Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 17


Diecisiete

El agua goteaba lentamente desde el techo de la caverna, cayendo en pequeños regueros por las paredes, hasta formar los distintos estanques distribuidos por la estancia. Mezclada con la fértil tierra rojiza, adquiría una apariencia sanguinolenta en la superficie, agitada por las burbujas y el vapor. En algún lugar apartado, una roca se desprendió, rebotando sobre las pétreas paredes. Después todo volvió a quedar en silencio.
Darius se dio cuenta que estaba tumbado en el suelo, se sentía pesado y entumecido. Un hambre voraz le corroía las entrañas. Dolor; estaba flotando en un mar de dolor. Algo lo mantenía clavado al suelo, pero no tenía la más ligera idea de lo que había sucedido ni de dónde se encontraba. Giró pesadamente la cabeza, sorprendido ante la dificultad del pequeño gesto. Su mente parecía estar nublada y reaccionaba con lentitud. Tardó unos instantes en enfocar la visión y, al hacerlo, la mano que estaba apoyada sobre sus labios cayó como un peso muerto sobre su pecho. Su alma gritó de miedo y dolor, desgarrada. El sonido se extendió por la caverna, hasta transportar al mismo cielo el profundo tormento de Darius. Cogió la muñeca de Tempest y rápidamente cerró el horrible corte con el que le había salvado la vida.
—Nena, nena, ¿qué has hecho? —Se estremeció mientras la atraía hasta su cuerpo y posaba la mano sobre su corazón que latía de forma muy irregular. Tempest respiraba afanosamente y el corazón estaba apunto de detenerse. La pérdida de sangre era mortal. Estaba muriendo.
Sin pensárselo dos veces, se abrió una herida en la muñeca y la presionó sobre la boca de su compañera. Una pequeña cantidad de sangre la mantendría con vida hasta que tuviese oportunidad de alimentarse y le proporcionara el volumen necesario. Tenía la mente en blanco. Tan sólo rezaba; no podía morir, él no permitiría que lo abandonase. No podía morir. Se lo juró a si mismo, a Dios. La sumió en un profundo sueño, ordenándole mantenerse con vida, obligándola a que su cerebro analizara la orden y la cumpliera; empleó toda su voluntad y poder en la orden. Y le dejó muy claro que en esto no podía desafiarlo.
Cuando fue capaz de apartarse de ella, se lanzó hacia el aire para ir en busca de una presa. No buscaba nada en concreto; se alimentó rápida y vorazmente, dejando caer descuidadamente a sus víctimas al suelo, una a una, antes de que la pérdida de sangre les costara la vida. En su mente sólo existía un pensamiento: volver junto a Tempest. No le importaba si alguien más vivía o moría. Tan sólo ella; toda su voluntad estaba centrada en mantenerla atada a este mundo, junto a él.

En esta ocasión, con fuerzas renovadas, la cogió en brazos y la acunó contra su pecho. Se abrió una herida sobre el corazón y la alimentó con ternura, asegurándose de que bebía lo suficiente para permanecer con vida. Cuando comenzó a responder al sustento, intentó alejarse de él. Se limitó a sujetarla con más fuerza. Lo obedecería; esta vez no podía ser de otro modo. Le había concedido más libertad de la que jamás habría pensado que una mujer pudiese tener. Nunca antes había sometido su voluntad, pero esta vez no tenía otra opción. Estaban en juego sus vidas, sus almas. Si ella moría, estaba condenado. No podría entregarse al amanecer sin buscar venganza; todo el mundo la sufriría; un horror como jamás nadie había contemplado. Elegiría deliberadamente la maldición, sucumbiría a la oscuridad para poder llegar hasta aquéllos que la habían apartado de él.
Cuando estuvo seguro de que había tomado el volumen de sangre necesario, introdujo la mano lentamente para separarla de su pecho, cerró el corte y la tumbó sobre el suelo. Tendría que limpiar todo rastro de sangre de sus cuerpos antes que ella despertara. Cerró los ojos, y se ocupó de curarse las heridas desde el interior de su cuerpo. La lesión de la cadera era bastante fea; la bala había destrozado el hueso y el daño era mucho mayor de lo que le hubiese gustado. El muslo no fue tan complicado de sanar; pudo reparar los tejidos, las venas y las arterias y no le llevó demasiado tiempo. Incluso pudo bañarse en uno de los estanques antes de cambiarse los emplastos de tierra y saliva, mezclados en esta ocasión con hierbas sanadoras.
Tempest comenzó a removerse inquieta. Se acercó rápidamente a ella, tumbándose a su lado y rodeándola con los brazos. Le apoyó la cabeza sobre su pecho y esperó. Las largas pestañas se agitaron, pero no abrió los ojos. Darius dibujó con la yema de un dedo el contorno de la suave mejilla, deslizando la palma de la mano hasta la base del cuello para sentir el pulso.
—Despierta, cielo. Necesito que abras los ojos —le dijo en una mimosa caricia.
—Me lo estoy pensando —contestó ella con voz cansada.
—¿Pensándolo? —repitió él—. Me has quitado siglos de vida con el susto que me has dado, ¿y te paras a pensar si abrir o no los ojos?
—Antes dime qué aspecto tengo —dijo con un hilo de voz.
—Estás diciendo tonterías —la voz de Darius era mágica, ronca y acariciante.
—¿Me han crecido los dientes? ¿Tengo pinta de bruja? No me siento trastornada, pero nunca se sabe —alzó los párpados y lo miró. Había diversión en las profundidades de esos ojos verdes—. Puede que lo esté, ya sabes.
—¿Estar cómo? —era tan hermosa que le robaba el aliento.
—Desquiciada, ¿es que no me estás prestando atención? Después de todo, he elegido pasar la eternidad chupando el cuello a los hombres.
—¿Chupar el cuello de otros hombres? —Darius por fin volvía a respirar con normalidad. Su corazón latía de nuevo a su ritmo normal—. Jamás, bajo ninguna circunstancia se te ocurrirá chupar el cuello de ningún hombre; a no ser, claro está, que se trate del mío. Soy un hombre muy celoso, nena; muy, muy celoso.
—¿Por qué no tengo apetito? ¿No necesito sangre ahora? —Giró la cabeza para mirarlo de nuevo. El rostro de Darius volvía a tener un aspecto saludable, y sus ropas estaban de nuevo inmaculadas. ¿Cómo lo conseguía? Bueno, no le importaba demasiado. Estaba tan cansada, que lo único que quería era dormir—. Todavía no acaban de gustarme los lugares cerrados. Pensaba que me despertaría con un deseo irrefrenable de colgarme cabeza abajo, como si fuese un murciélago o algo así. —Bromeaba. Pero Darius captó la preocupación, Tempest estaba desesperada por que él no lo notara. Enterró los dedos en la melena cobriza, masajeando el cuero cabelludo.
—Lo superaremos, Tempest. No puedo creer que arriesgaras tu vida de esta manera. Cuando te recuperes, te diré un par de cosas. Ya sabías que había tomado una decisión, y deliberadamente, te pusiste en peligro. Tardaré siglos en olvidarlo. —Jamás olvidaría el valor que había demostrado, el acto de amor que le había dedicado. A él. Su corazón se derretía a la par que latía enloquecido al pensar en lo que podía haber pasado.
—Deja de darme sermones, Darius —contestó Tempest con voz baja, apretándose el estómago con la mano—. ¡Oh, Dios! Me siento mal.
Al instante, Darius colocó la mano sobre el estómago de Tempest y percibió los espasmos y las crecientes oleadas de calor. Maldijo en voz baja mientras ella lanzaba una bocanada de aire a la vez que chillaba de dolor. Dio un respingo y se apoyó de nuevo sobre él. Darius entrelazó sus manos.
—Ha comenzado, amor mío. Estás sufriendo la conversión —unió sus mentes, apoyándola y soportando todo el dolor que fue capaz de aguantar.
La primera oleada duró unos minutos. Pero pareció una eternidad. Darius sudaba copiosamente y lanzaba juramentos en todas las lenguas que conocía. Cuando Tempest se quedó tranquila, le secó las gotas de sudor que cubrían su frente con dedos temblorosos. Ella se humedeció los labios, el dolor empañaba su mirada.
—Si me abandonas durante el primer siglo de nuestra vida en común, después de haberme hecho pasar por esto, te juro que te perseguiré como a un perro sarnoso. Ellas me dijeron que sería doloroso. Recuérdame que les comente que eso es quedarse cortas.
—No estarán vivas para que les cuentes nada —amenazó, acariciando los mechones ahora empapados de sudor y pegados a la piel. Quería estrangular a Syndil y a Desari por haber metido las narices donde no debían. Tempest se abrazó a él con más fuerza, tenía de nuevo el cuerpo tenso. La mantuvo sujeta mientras se retorcía y se estiraba una y otra vez. Un dolor abrasador le recorría los músculos y los huesos; le exprimía los pulmones y el corazón, reformando el código genético, ordenando las células de acuerdo con su nueva naturaleza. El dolor era tan intenso que el color desapareció de su rostro aunque Darius la ayudaba a soportar la agonía.  De nuevo, la oleada pasó, alejándose poco a poco y dándole otro respiro. Sin darse cuenta, le había clavado las uñas profundamente en los brazos, inmersa en los tremendos dolores.
—¿Puedes hacer que pare, Darius? —la pregunta escapó antes de que pudiera pensar lo que le pedía. Sabía que si estuviese en su mano, él le evitaría cualquier tipo de sufrimiento—. Perdóname, no quise decir eso —susurró con voz ronca, alzando la mano para acariciar con dedos trémulos aquellos labios perfectamente cincelados—. Puedo aguantarlo, de verdad. Sé que puedo superarlo. —Pero de nuevo el dolor comenzaba, aquella sensación de calor al rojo vivo que amenazaba con arrebatarle la cordura.
Darius no podía creer que ella estuviese intentando sosegarlo en mitad de aquella agonía. Lo único que podía hacer era abrazarla y sentirse como un inútil, con los ojos anegados de lágrimas, rezando una y otra vez, implorando misericordia; no se apartó de su mente ni un solo instante. Tempest quería gritar, gritar hasta perder el sentido, pero de su garganta no brotaba el más leve sonido. Estaba a punto de vomitar y un reflejo involuntario, provocado por el pudor, la llevó a alejarse todo lo que pudo de él, arrastrándose sin mirar hacia dónde iba; pero sus mentes estaban tan estrechamente unidas, que Darius supo al instante lo que ocurría. Era el proceso lógico: el cuerpo de Tempest intentaba, desesperadamente, librarse de las toxinas, de los últimos vestigios de fluidos humanos y de la sangre. Volvió a sujetarla mientras por su rostro corrían lágrimas de sangre. Jamás había deseado que ella pasase por eso, que pasara por el infierno de la conversión. Le resultaba muy difícil respirar, todo su cuerpo se rebelaba en protesta por el atroz sufrimiento del que sólo él era culpable. Tempest parecía tan débil y frágil entre sus brazos que daba la impresión de estar a punto de romperse en pedazos.
Quédate conmigo, amor. En unos cuantos minutos todo pasará y podré ayudarte a dormir, ya no sentirás dolor. Quédate conmigo, por favor.
Aun con el fuego desgarrándola, con todos los músculos luchando y retorciéndose espasmo tras espasmo, Tempest intentó reconfortarlo. Con las yemas de los dedos rozó levemente su cuello antes de que la mano cayera inerte. Darius dejó escapar un sollozo, estaba tan tenso que podría jurar que su corazón se había partido en dos.
En cuanto pasó el peligro de que ella se ahogase en su propio vómito o a causa de las hemorragias, la sumió en un sueño profundo para que su organismo acabara por sí mismo de adaptarse a los cambios. La mantuvo abrazada, con la mente firmemente inmersa en la de ella para asegurarse de que no le ocurriera nada. Cuando el proceso de conversión finalizó y se convenció de que estaba a salvo, le quitó la ropa, que estaba en un estado lamentable, y la lavó con cuidado y ternura.
Exhausto y destrozado por el horrible trance que había pasado su compañera, se quedó sentado durante un buen rato. Su mente, normalmente tranquila, estaba sumida en el caos. Jamás se había planteado que alguien lo amara lo suficiente como para atravesar los fuegos del infierno por él. El sacrificio de Tempest lo dejó derrotado. La besó, acariciándola casi reverentemente antes de abrir la tierra. La ayudó a dormir el sueño de los inmortales mientras cerraba la tierra sobre ella para que sanase.
En cuanto estuvo profundamente enterrada, miró hacia el túnel que llevaba de vuelta a la superficie. Sus ojos negros ahora eran gélidos y crueles. Sintió la bestia cobrar vida en su interior, y no la detuvo. En las profundidades de sus ojos aparecieron las llamas rojizas que acompañaban su estado de ánimo más oscuro.
No había dado caza a esos asesinos meses atrás, tras el ataque a Desari, y éste era el resultado. En aquel entonces, dio la espalda a su instinto, que le inducía a buscarlos y destruirlos; prefirió seguir los dictados de la prudencia: mezclarse con la gente, integrarse en la sociedad humana de modo que no llamasen la atención. No obstante, ahora Darius no tenía ninguna duda; no quedaba ni un atisbo de civilización ni en su cuerpo ni en su alma. Protegió la caverna con los hechizos más poderosos que jamás había usado; estaba decidido a que nadie, ya fuese humano o miembro de su raza, se acercara a Tempest mientras dormía. Si alguien lo intentaba, moriría. Se desplazó a través del túnel saliendo al exterior como un vendaval. La rojiza neblina de la venganza ofuscaba su mente.

El concierto había acabado. Syndil y Desari se encontraban a salvo en una habitación fuertemente custodiada; Cullen estaba con todos ellos. Repentinamente todos dejaron de hacer lo que tenían entre manos y se pusieron tensos, intercambiando una larga y elocuente mirada. Julian echó un vistazo al cielo a través de la ventana.
—Se ha despertado. No habrá forma de detenerlo. Ha decidido destruir a todos aquellos que se llevaron a Tempest. —Parecía muy satisfecho y con mucha calma se inclinó para depositar un beso en los labios de Desari. Después salió, seguido de Dayan y Barack a la terraza de la suite. Dayan tomó impulso y saltó en el aire.
—Es bastante irónico que ahora dejemos a nuestras mujeres con el humano. —Su cuerpo se había transformado mientras saltaba y ahora aparecía cubierto de plumas con las enormes alas extendidas.
—Nuestras mujeres son capaces de manejar a un humano —gruñó Barack mientras se unía a Dayan en el vuelo; también había elegido la forma de un búho para cruzar el cielo y llegar junto a su líder—. Syndil, no te acerques a ese rubio casanova. Si te pillo haciéndole ojitos, sufrirá lo indecible.
—¡Vaya! Resulta que ahora podemos manejar a un simple humano. Eso me gusta. Entonces, si tengo que llevármelo al dormitorio más próximo no podrás protestar.
—No me obligues a matarlo. Darius se ha encariñado con él, aunque no entiendo la razón.
—¿Barack? —Syndil se mantuvo en silencio un instante buscando las palabras que mejor expresasen sus preocupaciones—. Ten mucho cuidado, por favor. No me gustaría que Desari tuviera que llorar por ti.
Barack contestó riéndose suavemente, acariciando la mente de Syndil.
Y quieres que crea que tú no llorarías ¿verdad? Nunca me he visto como un ángel, pero la paciencia que estoy demostrando contigo me llevará a los altares.
—No puedo imaginar que alguien te confunda con un ángel ni con un santo. —Y de nuevo dudó—. Ten cuidado, Barack. Percibo la intensidad de Darius. La oscuridad lo domina. No habrá marcha atrás, sea cual sea el peligro.
—Su compañera ha elegido ser de los nuestros. ¿Es que no percibiste la agonía de Darius al verla sufrir? —preguntó con una cierta censura. Sintió las lágrimas agolpándose en los ojos de Syndil.
No me lo recuerdes. Darius nos obligó a compartir el resultado de nuestra intromisión. Tempest ha sufrido mucho.
—Ya pasó, cariño. —Ser el culpable de sus lágrimas le partió el corazón—. Conseguiremos que Darius se olvide de su enfado y todos volveremos a la normalidad —le aseguró Barack.
Darius está verdaderamente enfadado con nosotras. Tardará mucho en perdonarnos.
Quería volver para consolarla. Como no podía hacerlo, le envió oleadas de cariño y de amor. Ya sabía que Darius estaba furioso, letalmente furioso. Y también sabía de lo que era capaz en aquel estado; las mujeres no podían llegar a imaginarlo. Era un enemigo implacable e inmisericorde. Su mujer, la que moraba en su alma, acababa de atravesar un verdadero infierno, y eso, no sería capaz de perdonarlo fácilmente. Barack se apresuró, atravesando el cielo para unirse al cazador.
Una vez que llegaron junto a Darius, Julian hizo un gesto señalando el suelo para detenerse un instante. Principalmente quería comprobar por sí mismo el estado de Darius, la gravedad de sus heridas. En realidad, los tres querían protegerlo. Había estado a un paso de la muerte. La gélida mirada de Darius se posó impaciente en Julian.
—¿Qué pasa?
Se habían detenido en un huerto no muy lejano al lugar donde Darius había conseguido desviar al coche de la carretera. Julian se había encargado de hacer estallar el vehículo. El fuego ya estaba controlado y la policía comenzaba a abandonar el lugar en esos instantes.
—Cullen me contó que un tal Wallace llegó no hace mucho desde Europa. Él fue quien azuzó a los miembros de la Sociedad y sobre todo a Brady Grand, en contra de la banda, de Julian y especialmente de Desari —informó Dayan mientras estudiaba atentamente la expresión de Darius. Estaba demacrado, y su talante no era nada amistoso. Tenía una mancha de sangre en la cadera y otra, mucho más grande, sobre el muslo. Dayan miró inquieto a Julian y Barack pero evitó hacer cualquier comentario. La mirada de Darius delataba la furia que sentía. La luna, que estaba cubierta de un extraño resplandor púrpura, se reflejaba en sus ojos y desde aquellas insondables profundidades emergían llamaradas provocadas por la furia más elemental. Nadie podría controlar a Darius; era un depredador en estado puro. No dejaría escapar a su víctima.
—¿Has oído hablar del tal Wallace? —preguntó a Julian.
—Hace unos cuantos años, hubo un hombre que amenazó y persiguió a nuestro Príncipe, a su compañera y a su hermano. Torturó a humanos y a miembros de nuestra Estirpe por igual. Se llamaba Wallace, pero fue destruido. Sé que pertenecía a un grupo de fanáticos; supongo que deben ser familia puesto que también es europeo el que nos ocupa ahora. Debe ser el cabecilla de la Sociedad.
—Estos lunáticos son como Medusa. Les cortas la cabeza y otra aparece en su lugar. Al menos, si atrapamos a éste, tardarán un tiempo en reagruparse de nuevo —dijo Darius en voz baja—. Tendremos algo más de tiempo para reunir información.
Julian asintió seriamente.
—Los cazadores de vampiros han sido una plaga en Europa durante miles de años. Y mientras nuestros hombres sigan transformándose en vampiros, existirá gente que sospeche y nos persiga a todos, sin distinciones.
—Quizás la solución esté en descubrir todo lo que podamos sobre estos locos y darles caza —sugirió Darius sin traza de humor.
—Ya tenemos gente recabando información. Han desarrollado un veneno en uno de sus laboratorios; si es inyectado en el cuerpo de uno de los nuestros, le paraliza por completo —informó Julian de pasada—. Nuestro sanador -o sea, tu hermano- ha encontrado el antídoto. Pero estos tipos están decididos a todo. Aunque acabemos con Wallace vendrán otros más y continuarán desarrollando otro tipo de sustancias y venenos para atraparnos.
—No te equivoques Julian —replicó Darius con voz amenazante y tranquila—; no tengo «intención» de destruir a Wallace, «voy» a destruirlo. Si con eso conseguimos un respiro, que así sea. Si no es así, seguiremos adelante con nuestro deber.
—¿Tienes el rastro de nuestra presa? —preguntó Julian.
—Apesta. Esta noche no escapará a su destino.
—Tu compañera sigue con vida —apuntó Dayan con cautela, consiguiendo que Darius girara bruscamente la cabeza y le dedicara una mirada cargada de las más abyectas intenciones.
—Soy muy consciente del estado de mi compañera, Dayan. No hace falta que me lo recuerdes.
—Tempest es una de esas mujeres especiales que jamás guarda rencor por nada —dijo Julian sin dirigirse a nadie en concreto—. Es muy difícil imaginársela haciendo daño aunque fuese a una mosca.
—Muchas gracias por señalarme ese detalle, Julian —espetó Darius mientras saltaba y comenzaba a surcar el cielo. Eran muy pocos los que podían hacer semejante demostración de poder. Su cuerpo se había disuelto al instante en diminutas gotas de vapor de agua y ahora se desplazaba en forma de bruma. Julian se rió quedamente y le siguió ya que no quería ser menos que su cuñado. Dayan encogió sus poderosos hombros, sonrió a Barack, y tomó carrera para impulsarse. Barack movió la cabeza y les siguió. Necesitaban a alguien que impusiera cordura, y ése era él.
La oscura y amenazante nube se hizo más espesa a medida que los jirones de vapor se reunían para surcar con rapidez el cielo salpicado de estrellas. Bajo ellos, los animalillos se apresuraban a esconderse en sus madrigueras. Percibían la oscuridad de los depredadores que se movían sobre sus cabezas y preferían pasar desapercibidos en los árboles o bajo tierra. La nube se detuvo bruscamente, como si el viento hubiese dejado de soplar. Darius dejó que la suave brisa le rodeara, traspasándole; enseguida le trajo el hedor de su presa, informándole del lugar exacto donde debía dirigirse. Había captado el olor de los compañeros de Brady Grand cuando fueron atacados en el campamento y jamás podría olvidarlo.
Allá a lo lejos, oculta en la falda de una colina, se elevaba la casa principal de un rancho. A primera vista parecía desierta, pero no había forma de detener al viento que llevaba hasta los cazadores el rastro de sus presas. La nube se movió de nuevo lentamente, extendiéndose sobre la colina como una mancha oscura en el cielo. El viento comenzó a soplar con fuerza y habría arrastrado lejos a la nube si ésta hubiese sido una de las muchas que cruzan el cielo. En lugar de ello, permaneció sobre el lugar, presagiando muerte y destrucción.
El viento sacudió las ventanas de la casa en busca de una posible entrada, sopesando los puntos débiles. La intensidad aumentó, y los cristales comenzaron a vibrar mientras las contraventanas golpeaban con fuerza. En la parte sur del edificio, alguien abrió una ventana en la planta baja para cerrar los postigos. La nube se movió rápidamente. Descendió del cielo y se introdujo en la casa a través de la ventana abierta, expandiéndose en la habitación y convirtiéndose en una sofocante humareda. El hombre, que estaba intentando cerrar la ventana, se tambaleó hacia atrás con la boca abierta. No emitió ningún sonido; el espeso vapor se introdujo en su cuerpo, robándole el aliento y extrayendo el aire de sus pulmones.
Uno a uno, los cuatro cazadores retomaron sus formas humanas. Darius ni siquiera se detuvo; analizaba todos los ruidos de la casa. Había cuatro hombres jugando al billar en una habitación, tres puertas a la derecha. Sobre ellos, se movían otros dos en el piso superior. Alguien veía la televisión en el piso de arriba a la derecha de donde ellos se encontraban. Darius se deslizó en silencio a través de la casa, acechando sigilosamente a sus víctimas, como un depredador.
En la planta baja, dos hombres estaban cómodamente sentados charlando en una amplia estancia. Los militares que esperaban a Tempest; aguardaban a una mujer indefensa a la que podrían torturar a placer mientras esperaban que cualquiera de los «vampiros» llegase en su busca. Cada uno de ellos llevaba consigo una jeringuilla; Darius lo sabía, pero le traía sin cuidado. Lo único importante era el hecho de que esos hombres habían intentado hacer daño a su compañera y a su hermana. Nada podría contenerle.
Se detuvo en el hueco de la puerta que llevaba a la sala de billar. Sus ojos lanzaban destellos rojizos y los colmillos brillaban a la luz. Los hombres se giraron al unísono, como si de una coreografía de ballet clásico se tratase. Todos se llevaron las manos a los oídos al mismo tiempo, mientras Darius les dirigía una amenazadora y divertida sonrisa. Continuó aumentando la presión, aplicando más dolor de forma calculada y cruel. Los hombres cayeron de rodillas a la vez.
—Caballeros, creo que me buscaban —dijo con voz suave y semblante implacable. Ejercía un férreo control sobre sus emociones, de modo que daba la falsa impresión de ser un hombre frío. Observó cómo morían los cuatro soldados sin inmutarse, dedicando un breve pensamiento al hombre que tuviese que explicar las muertes de cuatro soldados, causadas por otros tantos aneurismas cerebrales que habían tenido lugar al mismo tiempo. No tardó en apartar a las víctimas de su pensamiento.
Julian, Dayan y Barack, podían encargarse de los que quedaban en la planta baja. Darius se movió, adoptando la forma de un viento ponzoñoso y gélido, hasta la otra parte del edificio, donde sabía que encontraría al cabecilla de la organización. Se desplazaba con tanta rapidez que uno de los militares, que se dirigía a la sala de juegos, chocó contra él sin percatarse de lo que sucedía; el tipo se tambaleó hacia atrás, miró a su alrededor rascándose la cabeza y continuó su camino. Darius lo dio por muerto. Julian había sido testigo del intento de asesinato de Desari. Unos cuantos hombres similares a ése habían acribillado el escenario con sus ametralladoras y Julian había conseguido salvar a su recién encontrada compañera. A pesar de su mordaz sentido del humor y de su actitud socarrona, Julian era tan letal como Darius; simplemente sabía ocultarlo mejor. Su cuñado no permitiría que ninguno de aquello asesinos saliera con vida de la casa.
La enorme sala de estar tenía techos altos y una gran chimenea de piedra adosada en uno de los muros. Mullidos sofás y sillones estaban dispuestos junto al fuego invitando a largas y tranquilas conversaciones. Dos hombres se encontraban cómodamente sentados en sendos sillones, bebiendo café mientras esperaban a su víctima. La impresionante figura de Darius ocupó el hueco de la puerta y allí permaneció, esperando. El mayor de los dos hombres debía ser Wallace. De complexión mediana y pelo gris, rostro frío pero apuesto y ojos inexpresivos. Su compañero era unos veinte años más joven, tenía el pelo oscuro y estaba deseando probarse a sí mismo. Darius sondeó sus mentes. La de Wallace era de naturaleza perversa, y enferma; un hombre cruel con los animales y también con las mujeres. Se divertía haciéndoles daño y se excitaba cuando era testigo de las torturas a las que sus víctimas eran sometidas. Este Wallace era el padre del que fue asesinado en Europa años atrás, el heredero de la crueldad de este hombre. El odio estaba profundamente arraigado en su alma y se relamía anticipando la satisfactoria y agradable sesión con Tempest. Las desviadas fantasías que su mente evocaba despertaron el demonio del interior de Darius de tal modo, que le resultó muy difícil controlarlo. Pero ganó la batalla, lo mantuvo sujeto como pudo.
Como ninguno de los dos alzaba la mirada, situación que Darius encontró francamente divertida dadas las circunstancias, se aclaró la garganta para llamar su atención.
—Creo que mi presencia era requerida en este lugar. No hacía falta que me enviasen ese tipo de invitación. Aunque ahora que les he visto y he apreciado la podredumbre de sus mentes, entiendo por qué lo hicieron —su voz era pura y hermosa. Un arma poderosa manejada con destreza por un hechicero—. Por favor, no es necesario que se levante —le dijo al más joven de los dos—. Tengo asuntos que tratar con su jefe.
Alzando una mano, estampó descuidadamente al soldado de nuevo en el sillón manteniendo su mente bajo control con facilidad. Wallace contempló al hombre alto y elegante que estaba de pie en la entrada. El cabello azabache le llegaba justo hasta los hombros. Los ojos le brillaban con destellos rojizos, semejantes a los de un demonio. Exudaba poder y sus dientes brillaban con cada sonrisa. Era inusualmente educado, pero Wallace percibió la amenaza que se escondía bajo aquella pulcra superficie. Físicamente era muy apuesto, un ejemplar intensamente masculino, de sensualidad tan perceptible como la crueldad que reflejaba el rictus de sus labios. El corazón de Wallace comenzó a latir alarmado. Apretó con fuerza los puños.
—¿Quién es usted?
—Creo que la pregunta correcta sería ¿Qué soy? ¿Ha tenido usted algún encuentro con un vampiro, señor Wallace? —preguntó Darius educadamente—. Puesto que se ha tomado tantas molestias para invitar a uno a su hogar, supongo que debe tener una idea bastante aproximada de lo que va a suceder.
Wallace lanzó una rápida mirada a su compañero que se encontraba paralizado en el sillón por el simple capricho del desconocido. Decidió continuar con la misma formalidad con la que el extraño se dirigía a él, esperando poder pillarle desprevenido en mitad de la conversación. La casa era un hervidero de soldados y alguno llegaría tarde o temprano. De todas formas, tenía un arma secreta en su poder; si pudiese conseguir que el vampiro se acercara lo suficiente…
—Pase, por favor —dijo haciendo un amplio gesto con la mano para indicarle que se sentara en una silla próxima. Darius sonrió, mostrando de nuevo los colmillos; las llamas rojizas brincaban en las profundidades de sus ojos. Pero no se movió.
—Ante todo, seamos educados. Estoy seguro que esa fue su intención cuando envió a sus asesinos tras mi mujer. No se moleste en negarlo. Me resulta muy sencillo leerle el pensamiento.
Wallace decidió defenderse con un descarado argumento.
—La depravación se paga con la misma moneda. Conozco a los de su raza, sé de lo que son capaces. Otros como usted mataron a mi propio hijo y asesinaron a mis dos cuñados. Sí, lo confieso, planeaba pasar un buen rato con la chica. Es bastante bonita y habría sido… delicioso.
Darius alzó la mano y observó sus uñas con atención. Una a una, se alargaron hasta tomar la forma de cinco afiladas garras. Sonrió de nuevo con la satisfacción de un depredador y buscó la mirada de aquel mezquino individuo, utilizando sus ojos con la misma efectividad de un puño que se incrustase en su cráneo hasta llegar al cerebro. Wallace sintió un dolor tan brutal que se llevó las manos a ambos lados de la cabeza y presionó con fuerza. Percibió el enorme poder del desconocido y sus entrañas se convirtieron en gelatina. Darius entró a la habitación deslizándose sobre el suelo con un movimiento fluido, con la gracia de un felino; los poderosos músculos se destacaban claramente bajo la elegante camisa blanca. Su presencia llenaba por completo la habitación, absorbiendo el aire.
—Veo que incluso ha decorado las ventanas con ristras de ajo, ¿acaso cree que la verdura puede afectarme de algún modo? ¿Quizá piensa que el ajo tiene la facultad de debilitarme?
—¿Y no es así? —preguntó Wallace con intención de ganar tiempo. El destello de los colmillos de Darius fue su única respuesta. Se acercó a la chimenea y alargó un brazo para tocar el enorme crucifijo de plata colgado sobre el hogar.
—Parece disponer de todos los recursos necesarios para capturar a un vampiro —Wallace contemplaba a Darius totalmente horrorizado. Súbitamente fue consciente del silencio que envolvía toda la casa y lanzó una mirada ansiosa a la puerta. Darius se acercó aún más— ¿Qué es exactamente lo que quiere averiguar sobre mí? Ésta es su oportunidad, no la deje pasar.
Wallace sacó de un tirón la jeringuilla que tenía escondida en el bolsillo y la hundió profundamente en el brazo de Darius. Una vez inyectado todo el líquido, se alejó rápidamente hacia atrás con una sonrisa triunfal en los labios.
—¡Ah, cierto! El veneno que tanto les ha costado desarrollar —dijo Darius en voz baja, sin el menor rastro de preocupación—. Es difícil saber si realmente funciona, a no ser que se pruebe, claro está. Observemos juntos los efectos —dijo clavando la despiadada mirada en Wallace—. Usted cree ser un científico, ¿no es así, señor Wallace?
El hombre asintió lentamente sin apartar los ojos del ser que él consideraba un vampiro. Darius se alzó poco a poco la manga de la camisa, dejando al descubierto los voluminosos músculos de su brazo. Miró fijamente su piel y al instante, unas pequeñas llamas se extendieron por la superficie expuesta. Wallace reprimió un chillido al contemplar cómo las doradas gotas del veneno comenzaban a abandonar el cuerpo de Darius a través de la piel, cayendo al suelo en pequeños regueros.
—Interesante ¿verdad? —preguntó Darius con un ronroneo amenazador—. Debería haber conocido mejor a su enemigo antes de atreverse a lanzar un desafío, señor Wallace. Es un mal negocio salir de caza sin conocer a fondo a su presa.
—¿Dónde está la mujer? —la pregunta hizo que Darius alzara una ceja.
—¿Es tan arrogante que me cree capaz de dejar que sus ridículos asesinos se lleven lo que es mío? Sospecho que usted está más interesado en el paradero de sus hombres.
Wallace suspiró y se mesó el cabello dejando la mano sobre la nuca.
—¿Dónde están?
—Puede reclamar lo que quede de ellos en el depósito de cadáveres —contestó despreocupadamente Darius.
—Supongo que el resto de mis hombres también han sido destruidos —aventuró Wallace. Darius sondeó la casa y sonrió satisfecho.
—He de admitir que su estado de salud es actualmente bastante… precario. Debería elegir sus acompañantes con más cuidado, señor Wallace —los desvaídos ojos del anciano brillaron con repentina malicia.
—Veo que usted tampoco ha salido ileso. Está sangrando.
Darius sonrió otra vez dejando a la vista los colmillos.
—No es nada, un simple arañazo. Mi cuerpo sanará sin dificultad; no obstante, gracias por interesarse.
Darius recibió un siseo del hombre como respuesta.
—Tiene intención de asesinarme.
Los brillantes ojos de Darius se deslizaron sobre Wallace abrasándole como un río de lava.
—Será un gran placer, señor Wallace. Yo protejo a los míos. Le dejé marchar la última vez que amenazó a mi familia, pero parece ser que está impaciente por poner fin a su miserable existencia. No tengo más remedio que satisfacer su deseo.
—Volveré a Europa y lo dejaré tranquilo.
Darius negó con un lento movimiento de cabeza.
—Ha permitido que sus hombres posaran sus asquerosas manos sobre mi mujer. Ha intentado violarla y torturarla. Y no porque creyera que se trataba de un vampiro, sino por el mero placer que iba a obtener durante el proceso. Usted me convocó y ahora tiene lo que deseaba.
Wallace echó un rápido vistazo al joven que le acompañaba; él mismo le había elegido para que fuera su sucesor. Tenía pensado transmitirle todo lo que él sabía, puesto que su naturaleza era igual de depravada que la suya propia.
Darius había captado imágenes en la mente del tipo, se imaginaba torturando a Tempest y filmándolo todo a modo de película snuff. El hombre no creía en vampiros, pero le atraía la descarga sexual y violenta que la Sociedad podía proporcionarle. Darius estaba inmerso en su mente, contemplando la maldad que compartían ambos mundos; los humanos también tenían seres viles y depravados. Liberó del trance al soldado, que se incorporó al instante intentando arrojarse sobre él; estaba tan confuso que no comprendió que el hombre al que intentaba atacar había poseído el control de su cuerpo durante un buen rato.
Darius se mantuvo tan inmóvil que parecía formar parte del mobiliario de la habitación. Silencioso, vigilante e inalterable. En el último instante, justo cuando las manos del hombre rozaban su cuerpo, se disolvió convirtiéndose en vapor para reaparecer tras el atacante.
—¡Daniel! ¡Detrás de ti! —le advirtió Wallace.
El joven intentó desenfundar el revólver a la vez que giraba; en el mismo instante que sus ojos se posaron sobre Darius, vio cómo el rostro de éste comenzaba a contorsionarse y alargarse hasta formar un peludo hocico. Las manos se convirtieron en patas de afiladas garras que se adelantaron junto a las feroces fauces y desgarraron el pecho de Daniel hasta arrancarle el palpitante corazón.
Wallace se levantó de un salto del sillón y lo apartó de una patada para correr hacia la puerta. Sintió que la elegante figura del extraño se movía hasta colocarse delante de él, impidiéndole la huída. De nuevo, Darius tenía la apariencia de un apuesto humano de ojos impasibles y semblante despiadado. Su camisa blanca estaba impoluta, sin rastro de sangre; al contrario que el cadáver de Daniel, que yacía desmadejado como una muñeca de trapo en mitad de un oscuro charco de sangre. Wallace se detuvo, paralizado, sin atreverse a dar un paso más hacia el terrible enemigo que amenazaba su vida.
—¿No te das cuenta? —siseó—. Soy como tú. Puedo ser tu servidor. Hazme como tú, conviérteme en un ser inmortal —ante esta petición, Darius enarcó una ceja.
—¿Le hace ilusión que podamos ser iguales de algún modo? Algunos miembros de mi Estirpe han sucumbido a la oscuridad, se han convertido en seres diabólicos y viles; no son más que caparazones podridos, sin alma; semejantes a usted. Puede que cualquiera de ellos le concediera su deseo y le alimentara con su sangre infecta mientras le fuese útil para llevar a cabo sus tenebrosos propósitos. Pero yo no soy uno de ellos.
—¿Entonces qué es usted? —susurró Wallace. Ahora escuchaba algo más; el silencio en el que la casa había estado sumida se veía invadido por extraños e insidiosos murmullos que resonaban en sus oídos. Intentó no prestarles atención. No entendía el significado de aquellas palabras, pero supuso que en algún lugar de la casa habría más criaturas como la que tenía enfrente. En aquel momento estaban llamándole, instándole a que acabara pronto con él y regresara junto a ellos.
—Soy el brazo de la justicia. He venido a ayudarle a pasar de este mundo al siguiente, donde tendrá que responder por los horribles crímenes que ha cometido contra mortales e inmortales —le informó Darius con voz pausada, casi amablemente. Mientras tanto, Wallace negaba ferozmente con la cabeza.
—No, usted no puede hacer eso. No puede ¡Soy el líder de un ejército! Nadie podrá derrotarme —dijo alzando la voz al borde de la histeria—. ¿Dónde estáis todos? Estoy en peligro. ¡Proteged a vuestro líder!
Los insondables ojos de Darius no abandonaron el rostro de Wallace, vacíos e inexpresivos no reflejaban ninguna emoción. Hasta que las pequeñas llamas rojizas comenzaron a brillar en sus profundidades alentando el miedo de Wallace.
—No queda nadie con vida —dijo Darius—. Sólo usted. Le sentencio a morir por sus crímenes contra de la humanidad. Permítame, por favor —dijo señalando hacia el rellano de la escalera. Wallace fue incapaz de resistirse a la sugestión.
Paso a paso, en macabra procesión, Wallace se acercó al lugar; su cuerpo se movía preso de continuos espasmos que le asemejaban a una marioneta. Intentó gritar, pero no pudo emitir ningún sonido. Su cuerpo continuaba obedeciendo las órdenes del demonio que él mismo había atraído hasta el rancho. Al llegar a las escaleras, la criatura le indicó con un gesto que continuase. Escalón a escalón, de forma irrevocable, Wallace fue conducido hasta la sala de juegos. Cuando vio a los cuatro hombres sin vida, en el suelo, jadeó. No había marca alguna en los cadáveres que indicara la causa de la muerte. El extraño le indicó que siguiera hasta la puerta del balcón. Bajó él, se levantaba una verja de hierro en forma de afiladas lanzas. Wallace miró fijamente los mortíferos barrotes y luchó para no seguir caminando. Pero sintió el vacío bajo sus pies y al instante cayó. Darius le liberó del trance hipnótico de modo que su grito reverberó en la noche. Miró desapasionadamente el cuerpo sobre la verja, uno de los barrotes le había atravesado el corazón. Permaneció inmóvil un instante, luchando por acallar a la bestia que todavía clamaba por ser liberada, exigiendo venganza y sangre.
Tempest. Evocó deliberadamente su imagen, trasladándola a su corazón y a su alma, permitiendo que su luz apaciguara a la terrible bestia y le ayudara a encontrar el equilibrio entre el hombre racional y el depredador. Ya no era ser un salvaje dominado por sus instintos que reclamaba sangre y venganza, gracias a la imagen de Tempest había recuperado el control. No le quedaba más remedio que regresar junto a ella lo más pronto posible, volver junto a su familia, junto a su gente.
Julian lanzó un pequeño suspiro.
—Debes beber mi sangre, Darius; y entregarte a la tierra para curar tus heridas.
—Supongo que debo darte la razón.
—Decir eso ha debido costarte mucho ¿es que te estás muriendo? —preguntó Julian con una sonrisa afectada.
Una lenta sonrisa curvó los labios de Darius.
—¡Cierra la boca! —le dijo con voz cansada pero con los ojos iluminados por un atisbo de verdadero humor.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
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Gracias por su visita
Mary