Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 18


Dieciocho

Darius salió a la superficie dos días más tarde, completamente curado. Había recuperado totalmente las fuerzas gracias al sueño rejuvenecedor, a la poderosa sangre de uno de los antiguos y a la tierra fértil. Rápidamente conectó con su familia en busca de noticias; habló con todos ellos para asegurarse que estaban a salvo y de paso, les confirmó que estaba recuperado y que pronto despertaría a Tempest. Un hambre voraz lo atenazaba y sabía que, si todo había ido bien con su compañera, ella se encontraría en la misma situación. No tenía más remedio que salir de caza. Buscó una presa cerca de la cueva; se alimentó con avidez tomando lo suficiente para ambos. Cuando volvió a la cámara subterránea, preparó la estancia para el momento en que Tempest tomase conciencia de la situación; machacó unas hierbas para esparcir su aroma y encendió multitud de velas que sumieron la caverna en una acogedora semipenumbra con sombras danzando en las paredes. Hizo aparecer una cama cubierta de suaves sábanas a modo de bienvenida.
Darius descendió al lugar donde ella dormía y la acunó en sus brazos, flotando de este modo a la superficie y cerrando el profundo agujero de modo que no quedasen restos de lo que Tempest podía asociar con una tumba. Era hermosa aún durmiendo. Aún más hermosa de lo que recordaba. Su piel era tersa; su pelo, una espesa melena cobriza, le enmarcaba el rostro como hebras de seda. La llevó en brazos hasta el estanque de agua caliente y la despertó en el mismo momento en que entraba en él.
Inclinó la cabeza para poder capturar el primer aliento de vida que escapase de sus labios. Tenía el sabor de un ángel bañado en luz y bondad; pero también sabía a pasión y fuego. Pestañeó varias veces y por fin, alzó los párpados. Darius contempló aquellos intensos ojos verdes, en los cuales apareció una ligera burla. Aún se sorprendía por lo que ella le hacía a su corazón, derritiéndolo y oprimiéndoselo con una sola mirada. Sintió que su pecho se tensaba en exceso y el corazón comenzó a latir en rápida carrera ante el miedo a las posibles consecuencias de la valerosa decisión tomada por Tempest.
—Así que, gracias a Dios, lo de la locura no parece haberme afectado. No tengo ningún deseo irrefrenable de colgarme cabeza abajo como un murciélago, pero definitivamente tengo un hambre increíble. —La seductora cadencia de su voz acarició la piel de Darius de la misma forma que sus dedos. En su mente se mezclaban el miedo y el humor, comprobó él al sondearla; realmente, no era capaz de decidir cómo hacer frente a la situación.
—Es normal que tengas hambre, cielo —le aseguró él acariciándole los sedosos mechones cobrizos que caían sobre su cuello. El agua les lamía la piel y las burbujas estallaban en torno a ellos creando una sensación increíblemente placentera.
—Quizás si lo pienso, ésta sea la parte más repulsiva —dijo intentando analizarlo.
—¿Eso crees? —le preguntó inclinando la cabeza para buscar con los labios el pulso en su cuello y pasar la lengua en una caricia, percibiendo la repentina e impaciente expectación que creció en ella— .¿Qué sientes cuándo te beso así?
Darius le estaba robando el aliento y la cordura; devolvía la vida a su cuerpo, incendiándolo a la par con un intenso anhelo.
—Lo sabes —lo reprendió.
Darius le mordisqueó con suavidad el cuello y las entrañas de Tempest se tensaron con la anticipación, mientras la pasión crecía en su interior con una fuerza inesperada.
—¿Y si te hago esto, Tempest? —insistió él rozando con su aliento la sensible piel. Ella se arqueó para ofrecerle un mejor acceso en el instante en que sentía que su cuerpo estallaba en llamas ante el exquisito placer de su mordisco.
—Lo sabes, Darius.
Los labios de él buscaron los de Tempest, atrapándolos en un beso lánguido y lento que aumentó la necesidad de ambos. Ella fue incapaz de pensar con coherencia, en su mente no había espacio para otra cosa que no fuese Darius.
—Así es cómo yo me siento —le dijo él— cuando tu boca roza mi piel, cuando tus dientes me buscan y mi sangre se introduce en tus venas. Es hermoso y erótico; mi cuerpo lo desea, lo anhela al igual que el tuyo.
Las manos de Darius exploraron lentamente cada una de las curvas y recovecos del cuerpo de su compañera, limpiando cualquier posible resto de tierra. La sensación de esas manos deslizándose sobre su cuerpo desnudo, acunando sus pechos posesivamente, bajando por su vientre hasta llegar al vértice entre sus piernas y deslizarse entre sus rizos en busca de la humedad que él provocaba, hizo que su sangre se incendiara. El deseo que la arrasaba le resultaba totalmente nuevo. Darius introdujo un dedo muy despacio; otro le siguió, empujando y explorando la suavidad del cuerpo de Tempest, sintiéndola estremecerse de deseo por él. Ella se acercó aún más a su mano, buscando el alivio para aquel fuego arrollador que la consumía. Sus inhibiciones desaparecían una a una conforme las urgentes demandas de su cuerpo tomaban el control. Comenzó a acariciar la piel de Darius, los músculos del pecho, los definidos abdominales; bajó hasta poder tomar todo su miembro en la mano, pasando los dedos seductoramente a lo largo de él. Darius la alzó en brazos, saliendo a grandes zancadas del estanque para dejarla sobre la cama y cubrirla con su cuerpo. Tempest sonrió y le rodeó el cuello con los brazos, pasándole las manos por su espesa melena.
—Por fin una cama. ¿Crees que sabremos qué hacer en ella?
—Ya lo creo, nena. No creo que debas preocuparte por eso. Sé exactamente lo que tengo que hacer —susurró enterrando el rostro en el delicado cuello. La piel de Tempest era suave como el satén, como la seda. ¿Cómo era posible que pudiese ser tan delicada? Cada vez que la saboreaba, que paladeaba su dulce sabor a miel, su cuerpo se henchía aún más, su miembro se endurecía aumentando de tamaño hasta casi provocar sensaciones dolorosas. El deseo le inundaba, un deseo urgente, brutal; un hambre que sólo el cuerpo de su compañera podría saciar.
Ella se sentía atrapada bajo la intensa masculinidad de Darius, dominante y agresivo; la trémula respuesta de sus dedos cada vez que le acariciaba despertaba la fuerza animal en él. Tempest sonrió y le lamió el cuello deleitándose en la exquisita textura de su piel. Sentía cómo sus pechos rozaban los músculos de él; sensibles, hinchados y doloridos por la necesidad y el placer. Fue entonces cuando se percató del latido del corazón de Darius, del torrente de sangre que corría por sus venas con un flujo continuo. Sintió la llamada de su sangre y un hambre voraz la poseyó. Se tensó al instante y el miedo la hizo gritar. Luchó ciegamente para liberarse del pesado cuerpo de Darius. Él la atrapó por las muñecas y la estrechó entre sus brazos con facilidad.
—Ya, mi amor, tranquilízate. Tienes que aprender a controlar los sonidos que llegan a tu mente, adecuar el volumen. Sabes que puedes hacerlo; ya hace días que tu sentido del oído es más intenso, y has aprendido a manejarlo con facilidad —mientras él hablaba, Tempest negaba con la cabeza, agitándola a uno y otro lado en un intento de bloquear el sonido y apartar la llamada de la sangre que no hacía más que aumentar su hambre hasta que la sensación la invadió por entero. Darius la mantuvo firmemente sujeta, estaba muy tranquilo.
—Mírame, Tempest. Abre los ojos y mírame. Respira conmigo para relajarte. Podemos pasar por esto juntos. Confías en mí y sabes que es cierto. Mírame.
Intentando superar el miedo y el asco que en ese momento la atenazaban, Tempest abrió los ojos y, al instante, Darius atrapó su mirada, tranquilizándola como ninguna otra cosa podía hacerlo. Era cierto que confiaba en él, creía en él. Lo amaba sin reservas, por completo. Era su vida, pero aún así, el miedo persistía en su corazón. Inspiró profundamente varias veces sin dejar de mirarlo; él era el ancla donde aferrarse en mitad de toda aquella locura. ¿En qué se había convertido? Darius la miró con total confianza.
—Podemos hacerlo juntos, cielo. Tú y yo. Somos uno. Somos un mismo cuerpo, una misma alma, un mismo corazón y una misma mente —y diciendo esto volvió a deslizar la mano entre los muslos de Tempest, comprobando que estuviese preparada para recibirle. Presionó con su hinchado y palpitante miembro la ardiente entrada al cuerpo de Tempest de modo que ella pudiese sentir la cruda necesidad y la urgencia que sentía—. Esto es lo que somos, y esto sentiremos siempre, Tempest. Nuestros cuerpos ansían sentirse el uno al otro, se necesitan. ¿No sientes mi deseo, mi anhelo de poseerte? —le preguntó mientras se introducía en ella con exquisita lentitud, contemplando sus ojos, que se abrieron de par en par en respuesta a su invasión. Sintió que la humedad de su vagina lo rodeaba, que sus músculos se tensaban para acogerlo. La agonía era tan exquisita que su frente se cubrió de pequeñas gotas de sudor. Tempest gimió suavemente y movió las caderas por pura necesidad, pero Darius la atrapó para mantenerla quieta. Sentía su rígida verga, llenándola por completo; la forma en que Tempest lo rodeaba lo estaba llevando al borde del abismo, y a ella también.
—Une tu mente a la mía. Quiero que estemos juntos por completo —su voz era un susurro seductor, un hechizo de pura magia—. Estoy dentro de ti, Tempest, por entero —y dicho esto, se retiró para volver a penetrarla con una certera embestida, enterrándose en ella aún más si es que era posible.
Tempest intentó liberarse, pero él la mantuvo clavada bajo su cuerpo. Inclinó la cabeza hasta las atrayentes cimas de sus pechos, sonriendo cuando la sintió envolverlo con más fuerza. Lamió suavemente un pezón antes de introducírselo en la boca y saborear la exquisita delicadeza de su piel. Tempest gritó, arqueándose aún más hacia él en busca del contacto de sus labios y su boca succionando sus pezones. Darius comenzó a mecer sus caderas en un ritmo lento y deliberadamente pausado, destinado a enloquecerla. No podía moverse, cautiva bajo la fuerza de Darius y él se tomó su tiempo para excitarla hasta enardecerla por completo mientras exploraba lánguidamente su cuerpo. Sentía el ardiente aliento de Darius sobre sus pechos y la impresión desató algo salvaje en su interior.
—Por favor, Darius —se oyó suplicar a sí misma comprendiendo de inmediato lo que quería. Su cuerpo se alzaba con voluntad propia, ofreciendo sus pechos a la ávida boca de Darius—. Por favor, no me hagas esperar más —susurró agonizando de expectación y notó cómo el cuerpo de Darius respondía a sus exigencias, su miembro se tensó aún más y sus embestidas se hicieron más fuertes y profundas.
Comenzó a mordisquearla con suavidad y a pasar la lengua en ásperas caricias; y entonces Tempest gritó. Un calor candente la atravesó, la envolvió en el mismo instante en que los colmillos de Darius se clavaron y su boca empezó a succionar su pecho, alimentándose de la forma más erótica jamás imaginable. Tempest estalló en llamas repentinamente, todo a su alrededor pareció consumirse en el incendio que Darius estaba provocando. Aquello no podía detenerse, no quería que llegase a su fin; deseaba sostener la cabeza de él entre sus manos mientras la tomaba de esta forma durante toda la eternidad. Se entregó a la pasión, al fuego, al éxtasis. Las oleadas de placer hicieron que su cuerpo se convulsionara y se consumiera, llevándose también a Darius a su paso con la intensidad de las sensaciones. Él invadió entonces su mente con la misma fuerza que invadía su cuerpo.
Así lo siento yo, Tempest. Ahora lo entiendes. Necesito que te alimentes de mí —susurró directamente a su mente, acariciándola con el mismo efecto que sus dedos ejercían en su entrepierna; dejando clara su evidente necesidad y levantando oleadas de fuego en Tempest. De nuevo pasó la lengua por el pecho para cerrar los pequeños orificios—. Hazlo por mí, amor. Dame lo que yo te he dado. —La hechizaba, la seducía abiertamente, tentándola como lo haría el mismo diablo.
La penetró de nuevo hasta el fondo, haciéndola caer en la abrasadora marea que les envolvía. El pecho de Darius estaba justo sobre la cabeza de Tempest, presionando sobre su boca. Ella lamió los músculos de ese poderoso pecho y sintió la descarga de placer que en ese momento atravesó a Darius, notó en su vagina cómo él palpitaba de deseo y anticipación. Volvió a lamer los músculos bajo los que latía el corazón. El hambre golpeaba sus entrañas consumiéndola. Necesitaba darle cualquier cosa que él quisiera.
Una de las grandes manos de Darius la aferró por las nalgas, elevándole las caderas para empujar frenéticamente dentro de ella mientras con la otra mano la sujetaba por la nuca apretándola contra su pecho.
—Dios, nena, me vas a matar. Hazlo por mí ahora. Nunca me he sentido así; por favor, nena. —La necesidad hizo que las palabras brotaran sin adornos; hablaba con los dientes apretados y el cuerpo totalmente tenso con la desesperación de convencerla.
En el instante en que los dientes de su compañera se hundieron en su carne, Darius echó la cabeza hacia atrás, impulsado por el puro éxtasis y lanzó un grito que inundó todas las estancias de la caverna subterránea. Tempest sentía la intensidad del placer que inundaba a Darius mientras su sangre fluía hacia su cuerpo, cálida y espesa, con la esencia de la vida y la pasión. Los movimientos de él eran cada vez más descontrolados, su erección era tan intensa que su miembro la llenaba por entero y la fricción que provocaban sus cuerpos en cada embestida —cada vez más salvajes— amenazaba con hacerles estallar.
Sintió que Tempest se convulsionaba, envolviendo su miembro con fiereza con cada espasmo que la sacudía; hasta que finalmente se derramó en su interior llenándola por completo —cuerpo y mente— con su vida. De nuevo gritó, temeroso de que pudieran acabar deshechos en pedazos a causa del placer.
Yo te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Para compartirlo todo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo primero para mí. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado.
Pronunció entre dientes cada una de las palabras, siguiendo el mismo ritmo de su corazón, asegurándose de no cometer ningún error, de modo que el ritual se completase. Su intención era que Tempest sintiera cómo cada palabra unía sus almas a la par que sus cuerpos, que lo sintiera en la mente, en corazón y en la piel. Por fin era suya y él tan sólo de ella. Jamás la abandonaría, jamás la dejaría marchar y jamás permitiría que le hiciesen daño.
La mantuvo abrazada, profundamente enterrado en ella, su miembro henchido y duro atrapado aún en el cuerpo de su compañera, mucho más húmeda ahora a causa de su semen. Tempest cerró las heridas que sus dientes habían abierto en el pecho de Darius. Estaba tan exhausta que apenas podía moverse. Él se movió para darse la vuelta y quedar tendido de espaldas con ella sobre su cuerpo sin salir de ella
—Gracias, Tempest. No te merezco. Gracias.
Tempest escuchaba los latidos de sus corazones, relajada sobre su cuerpo y unida estrechamente a su mente. Vio la implacable resolución de mantenerla a su lado, estudió los profundos lazos que se habían creado entre ellos y que jamás podrían romperse. Y entonces, estuvo segura de que tenían un futuro juntos. En la mente de Darius contempló que la pasión propia del ritual de acoplamiento aumentaba con el tiempo; no entendía muy bien cómo aquello era posible sin morir de un infarto, pero lo aceptó. También vio lo que había más allá del afán de posesión de Darius y de la arrolladora avidez que despertaba en él. La amaba. A ella. Tan profundamente, con tanta intensidad que ese amor moraba en todas y cada una de las células de su cuerpo. La amaba tanto como para entregar su vida por ella. La amaba sin reservas, incondicionalmente.
Saboreó aquel instante, disfrutando de la sensación de tenerlo bajo ella tan fuerte y real.
—¿Los demás están bien, Darius?
Él le acarició el pelo, apartándoselo con delicadeza de la cara antes de contestar.
—Por supuesto. Julian tiene un hermano gemelo, Aidan, que vive en San Francisco con su compañera, Alexandria. Julian ha ido a visitarlos y a presentarles a Desari —cuando acabó de hablar, buscó con los labios el seductor hueco que formaba su clavícula y pasó por allí los dientes con suavidad porque sintió la irrefrenable necesidad de hacerlo. La lengua se encargó de calmar cualquier dolor que los mordiscos pudiesen causar. Sin poder evitarlo, sonrió enterrando la cara en el cuello de su compañera—. Se han llevado a los leopardos; me gustaría ver las caras de todos ellos cuando lleguen a casa de Aidan. Tienen una familia humana que trabaja para ellos y además Alexandria tiene un hermano pequeño.
—¿Y Syndil? —Tempest notaba que su cuerpo comenzaba a reaccionar a los pequeños mordiscos que su compañero dejaba sobre su cuello. Los músculos de su vagina se contrajeron con pequeños estremecimientos de placer. Buscó con las manos las caderas Darius y acarició los definidos músculos. El roce hizo que él se excitara de nuevo, endureciéndose dentro de ella en respuesta a sus caricias.
—Barack y Syndil están juntos, intentando que su relación funcione. Ella parece mucho más feliz y más segura, a pesar de haber descubierto su verdadero carácter. Me ha enviado un cariñoso saludo para ti. Están camino de Europa; regresarán antes del próximo concierto, pero quieren conocer al Príncipe del que habla Julian y al resto de los miembros de nuestra Estirpe.
Inclinó la cabeza hacia el pecho de Darius, pasando los dedos por su piel, excitada ante la fantasía que acaba de captar en la mente de él. Miró atentamente su rostro y sintió cómo aquella abrasadora pasión despertaba de nuevo ante el roce de sus manos.
—¿Y Dayan y Cullen? —apenas si podía pensar. La mente de Darius chispeaba con todo tipo de posibilidades eróticas.
—La oscuridad crece en Dayan; todos los demás hemos encontrado a nuestras compañeras y él necesita tiempo para hacerse a la idea. —Tempest sintió en su propio cuerpo la preocupación que encerraban las palabras de Darius—. Todas las emociones presentes a su alrededor le resultan angustiosas. Él y Cullen Tucker se dirigen a Canadá. Se dedicarán a viajar durante un tiempo; Dayan se ocupará de la seguridad de Cullen, lo cual le ayudará a mantener la suya. Cuando el grupo retome la gira, regresarán —su aterciopelada voz tenía una inflexión ronca y brusca que Tempest no pudo ignorar. La anticipación le estaba jugando malas pasadas.
Buscó en la mente de Darius la imagen que en ese momento tenía de ella misma, y se vio tendida lánguidamente sobre él. Se incorporó muy lentamente, hasta quedar a horcajadas; lo cual hizo que volviese a sentir el miembro de Darius llenándola por completo. Abrió los ojos de par en par ante la sorpresa y echándose hacia atrás el cabello, comenzó a moverse sobre él muy lentamente, meciendo sus caderas para montarle con suavidad; la experiencia resultaba profundamente erótica. Una pequeña sonrisa satisfecha curvó sus labios.
Darius se incorporó para agarrarla por la cintura, acariciando mientras tanto la piel desnuda con los pulgares, incitándola aún más. Era tan hermosa… en aquel momento estaba preciosa: la melena cobriza desordenada sobre la cara, un mohín lascivo en sus labios y los enormes ojos verdes nublados por la pasión y el deseo. La imagen era fascinante. Su cuerpo era perfecto para él, pequeño pero bien proporcionado; el estrecho torso resaltaba aún más la cremosa turgencia de sus pechos. Aumentó la presión de sus manos y la movió un poco para poder penetrarla más profundamente; al instante los ojos de ella se oscurecieron de placer y Darius sonrió también.
—Ahora que te tengo donde siempre he querido tenerte —le dijo con ternura, mientras pasaba un dedo por el labio inferior de Tempest—, me gustaría recordarte que podías haber muerto a causa de tu sacrificio. Cualquier cosa podría haber ido mal.
Tempest reconoció el miedo que golpeó repentinamente a su compañero, la oleada de ira que le atravesó. Se introdujo deliberadamente el dedo de él en la boca y mientras lo succionaba, apretó los músculos de su vagina presionando también su miembro y aumentando la fricción que provocaban sus movimientos. Encontró muy satisfactorio el hecho de haber conseguido distraerle momentáneamente de su diatriba machista. Darius impulsó sus caderas hacia arriba buscando llegar hasta lo más profundo mientras acunaba los pechos de Tempest con las manos. Una mirada hambrienta se reflejaba en sus ojos, oscureciéndolos.
Ella le sonrió, tenía los pezones endurecidos mientras él los acariciaba con las palmas de las manos; cada pequeño movimiento de su cuerpo enardecía a Darius que, repentinamente, se incorporó pasándole los brazos por la cintura y succionando con avidez un pezón antes de volver a hacerse cargo de la situación.
—Vas a escuchar lo que tengo que decirte, cielo y me vas a obedecer. Jamás, escúchame bien, jamás volverás a ponerte en peligro. ¿Entendido? —gruñó las palabras como cualquier hombre de los Cárpatos haría bajo sus mismas circunstancias, sermoneando a una compañera traviesa.
Ella le deslizó los brazos alrededor del cuello, buscando con la lengua el punto de exquisita sensibilidad bajo la oreja; cuando lo encontró lo lamió trazando círculos con la punta de la lengua, avivando el fuego y la pasión, distrayéndole con la erótica caricia. Tempest se sentía juguetona, así que descendió con la lengua hasta la garganta, dejando un húmedo pero ardiente rastro a su paso mientras su cuerpo aferraba el miembro de Darius recreándose en la maravillosa sensación. Darius intentó mantener su disciplinada mente bajo control. Ella tendría que obedecerle; lo prometería. Pero la boca de su compañera jugueteaba en la comisura de sus labios y sus sedosas piernas se elevaron sin aviso previo enroscándose en su cintura de modo que lo sintió aún más dentro.
En ese momento, en lo único que podía pensar y que era realmente importante era estallar en llamas junto a ella, estallar en un millón de diminutos fragmentos y volver juntos de nuevo a la tierra envueltos en un intenso abrazo. La caverna se llenó de carcajadas, de suspiros y del olor y los sonidos de sus cuerpos al amarse. Cuando Darius pudo por fin sermonearla, habían pasado varias noches juntos y su discurso no tuvo tanto ímpetu como hubiese querido. Pero no importaba, puesto que sabía que su futuro estaba sellado. Tempest era suya para toda la eternidad, y siempre sería su Tempest: irracionalmente excitante, evitando sus órdenes, atormentándole con sus escapadas y siempre, siempre amándolo.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary