Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



jueves, 28 de abril de 2011

DESAFIO OSCURO/CAPITULO 1


1

Julian Savage dudo en el exterior de la puerta del multitudinario bar. Había venido a esta ciudad para un último viaje antes de elegir el descanso eterno de los Cárpatos. Casi un ancestral entre los de su raza, había pasado siglos viviendo en un mundo gris e insensible, vacío de los colores intensos y las emociones conocidas por los hombres jóvenes, o de aquellos que habían encontrado una compañera. Sin embargo, tenía una última meta que lograr, un encargo más que le había exigido su Príncipe, y después podría encontrar el amanecer destructor con la mente tranquila. No es que estuviera al borde de perder su alma, de convertirse en vampiro; podía aguantar más si tuviera que escogerlo así. Era el vacío de su vida, extendiéndose eternamente ante él, lo que había dictado su decisión.
Aunque no podía rechazar esta tarea. En los largos siglos de su existencia, sentía que había hecho poco a su menguante raza. Cierto, era un cazador de vampiros, uno de los más poderosos, bien considerado entre su gente. Pero sabía, como la mayoría de los cazadores con éxito, que era el instinto asesino de los hombres de los Cárpatos, no ningún talento especial lo que le hacía tan brillante en su tarea. Gregori, el más grande sanador de su gente, el segundo del Príncipe, le había enviado mensaje para que advirtiera a la mujer que ahora buscaba, esta cantante, de que estaba en lo más alto de la lista de una sociedad fanática de cazadores de vampiros humanos, que con frecuencia equivocadamente fijaba sus objetivos en mortales de costumbres extrañas, así como en Cárpatos, en su celo asesino.  La sociedad tenía nociones muy primitivas de las costumbres de un vampiro... como si evitar la luz del sol o alimentarse de sangre sólo se tradujera en ser una criatura malvada y sin alma, un no-muerto. Julian y los suyos eran la prueba viviente de que nada podía estar más lejos de la verdad.
Julian sabía por qué esta tarea de advertir y proteger a la cantante le había sido encomendada a él. Gregori estaba decidido a no perderle en el amanecer. El sanador había podido ver lo que Julian tenía en mente, comprendiendo que había escogido acabar con su yerma existencia. Pero también sabía que una vez Julian diera su palabra de proteger a la humana de esta sociedad de asesinos, no se detendría hasta que estuviera a salvo. Gregori le estaba comprando tiempo. Pero no le haría ningún bien.
Julian había pasado muchas vidas, siglo tras siglo, apartado de su gente, incluyendo a su propio hermano gemelo. Era un solitario incluso en una raza de hombres solitarios. Su especie, la raza de los Cárpatos, estaba muriendo, su Príncipe intentaba desesperadamente encontrar formas de dar a su gente esperanzas. Buscar nuevas compañeras para sus hombres. Buscar formas de mantener vivos a sus niños, manteniendo su menguante número. Julian, sin embargo, no tenía más elección que permanecer solo, correr con los lobos, volar con los pájaros de presa, cazar con las panteras. Las pocas veces que había caminado entre humanos, había sido normalmente para luchar en una guerra que valiera la pena o  prestar su inusual fuerza para una buena causa. Pero había pasado la mayor parte de sus años caminando sólo, invisible, indetectable incluso para los de su propia raza.
Durante un rato permaneció en pie inmóvil, reviviendo el recuerdo de su tonta niñez, el terrible momento en que había andado por el sendero que había cambiado su vida por toda la eternidad.
Tenía doce veranos. Ya incluso entonces la terrible e inextinguible sed de conocimiento había estado en él. Siempre había sido inseparable de su hermano gemelo, Aidan, aunque ese día había oído una llamada lejana y apagada. Una llamada que no pudo resistir. Había estado lleno de la alegría del descubrimiento, y se había deslizado lejos, siguiendo la atracción de una promesa tácita. La red de cuevas que había descubierto era un panal profundo dentro de la montaña. Dentro encontró al mago más asombroso, apuesto y con voluntad de impartir sus bastos conocimientos al joven y ansioso aprendiz. Todo lo que pedía a cambio era el secreto. A la edad de doce años, Julian había pensado que todo era un excitante juego.
Mirando atrás, Julian se preguntó si había deseado el conocimiento tanto como para ignorar deliberadamente las señales de advertencia. Había dominado muchos nuevos poderes, pero tenía que llegar el día en que la verdad le golpeara en la cara con toda su severa fealdad. Había llegado temprano a las cavernas y oyó gritos, apresurándose dentro descubrió que su joven y apuesto amigo era la más aborrecible de todas las criaturas, un auténtico vampiro, un frío bebedor de sangre, un asesino... un Cárpato que había rendido su alma y se había convertido en vampiro. A los doce años Julian no había tenido suficientes poderes y habilidades para salvar a las desgraciadas víctimas del vampiro, que agotó su sangre completamente, buscando no alimentarse, como haría un Cárpato, sino la muerte. Ese recuerdo estaba grabado a fuego en su mente para siempre. La sangre que se vertía. Los gritos fantasmales. El horror.
Después llegó el momento en que la mano de vampiro le agarró, al pupilo que una vez le había admirado, y le arrastró lo suficientemente cerca como para permitirle oler su fétido aliento, como para oír su risa burlona. Después los dientes como colmillos que ya desgarraban su cuerpo, doloroso y vulgar. Pero, lo peor fue que a Julian no se le permitió la muerte, como al resto de las víctimas del vampiro. Recordaba la forma en que la criatura no-muerta se había acuchillado su propia muñeca y la había forzado hacia la boca de Julian, brutalmente le había obligado a aceptar esa sangre corrompida, el intercambio de sangre con la más impía de las criaturas, dándole sus poderes, empezando el proceso que podría hacer a Julian su esclavo, eso los conectó para siempre.
La vergüenza no había terminado allí. El vampiro había empezado inmediatamente a usar al chico incluso contra su voluntad, como sus ojos y oídos, para espiar a aquellos miembros de la que una vez fuera su raza a los que ahora deseaba destruir. Tenía la oportunidad de oír a escondidas a través de Julian al Príncipe o al sanador cuando el chico estaba cerca de ellos. Se había burlado de Julian diciéndole que le usaría para destruir a su propio hermano Aidan. Y Julian comprendió que era posible; había sentido la oscuridad extendiéndose en su interior, a veces sentía los ojos del vampiro mirando a través de los suyos. Varias veces Aidan había escapado por los pelos de las trampas que Julian después reconocía que haber colocado inadvertidamente él mismo, bajo la insidiosa compulsión del vampiro.
Y así, hacía muchos siglos, Julian había hecho un voto de llevar una vida solitaria, de mantener a su gente y a su amado gemelo a salvo del vampiro y de sí mismo. Había vivido al margen de su sociedad, ganado la verdadera fuerza de los Cárpatos y el conocimiento hasta que fue lo bastante viejo como para seguir adelante sólo. La sangre de su gente todavía latía fuertemente en él, hizo todo lo que pudo para vivir su vida honorablemente, hizo todo lo que puedo por luchar contra la creciente oscuridad y los continuos asaltos que el vampiro hacía en él. Había evadido nuevos intercambios de sangre con el no-muerto y había cazado y matado a otros incontables vampiros, pero el único que había transformado tan brutalmente su vida siempre le eludía.
Ahora Julian era alto y más musculoso que la mayoría de los de su raza, y mientras la mayoría tenía pelo y ojos oscuros, él era como un antiguo vikingo, con largo y espeso pelo rubio que ataba en la nuca con una tira de cuero. Sus ojos eran color ámbar, y con frecuencia usaba su ardiente y magnético fuego para hipnotizar a su presa. Ahora, sin embargo, miraba la calle, sin ver todavía nada que considerara inusual; avanzó como el depredador que era, fluidamente, músculos ondeando bajo la pulcra piel. Cuando lo necesitaba podía estar tan inmóvil como las montañas, y ser igual de implacablemente firme. Podía ser tanto la embestida del viento, como agua que fluía. Tenía tremendos dones, podía hablar en muchas lenguas, pero estaba siempre solo.
En sus años de juventud había pasado mucho tiempo en Italia; más recientemente había vivido en Nueva Orleans, en el Barrio Francés, donde su aura de misterio y oscuridad no alarmaba a casi nadie. Pero no hacía mucho había entregado su casa allí, sabiendo que nunca volvería. Con esto último, después de esta tarea restante, su deber y honor estarían satisfechos. No veía razón para continuar su existencia.
Julian oyó las conversaciones, de muchos de los humanos en el interior del bar. Sintió la excitación de los de dentro. Los espectadores parecían encantados con el grupo de cantantes que esperaban oír. Evidentemente la banda era intensamente popular, y las compañías discográficas ofrecían tratos, pero los cantantes se negaban a firmar con ninguna. En cambio, viajaban como anticuados músicos o trovadores, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, sin emplear nunca músicos o técnicos de fuera y siempre tocando sólo sus propias canciones. Lo extraño, a parte de la naturaleza del grupo, era la voz de la cantante, descrita como fantasmalmente hermosa, magnetizante, casi mágica, que había atraído la indeseada atención de la sociedad de cazadores de vampiros.
Julian tomó aliento profundamente, y captó la esencia de la sangre. Instantáneamente el hambre le golpeó, recordándole que no se había alimentado esa noche. Permaneció en pie fuera, invisible a los humanos que clamaba para conseguir entrar o a los guardias de seguridad que silenciosamente montaban guardia en la entrada. Entraría, entregaría su advertencia a la cantante sobre el peligro en el que estaba, y se marcharía. Con suerte la mujer escucharía, y su tarea estaría acabada. Si no, no tendría más opción que continuar soportando su terrible existencia solitaria hasta que estuviera seguro de que ella estaba a salvo. Y estaba cansado. Ya no quería soportarlo más.
Empezó a moverse entonces, tejiéndose silenciosamente a través de la muchedumbre. Hacia la puerta en la que estaban de pie los dos hombres, ambos altos y oscuros. El de pelo largo parecía un digno contrincante; incluso parecía vagamente familiar. Julian se convirtió aprisa en una brisa fresca mientras se deslizaba para pasar, oculto a la vista mientras caminaba con confianza entre los humanos. Aun así, el guardia de pelo largo volvió la cabeza alerta, los ojos negros buscaron inquietamente, descansando en Julian brevemente incluso aunque Julian era invisible. El guardia estaba claramente intranquilo. Por el rabillo del ojo, Julian le vio volver la cabeza a un lado y a otro antes de que su fría mirada girara para seguir el progreso de Julian a través de la barra del atestado bar. Los dientes blancos de Julian brillaron con un destello depredador. Sabía que era invisible, así que el guardia tenía unos sentidos bien sintonizados similares a un radar, inusuales en un mortal. Era interesante que la banda contara con él. Podía valer su peso en oro tenerlo allí durante un ataque real contra la mujer.
Julian lanzó aire frío ante él, apartando a la multitud apelotonada; ni siquiera redujo la velocidad. Miró al escenario preparado para los músicos, después se encaminó hacia las habitaciones de atrás. Mientras lo hacía la sonrisa sin humor abandonó su cara, dejando la familiar línea dura en su boca. Sabía que tenía un dejo de crueldad, la fría máscara del cazador. Después los olió. El enemigo. ¿Habían localizado a la cantante antes que él?
Maldiciendo silenciosa y elocuentemente, Julian se movió con rapidez preternatural hasta el camerino de las mujeres. Era demasiado tarde. Ella había salido, ya se abría paso hacia el escenario con los otros miembros de la banda. Sólo dos hermosos leopardos de piel manchada quedaban, acurrucados en una esquina de la pequeña habitación. Simultáneamente sus cabezas se volvieron hacia él, todos los sentidos alerta. Los animales eran más grandes y pesados que la mayoría, y sus ojos verde amarillentos, se fijaron en él, traicionando su inteligencia superior. También eran raro ver dos juntos, ya que los leopardos eran generalmente criaturas solitarias. Como Julian.
- ¿Dónde está ella, amigos? - Preguntó suavemente. - He venido a salvar su vida. Decidme donde está antes de que sus enemigos la maten.
El gato macho se agachó y gruñó, enseñando sus largos y afilados caninos que podían agarrar, sostener y clavarse en su presa. La hembra se agachó incluso más bajo, preparada para correr. Julian sintió la familiar sensación de hermandad que siempre tenía cuando se encontraba a un miembro de la familia de la Panthera Pardus, y aun así, cuando alcanzó las mentes de los leopardos, encontró que no podía controlar a ninguno de los dos fácilmente. Consiguió solo confundirlos un poco, retardar su reacción un momento. Después el gato macho empezó a moverse, un lento pasear, la cabeza baja, los ojos fijos en él, su acostumbrado movimiento lento y preliminar antes de la explosión de velocidad precedente a una muerte. Julian no quería tener que matar a tan hermosa y rara criatura, así que rápidamente se deslizó fuera de la habitación, cerrando la puerta firmemente tras él, y se dirigió hacia el sonido del estruendoso aplauso.
La banda empezó a tocar la apertura de la primera canción. Después oyó la voz de la mujer. Notas fantasmales y místicas que colgaban en el aire como plata y oro brillando con fuego. En realidad veía las notas, veía la plata y el oro danzando ante sus ojos. Julian se quedó congelado en el sitio, sorprendido por los estremecimientos que le atravesaban. Miró hacia el vestíbulo. El andrajoso y marchito papel de pared estaba perfilado en rojo. Había pasado más de ochocientos años desde que Julian había visto cualquier cosa en color. Era el destino de todos los hombres de los Cárpatos después de su juventud, perder todo sentido del color, perder sus emociones, luchar en una existencia gris y vacía contra su naturaleza depredadora, a menos que una compañera apareciera para equilibrar su oscuridad con bondad y luz. Sólo entonces los colores y emociones... poderosas emociones... se restaurarían. Pero las mujeres eran raras y seguramente alguien como Julian nunca sería bendecido con una compañera. Aún así su corazón saltó en el pecho.
Sintió la excitación. Esperanza. Emoción. Una emoción real. Los colores eran tan vívidos que casi le cegaban. El sonido de su voz jugueteaba a través de su cuerpo, tocándole en lugares que había olvidado hacía mucho. Su cuerpo se tensó; el deseo se cerró de golpe sobre él. Julian estaba de pie congelado en su sitio. Los colores, las emociones, la lujuria física eran tan afiladas que sólo podía significar una cosa. La cantante poseedora de esa voz tenía que ser su compañera. Era imposible. Totalmente imposible de creer. Los hombres de su raza podían pasar una eternidad buscando una mujer que fuera su otra mitad. Los hombres de los Cárpatos eran depredadores, con los instintos de oscuros y hambrientos asesinos, inteligentes, rápidos, y letales. Después de un corto período de crecimiento, de risas y aventuras, todo terminaba cuando perdían la habilidad de sentir, de ver en colores. No había nada excepto una solitaria y yerma existencia. La vida de Julian había sido especialmente insufrible, alienado como estaba de Aidan, su gemelo, cuya inevitable cercanía podía haber hecho los largos y grises siglos un poco más fáciles de soportar. Pero había sabido que estaba unido a Aidan a través de su lazo de sangre, y cada momento que pasaban juntos incrementaba la amenaza que suponía el vampiro para Aidan. Su misma cercanía ponía en peligro a su hermano. Así que Julian había huido de su gente, sin contarles nunca, a ninguna de ellos, ni siquiera a su amado hermano, la terrible verdad. Había hecho lo más honorable, cuando sólo le había quedado su honor.
Ahora Julian estaba en pie aturdido en la estrecha entrada, incapaz de creer que su compañera estuviera cerca. Incapaz, en ese deslumbrante momento de emoción y color, de creer que hubiera alguna posibilidad de que él mereciera tal cosa.
Muchos hombres de los Cárpatos se convertían en vampiros después de siglos de una vida llena de desesperanza. Sin emociones, el poder... el poder de cazar y matar... parecía la única cosa que quedaba para ellos. Otros, en cambio volviéndose un peligro para mortales e inmortales por igual, elegían terminar con su yerma existencia enfrentando al amanecer; esperando que la luz del sol destruyera esos cuerpos que querían vivir en la oscuridad. Sólo unos cuantos encontraban en realidad su otra mitad, la luz para su oscuridad, la única que podría completarlos. Después de casi mil años de vacía existencia, después de tomar la decisión de enfrentar el amanecer antes de que el demonio depredador de su interior, que ahora luchaba por controlarle, le conquistara, Julian apenas podía creer que hubiera encontrado a su auténtica compañera. Pero los colores, emociones y esperanza le decían que era verdad.
La voz de la mujer... gutural, ronca, erótica... contenía la promesa de sábanas satinadas y luz de velas. Jugaba sobre su piel como dedos, atormentando, incitando, pecadoramente sexy. Magnetizaba a todos los que estaban en su radio de acción; fantasmal y cautivadora. Las notas danzaban, puras y hermosas, tejiendo un hechizo de encantamiento alrededor de Julian, alrededor de todos los oyentes.
Julian no sabía nada de esta mujer. Sólo que Gregori le había enviado a advertirla de que estaba en peligro a causa de la sociedad humana de cazadores de vampiros. Evidentemente el Príncipe deseaba que ella y los que viajaban con ella fueran protegidos si era necesario. La sociedad de mortales que creían en los vampiros de las viejas leyendas y buscaban destruirlos tenía alguna razón para fijar su objetivo en esta cantante, Desari, por su voz fantasmal y excéntricas costumbres. La mayoría de las víctimas de la sociedad eran asesinados con una estaca atravesando el corazón. Peor aún, algunas víctimas eran mantenidas con vida para ser torturadas y diseccionadas. Julian escuchaba la hermosa voz. Desari, sonaba como un ángel cantando, su voz no era de esta tierra. Entonces un grito, agudo y punzante, interrumpió la belleza de la canción. Fue seguido por un segundo grito, después un tercero. Julian oyó el ruido de un disparo, después una ráfaga de balas produciendo un ruido sordo al entrar en la carne y los instrumentos musicales. El edificio se sacudió con la fuerza de pies que golpeaban el suelo en estampida mientras los espectadores corrían para salir de la línea de fuego.
Julian se movió tan rápidamente que no fue más un borrón mientras brillaba para convertirse en una masa sólida. La barra estaba en completo desorden. Los mortales huían del lugar tan rápido como podían, corriendo los unos sobre los otros en el proceso. La gente chillaba de terror. Mesas y sillas estaban volcadas y rotas. Los tres miembros de la banda yacían tendidos, salpicados de sangre, sobre el escenario, los instrumentos destrozados. Los guardias de seguridad intercambiaban disparos con seis hombres que también disparaban desde el interior de la multitud mientras intentaban escapar. Julian acudió directamente al escenario. Echó a un lado un cuerpo masculino y encontró la inmóvil forma de la mujer, Desari. Yacía sobre la plataforma, la masa de su pelo negro azulado se extendía como un velo. La sangre se encharcaba bajo ella, manchando su vestido azul. No tenía tiempo de examinar sus rasgos, la peor de las heridas era mortal y la mataría a menos que hiciera algo. Instintivamente formó una barrera visual, empañando el área ojos que pudieran estar mirándolos. En medio de semejante pantemonium, dudaba que nadie lo notara.
Alzó a Desari fácilmente entre sus brazos, encontró un pulso débil, y colocó una mano sobre la herida. Bloqueando el caos alrededor de él, se envió a sí mismo a buscar fuera de su cuerpo, en el de ella. La herida de entrada era pequeña, la de salida bastante grande. La bala había rasgado su cuerpo, destrozando órganos internos y tejido. Selló las heridas para prevenir más pérdidas de sangre antes de llevarla a la profundidad de las sombras. Con una uña alargada, abrió una herida en su propio pecho.
Eres mía, cara mia, no puedes morir. No iré tranquilamente a mi muerte sin vengarte. El mundo no podría concebir a semejante monstruo como aquel en el que me convertiría. Debes beber, piccola, por ti misma, por tu vida, por nuestra vida juntos. Bebe ahora. Dio la orden con una firme compulsión, no permitiendo que ella se escurriera de su voluntad de hierro. Antes de este momento, antes de Desari, había elegido destruirse a sí mismo en vez de esperar a que fuera demasiado tarde y se convirtiera en uno de los mismos monstruos que se había pasado siglos cazando y destruyendo. Pero ahora tenía a Desari con él, podía merecer cien veces la muerte, pero tomaría lo que el destino le ofrecía.
Después de largos y vacíos siglos, en un sólo momento, todo había cambiado. Podía sentir. Podía ver el brillo de los colores del mundo. Su cuerpo estaba vivo con necesidades y deseos, no simplemente el omnipresente roer físico del hambre de sangre. Poder y fuerza corrían a través de él, cantando en sus venas, fluyendo a través de sus músculos y lo sentía. Lo Sentía. Ella no moriría. No permitiría tal cosa. Nunca. No después de siglos de completa soledad. Donde había habido un abierto y negro precipicio, un abismo de oscuridad, había ahora una conexión. Auténtica. Sentía.
Su sangre era sangre ancestral, llena de fuerza sanadora, llena de poder. Su vida fluía en ella, formando un vínculo que no podía ser roto. Empezó a susurrarle en la lengua ancestral. Palabras rituales. Palabras que haría que sus corazones fueran uno, palabras que tejerían los andrajosos restos de su alma uniéndolos a la de ella y los sellarían irrevocablemente para toda la eternidad.
Durante un momento el tiempo se detuvo por instante mientras luchaba por hacer lo más honorable, se esforzaba por dejarla, por permitir que viviera sin la terrible carga que él llevaba. Pero no fue lo suficientemente fuerte. Las palabras le fueron arrancadas del alma, de las profundidades donde habían estado enterradas. Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma, y mi cuerpo. Los tomo en mí para guardarlos. Tu vida, felicidad y bienestar serán siempre lo primero para mí. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre a mi cuidado.
Julian sintió las lágrimas ardiendo en sus ojos. Aquí estaba, otro oscuro pecado en su alma. Esta vez contra la mujer que debía proteger por encima de todo lo demás. Su boca rozó el sedoso pelo, y muy suavemente  emitió la orden para que dejara de beber. Ya se sentía débil por la falta de alimento. Sanar las heridas de ella y darle un gran volumen de su sangre le había debilitado más. Inhaló su esencia, la tomó en sus pulmones, en su cuerpo, imprimiéndola en su mente para siempre.
La advertencia llegó a él sólo como un roce de piel contra una silla, pero fue suficiente. Julian saltó lejos de la mujer inconsciente, girándose para encontrar la amenaza, con un gruñido expuso los dientes blancos y relucientes. Era un enorme leopardo, de al menos doscientas libras, y saltó hacia él, era extraño, con los ojos negros fijos en él con letal malevolencia. Julian saltó en el aire para encontrar a la bestia, cambiando de forma mientras lo hacía, su cuerpo se estiró, se contorsionó, piel dorada retorciéndose sobre pesados músculos mientras tomaba otra forma para enfrentar la mortal amenaza.
Se encontraron en medio del aire, dos enormes felinos machos en toda su primitiva fuerza, rasgando y acuchillando con garras y dientes. El leopardo negro parecía decidido a luchar a muerte, pero Julian esperaba no tener que cobrarse su vida. El felino negro se arqueó en un semicírculo, saltando hacia Julian, y Julian sintió  el rasgar de las garras afiladas como cuchillas de afeitar desgarrándole un lateral. Arremetió contra su oponente y se las arregló para dejarle cuatro largos surcos en la barriga. La pantera siseó suavemente con odio y desafío, con renovada determinación, prometiendo represalias, venganza.
Julian alcanzó la mente de la bestia. Eran una niebla roja de frenesí asesino, una necesidad destructora. Ágilmente se apartó de un salto. No quería matar al hermoso animal, y, la verdad, con toda su experiencia de lucha, esta criatura era enormemente fuerte y experimentada. Y no respondía a los muchos intentos de hacerse con el control de su mente. Maldijo cuando la pantera se agachó protectoramente sobre el cuerpo de la mujer, después empezó una vez más a moverse hacia él con los lentos movimientos de un leopardo al acecho. Los inteligentes ojos de ébano estaban enfocados en su cara con una mirada atenta, sin parpadear, que sólo un leopardo podía producir. El felino quería matarle, y Julian no tenía más elección que luchar a muerte o huir. Había dado a la mujer una preciosa sangre que no tenía para malgastar, y ahora los cuatro profundos surcos en su costado goteaban el líquido de vida sobre el suelo en una corriente firme.
El felino era demasiado fuerte, una máquina de matar demasiado experimentada. Julian no podía arriesgarse. El destino de su compañera estaba ahora ligado al suyo. No sintió animosidad hacia ella procedente de la enorme pantera, más bien una necesidad de protegerla. De la mente de Desari recogió recuerdos de amor por el animal. Julian se obligó a sí mismo a retroceder, con su hocico dorado gruñendo, sus ojos mostraban un brillante desafío, sin sumisión.
La pantera negra estaba claramente dividida entre seguirlo y terminar el trabajo o permanecer con la mujer. Esa información obtenida de la pantera reafirmó a Julian incluso más. Retrocedió otros dos pasos, no deseando equivocarse y hacer daño a una criatura que su compañera amaba.
Entonces otro ataque llegó desde detrás. Un simple susurro de movimiento le hizo saltar a un lado segundos antes de que un segundo leopardo aterrizara donde él había estado. Gruñía de rabia. Julian como una centella, saltó por la barra, después a una mesa, su poderosas patas traseras dejaron marcas en la lisa superficie en la que buscó apoyo. Un tercer felino bloqueaba la entrada, pero Julian saltó y lo golpeó, derribándolo. Después instantáneamente se desvaneció, disolviéndose en el aire.
Como una neblina, Julian se vertió fuera, en la noche. No se engañaba a sí mismo, sin embargo; algunas de las gotas que caían hacia el océano eran su sangre. Los felinos podrían rastrearle si no ponía suficiente distancia entre ellos inmediatamente. Requirió una tremenda energía ganar tanta velocidad mientras mantenía su imagen de neblina insustancial, energía que rápidamente se extendía por el aire nocturno. Julian convocó las energías que le quedaban para cerrar las heridas de su cuerpo y evitar así una mayor pérdida de sangre.
Totalmente perdido, revisó cada movimiento que había hecho en el interior del bar. ¿Por qué el felino negro no había respondido al control de su mente? Nunca antes había fallado al hipnotizar a un animal. La mente de la pantera no era como ninguna otra que hubiera encontrado. En cualquier caso, debería haber derrotado fácilmente a la pantera, pero el macho negro era más grande que ningún leopardo que hubiera conocido en libertad.
Y los felinos habían trabajado al unísono, algo no natural en la especie. Julian estaba seguro de que la enorme pantera había estado de algún modo dirigiendo las acciones de los otros dos. Y había protegido a Desari, no la trataba como a una presa.
Julian volvió la atención de nuevo a la amenaza más inmediata para su compañera. En algún lugar allí afuera había seis humanos que habían intentado matarla, una mujer inocente cuyo único crimen era poseer una voz celestial. No podría descansar esta noche hasta que los rastreara y se asegurara de que nunca se acercarían a ella de nuevo. Todavía tenía su hedor en las fosas nasales. Los felinos se ocuparían de su compañera hasta que volviera. Su trabajo ahora era derrotar a estos asesinos, impartirles la justicia de los Cárpatos, apartando el peligro de Desari tan rápidamente como fuera posible.
Dedicó un pensamiento rápido a su necesidad de sangre, las heridas que había soportado, y la posibilidad de que la misteriosa pantera lo rastreara, pero decidió que todo eso no importaba. No podía permitir que los asesinos siguieran libres. Retrocedió hacia el interior y se dirigió al bar, volando alto para mezclarse con la niebla. Esperaba evitar la detección del excelente sentido del olfato del leopardo, pero si lo encontraban de nuevo, así sería. Mientras se movía a través del tiempo y el espacio, tocó la mente de su compañera para ver si había salido de la inconsciencia. Necesitaría sanar, pero descubrió que estaba viva y bien atendida. El pandemoniun reinaba en el bar, con policía y ambulancias por todas partes. Probablemente los felinos estaban encerrados por seguridad. Encontró el primer cuerpo a no más de diez yardas de la parte trasera del bar. Julian brilló hasta asumir una forma sólida, presionando una mano sobre las goteantes marcas de garras que se abrían en su costado, no deseaba dejar ninguna evidencia de su presencia. Aunque no había signos de lucha, el cuello del asesino estaba roto. Julian encontró el segundo cuerpo unas pocas yardas más adelante, arrojado en un callejón. Yacía contra la pared, mitad dentro y mitad fuera de un charco de aceite. Había un agujero en el pecho del hombre del tamaño de un puño, donde el corazón debía hacer estado.
Julian se tensó y miró cuidadosamente a su alrededor. El asesino había sido muerto siguiendo la costumbre del ritual para matar a los no-muertos. No la versión humana, usando estacas y ajos, sino la auténtica costumbre de un Cárpato. Estudió el cuerpo mutilado. Era casi como mirar uno de los primeros trabajos de Gregori, aunque no lo era. Estos días Gregori no habría malgastado su tiempo; se habría quedado en pie a distancia y simplemente haría matado a los perversos mortales de un solo golpe. Esto era una venganza. Alguien se había tomado cada muerte como algo personal.
Su propio hermano, Aidan, vivía aquí en el oeste y con frecuencia destruía a los no- muertos... había pocos Cárpatos tan capaces como él aquí en Estados Unidos... pero Julian no había sentido la presencia de su gemelo, habría sabido que era obra suya en el instante en que lo hubiera visto. Esto era de alguna forma distinto del frío e impersonal trabajo de un cazador Cárpato aunque se acercaba bastante.
Ahora con curiosidad, buscó a los otros asesinos. El tercer y cuarto cuerpo estaban uno al lado del otro. Uno con su propio cuchillo enterrado profundamente en la garganta, sin duda llevado a cabo por él mismo bajo una irresistible compulsión. La garganta del otro estaba completamente desgarrada. Parecía como si un animal hubiera hecho el trabajo, pero Julian no se dejó engañar. Encontró el quinto cuerpo a sólo unas pocas yardas de los otros dos. Este, también, había visto llegar la muerte. El horror estaba en su cara. Sus ojos miraban obscenamente el cielo, incluso aunque su propia mano sostenía el arma que había usado para dispararse a sí mismo... la misma arma que había usado con los músicos. Julian encontró al sexto asesino tendido boca abajo en una cuneta, un charco de sangre le rodeaba. Había muerto de forma dura y dolorosa.
Pensó un largo rato. Era un mensaje, un claro y descarado mensaje para aquellos que habían enviado a estos asesino tras la cantante. El desafío de un peligroso adversario. Ven a cogernos si te atreves. Julian suspiró. Estaba cansado, y el hambre se estaba convirtiendo en una rugiente y punzante amenaza. Aunque compartía la necesidad de destruir brutalmente a quien amenazara a Desari  no podía permitir que este desafío permaneciera. Colocaría a su compañera directamente en el punto de mira. Si la sociedad sabía exactamente como habían sido despachados sus asesinos, quedarían convencidos de que ella y sus protectores eran vampiros y redoblarían sus esfuerzos por destruirla inmediatamente. Llevó unos pocos momentos recoger los cuerpos en un montón en la privacidad del callejón. Con un pequeño suspiro recabó energía desde el cielo y la dirigió hacia los cuerpos ahora tendidos en un charco de aceite. Instantáneamente hubo un relámpago de fuego y el hedor de cuerpo quemados. Esperó impacientemente, enmascarando la escena a todos los ojos, incluso a la de los policías que buscaban calle abajo. Cuando los hombres muertos no fueron más que cenizas, extinguió el fuego y recogió los restos. Después se lanzó hacia el cielo y se alejó de la escena. Bien lejos, sobre el océano, esparció las grotescas y espantosas cenizas, observando como las agitadas olas, con un movimiento hambriento, las devoraba para toda la eternidad.
La desaparición de los seis matones, sin pruebas de su paradero o destino, sería un enorme golpe para la sociedad de asesinos. Con suerte, sus directores se arrastrarían a un agujero para reagruparse y se mantendrían inactivos durantes los próximos meses, ahorrando a los inocentes mortales y Cárpatos su malicia.
Julian volvió tierra adentro hacia la pequeña cabaña que poseía recogida en las montañas, sus pensamientos una vez más volvieron al extraño comportamiento de los leopardos. Si no lo supiera, juraría que la gran pantera negra no era en realidad un gato sino un Cárpato. Pero eso era imposible. Todo Cárpato era consciente de cualquier otro.
Podían detectarse los unos a los otros fácilmente, y todos usaban un vínculo mental estándar de comunicación cuando era necesario. Aunque era verdad que unos pocos de los antiguos podían enmascarar sus presencias de los otros, era un raro don.
Otra idea perturbó a Julian. Su propio comportamiento había empujado a Desari con toda seguridad directamente a una nueva senda de peligro. Al reclamarla como su compañera, Julian la había marcado con tanta seguridad como había sido marcado él mismo a los ojos del no-muerto, su mortal enemigo. Maldiciendo suavemente en su mente, Julian volvió la atención de vuelta al extraño animal que la protegía. Aunque Julian era un solitario, conocía a todos los Cárpatos vivos. Y la pantera negra le recordaba a alguien, sus métodos de lucha, su feroz intensidad, su completa confianza en sí mismo. Gregori. El Oscuro.
Sacudió la cabeza. No, Gregori estaba en Nueva Orleans con su compañera, Savannah. Julian se había ocupado de la protección de la joven Savannah hasta que Gregori hubo cumplido su voto de permitirle cinco años de libertad antes de reclamarla como su compañera. Y Gregori no era el no-muerto; su compañera aseguraba eso. Ningún Cárpato intentaría destruir a otro que no se había convertido en vampiro. No, no había posibilidad de que fuera Gregori.
Julian se solidificó en la entrada de su cabaña y empujó la puerta. Antes de entrar se volvió e inhaló la noche; buscando la esencia de cualquier presa que pudiera estar cerca. Necesitaba sangre, fresca y caliente, que sanara completamente sus heridas. Cuando bajó la mirada y vio las lágrimas de sangre en su costado, maldijo, aunque sintió la salvaje satisfacción de saber que también él, se había anotado un tanto contra el enorme felino.
Julian había viajado por el mundo. Había tenido siglos para complacer su curiosidad, su sed y necesidad de conocimientos. Había pasado un tiempo considerable en África e India estudiando a los leopardos, inexplicablemente se dirigía allí una y otra vez. Creía que los inteligentes y mortales felinos poseían una inteligencia superior. Sin embargo, eran también salvajemente imprevisibles, lo que los hacía aún más peligrosos.  Tenía que ser un inusual grupo de humanos los que tenía amistad con los gatos, se permitía asegurarlo sólo sabiendo los permisos requeridos para viajar con ellos a Estados Unidos.
Julian cuestionó de nuevo el extraño comportamiento de los propios felinos. Incluso si había sido criados y entrenados, la coordinación de sus fuerzas para derrotar al intruso entre todos, especialmente cuando el caos y el olor a sangre los rodeaba, era notable.
La enorme pantera negra ni siquiera había lamido las heridas de la mujer o intentado probar la sangre de los otros dos miembros caídos de la banda. El olor de la sangre fresca debería haber activado el instinto de los felinos de cazar, de comer. Los leopardos eran notables carroñeros así como cazadores. Algo había ocurrido, para que esos leopardos estuvieran protegiendo a la cantante.
Julian sacudió la cabeza y volvió al asunto que requería su inmediata atención. Se envió a sí mismo a su propio cuerpo, buscando las laceraciones, cerrándolas desde dentro esta vez. El esfuerzo le llevó más energía de la que pudo afrontar, así que mezclo una bebida de hierbas que facilitaba la curación. Flotando hacia fuera, al porche, bebió el líquido rápidamente, obligando a su cuerpo a aferrarse a la nutrición poco familiar.
Le llevó unos pocos minutos reunir la fuerza necesaria para abrirse paso a través del bosque. Estaba buscando tierra rica, una mezcla de vegetación y polvo, que mejoraba al aproximarse a la tierra natal de los Cárpatos, y siempre ayudaba a sanar las heridas de los Cárpatos. Encontró semejante tierra bajo una espesa capa de agujas de pino en el lado más alejado de una loma. Mezcló musgo y tierra con el agente sanador de su saliva y cubrió sus heridas con ella. Enseguida la mezcla alivió la terrible quemazón.
Era interesante para él, observar las diferentes sensaciones y emociones que pujaban en su interior. Había sabido que los Cárpatos que recuperaban las emociones y colores se encontraban con que experimentaban todo mucho más profundamente y con más intensidad de la que habían sentido cuando eran jóvenes. Todo. Eso incluía el dolor. Todos los Cárpatos aprendían a bloquearlo si era necesario, pero requería enorme energía. Julian estaba cansado y hambriento. Su cuerpo clamaba por alimento. Su mente estaba sintonizada con la de Desari. Su compañera. La mente de ella era ahora un tumulto, pero estaba viva. Quiso extenderse hacia ella y tranquilizarla, pero sabía que tal intromisión sólo la perturbaría más.
Cerró los ojos y se inclinó contra el tronco de un árbol. Un leopardo. ¿Quién habría pensado que un leopardo podría conectarle tal golpe? ¿Había estado tan distraído por la presencia de su recién encontrada compañera que se había descuidado? ¿Cómo podía haberle superado un animal? ¿Y que había de los asesinos y la forma en que los habían matado? Ningún felino o siquiera un humano vengativo podría haber acabado con todos ellos tan rápidamente. Julian tenía una confianza suprema en sus propias habilidades; pocos de los antiguos, y ciertamente ningún simple animal, podía derrotarle en batalla. Había sólo uno que podía hacerlo. Gregori. Sacudió la cabeza intentando aclarar sus pensamientos. La forma en que había luchado el felino, tan concentrado, tan inquieto, todo le recordaba demasiado al Oscuro. ¿Porqué no podía sacudirse la idea cuando sabía que era totalmente imposible? ¿Podía otro antiguo haberse ocultado completamente a su propia gente? ¿Ir a la tierra durante unos pocos cientos de años y surgir sin ser detectado?
Julian intentó recordar lo que sabía de la familia de Gregori. Sus padres habían sido masacrados durante la época de la invasión Turca a las Montañas de los Cárpatos. Mikhail, ahora el Príncipe y líder de los Cárpatos, había perdido a sus padres del mismo modo. Pueblos enteros habían sido destruidos. Las decapitaciones eran comunes, así como los cuerpos que se retorcían en estacas, sacados al sol para pudrirse. Los niños pequeños habían sido reunidos como rebaños en un hoyo o un edificio y quemados vivos. Las escenas de tortura y mutilación se habían convertido en una forma de vida, una áspera e implacable existencia para Cárpatos y humanos por igual.
La raza de los Cárpatos había sido casi diezmada. En medio del horror de esos días de asesinatos se había perdido a la mayor parte de sus mujeres, un buen número de sus hombres, y, lo más importante, casi todos sus niños. Ese había sido el golpe más violento y demoledor de todos. Un día los niños habían sido rodeados, junto con niños mortales, y conducidos a una choza de paja, que habían prendido, quemándolos vivos. Mikhail había eludido la matanza, junto con un hermano y una hermana, a Gregori no le había ido tan bien. Había perdido a un hermano de alrededor de seis años y una nueva hermana, un bebé de no más de  seis meses.
Julian tomó y profundo aliento y lo dejó escapar, repasando cada uno de los hombres de los Cárpatos que había encontrado durante los siglos, intentando colocar a la inusual pantera negra.
Recordó las leyendas de dos antiguos cazadores, gemelos, que había desaparecido sin dejar rastro quinientos o seiscientos años antes. Era posible que uno se hubiera convertido en un vampiro. Inhaló bruscamente ante la idea. ¿Podía estar todavía vivo? ¿Podía Julian haber escapado relativamente indemne de alguien tan poderoso? Lo dudaba. Buscó información en cada rincón de su mente. ¿Había habido un niño que no recordaba? ¿Podía algún Cárpato, hombre o mujer, de la línea de sangre de Gregori ser demasiado poderoso como para desaparecer? Si había una posibilidad de que cualquiera pariente Gregori existiera en algún lugar, en cualquier lugar del mundo, ¿no lo sabría ya el resto de su gente? El propio Julian había viajado cerca y lejos, a nuevas y viejas tierras, y no se había cruzado con extraños de su raza. Cierto, había rumores y esperanza de que Cárpatos todavía desconocidos por su gente pudieran existir, pero nunca los había encontrado.
Julian dejó el asunto por el momento y envió una llamada, atrayendo a la presa cerca de él en lugar de malgastar su valiosa energía cazando. Esperó bajo el árbol, y una ligera brisa llevó hasta él el sonido de cuatro personas. Inhaló su esencia. Adolescentes. Chicos. Habían estado bebiendo. Suspiró de nuevo. Parecía ser el pasatiempo favorito de los jóvenes humanos... beber o consumir drogas. No importaba; al final la sangre era la misma.
Podía oír su conversación mientras tropezaban casi a ciegas a través del bosque, hacia él. Ninguno de los chicos tenía permiso de sus padres para ésta salida de camping. Los dientes blancos de Julian brillaron en la noche en una sonrisa ligeramente burlona. Así que los chicos pensaban que era divertido hacer pasar por tontos a quienes los amaban y confiaban en ellos. Esta especie era tan diferente de la suya propia. Aunque su raza eran con frecuencia más depredadora que el hombre, un hombre de los Cárpatos nunca haría daño a una mujer o niño o sería irrespetuosa con aquellos que le amaban, protegían o enseñaban.
Esperó, sus ojos intensos como oro fundido, penetrando fácilmente el velo de oscuridad. Su mente continuamente se desviaba a su compañera. Todo hombre de los Cárpatos sabía que la oportunidad de encontrar a una compañera dentro de su menguada raza era casi imposible, su número había sido repetidamente diezmado por los vampiros, las cazas de brujas de la Edad Media y durante las sangrientas guerras Santa y Turca. Para complicar el asunto, los pocas mujeres que quedaban no habían dado a luz niñas en años, y las raras niñas que nacieron en los recientes siglos murieron casi todas en su primer año. Nadie, ni siquiera Gregori, su más grande sanador, ni Mikhail, el Príncipe y líder de su gente, había encontrado la solución a esos graves problemas.
Muchos habían intentado convertir a mujeres mortales en Cárpatos, pero las mujeres había perecido o se habían convertido en vampiresas, alimentándose de la sangre vital de niños humanos y siempre matando a su presa. Tales mujeres habían sido destruidas para proteger a la raza humana.
Entonces Mikhail y Gregori habían descubierto a un extraño grupo de mujeres mortales que poseían auténticas habilidades psíquicas y que podían sobrevivir a la conversión. Tales mujeres podían convertirse con tres intercambios de sangre, y eran capaces de producir niñas. Mikhail había hecho tal emparejamiento, y su hija, Savannah, había nacido como compañera de Gregori. Una nueva ola de esperanza se había extendido entre los hombres de los Cárpatos.
Pero aunque Julian había viajado por todo el mundo conocido, preferentemente en las salvajes montañas y la libertad de los espacios abiertos, y había pasado largos períodos entre humanos... nunca se había cruzado con ninguna mujer que poseyera las raras habilidades requeridas. Hacía largo tiempo que había dejado de creer o esperar de la forma en que lo hacían los otros, incluso cuando su propio hermano gemelo encontró una mujer así. Julian sabía que era un cínico, que la oscuridad de su interior llamaba al no-muerto, era como una mancha que se extendía por su alma. Lo había aceptado, como había aceptado el resto del universo siempre cambiante, como había aceptado el pecado de su juventud y su propio auto destierro. Él era de la tierra y el cielo. Era parte de todo. Y cuando se aproximara el momento en que estuviera peligrosamente cerca del cambio, aceptaría eso también. Sabía que era fuerte; era capaz de caminar ante el sol antes de convertirse en un demonio sin alma. Durante largo tiempo no había tenido esperanzas, no había tenido nada a lo que aferrarse.
Ahora todo había cambiado. En un latido de corazón, en un instante. Su compañera estaba ahí fuera. Pero estaba herida, cazada. Al menos tenía un guardaespaldas decente, y sus felinos estaban obviamente protegiéndola. Aunque, no podía sacarse de la cabeza que el enorme leopardo macho no era lo que había parecido. Y estaba la forma en que los asesinos habían sido despachados, no de la forma humana sino al estilo de un cazador Cárpato. Si había un Cárpato poderoso, otro hombre, del que Julian no fuera consciente, no quería que estuviera cerca de su compañera.
Los adolescentes se acercaban, sus voces eran ruidosas en la quietud de la noche. Uno tropezaba repetidamente, habiendo consumido demasiado alcohol. Reían con aspereza, y desde las profundidades del bosque unos ojos dorados los observaban, unos dientes blancos brillaban. Julian salió caminando lentamente desde detrás de los árboles. Su cara estaba escondida en las sombras. Sonrió a los chicos.
- Parece que habéis pasado un buen rato esta noche. - Saludó amablemente.
Todos los chicos se detuvieron abruptamente. No podían ubicarle en la oscuridad. Y fueron súbitamente conscientes de que estaban en algún lugar en lo profundo del bosque, lejos de su campamento, sin tener ni idea de como habían llegado allí o como volver. Intercambiaron miradas confundidas y alarmadas. Julian podía oí los corazones latiendo ruidosamente en el interior de sus pechos. Prolongó el suspense un momento, sus dientes brillando, permitiendo que la débil neblina roja de la bestia de su interior se reflejara en sus ojos.
Los chicos se quedaron congelados en el sitio mientras Julian surgía de las sombras.
- ¿Nadie os ha dicho que el bosque puede ser peligroso por la noche? - Su hermosa voz ronroneó amenazadora, y deliberadamente profundizó su acento extranjero, evidenciando un peligro que los chicos podían sentir moviéndose a través de sus cuerpos.
- ¿Quién es usted? - Se las arregló para graznar uno de ellos. Se estaban serenando rápidamente.
Los ojos de Julian brillaron con un rojo feroz, y la bestia de su interior, siempre agazapada tan cerca de la superficie, luchaba por liberarse. Permitió que el hambre barriera a través de él, el terrible vacío que nunca se satisfacía completamente, nunca podría satisfacerlo hasta que estuviera con su compañera en todos los sentidos. La necesitaba para morar en él, para anclar a la rabiosa bestia. Necesitaba la sangre de ella fluyendo en sus venas para detener el horrendo deseo, para traerle de vuelta a la luz para toda la eternidad.
Uno de los chicos gritó, y otro gimió. Julian ondeó una mano para silenciarlos. No quería aterrorizarlos, solo asustarlos lo suficiente como para que recordaran su miedo y modificaran su comportamiento. Fue bastante fácil tomar posesión de sus mentes. Erigió un velo que nublara sus recuerdos del evento mientras avanzaba para beber hasta hartarse. Necesitaba un gran volumen de sangre y agradeció que hubiera varios chicos para que ninguno quedara demasiado débil. En cada chico implantó un recuerdo ligeramente distinto, deseando que reinara la confusión. En el último momento, sonriendo sardónicamente, Julian implantó una firme orden en cada chico para que confesaran la verdad a sus padres cada vez que tuvieran intención de engañarlos intencionadamente.
Julian se fundió en las sombras y soltó a los adolescentes de la garra que paralizaba sus mentes y cuerpos. Los observó mientras volvían a la vida, todos sentándose o tendiéndose en el suelo Estaban mareados y asustados, todos recordaban la íntima llamada, un ataque que había venido de las profundidades del bosque, pero cada uno recordaba algo diferente. Discutieron brevemente pero sin mucho espíritu. Sólo querían volver a casa.
Julian se aseguró de que volvían al campamento sin incidentes; después, mientras se apiñaban juntos alrededor del fuego, empezó a imitar el lamento de un grupo de lobos. Riendo, los dejó tirando sus cosas a toda prisa en apresurados fardos en los coches y corriendo para alejarse  de los terrores que enfrentaban por desobedecer a sus padres.
Sintiéndose mucho mejor con la tierra presionando contra sus heridas, y el hambre punzante aplacada por el momento, Julian volvió lentamente a la cabaña. Bajo el entablado de madera del suelo había un pequeño espacio excavado. Con un leve ondeo de la mano abrió un profundo agujero dentro del suelo de tierra. Le llamaba, la paz consoladora de la tierra, llamando a aquello que le pertenecía.
Julian flotó a su lugar de descanso y se tendió inmóvil, con los brazos cruzados levemente sobre sus heridas. Se imaginó a Desari mientras se establecía en la tierra. Era alta y esbelta, su piel cremosamente blanca. Su pelo era lujurioso y brillante como las alas de un cuervo, masas de rizos y ondas cayendo en una brillante cascada hasta las caderas. Tenía huesos pequeños y delicados, que la convertían en una belleza clásica. Sus labios eran deliciosos y sexys. Adoraba el aspecto de su boca, incluso en su estado inconsciente. Tenía una boca perfecta.
Julian sintió que una sonrisa suavizaba la dura línea de sus labios cincelados. Una compañera. Después de todos esos siglos, después de no creerlo nunca. ¿Por que el mundo le habría elegido a él para tal cosa? De todos los hombres de los Cárpatos que conocía, hombres que religiosamente seguían las reglas, ¿por qué él había sido él quien encontrara una compañera? Era prácticamente un fuera de la ley.
Pensó en la mujer mortal que ahora estaba ligada a él. Se necesitaban tres intercambios de sangre para convertir a un humano y tendría que asegurarse de que era una auténtica psíquica. Aún así, la excitación lo golpeó. Una compañera para hacer el mundo hermoso y misterioso, un lugar maravilloso e intrigante, cuando hacía tanto que sólo tenía vacío y oscuridad. Desafortunadamente, para la mujer, las cosas tendrían que cambiar. Cantar ante multitudes sería imposible. Desari. Recordaba ahora que también usaba un apodo. Dara. Algo, un reconocimiento brilló por un momento en su mente. Antiguo. Persa. Dara. Significa la Oscura.
Julian sintió que su corazón saltaba ante la conexión. ¿Podía ser sólo una coincidencia? Gregori era llamado El Oscuro. Como su padre antes que él. La línea de sangre era pura, antigua y muy poderosa. ¿Por qué ella se apodaba Dara? ¿Había una conexión? Tenía que haberla. ¿Pero cómo?
Julian sacudió la cabeza lentamente, descartando la idea. Ningún Cárpato vivo desconocía al resto de su raza. Y ciertamente ninguna mujer de los Cárpatos podría hacerlo. Desde el diezmo de sus filas, las mujeres eran guardadas muy de cerca, pasando del cuidado del padre al del compañero a temprana edad para asegurar la continuación de su raza.
De otro modo todo los hombres de los Cárpatos sin pareja la rondarían, intentando forzar su suerte. Y Mikhail la tendría bajo el manto de su protección. Julian dejó a un lado el enigma por el momento. Cerró los ojos y se concentró en alcanzar a Desari. Dara. Normalmente era necesario un intercambio de sangre para rastrear a otro, pero Julian había estudiado y experimentado durante muchos años. Podía hacer cosas increíbles, incluso para uno de su raza. Construyó la imagen de Desari en su mente, concentrándose en cada detalle.
Después apuntó y empujó su voluntad en la noche. Buscando. Conduciendo. Ordenando.
Ven a mí, cara mia, ven a mí. Eres mía. Nunca habrá nadie más para ti. Quieres venir conmigo. Me necesitas. Sientes el vacío sin mí.
Julian fue implacable en su persecución. Cruelmente aplicó más presión. Encuéntrame. Sabes que eres mía. No puedes soportar el toque de otro, cara mia. Me necesitas contigo para llenar el terrible vacío. Ya no serás feliz ni estarás contenta sin mí. Debes encontrarme.
Envió la imperiosa orden, completamente concentrado en encontrar un vinculo mental con ella. No paró hasta estar seguro de haber conectado, de que sus palabras habían penetrado cualquier barrera que los separara y encontrado el camino hasta su alma.

Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary