Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



viernes, 13 de mayo de 2011

LA MELODIA OSCURA/CAPITULO 1



CAPITULO 1

La necesidad se arrastraba atravesando su cuerpo y latía con ritmo en su mente. La música rugía y bramaba, llenando el enorme bar, una melodía extraña y compeledora tan oscura y atrayente como él. Las notas eran arrancadas de las profundidades de su alma, surgiendo a través de sus dedos hasta la guitarra acunada entre sus brazos como se acuna a una mujer. La música era una de las pocas cosas que le recordaban que estaba vivo y que no era uno de los no–muertos.
Podía sentir las miradas, aunque nunca alzaba la vista. Podía oír la respiración de la multitud, el aire moviéndose a través de pulmones con la fuerza de un tren de mercancías. Oía el flujo y reflujo de la sangre en las venas, llamando, una suave seductora, tentado sus sentidos hasta que su anhelo era una obsesión tan oscura e implacable como la sombra que atravesaba su alma.
Murmuraban. Cientos de conversaciones. Secretos. Palabras entre líneas. Las cosas que se susurran en los bares bajo el amparo de la música. Él oía cada palabra claramente mientras permanecía sentado sobre el escenario con la joven y la entusiasta banda con la que estaba tocando. Oyó los susurros de mujeres que discutían sobre él. Dayan. Guitarrista principal de Los Trovadores Oscuros. Todas querían acostarse con él por razones equivocadas, y él las quería a ellas por razones que las habrían aterrorizado.
La canción terminó, la multitud rugió, saltando, aplaudiendo y gritando con aprobación. Dayan miró al hombre que esperaba en la barra. Cullen Tucker levantó un vaso de agua hacia él, con una ceja arqueada. ¿Qué estamos haciendo aquí? Dayan leyó la expresión claramente, leyó la mente del hombre. ¿Qué estaban haciendo allí? ¿Qué le había llevado a entrar en este bar, coger su guitarra y tocar para la multitud? Su actuación solo atraería atención indeseada hacia ellos. No era seguro. Estaban siendo perseguidos, aunque Dayan no había tenido elección. Necesitaba estar en este bar. Estaba esperando algo... a alguien.
Los dedos de Dayan encontraban ya otro ritmo. Oscuro. Caprichoso. La melodía le atrapó, exigiendo ser liberada. Su voz tranquilizó a la multitud, llamando, seduciendo, tentando. La llamó a ella. La exigió. Su amor. Su compañera. Su otra mitad. La llamaba para que le completara. Para que le diera las emociones que se habían desvanecido de su alma, dejándole una concha vacía que crecía más y más oscura. Una criatura que vivía entre las sombras, vulnerable a la bestia que acechaba. Sálvame. Ven a mí. Las palabras dejaron sin aliento a la multitud expectante, llenando de lágrimas los ojos de las mujeres.
Se empujaron más cerca del escenario, sin ser conscientes de que lo hacían. Sin ser conscientes del poder de su voz, de sus ojos. Hipnotizadas. Seducidas. Atraídas. Él lanzó su hechizo, un peligroso depredador entre presas fáciles. Sálvame. Por favor sálvame. Su música se derramó sobre ellas, se introdujo por los poros de la piel, penetrando hasta el cerebro, haciéndoles levantar la mirada hacia él completamente hechizadas. El hambre se alzó, en respuesta a sus sentidos agudizados. Mantuvo los ojos cerrados, bloqueando la visión de la multitud, perdiéndose en su canción para ella. La única mujer que podía salvarle. ¿Dónde estaba?
La puerta se abrió, dejando que la brisa nocturna irrumpiera en la habitación, dispersando el olor de tantos cuerpos apretujados en un espacio tan pequeño. Fue el sonido del latido de un corazón lo que le hizo alzar la cabeza. Era un corazón débil e irregular, que latía demasiado rápido, esforzándose demasiado. Dayan levantó la mirada y literalmente perdió la capacidad de respirar. Ella estaba allí. Así de sencillo. Le ardieron los pulmones mientras buscaba aire. Su corazón comenzó a igualar el extraño ritmo del de ella.
Dayan obligó al aliento a entrar en su cuerpo. Primero una vez, después otra. Los miembros de la banda le miraban desconcertados. Sus dedos comenzaron una melodía que nunca antes había tocado, una que siempre había estado allí, encerrada en su corazón. Fue ligeramente consciente de que la banda la cogía, siguiendo su liderazgo, pero no prestó atención a los demás. No podía apartar la mirada de ella, viendo como se detenía mientras su compañera de pelo claro hablaba con varios conocidos.
¿Qué iba mal en su corazón? Sus ojos negros la recorrieron posesivamente, marcándola, reclamándola. Era pequeña, curvilínea, con abundante pelo oscuro y ojos enormes. Observó la forma en que se movía, estudiando el balanceo de sus caderas. Para Dayan, era increíblemente hermosa. Y era humana. Sabía que era posible que alguien de su raza, un Cárpato, tuviera una compañera humana, pero nunca había imaginado que su otra mitad lo sería.
Ella se detuvo durante un momento para mirarle con sorpresa, su mirada colisionó con la de él durante el más breve instante. Su boca perfecta formó una redonda O al reconocerle. Balanceó la cabeza hacia la rubia alta que la acompañaba. La otra mujer rió y la abrazó, abriendo la multitud para ambas hasta un reservado en una esquina oscura del club. Oyó el suave murmullo de su voz, y una vez más su mundo cambió. Donde antes el club había sido visible para él solo en sombras de gris, ahora era brillantemente vivo con vívidos y deslumbrantes colores.
Las emociones se hacinaban en su interior con rapidez y fuerza, tantas que no podía diferenciarlas. Sólo pudo sentarse allí inmóvil con los dedos relampagueando sobre su amada guitarra. La sentía. Su guitarra. Le asombró de tal forma, fue consciente de las lágrimas que ardían tras sus ojos. Dayan estaba casi paralizado por los diferentes estímulos que le bombardeaban. Música. Hambre. Colores. Lujuria. Era un volcán, calor fundido, añadido a la extraña sensación. Y había celos. Oscuros. Peligrosos. Comprendió que no le gustaba ver a los hombres que se reunían alrededor de las dos mujeres, inclinándose para hablar con ella.
De inmediato la idea provocó el afloramiento de la bestia de su interior y tuvo que aplacarla. Era muy peligroso en este estado. La música manaba de él, a través de él; salvajes emociones que casi le ahogaban; estaba enceguecido por una multitud de colores. Tomó un profundo y tranquilizador aliento, luchando por controlar y vencer.
¿Qué iba mal en el corazón de ella?
Mantuvo la cabeza inclinada sobre su guitarra, pero sus inexpresivos ojos negros seguían fijos en su presa, la única mujer que le importaba. Tocó para ella, vertiendo su corazón para ella, permitiendo que la belleza de su música le hablara. Quería que ella viera al poeta en él, no al depredador. No la oscuridad. Todo el rato mientras tocaba, escuchaba la conversación que mantenía ella, escuchando el sonido de su voz.
– No puedo creer que sea realmente él, Lisa. Es Dayan, de los Trovadores Oscuros. Es prácticamente un dios entre los músicos. Nunca había oído a nadie tocar como él. ¿Qué demonios está haciendo con esta banda? – Esa era su voz, suave y femenina. Hablaba con tono reverente.
Tamborileaba un ritmo con los dedos sobre la mesa, siguiendo el sonido de su guitarra.
Lisa se inclinó para que ambas pudieran oírse sobre el ruido del bar.
– He oído que está de vacaciones cerca. Supongo que solo se ha dejado caer por aquí esta noche, Corinne. Sé cuanto te encanta la música, y quise darte una sorpresa.
Ese era su nombre. Corinne. Incluso su nombre sonaba a música en la mente de Dayan. Escuchaba a escondidas desvergonzadamente para aprender cuanto pudiera. Ella estaba escuchando su música, su cuerpo respondía a ella con naturalidad, pero no le estaba mirando en un rapto de adoración como las otras mujeres del bar. Como a él le habría gustado.
– ¿Pero como lo supiste? Él no es simplemente cualquiera, Lisa. Es un genio cuando toca. ¿Cómo supiste que estaría aquí esta noche?
– Bruce... recuerdas a Bruce, Corinne... trabaja para mi fotógrafo. Bruce sabe que eres una gran fan de su música. Se dejó caer para tomar una copa y llamó para decirme que un miembro de los Trovadores Oscuros estaba tocando aquí esta noche. Bruce dijo que el tipo de la barra es supuestamente amigo del guitarrista y que viaja con los Trovadores Oscuros. – Lisa señaló a Cullen. – Todo el mundo espera que eso signifique que los Trovadores están buscando nuevos sitios en los que tocar.
– Bueno, prefieren los clubs pequeños e íntimos, ¿pero quién habría pensado que tocarían alguna vez aquí? – Dijo Corinne. Su mirada se desvió hasta Dayan, los ojos de ambos se encontraron, y apresuradamente apartó la mirada.
El impacto le sacudió. Sus dedos casi perdieron el ritmo; su estómago sintió un curioso vuelco y su mismo aliento quedó atrapado en los pulmones.
– ¿Realmente es así de famoso? – Preguntó Lisa, sonriendo hacia Corinne.
– Es absolutamente famoso, inculta. – La risa de Corinne fue cariñosa, burlona. – Su banda no tiene contrato con ninguna compañía. Algunos intentan grabar su música cuando van a los conciertos. Las cintas valen una gran fortuna.
– Tú tienes un viejo disco y varias cintas, ¿verdad? – Preguntó Lisa.
El color se extendió por la cara de Corinne. 
– ¡Ssh! Por amor de Dios, Lisa, esas cintas son del mercado negro. ¿Y si alguien te oye? – Había culpa en su voz. – La banda viaja y toca casi siempre en lugares pequeños, como anticuados trovadores. Probablemente fue así como acabaron con el nombre.
Lisa inclinó la barbilla hacia la banda.
– Está mirando hacia aquí. Te lo juro, Rina, realmente creo que se ha fijado en nosotras.
– Está buenísimo. No tenía ni idea. – Corinne nunca había sido de las que caían a los pies de los hombres en el acto, ya fueran actores, músicos o atletas. No era su estilo; era demasiado práctica. Pero Dayan parecía la escultura de un dios griego. Era alto y nervudo, daba la impresión de gran fuerza y poder sin músculos abultados. Su pelo era muy largo, pero bien cuidado, brillante como el ala de un cuervo, atado hacia atrás en la nuca y asegurado con una tira de cuero. Pero fue su cara lo que captó y retuvo la atención de Corinne. Podía haber estado cincelada en mármol. La suya era la cara de un hombre capaz de gran sensualidad, o gran crueldad. No podía quitarse la impresión de peligro de la cabeza cuando le miraba.
Su boca era hermosa, como lo era la forma de su mandíbula con esa débil sombra azulada de barba... siempre le había gustado eso en un hombre... pero eran sus ojos los que la embrujaban. Cometió el error de mirarle directamente. Sus ojos eran hermosos, con forma de ojos de gato, oscuros y misteriosos, vacíos, aunque llenos de miles de secretos. Se sintió casi empujada al interior de su mirada, atrapada para siempre.
No podía apartar la vista de él. Hipnotizada.
La palabra llegó a ella salida de ninguna parte. Estaba definitivamente hipnotizada por él. La cabeza permanecía inclinada sobre la guitarra, pero la mirada seguía fija en su cara. Lisa, con sus miradas lánguidas, atraía fácilmente la atención y se sentía cómoda con ella. Corinne apenas podía respirar cuando la mirada de él se centraba en ella. Sus dedos se cerraron en apretados puños, las largas uñas se le enterraron profundamente en las palmas de las manos. Su corazón sufrió un alocado sobresalto, y la respiración pareció faltar en sus pulmones.
– Nunca había oído a nadie tocar tan hermosamente. – Tenía la boca tan seca que apenas pudo pronunciar las palabras.
– Puede sentarse en mi dormitorio y tocar hasta que me duerma cada noche. – Dijo Lisa.
El color se arrastró por el cuello de Corinne hasta llegar a su cara ante el pensamiento de este hombre en su dormitorio. Que tocara la guitarra no era lo que tenía en mente. La imagen que le vino a la cabeza era chocante. Nunca había pensado así de nadie. Ni siquiera en John. No sólo parecía desleal, sino que era totalmente impropio de ella. De repente tuvo mucho miedo. Quiso correr como una niña y encontrar un lugar donde esconderse de esos ojos hipnotizadores y el extraño efecto que parecía tener sobre ella. Él la asustaba, verdaderamente la asustaba. Quizás era su música, tan intensa, tan hambrienta, como sus ojos.
– ¡Corinne! – Lisa pronunció su nombre agudamente, rompiendo el hechizo. – ¿Estás bien? ¿Necesitas tu medicación? La has traído, ¿verdad? –Ya había agarrado el bolso de Corinne y estaba revolviendo en su interior precipitadamente. Había un borde de miedo en su voz.
– Estoy bien, Lisa. – Dijo Corinne. – Creo que mi héroe me robó el aliento durante un minuto. Es potente. Desearía que tocara de nuevo. – Se obligó a reír.
– Oh, si. – Dijo Lisa soñadoramente. – tiene una voz sexy.
– Tranquilo, corazón mío. – Bromeó Corinne, aferrándose el corazón dramáticamente. Eso hizo reír a Lisa, limpiando el miedo repentino de sus ojos, como Corinne sabía que haría.
Con su audición superior, Dayan pudo oír cada palabra. Diferenció las conversaciones fácilmente, descartándolas en su mente, pero no la de ella. Corinne. La otra mujer la había llamado Corinne. Aunque se alegraba de saber que se las había arreglado para robarle el aliento, estaba ocupado evaluando la situación. Medicación. ¿Qué medicación? ¿Qué va mal con su corazón? Era importante encontrar la respuesta tan pronto como fuera posible.
Dayan dirigió su atención hacia Cullen. Ve a al fondo y entabla conversación con las dos mujeres. Empujó con fuerza, haciendo de sus palabras una orden. No le gustaba utilizar a Cullen... no iba con él utilizar a alguien a quien apreciaba... y ahora que podía una vez más experimentar emociones, podía sentir la amistad que tenía con el humano. Pero necesitaba un emisario, alguien que actuara con rapidez antes de que Corinne se escabullera. Podía leer su miedo fácilmente, y no podía permitir que huyera.
Cullen volvió la cabeza y divisó a la guapa rubia. Para su sorpresa reconoció su cara. Lisa Wentworth. Era una modelo que había visto con frecuencia en las portadas de las revistas. Normalmente, nunca habría tenido la sangre fría de hablar con ella, pero por alguna razón, se encontró cubriendo la distancia entre ellos. Se había enamorado una sola vez en su vida y había perdido a su prometida. Desde entonces nunca había vuelto a mirar realmente a otra mujer. No pudo evitar fijarse en Lisa Wentworth. No era solo el hecho de que fuera hermosa, era algo que brillaba profundamente en su interior.
– Sería un honor invitaros a las dos a lo que sea que estéis bebiendo. – Dijo como saludo. – Mi nombre es Cullen Tucker. – Deseó haber hecho una entrada que le diferenciara de todos los hombres que clavaban sus ojos en ella, pero no había intentado atraer a una mujer desde hacía años.
– Lisa Wentworth. – Lisa extendió su mano y le lanzó una breve sonrisa mientras Corinne parecía retroceder entre las sombras, su cara ligeramente escondida, el pelo cayendo como un sedoso escudo. – Esta es Corinne. Corinne Wentworth.
Cullen arqueó una ceja interrogante. No se parecían en nada, aunque pensó que ambas eran hermosas.
 – ¿Qué os gustaría tomar?
– Las dos bebemos solo agua. – Ofreció Lisa, una sonrisa coqueta curvaba su suave boca. – Te permitiré que nos la traigas si prometes sentarte con nosotras.
– Volveré en seguida. – Comentó Cullen, bastante complacido de que Lisa no estuviera mirando hacia Dayan con esa mirada que reconocía en tantas mujeres. Había aprendido, viajando con la banda, que a pocas groupies les importaba como eran los miembros de la banda, solo que eran famosos y tocaban en una banda.
– ¿Qué estás haciendo, Lisa? – Siseó Corinne. – ¿Estás loca? Nunca ligas con hombres. ¿En qué estás pensando? No me digas que le estás utilizando para conocer al guitarrista.
–Por supuesto que no. No sé... es solo que hay algo en él. Es mono. No me mira como si yo fuera algo que llevar colgado del brazo para pavonearse. Acaba cansando. ¿Te importa mucho si simplemente habla con nosotras? Tú puedes mirar algo más a Dayan mientras toca. – Había una nota esperanzada en la voz de Lisa.
Corinne tomó un profundo aliento y lo dejó escapar lentamente. No era justa con Lisa. Lisa necesitaba divertirse. Había estado cuidando de Corinne desde hacía meses. Cuidadosamente apartó su mano temblorosa de la vista colocándola en el regazo y se obligó a encogerse de hombros descuidadamente.
– Supongo que eso puedo hacerlo. Pero no voy a seguir mirándole. Solo escucharle tocar es abrumador. Es casi demasiado bueno.
Los ojos de Lisa estaban posados en el hombre de la barra, examinándole con interés. Sus hombros estaban cuadrados y permanecía muy erguido. Le gustaba la forma en que la miraba directamente a los ojos. No, había algo más, algo que había tocado su corazón. No podía definirlo o explicárselo a Corinne, pero parecía un hombre que llevaba el peso del mundo sobre sus hombros y no tenía a nadie que aliviar esa carga. La pura verdad era, que le gustaba mirarle.
– Yo me quedo con Cullen. – Dijo Lisa medio en serio. – y tú puedes ir a por el guitarrista.
Corinne lanzó una sonrisa descarada.
– Él es demasiado bueno para ser cierto. Los hombres como ese rompen corazones por donde quiera que vayan. Tienen esa cualidad peligrosa porque realmente son chicos malos. Las mujeres piensan que pueden cambiarlos, pero la verdad es, que son malos y no hay nada que hacer con eso. Si eres una mujer inteligente, lo cual yo soy, sólo los miras y fantaseas, no te acercas a ellos y acabas quemándote los dedos. Me contento solo con oírle tocar.
Cullen se abrió paso a través de bar abarrotado de regreso al reservado donde las dos mujeres seguían sentadas. No tenía ni idea de qué estaban diciendo. La rubia hacía que su corazón se estremeciera de terror. No era posible que ahora estuviera empezando a interesarse por una mujer, no con una panda de asesinos siguiendo sus pasos. Muy cuidadosamente colocó una botella de agua delante de cada una de ellas.
Lisa le sonrió y se movió, permitiendo que Cullen se sentara a su lado. La habitación estaba abarrotada y el ruido era fuertísimo. Quería oír cada palabra que dijera este hombre. Corinne se movió ligeramente para dar a Lisa un poco más de privacidad para obrar su magia. Lisa se merecía encontrar a un buen hombre. Alguien. Necesitaría a alguien pronto.
La música continuaba, pero Corinne notó en que momento Dayan dejó de tocar. La belleza y claridad abandonaron la música, dejando solo un grupo que tocaba bien y compensaba la falta de genio con entusiasmo. No pudo evitarlo, lanzó una rápida y furtiva mirada hacia él por debajo de sus largas pestañas. Estaba poniéndose en pie, un casual y casi perezoso movimiento que le recordó a un enorme felino de la jungla estirándose. Fue cuidadoso con su guitarra, colocándola contra la pared más alejada fuera del alcance de cualquier fan de dedos ligueros o de gamberros. Durante un breve momento examinó la multitud, la mayor parte de los cuales le miraban con absorta adoración. Un parpadeo de lo que podía haber sido impaciencia cruzó su cara.
Volvió la cabeza y la miró directamente a ella. Instantáneamente sintió el peso de su mirada. Intensa. Hambrienta. El corazón de Corinne pareció dejar de latir. Él estaba mirándola... no a su amigo ni a Lisa, sino directamente a ella. Sus ojos se encontraron a través de la habitación, e inmediatamente pudo sentir ese empujón hipnotizador. Un hechizo, un encantamiento. Dayan se inclinó y dijo algo al guitarrista y después salió del escenario. Sobre la multitud su negra mirada mantuvo cautiva la de ella. Corinne no podía apartar la vista.
El corazón le latía enloquecido y el aire se negaba a entrar en sus pulmones. Sólo podía mirarle indefensa, viendo como cruzaba la habitación hasta llegar a su lado. Extrañamente, nadie habló con él, ni una sola mujer de la multitud. Todos se movieron rápidamente para abrirle paso mientras se aproximaba a ella sin interferencias. Se detuvo ante el reservado, su mirada negra viéndola solo a ella. De cerca, era incluso más intimidante que mientras cruzaba la habitación. El poder se aferraba a él como una segunda piel. Y era más que sexy, era oscuramente sensual. Aterradoramente también.
La banda tocaba una canción lenta y soñadora, y Dayan extendió la mano y capturó la más pequeña de ella.
– Necesito que bailes conmigo. – Lo dijo así, directamente, sin embellecimientos, sin preocuparse por si parecía vulnerable. Necesitaba tocarla, sostenerla entre sus brazos. Necesitaba saber que ella era real y no un producto de su imaginación. Corinne no podía haberse resistido a él por ninguna razón. Le dejó llevarla, empujarla con exquisita gentileza hasta ponerla en pie, arrastrarla hasta sus brazos, cerca de su cuerpo. Ella posó la palma de la mano sobre el fuerte corazón de él. Inmediatamente pudo sentirlo latir, sentir su cuerpo sólido y musculoso. Su propio corazón latía alocadamente, y se sentía extraña. En otro mundo. Un mundo de ensueño. Flotando. Él era más alto, pero encajaban a la perfección, como si estuviera hecha para él.
La oscura cabeza se inclinó hacia ella.
– Respira. – Él susurró la palabra contra su piel, y todo su cuerpo volvió a la vida. Simplemente así. Cada terminación nerviosa. Cada célula. Su aliento era cálido y sus brazos increíblemente fuertes. La abrazaba casi tiernamente. Era una especie de magia, y supo instintivamente que él lo sentía también.
Por un momento Corinne cerró los ojos y se dejó llevar. Sus cuerpos se movían al unísono en un ritmo perfecto, como si hubieran estado bailando juntos durante todas sus vidas. Como si estuvieran haciendo el amor. Corinne se mordió el labio. Era la cosa más íntima que había hecho en toda su vida, aunque había estado casada. Él parecía estar en todas partes, rodeándola, su cuerpo duro y sus manos gentiles. Era algo curioso lo que ocurría. Su corazón, normalmente errático, luchaba para igualar cada latido del de él. Lo advirtió porque cada detalle era importante. Quiso llevar este momento con ella durante el resto de su vida.
La música recorría a Dayan haciendo que todo él se convirtiera en música. La mujer entre sus brazos era ya parte de él. Lo sabía en lo más profundo de su alma. Era ella, la única. Podía sentir la lucha de su corazón al igual que sentía su cuerpo más pequeño y femenino impreso contra su forma masculina. Pero la situación era incluso más complicada de lo que había imaginado al principio. Ella era la única mujer para él, pero había un tercer corazón latiendo. Podía oírlo correr claramente mientras la abrazaba. Podía sentir la vida en ella, el pequeño montículo bajo la ropa suelta que vestía.
Se llevó la palma de la mano de ella bajo la barbilla y la abrazó incluso más mientras examinaba este descubrimiento. Estaba embarazada. El hijo de otro hombre. Un niño humano. Por un momento su mente fue un caos, una salvaje mezcla de celos, rabia y miedo, cosas que nunca había experimentado. Respiró profundamente, y se concentró en lo más importante. Si le daba a ella su sangre, posiblemente arreglaría su problema de corazón, ¿pero qué haría algo semejante al niño nonato? Podía leer fácilmente el miedo y la tristeza de ella. Se movió con ella, su cuerpo duro, un dolor urgente, su mente una amalgama de pensamientos, su corazón y su alma verdaderamente en paz por primera vez en su existencia incluso mientras su cerebro trabajaba para encontrar una solución a un problema tan único.
La canción terminó, y reluctantemente la dejó abandonar sus brazos, reteniendo la posesión de su mano para que no pudiera huir.
– Mi nombre es Dayan.
Corinne asintió con la cabeza, casi temiendo hablar. Él la conducía de vuelta a la seguridad del reservado. Se movía fácilmente a través de la multitud, manteniéndola a salvo bajo su amplio hombro. Dayan le daba la ilusión de seguridad, tomando gran cuidado en que nadie chocara con ella descuidadamente.
– ¿Y tú vas a decirme tu nombre? – Lo preguntó suavemente, su voz una aterciopelada seducción en sí misma. Solo el sonido de esa voz provocó el anhelo de oírle cantar otra vez.
– Corinne, Corinne Wentworth. – No le miró; dolía, era tan guapo. Y sexy. Esa oscura, peligrosa sensualidad de la que no quería apartarse. Estaban cerca del reservado, de la seguridad. Se permitió a sí misma respirar de nuevo.
– ¿Cuándo nacerá tu bebé, Corinne? – Preguntó él, su voz un hilo gentil.
Nunca había oído una voz como esa. Hipnótica; hipnotizante. Una voz de alcoba. Susurrada sobre su piel hasta que ardió.
Sus palabras la detuvieron en el acto, y miró rápida y culpablemente hacia Lisa, temiendo que ella pudiera de algún modo haberlas oído. Por un momento se sintió desesperada. Lisa tenía la cabeza cerca de la de Cullen Tucker y se reía de algo que él había dicho. Dayan se inclinó, su gran cuerpo escudando el de ella protectoramente, separándola efectivamente de la pendenciera multitud. Se le ocurrió que él era una especie de celebridad y la multitud debería estar clamando por conocerle, empujando hacia adelante en busca de su autógrafo, pero por alguna razón nadie se acercaba a él. Ni siquiera las mujeres.
– Corinne. – Él hacía algo con su nombre, lo hacía sonar exótico con su extraño acento. – Estás muy pálida. ¿Quieres que busque a tu amiga y te saque a tomar el aire? Hay demasiada gente en este edificio.
– Ella no lo sabe. – Barbotó la verdad y después se horrorizó de haberlo hecho. ¿Que había en él? Había bailado con un perfecto desconocido, fundida con él de forma que parecían tan íntimos como amantes. Normalmente era una persona reservada, Corinne sentía el deseo urgente de contarle los detalles más personales de su vida.
Dayan cambió de dirección inmediatamente, deslizándose a través de la multitud una vez más hacia la puerta, llevándola con él sin ningún esfuerzo. Ella quería acompañarle. Corinne no podía entender ese impulso irracional. El aire frío debería haberle aclarado la cabeza, pero acercó su cuerpo al de ella, haciendo pedazos la poca compostura que le quedaba. No podía pensar con claridad teniéndole tan cerca.
Dayan la condujo hasta las sombras. Todo en él exigía que la reclamara como suya. La deseaba, la necesitaba, y su cuerpo ardía en llamas. Ella estaba allí mirándole con sus enormes ojos verdes, y estaba casi perdido. Supo que estaría perdido para siempre.
– Bueno... te está volviendo el color. Tu amiga parece preocuparse mucho por ti. No puedo imaginar por qué no se alegraría por lo del bebé.
Corinne levantó una mano para echarse hacia atrás la salvaje mata de pelo.
– No debería haberte dado una falsa impresión. Lisa se alegraría de lo del bebé por un montón de razones. Es solo que yo... – Su voz se desvaneció, reluctante a revelarle algunos detalles de su vida personal. – Es complicado. – Repentinamente, inexplicablemente, se sintió empujada a contarle todo sobre sí misma. Él estaba mirándola y sus ojos eran tan... hambrientos. Solitarios. No sabía qué era, pero esos ojos eran imposibles de resistir.
La hacía sentirse como si hubiera sido arrinconada por un gran felino de la jungla. Sus ojos no parpadeaban, simplemente la observaban. Completamente centrado en ella. Por momentos podría haber jurado que había una llama roja titilando en sus profundidades.
– Tendrás que dejar de mirarme así. – Las palabras abandonaron su garganta antes de poder censurarlas, y se encontró riendo. Era una mujer adulta y normalmente muy lógica. Él ciertamente se estaba llevando una falsa impresión de cómo era.
La sonrisa de Dayan fue lenta y muy sexy. Hizo que su caprichoso corazón martilleara de nuevo. Un lento ardor quemaba en algún lugar en el fondo de su estómago.
– ¿Te estoy mirando? – La voz de él rozó contra su piel, calentando, tentando. Corinne inclinó la cabeza hacia un lado y estudió sus rasgos perfectamente masculinos.
– Sabes muy bien que si. Tienes esa presumida mirada masculina en la cara. No puedo pensar claramente cuando me miras así.
– ¿Cómo te estoy mirando? – Lo preguntó lentamente, gentilmente, con una nota de ternura que se arrastró hasta dar un vuelco al corazón de ella.
Como un leopardo hambriento a punto de saltar al ataque. El pensamiento llegó inesperado. La sonrisa trepó hasta los ojos de él como si pudiera leerle la mente, haciéndola ruborizarse.
– No importa. Sólo déjalo. – Extendió la mano como si pudiera mantenerle lejos de ella.
– Ibas a contarle lo de tu bebé. – Y el padre del bebé. No queremos dejarle fuera de esta conversación. Quieres contármelo. Desvergonzadamente la "empujó", necesitaba saber. El hombre estaba muerto. Dayan podía sentirlo. Leerlo en la persistente tristeza de los ojos de ella. Otro hombre le había importado lo suficiente como para traer a su hijo al mundo. ¿Quién era el hombre?
Capturó su mano extendida, su mano izquierda, encontró el círculo de oro, el símbolo del matrimonio humano, la marca que proclamaba que ella pertenecía a otro hombre.
La idea provocó la peligrosa agresividad de su especie, y Dayan luchó por controlar a la bestia. No quería arriesgarse a asustarla. Su pulgar frotó el anillo casi ausentemente, adelante y atrás, una gentil caricia, persistente, insistente. Se llevó la punta de los dedos de ella a los labios. Todo mientras su negra mirada se concentraba completamente en ella, mirándola directamente a los ojos. Su mirada era hipnótica. Extrañamente alborozada. El aliento de Corinne quedó atascado en la garganta cuando los dientes le rasparon los dedos, su boca era cálida y húmeda. Alas de mariposa revolotearon en su estómago. Los dientes tiraron gentilmente de la alianza de boda. La sensación era tan erótica, se estremeció. Le miró durante un largo momento, completamente fascinada, antes de recordar liberar su mano.
– Cuéntame sobre tu bebé, cariño. – Ordenó en voz baja, casi ronroneando.
Tocó su mente muy gentilmente, con gran cuidado. Ella luchaba contra la compulsión de contarle lo que quería saber, pero era humana y él un antiguo, de un largo linaje de hombres dominantes. Era demasiado fuerte como para que ella se resistiera. Corinne presionó una mano protectoramente sobre el bebé. El viento sopló calle abajo, llevando hojas y basura en remolinos. Sin ser consciente de ello, Corinne se movió más profundamente hacia el escudo que suponía el cuerpo de él.
– Crecí con Lisa y su hermano John. – Dejó de hablar bruscamente, su garganta se cerró en el nombre. John. El nombre le atravesó como un cuchillo. La forma en que ella lo había pronunciado, el dolor se reflejaba en sus ojos, diciéndole lo mucho que el hombre hacía significado para ella. John. A Dayan nunca le había gustado ese nombre. No quería oír nada más; no quería oír como sonaba la voz de ella cuando pronunciaba el odiado nombre.
Corinne dio vueltas a su alianza nerviosamente.
– Los tres tuvimos una infancia difícil, así que supongo que estábamos más unidos que la mayoría. John y yo éramos... diferentes. – Lanzó una rápida mirada hacia él por debajo de sus espesas pestañas oscuras. No quería explicarle lo que significaba esa palabra. No le conocía, no sabía por qué parecía confiar en él cuando era un perfecto desconocido para ella. No sabía por qué su cuerpo parecía conocerle. Anhelarle. Corinne ahuyentó sus caprichosos pensamientos, concentrándose completamente en cuanto podría contarle... o no contarle.
Dayan examinó la mente de ella, deseando una explicación de "diferente". Captó una imagen precipitadamente censurada. Telequinesia. Podía mover objetos con la mente. Por supuesto, era psíquica. Tenía que ser psíquica si era su auténtica compañera. Dayan no tenía forma de explicarle exactamente lo que era un compañero. ¿Cómo podía explicarle que era de otra especie? ¿Qué había vivido sobre la tierra unos mil años? ¿Qué necesitaba sangre para sobrevivir?
Vio como los dedos de Corinne volvían a la pequeña banda de oro. Con cada toque, con cada caricia, su estómago se apretaba más y más en un nudo. Intentó obligar a su negra mirada a volver a la cara de ella, pero ese pequeño movimiento traicionero le fascinaba. Corinne se encogió de hombros.
– Para resumir la historia, John y yo nos casamos y a él lo mataron hace unos pocos meses. Yo ni siquiera sabía que estaba embarazada. No le he contado nada a Lisa porque... bien... – Dudó, buscando las palabras apropiadas.
Eso atrajo la oscura mirada de vuelta a su cara. Sintió el impacto de la misma hasta los huesos. Las manos de él cubrieron las suyas, terminando con el nervioso juego de sus dedos sobre el anillo. El corazón le dio un salto, una curiosa sensación que la alarmó.
Los ojos negros de él nunca abandonaron su cara. Ni una vez. Y todavía no había parpadeado. Sintió casi como si estuviera cayendo hacia adelante en esos extraños e hipnóticos ojos. ¿Que diferencia había si él pensaba que era un manojo de nervios? Ella no estaba pidiendo su simpatía, ni la quería. No le contaba su historia para provocar simpatía. ¿Por qué estaba contándole su historia? Alzó la barbilla y le miró casi desafiante. – Tengo un problema de corazón. – Ahora podría huir corriendo como un conejo y ella se alegraría mucho. Él era una complicación, una fantasía, el peor tipo de "chico malo", y no quería separarse de él.
Dayan tocó la mente de ella muy gentilmente. Captó una imagen de hospitales, máquinas, interminables pruebas. Su petición en una lista de espera para un corazón. Médico tras médico sacudiendo las cabezas. Tenía varias alergias. Sangraba fácilmente, demasiado. Los especialistas se asombraban de que hubiera vivido tanto. Dayan se frotó el puente de la nariz pensativamente, sus ojos intensos sobre la cara de ella.
– Así que el bebé es un peligro. A Lisa no le gustaría eso.
Corinne dejó escapar el aliento. Era casi un alivio contárselo a alguien.
– No, a Lisa no le gustará. Se asustará tanto. – Corinne había esperado hasta que no había posibilidad de que Lisa pudiera intentar convencerla de no tener el bebé. Quería un hijo. Su pequeñita. Después de su muerte, después de la muerte de John, su hija viviría y respiraría, correría y jugaría, y con suerte llevaría una vida perfectamente normal. Corinne tenía una fe absoluta en que Lisa apreciaría y amaría a su bebé. Apartó las manos de él para colocarlas protectoramente sobre el pequeño montículo donde descansaba su hija.
– Estás muy delgada. ¿De cuánto tiempo estás? – Incluso mientras las palabras abandonaban su boca, se maravilló de poder pronunciarlas. Ni en sueños había pensado nunca en hacer una pregunta semejante. El calor floreció y se extendió. Una sensación de pertenencia. Extrañamente, se sentía como si ya tuviera una familia.
– Los médicos están un poco preocupados, pero tiene buen aspecto. Crece bien. Me han dicho que es una niña. Estoy de seis meses.
La respiración de Dayan se elevó con preocupación. Estaba diminuta.
– ¿Los médicos también están informados de tu problema de corazón? ¿Ven este embarazo como un riesgo? ¿Quizás demasiado peligroso? – Su voz fue tan gentil como siempre, aunque tuvo un efecto sobre ella que pareció estremecerla. Sonaba casi como si estuviera reprendiéndola de alguna forma y evaluando lo que iba a hacer con respecto a la situación.
Corinne se sintió empujada a responderle, aunque no era eso lo que deseaba.
– Mi corazón ya tenía suficientes problemas trabajando solo para mí, no digamos ya también para un niño. – Concedió reluctante. Sus dedos una vez más encontraron el círculo de oro y empezaron a darle vueltas, un hábito nervioso que traicionaba su confusión interna.
Dayan asintió con la cabeza incluso a pesar de que todo su cuerpo se tensó en protesta contra esa pequeña acción.
– Y tu marido. – Forzó las palabras a pesar del hecho de que ellas querían atascarle la garganta. – ¿Por qué le mataron? – No pudo contenerse, extendió la mano y capturó la de ella, colocando la palma contra su pecho, justo sobre su corazón, evitando efectivamente que siguiera tocando el anillo.
La mirada de Corinne voló hacia él. La electricidad se arqueó entre ellos. El aire chispeó con la carga. Encontraba difícil pensar con esos ojos negros hipnotizándola y su tacto destrozándole los sentidos. Discutir el asesinato de su marido con él debería haber sido imposible, pero encontró que las palabras escapaban.
– La policía no dio con un móvil. Los asesinos ni siquiera se llevaron su cartera.
– Pero tú tienes una sospecha. – Declaró él.
Corinne sintió el mismo deseo de confesar cada detalle. Normalmente, confiaba en Lisa y en nadie más, pero no había contado ni una palabra a Lisa del bebé o de sus sospechas sobre la muerte de John. ¿Por qué demonios estaba contando a un perfecto desconocido todos sus secretos?
– John podía hacer cosas que no se consideran normales. Hace alrededor de un año, fue a la universidad y habló con alguien de allí de su talento. Desde entonces, iba a un centro donde su habilidad psíquica era puesta a prueba. El Centro Morrison para Desarrollo Psíquico. John creyó que podría ayudar a la gente de algún modo, utilizando su talento único. Casi inmediatamente después de su cita en el centro, me contó que pensaba que le estaban siguiendo. – Retiró su mano. – Difícilmente querrás oír esto.
- Al contrario. Estoy extremadamente interesado. Todo lo que te concierne me interesa.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary