Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



miércoles, 8 de junio de 2011

MALDICION OSCURA/CAPITULO 1


Capítulo 1


—Lara, vámonos de aquí —dijo Terry Vale—. Está anocheciendo y no hay nada ahí. —Se cargó al hombro su equipo de espeleología, sin sorprenderse de que no hubieran encontrado una entrada a una cueva de hielo. Si nadie había descubierto ya la entrada a una cueva en las Montañas de los Cárpatos, dudaba que el lugar existiera siquiera.
Lara Calladine le ignoró, y continuó examinando la ladera en busca de la más pequeña grieta que pudiera señalar la presencia de una cueva. No estaba equivocada... no esta vez. El poder había surgido y crepitado en el momento que puso un pie en las estribaciones de la montaña. Tomó un profundo aliento y presionó una mano sobre su corazón palpitante. Este era. El lugar que había pasado toda su vida buscando. Reconocería ese flujo de energía en cualquier parte. Conocía cada ola, cada hechizo, su cuerpo absorbiendo tal poder creciente, que sus venas chisporrotearon y sus terminaciones nerviosas escocían con la corriente eléctrica de su interior.
—Estoy de acuerdo con Terry en esto —agregó Gerald French, respaldando al otro miembro de su equipo de excavación—. Este lugar me da escalofríos. Hemos estado en muchas montañas, pero a esta no le gustamos —emitió una risa nerviosa—. La cosa se está poniendo incierta aquí arriba.
—Ya nadie dice “incierta”—murmuró Lara, pasando la mano sobre la cara de la roca a unos centímetros de la superficie, buscando hebras de poder. Los dos hombres eran no solo sus compañeros de escalada, sino sus amigos más cercanos. En ese momento deseó haberlos dejado atrás, porque sabía que estaba en lo cierto. La cueva estaba aquí, solo tenía que encontrar la entrada.
—Lo que sea —exclamó Gerald—. Está oscureciendo y aquí no hay nada más que bruma. Lara, la niebla es espeluznante. Tenemos que irnos.
Lara lanzó a los dos hombres una mirada impaciente y después inspeccionó la campiña que los rodeaba. El hielo y la nieve brillaban, bañando a las montañas de alrededor con lo que parecían ser gemas chispeantes. Muy abajo, a pesar del creciente atardecer, podía ver castillos, granjas e iglesias en el valle. Las ovejas salpicaban las praderas y podía ver correr un río caudaloso. Las aves chillaban en lo alto, llenando el cielo y cayendo en picado hacia ella, solo para frenar abruptamente y volver a empezar. El viento cambiaba continuamente, cortando su cara y cada parte de su piel expuesta, tirando de su larga trenza, gimiendo y aullando todo el tiempo. Ocasionalmente, una roca caía por la cuesta y rebotaba en el saliente de la ladera. Un hilo de nieve y suciedad se deslizaba cerca de sus pies.
Su mirada barrió la pradera salvaje. Barrancos y quebradas, cortaban a través de las montañas nevadas, plantas se aferraban a las paredes desnudas y temblaban a lo largo de las mesetas. Podía apreciar la entrada a múltiples cuevas y sentía el tirón fuerte hacia ellas, como si la estuvieran tentando a que dejara su posición actual para explorarlas. El agua llenaba las depresiones más profundas de abajo, formando una turba oscura y camas de musgo, un vívido verde en marcado contraste con los marrones que los rodeaban. Pero ella tenía que estar aquí... en este punto... en este lugar. Había estudiado la geografía cuidadosamente y sabía que profundamente dentro de la tierra, se había formado una serie masiva de cavernas.
Cuanto más alto escalaba, más pequeño parecía todo abajo y más espesa se volvía la bruma blanca que la rodeaba. Con cada paso, el suelo cambiaba sutilmente y las aves de arriba chillaban un poco más alto. Cosas ordinarias, sí, pero la sutil sensación de inquietud, las continuas voces susurrando, advirtiéndole que abandonara antes de que fuera demasiado tarde, le señalaban que éste era un lugar de poder que se protegía a sí mismo. Aunque el viento continuaba aullando y soplando, la bruma permanecía como un velo espeso envolviendo la parte alta de la pendiente.
—Vamos, Lara —intentó otra vez Terry—. Nos llevó muchísimo obtener los permisos, no podemos perder tiempo en el área equivocada. Puedes ver que no hay nada aquí.
Esta vez había implicado un esfuerzo considerable obtener los permisos para su estudio, pero se las había arreglado de la manera habitual... usando sus dones para persuadir a aquellos que estaban en desacuerdo con ella de que debido a las preocupaciones sobre el calentamiento global, las cavernas de hielo tenían que estudiarse inmediatamente. Microorganismos únicos llamados extremófilos medraban en los ambientes hostiles de las cuevas, lejos de la luz del sol o los nutrientes tradicionales. Los científicos tenían la esperanza de que estros microbios pudieran ayudar en la lucha contra el cáncer o hasta producir un antibiótico capaz de erradicar las nuevas enfermedades resistentes que emergían.
Su proyecto de investigación estaba debidamente fundamentado y aunque se la consideraba joven a la edad de veintisiete años, era conocida como la más experta en el campo del estudio y preservación de las cuevas de hielo. Registraba más horas de exploración, mapeo y estudio de las cuevas de hielo alrededor del mundo, que muchos otros investigadores que le doblaban la edad. También había descubierto más bacterias resistentes que cualquier otro espeleólogo.
—¿No te parece raro que nadie nos quiera en esta región en particular? Estaban de acuerdo en darnos permiso para buscar prácticamente en cualquier lugar —señaló ella. Parte de la razón por las que había insistido cuando no había cuevas ubicadas en los mapas en esta área, fue que el jefe del departamento se había mostrado muy extraño... extraño y bastante vago cuando fueron al mapa. La deducción geográfica natural después de estudiar la zona era que una vasta cadena de cavernas de hielo yacía bajo la montaña, y aún así la región entera había sido pasada por alto.
Terry y Gerald habían exhibido exactamente la misma conducta, como si no hubieran notado la rara estructura de la montaña, y ambos eran insuperables hallando cuevas de hielo por la superficie geográfica. La persuasión había sido difícil, pero todo ese trabajo había valido la pena por este momento... esta cueva... este hallazgo.
—Es aquí —dijo con absoluta confianza.
Su corazón seguía palpitando... no con excitación por el hallazgo... sino porque caminar se había vuelto tan dificultoso, su cuerpo no deseaba continuar avanzando. Exhaló la compulsión de abandonar y presionó a través de las salvaguardas, siguiendo el rastro de poder, juzgando cuán cerca estaba de la entrada por cuán fuerte sentía su necesidad de alejarse.
Voces surgieron en el viento, arremolinándose en la bruma, diciéndole que se retirara, que se fuera mientras pudiera. Extrañamente, las oía en muchas lenguas, la advertencia más fuerte e insistente a medida que recorría la ladera buscando cualquier cosa que pudiera indicar una entrada a las cavernas que sabía estaban allí. Todo, mientras mantenía sus sentidos alerta a la posibilidad de que acecharan monstruos bajo la tierra. Pero tenía que entrar... encontrar el lugar de sus pesadillas, el lugar de su niñez. Tenía que hallar a los dos dragones con los que soñaba todas las noches.
—¡Lara! —Esta vez Terry protestó severamente—. Tenemos que irnos de aquí.
Apenas dedicándole una segunda mirada, permaneció quieta durante un largo rato, estudiando los afloramientos que sobresalían de la roca más lisa. La nieve cubría la mayor parte de ella, pero había una rareza en la formación que hacía que su mirada siguiera viéndose atraía de vuelta a la roca. Se aproximó cautelosamente. Varias piedras pequeñas yacían al pie de las formaciones rocosas más grandes y sin embargo ni un copo de nieve se les pegaba. No las tocó, pero las estudió desde cada ángulo, observado cuidadosamente la forma en que estaban clocadas en un patrón al pie del afloramiento.
—Algo está fuera de lugar —murmuró en voz alta.
Instantáneamente el viento gimió, el sonido creciendo hasta convertirse en un chillido a medida que la ráfaga se acercaba a ella, soplando desechos al aire que la golpearon como pequeños misiles.
—Son las rocas. Mira, deberían estar organizadas de otra manera. —Lara se agachó y colocó la pequeña pila de rocas en un patrón diferente.
Al momento el suelo bajo ellos se movió. La montaña crujió en protesta. Murciélagos levantaron el vuelo, vertiéndose al cielo desde algún hoyo invisible a corta distancia, llenándolo hasta que se puso casi negro. La grieta oscura a lo largo del afloramiento se ensanchó. La montaña se estremeció, sacudió y gruñó como si estuviera viva, como si estuviera despertándose.
—No deberíamos estar aquí —casi sollozó Terry.
Lara respiró hondo y extendió la palma de la mano hacia la estrecha rendija en la ladera de la montaña, la única entrada a esta caverna en particular. El poder la golpeó y alrededor pudo sentir las salvaguardas, espesas y siniestras, protegiendo la entrada.
—Terry, tienes razón —acordó—. No debemos. —Se alejó del afloramiento y gesticuló hacia el sendero—. Vámonos. Y rápido. —Por primera vez era realmente consciente de la hora, la forma en que la oscuridad creciente se expandía como una mancha a través del cielo.
Regresaría temprano a la mañana siguiente... sin sus dos compañeros. No tenía idea de lo que quedaba en las elaboradas cavernas de hielo de abajo, pero no iba a exponer al peligro a dos de sus mejores amigos. Las salvaguardas del lugar los confundirían, por lo que no recordarían la locación de la caverna, pero ella conocía cada tejido, cada hechizo y cómo revertirlos, por lo que no la afectarían.
Las cuevas de hielo, de por sí, eran peligrosas en todo momento. La continua presión de capa sobre capa de hielo a menudo lanzaba grandes pedazos de hielo desde las paredes, como cohetes disparados, capaces de matar a lo que sea que golpearan. Pero esta caverna de hielo en particular contenía peligros que superaban con creces a los naturales y no quería a sus compañeros en sus inmediaciones.
El suelo se movió de nuevo, haciéndolos perder el equilibrio. Gerald la agarró para evitar que cayera y Terry se aferró al afloramiento, sus dedos hundiéndose en la grieta más amplia. Debajo de sus pies, algo se movió bajo el suelo, levantando la superficie varios centímetros a medida que la criatura corría hacia la base de las rocas que Lara había realineado.
—¿Qué es eso? —gritó Gerald retrocediendo. Empujó a Lara detrás de él en un esfuerzo por protegerla cuando tierra y nieve fueron expulsadas en un geiser casi a sus pies.
Terry gritó, su voz aguda y aterrorizada mientras se caía hacia atrás y la criatura oculta corría hacia él por debajo de la tierra.
—¡Levántate! ¡Muévete! —exigió Lara, intentando rodear la mole sólida de Gerald para lanzar un hechizo de contención. A medida que él se giraba, su mochila la golpeó, haciéndola perder pie y rodar por la ladera empinada. Su marca de nacimiento, la marca con una extraña forma de dragón posicionada sobre su ovario izquierdo, de repente se hizo notar, quemando a través de su piel y brillando al rojo vivo.
Dos tentáculos verde oscuro resbaladizos con sangre explotaron desde el suelo cubierto de nieve, el color tan oscuro que casi era negro, emergiendo a ambos lados del tobillo izquierdo de Terry. Se elevó el sonido de fango burbujeante, junto con un apestoso, nauseabundo y pútrido hedor a huevos podridos y sulfuro, tan mareante que a les provocó arcadas. Los extremos bulbosos de los tentáculos se retrajeron, revelando cabezas de serpiente y después golpearon con velocidad brutal. Dos colmillos curvados y ponzoñosos se clavaron a través de la piel de Terry casi hasta el hueso. Terry gritó y se sacudió en medio del terror cuando su sangre goteó sobre la nieve prístina. El hueco pequeño en el suelo empezó a agrandarse, acercándose a Terry. A la vez, los tentáculos se replegaron hacia el hoyo, deslizándose a través de la superficie, arrastrando a Terry por el tobillo. Sus gritos de miedo y dolor se hicieron más fuertes, chillando y cediendo al pánico.
Gerald se lanzó hacia delante, agarrando a Terry por debajo de los brazos y tirando de él en la dirección opuesta.
—¡Aprisa, Lara!
Lara gateó hasta la cima de la loma. La bruma se arremolinó y espesó a su alrededor, haciendo que fuera difícil ver. Extendió los brazos mientras corría, reuniendo energía del cielo que se iba oscureciendo, sin preocuparse de lo que sus compañeros pudieran ver, sabiendo que ella era la única posibilidad de Terry de sobrevivir. Ni una sola vez desde que abandonara las cuevas de hielo había usado el conocimiento que yacía en su interior, la rica información que sus tías habían compartido con ella... de hecho, no había estado segura de que fuera real. Hasta ese momento. El poder la inundó. Su mente se abrió. Se expandió. Investigando en el pozo de conocimiento y encontrando las palabras exactas que necesitaba.
—Es demasiado fuerte —Gerald clavó los talones en la tierra y sujetó a Terry con cada gramo de fuerza que poseía—. Deja de malgastar energías y ayúdame, maldita sea. Vamos, Terry, lucha.
Terry dejó de gritar abruptamente y comenzó a pelear con ansia, pateando con su pierna libre en un intento de sacarse de encima a las dos cabezas de serpiente.
La enredadera alargó más tentáculos, los tallos verdosos oscuros retorciéndose espantosamente, buscando un blanco. Los dientes se hundieron más profundamente en el tobillo de Terry, serrando carne y hueso en un esfuerzo por retener a su presa.
Lara se lanzó hacia adelante, levantando la cara hacia el cielo mientras murmuraba las palabras que encontró en su mente.
Invoco al poder del cielo. Baja un relámpago al ojo de mi mente. Formando, cambiando, inclinado a mi voluntad. Forjando una guadaña de acero afilado. Caliente y brillante el fuego es, guía mi mano con precisión.
Un relámpago zigzagueó cruzando el cielo, iluminando los bordes de las nubes. El aire alrededor de ellos se cargó, tanto que el vello en sus cuerpos y el cabello se les pusieron de punta. Lara sintió la electricidad chasqueando y chisporroteando en las puntas de sus dedos y la enfocó en el fino espacio entre los cuerpos largos y gruesos y las cabezas bulbosas de las enredaderas-serpientes.
Una luz blanca surcó la corta distancia y perforó los cuellos de las criaturas. Un olor a carne podrida surgió de la enredadera. Ambos tentáculos cayeron mustios al suelo, dejando los dientes, con las cabezas sujetas, aún hundidos profundamente en el tobillo de Terry. Los tentáculos restantes retrocedieron con sorpresa y luego se hundieron bajo la tierra y la nieve.
Terry agarró una de las cabezas para sacarla.
—¡No! —Protestó Lara—. Déjala. Tenemos que salir de aquí ya mismo.
—Quema como ácido —se quejó Terry. Su cara estaba pálida, casi tan blanca como la cubierta de nieve y gotas de sudor punteaban su frente.
Lara sacudió su cabeza.
—Tenemos que salir de esta montaña ya. Y no puedes arriesgarte hasta que pueda echarle una mirada a eso.
Ella tomó su brazo y le indicó a Gerald que agarrara el otro. Pusieron a Terry entre ambos y comenzaron a apurarse desde la ladera hacia el sendero bien marcado hacia su derecha.
—¿Qué era eso? —Siseó Gerald, sus ojos encontrándose con los de ella por encima de la cabeza de Terry—. ¿Habías visto una serpiente como esa antes?
—¿Tenía dos cabezas? —preguntó Terry. La ansiedad lo hizo hiperventilar—. No conseguí echarle una buena mirada a eso antes de que golpeara. ¿Piensas que es venenosa?
—Terry, no está atacando a tu sistema nervioso central —dijo Lara—. Al menos todavía no. Te llevaremos de vuelta al pueblo y conseguiremos un médico. Sé algo de medicina, puedo tratarte cuando lleguemos al coche.
La montaña retumbó amenazadoramente, temblando bajo sus pies. Lara levantó la mirada hacia la bruma blanca que se arremolinaba. Por encima de ellos, grietas como telarañas aparecieron en la nieve y comenzaron a ensancharse.
Gerald maldijo, reforzando su agarre sobre Terry, y empezó a correr a lo largo del sendero estrecho y sinuoso.
—Va a venirse abajo.
Terry apretó los dientes ante el dolor que irradiaba de su tobillo.
—No me puedo creer que esto esté pasando. Me siento enfermo.
Lara mantenía sus ojos en la montaña detrás de ellos mientras corrían, arrastrando a Terry cada paso del camino.
—Más rápido. Seguid moviéndoos.
El suelo se movió y onduló y pequeños abanicos de nieve se deslizaron en artísticos diseños hacia la ladera que había por debajo de ellos. La vista era deslumbrante, incluso hipnótica. Gerald sacudió su cabeza varias veces y miró a Lara confundido, lentamente bajando la mirada a la nieve ondulante.
—¿Lara? No recuerdo que pasó. ¿Dónde estamos?
—Estamos a punto de ser aplastados por una avalancha, Gerald —le informó Lara—. Terry está herido y tenemos que correr como el infierno. ¡Ahora, muévete!
Puso en su voz cada gramo de compulsión y mando que pudo reunir a la carrera. Afortunadamente, ambos hombres obedecieron, concentrándose en bajar la empinada cuesta lo más rápido posible y sin hacer más preguntas. Las salvaguardas que protegían la cueva no sólo eran letales, sino que confundían y desorientaban a cualquier viajante que tropezara con ellas. El sistema de alerta era usualmente suficiente para hacer que la gente se sintiera tan incómoda que abandonara la zona, pero una vez disparadas, las salvaguardas luchaban por borrar los recuerdos o hasta matar para proteger la entrada a la caverna.
Era, definitivamente, el lugar que estaba buscando. Ahora tenía que sobrevivir para poder volver y descubrir los secretos largamente enterrados de su pasado. Gerald tropezó y Terry gritó cuando una de las cabezas de serpiente golpeó contra una pila de hielo y nieve particularmente densa, hundiendo los dientes aún más en la carne.
Lara sintió a la montaña temblar. Al principio hubo silencio y después un retumbar distante. El sonido incrementó su potencia y volumen hasta convertirse en un rugido. La nieve se deslizó, lentamente al principio, tomando velocidad, agitándose y enturbiándose hacia ellos. Lara hizo retroceder el pánico y buscó en la fuente de conocimiento que sabía estaba en su interior. Sus tías nunca habían tenido aspecto humano, pero sus voces lo eran y la inmensa abundancia de información que habían recogido a lo largo de los siglos, estaba almacenada en los recuerdos de Lara.
Era una Buscadora de Dragones, un gran linaje Cárpato. Era humana, con coraje y fuerza. Era maga capaz de reunir energía y usarla para el bien. Todos sus ancestros eran seres poderosos. La sangre de tres especies circulaba por sus venas, aún cuando no pertenecía a ninguno de esos mundos y caminaba por su propio sendero... sola, pero siempre guiada por la sabiduría de sus tías.
Sintió la fuerza vertiéndose en ella, el crepitar de electricidad mientras el cielo se encendía con los relámpagos. Mirando sobre su hombro una vez más, envió una orden a las fuerzas de la naturaleza para contrarrestar la guarda protectora que la magia oscura había utilizado sobre la montaña.
Te convoco, agua helada, encaja en mi mano, provéeme de protección como ordeno.
La nieve dejó de moverse abruptamente, pulverizándose en el aire, congelándose en el lugar, ondulándose sobre sus cabezas como una ola gigante, inmóvil en medio del aire.
—¡Corred! —Gritó Lara—. Vamos, Gerald. Tenemos que bajar de la montaña.
La noche estaba cayendo y la avalancha no era lo peor a lo que podrían enfrentarse. El viento se había calmado, pero las voces permanecían, chillando advertencias que Lara no se atrevía a ignorar. Agarraron a Terry y medio corrieron, medio se deslizaron bajando la empinada colina. Sobre sus cabezas, el pesado manto de nieve formaba una ola, con la cresta sobre ellos, inmóvil como una estatua siniestra.
Terry dejaba vetas de sangre mientras resbalaban sobre la superficie helada. Transpiraban copiosamente para cuando llegaron abajo. Localizar su coche fue tarea fácil. En esta zona en particular de Rumania, la mayoría de los lugareños usaba carros con yuntas tiradas por caballos. Los coches no eran nada comunes y el suyo, aún pequeño como era, parecía muy moderno para un lugar que tenía siglos de antigüedad.
Gerald arrastró a Terry a través del prado hacia donde el coche estaba estacionado bajo algunas ramas desnudas. Lara se giró hacia la montaña, dejó escapar el aliento y aplaudió tres veces.
Se produjo una pausa extraña, expectante. La ola se movió, la nieve cayó. La montaña se deslizó, levantando una nube de nieve en polvo en el aire.
—Lara —jadeó Terry—. Tienes que sacarme estos dientes del tobillo. Mi pierna arde como el infierno y juro que algo se está arrastrando en mi interior... dentro de mi pierna. —Se derrumbó en el pequeño asiento trasero, su piel casi gris. La transpiración empapaba su ropa y su respiración salía en jadeos irregulares.
Lara se arrodilló en la tierra y examinó las espantosas cabezas. Sabía lo que eran... híbridos de la magia oscura, engendrados para hacer su voluntad. Había visto sus comienzos en sus pesadillas. Las víboras inyectaban en el cuerpo de sus víctimas un preparado venenoso, que incluía diminutos parásitos microscópicos. Los organismos finalmente tomarían el cuerpo de Terry y luego su cerebro, hasta que fuera una mera marioneta para ser usada por la magia oscura.
—Lo siento, Terry —dijo suavemente—. Los dientes son como anzuelos y deben quitarse cuidadosamente.
—¿Entonces lo habías visto antes? —Terry le agarró la muñeca y la acercó cuando ella se puso de cuclillas ante la puerta abierta del auto. Estaba despatarrado en el asiento trasero, meciéndose de dolor—. No se por qué, pero el hecho que los hayas visto antes me hace sentir mejor.
A ella no la hacía sentir para nada mejor. Había sido una niña, arrastrada a un laboratorio. Las visiones y los olores eran tan horribles que había intentado olvidarlos. La fetidez de la sangre. Los gritos. Los grotescos gusanos diminutos en una pelota putrefacta, contoneándose con frenesí, consumiendo sangre y carne humana.
Inspiró profundamente y exhaló. No tenían mucho tiempo. Tenía que llevar a Terry a un maestro sanador que pudiera encargarse de tales cosas, pero ella podría ralentizar el deterioro.
Gerald miró a su alrededor, después a la montaña, ahora quieta y callada. La bruma blanca se arremolinaba, pero las voces habían desaparecido. En lo alto, las nubes crecían más pesadas y oscuras, pero la montaña parecía prístina... intacta... ciertamente no como si alguien hubiera trepado y sido atacado.
—¿Lara? —Sonaba tan confuso como parecía—. No puedo recordar donde estamos. No puedo recordar cómo esas víboras atacaron a Terry. ¿Las serpientes no necesitan climas cálidos? ¿Qué me pasa?
—Ahora mismo no importa. Lo que importa es sacar esos dientes de la pierna de Terry y llevarlo al hostal, donde alguien que sepa hacerlo pueda ayudarle. —Alguien con habilidades de sanación naturales, más que médicas. Si estaban cerca de donde había sido retenida de niña, entonces tenía razones para pensar que alguien sabría como tratar una herida causada por magia.
Cerró los ojos para bloquear la visión de la cara gris de Terry y de la ansiosa de Gerald. Bien adentro, donde la fuente del conocimiento yacía, encontró su centro de calma. Casi podía oír los susurros de las voces de sus tías, dirigiéndola mientras la información inundaba su mente. Los colmillos curvados parecían tener un anzuelo en la punta.
Cabezas severas que ahora muerden, colmillos que se retiran con calor y luz. Saca el veneno restante, conteniendo el daño, deteniendo el dolor.
—Tiene que haber alguien mejor para sacarlos —dijo Lara—. Podemos llevarte rápido al hostal y la pareja de propietarios puede encontrar a alguien para nosotros que haya tratado con esto antes.
Terry sacudió la cabeza.
—No puedo soportarlo, Lara. Si no los sacas ya, voy a arrancármelos ahora. Realmente no puedo soportarlo.
Ella asintió, entendiéndolo, y alcanzó su cuchillo del cinturón de herramientas que tenía debajo de la chaqueta.
—Entonces, vamos allá. Gerald, ponte detrás del asiento y sostén los hombros de Terry. —Más que nada, no quería a Gerald posicionado donde la sangre contaminada pudiera salpicarlo. Los diminutos microorganismos eran peligrosos para cualquiera.
Gerald la obedeció sin cuestionar y Lara estudió la primera cabeza de serpiente. El híbrido era parte planta y parte animal, totalmente espeluznante. Estaba hecho para hacerse con la persona, sin importar la especie y ponerla bajo el control del mago oscuro. No sólo cárpatos y humanos habían sido torturados, sino también su propia gente. Nadie estaba a salvo, ni siquiera su propia familia, como Lara podía atestiguar.
Cerró lo ojos y tragó con dificultad, cerrando con brusquedad la puerta a unos recuerdos que eran muy dolorosos, muy escalofriantes para recordarlos cuando tenía una tarea tan compleja por delante. Raramente utilizaba sus habilidades curativas en alguien aparte de sí misma en los años pasados. En su infancia, había cometido ese error en muchas ocasiones, viajando con gitanos. Soldó huesos rotos. Sanó una herida de cuchillo que podría haber matado a un hombre. Removió una bacteria dañina de los pulmones de un niño. Al principio la gente estaba agradecida, pero inevitablemente empezaron a tenerle miedo.
Nunca muestres que eres diferente. Debes mezclarte donde quiera que estés. Aprende el lenguaje y las costumbres. Viste como visten ellos. Habla como hablan ellos. Disimula quién y qué eres y nunca confíes en nadie.
Le gustaban Gerald y Terry... mucho. Habían trabajado juntos muchos años, pero había sido cuidadosa en nunca involucrarse demasiado con ninguno de los dos o mostrarles que era diferente en ningún modo.
—Lara.
La voz suplicante de Terry devolvió sus pensamientos a la tarea que tenía entre manos. Se reafirmó y le brindó un asentimiento tranquilizador. Estaban acostumbrados a que ella fuera la líder cuando investigaban las cuevas y era natural que recurrieran a ella ahora. Tomó otro aliento y lo dejó escapar, aplastando la repulsión que estaba brotando. Las palabras del canto sanador surgieron del mismo banco de conocimientos y las repitió para sí mientras deslizaba la hoja afilada del cuchillo por la piel de Terry y encontraba las puntas de anzuelo.
Kunasz, nelkul sivdobbanas, nelkul fesztelen loyly. Ot elidamet andam szabadon elidadert. O jela sialem jorem ot ainamet es sone ot elidadet. O jela sialem pukta kin minden szelemeket helso. Pajnak o susu hanyet es o nyelv nyalamet sivadaba. Vii o vermin sone o verid andam.
El antiguo lenguaje cárpato que había aprendido cuando era niña le llegó fácilmente. Podría estar un poco oxidado al nunca haber tenido que usarlo con otros, sino solo para murmurárselo a sí misma antes de dormir, pero las palabras, pronunciadas en un cántico, siempre la consolaban.
Mientras murmuraba las palabras sanadoras, bloqueaba el dolor de Terry. El diente era malvado... y asqueroso. Se curvaba dentro de la piel, ensanchándose, enterrándose profundamente y en el extremo, cerca de la punta, había algo parecido a un pequeño anzuelo, curvado en la dirección opuesta. Tenía que cortar cuidadosamente la piel para permitir que los puntos a ambos lados se aflojasen lo suficiente como para sacarlas sin dañar demasiado la pierna de Terry.
Al principio utilizó su visión humana, bloqueando todas sus otras habilidades, hasta que hubo sacado las rebarbas. Solo entonces se permitió a sí misma mirar con los ojos de una maga. Gusanos blancos diminutos se retorcían y hurgaban como un enjambre hacia las células, para reproducirse lo más rápidamente posible. Su estómago dio un vuelco. Le requirió un tremendo esfuerzo despojarse de su propia conciencia y su yo físico y convertirse en un rayo sanador de luz blanca, el cual vertió sobre la herida de Terry para quemar los organismos tan pronto como los encontraba.
Las criaturas parecidas a gusanos trataban de huir de la luz y se reproducían velozmente. Intentó ser minuciosa, pero Terry se retorcía y gemía, distrayéndola, buscándose con la mano el otro tobillo, intentando arrancar la cabeza restante.
Bruscamente se encontró de vuelta en su propio cuerpo, desorientada e inundada de pánico.
—¡Terry! Déjala. Yo la sacaré.
Demasiado tarde. Él gritó mientras arrancaba la asquerosa cabeza de la víbora, desgarrándose el tobillo. Las rebarbas rasgaron a través de su piel y músculos. La sangre regó la parte trasera y se disparó cruzando el asiento y salpicando el pecho de Gerald.
—¡No toques la sangre! —Gritó Lara—. Usa la ropa. Gerald, quítate la chaqueta.
Presionó ambas manos sobre la herida, apretando fuerte, ignorando el dolor abrasador cuando la sangre cubrió su piel, quemando hasta el hueso. Luchó por vencer su propio miedo y pánico hasta alcanzar el lugar centrado y tranquilo en su interior, llamando a la luz sanadora, un ardiente blanco y puro para contrarrestar el ácido de la sangre de la víbora. Por la forma en que su marca de nacimiento estaba ardiendo, debía haber sangre de vampiro en el asqueroso preparado.
Gerald se arrancó la chaqueta y la tiró lejos mientras el material empezaba a desprender un humo grisáceo.
Terry se fue quedando quieto a medida que Lara enviaba la luz sanadora a extenderse a través de su cuerpo hasta la herida abierta en la pierna. La hemorragia disminuyó hasta convertirse en un hilo y las criaturas parecidas a gusanos retrocedieron ante el despliegue de calor generado por Lara. Cauterizó la herida, destruyendo tantos parásitos como pudo antes de bañar sus manos y brazos en la misma energía caliente.
—Gerald, ¿tienes algo de sangre encima?
Él sacudió su cabeza.
–Me parece que no, Lara. Tengo esa sensación, pero me limpié las manos y la cara y no hay ninguna mancha.
—Una vez llevemos a Terry al sanador, báñate tan pronto puedas. Y quema tu ropa. No la laves, quémala. Toda.
Salió del asiento, ayudando a Terry a meter las piernas y apartarlas de la puerta para así poder cerrarla y apresurarse hasta el lado del conductor. El color de Terry era terrible, pero más importante aún, no le gustaba el modo en que estaba respirando. En parte podía deberse al shock, la respiración rápida y superficial típica del pánico, pero se temía que no había detenido el asalto de los parásitos a su cuerpo. Necesitaba un maestro sanador inmediatamente.
Condujo tan rápido como pudo por el camino de montaña estrecho y lleno de hoyos, resbalando en algunas de las curvas más cerradas y rebotando sobre los pozos lodosos. El agua sucia salpicó en el aire mientras el coche pasaba a través del barro y la nieve, lanzando deshechos a su paso. A su alrededor, la campiña tranquila contrastaba agudamente con su terror y desesperación.
Pajares y vacas los rodeaban. Pequeñas casas con techo de paja y carros tirados por caballos con enormes ruedas, daban la impresión de haber retrocedido en el tiempo, a una época más lenta y mucho más feliz. Los castillos y la abundancia de iglesias proporcionaban a la zona una imagen medieval, como si caballeros a caballo pudieran surgir a la carga en lo alto de las colinas en cualquier momento.
Lara había viajado por todo el mundo buscando su pasado. Recordaba poco de su viaje desde la cueva de hielo y una vez la hallaron los gitanos, había viajado por toda Europa. Pasó de familia en familia y nunca le dijeron dónde la encontraron. Venir a las montañas de los Cárpatos había sido como volver al hogar. Y cuando había entrado a Rumania, se sintió en casa. Este lugar permanecía salvaje, los bosques agrestes y la tierra viva debajo de sus pies.
El coche se deslizó por otra curva y salieron del bosque espeso y entraron en las turberas. El sendero se estrechó todavía más, serpenteado entre el suelo sólido mientras el olor de la turba impregnaba el aire a su alrededor. Los árboles se tambaleaban y encorvaban bajo el fuerte peso de la nieve. Luces en la distancia anunciaban granjas y por un momento, pensó en parar a pedir ayuda en la más cercana. Pero Terry había sido mordido por un híbrido, una víbora creada por un mago y que llevaba sangre de vampiro. Sanar una herida hecha por magos ya era suficientemente difícil, pero una de híbrido con sangre de vampiro... eso requería habilidades más allá de sus conocimientos o de los de un doctor humano.
La única esperanza residía en los propietarios del hostal. La pareja había nacido y se había criado en la zona, viviendo allí toda su vida. Lara no podía imaginar que no tuvieran algún conocimiento del peligro que yacía en las montañas. Con el paso del tiempo se hacía difícil manipular los mismos recuerdos. Y había algo en ese hostal... algo que la había atraído hasta él. Una sugestión de poder, como si tal vez hubiera una sutil influencia trabajando, animaba a los turistas y visitantes a quedarse en el casero y amistoso hostal.
Lara se permitió ser susceptible al flujo de poder, porque era la primera vez desde que el dragón la había empujado hasta el saliente de la caverna superior, que había encontrado el toque ligero y delicado de energía fluyendo. Había olvidado lo que era bañarse en el poder eléctrico crepitante, sentirlo rodeándola, fluyendo a través de cada célula hasta que su cuerpo zumbó con él. El hostal y el pueblo entero le habían dado esa sensación increíble, aunque era tan sutil que casi se le escapó.
—Lara. —La llamó Gerald desde el asiento trasero—. Mi piel está comenzando a arder.
—Casi llegamos. Entra y date una ducha lo primero de todo. —No quería pensar en lo que Terry estaba sufriendo. Estaba muy callado, aparte de emitir un suave gemido—. Gerald, cuando lleguemos al hostal, tenemos que hablar con los propietarios y preguntar enseguida quién es el sanador del pueblo.
—La dueña se llama Slavica y parece muy agradable.
—Esperemos que sea también muy discreta. Desde luego parece conocer a todo el mundo.
—¿No sería mejor preguntar por el médico más cercano? —preguntó Gerald.
Lara intentó parecer despreocupada.
—A veces lo sanadores locales conocen mucho más de las plantas y animales de la zona. Aún cuando nosotros no hayamos encontrado esta especie en particular antes, apuesto que los lugareños sí y el sanador local probablemente sabe exactamente qué hacer para extraer el ponzoño... —Abruptamente cambió su descripción—. Veneno.
Lara condujo el coche por el camino ascendente hasta la posada, en el límite del pueblo. El gran edificio de dos pisos estaba situado de cara al bosque con su largo porche e invitadores balcones. Aparcó tan cerca de las escaleras como pudo y rodeó el coche a la carrera para ayudar a Gerald a sacar a Terry.
Las sombras se alargaban y crecían a medida que las nubes en lo alto se espesaban con la amenaza de nieve. El viento bramaba y los árboles se balanceaban y crujían en protesta. Lara miró alrededor con agudeza y cautela, mientras abría la puerta trasera y se extendía hacia el interior en busca de Terry.
—Yo volveré a por las cabezas de las serpientes para mostrárselas a los propietarios. No las toques. —le avisó.
Terry era casi un peso muerto, colgando entre ellos. Gerald tuvo prácticamente que llevarlo en brazos mientras tropezaban a través de la nieve. El camino estaba despejado, pero tomaron un atajo, marchando a través de la colina del frente para llegar más rápido al porche.
Un hombre alto y de cabello oscuro les abrió la puerta y extendió la mano para ayudarlos. Aún bajo las funestas circunstancias, Lara lo encontró apuesto, casi irresistible.
—Que la sangre no le toque —advirtió Lara—. Es altamente venenosa.
La mirada del hombre de cabello oscuro se posó en su cara y se quedó congelado, cruzándose con la de ella. Por un momento hubo atónito reconocimiento en sus ojos y después el momento pasó cuando puso su hombro bajo Terry para liberarla del peso.
Lara se giró, volviendo al coche.
—Metedlo adentro y pedid a los dueños que busquen a un sanador. Traeré las cabezas de las víboras.
Se apresuró a bajar los escalones, cruzando la distancia hasta el coche a la carrera. Cuando abría la puerta de un tirón, su marca de nacimiento, la que tenía forma de dragón, comenzó a arder contra su piel. Había una sola cosa que hacía despertar la advertencia del dragón. Vampiro. Y tenía que estar cerca. Se colocó apresuradamente la falda y un abrigo para cubrir sus armas. Cerró la puerta y miró cuidadosamente alrededor, una mano deslizándose bajo su gruesa capa roja para buscar el cuchillo en su cinturón.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary