciento y descompuesto que Tempest estuvo a punto de pisar el freno a fondo.
—Darius, ve a tumbarte —le ordenó asustada por la falta de color de su piel—. Yo me encargaré de reunirme con Desari en el lugar donde supuestamente está. El complejo turístico de Konocti, en algún sitio cercano a Clearlake. Lo encontraré. —La ruta estaba bien marcada en el mapa, sería fácil de seguir, esperaba ella. Era bastante mala para orientarse, pero seguro que era capaz de seguir los postes indicativos de la autopista.
Darius se marchó sin protestar, tambaleándose, a la parte trasera y se tumbó en el sofá-cama con Sasha a los pies.
—Sabes que si no te indico el camino te perderás, cariño.
El corazón de Tempest dio un vuelco ante la ternura de su voz. Quería que se sumiera en el sueño rejuvenecedor de los suyos, que se enterrase para poder recuperar todas sus fuerzas. Darius estaba roto por el dolor, la necesidad de recuperar el volumen de sangre que había perdido le golpeaba con fuerza, pero aún así, cuando Tempest se introdujo en su mente sólo encontró el deseo de que ella estuviese a salvo.
—Te crees indispensable —le regañó usando deliberadamente el tono mordaz—. Soy perfectamente capaz de encontrar el camino al punto de encuentro y al campamento donde planean establecerse esta noche. Duérmete ahora, y te despertaré en caso de que necesite un guerrero herido.
—No intentes escapar otra vez de mí, Tempest —murmuró Darius en voz tan baja que ella apenas si captó las palabras. Era tan evidente el dolor en su voz que Tempest comenzó a llorar de nuevo.
Nadie la había querido nunca, nadie la había necesitado. Y ciertamente, nadie había sido tan cariñoso y atento con ella como lo era Darius; a pesar de su forma de ser, dominante y abrumadora, ella siempre ocupaba el primer lugar en sus pensamientos. No podía negar que Darius le había robado el corazón; la había envuelto en un hechizo tan potente que creía que el vínculo entre ellos jamás podría romperse.
La lluvia se convirtió en una fina llovizna mientras se alejaban por la autopista. Tempest intentó apartar de su mente las imágenes de lo sucedido; las vidas de todos aquellos hombres desperdiciadas, malgastadas en una lucha contra unas personas a las que ni siquiera conocían. Todo aquello era devastador para ella. No sabía con certeza cuántos hombres les habían rodeado, pero los leopardos habían acabado al menos con cuatro, dos cada uno; había captado las imágenes en sus mentes. Darius se había encargado del resto, no sabía cuántos habían sido ni quería saberlo, en realidad. Sería mejor así, mejor no pensar en la locura que había inundado su vida. La Estirpe de los Cárpatos. Vampiros. Cazadores de vampiros. Todo era demasiado grotesco

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary