Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 11


Once


La noche era lo más increíblemente hermoso que Tempest hubiese visto jamás, clara y ligeramente fresca, con miles de pequeñas estrellas que rivalizaban entre sí, luchando por brillar más que el resto. Respiró hondo y la inundó el aroma de los pinos; una brisa muy ligera llevó hasta ella el perfume de las flores silvestres. El vapor que surgía de la cascada, mantenía limpio el aire a su alrededor. Sentía deseos de correr descalza a través del bosque, maravillándose y recreándose en la belleza de la naturaleza. Durante un momento, cuando alzó los brazos a la luna mostrando su alegría, incluso olvidó que Darius la contemplaba mientras sentía la felicidad que la recorría de la cabeza a los pies. Tempest se concentraba en lo que hacía a cada momento, guardando las sensaciones en la mente y en el corazón, disfrutando al máximo, parecía saber cómo vivir plenamente. ¿Quizás porque en su corta vida apenas había tenido alegrías?, ¿o porque su dura lucha tenía como objetivo la simple supervivencia? Darius rozó su mente, manteniéndose allí como una leve sombra, observando y compartiendo la intensidad del momento. Y lo hizo, lo compartió todo; cada pequeño detalle que la mantenía extasiada. La exquisita belleza de las hojas de los árboles bañadas por la luz de la luna; las gotitas de agua brillando como diamantes al caer en la cascada; los colores que formaba la luz de la luna al atravesar la espumosa cortina de agua; los murciélagos girando y bajando en picado para capturar insectos; incluso se vio a sí mismo como ella lo veía, alto y poderoso, intimidante, profundamente masculino. Con su melena flotando al viento sobre los hombros y su boca… consiguió que esbozase una pequeña sonrisa. Definitivamente, a Tempest le gustaba su boca.
Tempest le dio un fuerte puñetazo en el pecho.
—Borra esa arrogante sonrisa de tu cara. Sé perfectamente lo que estás pensando.
Alzando la mano, aprisionó la de Tempest atrapándola sobre su pecho.
—Me doy cuenta que no intentas negarlo.
Los ojos verdes lo miraron desafiantes, con destellos burlones.
—¿Por qué iba a hacerlo? Tengo muy buen gusto. Casi siempre —añadió enfáticamente.
Darius soltó un gruñido para intimidarla, pero en lugar de asustarla, sólo consiguió una carcajada.
—Atrás, chico. Alguien tan arrogante como tú sin duda puede soportar que le tomen el pelo —y al decir esto, Darius se llevó su mano hacia los labios para morderle los nudillos a modo de advertencia, lo que hizo que las carcajadas de Tempest se transformasen en un súbito chillido de alarma.
—No creas —le indicó mientras sus dientes blancos brillaban como los de un depredador—. Soy como cualquier otro hombre; y espero que la mujer que me ame me adore y crea que soy perfecto.
Tempest soltó un bufido muy poco elegante.
—Aún te queda mucho para encontrarla.
Los irresistibles ojos negros contemplaron ardientes el rostro de Tempest.
—No creo que me lleve tanto, cielo.
—Vete a buscar comida. Hemos quedado con el resto del grupo —dijo Tempest un poco desesperada. No podía mirarla de aquella manera, no era justo.
—Y si me voy, ¿qué harás tú por mí? —preguntó Darius mientras se frotaba el mentón con los nudillos de Tempest. El contacto hacía que a ella le hirviera la sangre.
—Seré una buena chica y esperaré aquí hasta que regreses —le dijo haciéndole una mueca burlona—. No te preocupes tanto, Darius, no soy del tipo aventurero de chicas.
Darius gimió ante la flagrante mentira.
—Si fueses un poco más aventurera, creo que mi corazón no podría soportarlo —le confesó mientras sus ojos la atravesaban—. Obedéceme esta vez, Tempest. No me gustaría volver y encontrarte colgando de otro precipicio.
Tempest giró los ojos.
—¿Qué puede sucederme aquí? No hay nadie en kilómetros a la redonda. Darius, en serio, te estás volviendo totalmente paranoico —y diciendo esto, se alejó a grandes zancadas para sentarse sobre una piedra plana—. Me sentaré aquí y me dedicaré a contemplar la naturaleza hasta que vuelvas.
—La otra alternativa en la que estoy pensando es atarte a un árbol —musitó con una expresión muy seria en el rostro.
—Inténtalo —le desafió Tempest con los ojos echando chispas.
—No me tientes —le espetó muy seriamente. Examinó la roca para comprobar que no pudiese suceder nada, con Tempest nunca se sabía; podía haber una serpiente escondida o una carga de dinamita dispuesta para volarla.
Tempest se rió de él.
—Vete, Darius. ¿Tienes idea de lo pálido que estás? Cada minuto que pasa me da más miedo que me utilices de aperitivo —y balanceando la pierna que tenía cruzada sobre la otra, queriendo fingir indiferencia, parpadeó deseando borrar lo que acababa de decir. No quería darle ideas—. ¿Tienes la más ligera idea de lo insólito que es todo esto para mí?
Darius se alzó sobre ella, alto y tremendamente fuerte.
—Lo único que sé es que quiero verte ahí sentada cuando regrese —una orden. Nada de ese tono acerado, pero suave como el terciopelo. Acero puro esta vez; entre dientes para demostrarle que hablaba en serio.
Tempest le dirigió una inocente sonrisa.
—No se me ocurre qué otra cosa podría hacer.
La besó porque era tan condenadamente tentadora que iba a acabar reducido a cenizas si no lo hacía. Su boca era asombrosamente suave, moldeándose a sus deseos, una mezcla de fuego azucarado y miel templada de la que tuvo muchos problemas para alejarse. El hambre le golpeaba con tanta fuerza que le estaba costando bastante esfuerzo evitar mordisquearle la garganta para probar su sabor, cálido y especiado, y llenarse de él. Sintió que los colmillos se alargaban ante la idea y se apartó de ella dando un respingo. La falta de sueño y la larga noche de actividad sexual habían acabado con su autocontrol. Necesitaba alimentarse.
Tempest se sorprendió, Darius estaba besándola como si le fuese la vida en ello y al instante desapareció, dejando un delgado rastro de vapor que se dirigía hacia el bosque. Observó el liviano jirón de forma distraída pensando si sería Darius o algún extraño fenómeno creado por la altura y la humedad de la cascada. Era todo muy hermoso, a través de los árboles parpadeaban multitud de reflejos coloreados, dando la impresión de ser cientos de luciérnagas en pleno vuelo. Se preguntaba si Darius había percibido el olor de alguna presa y sintió un escalofrío ante el uso que ella misma le dio a esa palabra, «presa».
Respiró una honda bocanada de aire, absorbiendo todos los olores; era sorprendente lo que se podía saber gracias a los aromas. Darius tenía razón, sólo se trataba de quedarse muy quieto y escuchar con todo su ser. Concentrarse. Pero la sensación era abrumadora. Los árboles, el agua, los murciélagos, los animales. Dio unas palmaditas a la roca, dando gracias por que fuese tan sólida. Todo era tan nuevo que parecía que Darius la hubiese despertado para trasladarla desde las entrañas de la tierra hasta un mundo diferente, que esperaba para ser descubierto.
Una nota discordante penetró en este mundo mágico, tan subrepticiamente, de forma tan clandestina, que Tempest apenas si la percibió; a su alrededor era todo tan emocionante, como un verdadero despertar a otra realidad, una visión diferente de la naturaleza. El color del agua la fascinaba particularmente, la forma en que la superficie se agitaba con el viento, levantando olas espumosas. Pero la inoportuna intrusión era bastante persistente, una especie de nota lúgubre, desapacible, algo que desentonaba con la belleza que la rodeaba.
Tempest frunció el ceño y se frotó la frente; empezaba a dolerle la cabeza, un dolor punzante que iría a más si permanecía allí sentada. Se incorporó y con mucho cuidado depositó su peso sobre uno y otro pie, mientras tomaba buena nota de sus alrededores, intentando ver a través de los intensos colores y los precisos detalles, intentando percibir más allá de lo que veía. Súbitamente, empezó a sentir dolor en el pie; se quitó la zapatilla y se puso en cuclillas para frotarse la planta. Pero el dolor que percibía no se debía a los cortes de la noche pasada, no era suyo; lo que sentía era el reflejo de algo o alguien herido. Una repentina quietud cayó sobre el bosque, acallando a los animales. Escuchó el sonido de unas alas al batirse y entendió el por qué del súbito silencio; un búho cazando haría que todos los ratoncillos y los animalillos del bosque se agazaparan en sus madrigueras. Pero los murciélagos seguían con su frenética actividad en busca de insectos, revoloteando sobre ella. Volvió a ponerse la zapatilla, atenta a los sonidos; una vez preparada, se puso de pie. Una pequeña vereda se internaba en la abrupta linde del bosque; comenzó a andar hacia ella, ya que algo la empujaba a seguir en aquella dirección. No iría muy lejos; sólo quería averiguar el origen de la perturbación. A medida que caminaba por la senda, la sensación persistía; en ocasiones, el sendero la introducía en pequeños grupos de matorrales o la hacía caminar entre las zarzas. Bajo las espinas, sentía la presencia de unos conejos agazapados. Permanecieron inmóviles, tan sólo agitando los bigotes.
La nueva intensidad de los colores y los detalles que distinguía, nubló por un instante la necesidad de descubrir el origen del lúgubre sonido. Y se dedicó a contemplar extasiada el cielo cuajado de estrellas y a moverse en círculos admirando la belleza del bosque. Los helechos se hacían más y más altos según se introducía en lo más profundo de la arboleda; los troncos de los árboles que se alzaban hacia el cielo estaban cubiertos de musgo. Deslizó la mano por la corteza de uno de ellos y la variedad de texturas la dejó maravillada.
Se le ocurrió que sus sentidos estaban tan intensificados que ninguna droga podría conseguir el mismo efecto. Siguió caminando por la senda hasta que se detuvo a observar una curiosa formación rocosa; los peñascos estaban cubiertos en un lateral con líquenes y pequeñas colonias de insectos. Tempest miró del nuevo al cielo, estupefacta ante su nueva capacidad de percibir detalles aún cuando los árboles sumieran el bosque en penumbras. El corazón del bosque era un lugar sombrío, pero ella veía perfectamente. Y su oído era muy agudo. Se concentró en el interior de su cuerpo, sentía el estómago ligeramente descompuesto, pero no tenía hambre; la idea de la comida le daba ganas de vomitar; pero tenía sed. Tomó conciencia del ruido del arroyo burbujeando al caer desde las rocas. Dando un rodeo, se encaminó hacia el agua, atravesando la maleza.
Cuando se arrodilló junto a la orilla, percibió de nuevo la nota discordante; esta vez mucho más clara, levantándole un fuerte dolor de cabeza, y sacudiéndola por la intensidad. Algo no estaba bien, y estaba muy cerca de ella. Dolor. Metió la mano en la corriente, ahuecándola para retener el agua, y se la llevó a los labios resecos. Su mente buscaba automáticamente a Darius; necesitaba su contacto. No sabía muy bien por qué, pero si no lo conseguía, aunque fuese un pequeño instante, el terror se apoderaría de ella. Le necesitaba. Y esa idea era bastante alarmante, pero antes de seguir pensando en ello, su mente se unió a la de él; de forma muy ligera, un simple roce, una ligera sombra que se deslizó en el interior de la  cabeza de Darius buscando la tranquilidad de saber que estaba vivo, que estaba bien, que saciaba su voraz apetito. El corazón de Tempest latió de forma salvaje ante la imagen y retiró su contacto mental de inmediato, perpleja por esa necesidad de saber qué hacía, asombrada ante el hecho de que su primer pensamiento hubiera sido el de averiguar si se estaba alimentando de una mujer. Debería estar preocupada por su presa, no celosa de ella, o por lo menos aparentarlo.
Tempest parpadeó e intentó concentrarse. ¿Dónde estaba?, ¿Cómo había llegado allí? Los alrededores no le resultaban familiares. ¿Dónde estaba el sendero? Debería volver hasta la roca donde había prometido esperar a Darius.
—Ya volviste a hacerlo, Rusti —se reprendió a sí misma preocupada por la posibilidad de que Darius utilizara el vínculo mental y percibiera su confusión. Muy despacio, se incorporó y estudió el lugar. No había rastro del sendero— ¿Por qué no tienes el más mínimo sentido de la orientación? —musitó para sí misma, sin querer que Darius recogiera sus pensamientos. No se iba a librar de ésta a no ser que pudiese encontrar la senda y regresar antes de que él lo hiciese.
Decidió seguir el curso del arroyo, sabía que desembocaba en las cascadas cercanas al pequeño claro hacia el cual descendía el precipicio. Si llegara a las cascadas, podría descender hasta el claro; era una idea sensata. Suspirando aliviada, comenzó a caminar con rapidez a lo largo de la orilla de la rápida corriente. El problema se le presentó de forma imprevista; el arroyo giraba en algunos lugares, volviendo a internarse de nuevo en la espesura del bosque. Las zarzas le rasgaban los vaqueros y la vegetación que la rodeaba pareció crecer hasta alzarse de forma alarmante, alcanzando proporciones selváticas.
Mientras continuaba avanzando con premura, el lamento que le hizo ponerse en camino con anterioridad, pareció intensificarse. Sabía que se encontraba muy cerca del origen; un animal herido, lo comprendió con rapidez. Un animal grande que sufría mucho. Tenía una pata herida e infectada y el dolor le resultaba insoportable cada vez que la apoyaba en el suelo para intentar caminar; el aire nocturno vibraba con la intensidad de su dolor que encontraba en Tempest un dispuesto receptor.
Pero el animal no emitía sonido alguno; lo que ocurría era lo de siempre, Tempest era capaz de comunicarse con los animales y escuchaba los gritos de dolor en su cabeza. Intentó ignorarlos, incluso dio unos cuantos pasos más a lo largo de la orilla, pero el malestar del animal era una sensación abrumadora.
—¡Maldita sea!, no puedo dejarlo abandonado a su suerte —discutió consigo misma—. Puede estar atrapado en un cepo, una de esas horribles cosas capaces de romper la pata de cualquier animal para que sufra una muerte espantosa. Sería tan culpable como el que puso la trampa si no le ayudo —Pensaba a la par que se daba la vuelta y seguía resueltamente la dirección de las vibraciones. No captó ninguna señal de la presencia del animal hasta que lo tuvo prácticamente encima. Apartó unos arbustos y vio de repente un enorme puma agazapado en una roca por encima de su cabeza. Unos ojos amarillos la contemplaron con malicia. El felino era tremendamente corpulento y musculoso, aunque se veía delgado y estaba claro que el hambre que padecía igualaba la intensidad del dolor. ¿Cómo es que no lo había notado antes?
Nerviosa, se mordió el labio inferior. Vale. Hasta aquí había llegado, ésta sería la gota que colmara el vaso. Cuando Darius descubriera el problema en el que estaba metida, estaría perdida. El puma la miraba fijamente, totalmente estático, a excepción de la cola que se movía de uno a otro lado. Tempest pensó en salir corriendo, pero después razonó, sabía que el animal lanzaría su ataque si cometía semejante estupidez. Buscó la mente del felino. Hambre. Ira. El puma estaba sufriendo y eso le hacía estar muy enfadado. Tenía algo clavado en la pata que se hundía cada vez más cuando intentaba caminar y cazar. Había intentado sacárselo con los dientes, pero no había tenido suerte; hacía varios días que no comía y el hambre lo hacía todo más difícil. Ahora tenía delante una presa fácil y la observaba con evidente satisfacción.
Tempest intentó calmar al animal, le envió la imagen de que obtendría ayuda gracias a ella; ella le quitaría la astilla; ella le traería carne fresca. Los ojos amarillentos la miraban fijamente, tan sólo esa espectral mirada era capaz de matar. Tempest alejó de su mente la posibilidad de sufrir un ataque y continuó enviando su intención de servir de ayuda. Apartó el miedo para evitar que el puma saltara sobre ella. El animal agitó la cabeza, sorprendido. Tempest sentía su confusión y la necesidad de alimentarse, pero también sabía que la encontraba extraña, inusual y sorprendente. Necesitaba que le quitaran la astilla y ella se concentró en eso, le envió imágenes de la pata curada, con la astilla extraída. Si no le ayudaba, el animal, no sería capaz de cazar y moriría de inanición. Era joven, una hembra; podía tener cachorros por los alrededores y eso la hacía extremadamente peligrosa. El hambre y el dolor obligarían a cualquier animal a golpear con fuerza. Pero la naturaleza de Tempest le impedía marcharse y dejarla desamparada, sin intentar ayudarla. Con anterioridad, se las había arreglado para controlar a algunos perros grandes. Una vez había conseguido conectar con un tigre en el zoológico. Permaneció inmóvil bajo el puma, observando cualquier signo de asentimiento; su paciencia era infinita. Dios le había dado un preciado regalo, y tenía una fe absoluta en él. La gente podía pensar que era un monstruo, pero ella sabía que podía ayudar a los animales, ayudarles de verdad, como en este momento. Comenzó a hablar en voz muy baja, intentando calmar su mente con imágenes de la espina saliendo de su pata y el alivio que le invadiría después. Inundó la cabeza del animal con estas imágenes, manteniendo al felino tranquilo.
La mayoría de los felinos eran curiosos por naturaleza y éste no sería muy distinto, por muy grande que fuese. Lanzaba pequeños gruñidos, pero la decisión de matar y alimentarse de Tempest estaba difuminándose, alejándose de su mente. Quería que la astilla desapareciera, que el dolor se fuese. Tempest aumentó su presión mental, aprovechando la ventaja que el animal le daba, comenzó a enviar ondas e imágenes mentales de su buena intención. El puma se relajó aún más, y entornó los ojos, dejando de mirarla con tanta fijeza, ocultando aquella cruel mirada.
Tempest respiró hondo y con mucha precaución, se acercó un poco, con la mirada volando de vez en cuando a la pata herida. Estaba bastante hinchada y llena de pus.
—Pobrecita —canturreó con dulzura—. Vamos a quitarte esa cosa de la pata.
Mientras tanto, continuaba enviando imágenes del mismo animal aceptando sus esfuerzos de sacar la astilla.
—Puede que te duela, por eso creo que deberíamos dejar claro que no vas a descontrolarte y comerme. A la larga, sería mucho mejor para ti si me dejas que te ayude —ya estaba bastante cerca, casi tocaba al animal.
La herida era mucho peor de lo que había supuesto en un principio; la infección se había extendido y era imposible que ella pudiese ayudar. Suspiró, no quería abandonarla. Siempre existía la posibilidad de que sobreviviera si le quitaba la astilla, profundamente enterrada en la zarpa. El puma sentía ahora más curiosidad al ser consciente de que podía comunicarse con Tempest, y hacerle entender su dolor, el hambre que sentía, sobrecogedora en esos momentos, y su deseo y necesidad de alimentarse.
De forma deliberada, Tempest se concentró, sabiendo que en cuanto el animal sintiese el intenso dolor que le produciría al extraer la astilla, querría dar un zarpazo a cualquier cosa que tuviese delante. Aumentó aún más la curiosidad del animal.
—Desafortunadamente, soy yo. ¿No me encuentras interesante? No has visto a muchos como yo por aquí, ¿verdad? —siguió canturreando Tempest en voz baja. Con un profundo suspiro, inclinó la cabeza para examinar la horrible herida, confiando por primera vez en su suerte al apartar los ojos de la cabeza del animal.

Terror. Un enorme e inconfundible terror. No existía otra palabra que describiese mejor lo que estaba sintiendo en aquellos momentos; el corazón le martilleaba con fuerza en el pecho, a riesgo de explotar. Había dejado a Tempest tranquilamente sentada en una piedra junto a la cascada. ¿Cómo había podido suponer que se quedaría allí tranquila? Y junto a la sensación de pánico, reconoció que en realidad, ni siquiera lo había esperado. La conocía demasiado bien; los problemas la perseguían allá donde fuese. No, más aún, ella se dedicaba a buscarlos.
Ira, una ira negra y espantosa. Una feroz oleada de ira que amenazó con devorarlo. Luchó contra ella y permaneció inmóvil, convirtiéndose en parte la noche como sólo él podía hacer. Su mirada jamás abandonó la mente del puma, atento al más mínimo indicio de ataque sobre Tempest. Sabía muy bien lo rápidos que eran los pumas, y estando herido, éste era aún más peligroso. Podía matar al animal desde aquella distancia; o podía controlarlo mientras Tempest trabajaba. Tenía opciones. Era lo bastante rápido como para apartar a Tempest del peligro antes de que ella misma o el puma supiesen que se encontraba cerca. Pero no hizo nada de eso. Se limitó a escuchar la voz de su compañera; suave, relajante. Con reminiscencias de la letanía sanadora que los suyos usaban. Realmente, estaba consiguiendo que el puma aceptase su ayuda.
Orgullo. Le poseyó sin saber cómo. Un enorme orgullo. Tempest estaba asustada por la situación en la que estaba inmersa, igual que le asustaban los poderes que él poseía, y su naturaleza salvaje e indómita. Pero aún así, estaba decidida a ayudar al animal. Darius estaba en su mente, una estática y oscura sombra; no quería distraerla, pero se internó en ella y comprobó que la concentración de Tempest era absoluta. Estaba totalmente decidida a darle al animal la oportunidad de sobrevivir. Algo creció en su interior, algo que o bien llevaba mucho tiempo enterrado y olvidado o bien nunca había sabido que existía. Una emoción tan fuerte y sobrecogedora, tan intensa que se estremeció al reconocerla.
Amor. Si no la amaba ya por ella misma, empezó a amarla en aquel momento. Había caminado a lo largo de su larga y vacía existencia sin sentir nada más que el deber de proteger y mantener unida a su reducida familia. Tempest le había dado un profundo sentido a su vida, una fantástica razón para seguir en el mundo, para continuar adelante. Admiraba el valor de su compañera, aunque jurara en silencio que jamás permitiría que le volviera a desafiar, nunca volvería a exponerla a una situación tan peligrosa como la actual.
La admiraba. Y esta revelación lo cogió totalmente desprevenido. Admiraba su forma de vivir, de aceptar a las personas sin juzgarlas, y sin esperar nada de ellas. Admiraba su enorme valor, su sentido del humor. ¿Cuál era la mejor manera de ayudarla? Darius estudió la situación cuidadosamente. El puma era extremadamente imprevisible, estaba asustado, dolorido y hambriento. Casi de inmediato, Darius sumó su fuerza mental a la de Tempest, lo cual le proporcionó un mayor control sobre el animal.
Cuando le saque la astilla, ¿puedes quitarle la infección a la pobrecita? —su voz resonaba con fuerza en la mente de Darius, a pesar de estar manteniendo un férreo control sobre el puma.
Debería haber sabido que ella percibiría su presencia de inmediato. Aún el más ligero contacto atraía su atención, y más ahora que la unión se había consumado por completo, uniendo mente, corazón, cuerpo y alma. Él los había unido y ahora, Tempest conectaba sus mentes con mucha más facilidad. Y más aún siendo tan sensitiva, mucho más que cualquier humano con el que Darius se hubiese encontrado jamás. Y aún utilizando la conexión mental con él, seguía controlando al animal. Era una mujer sorprendente.
¿Curar a un animal? —Lo haría porque ella se lo estaba pidiendo, ya que sabía con certeza que si se negaba, Tempest intentaría buscar otra forma de curar al felino—. No me necesitas para controlarlo —le susurró suavemente, estaba totalmente seguro de ello. Tempest era capaz de mantener al maltrecho animal bajo control mientras le extraía la astilla. Podía sentir la fuerza, la determinación, y él no influía en ellas, eran propias de Tempest.
Ella no miró a su alrededor en busca de Darius, supo instintivamente que estaba allí. Sonrió ligeramente y en su mejilla se formó el fascinante hoyuelo que siempre conseguía reducirle a su estado más salvaje. Tempest notaba cómo la enorme fuerza de voluntad de Darius fluía hacia ella, ayudándola a reforzar su control sobre el animal. Quizá esto debería hacerle perder parte de su confianza en sí misma, pero sabía cuando tenía a un animal comiendo de su mano. Este puma era muy receptivo y apoyó una mano sobre una de sus patas para que se acostumbrara a su contacto.
Le envió oleadas de bienestar mientras examinaba la herida. El felino se estremeció bajo sus cuidados y se le erizó el pelaje, que adquirió un tono pardusco. Tempest respiró por los dos mientras escarbaba en la herida en busca de la dañina astilla. Se había clavado profundamente, y la zona estaba muy hinchada, no tenía muy buen aspecto. Cuando logró atrapar la punta de la gruesa astilla y comenzó a tirar de ella, su control sobre el animal se tambaleó.
Darius observaba atentamente al felino, las expresiones que cruzaban por su rostro y las imágenes de su mente. Quería atacar a Tempest para acabar con el insoportable dolor, pero era ella la que tenía el control de la situación. Tirando de la astilla, que era bastante larga y de punta muy afilada, la sacó de la pata. El puma se agitó y lanzó un aullido, pero permaneció donde estaba. Darius no pudo evitarlo, aunque sabía que Tempest tenía el control, inmovilizó al animal y capturó su mente con su implacable fuerza mental. Tempest le lanzó una mirada pero no protestó. Percibía la enloquecida necesidad de Darius por protegerla y si le pedía que se marchara y la dejara trabajar tranquila, conseguiría exactamente lo mismo que si le pedía que le apuntara con un arma, es decir, nada. Le alegró que se concentrara en la garra del animal y usara su energía para liberarla de la infección; el pus salió de la herida a borbotones y se deslizó sobre el pelo hasta llegar al suelo.
Retírate ahora, Tempest —le ordenó Darius con firmeza. Esto era más de lo que su corazón podía soportar.
Tiene mucha hambre. ¿Puedes traerle un ciervo?
—Quítate de ahí, Tempest. —pronunció las palabras con los dientes apretados; una orden tajante y seca. Exasperada, Tempest miró al cielo. Este hombre acabaría desquiciándola. Se alejó del animal sin ganas, muy despacio, con cuidado de no despertar el instinto del felino.
Intenta no hablarme como si fueses el señor del castillo, dando órdenes a diestro y siniestro. Me molesta mucho.
Se deslizó entre los arbustos y comenzó a caminar despacio de vuelta a las cataratas; siguiendo el curso del arroyo. Darius estaba atrayendo un viejo ciervo para que sirviera de alimento al puma; el animal estaba herido, tenía la boca llena de llagas, lo cual le imposibilitaba comer. Tempest se sintió agradecida porque hubiese encontrado un animal que sufría para que sirviera de alimento al puma, en lugar de uno joven y saludable.
—¿Dónde vas? —preguntó mientras se materializaba a su lado, acortando sus largas zancadas para acompasar el paso de Tempest. El cuerpo de Darius apenas si rozaba el suyo, pero ella era muy consciente de su presencia.
—De vuelta a las cataratas. ¿Dónde más voy a ir?
Darius movió la cabeza.
—Creo que voy a darte una brújula.
Tempest se detuvo bruscamente, con una sonrisa traviesa.
—Nunca he conseguido pillarle el tranquillo. A ver, sé que las agujas señalan al norte y todo eso, pero ¿qué consigues mirándola? Nunca sé lo que hay al norte.
Darius arqueó las cejas.
—¿Un mapa entonces? —Tempest movió la cabeza y su sonrisa se hizo más evidente consiguiendo que a Darius casi se le detuviese el corazón—. ¿No sabes leer un mapa? —Gruñó—. Por supuesto que no. ¿En qué estaba pensando? —Y mientras le hablaba, la sujetó por el codo—. Te estás alejando de las cascadas, Tempest.
—Imposible. Estoy siguiendo el arroyo —señaló con aire ligeramente arrogante.
Otra ceja se alzó mientras Darius miraba a su alrededor.
—¿El arroyo?
Tempest se encogió de hombros.
—Está por aquí cerca.
Darius estalló en carcajadas, mientras le pasaba el brazo por los hombros.
—Menos mal que me tienes para cuidarte.
Los ojos verdes le fulminaron, brillaban con tal intensidad que parecían haber capturado todas las estrellas del firmamento.
—Eso es lo que tú te crees.
La boca de Darius buscó la de ella, en un beso que mezclaba la ternura con un poco de rudeza, uniendo la risa con la indiscutible posesión. Tempest se fundió en su abrazo, aceptando sus encontradas emociones; le pasó los brazos en torno al cuello, y apretó su cuerpo, suave y flexible contra el suyo.
Darius se limitó a alzarla un poco, profundizando el beso.
—Debo llevarte junto a los demás esta misma noche, necesitas comer —susurró las palabras sobre sus labios, produciendo una sensación cálida y sensual. Tempest no sentía nada de hambre.
Percibió el cambio en él de inmediato. Comenzó en su mente; Tempest pudo ver la intensa imagen; quitaba el aliento poder ver realmente cada una de las plumas, a la perfección. Darius alzó la cabeza, dando por finalizado el beso de mala gana mientras su cuerpo comenzaba a transformarse. Le observó maravillada, aún sorprendida por lo que era capaz de hacer. Sus mentes se mantuvieron unidas durante todo el proceso y pudo examinar todas las emociones que Darius experimentaba. La sensación de libertad era escalofriante; las alas se extendían hasta alcanzar más de metro y medio de longitud.
Súbete a mi espalda.
Tempest negó con la cabeza, repentinamente temerosa de hacerle daño.
—Darius, eres un pájaro; peso demasiado como para que me lleves encima.
Me niego a discutir contigo —Tempest captó la velada amenaza que surgía de la mente de Darius. Él obtendría su sumisión; pese al hecho de ser un pájaro, su poder seguía siendo el mismo de siempre.
—Me recuerdas a un niñito malcriado que siempre quiere salirse con la suya —le interrumpió indignada. Aunque le obedeció de inmediato ya que no quería darle la oportunidad de que doblegase su voluntad. Había ciertas cosas que le resultaban insoportables de aceptar; y someterse a su mandato era, definitivamente, una de ellas.
La fuerza del búho era extraordinaria, sus piernas así se lo decían. El movimiento de sus alas era elegante a la par que poderoso. El viento estuvo a punto de derribarla. Se alejaron de la tierra rápidamente con el corazón de Tempest prácticamente paralizado de la impresión, en el mismo estado que sus pulmones que se negaban a funcionar. Las plumas eran suaves, el silencio los envolvía por completo. Era como estar en otro mundo.
Echó un vistazo hacia abajo, contempló las copas de los árboles y en un momento cerró los ojos con fuerza mientras el búho ascendía cada vez más. Le llevó varios minutos acordarse de que debía respirar; con unas cuantas bocanadas profundas, se tranquilizó lo suficiente como para echar un vistazo a su alrededor.
—Todo está bien, Rusti —se dijo a sí misma en voz alta—. No es real; tú lo sabes. Es una especie de fantasía extraña que el Rey del Castillo te ha metido en la cabeza. No hay problema, síguele el juego. Todo el mundo ha querido volar en alguna ocasión, disfruta con la alucinación.
El viento pasaba a su lado con tanta fuerza que se llevaba sus propias palabras sin darle tiempo a oírlas.
Todavía necesitas hablar contigo misma, pero yo estoy aquí. Puedes hablar conmigo.
—No eres real, eres producto de mi imaginación.
La risa burlona de él llenó todos los resquicios de su mente y envió espirales de pasión que ascendieron por su abdomen como ríos de lava.
¿Por qué piensas eso? —preguntó él.
Porque ningún hombre real puede tener tus ojos; o tu boca. Y obviamente, ninguno puede ser tan arrogante y orgulloso como tú.
—Tengo motivos de sobra para ser orgulloso, nena —se burló él, logrando que a Tempest casi le rechinaran los dientes a causa de su arrogancia masculina.
¿Nunca te han arrancado las plumas? —Era la mejor amenaza que pudo improvisar—. Seguro que es terriblemente doloroso.
La carcajada que siguió a sus palabras la hizo sonreír; y sabía que Darius no se reía a menudo. Era el hombre más serio del mundo; aunque daba la impresión de que estaba descubriendo el sentido del humor, al menos junto a ella.
Conforme pasaron los minutos, fue consciente de que estaba disfrutando de la situación; la noche les rodeaba y el cielo se veía cuajado de estrellas; la luz de la luna recortaba el paisaje bajo sus pies. Se sentía libre, relajada, como un rayo de luz, formando parte del búho, parte de Darius.
Viajaron durante cientos de kilómetros gracias a la enorme fuerza del ave. El aire era fresco cuando le rozaba la piel, la noche era un cúmulo de estrellas, el escenario perfecto para enmarcar el vuelo de su vida. Sentía que él le había dado un regalo enorme. Darius. Si pudiese creer durante un solo instante que su unión iba a durar para siempre… Que la fantasía se iba a cumplir. Un cuento de hadas. Darius le hacía pensar que era posible.
Él no se apartó de la mente de Tempest ni un momento; de esa forma se quedaba más tranquilo. Fuera de su vista, Tempest era un peligro y sabía que hablaría consigo misma de su relación, analizando la situación. Encerrado en el cuerpo del búho, Darius sonrió, una sonrisa pequeña, profundamente masculina. Tempest no tenía la más remota idea del poder que ostentaba. Pero ésa era su Tempest; la que aceptaba su naturaleza, sus dones especiales y la que en el fondo no se cuestionaba los aspectos que no estaba muy segura de poder entender. Ni se imaginaba que nunca iba a abandonarla; no podía hacerse a la idea de que él la quería tan intensamente como lo hacía. La necesitaba.
Bajo ellos, los viñedos de Napa Valley empezaron a tomar forma. Tempest distinguía las montañas que se elevaban majestuosamente sobre el fértil y verde valle. A lo lejos, las aguas de un lago brillaban reflejando la pálida luz de la luna; el búho pareció dirigirse hacia allí, descendiendo en círculos cada vez más cerrados hasta volar bajo el refugio que proporcionaban los pinos. Bajo los árboles, la noche parecía mucho más oscura; aún así, Tempest veía con mucha más claridad que la noche anterior. Divisó el campamento del grupo perfectamente dispuesto en un claro; la enorme caravana, el camión y el deportivo. Su corazón se aceleró de forma inesperada; aunque pensó que sería un poco idiota parecer tan consternada cuando acababa de planear por el cielo sobre la espalda de un búho. No iba a acobardarse por unas cuantas personas…
No, cielo, no deberían molestarte. Te he dicho en varias ocasiones que estás bajo mi protección. ¿No entiendes que daría mi vida por protegerte? —la voz de Darius llenaba la mente de Tempest de cariño y ternura.
El búho descendió hasta el suelo, con las alas totalmente extendidas, y con un pequeño saltito se posó definitivamente sobre la tierra y esperó a que ella desmontara. Tempest acarició por última vez las plumas, levemente, casi con pesar, antes de que comenzasen a desaparecer. De inmediato, los músculos y tendones vibraron bajo la piel; sintió la conocida oleada de pasión cuando el brazo de Darius la rodeó por los hombros y su espesa melena oscura le rozó el rostro…
—Estas personas son mi familia, Tempest —dijo con voz suave, hipnótica e irresistible— por tanto, son también tu familia.
Desvió el rostro de la mirada de Darius, cerrando su mente a esa posibilidad. Sus enormes ojos buscaban ya posibles vías de escape de forma casi automática. Darius la abrazó con más fuerza y la guió hacia los demás. La suave carcajada de Desari llegó hasta ellos, pero no consiguió calmar los alocados latidos de su corazón. Mientras penetraban en el círculo que formaban Desari y su banda, ésta le dirigió una sonrisa de bienvenida, Tempest notó que Julian estaba muy cerca de su compañera, protegiéndola con su cuerpo.
—Rusti, estoy encantada de tenerte de nuevo entre nosotros. No te vas a creer lo que ha pasado; alguien ha saboteado el motor del camión. Creo que lo que pretendían era retrasarnos, posiblemente se trate de alguno de esos repugnantes periodistas que siempre nos persiguen y se dedican a inventar historias descabelladas sobre nosotros.
El alivio de Tempest fue muy evidente. «Rusti» podía regresar al grupo más fácilmente en su papel de mecánico que en el de novia de Darius.
¿Novia? —Preguntó Darius alzando las cejas—. ¿Eso crees que eres? ¿Mi novia? —y volvió a reírse de ella con aquella risa burlona tan masculina. Tempest lo miró enojada.
No, eso es lo que tú te crees. Yo lo tengo más claro —Dijo con un tono deliberadamente altanero.
Darius estalló en carcajadas; su familia se giró al completo, todos absolutamente perplejos ante el extraño sonido. Pero ignorándolos, se inclinó sobre Tempest, rozando su oreja con su cálido aliento mientras hablaba en un susurro, y plenamente consciente de que los otros, con su agudizado sentido del oído oirían todo lo que él dijese.
—Quiero que comas antes de dedicarte a cualquier otra cosa. Más tarde le echarás un vistazo al camión.
Los ojos de Tempest le fulminaron con el fuego de su mirada.
—Y tú puedes estampar esa pequeña cabeza de búho que tienes contra el árbol más cercano —siseó furiosa—. ¿Cómo puedes pensar que vas a estar siempre dándome órdenes?
Darius le dedicó una sonrisa que demostraba a las claras que no se retractaba de su comentario.
—Porque soy bueno dando órdenes —y mirando brevemente a Syndil se dirigió a ella— Ayúdame, ella tiene que comer.
Dayan pareció sufrir un repentino ataque de tos; Desari y Julian se rieron sin tapujos. Syndil apartó a Barack de un empujón mientras le dedicaba una mirada enfurecida que le hizo gemir en voz alta. Plantándose ante Tempest, la tomó de la mano.
—Vamos, Rusti. No prestes atención a estos hombres; creen que pueden darnos órdenes, pero la verdad sea dicha, es todo lo contrario —y mientras hablaba miró acusadoramente a Barack.
—Vamos, Syndil —le pidió—. No puedes estar toda la vida restregándome un error. Se supone que debes ser compasiva.
—Sí, desde luego que puedo hacerlo —le contestó dulcemente caminando junto a Tempest hacia la caravana.
Barack lanzó una maldición, se inclinó para coger una piedra y la lanzó con fuerza, totalmente frustrado. Se incrustó en el tronco de un pino.
—Esa mujer es la criatura más testaruda de toda la tierra —dijo sin dirigirse a nadie en particular.
Darius se acercó a Julian.
—Solicito tu ayuda —dijo usando la fórmula tradicional, obligándose a hacer a un lado el desagrado que le producía todo aquello. Lo único que le importaba era proteger a Tempest.
Julian asintió con la cabeza y comenzó a andar junto a su cuñado.
—Por supuesto, Darius —le contestó utilizando el mismo tono formal—. Somos familia.
—He encontrado varias humanas transformadas en vampiros, estaban desquiciadas, y se alimentaban de niños. Me vi obligado a destruir tales abominaciones. Ahora, me temo que estoy colocando a Tempest muy cerca del peligro; ¿cómo pudieron ser transformadas esas mujeres? Sé que Tempest ha cambiado, su oído y su vista se han agudizado y la comida humana le resulta difícil de digerir.
—Una humana puede convertirse con tres intercambios de sangre. Obviamente, tú no has completado el ritual; el proceso es muy doloroso. Si ocurriese tal cosa, deberías obligarla a dormir una vez que hubiese pasado el peligro, para que su cuerpo continuara con la conversión sin padecer demasiados dolores.
—¿Afectaría a su cordura? —preguntó con preocupación. Ya la había puesto en peligro, había intercambiado su sangre en dos ocasiones— ¿En alguna ocasión ha logrado una mujer sobrevivir sin quedar trastornada por el duro trance? —No es que quisiese intentarlo, pero necesitaba toda la información en caso de que ocurriese algún desafortunado accidente.
—El Príncipe Mikhail, el líder de nuestro pueblo, convirtió a su compañera sin ningún tipo de problema. Su hija es la compañera de tu hermano mayor, Gregori; mi propio hermano gemelo convirtió accidentalmente a una mujer atacada por un vampiro. Alexandria es su compañera. Si una humana tiene habilidades psíquicas, parece que puede soportar la conversión y ser una verdadera compañera, una mujer de los Cárpatos. E innegablemente, Tempest es tu compañera.
—Me preocupa que utilices la expresión «parece que…» —dijo Darius— Jamás me arriesgaría a dañar a Tempest.
—¿Y qué alternativa tienes, Darius? —Le preguntó Julian con delicadeza— Ella te ha devuelto a la luz; si la pierdes, acabarías destruyéndote. Sabes que jamás sobrevivirías; te transformarías en un vampiro, en un no-muerto. Perderías tu alma.
—Ya he decidido envejecer y morir junto a ella —le comunicó Darius.
Julian captó el eco mental del jadeo de su compañera. Desari estaba anonadada, y la decisión de su hermano la entristeció profundamente. A Julian le costó un instante reprimir su propia protesta ante la tremenda decisión.
—Tú sabes perfectamente cuál es la situación de nuestra gente, nuestra raza está en peligro; somos muy pocos como para poder asegurar la supervivencia de nuestra gente. No podemos permitirnos el lujo de perder a una pareja. Y ciertamente, no si se trata de una mujer joven y sana, capaz de traer niños al mundo.
Darius movió la cabeza expresando su negativa.
—Sé tan poco de nuestra gente, Julian…
—Es necesario que cada hombre de los Cárpatos encuentre a su compañera; si no lo hace, debe entregarse al amanecer y acabar con su vida antes de que sea demasiado tarde y su alma sucumba a la oscuridad, engrosando las filas de los no-muertos. Somos depredadores, Darius. Sin una compañera que nos devuelva a la luz, que dé sentido a nuestra vida y que nos haga sentir plenos, nos transformaremos en vampiros. Pero son tan pocas las mujeres de nuestra raza que logran sobrevivir durante los primeros años de vida, que la mayoría de los nuestros acaban transformándose y deben ser destruidos. Antes de encontrar a Desari, yo había decidido acabar con mi existencia. El Príncipe Mikhail, a través de Gregori, me envió para cuidar de Desari, para advertirle que estaba en peligro, que una Sociedad de cazadores de vampiros la perseguía. Por supuesto, no teníamos ni idea de que pudieseis seguir con vida tras las masacres provocadas por las guerras que asolaron nuestro hogar. Pero en cuanto percibí los colores al estar junto a ella, supe que era mi compañera, que estaba destinada a estar a mi lado.
—Si eso es así, Dayan y Barack deben encontrar pronto a sus compañeras o correrán el peligro de sucumbir a la oscuridad, como me ocurrió a mí —apuntó Darius pensativo y preocupado.
Julian asintió con la cabeza, muy serio.
—No hay duda, Darius. Por eso es tan importante que aquellos de nosotros que podamos hacerlo, intentemos tener hijas. Es el único modo de darle a nuestra Estirpe la oportunidad de que sobreviva. Incluso así, es posible que ya sea demasiado tarde. La mayoría de nuestras mujeres sólo conciben niños; si nace una niña, debe luchar para poder sobrepasar el primer año de vida, el más peligroso.
Darius recordó los duros momentos en los que intentaba sacar adelante a las dos frágiles niñitas, a Desari y a Syndil, hacía ya tantos siglos.
—Es necesario que intentemos traer al mundo compañeras que se unan a nuestros congéneres, a nuestros hermanos y amigos —siguió Julian en voz baja, con tono persuasivo—. No obstante, también debes tener en cuenta que si vinculas a Tempest a ti sin convertirla, no seréis capaces de permanecer alejados ni física ni mentalmente, cosa que les sucede a todos los compañeros. Tú necesitarás descansar bajo tierra, y ella no podrá hacerlo porque tendrá que respirar. Cuando te entregues al sueño de los inmortales, ella no podrá contactar contigo y ningún compañero puede soportar una separación tan prolongada. No funcionará, Darius.
—Tempest ya está unida a mí, y no puedo soportar estar lejos de ella. Pero no lo entiende, creo. Sigue pensando en términos humanos —admitió Darius con un suspiro.
—No podréis seguir así por mucho tiempo —dijo Julian—. Nos persiguen; hace siglos que nos dan caza. No somos invulnerables a pesar de los muchos dones que nos han sido otorgados. Tempest debe ser protegida, exactamente igual que cualquiera de nosotros.
Darius negó con un gesto.
—Ya le he pedido demasiado estos últimos días. No la haría pasar por la dichosa conversión.
—Antes de que cierres todas las puertas, Darius, piénsalo. Las otras mujeres de las que te he hablado, son felices. Les costó un tiempo adaptarse a sus nuevas vidas, y no te voy a negar que sufrieron, pero acabaron aceptando lo inevitable.
—Porque no tuvieron opción —señaló Darius en voz baja—. Lo último que quiero es causarle otro dolor a Tempest. Ya ha sufrido demasiado en su corta vida.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
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Gracias por su visita
Mary