Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



sábado, 21 de mayo de 2011

Book Trailers de la Saga Oscura

Principe oscuro


Deseo oscuro


Oro oscuro


Magia oscura


Desafio oscuro


Fuego oscuro


Guardian Oscuro


Sinfonia oscura


Melodia oscura


Hambre oscura


Demonio oscuro


Reunion oscura


Posecion oscura


Maldicion oscura


Cazadora oscura


Peligro Oscuro

Saga Oscura/Libro 21



Dominic, del linaje Dragonseeker —uno de los más poderosos de los linajes carpatianos— está desesperado por llegar al corazón del campamento enemigo y enterarse de sus planes. Solo hay un modo de hacerlo: ingerir la sangre parasitaria de un vampiro. Sabe que es una misión de la que no regresará. Sin apenas tiempo antes de que la sangre surta efecto, conseguirá la información que necesita, se la entregará al líder de los carpatianos y morirá luchando. No hay modo más honroso de morir.

Solange Sangria es uno de los últimos miembros del clan de los jaguares, pura sangres reales, una especie en vías de extinción que no puede recuperarse de las malas decisiones tomadas cientos de años atrás. Lleva muchos años sola, luchando para salvar a los teriántropos que quedan de las garras de Brodrick el terrible: su propio padre, que asesino a su familia y a todos aquellos a quienes amaba. Herida y cansada, planea participar en una última batalla con la esperanza de detener al hombre que ha formado una alianza con los vampiros, aceptando que no saldrá viva de ello.

Son dos guerreros que han vivido en soledad. Ahora, cuando sus días tocan a su fin, se encuentran… un obstáculo que ninguno puede ignorar.

viernes, 20 de mayo de 2011

SINFONIA OSCURA/CAPITULO 1


Capítulo 1


La niebla espesa tendía su mano sobre el cielo, ahogando todo los sonidos. Ahogando el sonido de la conspiración. Del crimen que acecha en las sombras de la noche. De intenciones oscuras y malignas ocultas en los remolinos de la bruma blanquecina y en la más negra penumbra. La niebla era la cobertura perfecta para el depredador, que surcaba los cielos silenciosamente en busca de su presa. Había pasado demasiado tiempo solo, lejos de sus semejantes, luchando contra la insidiosa llamada del poder, la llamada del mal que le susurraba al oído cada minuto de la vigilia.
Allá lejos, muy por debajo de él, quedaban los humanos, sus presas. Sus enemigos. Sabía de qué eran capaces cuando capturaban a un ejemplar de su especie, si llegaban a descubrirlo. Aún se despertaba ahogándose en medio del sueño, atrapado en aquellos primeros momentos conscientes de su pasado. En su cuerpo siempre llevaría las cicatrices de la tortura, aún cuando fuera casi imposible dejar cicatrices en los de su especie. Él era un cárpato, una especie tan antigua como el tiempo, dotaba de tremendos poderes para dominar el tiempo, la tierra, e incluso los animales. Podía adoptar otras formas y volar por las alturas, podía correr con los lobos aunque, sin una luz que alumbrara su oscuridad, era presa fácil de los susurros de la tentación, de la llamada del poder, de aquello que lo haría sucumbir a la maldad. Poseía la capacidad de encarnarse en criaturas inertes, y ésa era la condición que muchos de su especie habían elegido.
Deambulaba por el mundo cazando al vampiro, procurando mantener un equilibrio en un universo de soledad abyecta, intentando conservar el honor cuando creía haberlo perdido. Y entonces llegó a sus oídos la música. Provenía de un televisor en una de las tiendas por las que había pasado tarde aquella noche, y la música lo cautivó como nada lo había cautivado jamás. Lo atrapó. Lo hipnotizó. Le envolvió el alma en notas áureas hasta que no pudo pensar sino en la música. Sólo escuchaba aquella música resonando en su cabeza. Era tan poderosa que llegaba a mitigar el hambre insaciable que siempre le acompañaba. Viajó hasta Italia, atraído por ella. Y allí se quedó, por otras razones mucho más convincentes.
Volaba por los cielos, sigiloso, y con cada despertar se dirigía hacia el mismo punto. Su fino olfato captó la esencia salina que traía el mar, el combustible de un barco llevado de un lado a otro por el fragor de las olas. El viento también le trajo el olor de un ser humano. Por un instante, de sus labios brotó un gruñido sordo, y los incisivos se le alargaron, hambrientos. Con un gesto de desagrado. La mayoría de los humanos se habían convertido en sus enemigos. Aún así, él buscaba su protección. Los humanos lo utilizaban como cebo para atraer a otros de su especie, y casi habían conseguido aniquilar a la compañera de su príncipe.
Siempre llevaría consigo el estigma de la vergüenza. Aquello siempre le impediría sentirse del todo cómodo en su tierra natal y con otros de su especie. Jamás les rogaría que lo perdonaran, porque no podía perdonarse a sí mismo. La penitencia que se había impuesto había sido beneficiosa para los suyos. Se había dedicado activamente a la caza de su mortal enemigo, el vampiro, y se había enfrentado con él en incontables batallas, aún cuando él no tuviera vocación de guerrero. Iba de un país a otro en una caza implacable y sin misericordia, decidido a librar al mundo del mal que lo acechaba en esta especie. Cada ejecución lo acercaba un poco más a la locura. Hasta que la música llegó a sus oídos.
La noche lo arropó, lo abrazó como a un hermano. En la oscuridad, sus ojos brillaron con el resplandor feroz de un depredador en libertad. Muy por debajo de él atisbó las luces de las villas, desdibujadas por la espesa niebla, las casas apiñadas unas junto a otras y construidas precariamente en las colinas. A lo lejos, apenas alcanzaba a distinguir el palacio Scarletti, una obra de arte construida hacía siglos.
Ése era el origen de la música, el gran palazzo. Los conciertos y las óperas eran compuestas y ejecutadas en un piano perfectamente afinado. Permaneció en las cercanías para escuchar la belleza de aquellas obras maestras, primero creadas y luego interpretadas. Las notas apaciguaban e infundían en él un atisbo de esperanza. Llegó al extremo de comprar varios CDs y un aparato con que escucharlos. Guardaba ambos tesoros en las profundidades de su guarida, en el refugio que conservaba para permanecer cerca de la mujer que, sabía, le pertenecía sólo a él.
Con sólo mirarlo, la familia de ella sabía que él era un ser peligroso. Intuían en él al depredador, pero Antonietta se sentía a salvo a su lado. Era la única mujer que él quería. La única mujer que tendría.


Antonietta Scarletti tenía la mirada perdida en las elegantes vidrieras de color del palazzo. Más allá de las murallas de la villa, el viento chillaba y gemía. Tocó el vidrio con la yema de sus dedos sensibles, siguiendo el hilo de plomo y el contorno de los dibujos que le eran tan familiares. Cuando lo intentaba, conseguía recordarlos, con sus vivos colores y sus imágenes aterradoras. Aquel pensamiento le arrancó una risa sonora. De niña, las gárgolas y demonios que decoraban aquel palacio del sigo xv le infundían un miedo horrible. Ahora, sencillamente apreciaba su belleza, a pesar de que sólo podía verlos con la punta de los dedos.
El que era su hogar había sido restaurado muchas veces a lo largo de los siglos, pero se había conservado la arquitectura gótica lo más fielmente posible al original. A ella le fascinaban los corredores secretos con sus trampas maquiavélicas, cada una de las piedras perfectamente talladas que constituían su casa. Curiosamente, ahora tenía sueño. La mayoría de las noches deambulaba totalmente despierta por los anchos pasillos o se sentaba a tocar el patio, y la música fluía desde su ser interior hasta las teclas, derramándose en un torrente de emociones que a veces amenazaba con engullirla. Esa noche, con el aullido del viento y el mar golpeando contra las rocas de los acantilados, se recogió el pelo en una gruesa cola y pensó en algún poeta oscuro.
Tasha, su prima, había comentado durante la cena que comenzaban a adivinarse hebras teñidas de blanco en su larga cabellera. Antonietta era consciente de lo vanidosa que era con su pelo, pero aquello era su única llamada a la gloria, y ahora que comenzaban a aparecer las primeras canas, era sólo cuestión de tiempo para que se desvaneciera ese leve orgullo. Se burló de sí misma con una risa suave mientras cruzaba la sala sin vacilar, directa hacia el piano. Deslizó los dedos sobre las teclas, respondiendo espontáneamente a la risa que nacía en su corazón.
A pesar de su ceguera, Antonietta amaba su vida. La vivía tal como quería vivirla. La música fluía hacia la noche. Una llamada. Ella sabía que la música lo llamaba. Byron. Antonietta pensaba en él día y noche. Era una obsesión secreta de la que no podía desprenderse. Él sonido de su voz la tocaba como a veces imaginaba sus manos tocándole la piel. El sonido como caricia. Él era su único reproche. El dinero y la fama permitían a Antonietta llevar la vida que quisiera, a pesar de haber perdido la vista, pero también se alzaba como una barrera entre ella y cualquier hombre. Incluso con Byron. Sobre todo con Byron. Su silenciosa aceptación, su interés permanente, tan absolutamente centrado en ella, amenazaba con envolver a la vez sus emociones y su cuerpo, y eso era algo que no podía permitirse.
Antonietta se sentó en el taburete, y de pronto sintió el peso de su cuerpo con un cansancio inesperado. Sus dedos corrieron ágiles sobre las teclas de marfil. La música llenó el espacio, un amor no correspondido, una pasión sin límites que no obtiene respuesta. Calor. Fuego. Una sed que jamás sería saciada. Byron, el poeta oscuro. Meditabundo. Misterioso. Un hombre que se prestaba a la elaboración de fantasías. Ignoraba por completo su edad. A menudo él respondía a la llamada de su música. Desde aquel día hacía cuatro meses, cuando había salvado a su querido abuelo de un accidente de coche, aparecía de pronto en la sala con ella, después de haber burlado la seguridad mediante algún subterfugio, entraba y se sentaba en silencio mientras ella tocaba. Era un aspecto de su obsesión que ella nunca le cuestionaba, nunca le preguntaba cómo conseguía entrar en su casa, en su salón de música. Antonietta siempre sabía en qué momento había entrado Byron, aunque nunca oyera ni un solo ruido. Su familia ignoraba con qué frecuencia la visitaba, o cómo aparecía en el gran salón a última hora de la noche y la acompañaba hasta la madrugada. Rara vez hablaba, sólo escuchaba la música, aunque en ocasiones jugaban al ajedrez o hablaban de libros y de los problemas del mundo. Eran los momentos que ella más anhelaba, cuando se sentaba a escuchar el sonido de su voz.
La gestualidad de Byron era la de un hombre del Viejo Mundo, y hablaba con un acento que ella no conseguía identificar. Antonietta se lo imaginaba como un príncipe caballeresco que acudía a su llamada cada vez que ella permitía que se impusieran sus fantasías juveniles. Él rara vez la tocaba, pero no manifestaba reparo alguno cuando ella lo tocaba a él, cuando leía las expresiones de su rostro. Cada vez que se encontraba con ella en la misma sala, quedaba sin aliento.
La música crecía al contacto con sus dedos, ascendiendo hacia un crescendo de emociones turbulentas. Byron. El amigo de su abuelo. Los demás miembros de la familia desconfiaban de él y se sentían irritados por su presencia. Casi todos abandonaban la sala poco después de que él hiciera su entrada. Veían en él a un ser peligroso. Antonietta pensaba que podía serlo, a pesar de que con ella era siempre amable. Ella sentía que tras aquella exterioridad apacible de Byron se ocultaba un depredador lanzado a la caza. Escudriñando. Acechando. Esperando el momento propicio. Aquella no hacía sino añadirle atractivo. La fantasía inalcanzable. El príncipe peligroso y oscuro acechando en la sombra… Observándola… a ella.
Antonietta volvió a reírse de sus absurdas fantasías. Ella proyectaba una cierta imagen ante el mundo, la imagen de una concertista de piano de gran renombre, una mujer segura de sí misma, una respetada compositora. Elaboraba sus sueños apasionados y los convertía en sublimes notas musicales para expresar el fuego que ardía en lo profundo de su ser, allí donde nadie alcanzaba a ver.
Sus dedos volvieron a deslizarse sobre el teclado, aletearon, juguetearon, y la música cobró vida. No medió aviso alguno. Antonietta se había extraviado en su música y, de repente, una mano gruesa le tapó la boca y la arrancó de su taburete.
Antonietta mordió con fuerza y se tensó entera para asestar un golpe en la cara a su asaltante. Pero entonces constató que el cuerpo le pesaba como si fuera de plomo, adormecido, casi reacio a responder a sus órdenes. En lugar de golpear con fuerza, apenas alcanzó a tocar al hombre. Se percató de que luchaba contra una fuerza muy superior a ella. El hombre olía a alcohol y menta. De pronto, le puso un paño sobre la nariz y la boca.
Antonietta tosió, doblándose en un esfuerzo por desprenderse de aquella sustancia de olor insoportable. Sintió que se mareaba y ya no pudo moverse más, se derrumbó y cayó en un estado semiconsciente. Dejó inmediatamente de resistirse, y quedó inmóvil como una muñeca de trapo, fingiendo haber perdido el conocimiento. El paño desapareció y su agresor la levantó en vilo.
Sintió que la transportaban, que alguien respiraba con dificultad. El corazón se le aceleró. Y luego estaban fuera, en medio de un frío punzante y del viento que ululaba. El mar encolerizado tronaba con fuerza, hasta que un velo de espuma le mojó el rostro.
Pasaron unos momentos antes de que se percatara de que no estaban solos. Oyó la voz de un hombre, pastosa, incoherente, preguntando algo. Un escalofrío le recorrió la espalda. Junto a ella, alguien arrastraba a su abuelo, indefenso a sus ochenta y dos años, por el sendero de los acantilados. Decidida a no permitir que le sucediera nada, Antonietta luchó por recuperase, respiró profundamente para llenar sus maltrechos pulmones, hizo acopio de fuerzas y esperó el momento. Comenzó a cantar su nombre para sus adentros, valiéndose de él como una oración, una letanía que invocaba la fuerza: Byron. Byron. Te necesito ahora. Date prisa, date prisa. ¿Dónde estás?


Byron Justicano voló en círculos por encima de la pequeña ciudad antes de poner rumbo al palacio. Mientras surcaba el cielo, sintió un hambre voraz, el cuerpo que le pedía alimentarse, pero él lo ignoró, respondiendo a una sensación repentina e inquietante que le retorció las entrañas. Algo estaba sucediendo. Una vibración intangible en el aire hizo que se percatara del drama que tenía lugar más abajo, en las rocas, y gruñó, enseñando los colmillos. Sus ojos brillaron con un fulgor rojizo y amenazador en la oscuridad de la noche. De su boca escapó un rugido salvaje y bestial mientras surcaba el cielo a toda velocidad por encima del imponente palacio con sus múltiples plantas, torres y almenas.
Por encima de las numerosas terrazas y plantas superpuestas, asomaba una torre alta y circular donde, según los rumores, más de una mujer había sido asesinada en tiempos de un pasado turbio, por lo cual el palacio había recibido el dudoso nombre de Palazzo della Morte. Unas gárgolas aladas lo miraban con ojos vacíos a través de la niebla pesada y blancuzca, con una apariencia casi irreal, criaturas que asomaban en bandada por un muro del edificio. El enorme castillo se alzaba sobre los abruptos acantilados, dominando las aguas turbulentas, oscuro y agorero, con los ojos vacuos de sus estatuas siempre vigilantes.
Los tupidos bosques que antaño habían crecido silvestres y procurando refugio a multitud de animales, habían desaparecido hacía tiempo, reemplazados por pastizales y viñedos. Byron prefería la libertad de los bosques y las montañas a su tierra natal, donde podía correr con los lobos si lo deseaba, pero la necesidad de proteger a quien habitaba el palacio se había convertido para él en una actividad absorbente.
La sensación de peligro se volvió más intensa, hasta convertirse en una oscura premonición de la que no podía desprenderse. Byron aumentó la velocidad de su vuelo, cruzó el cielo como una flecha, volando bajo por encima de los enormes dominios. El palacio apareció de pronto en medio de la bruma, una arquitectura de una época perdida en el tiempo, construido de piedra y vidrieras de colores, casi vivo en medio de la agitada niebla. Ignorando las viejas estatuas y las ventanas luminosas, escudriñó la niebla con otros tantos ojos.
Al principio oyó la voz susurrándole. Byron. Byron. Te necesito. Date prisa. Byron. ¿Dónde estás? Ella nunca había recurrido a una comunicación telepática con él. Él nunca había bebido de su sangre, pero oía las palabras con claridad y, por eso, imaginó que su aflicción debía ser grande para llegar hasta él.
Los tridentes demoniacos de un relámpago estallaron como latigazos de una nube a otra con una furia que él no podía contener. ¡Antonietta estaba en peligro! Alguien se había atrevido a amenazarla. Los cielos rugieron, los truenos rasgaron las nubes y desvelaron la furia vestida de llamas. Él respiró hondo, luchando por controlar esa aprehensión elemental que sentía por su suerte. La tierra ahora reaccionaba, agitándose en medio de convulsiones a medida que su ira iba en ascenso.
Byron voló aún más rápido hacia la cueva y las rocas escarpadas con el pulso latiéndole al ritmo de las olas. El viento cambió y trajo consigo el eco perdido de un grito. El corazón casi dejó de latirle. Era el ruido de la agonía, de la misma muerte. Voló a ras de las aguas, ya sin temor a que lo divisaran y descubrieran en él al depredador. Las olas se encumbraban hacia las alturas, soltaban su espuma y se derrumbaban con estruendo, furibundas, clamando por el sacrificio de una criatura viva.
¡Byron! Esta vez pronunció su nombre en voz alta, su única salvación mientras las nubes hilaban sus hebras oscuras y la bruma se volvía más densa, como si quisiera abortar cualquier intento de huida. Ayúdanos. El viento impulsó aquel grito desesperado por encima de las olas revueltas y lo trajo directamente hasta sus oídos.
Había una plegaría en su voz, suave, musical y viva, consciente de su destino. Sabía que él estaba cerca, como siempre parecía saberlo. Antonietta Scarletti. La heredera de la fortuna de los Scarletti. Alma creadora de la música más bella que el mundo había conocido en mucho tiempo y dueña del Palazzo Scarletti, un monumento de incalculable valor. El Palazzo della Morte. Byron temía que la maldición del palacio propiciara la muerte de Antonietta, y estaba decidido a impedirlo.
Su grito de auxilio dio vida a los colores de la noche, fuertes, vivos y concentrados, ahí donde durante tanto tiempo había reinado un gris opresivo. Su corazón vaciló, titubeó, como siempre sucedía ante aquel don inesperado. Sucedía lo mismo cada vez que escuchaba su voz, cada vez que ella pronunciaba su nombre con voz aterciopelada. Cuando iluminaba su mundo con colores y vivos detalles que él había perdido hacía mucho tiempo.
Byron voló tan bajo que las olas encrespadas los salpicaron en su carrera sobre las aguas, un vuelo recto hacia el origen de su voz. Más allá de los remolinos de niebla, Byron divisó a don Giovanni Scarletti que caía a las ávidas aguas, buscando desesperadamente un asidero entre las rocas. Las olas golpearon al anciano con dureza, lo arrastraron como si fuera un pequeño trozo de alga. La espuma de las aguas se cerró por encima de su cabeza plateada y lo engulló.
¡Byron! La llamada se repetía. Inconfundible. Sabía que escucharía esa voz resonando para siempre en sus sueños como un eco.
La vio sobre las rocas escarpadas, cerca del filo de los acantilados, luchando contra un hombre fornido. A sus pies, allá abajo, el agua se estrellaba contra las rocas, alcanzando cada vez mayores alturas, como si quisiera arrastrarla a sus profundidades. Sólo la furia creciente de la tormenta y los temblores, cuyas ondas reverberaban a través del acantilado, impedían que el asaltante de Antonietta la lanzara al mar. El hombre trastabilló, estuvo a punto de caer, pero no dejó de luchar con ella. Estallaron relámpagos a su alrededor, latigazos de energía que explotaron en una lluvia de chispas incandescentes. El trueno rugió con tal intensidad que el hombre lanzó un grito de terror.
Los colmillos asomaron, asesinos, en las fauces de Byron, y el oscuro veneno se revolvió en sus entrañas. En un instante llegó adonde estaban y, arrastrándolo hacia atrás, lo apartó de ella. Con la ferocidad de su naturaleza animal, con el furor de su naturaleza humana, sacudió al agresor de Antonietta y sus manos se cerraron en torno a su cuello. Se oyó un crujido siniestro, sonoro, incluso por encima del mar que rugía haciéndose eco de su ira.
Byron soltó el cuerpo con un gesto de indeferencia y dejó que la carcasa, vacía ya de vida, se derrumbara. Se giró rápidamente hacia Antonietta. Ella intentaba alejarse de ellos, caminando con los brazos estirados hacia delante, como palpando por dónde iba. No había nada más que espacio vacío delante de ella y, más abajo, el mar hinchándose y bramando con furia irrefrenable.
—¡Detente! ¡No te muevas, no des un paso más! —La orden rasgó el aire de la noche, llegó hasta ella en lo alto de los acantilados. Confiando en que obedecería aquella firme prohibición, Byron se lanzó directamente hacia las aguas. Se hundió, profundo, en lo más hondo del abismo frío y negro hasta que sus dedos encontraron el cuello de la camisa del anciano, lo cogió con fuerza en el puño cerrado y se impulsó con todo el vigor de sus piernas para llevarlos a ambos a la superficie.
Byron surgió de las aguas impulsado directamente hacia lo alto, y en su vuelo estrechó el cuerpo inerte del anciano contra el suyo y enfiló hacia el acantilado. La bruma blanca se espesó y giró en torno a él como una capa viva, creando un escudo que lo protegía de miradas indiscretas. El anciano se ahogaba y luchaba por respirar, por vivir. Se cogió convulsivamente de Byron, apenas consciente de dónde estaba, incapaz de creer que volaba por los aires. Don Giovanni, el abuelo de Antonietta, cerró con fuerza los ojos mientras su pecho se agitaba y el agua salada brotaba de su boca. El agua se escurría de las rocas y el pelo de los dos, mezclándose con las gotas de niebla en el aire cuando Byron posó su carga ligeramente en tierra.
El anciano comenzó a rezar en voz alta en su propia lengua, pidiéndole a los ángeles que lo salvaran, pero en ningún momento abrió los ojos.
Antonietta se giró hacia el punto de donde provenía el ruido, pero siguió plantada peligrosamente cerca del borde del acantilado, justo donde se encontraba cuando Byron gritó su orden. Con el alma en vilo, Byron depositó con cuidado al anciano sobre el suelo, lejos del borde, y corrió a coger a Antonietta en sus brazos. En brazos de la seguridad. La estrechó, sabiéndola a salvo, respiró hondo y se obligó a controlar su rabia y su temor por calmar aquella violenta tormenta.
A pesar de que sus ropas estaban empapadas, ella acurrucó junto a él. Palpando, encontró su rostro sin vacilar y dibujó un mapa de sus rasgos con el roce amoroso de sus dedos.
—Sabía que vendrías. Nuestro ángel de la guarda. ¿Y mi abuelo? ¿Se pondrá bien nuestro Nonno? Lo oí cuando caía al mar. No pude alcanzarlo. Mi ceguera no me ha permitido llegar hasta él y ayudarle. —Giró la cabeza hacia donde provenía la tos y los gemidos del anciano, las lágrimas brillando en sus ojos enormes y oscuros.
—Se pondrá bien, Antonietta —le aseguró Byron—. No permitiré que sea de ninguna otra manera. —Y lo decía en serio. No soportaba ver aquellas lágrimas asomando en sus ojos.
—Tú lo has salvado, ¿no es verdad, Byron? Por eso estás empapado. Siempre acudes a nosotros cuando tenemos problemas. Grazie. No podría vivir sin mi abuelo. —Se puso de puntillas, su cuerpo suave y flexible, derritiéndose contra el cuerpo robusto de Byron y, ajena a la ropa empapada, acercó la boca a la comisura de sus labios.
Aquel pequeño tributo lo sacudió hasta lo más hondo de su ser. El fuego se derramó por sus venas, cada una de sus células reaccionaron, buscándola. Necesitado. Hambriento. Los brazos se le endurecieron por un instante con un gesto posesivo. Byron tenía que ser consciente y recordar su propia fuerza, tenía que recordar que ella ignoraba quién era él, o qué era.
Byron la levantó en vilo, arropándola con su propio cuerpo. Antonietta temblaba bajo el viento hiriente.
—¿Te ha hecho daño? ¿Estás herida, Antonietta? —Era una pregunta, llana y sencilla.
—No, sólo asustada. Muy asustada.
—¿Por qué estabais en el acantilado? —Habló con voz más ruda de lo que hubiera querido—. ¿Y dónde está el resto de tu familia?
Ella le recorrió el rostro con los dedos, una exploración íntima. Lo había palpado en muchas ocasiones, pero esto parecía diferente por algún motivo, o quizá era que él estaba demasiado consciente de ella.
—Alguien me tapó la boca y la nariz con un paño y me arrastró afuera. Tuve mucho miedo por Nonno. Recuerdo que oí el mar. —De las yemas de sus dedos emanaron diminutas llamas que le lamieron la piel cuando le tocó la cara y le recorrió la frente—. El mar estaba enfurecido, muy parecido, a como suena tu voz ahora. No pude llegar hasta el abuelo, y lo oí caer por el acantilado. —Guardó silencio un momento y apoyó la cabeza en su hombro—. Tuve que luchar contra el hombre que me arrastró hasta aquí fuera. Quería lanzarme al mar, a mí también. —La voz le temblaba, pero hacía lo posible por recuperar la compostura.
—¿Dijo algo?
Ella negó con un gesto de la cabeza.
—No lo reconocí en nada. Estoy segura de que nunca ha venido al palacio. Nadie nos dijo nada, sólo intentaron lanzarnos al agua.
Byron la dejó descansar en el suelo junto al anciano.
—Quiero ver cómo está tu abuelo. Creo que se ha tragado medio océano. No te muevas. Aquí arriba es peligroso. Estamos en lo alto de los acantilados, y si los bordes ceden, la caída podría matarte. —Apenas soportaba ver aquella inocencia en su cara, su confianza infantil. Sabía que ella le pertenecía pero que, una vez más, había fallado en su cometido de velar por la seguridad de quienes había jurado proteger—. Ahora mismo, aunque no te des cuenta, Antonietta, estás en estado de shock. No te muevas —murmuró—, quédate aquí y respira por mí.
Byron venía de una raza antigua, una especie que podía aspirar la inmortalidad. Había conocido el paso del tiempo, y había sido testigo de cómo su raza había llegado a los límites de la extinción. Sin mujeres y sin niños, era imposible vivir otra existencia que no fuera triste y desolada. A menos que uno tuviera la suerte de encontrar a su pareja, la compañera de toda una vida. Antonietta Scarletti era su pareja. Él lo sabía con absoluta certeza. Ella provenía de una antigua estirpe de telépatas, personas dotadas con talentos más allá de lo observable a simple vista. Byron había escuchado a menudo la historia de su familia. Sabía que muchos de los antepasados de Antonietta, hombre y mujeres, habían sido notables telépatas y sanadores. Sólo un humano telépata podía convertirse en pareja de uno espécimen de la antigua raza de los cárpatos, y Antonietta Scarletti era una telépata que poseía una fuerza extraordinaria.
Don Giovanni intentaba incorporarse, con el pecho agitado y luchando por recuperar el aliento. Se cogió de los anchos hombros de Byron con manos crispadas.
—¿Cómo supiste cuándo tenías que venir? El mar había reclamado mi vida, pero tú me has traído de vuelta. —Los dientes le castañeteaban de frío, y su cuerpo enjuto se sacudía con espasmos descontrolados—. Es la segunda vez que me salvas la vida.
Byron lo sostuvo con un gesto de cuidado.
—No hable tanto, querido amigo. Veamos que puedo hacer por usted para quitarle esos temblores.
Antonietta no veía a Byron pero, como siempre, la intrigaba el sonido de su voz. Era un sonido bello y seductor, muy parecido a la sinfonía musical que siempre se repetía en su cabeza. Quería pensar en él como el amigo de su abuelo, pero aquello le resultaba difícil cuando escuchaba su voz y anhelaba hasta el más mínimo contacto físico entre ellos.
Antonietta sabía, desde hacía años, que no era el tipo de mujer que los hombres miran por razones ajenas a su fortuna. El orgullo de los Scarletti era demasiado vivo en ella para dejar que la amaran por su dinero. No creía que los hombres pudiesen comprarse, aunque sabía que muchas mujeres de su condición hacían precisamente eso. Ella no era ninguna jovencita para soñar con príncipes azules. Era una mujer en plena madurez, con una figura voluptuosa y un rostro escarificado, producto de la explosión que la había cegado. En su caso, no habría amantes agraciados montados en corceles blancos y dispuestos a llevársela lejos a vivir interminables noches de amor. Antonietta era una mujer práctica, una pianista y compositora de éxito, que vertía todos sus sueños en la música, ahí donde correspondían. Palpó cuidadosamente a su abuelo, para verlo, para asegurarse de que sobrevivía a su inmersión en el mar. Sus manos encontraron a Byron. Dejó descansar los dedos suavemente en el dorso de su mano. Él nunca expresaba malestar cuando ella lo tocaba. Nunca reaccionaba con gestos de rechazo o impaciencia con ella. Ahora, sencillamente siguió con lo que estaba haciendo, mientras ella le cogía las manos y escuchaba el ritmo lento y uniforme de su respiración, hasta que sus propios resoplidos frenéticos se calmaron para seguirle el ritmo.
Las manos de Byron generaban un enorme calor. Ella imaginaba que fluía como un vino antiguo y noble en las venas de su abuelo, devolviéndole lentamente a la vida. No se atrevía a hablar pero lo sentía. Oía su respiración, los latidos de su corazón. A pesar de su ceguera, veía cosas invisibles para los demás. Sabía que Byron era mucho más que un ser mortal. Ahora mismo, era un hombre que obraba milagros. Lo veía con extraordinaria claridad y, sin embargo, lo hacía sólo a través de las yemas de los dedos, que apoyaba ligeramente en el dorso de las manos de Byron.
Él cerró los ojos y se abstrajo de todos los sentidos y esencias de la noche. Era difícil ir más allá de ese contacto con la mujer con la que siempre soñaba, pero en su prospección había detectado algo en los pulmones del anciano. Don Giovanni era demasiado viejo y frágil para luchar contra una infección o una neumonía. Byron se separó de su cuerpo, y liberó su espíritu para penetrar en el anciano, tendido sobre las rocas, frío y desvalido. Como los de su especie, cuando sanaba lo hacía desde dentro hacia fuera, y realizó una detallada exploración, decidido a darle al abuelo de Antonietta todos los años de vida que fuera posible.
El viento soplaba por encima de los acantilados, colándose por los pliegues del vestido de Antonietta, a pesar de que Byron se había situado entre ella y el viento. Antonietta sentía el calor que irradiaba Byron hacia su abuelo. Pero había otra cosa, algo aún más extraño. Comprendió que Byron Justicano había dejado se propio cuerpo y había entrado en el de su abuelo. No necesitaba ojos para ver el milagro de un auténtico curandero. Lo percibía. Sentía la energía y el calor. Sabía que la concentración debía ser total, y no hizo nada que pudiera distraerlo. Se quedó sentada en el frío penetrante y dio gracias al cielo de que Byron hubiese acudido a velar por su familia.
—Ha sufrido un envenenamiento. —La voz grave de Byron la sobresaltó—. Son pequeñas cantidades, como si lo estuvieran alimentando a diario, pero el veneno se ha alojado en los músculos y tejidos.
—No puede ser —negó Antonietta—. Seguro que te equivocas. ¿Quién querría hacerle daño a Nonno? Todos lo quieren en la familia. ¿Y cómo podría pasar algo así, por accidente? Debes estar equivocado.
—Cuando era joven e impetuoso, me equivocaba, Antonietta. Ahora tengo mucho más cuidado con las cosas que digo y hago. En las cosas que aprecio e intento llamar mías. Soy muy cuidadoso cuando se trata de mis amistades. A don Giovanni lo han envenenado, como le sucedió a uno de sus antepasados. ¿Acaso no es ésa la leyenda de la familia Scarletti? —Antonietta se estremeció y apartó las manos, esperando que él no notara su reacción.
—Sí, hace siglos, otro don Giovanni, uno de nuestros ancestros, y su joven sobrina fueron envenenados. Mandaron a buscar a alguien para sanarlos, y se presentó Nicoletta. Él la convirtió en su novia. No creo en las maldiciones, Byron. No hay ninguna maldición que pese sobre mi casa o mi familia —afirmó, abrazando a su abuelo.
—Y yo te digo que en su organismo hay un veneno que lo acabará matando si se acumula. También hay restos de un somnífero. Cuando te examine, estoy seguro de que encontraré las mismas sustancias.
—¿Crees que mi cocinero intenta matarme? —Antonietta cogió con fuerza a su abuelo, su serenidad pendiente de un hilo—. Eso es ridículo, Byron. No tendría nada que ganar. Enrico ha trabajado para nosotros desde que yo era niña, y es un hombre completamente dedicado y fiel a todos los miembros de la familia Scarletti.
—Yo no he hablado de tu cocinero, Antonietta —respondió él, paciente—. Puede que ésa sea tu interpretación, pero no es la mía. —Al ver que ella guardaba un obstinado silencio, Byron expresó su exasperación con un suspiro—. Tengo que eliminar el veneno en el organismo de tu abuelo. Y luego me ocuparé de ti. —Sus dientes lanzaron un destello de blancura en la oscuridad, pero ella no lo vio, sólo escuchó la amenaza en su voz.
Antonietta se estremeció, consciente de que sabía muy pocas cosas acerca de él.
—Byron. —Pronunció su nombre para conservar la calma, para recordar que él siempre había sido amble con ella. Alguien que vigilaba sus pasos. Antonietta siempre había estado a salvo con él. No permitiría que las secuelas de aquel ataque le hicieran perder la calma ni le infundieran temor ante el hombre que había acudido a su rescate—. Es verdad que los accidentes siempre han sido una maldición en la historia de la familia Scarletti. Ha habido intrigas, políticas y de las otras. Nuestra familia siempre ha tenido un enorme poder y mucho dinero.
—Tus propios padres murieron al explotar vuestro yate. Tú quedaste ciega, Antonietta. Fue una pura cuestión de suerte que un pescador se encontrara cerca y te salvara antes de que el mar diera cuenta de ti.
—Un accidente —Pronunció las palabras como un susurro, aunque lo que pretendía era transmitir certeza.
—Tú quieres creer que fue un accidente, pero sabes otras cosas. Había algo cortante en su voz. Antonietta tuvo la impresión de que quería que viera la realidad.
No quería hablar de la explosión en el yate que la había dejado ciega y también huérfana. Sentía culpa y miedo y demasiadas otras emociones, y aquella puerta seguía firmemente clausurada en su recuerdo.
—¿Quién es? —Sabía que su asaltante había muerto. Debería sentir miedo ante esa manera que había tenido Byron de matar, tan expeditivo, tan certero. Pero la verdad era que estaba agradecida.
—No tengo ni idea, pero es imposible que haya actuado solo. Alguien tiene que haberos drogado, alguien del palacio. Para traeros hasta aquí arriba, tenían que ser dos personas. No queda tan lejos, pero el camino es abrupto y, con los dos drogados, no habrá sido fácil. Habría tenido más sentido lanzaros directamente al mar. Seguro que uno de ellos tenía otras intenciones.
—¿Qué pasará con mi familia, Byron? —preguntó Antonietta, tirándole de la manga—. Puede que estén indefensos, o que los hayan drogados mientras dormían, y ahora estén en manos del destino. Y nosotros aquí, hablando. Por favor, ve a ver qué pasa con ellos.
—Es más probable que hayan venido a buscar algo y no creo que pretendan asesinar a toda la familia.
Antonietta quedó sin aliento, y se llevó una mano al cuello.
—Tenemos muchos tesoros. Obras de arte de valor incalculable. Joyas, objetos. Nuestros barcos transportan cargas secretas, y las patentes se suelen guardar en las oficinas del palacio y no en los despachos del muelle porque los sistemas de seguridad son mucho más fiables. Podrían estar buscando cualquier cosa.
—Ve, Byron —lo alentó don Giovanni—. Debes velar por que mi familia esté a salvo. Scarletti es un nombre antiguo y respetado. No podemos permitir que ninguna duda manche nuestra reputación. Ve y comprueba que no hayan cogido nada del despacho.
—¿Queréis que os deje a los dos aquí, desprotegidos, en el acantilado? Sería demasiado peligroso. —Byron se incorporó, ayudó a levantarse al anciano y atrajo a Antonietta hacia él—. Os llevaré a los dos al palacio. Pon tus brazos alrededor de mi cuello, Antonietta.
Ella quiso protestar. Era demasiado pesada. Él no podría cargar con los dos. Tenía que darse prisa. Al sentir su impaciencia, Antonietta guardó silencio, siguió sus instrucciones y le puso los brazos alrededor del cuello. Luego se apretó contra él. El cuerpo musculoso de Byron era duro como el tronco de un árbol. Nunca se había sentido tan femenina, tan consciente de las curvas y la suavidad de su propia figura. Fue como si se derritiera al contacto con él.
Antonietta se alegró de que fuera de noche y la oscuridad ocultara aquella sensación que le extendía el rubor por todo el cuerpo. Debería pensar en el honor del nombre de su familia. Y, en cambio, pensaba en él, Byron Justicano. Se apretó con fuerza contra él y sintió que sus pies perdían contacto con el suelo. Su abuelo lanzó una exclamación de terror y, cuando intentó resistirse, Byron le murmuró algo suavemente en el oído, algo que Antonietta no captó, aunque entendió que ocultaba una orden implícita. Su abuelo hundió la cabeza y fue tal su mutismo que Antonietta creyó que se había desmayado.
Giró la cara hacia el viento, relajándose, queriendo saborear cada momento. Era ciega, pero estaba viva. Viva en un mundo de sonidos y texturas ricas y excepcionales, y quería entregarse a todo lo que la vida podía ofrecerle. Ahora se desplazaban por el espacio surcando el cielo, con el mar rugiendo y tronando por debajo de ellos, las nubes arrastrándose por encima de sus cabezas. Y se sentía segura en brazos de Byron.
Aquella noche, que debería haber sido la más horrible jamás vivida, se había convertido en la experiencia de toda una vida.
—Byron. —Susurró su nombre con un dolor oculto, esperando que el viento arrastraría los sonidos y los arrastraría lejos, hacia el océano, donde nadie podría oír su deseo más secreto.
Byron hundió la cara en la fragancia de su cuello mientras rasgaban el aire en su velo. Antonietta no tenía miedo, y eran escasas las situaciones en que Byron detectaba en ella el temor. Le costaba penetrar en sus pensamientos porque los patrones de su cerebro eran tan diferentes, aunque lo conseguía sin dificultad con la mayoría de los humanos. Ahora que su corazón había recuperado su ritmo normal, admiraba cómo Antonietta había luchado por su vida allá en el acantilado. Era una mujer extraordinaria, y le pertenecía. Pero ella aún no lo sabía.
Antonietta tenía un carácter fuerte y una feroz motivación por ser ella misma quien controlara su vida y sus asuntos. Una petición de manos a la usanza de su gente, sospechaba Byron, no sólo sería rechazada sino también le causaría una profunda tristeza. Años atrás, había aprendido una difícil lección al intentar conseguir ciertas cosas con demasiada prisa, pensando en su provecho, pero no en las consecuencias.
Antonietta era su mundo. Byron no podía permanecer indiferente ante sus propias necesidades e impulsos, ni ante las terribles ansias de darle aquello que ella quería. Podría tenerla para él, lo sabía. No había otra alternativa para ninguno de los dos, pero quería que ella viniese a él por decisión propia. Que lo escogiera a él. Que escogiera su vida, su mundo. Y aún más, quería darle todas las cosas que sospechaba jamás había tenido en la vida. Quería que supiera cuál era su valor como mujer. No como una Scarletti. No como pianista. No como magnate de una compañía naviera. Como mujer.
—¿Tienes miedo? —Fue apenas una pregunta pronunciando en un susurro, a medias en voz alta, a medias mentalmente, aunque sabía que no era miedo lo que sentía, y ahora sólo quería que se percatara de lo que estaba haciendo. No le había advertido ni protegido ante esa manera suya de transporte. Puede que fuera ciega, pero era más consciente que cualquier otro ser humano conocido.
Antonietta soltó una risa de alegría.
—¿Cómo podría tener miedo, Byron? Estoy contigo. No pienso preguntarte cómo consigues volar hasta que tenga los pies sanos y salvos en tierra. —Le había contestado con toda la franqueza posible. Antonietta sintió una brutal excitación. Si lo que tenía era miedo, sólo era un miedo a lo desconocido. Volar por los cielos era un sueño, una fantasía hecha realidad. Sus sueños infantiles de volar habían sido tan vívidos que a menudo creía haber surcado los cielos por la noche—. Me encantaría verlo todo desde aquí —dijo, con un dejo de melancólica tristeza en la voz que no pudo ocultar, y se avergonzó de que él lo hubiera percibido—. Quisiera que tuvieras el tiempo para describírmelo.
—Hay una manera de que veas lo que yo veo. —Ahora el corazón se le había disparado. En cuanto se dio cuenta, dejó que buscara el compás de Antonietta. Y luego conectarlos, corazón con corazón. Ella se aferró a él con más fuerza. Por primera vez, giró la cabeza hacia su cuello. Él sintió su aliento tibio, y su cuerpo reaccionó endureciéndose, anticipándose.
—¿Qué dices? —Ahora el corazón de Antonietta era el que galopaba. Byron podía obrar milagros. Sanar. Acudir a una llamada de auxilio al otro lado del mar embravecido. Sumergirse en las aguas turbulentas, sacar de las profundidades a un hombre que se ahogaba y llevarlo hasta un refugio. Volar por el cielo de la noche cargando con dos adultos como si no pesaran más que un par de niños. No se atrevía a esperar lo imposible.
Hablaba en voz baja, pero tenía los labios apretados contra su piel. Contra su pulso. El cuerpo de Byron ardía, latía de necesidad, de deseo. Ella pareció no percatarse de su reacción. Él luchó contra el impulso de su especie, que empezaba a apoderarse de él, y apartó la cabeza, lejos de la tentación que ella le ofrecía. No podía responderle alargando los incisivos ni demostrándole que la deseaba con todo su ser.
Afortunadamente, se encontraban cerca del enorme palacio. Byron concentró su atención en saber dónde estaban los seres humanos allá abajo. Paseó la mirada por la mansión y las tierras aledañas. Aún vibraban en el aire las secuelas de la violencia, pero si el segundo asaltante había vuelto a la casa a buscar la patente de los transportes o los tesoros de la familia Scarletti, ya habría conseguido lo que quería y desaparecido hacía rato. O quizá se encontraba en la cama, fingiendo que dormía. Byron no detectó presencia enemiga en el interior del recinto amurallado.
Los miembros de la familia dormían apaciblemente. El palacio entero parecía ajeno al ataque que Antonietta y don Giovanni acababan de sufrir. En el corazón de Byron había nacido una sospecha.

martes, 17 de mayo de 2011

DESTINO OSCURO/CAPITULO 1



Capitulo 1

Despertó sabiendo que era una asesina y que mataría de nuevo. Era la única razón por la que continuaba su existencia. Era para lo que vivía. Para matar. Dolor y hambre se arrastraban por su cuerpo interminablemente, implacablemente. Yacía muy quieta con la tierra a su alrededor, levantando la mirada hacia el cielo nocturno plagado de estrellas. Había un frío penetrante. Estaba fría, la sangre que fluía por sus venas era como agua helada, como ácido que quemaba de tan frío.
Llámame a ti. Yo te calentaré.
Cerró los ojos cuando la voz se introdujo en su cabeza. Él la llamaba ahora en cada alzamiento. La voz de un ángel. El corazón de un demonio. Su salvador. Su enemigo mortal. Muy lentamente permitió que el aliento penetrara en sus pulmones, su corazón tomó un latido estable. Otra noche interminable. Había habido tantas, y todo lo que quería era descansar.
Flotó saliendo de la tierra, vistiéndose con la facilidad que proporcionaba la larga práctica, su cuerpo limpio, donde su alma estaba condenada. Los sonidos y olores de la noche la rodeaban, susurros y fragancias que inundaban sus sentidos de información. Estaba hambrienta. Necesitaba ir a la ciudad. Por mucho que lo intentara, no podía sobreponerse a la necesidad de rica y cálida sangre. Le hacía señas y llamaba como nada más podía.
Destiny se encontró en una parte familiar de la ciudad. Su cuerpo recorrió el camino acostumbrado antes de haber pensado siquiera adónde iba. La pequeña iglesia estaba encajada entre los altos edificios y el laberinto de estrechas calles y callejones que la atraían. Conocía este vecindario, esta pequeña ciudad dentro de la gran ciudad. Los edificios se apilaban unos sobre otros, algunos pegados, otros con estrechos pasajes entre ellos. Estaba familiarizada con cada edificio de apartamentos y oficinas. Conocía a los ocupantes y conocía sus secretos. Los vigilaba, vigilaba sus vidas, aunque siempre estaba sola, siempre aparte.
A regañadientes Destiny subió los escalones de la iglesia y se detuvo en la entrada como había hecho tantas veces en el pasado. Con su fino oído, supo que el edificio estaba ocupado, el sacerdote había terminado sus tareas y pronto saldría. Iba más retrasado de lo habitual.
Oyó el susurro de la sotana del sacerdote mientras recorría la iglesia hacia las puertas dobles. Las cerró... siempre las cerraba antes de salir... pero no importaba, aún así Destiny podía abrirlas fácilmente. Esperó en la oscuridad, inmersa entre las sombras a las que pertenecía, observando al sacerdote en silencio, casi conteniendo el aliento. Sentía una urgencia en su interior, una desesperación. Volvía una y otra vez a la hermosura de la pequeña iglesia. Algo la atraía, la llamaba, casi con tanta fuerza como la llamada de la sangre. Algunas veces creía que era aquí donde se suponía que debía morir; otras veces creía que el arrepentimiento podría ser suficiente. Siempre iba a la iglesia cuando sabía que no le quedaba más elección que alimentarse.
El sacerdote se detuvo durante un momento justo fuera de las puertas, mirando a su alrededor, sus ojos ajustándose a la oscuridad. Realmente miró directamente hacia ella, pero sabía que le resultaba invisible. Empezó a hablar, vaciló, e hizo el signo de la cruz en dirección a ella. Destiny contuvo el aliento, esperando que un relámpago la golpeara.
- Encuentra paz, mi niña. - Murmuró el sacerdote suavemente y siguió su camino escaleras abajo con su andar lento y comedido. Destiny permaneció entre las sombras, tan inmóvil como las montañas que se alzaban sobre la ciudad. ¿Cómo había él sentido su presencia? Esperó hasta mucho después de que se hubo ido caminando a lo largo del bloque y hubo girado por el estrecho callejón que conducía al jardín de detrás de su rectoría. Solo entonces se atrevió a dejar escapar el aliento lentamente, a respirar de nuevo.
Destiny fue hacia las puertas dobles ornamentadas, pero esta vez no estaban cerradas. Volvió la mirada hacia la calle por donde el sacerdote había desaparecido girando la esquina. Él lo sabía, entonces. Sabía que ella necesitaba su iglesia, y silenciosamente le había dado permiso para que entrara en el sagrado lugar. No sabía qué era ella, pero era un buen hombre y creía que todas las almas podían ser salvadas. Empujó la puerta con una mano temblorosa.
Destiny permaneció en el umbral de la iglesia vacía, envuelta en la oscuridad, su única aliada. Tembló, no por el aire frío que la rodeaba, sino por el hielo en lo más profundo de su alma. A pesar del interior negro, Destiny podía ver fácilmente cada detalle de la hermosa iglesia. Miró el crucifijo sobre el altar durante un largo rato, su mente una maraña confusa. El dolor la atravesó como hacía cada momento de su existencia. El hambre era aguda y voraz. La vergüenza era su compañera constante. Destiny había acudido a este lugar sagrado para confesar sus pecados. Era una asesina, y mataría una y otra vez. Esa sería su forma de vida hasta que encontrara el coraje para destruir al engendro malvado en el que se había convertido. No se atrevía a entrar, no se atrevía a pedir santuario.
Permaneció en pie durante un largo rato en silencio, con un terrible ardor poco familiar tras los ojos. Le llevó unos pocos momentos comprender que la sensación eran lágrimas. Quería llorar, ¿pero de que serviría? Había aprendido que las lágrimas traían el eco de la horrenda y demoníaca risa, y se había enseñado a sí misma a no llorar. No llorar nunca.
¿Por qué insistes en sufrir? La voz era engañosamente hermosa. Masculina. Amable. Una tranquilizadora mezcla de exasperación masculina y encanto. Siento tu dolor; es agudo y terrible y me atraviesa el corazón como una flecha. Llámame a tu lado. Acudiré a ti al momento. Sabes que no puedo hacer otra cosa. Llámame. Había un susurro subyacente de poder, de compulsión. Me conoces. Siempre me has conocido.
La voz rozaba las paredes de su mente como el revoloteo de alas de mariposa. Susurraba sobre su piel, penetraba por sus poros y se le enredaba alrededor del corazón. Respiró la voz al interior de sus pulmones hasta que necesito responder, oírla de nuevo. Llamar. Obedecer. Necesitaba esa voz. La había mantenido viva. La había mantenido cuerda. También le había enseñado cosas... cosas horribles y mortíferas, pero necesarias.
Siento tu necesidad. ¿Por qué insistes en el silencio? Me oyes, al igual que yo siento cuando tu dolor se convierte en demasiado para poder soportarlo.
Destiny sacudió la cabeza, una firme negativa contra la tentación de esa voz. El movimiento envió su espesa melena de rico pelo oscuro a volar en todas direcciones. Deseo librar su mente de la engañosa pureza de esa voz. Nada podría inducirla a responder. Nunca se dejaría atrapar por  una voz seductora otra vez. Había aprendido la lección del modo más duro, sentenciada a vivir un infierno en el que no se atrevía a pensar.
Destiny forzó al aire a introducirse en sus pulmones, controlando sus emociones, sabiendo que había una posibilidad de que el cazador pudiera rastrearla a través de la agudeza de su desesperación. Un movimiento en las sombras cercanas la hizo darse la vuelta, agachándose, un peligroso depredador listo para atacar.
Hubo un silencio, y después una vez más movimiento. Una mujer subía los escalones de la iglesia lentamente, entrando en la línea de visión de Destiny. Era alta y elegante con una piel perfecta color chocolate con leche y pelo del color del chocolate agridulce. Su pelo se rizaba en todas direcciones, una maraña de brillantes espirales que le bajaban por el cuello, enmarcando su cara ovalada. Sus grandes ojos marrones exploraron las sombras más oscuras, buscando señales de que no estaba sola.
Destiny utilizó su velocidad preternatural, deslizándose profundamente en el rincón de una esquina, retrocediendo lejos de las puertas de la iglesia, utilizando la inmovilidad para su provecho. Se congeló en el acto, apenas atreviéndose a respirar.
La mujer atravesó las puertas dobles y se detuvo durante un momento, con una mano descansando en el borde de la puerta abierta. Suspiró suavemente.
- He venido aquí a buscarte. Mi nombre es Mary Ann Delaney. Sé que sabes quién soy. Sé que vienes aquí a veces... te he visto. Te he visto esta noche y sé que estás aquí. - Esperó un latido de corazón. Dos. - En algún lugar. - Murmuró en voz alta, como si hablara para sí misma.
Destiny presionó su cuerpo tan firmemente contra el lateral de la iglesia que la piel le dolió. Estaban ambas en terrible peligro, pero solo una de las dos era consciente de ello.
- Sé que estás aquí; por favor no huyas de nuevo. - Dijo Mary Ann suavemente. A pesar de su chaqueta gruesa, se frotó los brazos para evitar el frío. - Solo habla conmigo. Tengo tanto que decirte, tanto que agradecerte. - Su voz era baja, amable, como si estuviera hablando con algo salvaje, persuadiéndola para que confiara en ella.
Había un peso terrible en el pecho de Destiny. Se estaba ahogando, sofocando, apenas capaz de respirar.
Esperó un latido. Dos. Arrastrándose más profundamente entre las sombras. Podía oír el sonido de su propio corazón latiendo. Podía oír el corazón de Mary Ann siguiendo su ritmo. Podía oír la llamaba, la invitación del flujo y reflujo de la sangre apresurándose a través de las venas. Llamándola. Intensificando su terrible hambre. Su lengua sentía el filo de sus incisivos mientras se alargaban. Temblaba a causa del esfuerzo de controlarse a sí misma, de detener lo inevitable.
Esta mujer era todo lo que ella no era. Mary Ann Delaney. Destiny conocía su bondad. Su compasión y bravura, su vida dedicada a ayudar a otros. Una luz parecía brillar en su alma misma. Destiny escuchaba con frecuencia sus conferencias, sus sesiones de grupo, incluso sus sesiones privadas de consejo. Destiny se había señalado a sí misma como la protectora no oficial de Mary Ann.
- Me salvaste la vida. Hace unas semanas, cuando ese hombre irrumpió en mi casa, viniste y me salvaste. Sé que estás herida... había sangre en tu ropa... pero cuando llegaron los paramédicos, te fuiste. - Mary Ann cerró los ojos durante un momento, reviviendo el terror de despertar y encontrar a un hombre furioso inclinado sobre su cama. La había sacado arrastrándola de debajo de las mantas por el pelo, golpeándola tan fuerte y tan rápido que no tuvo tiempo de defenderse. Era el marido de una mujer a la que había ayudado a escapar hasta un refugio y él estaba decidido a sacarle la dirección del mismo. La había reducido a un guiñapo ensangrentado sobre el suelo, pateándola y después apuñalándola con un gran cuchillo. Tenía las cicatrices en sus brazos de cuando había intentado protegerse. - No le conté a nadie que habías estado allí. No dije ni una palabra a la policía. Ellos creen que debió haber tropezado inesperadamente contra el mobiliario volcado y que cayó torpemente y se rompió el cuello. No te traicioné. No hay necesidad de preocuparse; la policía no te está buscando. No saben nada de ti.
Destiny se mordió el labio con fuerza y tercamente permaneció en silencio. Afortunadamente, los incisivos habían retrocedido. Ya tenía suficientes pecados en su haber sin añadir a Mary Ann a la lista de sus víctimas.
- Por favor respóndeme. - Mary abrió los brazos de par en par. - No entiendo por qué no hablas conmigo. ¿Qué daño podría haber en contarme si resultaste herida esa noche? Estabas cubierta de sangre, y no era mía ni tampoco de él.
Destiny sintió lágrimas ardiendo en sus ojos, atascando su garganta. Sus manos se cerraron en dos puños apretados.
- No era mi sangre. No me debes nada. - Las palabras salieron estranguladas, apenas se las arreglaron para traspasar el nudo de su garganta. Era parcialmente verdad. El atacante de Mary Ann no le había hecho ni un arañazo. - Solo lamento no haber llegado antes, antes de que te hiciera daño.
- Me habría matado. Ambas lo sabemos. Mi vida no es lo único que tengo que agradecerte. Eres la que dona el dinero para nuestros refugios, ¿verdad? - Supuso Mary Anna. - Y para los programas de recuperación de nuestras mujeres.
Destiny se apoyó contra la pared, cansada del dolor, cansada de estar tan sola. Había algo increíblemente cálido y consolador en Mary Ann.
- No es nada, solo dinero. Tú haces todo el trabajo. Me alegra ayudar de algún modo aunque sea poca cosa.
- Ven a casa conmigo. - Dijo Mary Ann. - Prepararé un té, y podremos hablar. - Cuando Destiny permaneció en silencio, Mary Ann suspiró suavemente. - Al menos dime tu nombre. Siento tu presencia con frecuencia y pienso en ti como en una amiga. ¿Te haría daño decirme tu nombre?
- No quiero que la fealdad de mi vida te toque. - Admitió Destiny suavemente. La noche la envolvía como hacía siempre, susurraba amablemente para ella, haciéndola apreciar su belleza a pesar de su determinación de no ver nada bueno en ella.
- No temo la fealdad. - Insistió Mary Ann. - He visto fealdad antes, y lo haré de nuevo. Nadie merece estar solo en el mundo. Todos necesitamos a alguien, incluso tú.
- No estás poniéndomelo fácil. - Las palabras salieron desgarradas de Destiny, casi un sollozo. - No sabes lo malvada que soy. No hay redención para mí. Nunca debería haber permitido que nuestras vidas se tocaran, ni siquiera por un momento.
- Estoy muy agradecida de que lo hicieras. No estaría aquí de otro modo, y tengo mucho por lo que vivir.
Destiny se presionó la palma de la mano contra la boca, avergonzada de que esta estuviera temblando.
- Eres diferente a mí. Eres buena, ayudas a tanta gente.
Mary Ann asintió de acuerdo.
- Si, lo hago, y sin ti, nunca habría sido capaz de ayudar a otra mujer o niño. Tú has hecho eso, no yo. No podría haberme salvado a mí misma; ahora mismo estaría muerta.
- Esa es una lógica retorcida. - Señaló Destiny, pero notaba que una pequeña sonrisa gravitaba sobre sus labios a pesar de la puñalada de dolor que la atravesaba. Había oído a Mary Ann hablar con otras mujeres muchas veces, su voz siempre amable y comprensiva. Mary Ann siempre sabía que decir para calmar a sus clientes. Estaba utilizando ese mismo don con Destiny. - Mi nombre es Destiny. - El nombre sonó extraño a sus propios oídos, había pasado tanto tiempo desde la última vez que lo había oído. Pronunciarlo en voz alta era casi aterrador.
Mary Ann sonrió, sus dientes muy bonitos, su sonrisa contagiosa.
- Me alegra tanto conocerte. Soy Mary Ann. - Avanzó y extendió la mano.
Antes de poder contenerse, Destiny estrechó la mano extendida. Era la primera vez en mucho, mucho tiempo que tocaba a un ser humano. El corazón le golpeó dolorosamente en el pecho y se apartó de un tirón, deslizándose de vuelta a las sombras.
- No puedo hacer esto. - Susurró. Era demasiado doloroso mirar a esos ojos limpios, sentir la calidez de Mary Ann. Era más fácil estar sola, esconderse entre las sombras, por siempre una criatura de la noche.
Mary Ann siguió en pie inmóvil, ligeramente sorprendida por la extraordinaria belleza de la joven que se ocultaba entre las sombras. Era de más corta estatura de lo que Mary Ann había pensado al principio... no baja, pero tampoco alta. Tenía exuberantes curvas, pero su cuerpo estaba esculpido en músculo. Tenía una espesa y salvaje melena de oscura seda. Su cara era preciosa, sus ojos enormes, fantasmales, de largas pestañas e hipnotizadores. Eran de un vívido y brillante azul verdoso, escondiendo sombras, secretos y un dolor inimaginable. Incluso su boca era escultural y tentadora. Pero tenía mucho más que belleza física. Había un atractivo sutil que Mary Ann nunca antes había visto en una mujer. La voz era musical, misteriosa, compeledora. Mística. Todo en Destiny era diferente. Inesperado.
- Por supuesto que puedes. Solo estamos hablando, Destiny. ¿Qué hay de malo en hablar? Me sentía algo solitaria esta noche y supe que tenía que verte. - Mary Ann dio un paso hacia las sombras que ocultaban a Destiny, deseando aliviar la terrible desesperación de esa hermosa cara. Había visto el trauma muchas veces, pero esos enormes ojos aguamarina estaban embrujados más allá de todo lo que Mary Ann había conocido. Esos ojos habían visto cosas que nunca deberían haber sido vistas. Cosas monstruosas.
Destiny permitió que el aliento abandonara sus pulmones.
- ¿Sabes cuantas veces te he visto ejercer tu magia sobre una mujer necesitada? Tienes un don para dar esperanza a alguien que ha dejado de creer en la esperanza. Si crees que me debes algo, te equivocas. Tú salvaste mi vida muchas veces antes, solo que nunca fuiste consciente de ello. Te escucho con frecuencia, y tus palabras son la única cosa en este mundo que tiene ya sentido para mí.
- Me alegro, entonces. - Mary Ann sacó unos guantes del bolsillo de su chaqueta y los puso sobre sus delicadas manos para protegerlas del frío mordaz. - Sabes, a veces todo el mundo se siente solo y desesperado. Incluso yo. Todos necesitamos amigos. Si te sientes incómoda viniendo a mi casa, quizás podríamos tomar algo en el Midnight Marathon. Siempre hay algo de jaleo allí. ¿Realmente será tan terrible ir a tomar una taza de té conmigo? No es como si te estuvieras comprometiendo a una relación a largo plazo. - Había un dejo de humor en su voz, una invitación a unirse a ella y compartir la diversión.
- ¿Té? No he tomado una taza de té en años. - Destiny se presionó la mano sobre el estómago. Todo su ser quería deleitarse en la compañía de Mary Ann, el estómago se le revolvía ante la idea de obligarse a aparentar normalidad. Sólo podía imaginar el disgusto y horror en los ojos de Mary Ann si averiguaba la verdad.
- Entonces diría que ya es hora. Ven a casa conmigo. - Invitó Mary Ann suavemente, obviamente complacida.
El viento sopló sobre los escalones hacia las puertas de la iglesia, volando hojas y ramas. En lo alto las nubes empezaron a arremolinarse en oscuras hebras. Había algo más, algo en el viento que tiraba gentilmente de sus ropas y pelo, mientras se apresuraba alarmantemente entre árboles y arbustos. Era casi como una voz que les murmuraba suavemente. Llamando, susurrando, justo fuera del alcance. Mary Ann se esforzó por escuchar, volviendo la cabeza a un lado y otro para captar el sonido.
Destiny saltó hacia ella, su aliento escapó en un lento siseo de alarma. Cogió la gruesa chaqueta de Mary Ann por las solapas, al mismo tiempo que tiraba de las puertas de la iglesia para abrirlas de par en par. Empujó a Mary Ann dentro.
- Escúchame. - Destiny miró directamente a los ojos de la mujer. - No abandonarás esta iglesia hasta mañana. No importa lo que oigas o veas, no saldrás de esta iglesia. - Pronunció la orden firmemente, enterrando profundamente en el subconsciente de la otra mujer una compulsión que sería obedecida.
Destiny presintió el peligro tras ella y se dio la vuelta, agachándose, intentando apartar el hombro de peligro. Había desperdiciado unos preciosos segundos en asegurar que Mary Ann estuviera a salvo, y a pesar de su increíble velocidad, unas uñas largas y afiladas le abrieron el brazo desde el hombro hasta el codo. Ya se estaba moviendo, barriendo con la pierna mientras lo hacía, apuntándose un golpe sólido.
Lejana llevó la suave voz familiar que tan frecuentemente la convocaba en una lengua ancestral. ¡Llámame a ti ahora! Era una orden, nada menos, como si él hubiera sentido su dolor físico y supiera que estaba en peligro.
Destiny cerró la mente firmemente a todo excepto la batalla que se avecinaba. Se concentró completamente, estudiando al no-muerto con una mirada depredadora y sin parpadear. Estaba tranquila, balanceándose sobre la punta de los pies, el aliento entraba y salía de sus pulmones. Vampiro. Criatura de la noche. Monstruo horrendo. Mortal enemigo.
Su atacante era alto y delgado con piel grisácea y pelo negro. Sus dientes relucieron hacia ella cuando la enfrentó.
- Llama a la otra mujer a nosotros. - Su voz era baja, musical, amable, una invitación sutil.
Destiny se lanzó hacia él, directa como una flecha, sacando una daga de la funda entre sus omóplatos, yendo directamente a por el corazón. El movimiento fue totalmente inesperado. Él pensó que su voz la había cautivado, que obedecería. Y era una mujer. La última cosa que esperaba de una mujer era que atacara. Normalmente era el elemento sorpresa lo que posibilitaba a Destiny salir victoriosa.
La hoja se hundió en el pecho, aunque él se las arregló para introducir sus garras en el hombro herido, abriendo profundos surcos en la carne mientras saltaba hacia atrás. El vampiro se disolvió instantáneamente en un vapor verdoso y emanó a través de la noche lejos de la ciudad. Gotas de rojo se mezclaban con el verde, dejando un rastro tóxico, venenoso, para que Destiny lo siguiera. Deliberadamente inhaló la nociva esencia por la que le reconocería en cualquier parte.
Oyó el eco de esa familiar voz masculina profundamente en su mente, en su alma, un grito de negación seguido inmediatamente de una extraña calidez. Las heridas de su hombro ardían, pero estaba acostumbrada al dolor y lo apagó. La extraña melodía canturreada en una lengua ancestral brilló en su mente y la proveyó de algo de solaz. Aún así, no podía ignorar la sangre que manaba de su cuerpo. No se había alimentado en varios días y necesitaba alimento. Mezclando la rica tierra del jardín del sacerdote con su propia saliva, cubrió las laceraciones abiertas. Muy cuidadosamente, deliberadamente, se trenzó el pelo preparándose para la batalla. Antes de seguir al no-muerto a su guarida, necesitaba alimentarse. La ciudad estaba llena de gente sin hogar, desafortunadas criaturas que no tendría oportunidad de escapar de ella, incluso en su debilitada condición.


Nicolae Von Shrieder se agachó en la cima del macizo acantilado que se erguía sobre la ciudad. Esta vez estaba más cerca de lo que había estado nunca. Estaba seguro de ello. Ella estaba ahí fuera en alguna parte, cansada, herida y vulnerable, luchando su guerra sola. Sentía su dolor a cada momento de sus horas de vigilia. Cuando cerraba los ojos al salir el sol, sentía la retorcida agonía que desgarraba el cuerpo de la mujer, su propio cuerpo.
Paciencia. Había aprendido paciencia en una dura escuela. Siglos de vida le habían enseñado disciplina y paciencia por encima de todo. Era un antiguo con poderosos dones, pero no podía someterla a su voluntad. No podía convocarla a su lado. La había enseñado bien. Demasiado bien.
Lejos, oyó el grito de un ave de presa alertándole, y alzó la cara hacia las estrellas. Muy lentamente se levantó, irguiéndose en toda su estatura.
- Gracias, hermano. - Murmuró suavemente. El viento captó su voz y la cargó, llevando el suave sonido a través de las densas copas de los árboles y más allá, sobre la ciudad. - Nuestra caza comienza, entonces.
Nunca olvidaría el sorprendente momento en el que ella conectó por primera vez. Una niña en puro estado de terror. Su dolor y agonía habían sido tan afilados, tan agudos y sobrecogedores, su joven mente se había extendido a través del tiempo y el espacio para fundirse con él. Mente con mente. Incluso siendo una niña, había sido una poderosa psíquica. Las imágenes que había recibido de ella habían sido tan vívidas, tan detalladas, había vivido la pesadilla con ella, a través de ella. La brutal matanza de sus padres, el monstruo drenando su sangre delante de la niña.
Cerró los ojos contra los recuerdos, pero fluyeron en su mente como ocurría con frecuencia. Él había estado a continentes de distancia, sin forma de rastrearla, de encontrarla. Pero había vivido con ella a través de las repetidas crueldades, los golpes, a través de las incontables violaciones y asesinatos que se había visto obligada a presenciar. Ella se había acurrucado en su mente, buscando refugio, y le había encontrado a él allí. Le susurró, distrayéndola, compartiendo sus conocimientos con ella. Una simple niña aprendiendo a matar. No tenía otro regalo para ella. Ni otra forma de salvarla.
Fueron años horrendos, años de búsqueda desesperada. El mundo era un lugar muy grande cuando uno estaba buscando a una niña pequeña. Era un antiguo, que había jurado proteger a humanos e inmortales por igual. Un ser poderoso, un cazador y destructor del vampiro, enviado fuera siglos antes por su príncipe, comprometido a librar al mundo de semejante mal. Había intentado contarle que había una diferencia entre vampiro y cazador, pero en su mente, ella vio las batallas, las muertes. Vio la oscuridad en él, extendiéndose como una mancha sobre su alma. Y temió de confiar en él.
Nicolae permanecía en pie completamente inmóvil, puro poder aferrándose a su cuerpo musculoso mientras presentaba su brazo forrado de cuero hacia su compañero de viaje. La enorme lechuza voló en círculos en lo alto una vez, una perezosa espiral, después cayó con rapidez, con las garras extendidas. El ave de presa aterrizó sobre el antebrazo de Nicolae, y este inclinó la cabeza hacia el pico afilado.
- Has recogido el olor de nuestra presa.
Los ojos redondos como cuentas que le devolvían la mirada estaban llenos de inteligencia. El pájaro agitó las alas, una vez, dos, como si respondiera, después se lanzó al aire. Nicolae le vió marchar, con una débil sonrisa que de ningún modo suavizaba la dura comisura de su boca. Ella estaba herida. Perseguía a un vampiro y estaba herida.
Era innegable la conexión entre ellos, pero ella se negaba a reconocerle, a responderle. No tenía ni idea de como podía ser tan fuerte cuando vivía con un dolor tan constante, pero no podía hacer otra cosa que encontrarla. Nunca la había visto, ni había hablado con ella, mente a mente o de ninguna otra forma, pero presentía que la reconocería en el momento en que posara sus ojos en ella.
Se giró lentamente, su cuerpo alto y musculoso, una mezcla de elegancia y fortaleza. El viento tiraba de su largo pelo, negro como el ala de un cuervo, así que se lo ató a la nuca y lo aseguró con una tira de cuero. Había una cualidad fluida y animal en sus movimientos mientras se estiraba, alzando la nariz para oler el viento.
Habían pasado muchos largos siglos desde que Vladimir Dubrinsky, el Príncipe de la gente de Nicolae, había enviado a sus guerreros al mundo para cazar al vampiro. Nicolae, como tantos otros, había sido enviado lejos de su tierra sin el consuelo de su suelo nativo o sus congéneres. Había aceptado que no habría esperanza de encontrar a una compañera, pero su deber para con su gente en aquellos horribles días había estado claro. Esa época desesperada había estado llena de batallas, de muerte. La oscuridad se había extendido lentamente, Nicolae luchaba a cada centímetro del camino. Un nuevo Príncipe había tomado el lugar de Vladimir y Nicolae seguía luchando. Solo. Resistiendo. Profundamente en su interior, la inevitable oscuridad se había extendido, consumiéndole hasta que supo que no podía esperar más. Tendría que buscar el amanecer, terminar con su propia existencia, o se convertiría en la misma cosa que había cazado. Y entonces ella había entrado en su vida. Por aquel entonces, había sido una niña aterrorizada en una situación de desesperada necesidad. Ahora era una letal máquina de matar.
Nicolae se irguió sobre la ciudad y miró hacia abajo, a las luces parpadeantes, tantas como estrellas.
- ¿Dónde estás? - Murmuró en voz alta. - Estoy cerca de ti. Te siento cerca de mí esta vez. Finalmente estoy en las proximidades de tu guarida... sé que lo estoy.
Ella había entrado en su vida hacía muchos largos años. Habían vivido el uno en la mente del otro mientras un monstruo depravado torturaba a una niñita indefensa. Nicolae se había obligado a sentir lo que ella sentía, negándose a dejarla sola en su infierno viviente. Había tomado la decisión de entrenarla cuando no pudo encontrar la forma de conseguir que le hablara. Y había tenido éxito, demasiado, enseñándola a matar. Donde una vez la violencia había sido su mundo, ahora toda su existencia estaba dedicada a encontrarla. En cierto modo, ella había sido su salvación.
Nicolae avanzó rebasando el borde del acantilado. Fácilmente. Casualmente. Disolviéndose en niebla mientras lo hacía. Cruzó velozmente el cielo siguiendo el rastro del vampiro, siguiendo a la lechuza mientras esta se movía velozmente atravesando la noche.
Nicolae había formulado un impreciso plan de acción. Cuando encontrara a la joven, la llevaría a su tierra natal, la llevaría ante el Príncipe, hijo de Vladimir, Mikhail Dubrinsky. Seguramente los sanadores encontrarían una forma de ayudarla. Un vampiro la había convertido, haciéndola una criatura de la noche, y la sangre corrompida que fluía en sus venas era un ácido que la quemaba día y noche. La niñita había crecido para convertirse en una mujer, horneada en los fuegos del infierno, llena de la experiencia de batalla de un antiguo. Nicolae le había impartido ese conocimiento, técnicas que solo unos pocos de los su raza deberían tener. Él había ayudado a crearla; necesitaba encontrar una forma de sanarla.
La esencia del no-muerto era un apestoso hedor para Nicolae, incluso a pesar de que el vampiro intentaba desesperadamente enmascarar su presencia a los cazadores. El rastro conducía la propia ciudad, a las profundidades de los guettos donde no había farolas ni casas agradables. Los perros labraban cuando Nicolae pasaba por encima, pero nadie se dio cuenta. Y entonces captó la otra esencia. Gotas de sangre mezcladas con el rastro del vampiro.
Era la mujer, estaba seguro. Su mujer. Había llegado a pensar en ella como si le perteneciera y había comprendido, a lo largo de los años, que se sentía posesivo con ella. Como otros hombres de su raza, hacía mucho que se había acostumbrado a no sentir emoción, pero a veces sentía pequeñas llamaradas de inesperados celos y miedo por el bienestar de ella. Se preguntaba si acaso estaba sintiendo las emociones de ella al compartir su mente, pero no tenía respuestas. En realidad, eso no le importaba.
La única cosa que importaba era encontrarla. No tenía otra elección. Ella se había convertido en su salvadora, incluso mientras era él quien estaba intentado salvarla.
Notó cuando la cazadora se apartó del rastro del vampiro y se salía del curso internándose en la ciudad. Nicolae supo inmediatamente que ella buscaba sangre. Tenía heridas, y probablemente no se había alimentado en varios días.
Encontró a la presa en un callejón entre dos edificios. El hombre era joven y musculoso, medio sentado contra la pared, con una pequeña sonrisa en la cara. La cabeza le pendía ligeramente cuando Nicolae se inclinó para examinarle, pero las pestañas revolotearon. El hombre estaba vivo.
Nicolae sabía que debería sentirse aliviado al ver que ella no había matado a su presa, solo tomado lo necesario como él tan cuidadosamente le había enseñado, pero en realidad, quería estrangular al hombre. Introduciéndose en su mente, Nicolae averiguó que ella le había atraído con la promesa del paraíso, con una sonrisa sexy y tentadora, y su víctima la había seguido voluntariamente.
La lechuza le llamó impacientemente desde el techo de un edificio a su izquierda. Estaban cazando, le recordó. Nicolae se alarmó por su propia falta de disciplina. Inicialmente cuando la niña había conectado tan fuertemente, se había preguntado si podría ser su compañera, pero a lo largo de los años, cuando ella tercamente se negó a hablar con él, había decidido que no debía ser así. Pero ahora, considerando su propia extraña reacción a esta presa masculina, se lo preguntó de nuevo.
Los hombres de los Cárpatos perdían toda emoción y la habilidad de ver en color más o menos al llegar a los doscientos años, y así había sido para él. Era una existencia vacía, confiando en la integridad de uno para vivir honorablemente hasta que se encontraba a una compañera. Solo una auténtica compañera, la otra mitad del alma de cada hombre, podía restaurar emoción y color para él. Todo mientras la insidiosa tentación de sentir solo por un momento llamaba a los hombres. Si sucumbían y elegían matar mientras se alimentaban, se convertían en la misma cosa que cazaban... el vampiro.
Nicolae saltó al aire, alejándose de la tentación. Lejos del joven que había estado cerca de ella. El joven que había sentido el cuerpo de ella contra el suyo. Sentido la calidez del aliento de ella en su garganta. Los labios de ella moviéndose sensualmente sobre su piel. El erótico, ardiente mordisco de placer/dolor. Una neblina roja, traición y pérdida de control, inundaron su cabeza, haciéndole casi imposible pensar con claridad. Nicolae sintió la súbita urgencia de volver y desgarrar la garganta del hombre. El deseo ardía caliente y brillante, su estómago se tensó y un extraño rugido llenaba sus oídos, su mente. Se volvió en medio del aire.
La lechuza cambió de dirección, volando hacia su cara, evitando que continuara en esa dirección, el pico abierto de par en par y los ojos mirando directamente en los suyos.
¡Dijiste que estaba prohibido matar a nadie excepto al vampiro! La voz femenina se mostró asustada, una suave negativa, casi una súplica. Dijiste nunca matar cuando te alimentas y nunca alimentarse cuando matas.
Ante el sonido de esa voz largamente esperada, el mundo de Nicolae se volvió del revés. Se tambaleó a través del cielo mientras el gris y negro de la noche eran reemplazados por reluciente y deslumbrante plata y brillantes colores. Era como un despliegue de fuegos artificiales, explotando alrededor de él, robándole la habilidad de respirar, incluso de ver. Cerró los ojos contra el asalto a sus sentidos, luchando por recuperar el control.
Le lechuza le golpeó con fuerza justo cuando ella le llamó por segunda vez. Elévate, estás cayendo, ¡Elévate ya! Había terror en su voz.
Se extendió en su interior una calidez, calmándole, y se enderezó. Ella le había vuelto a dar la vida. Salvándole de la eterna oscuridad. Su compañera. La única mujer capaz de evitar que se convirtiera en un vampiro.
Por fin le había hablado. Años de silencio le había condicionado a creer que nunca le hablaría voluntariamente, pero cuando estaba en peligro a causa de la rugiente bestia interior, había saltado para salvarle a pesar de toda su resolución a no hacerlo. Ella había llenado el vacío de su existencia gris de colores y vida.
¿Dónde estás? ¿De cuánta gravedad estás herida? preguntó, rezando para que continuara comunicándose con él.
Abandona este lugar. Prometí que si alguna vez venías, si me encontrabas, no te cazaría porque me salvaste. Lárgate de aquí. No quiero tener que matarte, pero lo haré si me obligas.
No soy un vampiro. Soy un Cárpato. Hay una diferencia.
El suspiro fue suave en su mente. Eso es lo que tú dices, pero no sé nada de Cárpatos. Solo he conocido al no-muerto, con sus voces tan dulces y compeledoras. Voces tales como la tuya.
¿Por qué te habría enseñado a no matar a tu presa si fuera un vampiro? Fue paciente. Podía permitirse ser paciente. Ahora ella estaba en su mundo, era lo único que le importaba. La había encontrado, y encontraría una forma de hacer que viera la diferencia entre una peligrosa criatura que había elegido perder su alma, y un guerrero que luchaba por mantener su honor.
No volveré a advertírtelo. Si quieres vivir, abandona este lugar y no vuelvas nunca.
De nuevo oyó la suave y suplicante nota de la voz de ella, la sintió en su mente. Probablemente ella ni siquiera sabía que estaba allí, pero él la oía y le llenaba de júbilo. Nicolae creía que ella intentaría destruirle. Era fuerte y bien disciplinada. Le había enseñado bien, y era una pupila rápida y apta.
Estaban conectados, mente con mente, tanto que Nicolae sintió la repentina inmovilidad en ella. Instintivamente supo que había alcanzado la guarida del vampiro. El no-muerto estaba herido, doblemente peligroso, y en su propia guarida tendría numerosas salvaguardas y trampas.
Sal de ahí. Estoy cerca... destruiré al vampiro. Es innecesario que arriesgues tu vida.
Esta es mi ciudad, mi hogar. Mi gente, bajo mi protección. Yo no comparto con el no-muerto. Lárgate. Se cerró a él, cerrando de golpe un bloqueo mental, una fuerte barrera que Nicolae no se molestó en intentar penetrar.
Se apresuró a través del cielo, la lechuza le mantenía el paso, sus ojos buscando señales, sus sentidos extendidos para probar el aire en busca del nocivo rastro. No se molestó en rastrear a Destiny; la había entrenado demasiado bien. Su rastro era casi inexistente. Sin la herida, nunca hubiera captado su fragancia, y ya se había ocupado de la laceración para que no hubiera más rastro revelador que él pudiera seguir.
Nicolae miró hacia su compañero de viaje, la enorme lechuza volaba tan firmemente a su lado como había hecho durante años. Eran compañeros de viaje. Cazadores. Hermanos. Guardándose las espaldas mutuamente. Entraré en la guarida del vampiro y le destruiré. No es seguro para ti hacerlo, pero si algo me ocurriera, te pido que lleves a esta mujer ante el Príncipe. Su hermano ya no podía luchar contra el vampiro. Estaba demasiado cerca de la bestia para resistir la llamada de la sangre.
Hubo un silencio que duró un latido. Dos. Nicolae sintió el viento que pasaba junto a ellos mientras se movían juntos por el cielo. Por un momento pensó que el otro no hablaría. Estaba tan raro estos días, prefiriendo permanecen con la forma de un animal. Me encargas una tarea que no estoy seguro de poder cumplir.
No puedes hacer otra cosa que ocuparte de que ella vuelva con seguridad a nuestra tierra natal. Es mi compañera, aunque aún no reclamada.
De nuevo hubo solo silencio en la noche. Nicolae, yo soy más viejo por varios cientos de años. Mi tiempo se está agotando. Tú sientes a la bestia agazapada. Yo soy la bestia. ¿Cómo puedes confiar en mi palabra?
Por un momento Nicolae sintió su corazón saltar. Vikinoff había luchado durante mucho tiempo contra una existencia desolada e incolora. Había cazado al vampiro durante cientos de años, destruyendo a viejos amigos. Con cada muerte se volvía más y más duro resistir la necesidad de sentir algo. Si Vikirnoff mataba mientras se alimentaba, estaría perdido para siempre. Nicolae cerró su mente a tal posibilidad. Vikirnoff era fuerte y resistiría tanto como fuera necesario.
Confío en ti, Vikirnoff, porque te conozco. Eres un guerrero sin igual y tu honor lo es todo para ti. Eres mi hermano, el que vino a guardar mis espaldas en mis días más oscuros, como yo he hecho contigo. Dame tu palabra de que harás esto si yo fracasara. Nunca faltarías a tu palabra. Ni siquiera la bestia es más fuerte que tu palabra. Ella es uno de los nuestros, aunque convertida por un vampiro. Una mujer capaz de producir niñas para nuestra raza. Debes llevar a cabo esta última tarea y después podrás ir a la tierra, solo para despertar si sientes la llamada de tu compañera. Nicolea fue firme, tratando de guerrero a guerrero.
No había otra elección para ninguno de ellos. Habían resistido durante siglos contra los vampiros, solos en sus territorios antes que ambos estuvieron cerca del fin. Hasta que Nicolae se había conectado con una niña de la que abusaban física y emocionalmente. Su hermano Vikirnoff, siglos mayor, se había apresurado a acudir a su lado, para asegurar que Nicolae no sucumbiera a la desesperación cuando no pudo impedir los continuos asaltos.

Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary