Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 30 de mayo de 2011

EL DEMONIO OSCURO/CAPITULO 1


CAPITULO UNO


Natalya Shonski subió por sus piernas el pantalón de cuero negro hasta ajustarlo a sus caderas, se ajustaba perfectamente a su cuerpo. El cuero la ayudaba a prevenir cualquier lesión durante la lucha y sabía a ciencia cierta que esa noche tendría problemas. Tan pronto como se puso el top de piel suave, su mirada vagó meticulosamente alrededor de la habitación que había alquilado. El Hotel era pequeño pero acogedor, con tapices en sus paredes y coloreadas colchas en las camas. Sus armas reposaban cuidadosamente encima de la preciosa colcha de algodón.
Empezó deslizando las más variadas armas en compartimentos especiales en sus pantalones de piel. Surikens. Algunos cuchillos. Un cinturón con mas compartimentos para armas y dos cartucheras para sus pistolas gemelas que ajustó apropiadamente debajo de sus brazos. Recurrió a una de sus nuevas blusas campestres, en realidad camisetas brillantemente coloreadas que las mujeres de la comarca usaban para guarecerse del frío y que escondía con efectividad el arsenal , y se la colocó.
La falda larga no solo ocultaba los pantalones de piel, sino que la ayudaba a mezclarse entre la población local. Escogió una muy coloreada, mejor que el severo color negro que a menudo usan las mujeres mayores, y se echo un pañuelo sobre su melena aleonada para pasar desapercibida.
Satisfecha de parecerse lo mas posible a la gente del lugar, deslizó los dos luchacos dentro de su mochila y abrió las puertas del balcón. Había escogido deliberadamente esa habitación en la segunda planta. Sus muchos enemigos encontrarían difícil aproximarse sin pasar desapercibidos mientras que ella podría escaparse con facilidad hacia la planta inferior o subir al tejado.
Natalya apoyó sus manos en la baranda del balcón inclinándose hacia fuera para inspeccionar el paisaje. El pueblecito se acurrucaba en la parte mas baja de uno de los altos y dentados picos que conformaban los montes Cárpatos. Numerosas pequeñas granjas se esparcían a través de las verdes y onduladas colinas. Montones de heno salpicaban los prados por delante del camino hacia los bosques, arriba en la montaña. Por encima del tupido bosque había picos rocosos, todavía brillantes por la nieve. Sintió como si volviera atrás en el tiempo tan solo con los hogares tan simples y la rústica forma de vida, se sentía como si hubiera vuelto a casa. Y eso era verdaderamente algo curioso ya que ella no tenía un hogar.
Natalya suspiró y cerró brevemente los ojos. Más que nada en el mundo envidiaba a esas gentes sus familias. Sus risas, niños y amor brillaban en sus ojos y en sus caras. Añoraba pertenecer a algún lugar. Ser necesitada por alguien, atesorada por una sola persona. Solamente poder ser ella misma, compartir una conversación real...
Sus dedos encontraron profundas ranuras en la barandilla y se puso a frotar la madera lacada, las yemas de los dedos resiguiendo los surcos en una caricia. Sobresaltada, examinó las marcas en la dura madera. Parecía como si un gran pájaro hubiera clavado sus garras profundamente en la barandilla, aunque las marcas eran antiguas y los cuidadores del hotel habían conservado perfectamente barnizado la barandilla de madera tallada.
Inhaló el aire nocturno mirando a la cima de la montaña. En algún lugar de allí estaba su objetivo. No tenía idea de qué la conduciría al punto exacto, pero confiaba en sus instintos. Necesitaba subir a la cima y encontrar lo que fuera que no la dejaba soltarse. La densa bruma ocultó la cima, envolviendo el pico en una nube impenetrable. Si la nube estaba hecha por condensación natural o por algo inexplicable, no había diferencia. No tenía mas elección que escalar la montaña, la compulsión que la conducía era demasiado fuerte para ignorarla.
Natalya miró por ultima vez la arremolinada blanca niebla y se volvió hacia la habitación. No había razón para aplazarlo. Había pasado la última semana mezclándose con la gente de la población, haciendo nuevas amistades con algunas mujeres para hacerse una idea de la región. Encontró que necesitaba el contacto humano, aunque su vida era muy solitaria. Disfrutó del tiempo pasado con las mujeres del lugar y había sacado bastante información de ellas, pero estaba siempre entristecida ya que sus nuevas amistades nunca irían mas allá de la superficialidad. Le gustaría por una vez poder darse el lujo de ser honesta con alguien que le gustase. Que alguien como Slavica Ostojic, la propietaria del hostal, supiera quien y que era, alguien con una vida solitaria que anhelaba pertenecer a algún lugar.
El pasillo y las escaleras eran estrechos, y conducían al salón de la planta inferior que se habría al salón comedor por un lado y por otro al bar. Muchos lugareños se encontraban allí después de un día de duro trabajo para tomarse una cerveza. Saludó a dos o tres personas que reconoció, su mirada explorando las habitaciones, apercibiéndose de las salidas, ventanas, y sobre todo, de las caras nuevas. Algunos hombres sentados en la barra del bar la miraron. Catalogó sus rasgos faciales, sus sonrisas amigables y sus miradas escrutadoras, guardándolos sólo para el caso de que se los volviera a encontrar.
Un par de ojos se movieron rápidamente sobre su cara, dejándola sin aliento. La lectura fue intensa pero rápida. Él la estaba leyendo de la misma manera que ella le estaba leyendo. Él se dio cuenta del par de luchacos que llevaba en la mochilla y del ornamentado bastón. Natalya se giró con rapidez enviando una sonrisa al propietario del hostal, dando gracias por poder hacer una salida con elegancia. Si allí había un centinela vigilando, no quería que el supiera sus planes.
—Slavica,—cogió las manos de la propietaria del hostal en las suyas. –Muchísimas gracias por esta comida maravillosa.— Habló en ingles porque Slavica estaba trabajando en perfeccionar su nivel y siempre practicaba. Deliberadamente condujo a la mujer lejos del bar hacia un punto mas seguro en el salón dónde oídos entrometidos no pudieran escuchar su conversación. –Me dirijo hacia la montaña y estaré ausente unos días en mi exploración. No se preocupe por mi. Volveré ocasionalmente.—
Slavica asintió –Está anocheciendo, Natalya. Aquí en las montañas y bosques puede ser…— ella dudó buscando la palabra correcta. —Peligroso. Será mejor que explore durante el día cuando el sol brilla y hay gente a tu alrededor.— Miró hacia arriba encontrando los ojos de su marido a través de la habitación y sonrió.
Natalya instantáneamente sintió una punzada de envidia. Le gustaba mirar a la propietaria junto a su esposo, Mirko y su hija, Angelina. Su mutuo amor era siempre tan obvio en las someras miradas que se intercambiaban y en los pequeños roces mientras trabajaban.
—He salido cada tarde y nunca objetó nada— Natalya le recordó. –Y casi todas esas veces el ocaso estaba cercano.—
Slavica le sonrió levemente. –Siento la diferencia esta noche. Se que pensará que soy supersticiosa, pero algo no está bien esta tarde y es mejor que se quede aquí con nosotros.— se cogió del brazo de Natalya. –Hay mucho que hacer aquí. Mirko jugará con usted al ajedrez. Es bastante bueno. O le enseñará mas acerca de las hierbas locales y como las usamos para curar.— Slavica era una enfermera experimentada, renombrada por sus aptitudes en todo el distrito y por su conocimiento de las hierbas curativas locales y como usarlas para ello. El tema fascinaba a Natalya y disfrutaba pasando el tiempo en compañía de Slavica mientras la mujer impartía su conocimiento.
Natalya negó con la cabeza, con un sentimiento de culpa persistente. Slavica era el tipo de mujer que hacía que le sufriera por ser parte de una familia y comunidad. —Gracias, Slavica, pero voy protegida.— Tiró de la cruz que llevaba colgada de una cadena de plata escondida debajo de su camisa. –Agradezco tu preocupación, pero estaré bien.—
Slavica empezó a protestar, pero paró apretando sus labios firmemente, y simplemente asintió.
—Sé lo que estoy haciendo,— le aseguró Natalya. –Me escabulliré por la cocina si no te importa. Tengo comida y bebida suficiente para varios días, y estaré de vuelta a mediados de la semana que viene, sino antes.—
Slavica caminó junto a ella a través del comedor. Natalya se arriesgó con otra Mirada al hombre que estaba estado en el bar hablando con Mirko. Parecía absorto en la conversación, pero ella no lo creía. El había mostrado interés en ella y no era un interés de hombre hacia una mujer. No sabía lo que era, pero no le daría la oportunidad de mostrárselo. Hizo una ligera reverencia con la cabeza hacia él. —¿Quién es? No le había visto antes.—
—Viaja muchas veces por negocios.— La expresión de Slavica no dejaba nada al azar. –Es un hombre muy silencioso y no se cuales son sus negocios.—
—¿Está casado?—
La propietaria la miró alarmada. –Este no es hombre para ti, Natalya. Es bienvenido aquí como todos los viajeros lo son, pero el no es para ti.—
Natalya no quiso arriesgarse con otra Mirada en la dirección del hombre. El se estaba pasando con sus observaciones, y ella no quería levantar su atención. Caminó a trabes del comedor hacia la pequeña cocina. Allí estaba la inevitable cesta de patatas y queso de oveja. –No se preocupe, no estoy buscando un hombre.—
—He visto la nostalgia en tu cara y en tus ojos cuando miras a los niños. Cuando ves a parejas casadas —dijo Slavica gentilmente— Deseas una familia propia.
Natalya se encogió de hombros casualmente, evitando la mirada de la otra mujer, no queriendo ver la compasión que sabía estaría allí. ¿Se había vuelto tan obvia? ¿Cuándo se le había vuelto tan difícil ocultar sus sentimientos bajo su cuidadosamente cultivada personalidad alocada?
—Me gusta viajar. No me gustaría estar atada. —Era una flagrante mentira y por primera vez en su vida, supo que se había delatado.
—Es natural desear un familia y un hombre propio. Yo esperé hasta encontrar el correcto, —aconsejó Slavica— Incluso cuando mis padres y vecinos pensaban que era demasiado vieja y nunca le encontraría, yo creía que era mejor esperar que cometer un error y atarme a alguien con quien no quisiera pasar mi vida. Esperé por Mirko y fue lo correcto. Tengo una hermosa hija y este lugar y eso es suficiente. Somos felices juntos. ¿Entiendes, Natalya? No te entregues a cualquier hombre solo porque creas que el tiempo pasa.
Natalya asintió solemnemente.
—Entiendo y estoy completamente de acuerdo. No me siento desesperada por encontrar a un hombre, lejos de eso. Te veré pronto. — Empujó la puerta de la cocina, ondeó un alegre saludo hacia la ceñuda posadera y se apresuró hacia la noche.
Después de la calidez de la posada, el aire exterior era frío, pero estaba preparada para eso. Caminó enérgicamente a lo largo de la estrecha carretera que conducía hacia la senda de montaña. Una carreta vacía la pasó y gritó pidiendo un paseo. El granjero dudó y después se detuvo por ella. Natalya se levantó el ruedo de la falda y corrió para subir antes de que pudiera cambiar de opinión. La mayor parte de los lugareños utilizaban carretas de caballos en vez de coches. Eran vehículos simples, un carro tirado por uno o dos caballos. Se utilizaban para todo, desde transporte a la carga de grandes balas de heno.
—Gracias, señor —dijo mientras tiraba dentro su bastón de marcha y subía a bordo. Se colocó hacia la parte de atrás de la carreta, no deseando poner al granjero más incómodo de lo que ya parecía estar llevando a una mujer desconocida.
Para su sorpresa él habló. La mayor parte de los hombres mayores casados eran bastante reservados con las mujeres jóvenes y solteras.
—¿Qué está haciendo fuera tan tarde? El sol se ha puesto. —Miraba nerviosamente alrededor.
—Si, es cierto —estuvo de acuerdo ella, evitando la pregunta— Usted está fuera tarde también.
—No es bueno —dijo él.— No esta noche. —Mantuvo la voz muy baja. La preocupación en su tono era inequívoca.— Sería mejor que permitiera que mi esposa y yo le diéramos refugio para la noche. O podría llevarla a la posada. —Estaba levantado la mirada a la luna, a las nubes que se arremolinaban sobre ella, bloqueando parcialmente la luz y quedó claro que no quería volver atrás. Sacudió las riendas para apresurar al caballo.
Natalya levantó la mirada al cielo y las arremolinantes nubes que no habían estado allí minutos antes. La pesada niebla que oscurecía la cima de las montañas se extendía como dedos huesudos, extendiéndose hacia la luna y bajando hacia el cielo. El relámpago perfilaba la niebla en arcos dorados. El trueno retumbaba en la distancia, centrado principalmente sobre la montaña.
Deslizó la mano dentro de su chaleco de piel y tocó la culata de su arma.
—El tiempo cambia con rapidez esta noche —Y no es natural.
—Así ocurre en las montañas —dijo el granjero, cloqueando al caballo con urgencia—. Es mejor buscar refugio hasta que las cosas se tranquilicen.
Natalya no replicó. Tenía que llegar a la cima de la montaña. ¿Los espías habían hecho saber a sus enemigos que estaba cerca? ¿Estaban esperándola? Volvió su atención al paisaje que pasaba tan rápidamente. ¿Había movimiento entre las sombras? Si lo había, tenía que dirigir los problemas lejos del granjero. Tenía que viajar rápido más allá del perímetro del pueblo e internarse bien en las ondeantes colinas donde las granjas punteaban el paisaje.
Permaneció alerta, buscando signos de un ataque inminente, sus sentidos extendidos en la noche, buscando información. Inhaló, tomando el aire nocturno en sus pulmones, trabajando en desentrañar las historias que el viento le llevaba. El viento cargaba el hedor del mal. Susurros de movimiento en el bosque. La fragancia de los lobos, inquietos bajo la luna. Su barbilla se alzó. Que así fuera. No iba buscando problemas. Ella era, en realidad, normalmente la primera en apartarse, pero estaba cansada de ser perseguida, de mirar sobre su hombro a cada minuto de cada día. Si querían pelea, estaría preparada, porque esta vez no iba a darle la espalda.
El granjero metió el carro en una estrecha avenida. El caballo ralentizó el paso para hacer el agudo giro y Natalya saltó, saludando al granjero mientras se apresuraba a alejarse. Él la llamó, pero ella siguió adelante, caminando enérgicamente colina arriba hacia la línea de árboles.
En el momento en que estuvo segura de que estaba fuera de la vista del granero, se quitó la falda y blusas brillantemente coloreadas, doblándolas junto con la bufanda y metiéndolas en su mochila.
Los luchacos fueron a parar a la parte de atrás de su cinturón para una fácil recuperación. Su conducta cambió por completo cuando aferró el familiar bastón de marcha. Anduvo a zancadas con tremenda confianza, entrando y saliendo de detrás de las balas de heno hasta que estuvo despejado de granjas. Un sendero conducía montaña arriba, un camino de cabras, no de humanos, pero lo tomó porque era la aproximación más directa.
Cruzó a través de un campo de flores alpinas, había flores en todas partes mientras se empujaba a través de la hierba alta hacia la cuesta de árboles. La luna estaba casi completamente oculta por las nubes oscurecedoras. Flores y hierba daban paso a arbustos y maleza. Grandes rocas punteaban la cuesta. Unas pocas flores más dispuestas se las habían arreglado para encontrar su camino en las hendiduras. Los árboles eran pequeños y sucios, pero cuando se abrió paso a través de dos curvas más del camino, la vegetación cambió completamente, creciendo más alta y más espesa.
Natalya había estudiado las Montañas de los Cárpatos. Sabía que la cordillera era uno de los hogares de carnívoros más grandes de Europa, rica en osos pardos, lobos y linces. Las montañas se extendía a través de siete países en Europa Central y los bosques pesadamente poblados eran uno de los últimos refugios que quedaban en Europa de raros y casi extintos pájaros y grandes depredadores. Aún siendo hogar de millones de personas, las Montañas de los Cárpatos alardeaban de tener en su haber enormes trozos de tierra que seguían siendo completamente salvajes y peligrosos.
Se detuvo para examinar el bosque prístino que la rodeaba. La zona recibía dos de las cascadas de regiones circundantes y el asombroso bosque y las colinas verdes daban evidencia de la cantidad de agua que alimentaba el sistema de ríos de abajo. Los vívidos colores verdes la atraían hacia la frescura del bosque casi como lo haría una compulsión. ¿Por qué conocía este lugar? ¿Cómo había soñado con él? ¿Cómo sabía que cuando tomara el camino de la izquierda, el que no era más que una senda de venados, este la conduciría profundamente al interior del bosque donde encontraría el débil rastro que la llevaría a la misma cima de las montañas, justo al interior de la arremolinante niebla donde poca gente se aventuraba?
Se movió con rapidez a lo largo del sendero, utilizando una luz, con un paso que la llevaba a atravesar los arbustos rápidamente. Tenía que llegar a la cima de la montaña y encontrar la entrada a las cavernas antes de que saliera el sol.
El bosque se hizo más denso, las plantas más exóticas y exuberantes cuando se apresuró a través de los árboles aparentemente impenetrables. Las ramas ondeantes se entrelazaban en lo alto, bloqueando la mayor parte de la luz de la luna. Natalya no tenía problemas en ver por donde iba. En adición a su excelente visión nocturna, siempre había tenido un sentido de radar que evitaba que tropezara con obstáculos.
Se movía a través del bosque velozmente pero con precaución instintiva, completamente alerta, consciente del más pequeños de los roces, el silencio de los insectos y las más débiles fragancias que indicarían que no estaba sola.
Su boca se quedó súbitamente seca y su corazón aceleró el paso. Los pelos de su nuca se erizaron con inquietud. Estaba siendo acechada.
Tras ellas se deslizaban sombras alrededor de los árboles en un esfuerzo por rodearla. Natalya continuó marchando al mismo paso firme. Mientras corría transfirió su apretón del bastón de marcha a los familiares surcos de la parte alta del mismo preparándose para la lucha.
El primer lobo corrió hacia ella saliendo de la cobertura de los arbustos cuando ella cruzaba un pequeño arroyo. Natalya no bajó el paso, sino que interceptó la carga con un balanceo bien practicado del grueso bastón. El crujido fue audible; el lobo chilló y saltó hacia atrás mientras ella pasaba. Se dio la vuelta, sacando la espada limpiamente del bastón y arrojando a un lado la inservible funda para enfrentar al lobo.
—Si quieres pelear conmigo, hermano, adelante. Tengo lugares a los que ir y estás retrasando mi viaje —murmuró las palabras en voz alta mientras se deslizaba hacia el animal, caminando deliberadamente a favor del viento para que este llevara su esencia a la manada.
El lobo olisqueó el aire y retrocedió, súbitamente cauto. Los miembros de la manada se amontonaron alrededor con confusión. Natalya gruñó bajo en su garganta, la advertencia de un animal salvaje y peligroso. Sus ojos vívidamente verdes empezaron a arremolinarse con un intenso azul, volviéndose casi opacos cuando desnudó los dientes ante la manada. Vetas de negro medianoche y brillante naranja... casi rojo, veteaban su pelo. Los lobos se dispersaron, alejándose a paso firme de ella. Solo la hembra alpha volvió la mirada atrás, gruñendo y mostrando su desagrado ante la fragancia extraña. Natalya siseó una advertencia y la hembra huyó tras la manada.
—Si, eso es lo que pensaba —gritó Natalya tras ellos, deslizando la espada de vuelta a la vaina. Esperó para asegurarse de que los lobos se habían ido antes de continuar subiendo la ladera de la montaña, moviéndose firmemente hacia su meta.
Rodeó un árbol caído cubierto de musgo y helecho y se deslizó hasta hacer una parada abrupta cuando un hombre salió paseando de detrás de un árbol directamente delante de ella. Era alto, de pelo oscuro, muy guapo, sus hombros amplios y su sonrisa abrumadora. Natalya examinó la zona con cada sentido en alerta máxima. No estaba solo, estaba segura de ello.
Dejó caer su mochila al suelo y sonrió al hombre.
—Te esperaba hace una buena hora.
Él se inclinó por la cintura.
—Siento llegar tarde entonces, señora. Vine aquí para preparar tu llegada. —Abrió los brazos ampliamente para abarcar la zona alrededor de ellos.
—No era necesario que te vistieras con tu ropa de Domingo —dijo Natalya.— Aunque la alternativa es bastante horrorosa.
Un parpadeo de rabia ondeó a través de la cara del hombre, pero mantuvo la sonrisa. Sus dientes no eran tan blancos y parecían puntiagudos y afilados.
—Por favor baja el bastón.
—¿Crees que voy a ponértelo tan fácil? No estoy muy contenta contigo, Freddie.
Esta vez la rabia permaneció. Manchas marrones aparecieron en los dientes.
—No soy Freddie. ¿Quién es Freddie? Mi nombre es Henrik.
—¿No sales mucho, verdad? ¿Ni siquiera ves las películas de madrugada? Freddie es una estrella habitual. Un asesino en serie muy feo, muy parecido a ti. En realidad no me importa tu nombre. Lo que me importa es que persistes en seguirme y estoy condenadamente cansada de ello. Así que da tu mejor golpe, Freddie, y acabemos con esto.
El aliento de Henrik salió en un largo siseo de rabia.
—Yo te enseñaré respeto.
Sin molestarse en replicar, Natalya lanzó su ataque, liberando su espada mientras corría hacia él. La espada formó un arco a través del aire cortando hacia el cuello.
Henrik se disolvió en vapor, flotando lejos de ella, un chillido de rabia resonó a través del bosque. Apareció a varias yardas de distancia. Su espeso pelo negro había desaparecido para ser reemplazado por largos y muy despeinados mechones blancos.
—Debería haber sabido que eras una nena. Se supone que los vampiros tienen que ser tipos duros, pero tú eres todo un bebé. Querías pelea —Natalya continuó aguijoneándole— Tengo cosas que hacer esta noche. No tengo tiempo de jugar contigo.
—Has ido demasiado lejos. No me importan las órdenes. Voy a matarte —gruñó el vampiro.
Ella le sonrió socarronamente, haciéndole un pequeño saludo.
—Me alegra ver que puedes pensar por tu cuenta. Creía que tu amo te tenía demasiado bien entrenado para que pensaras por ti mismo.
La rama sobre ella crujió y se rompió, lanzándose hacia su cabeza como un misil. Natalya saltó hacia adelante, tomando la ofensiva, conduciendo la espada directamente al pecho de Henrik. La rama golpeó el suelo exactamente donde ella había estado de pie.
El vampiro interceptó la espada con un balanceo de su brazo. Era enormemente fuerte y el contacto envió violentas vibraciones arriba y abajo por el brazo de Natalya haciendo que por un momento todo se le nublara y la espada se deslizara fuera de su mano. Siguió moviéndose, girando casi en medio del aire, ya buscando sus armas. Las sacó ambas, disparando rápidamente mientras corría hacia él, las balas le golpearon repetidamente, empujándole hacia atrás lejos de ella.
Henrik se sacudía con cada bala, tambaleándose, pero manteniéndose erguido. Cuando estuvo a un brazo de distancia, enfundó un arma y sacó un cuchillo, manteniéndolo bajo, cerca de su cuerpo mientras se dirigía hacia él.
Él intentó cambiar de forma, buscándola con brazos contoneantes y manos como garras. Condujo el cuchillo al interior del pecho, profundamente en el corazón y saltó lejos para evitar que la sangre le tocara la piel. Había aprendido por experiencia que ardía como ácido. También había aprendido que los vampiros podían alzarse una y otra vez.
Se dio la vuelta y corrió en busca de su espada. El viendo sopló sobre ella, un extraño remolino de hojas y ramas. Alas golpearon con fuerza sobre su cabeza y garras se materializaron del cielo, cayendo a alarmante velocidad directamente hacia sus ojos. Natalya se tiró al suelo en una voltereta, irguiéndose sobre una rodilla, con armas en ambas manos, siguiendo al enorme pájaro. Este ya se había disuelto en niebla. Las gotas brillaron tenuemente y empezaron a tomar la forma de un humano.
Esperó. Era imposible matar a un vampiro sin forma. Henrik ya se estaba retorciendo, tirando del cuchillo enterrado en su corazón. Llamaba débilmente al recién llegado. Ella dio un suspiro.
—¡Muérete ya! Jesús, lo menos que podrías hacer es acabar con tu miseria y terminar de una vez.
—Buenas noches, Natalya. —La voz era hipnótica, casi mesmerizante.
—Bueno, pero si es mi buen amigo Arturo —Natalya enfrentó al vampiro con una falsa sonrisa—. Qué agradable verte de nuevo. Ha pasado mucho tiempo. —Gesticuló con el arma hacia el vampiro que se retorcía.— Tu compareñito, nenaza está haciendo mucho ruido. ¿Te importaría terminar con él para que podamos charlar sin música de fondo? Si hay una cosa que no puedo soportar, es un vampiro llorón.— Deliberadamente continuó aguijoneando a Henrik, sabiendo que cuanto más furioso estuviera el vampiro, más errores cometería en batalla.
—No has cambiado mucho.
—He aprendido modales —Se encogió de hombros y sonrió hacia el recién llegado—. Estoy perdiendo mi tolerancia hacia los de tu clase.
Arturo miró al vampiro sangrante arañando el suelo.
—Ya veo. Es bastante ruidoso, ¿verdad? —Se acercó y arrancó el cuchillo del corazón de su compañero y lo tiró a un lado, golpeando al vampiro con el pie desdeñosamente.— Levanta, Henrik.
Henrik se las arregló para tambalearse hasta ponerse en pie. Chilló y siseó, saliva y sangre corrían por su cara.
—Voy a matarte —gruñó, fulminando a Natalya con la mirada.
—Cállate —dijo Natalya—. Te estás volviendo repetitivo.
—No escaparás esta vez —dijo Arturo—. No puedes superar a Henrik, a mí y a los lobos. ¿Los oyes? Están en camino para asistirnos.
—Le quitas toda la gracia a luchar porque nunca peleas limpio —se quejó Natalya—. No tienes honor.
Arturo le sonrió con sus perfectos dientes blancos.
—¿Qué es el honor después de todo, Natalya? No vale nada.






Vikirnoff Von Shrieder supo en el momento en que entró en los espesos árboles que algo malvado esperaba allí. La advertencia estaba en el silencio del bosque, la forma en que la tierra se estremecía y los árboles se encogían de miedo. Ni una sola criatura viviente se movía. Poco importaba. Él era un cazador y esperaba que el peligro le encontrara. Aceptaba su forma de vida y lo había hecho durante siglos.
Dio un paso y se detuvo bruscamente cuando la hierba se desmenuzó bajo sus pies. Miró abajo, medio esperando ver los tallos arrugarse. ¿El bosque se estaba encogiendo al contacto directo con él? ¿Sentía la oscuridad sombreándose a cada paso, a cada aliento que tomaba? La naturaleza muy bien podía llamarle monstruo... vampiro, un hombre de los Cárpatos que deliberadamente había escogido entregar su alma por la momentánea ráfaga de poder y emoción de una muerte mientras se alimentaba.
Era una elección, ¿verdad? ¿Había tomado una decisión y ya no era consciente de si era bueno o malo? ¿Existía incluso semejante cosa? La idea debería haberle angustiado, pero no lo hizo. No sentía nada en absoluto ni siquiera cuando contemplaba la idea de no ser ya completamente un hombre de los Cárpatos; de que el depredador en él hubiera consumido todo excepto alguna pequeña chispa que quedaba de su alma.
Cayó de rodillas, sus manos introduciéndose a través de las capas de hojas y ramas que cubrían el suelo del bosque y hundiéndose profundamente en la rica y oscura tierra de abajo. Alzó la cara al cielo nocturno.
—Susu —susurró en voz alta—. Estoy en casa. —Su idioma nativo acudía a su lengua naturalmente, su acento se espesó más de lo normal como si de algún modo solo estar en las Montañas de los Cárpatos pudiera hacerle retroceder en el tiempo.
Después de tantos siglos de exilio al servicio de su gente, finalmente había vuelto a su lugar de nacimiento. Se arrodilló en completo silencio esperando algo. Cualquier cosa. Algún parpadeo de emoción, de remembranza. esperaba que la tierra le proporcionara paz, le proporcionara serenidad, le proporcionara algo, pero solo había ese mismo vacío yermo con el que despertara en cada alzamiento.
Nada. No sentía absolutamente nada. Inclinó la cabeza y se puso en cuchillas, mirando alrededor. Qué deseaba o incluso necesitaba, no lo sabía, pero no hubo inundación de emoción. Ni júbilo. Ni desilusión. Ni siquiera desesperación. El bosque parecía frío y gris con retorcidas y malévolas sombras esperando por él. El interminable círculo de su vida permanecía. Matar o resultar muerto.
El hambre estaba siempre presente ahora, un suave susurro seductor en su mente. La llamada del poder, la salvación, y la falsa idea que sabía que era, había ganado fuerza con cada alzamiento. Había luchado batallas, demasiadas para contarlas, destruido a viejos amigos, hombres a los que respetaba y admiraba, observando la caída de su gente ¿y todo para qué?
—Dime la razón —susurró a la noche—. Déjame entender el completo desperdicio de mi vida.
¿Se había alimentado esta noche? Intentó recordar la ocasión de su despertar, pero parecía demasiado problemático. Seguramente no había tomado una vida mientras se alimentaba. ¿Era así como ocurría entonces? ¿No había elección real, sino una lenta indiferencia pervirtiendo la mente de uno hasta que una muerte sucedía a otra? ¿Hasta que la alimentación se mezclaba con una muerte y su indiferencia se convertía en el arma de su propia destrucción?
Miró hacia el sur donde sabía que el príncipe de su gente residía. El viento empezó a coger velocidad y fuerza, soplando a través del bosque en dirección sur.
—El honor es un rasgo endemoniado que puede no durar una eternidad. —Vikirnoff murmuró las palabras con un pequeño suspiro mientras alzaba su peso completo y se echaba hacia atrás el largo pelo, asegurándolo en la nuca con una tira de cuero. ¿Todavía tenía su honor? ¿Después de siglos de luchar para mantener su palabra, la bestia agazapada al fin le había consumido?
Los hojas en los árboles más cercanos a él empezaron a temblar y las ramas se balancearon con alarma. Él era un hombre de los Cárpatos, nacido de una raza ancestral ahora a punto de extinguirse. Tenían pocas mujeres, así que eran muy importantes para los hombres y la preservación de la vida. Dos mitades del mismo todo, la oscuridad controlaba a los hombres mientras que la luz moraba en las mujeres. Sin mujeres para anclarlos, los hombres estaban cayendo en las ávidas mandíbulas de sus propios demonios.
Vikirnoff coexistía con humanos, vivía entre ellos, intentando mantener honor y disciplina en un mundo donde ya no veía color o sentía siquiera la más liguera de las emociones. Después de dos mil años, sus sentimientos se habían descolorido y a través de los largos siglos interminables el oscuro depredador en él había crecido en fuerza y poder. Solo recuerdos descoloridos de risa y amor le sostenían, y después solo su vínculo con Nicolae, su hermano. Ahora, eso también había desaparecido, con Nicolae a un océano de distancia.
Vikirnoff había vivido demasiado y se había vuelto demasiado peligroso. Sus habilidades de lucha eran superiores, horneadas y afiladas en numerosos encuentros con aquellos de su raza que habían elegido entregar sus almas por la momentánea ilusión de poder, o más probablemente, más trágicamente, por un breve momento de sentimiento. Sentía como si él solo, estuviera destruyendo su propia raza. Tantas muertes. Tantos amigos perdidos.
—¿Para qué? —preguntó en voz alta—. ¿Möéri? —susurró de nuevo en su propio idioma.
Deliberadamente utilizó su propia lengua ancestral para recordar su deber, su promesa a su príncipe. Se había ofrecido voluntario para ser enviado al mundo. Fue su elección. Siempre su elección. Libremente elegida. Pero él ya no era libre. Estaba tan cerca de ser lo mismo que cazaba, que casi no podía separar las dos cosas.
El suelo se ondeó gentilmente bajo sus pies y el cielo nocturno retumbó con una advertencia amenazadora. En alguna parte por delante de él estaba su presa... una mujer de ojos azules a la que había perseguido a través de un océano. Entre la mujer y Vikirnoff había un vampiro... o quizás más de uno.
Vikirnoff sacó la fotografía de su presa de su lugar cerca del corazón. Veía solo sombras de gris, pero había sabido que ella tenia ojos tan azules como el mar y Nicolae le había dicho que su pelo parecía negro medianoche. Azul como los casi olvidados lagos helados de su tierra natal. Los variados tonos de azul del cielo en lo alto. Había creído... esperado... que quizás saber instintivamente ese pequeño detalle significara que estaba persiguiendo a su compañera. La otra mitad de su alma, luz de su oscuridad, la única mujer que podría restaurar los colores perdidos y por encima de todo, su capacidad de sentir algo. Cualquier cosa en absoluto. Esa esperanza, también, había palidecido con el tiempo, dejando solo el mundo, un lugar yermo y feo.
El aire cargaba electricidad, crujiendo y chasqueando junto con el trueno venidero. Las formaciones de nubes se acumulaban en el cielo, grandes torres se retorcían hacia arriba. Arrastró la yema de su pulgar en una pequeña caricia inconsciente sobre la fotografía de la mujer, como había hecho tantas veces antes. Tenía sueños, por supuesto, de la perfecta compañera de los Cárpatos. Una mujer con esta cara, estos ojos, una mujer que haría lo que él ordenara, cuidando de su felicidad mientras él aseguraba la de ella. La vida sería pacífica y serena y llena de alegría y por encima de todo, de emoción. Deslizó la fotografía de vuelta al interior de su camisa, sobre su corazón, donde estaría protegida. Podría incluso suspirar con arrepentimiento. Él no podía sentir arrepentimiento, o desesperación. Solo el interminable vacío.
¡Tienes que parar! Las palabras se arremolinaron en su mente, un vínculo telepático de inesperada fuerza. Tus emociones son tan increíblemente fuertes que no puedo imaginar como no reconoces que existen. Me estás devastando, arrancándome el corazón. No puedo afrontar esto ahora mismo. Controla tus emociones o, maldita sea, ¡aléjate de mí!
La voz femenina se arremolinó en su mente, se deslizó en ella y en su cuerpo, invadiendo su corazón y pulmones y apresurándose a través de su sangre con la rabiosa fuerza de una tormenta de fuego. Durante casi dos mil años había existido en sombras de gris sin sentir nada en absoluto. Había vivido en un mundo interminable y rigurosamente yermo sin deseo, rabia o afecto. En un momento todo cambió. Su mente fue un caos instantáneo.
Los colores le cegaron, corriendo juntos con una abrumadora velocidad que sus ojos y mente apenas pudieron aceptar. Su estómago se retorció y revolvió mientras luchaba por permanecer alerta mientras la misma tierra bajo sus pies se hinchaba y rodaba. Una compuerta se abrió y donde antes no había habido nada, ahora estaba todo, una salvaje confusión de cada emoción con su tremenda fuerza y poder alimentando el caos.
Los árboles más cercanos a él se partieron en dos, el sonido fue horrendo cuando los troncos cayeron al suelo, sacudiendo la tierra. Una brecha se abrió en el suelo cerca de él, seguida por una segunda grieta dentada y después otra. Las rocas se movieron y ondearon y otra fila de árboles se partió y aplastó.
El demonio en él alzó la cabeza y rugió pidiendo alivio, arañándole con grandes garras, luchando por liberarse, abandonar el honor e ir tras la única cosa que le pertenecía solamente a él. Su salvadora. O quizás ella fuera su condenación. Sus incisivos se alargaron y su sangre se calentó tanto que temió que pudiera arder en llamas.
¡Oh, Dios mío! Eres uno de ellos. El terror hacía que la voz de ella temblara.
Al igual que había compartido su soledad, dolor y pena con ella, compartía su oscuridad y la terrible intensidad de las abrumadoras emociones. Ella sentía su enervada necesidad de violencia. La ráfaga que la muerte proporcionaba. El hambre primitiva, cruda, sexual que controlaba su cuerpo y se mezclaba con la posesiva lujuria por reclamarla. Ella compartía todo eso con él, no solo el salvaje júbilo, sino cada feroz necesidad y deseo que se vertía en su cuerpo. Cada cuestión de su vida, la gradual necesidad de cazar y matar. La locura de su bestia alzándose y luchando por liberarse, para ser desatada con el único propósito de conseguirla a ella.
El miedo le golpeó, grandes oleadas casi sumándose hasta el terror, igual de rápidamente convirtiéndose en resolución. Las emociones eran tan fuertes que su estómago se revolvió. Le llevó un momento comprender que los sentimientos de ella se vertían en él con igual fuerza que los propios. Ella lucharía. Rodeara, no tenía más elección que luchar y ganar. El miedo se había desvanecido. El terror se desvaneció. Derrotaría a cualquier cosa, a cualquiera que fuera a por ella porque era la única forma que le quedaba de sobrevivir.
Vikirnoff se cerró a sí mismo a ella, cortando bruscamente la tormenta de emociones que se formaba rompiendo a través de él. Buscó una senda mental, un rastro que le conduciría de vuelta a la mujer. Ella le pertenecía. A ningún otro. A ningún otro Cárpato. Ni a los vampiros que le seguían el rastro. Era suya. Sería suya o muchos... humanos y Cárpatos por igual... morirían.
Tomando un profundo aliento para restaurar su control, Vikirnoff alzó la cabeza lentamente y miró alrededor. El bosque parecía haberse expandido y haber crecido y destelleaba con brillantez, incluso en la oscuridad de la noche, como si hubiera tomado un fuerte alucinógeno. Sobre su cabeza las nubes eran negras de furia, recortadas con blancos relámpagos. Retorcidas hebras de niebla serpenteaban a través de los árboles y se acumulaban a lo largo del suelo.
Vikirnoff permaneció inmóvil, permitiendo que su experiencia como cazador le guiara, en vez de seguir los dictados de su caótica mente. Esperó, sorteando las frenéticas sensaciones, esperando la calma antes de entrar en acción.
Mientras tanto saboreaba el sonido de la voz de ella. El sendero que conducía de vuelta a ella era sutil, casi demasiado sutil para seguirlo. Era asombroso. Ella era Cárpato, pero no Cárpato. Era humana, aunque no humana. Había sentido el susurro de poder en su voz, el sutil "empujón" cuando había intentado forzar su obediencia. Ella había intentado forzar su obediencia. Tomó otro profundo aliento, inhalando para llevar el aire profundamente a sus pulmones, pero más que nada para encontrar su fragancia.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
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Gracias por su visita
Mary