Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



jueves, 9 de junio de 2011

PELIGRO OSCURO/ARGUMENTO

Argumento

Dominic Buscador de Dragones  —uno de los más poderosos de los linajes Carpatos— está desesperado por llegar al corazón del campamento enemigo y enterarse de sus planes. Sólo hay un modo de hacerlo: ingerir la sangre con parásitos de un vampiro. Sabe que es una misión de la que no regresará. Sin apenas tiempo antes de que la sangre surta efecto, conseguirá la información que necesita, se la entregará al Príncipe de los Carpatos y morirá luchando. No hay modo más honroso de morir.
Solange Sangria es uno de los últimos miembros del clan de los jaguares, pura sangre real, una especie en vías de extinción que no puede recuperarse de las malas decisiones tomadas cientos de años atrás. Lleva muchos años sola, luchando para salvar a los cambiaformas que quedan de las garras de Brodrick el terrible: su propio padre, que asesinó a su familia y a todos aquellos a quienes amaba. Herida y cansada, planea participar en una última batalla con la esperanza de detener al hombre que ha formado una alianza con los vampiros, aceptando que no saldrá viva de ello.
Son dos guerreros que han vivido en soledad. Ahora, cuando sus días tocan a su fin, se encuentran… un obstáculo que ninguno puede ignorar.

PELIGRO OSCURO/CAPITULO 1

Capítulo 1

a
Estuve medio vivo durante mil años.
Para entonces había abandonado toda esperanza de que nos conociéramos.
Demasiados siglos. Todo desaparece
mientras el tiempo y la oscuridad roban el color y la rima.
De Dominic para Solange

Los machos Carpatos sin compañera no soñaban. No veían en colores y ciertamente no sentían emociones. Dolor, sí, pero no emoción. ¿Entonces por qué había estado soñando durante los últimos años? Era un antiguo, un guerrero experimentado. No tenía tiempo para la fantasía, ni para la imaginación. Su mundo era duro y árido, una necesidad para combatir a un enemigo que inevitablemente había sido un amigo o miembro de la familia.
Durante los primeros cien años más o menos después de perder sus emociones, tuvo esperanza. Con el paso de los siglos, la esperanza de encontrar a su compañera se desvaneció. Había aceptado que la encontraría en la próxima vida y estaba llevando a cabo con resolución su último deber para con su gente, pero aquí estaba, un antiguo de gran experiencia, Dominic de la línea de los Cazadores de Dragones, un linaje tan antiguo como el tiempo mismo, un hombre de sabiduría, un guerrero renombrado y temido, tumbado bajo la tierra rica despierto, soñando.
Los sueños deberían sentirse insustanciales y al principio el suyo lo había sido. Una mujer. Sólo una idea vaga de su aspecto. Tan joven en comparación con él, pero una guerrera por derecho propio. No era su concepto de la mujer con la que se uniría, pero cuanto más sustancial se volvía ella con el paso de los años, más se daba cuenta Dominic de cuán perfecta era para él. Él había luchado durante demasiado tiempo para deponer la espada. No conocía ningún otro estilo de vida. El deber y el sacrificio estaban impresos en sus huesos y necesitaba una mujer que le pudiera comprender.
Quizás los sueños fueran eso. Nunca había soñado hasta hacía algunos años. Nunca. Los sueños eran emociones y él las había perdido hacía mucho tiempo. Los sueños eran en colores, aunque el suyo no. Pero se percibían en colores a medida que los años daban forma a la mujer. Ella era un misterio, confianza absoluta cuando luchaba. A menudo tenía magulladuras y heridas frescas que dejaban cicatrices en su piel suave. Había llegado a examinarla cuidadosamente cada vez que se encontraban, sanarla se había convertido en su saludo tradicional. Se encontró sonriendo por dentro al pensar en cómo ella era enteramente lo contrario a segura de sí misma cuando se trataba de verse  a sí misma como mujer.
Durante unos pocos momentos, contempló el por qué debería estar sonriendo por dentro. Sonreír era igual a felicidad y él no tenía emociones para sentir tales cosas, pero sus recuerdos de emociones se estaban agudizados hacia el final de su vida, en vez de oscurecerse como había esperado. Porque cuando convocaba el sueño, sentía una sensación de consuelo, de estar bien y feliz.
Con el paso de los años ella se había vuelto más clara para él. Una mujer jaguar. Una guerrera fiera con exactamente los mismos valores que él enarbolaba: lealtad, familia y deber. Nunca olvidaría la noche, hacía sólo una semana, en la que había visto sus ojos en color. Por un momento no pudo respirar, la miró maravillado, sorprendido de poder recordar los colores tan vívidamente para poder atribuir un color verdadero a sus ojos felinos.
Los ojos eran hermosos, resplandecían en algún lugar entre el oro y el ámbar con débiles insinuaciones de verde que se oscurecían cuando él se las ingeniaba para robarle alguna risa. Ella no reía a menudo ni fácilmente y cuando lo hacía, él sentía que era más triunfo que cualquiera de las batallas que hubiera ganado.
Aunque los sueños continuaban, y sólo ocurrían cuando estaba despierto, siempre parecían un poco desenfocados. Pero esperaba verla. Se sentía protector hacia ella, como si su lealtad ya se hubiera columpiado hacia la mujer de su sueño. Le escribió canciones de amor, expresando todas las cosas que deseaba decirle a su compañera, y cuando ella se negaba a descansar, él la tumbaba colocándole lacabeza en su regazo, le acariciaba la espesa melena y le cantaba en su idioma. Nunca se había sentido más contento, ni completo.
Se revolvió, perturbando la tierra rica que lo rodeaba. En el momento en que se movió, el dolor lo atrapó, miles de cuchillos le rasgaron de dentro a fuera. La sangre contaminada del vampiro que había tragado deliberadamente estaba llena de parásitos y ahora se agitaban en él reproduciéndose, buscando tomar el control de su cuerpo para invadir cada célula, cada órgano, y por muy frecuentemente que purgara algunos para mantener su número bajo, ellos parecían trabajar más duro para multiplicarse.
Dominic siseó un aliento entre dientes mientras se forzaba a alzarse. No era todavía completamente de noche y él era un antiguo Carpato con muchas batallas y muertes a sus espaldas. Generalmente los antiguos no se alzaban antes de que el sol se hubiera puesto, pero él necesitaba el tiempo extra para explorar a su enemigo y orientarse en esta tierra de mitos y leyendas.
En lo profundo de la cueva que había escogido en la selva del Amazonas, movió la tierra suavemente dejando que se asentara a su alrededor mientras se despertaba, queriendo mantener el área tan tranquila como fuera posible. Viajaba sólo de noche, como hacían los de su raza, escuchando el cuchicheo del mal, iba tras el rastro de un vampiro maestro, uno que estaba seguro tenía conocimiento de los planes para destruir a la especie de los Carpatos de una vez para siempre. Su pueblo sabía que los vampiros se estaban reuniendo bajo la regla del cinco. Al principio los grupos habían sido pequeños y dispersos, los ataques fácilmente defendibles, pero últimamente el cuchicheo de la conspiración había crecido hasta un rugido y los grupos eran más grandes, más organizados y extensos de lo que habían creído al principio. Estaba seguro de que los parásitos de la sangre contaminada eran la llave para identificar a todos los que fraguaban una alianza con los cinco maestros.
Había deducido esto durante sus días de viaje. Había puesto a preuba la teoría varias veces, encontrando tres vampiros. Dos eran relativamente novatos y ninguno tenía los parásitos, fue fácil para un cazador experimentado matarlos, pero el tercero había satisfecho sus preguntas. En el momento en que se acercó, los parásitos entraron en un frenesí de reconocimiento. Había escuchado al vampiro jactarse durante la mayor parte de la noche, hablándole de las legiones crecientes y de cómo los emisarios se estaban reuniendo en el Amazonas, donde tenían aliados entre los hombres jaguar y una sociedad humana que no tenía la menor idea de que se estuvieran acostando con los que intentaban destruirlos. Los maestros utilizaban tanto a humanos como a hombres jaguar para cazar y matar Carpatos. Dominic había matado al vampiro, una extracción rápida del corazón y llamando al relámpago, lo incineró. Antes de dejar la zona había tenido mucho cuidado de eliminar cualquier huella de su presencia.
Sabía que el tiempo se acababa rápidamente. Los parásitos estaban muy ocupados trabajando, cuchicheándole, murmurando malvados incentivos, incansables en su búsqueda de que él se uniera con los maestros. Era un antiguo sin compañera y la oscuridad ya era fuerte en él. Había aceptado que su compañera vendría en la próxima vida y había dedicado su vida a ayudar a su pueblo. Su amada hermana había desaparecido hacía cientos de años, ahora sabía que estaba muerta y que sus hijas estaban a salvo con el pueblo Carpato. Podría hacer ésta última tarea y terminar su árida existencia con honor.
Se levantó de la tierra rica, tan rejuvenecido como alguien con parásitos en la sangre podría estar. La cueva en lo profundo de la tierra evitaba que el sol tocara su piel, pero lo sentía de todos modos, sabiendo que estaba justo fuera de la oscuridad, esperando para abrasarlo. La piel picaba y ardía con anticipación. Atravesó a zancadas la cueva con confianza absoluta. Se movió con la fácil seguridad de un guerrero, fluyendo sobre el desigual suelo en la oscuridad.
Cuando empezó a trepar a la superficie pensó en ella, su compañera, la mujer de sus sueños. No era su verdadera compañera por supuesto, porque entonces la vería en vívidos colores, no sólo sus ojos. Vería las variadas sombras de verde en la selva tropical, pero todo en torno a él permanecía en tonos grises. ¿Estaba encontrando consuelo en un engaño? ¿Eran sus canciones a ella, su amor por su compañera un engaño? La anhelaba, necesitaba evocarla a veces para pasar la noche cuando su sangre estaba ardiendo y le comían  vivo desde el interior hacia fuera. Pensó en la piel suave, una sensación que parecía asombrosa cuando él era como un roble, hierro duro, la piel tan dura como el cuero.
Cuando se acercó a la salida a la cueva pudo ver la luz que se derramaba en el túnel y su cuerpo se encogió, una reacción automática después de siglos de vivir en la noche. Adoraba la noche, sin importar dónde estuviera o en qué continente estuviera. La luna era una amiga, las estrellas a menudo luces con las que se guiaba para navegar. Ahora estaba en un territorio que no le era familiar, pero sabía que los hermanos De La Cruz patrullaban la selva tropical, aunque había cinco de ellos para cubrir un territorio muy grande y estaban diseminados. Tenía la sensación de que los cinco que estaban reclutando vampiros menores contra los Carpatos habían escogido deliberadamente el territorio de los De La Cruz como su sede.
Los hermanos Malinov y los hermanos De La Cruz habían crecido juntos, siendo más que amigos, reclamando un parentesco. El pueblo Carpato los había considerado dos de las familias más poderosas, guerreros a los que no muchos podían superar. Dominic pensó en sus personalidades y del compañerismo que se había convertido en rivalidad. Tenía el presentimiento de que los hermanos Malinov habían escogido establecer su sede bajo la nariz de aquellos que estuvieron tramando con ellos maneras hipotéticas de apartar a la línea Dubrinsky del gobierno del pueblo Carpato, y al final habían jurado lealtad al príncipe. Los hermanos Malinov se habían convertido en los enemigos más encarnizados e inexorables de los hermanos De La Cruz.
El razonamiento de Dominic fue confirmado por el vampiro que había matado en las Montañas Carpatos, un vampiro menor muy hablador que quiso jactarse de todo lo que sabía. Él había avanzado, sin tomar prisioneros, por así decirlo, sorprendido de cuan fantástico sistema de alarma eran los parásitos. A los hermanos Malinov nunca se les ocurriría que algún Carpato se atreviera a ingerir la sangre e invadir su campamento.
Al acercarse a la entrada, fue golpeado primero por el ruido, sonidos de pájaros, monos y el zumbido incesante de los insectos a pesar de la lluvia constante. Hacía calor y el vapor se elevaba del suelo justo fuera de la cueva mientras la humedad se vertía de los cielos. Los árboles colgaban sobre las orillas hinchadas del río, sus raíces eran grandes jaulas nudosas, los zarcillos gruesos serpenteban sobre el suelo creando ondas de aletas de madera.
Dominic era insensible a la lluvia o al calor, podía regular su propia temperatura para permanecer cómodo, pero esos diez metros desde la entrada de la cueva a la seguridad relativa bajo el tupido dosel iban a ser un verdadero infierno y no lo esperaba con ansia. Viajar bajo el sol incluso bajo otra forma era doloroso, y con fragmentos de vidrio desgarrándole el interior a trozos, ya tenía bastante a lo que enfrentarse.
Fue difícil no tratar de alcanzar el sueño. En compañía de ella, el dolor se aliviaba y el susurro en su cabeza cesaba. El constante murmullo, los parásitos trabajando para que aceptara a los maestros y su plan, era agotador. El sueño le daba consuelo a pesar de saber que su compañera no era real.
Sabía que había construido lentamente a su compañera en su mente, no su aspecto sino sus características, los rasgos que eran importantes para él. Necesitaba una mujer que fuera leal más allá de todo, una mujer que protegiera a sus hijos con fiereza, que estuviera con él sin importar lo que se les viniera encima, sabría que ella estaría a su lado y no tendría que preocuparse de que no pudiera protegerse a sí misma o a sus hijos.
Necesitaba una mujer, que, cuando sólo fueran ellos dos, siguiera su liderazgo, que sería femenina y frágil y todas esas cosas que no podría ser cuando tuviera que luchar. Y deseaba ese lado de ella completamente para él. Era egoísta, quizá, pero nunca había tenido nada para sí mismo y su mujer era sólo para él. No quería que otros hombres la vieran del modo en que él lo hacía. No quería que ella mirara a otros hombres. Ella era sólo para él y quizá eso fuera lo que significaba verdaderamente el sueño, la construcción de una mujer perfecta en la mente cuando sabías que nunca tendrías una.
Conocía muy bien las habilidades luchadoras de ella. Había visto las cicatrices de las batallas. La respetaba y admiraba cuando caminaba a su lado, pero en realidad no podía retener su imagen durante mucho tiempo. Venía a él como si en sueños estuviera protegida por un tupido velo, intercambios de imágenes más que de palabras. A cualquiera le costaba mucho tiempo revelar cualquier parte de sí mismos a otro guerrero. Habían construido la confianza entre ellos lentamente y a él le gustaba eso en ella. La mujer no entregaba su lealtad fácilmente, pero cuando lo hacía, la daba por completo. Y eso le gustaba.
Otra vez se encontró sonriendo por dentro ante una fantasía tan ridícula a su edad. Debía ser un signo del empeoramiento de su mente. La senilidad se había impuesto. Pero cómo la echaba de menos cuando no podía traerla a él. Ella parecía más cerca allí en el calor de la selva, con la lluvia cayendo en capas plateadas. El velo de humedad le recordó la primera vez que había logrado mirar detenidamente a través de la neblina de su sueño y vio su cara tan claramente. Le había robado el aliento. Parecía tan asustada, como si se hubiera revelado deliberadamente, corriendo el riesgo al fin, pero temblaba, esperando que él la juzgara.
Él se había sentido más cercano al amor verdadero de lo que jamás estuvo. Trató de comparar el sentimiento con lo que había sentido por su hermana Rhiannon, en los primeros días cuando todos eran felices y él todavía tenía sus emociones. Había guardado el recuerdo de ese amor todos esos siglos, pero ahora, cuando necesitaba el sentimiento para completar su sueño, antes de salir a luchar, el sentimiento era enteramente diferente.
Sentimiento. Dio vueltas a la palabra una y otra vez en su mente. ¿Qué significaba? ¿Recuerdos? ¿O realidad? ¿Y por qué eran sus recuerdos tan nítidos de repente aquí en la selva? Olió la lluvia, inhaló el aroma de ésta y hubo un borde de placer en la sensación. Era frustrante captar casi el sentimiento y aún así, que le eludiera. No era simplemente un subproducto de ingerir la sangre de vampiro, había empezado a “soñar” mucho antes. Y los sueños sucedían mientras estaba despierto.
Dominic sospechaba de todas las cosas que no tenían sentido. No era un hombre propenso a los sueños o a las fantasías y esta mujer mítica se estaba convirtiendo en una gran parte de su vida, en una parte de él. Se estaba engañando al pensar que era una verdadera compañera, realidad en vez de un mito, mas aquí en la tierra donde mitos y leyendas volvían a la vida, casi podía convencerse de que ella era real. Pero incluso si lo fuera, era demasiado tarde. El dolor continuo que le arañaba el vientre le decía que su tiempo se había acabado y que tenía que llevar a cabo su propósito de infiltrarse en el campamento enemigo, conseguir sus planes, enviar la información a Zacarías De La Cruz y luego matar a tantos vampiros como pudiera antes de sucumbir. Había escogido salir a luchar por su pueblo.
Cambió, tomando la forma del señor de los cielos, el águila hharpía. El pájaro era más grande de lo normal y las hharpías eran grandes aves. La envergadura de las alas era de unos buenos dos metros, las garras enormes. La forma ayudaría a protegerlo cuando entrara a la luz del sol antes de alcanzar el refugio relativo de la canopia. Se alzó desde el suelo a la luz del sol. A pesar del aguacero, la luz le quemó. El humo se elevó de las plumas oscuras, emanando incluso de la forma del pájaro. Había sufrido quemaduras y su cuerpo quedó destrozado por las cicatrices aunque éstas se habían aliviado con el tiempo, pero nunca olvidaría ese dolor. Estaba grabado en sus huesos.
Aspirando el aliento bruscamente, se forzó a levantar el vuelo y subir hacia esa masa horrorosa de ardiente calor. La lluvia crepitaba sobre él, escupiendo y siseando como un gato enojado cuando el gran pájaro despegó, batiendo las alas con fuerza para ganar altura y llevarle a los árboles. La luz casi lo cegó y dentro del águila se encogió lejos de los rayos, sin importar como se tamizaran con la lluvia. Pareció que cruzar los diez metros duraba una eternidad, aunque el pájaro estuvo en los árboles casi inmediatamente. Le llevó unos pocos momentos darse cuenta de que el sol ya no estaba directamente sobre sus plumas. El siseo y los escupidos cedieron una vez más al llamamiento de los pájaros y los monos, esta vez en aguda alarma.
Debajo de él, un puerco espín dejó caer los higos que había estado cenando cuando la sombra del águila pasó sobre su cabeza. Dos monos arañas hembra, borrachos por las frutas fermentadas, lo miraron fijamente. La selva del Amazonas atravesaba ocho fronteras, extendiéndose a través los países con sus propias formas diversas de vida. Un oso hormiguero que trepaba a las ramas de un árbol se detuvo para mirarlo con una ojeada cautelosa. Los guacamayos de brillante rojo y azul gritaron advertencias cuando pasó por encima, pero los ignoró, expandiendo su círculo más ampliamente para abarcar cada vez más territorio.
El águila se movía silenciosamente por el bosque, tan alta como el dosel lo permitía, sin emerger por encima, cubriendo kilómetros. Necesitaba el refugio de los miembros retorcidos y el tupido follaje para bloquear la luz. Con los ojos del águila hharpía podía ver algo tan pequeño como de dos centímetros a casi dos metros. Podía volar hasta ochenta kilómetros por hora si estaba en un espacio abierto y dejarse caer con mareante velocidad si era necesario.
Ahora bien, la vista era la razón principal para haber escogido la forma del águila. Divisó cientos de ranas y lagartos punteando las ramas y troncos mientras hacía barridos. Las serpientes estaban enrolladas entre los miembros treorcidos, ocultas entre las flores empapadas por la lluvia. Un margay se encogió más profundamente en el follaje de un alto kapok, con sus grandes ojos fijos en la presa. El águila se hundió más, inspeccionando la vegetación llena de maleza. Bloques de piedra caliza yacían medio enterrados en escombros, como si hubieran sido esparcidos por una mano voluntariosa. Un cenote brillaba con agua azul, testificando un río subterráneo.
El águila continuó expandiendo su círculo, abarcando cada vez más kilómetros hasta que encontró lo que buscaba. El pájaro se posó en lo alto de las ramas de un árbol alto al borde de un claro hecho por el hombre. Un edificio grande de acero y con cerrojos había sido introducido pieza a pieza y construido en el último año. Se había favorecido el crecimiento alrededor de él, presumiblemente con vistas a ocultarlo, pero no había habido suficiente tiempo para que el bosque recuperara el terreno perdido.
Algo había volado un agujero desde el exterior y había comenzado un fuego. El olor a humo no podía evitar que el hedor a carne podrida se elevara hasta hacer que su piel se erizara incluso en lo profundo de la forma del pájaro. Vampiro. El olor estaba allí, aunque desvaído, como si se hubieran sucedido muchos alzamientos desde que el no muerto había visitado este lugar. Aún así, el lamento de la muerte se alzaba desde los terrenos de los alrededores.
El lado derecho del edificio estaba ennegrecido y un agujero ofrecía vistazos del interior. Una batalla muy reciente, quizás en el último par de horas, había tenido lugar aquí. Los ojos agudos del águila pudieron ver los muebles volcados dentro, un escritorio y dos jaulas. Un cuerpo yacía inmóvil en el suelo.
En el exterior dos hombres, humanos, estaba seguro, se encontraban fuera del edificio con el equipo de combate, grandes fusiles atados a los hombros. Uno inclinó una botella de agua en su boca y luego retrocedió al refugio relativo de la puerta, tratando de evitar la lluvia constante. El segundo aguantaba estoicamente, el agua lo empapaba, mientras decía unas pocas palabras al primer guardia, antes de moverse para rodear el edificio. Ambos permanecían vigilantes y el guardia de la puerta se protegía la pierna izquierda, como si hubiera resultado herido.
El águila miró, inmóvil, oculta entre las ramas gruesas y retorcidas y bajo el paraguas de las hojas por encima del claro. No pasó mucho tiempo antes de que un tercer hombre apareciera saliendo del bosque. Desnudo, tenía un ancho pecho, con piernas cortas y fornidas y brazos muy musculosos. Llevaba a un segundo hombre sobre el hombro. La sangre le bajaba por el hombro y espalda, aunque era imposible decir si era del hombre inconsciente o de él. Se tambaleó un poco antes de alcanzar la puerta, pero el guardia no se movió para ayudarlo. En vez de eso, se apartó a un lado, levantó apenas el cañón de su arma, pero lo suficiente para cubrir a los recién llegados.
Hombres jaguares. Cambiaformas. No cupo duda en la mente de Dominic. Alguien había atacado este complejo y producido un daño considerable. Obviamente el guardia humano recelaba de los hombres jaguar, pero les permitió entrar en el edificio. El segundo guardia se había colocado detrás y cubría a los dos cambiaformas, con el dedo en el gatillo. Estaba claro, había una tregua inquieta entre las dos especies.
Dominic sabía que los hombres jaguar estaban al borde de la extinción. Él había visto el declive unos pocos cientos de años atrás y sabía que era inevitable. En esa época, los Carpatos habían tratado de advertirles de lo que se avecinaba. Los tiempos cambiaban y una especie tenía que evolucionar para sobrevivir, pero los hombres jaguar rehusaron el consejo. Quisieron seguir con las viejas costumbres, viviendo en lo profundo de las selvas, encontrando una compañera, impregnándola y trasladándose. Eran salvajes y de mal temperamento, siempre incapaces de asentarse.
Los pocos hombres jaguar con los que Dominic había pasado algún tiempo tenían un tremendo sentimiento de derecho y superioridad. Veían a todas las demás especies como inferiores, y sus mujeres no significaban para ellos mucho más que un recipiente para portar a sus crías. La familia real tenía una larga historia de crueldad y abuso contra sus mujeres y niñas, una práctica que los otros machos vieron como ejemplo y la siguieron. Unos pocos y raros hombres jaguar intentaron de convencer a los demás de que debían valorar a sus mujeres y niñas, en vez de tratarlas como a una propiedad, pero se les había considerado traidores, habían sido rechazados y ridiculizados, o peor, asesinados.
Al final los Carpatos habían dejado a los hombres jaguar a sus propios medios, sabiendo que la especie estaba condenada. Brodrick X, un raro jaguar negro guiaba a los machos como su padre y sus antepasados habían hecho antes que él. Se le consideraba un hombre difícil y brutal, responsable de matanzas de aldeas enteras, de los híbridos que creía no aptos para vivir. Se rumoreaba que había hecho una alianza con los hermanos Malinov así como con la sociedad de humanos dedicados a aniquilar vampiros.
Dominic sacudió la cabeza ante la ironía. Los humanos no podían distinguir la diferencia entre un Carpato y un vampiro, y su sociedad secreta había sido infiltrada por los mismos que estaban intentando destruir. Los Malinov estaban usando a ambas especie en su guerra contra los Carpatos. Hasta ahora, los hombres lobo no se habían inclinado por ningún lado, permaneciendo estrictamente neutrales, pero existían, como había comprobado Manolito De La Cruz con su compañera.
Dominic levantó el vuelo y se acercó, afinando su audición para captar la conversación dentro del edificio.
—La mujer está muerta, Brodrick. Saltó desde el precipicio. No pudimos detenerla. —Había fatiga y aversión en la voz.
Una segunda voz, llena de dolor agregó:
—No podemos permitirnos el lujo de perder a más de nuestras mujeres.
La tercera voz fue más baja, un gruñido de puro poder, impresionante por la autoridad absoluta que portaba.
—¿Qué has dicho, Brad? —La voz transmitía una amenaza clara, como si el pensamiento de que cualquiera de sus peones tuviera ideas propias de alguna manera los convirtiera en traidores.
—Necesita un médico, Brodrick —intervino la primera voz apresuradamente.
Dominic vio cómo un hombre grande vestido con vaqueros flojos y una camisa abierta surgía de la casa. Llevaba el cabello largo, desgreñado y muy espeso. Dominic supo instantáneamente que estaba mirando a Brodrick, el gobernante de los hombres jaguar. Su príncipe había decretado que los Carpatos debían dejar la especie a su propio destino, si no se habría sentido tentado de matar al hombre allí mismo. Brodrick era directamente responsable de las muertes de innumerables hombres, mujeres y niños. Estaba consumido por el demonio, borracho de su propio poder y la creencia de que era superior a todos los demás.
Brodrick miró a los dos guardias despreciativamente.
—¿Qué coño hacéis perdiendo el tiempo en la puerta? Se supone que estáis trabajando.
El segundo guardia mantuvo su fusil apuntado en dirección de Brodrick incluso mientras los dos humanos se movían en círculos opuestos, el que había estado refugiándose en la puerta, cojeando bastante, confirmando la creencia de Dominic de que había resultado herido. Brodrick frunció el ceño a la lluvia, dejando que se vertiera sobre su cara. Escupió con repugnancia y caminó por el costado del edificio donde se había producido el fuego. Agachándose, buscó por el suelo. Fue muy minucioso, se inclinó para olfatear, utilizando todos los sentidos para recoger el rastro de su enemigo.
De repente se recostó sobre los talones, tensándose.
—Kevin, sal aquí —llamó.
El hombre jaguar que había llevado al herido salió fuera corriendo, descalzo, pero en vaqueros y poniéndose una camiseta por el pecho.
—¿Qué pasa?
—¿Conseguiste echar una buena mirada a quienquiera que irrumpió y liberó a Annabelle?
Kevin negó con la cabeza.
—Fue un intento cojonudo. Eliminó a dos guardias, las balas fueron muy seguidas, todos pensaron que sólo se había disparado un tiro.
—No hay ningún rastro. Ninguno. ¿Dónde coño estaba? ¿Y cómo supo el lugar preciso donde volar el edificio para liberar a Annabelle? No había ventanas.
Kevin miró hacia los guardias.
—¿Crees que alguien le ayudó?
—¿Qué sucedió allí? —Brodrick hizo gestos hacia el bosque.
Kevin se encogió de hombros.
—Perseguimos a Annabelle. Corrió por el bosque hacia el río. Pensamos que quizá fuera su hombre, el humano del que habló, viniendo para tratar de salvarla. No necesitábamos armas para luchar contra él, así que cambiamos. Seríamos más rápidos que Annabelle viajando por el bosque, incluso si cambiarba.
Había sido un pensamiento lógico, concedió Dominic desde su alta percha encima de ellos, pero habían perdido a la mujer.
Brodrick sacudió la cabeza.
—¿Cómo dispararon a Brad? ¿Y dónde está Tonio?
Kevin suspiró.
—Encontramos su cuerpo justo al otro lado de las cuevas. Se había enredado con otro gato. Brad estaba arrodillado a su lado y lo siguiente que supe fue que estaba en el suelo y fuimos inmovilizados. Yo no tenía armas y cambié de forma para tratar de dar un rodeo y encontrar al tirador, pero no pude hallar ningún rastro.
Brodrick juró.
—Es ella. Ella hizo esto. Sé que fue ella. Por eso no encontraste ningún rastro. Subió a los árboles.
Ninguno dijo quién era ella. Dominic quería saber quién podía ser la mujer misteriosa a la que obviamente odiaban y temían. Alguien a quien no le importaría conocer. Cuatro de los cinco hermanos De La Cruz tenían compañeras. ¿Podría ser la mujer evasiva una de sus compañeras? Era posible, pero lo dudaba. Los hermanos De La Cruz no querrían a sus mujeres en la batalla. Eran hombres con naturalezas violentamente protectoras, y venir a esta región sólo había incrementado sus tendencias dominantes. Tenían ocho países para patrullar, y los hermanos Malinov sabrían cuán imposible sería cubrir cada centímetro de selva. Ellos nunca, bajo ninguna circunstancia, enviarían a sus mujeres solas. No, ésta tenía que ser otra persona.
El águila abrió las alas inmensas y levantó el vuelo. El sol comenzaba a desaparecer, haciéndole sentir un poco más cómodo, pero el cuchicheo de los parásitos se volvió más fuerte, tentando, empujando su hambre a un nivel voraz, hasta que apenas pudo pensar claramente. Era sólo la forma del pájaro la que mantenía su cordura mientras trataba de ajustar el creciente nivel de tormento. A medida que la noche se acercaba, los parásitos pasaron de la pereza a la actividad, apuñalando los órganos internos mientras la sangre del vampiro quemaba como ácido. Debía alimentarse, pero cada vez estaba más preocupado por esa locura que le estaba atrapando y por si no encontraba la fuerza para resistir la tentación de matar mientras se alimentaba.
Cada alzamiento se despertaba vorazmente hambriento, y cada vez que se alimentaba, los parásitos se volvían más fuertes, empujándole a matar, exigiendo que sintiera la ráfaga del poder, la legítima ráfaga del poder, la promesa del dulce frescor en su sangre, un sentimiento de euforia que apartaría cualquier dolor de su cuerpo fatigado.
Se mantuvo bajo la sombra del dosel mientras expandía su exploración, dirigiéndose al lugar de la batalla, esperando que el águila pudiera divisar algo que los hombres no. Encontró las entradas a las cuevas, muy pequeñas y hechas de piedra caliza, pero estas no parecían curvarse bajo tierra para formar el laberinto de túneles del sistema de cuevas que había a kilómetros de distancia. Sólo había tres pequeñas cámaras y en cada una, encontró arte maya en las paredes. Las tres cuevas mostraban signos de ocupación, breve pero violenta de alguna manera. Había lugares con sangre seca en todas ellas.
Se dirigió al cielo otra vez, con una vaga intranquilidad en el estómago. Eso le molestó. Había visto sitios horribles de batalla, tortura y muerte. Era un guerrero Carpato y su falta de emoción le servía bien. Sin una compañera para equilibrar la oscuridad en él, necesitaba la falta de emoción para permanecer cuerdo tras más de mil años de ver crueldad y depravación, pero la vista de la sangre en esa cueva y saber que las mujeres habían sido llevadas allí por los hombres jaguar para ser utilizadas como ellos desearan, le enfermaba. Y eso nunca debería suceder. Intelectualmente, quizás. Una reacción intelectual era aceptable y el honor en su interior se alzaría para aborrecer tal conducta, mas una reacción física era completamente inaceptable e imposible. Pero…
Inquieto, Dominic expandió su búsqueda para incluir los precipicios encima del río. La lluvia continuaba, aumentando en fuerza, convirtiendo el mundo en gris plateado. Incluso con las nubes como cobertura, sentía el calor brillante que lo invadía todo mientras irrumpía en el claro sobre el río. Había un cuerpo desplomado y sin vida en el río, atrapado entre las piedras, golpeado y olvidado. El largo y espeso pelo estaba extendido como un alga, un brazo inmovilizado en la grieta que formaban dos grandes rocas. Estaba boca arriba, los ojos muertos miraban fijamente al cielo, la lluvia caía sobre su cara como una inundación de lágrimas.
Maldiciendo, Dominic dio una vuelta y se dejó caer. No podía dejarla así. No podía. No importaba cuántos muertos hubiera visto. No la dejaría, una muñeca rota, sin ningún honor ni respeto para la mujer que había sido. Por lo que había captado de la conversación entre Brodrick y Kevin, tenía una familia, un marido que la amaba. Ella, y ellos, merecían más que un cuerpo azotado por el agua, abandonado para hincharse, descomponerse y convertirse en pienso para los peces y carnívoros que se darían un banquete con ella.
El pájaro se decidió por la roca que había justo encima del cuerpo y cambió de forma, cubriéndose la piel con una capa pesada con capucha que ayudó a proteger su cuello y cara mientras se agachaba y le agarraba la muñeca. Era fuerte y no tuvo problemas para sacarla del agua y cogerla en brazos. La cabeza le colgaba sobre el cuello y vio las magulladuras que le estropeaban la piel y las impresiones alrededor del cuello. Había círculos, negros y azules en torno a las muñecas y tobillos. Otra vez le conmocionó su reacción. Pena mezclada con rabia. Una pena tan pesada en el corazón que borró lentamente la rabia.
Respiró y exhaló. ¿Estaba sintiendo las emociones de otra persona? ¿Amplificaban los parásitos las emociones en torno a él, añadiéndose al pico que el vampiro recibía del terror que su víctima sentía, el que proporcionaba la sangre con adrenalina? Era una posibilidad, pero no podía imaginarse que un vampiro pudiera sentir pena.
Dominic llevó a la mujer a la selva, cada paso incrementaba su pena. En el momento en que entró en los árboles, olfateó sangre. Aquí había sido donde la segunda batalla había tenido lugar y Brad había resultado herido. Encontró el lugar donde el tercer hombre jaguar había soltado su ropa y había salido de caza, esperando dar un rodeo y atrapar al tirador.
Había pocos rastros que mostraran el paso del jaguar, un pequeño pedacito de piel y una huella parcial que la lluvia había llenado, pero en poco tiempo encontró el cuerpo del felino. Había habido una batalla aquí, entre dos gatos. Las huellas del felino muerto se veían más pesadas y más extendidas, indicando que era más grande, pero el más pequeño era obviamente un combatiente veterano, había matado con una mordedura en el cráneo, después de una lucha violenta. El follaje estaba empapado en sangre y había más en el suelo.
Dominic sabía que los jaguares volverían para quemar al gato caído, así que tras estudiar con cuidado el suelo para proteger las huellas del jaguar victorioso en la memoria, llevó a la mujer al lugar más exuberante que pudo encontrar. Una gruta de piedra caliza cubierta de enredaderas de flores sería su único indicador, pero abrió la tierra profunda y le proporcionó un lugar donde descansar. Cuando la tierra se cerró sobre la mujer, murmuró la oración de la muerte en su lengua materna, pidiendo paz y que el alma de la mujer fuera bienvenida a su siguiente vida, así como pidiendo que la tierra recibiera su cuerpo y diera la bienvenida a la carne y los huesos.
Se quedó un momento mientras los rayos del sol lo buscaban a través de la cobertura del dosel y la lluvia, quemando a traves de su pesada capa para levantarle ampollas en la piel. Los parásitos reaccionaron, retorciéndose y chillando en su cabeza, el interior de su cuerpo era una masa de cortes, así que escupió sangre. Expulsó a algunos de ellos de su cuerpo por los poros. Había descubierto que si no aligeraba su número, los cuchicheos se volvían más fuertes y el tormento imposible de ignorar. Tuvo que incinerar a las sanguijuelas mutantes que se retorcían antes de que se deslizaran en el suelo e intentaran encontrar un modo de regresar con sus maestros.
Movió la vegetación del suelo para cubrir cualquier rastro de la tumba. Los hombres jaguar regresarían para eliminar todas huella de su especie, pero a ella no la encontrarían. Descansaría lejos de su alcance. Era todo lo que le podía dar. Con un pequeño respiro, Dominic verificó una última vez, cerciorándose de que el lugar escogido parecía prístino, y luego cambió de forma una vez más tomando la del águila. Tenía que descubrir a dónde había ido el jaguar victorioso.
A los ojos agudos del águila no les llevó mucho tiempo divisar a su presa a varios kilómetros del lugar de la batalla. Simplemente siguió los sonidos del bosque, las criaturas se advertían unas a otras de la cercanía de un depredador. El águila se deslizó silenciosamente a través de las ramas de los árboles y se posó en una rama ancha en lo alto del suelo del bosque. Los monos aullaron y chillaron advertencias, llamándose unos a otros, tirando ocasionalmente ramitas al gran gato con manchas que se abría camino entre la maleza hacia algún destino desconocido.
El jaguar era hembra, la gruesa piel dorada estaba salpicada de oscuros rosetones y a pesar de la lluvia, con sangre. Cojeaba, arrastrando ligeramente la pata de atrás donde parecía estar el peor de los desgarros. Tenía la cabeza gacha, pero parecía letal, un flujo de manchas que se deslizaban dentro y fuera del follaje, así que a veces, aún con la vista extraordinaria del águila, era difícil distingirla contra la vegetación del suelo del bosque.
Se movía en completo silencio, ignorando a los monos y los pájaros, caminando a un ritmo constante, los músculos fluían bajo la piel gruesa. Dominic estaba tan intrigado por su persistencia obstinada en viajar a pesar de sus severas heridas, que le llevó varios minutos darse cuenta de que los cuchicheos horribles de su mente se habían calmado apreciablemente. En todas las veces que había drenado los parásitos para darse algún alivio, éstos nunca habían cesado con el asalto continuo a su cerebro, pero ahora, estaban casi silenciosos.
Curioso, echó a volar, dando vueltas arriba, permaneciendo dentro del dosel para evitar los últimos rayos del sol. Notó que cuanto más se alejaba del jaguar, más fuertes se volvían los susurros. Los parásitos cesaban su actividad cuanto más se acercaba a ella, incluso los afilados fragmentos de cristal que le cortaban en el interior permanecían inmóviles, y durante un corto momento tuvo un respiro del dolor brutal.
El jaguar continuaba moviéndose constantemente hacia el bosque más profundo, lejos del río, entrando en el interior. La noche cayó y siguió viajando. Él comprendió que no la podía abandonar, que no tenía deseos de dejarla. Comenzó a comparar sopesar la extraña calma de los parásitos ante ella, así como las constantes emociones extrañas. La rabia había amainado hasta una pena y angustia inexorables. Tenía el corazón tan pesado que apenas podía funcionar mientras se movía en lo alto.
Abajo, grandes bloques de piedra caliza aparecieron medio enterrados en el terreno. Los restos de un gran templo maya yacían agrietados y rotos, los árboles y las vides casi habían arrasado lo que quedaba de la una vez impresionante estructura. Dispersos durante los siguientes kilómetros estaban los restos de una civilización de hacía mucho. Los mayas habían sido granjeros, cultivaba maíz dorado en medio de la selva tropical, susurraban con reverencia a los jaguares y construían templos para unir el cielo, la tierra y el inframundo.
Divisó el cenote y debajo las aguas frescas del río subterráneo que en el que había reparado antes por la tarde. El jaguar continuó sin detenerse hasta que llegó a otro emplazamiento maya, aunque éste había sido utilizado más recientemente. El crecimiento de árboles y gruesas enredaderas lo fechaban en casi veinte años atrás, pero estaba claro que habían habido casas más modernas aquí. Un generador hacía mucho tiempo oxidado y envuelto en gruesa lianas y brotes verdes yacía de costado. El terreno lloraba con los recuerdos de batallas y matanzas que habían sucedido aquí. El dolor era tan pesado ahora, que Dominic necesitaba aliviar la carga. El águila hharpía voló por el dosel alejándose del jaguar y quedó inmóvil, mirando cómo el jaguar avanzaba a través del antiguo campo de batalla, como si estuviera conectada a los muertos que gemían allí.

miércoles, 8 de junio de 2011

MALDICION OSCURA/CAPITULO 1


Capítulo 1


—Lara, vámonos de aquí —dijo Terry Vale—. Está anocheciendo y no hay nada ahí. —Se cargó al hombro su equipo de espeleología, sin sorprenderse de que no hubieran encontrado una entrada a una cueva de hielo. Si nadie había descubierto ya la entrada a una cueva en las Montañas de los Cárpatos, dudaba que el lugar existiera siquiera.
Lara Calladine le ignoró, y continuó examinando la ladera en busca de la más pequeña grieta que pudiera señalar la presencia de una cueva. No estaba equivocada... no esta vez. El poder había surgido y crepitado en el momento que puso un pie en las estribaciones de la montaña. Tomó un profundo aliento y presionó una mano sobre su corazón palpitante. Este era. El lugar que había pasado toda su vida buscando. Reconocería ese flujo de energía en cualquier parte. Conocía cada ola, cada hechizo, su cuerpo absorbiendo tal poder creciente, que sus venas chisporrotearon y sus terminaciones nerviosas escocían con la corriente eléctrica de su interior.
—Estoy de acuerdo con Terry en esto —agregó Gerald French, respaldando al otro miembro de su equipo de excavación—. Este lugar me da escalofríos. Hemos estado en muchas montañas, pero a esta no le gustamos —emitió una risa nerviosa—. La cosa se está poniendo incierta aquí arriba.
—Ya nadie dice “incierta”—murmuró Lara, pasando la mano sobre la cara de la roca a unos centímetros de la superficie, buscando hebras de poder. Los dos hombres eran no solo sus compañeros de escalada, sino sus amigos más cercanos. En ese momento deseó haberlos dejado atrás, porque sabía que estaba en lo cierto. La cueva estaba aquí, solo tenía que encontrar la entrada.
—Lo que sea —exclamó Gerald—. Está oscureciendo y aquí no hay nada más que bruma. Lara, la niebla es espeluznante. Tenemos que irnos.
Lara lanzó a los dos hombres una mirada impaciente y después inspeccionó la campiña que los rodeaba. El hielo y la nieve brillaban, bañando a las montañas de alrededor con lo que parecían ser gemas chispeantes. Muy abajo, a pesar del creciente atardecer, podía ver castillos, granjas e iglesias en el valle. Las ovejas salpicaban las praderas y podía ver correr un río caudaloso. Las aves chillaban en lo alto, llenando el cielo y cayendo en picado hacia ella, solo para frenar abruptamente y volver a empezar. El viento cambiaba continuamente, cortando su cara y cada parte de su piel expuesta, tirando de su larga trenza, gimiendo y aullando todo el tiempo. Ocasionalmente, una roca caía por la cuesta y rebotaba en el saliente de la ladera. Un hilo de nieve y suciedad se deslizaba cerca de sus pies.
Su mirada barrió la pradera salvaje. Barrancos y quebradas, cortaban a través de las montañas nevadas, plantas se aferraban a las paredes desnudas y temblaban a lo largo de las mesetas. Podía apreciar la entrada a múltiples cuevas y sentía el tirón fuerte hacia ellas, como si la estuvieran tentando a que dejara su posición actual para explorarlas. El agua llenaba las depresiones más profundas de abajo, formando una turba oscura y camas de musgo, un vívido verde en marcado contraste con los marrones que los rodeaban. Pero ella tenía que estar aquí... en este punto... en este lugar. Había estudiado la geografía cuidadosamente y sabía que profundamente dentro de la tierra, se había formado una serie masiva de cavernas.
Cuanto más alto escalaba, más pequeño parecía todo abajo y más espesa se volvía la bruma blanca que la rodeaba. Con cada paso, el suelo cambiaba sutilmente y las aves de arriba chillaban un poco más alto. Cosas ordinarias, sí, pero la sutil sensación de inquietud, las continuas voces susurrando, advirtiéndole que abandonara antes de que fuera demasiado tarde, le señalaban que éste era un lugar de poder que se protegía a sí mismo. Aunque el viento continuaba aullando y soplando, la bruma permanecía como un velo espeso envolviendo la parte alta de la pendiente.
—Vamos, Lara —intentó otra vez Terry—. Nos llevó muchísimo obtener los permisos, no podemos perder tiempo en el área equivocada. Puedes ver que no hay nada aquí.
Esta vez había implicado un esfuerzo considerable obtener los permisos para su estudio, pero se las había arreglado de la manera habitual... usando sus dones para persuadir a aquellos que estaban en desacuerdo con ella de que debido a las preocupaciones sobre el calentamiento global, las cavernas de hielo tenían que estudiarse inmediatamente. Microorganismos únicos llamados extremófilos medraban en los ambientes hostiles de las cuevas, lejos de la luz del sol o los nutrientes tradicionales. Los científicos tenían la esperanza de que estros microbios pudieran ayudar en la lucha contra el cáncer o hasta producir un antibiótico capaz de erradicar las nuevas enfermedades resistentes que emergían.
Su proyecto de investigación estaba debidamente fundamentado y aunque se la consideraba joven a la edad de veintisiete años, era conocida como la más experta en el campo del estudio y preservación de las cuevas de hielo. Registraba más horas de exploración, mapeo y estudio de las cuevas de hielo alrededor del mundo, que muchos otros investigadores que le doblaban la edad. También había descubierto más bacterias resistentes que cualquier otro espeleólogo.
—¿No te parece raro que nadie nos quiera en esta región en particular? Estaban de acuerdo en darnos permiso para buscar prácticamente en cualquier lugar —señaló ella. Parte de la razón por las que había insistido cuando no había cuevas ubicadas en los mapas en esta área, fue que el jefe del departamento se había mostrado muy extraño... extraño y bastante vago cuando fueron al mapa. La deducción geográfica natural después de estudiar la zona era que una vasta cadena de cavernas de hielo yacía bajo la montaña, y aún así la región entera había sido pasada por alto.
Terry y Gerald habían exhibido exactamente la misma conducta, como si no hubieran notado la rara estructura de la montaña, y ambos eran insuperables hallando cuevas de hielo por la superficie geográfica. La persuasión había sido difícil, pero todo ese trabajo había valido la pena por este momento... esta cueva... este hallazgo.
—Es aquí —dijo con absoluta confianza.
Su corazón seguía palpitando... no con excitación por el hallazgo... sino porque caminar se había vuelto tan dificultoso, su cuerpo no deseaba continuar avanzando. Exhaló la compulsión de abandonar y presionó a través de las salvaguardas, siguiendo el rastro de poder, juzgando cuán cerca estaba de la entrada por cuán fuerte sentía su necesidad de alejarse.
Voces surgieron en el viento, arremolinándose en la bruma, diciéndole que se retirara, que se fuera mientras pudiera. Extrañamente, las oía en muchas lenguas, la advertencia más fuerte e insistente a medida que recorría la ladera buscando cualquier cosa que pudiera indicar una entrada a las cavernas que sabía estaban allí. Todo, mientras mantenía sus sentidos alerta a la posibilidad de que acecharan monstruos bajo la tierra. Pero tenía que entrar... encontrar el lugar de sus pesadillas, el lugar de su niñez. Tenía que hallar a los dos dragones con los que soñaba todas las noches.
—¡Lara! —Esta vez Terry protestó severamente—. Tenemos que irnos de aquí.
Apenas dedicándole una segunda mirada, permaneció quieta durante un largo rato, estudiando los afloramientos que sobresalían de la roca más lisa. La nieve cubría la mayor parte de ella, pero había una rareza en la formación que hacía que su mirada siguiera viéndose atraía de vuelta a la roca. Se aproximó cautelosamente. Varias piedras pequeñas yacían al pie de las formaciones rocosas más grandes y sin embargo ni un copo de nieve se les pegaba. No las tocó, pero las estudió desde cada ángulo, observado cuidadosamente la forma en que estaban clocadas en un patrón al pie del afloramiento.
—Algo está fuera de lugar —murmuró en voz alta.
Instantáneamente el viento gimió, el sonido creciendo hasta convertirse en un chillido a medida que la ráfaga se acercaba a ella, soplando desechos al aire que la golpearon como pequeños misiles.
—Son las rocas. Mira, deberían estar organizadas de otra manera. —Lara se agachó y colocó la pequeña pila de rocas en un patrón diferente.
Al momento el suelo bajo ellos se movió. La montaña crujió en protesta. Murciélagos levantaron el vuelo, vertiéndose al cielo desde algún hoyo invisible a corta distancia, llenándolo hasta que se puso casi negro. La grieta oscura a lo largo del afloramiento se ensanchó. La montaña se estremeció, sacudió y gruñó como si estuviera viva, como si estuviera despertándose.
—No deberíamos estar aquí —casi sollozó Terry.
Lara respiró hondo y extendió la palma de la mano hacia la estrecha rendija en la ladera de la montaña, la única entrada a esta caverna en particular. El poder la golpeó y alrededor pudo sentir las salvaguardas, espesas y siniestras, protegiendo la entrada.
—Terry, tienes razón —acordó—. No debemos. —Se alejó del afloramiento y gesticuló hacia el sendero—. Vámonos. Y rápido. —Por primera vez era realmente consciente de la hora, la forma en que la oscuridad creciente se expandía como una mancha a través del cielo.
Regresaría temprano a la mañana siguiente... sin sus dos compañeros. No tenía idea de lo que quedaba en las elaboradas cavernas de hielo de abajo, pero no iba a exponer al peligro a dos de sus mejores amigos. Las salvaguardas del lugar los confundirían, por lo que no recordarían la locación de la caverna, pero ella conocía cada tejido, cada hechizo y cómo revertirlos, por lo que no la afectarían.
Las cuevas de hielo, de por sí, eran peligrosas en todo momento. La continua presión de capa sobre capa de hielo a menudo lanzaba grandes pedazos de hielo desde las paredes, como cohetes disparados, capaces de matar a lo que sea que golpearan. Pero esta caverna de hielo en particular contenía peligros que superaban con creces a los naturales y no quería a sus compañeros en sus inmediaciones.
El suelo se movió de nuevo, haciéndolos perder el equilibrio. Gerald la agarró para evitar que cayera y Terry se aferró al afloramiento, sus dedos hundiéndose en la grieta más amplia. Debajo de sus pies, algo se movió bajo el suelo, levantando la superficie varios centímetros a medida que la criatura corría hacia la base de las rocas que Lara había realineado.
—¿Qué es eso? —gritó Gerald retrocediendo. Empujó a Lara detrás de él en un esfuerzo por protegerla cuando tierra y nieve fueron expulsadas en un geiser casi a sus pies.
Terry gritó, su voz aguda y aterrorizada mientras se caía hacia atrás y la criatura oculta corría hacia él por debajo de la tierra.
—¡Levántate! ¡Muévete! —exigió Lara, intentando rodear la mole sólida de Gerald para lanzar un hechizo de contención. A medida que él se giraba, su mochila la golpeó, haciéndola perder pie y rodar por la ladera empinada. Su marca de nacimiento, la marca con una extraña forma de dragón posicionada sobre su ovario izquierdo, de repente se hizo notar, quemando a través de su piel y brillando al rojo vivo.
Dos tentáculos verde oscuro resbaladizos con sangre explotaron desde el suelo cubierto de nieve, el color tan oscuro que casi era negro, emergiendo a ambos lados del tobillo izquierdo de Terry. Se elevó el sonido de fango burbujeante, junto con un apestoso, nauseabundo y pútrido hedor a huevos podridos y sulfuro, tan mareante que a les provocó arcadas. Los extremos bulbosos de los tentáculos se retrajeron, revelando cabezas de serpiente y después golpearon con velocidad brutal. Dos colmillos curvados y ponzoñosos se clavaron a través de la piel de Terry casi hasta el hueso. Terry gritó y se sacudió en medio del terror cuando su sangre goteó sobre la nieve prístina. El hueco pequeño en el suelo empezó a agrandarse, acercándose a Terry. A la vez, los tentáculos se replegaron hacia el hoyo, deslizándose a través de la superficie, arrastrando a Terry por el tobillo. Sus gritos de miedo y dolor se hicieron más fuertes, chillando y cediendo al pánico.
Gerald se lanzó hacia delante, agarrando a Terry por debajo de los brazos y tirando de él en la dirección opuesta.
—¡Aprisa, Lara!
Lara gateó hasta la cima de la loma. La bruma se arremolinó y espesó a su alrededor, haciendo que fuera difícil ver. Extendió los brazos mientras corría, reuniendo energía del cielo que se iba oscureciendo, sin preocuparse de lo que sus compañeros pudieran ver, sabiendo que ella era la única posibilidad de Terry de sobrevivir. Ni una sola vez desde que abandonara las cuevas de hielo había usado el conocimiento que yacía en su interior, la rica información que sus tías habían compartido con ella... de hecho, no había estado segura de que fuera real. Hasta ese momento. El poder la inundó. Su mente se abrió. Se expandió. Investigando en el pozo de conocimiento y encontrando las palabras exactas que necesitaba.
—Es demasiado fuerte —Gerald clavó los talones en la tierra y sujetó a Terry con cada gramo de fuerza que poseía—. Deja de malgastar energías y ayúdame, maldita sea. Vamos, Terry, lucha.
Terry dejó de gritar abruptamente y comenzó a pelear con ansia, pateando con su pierna libre en un intento de sacarse de encima a las dos cabezas de serpiente.
La enredadera alargó más tentáculos, los tallos verdosos oscuros retorciéndose espantosamente, buscando un blanco. Los dientes se hundieron más profundamente en el tobillo de Terry, serrando carne y hueso en un esfuerzo por retener a su presa.
Lara se lanzó hacia adelante, levantando la cara hacia el cielo mientras murmuraba las palabras que encontró en su mente.
Invoco al poder del cielo. Baja un relámpago al ojo de mi mente. Formando, cambiando, inclinado a mi voluntad. Forjando una guadaña de acero afilado. Caliente y brillante el fuego es, guía mi mano con precisión.
Un relámpago zigzagueó cruzando el cielo, iluminando los bordes de las nubes. El aire alrededor de ellos se cargó, tanto que el vello en sus cuerpos y el cabello se les pusieron de punta. Lara sintió la electricidad chasqueando y chisporroteando en las puntas de sus dedos y la enfocó en el fino espacio entre los cuerpos largos y gruesos y las cabezas bulbosas de las enredaderas-serpientes.
Una luz blanca surcó la corta distancia y perforó los cuellos de las criaturas. Un olor a carne podrida surgió de la enredadera. Ambos tentáculos cayeron mustios al suelo, dejando los dientes, con las cabezas sujetas, aún hundidos profundamente en el tobillo de Terry. Los tentáculos restantes retrocedieron con sorpresa y luego se hundieron bajo la tierra y la nieve.
Terry agarró una de las cabezas para sacarla.
—¡No! —Protestó Lara—. Déjala. Tenemos que salir de aquí ya mismo.
—Quema como ácido —se quejó Terry. Su cara estaba pálida, casi tan blanca como la cubierta de nieve y gotas de sudor punteaban su frente.
Lara sacudió su cabeza.
—Tenemos que salir de esta montaña ya. Y no puedes arriesgarte hasta que pueda echarle una mirada a eso.
Ella tomó su brazo y le indicó a Gerald que agarrara el otro. Pusieron a Terry entre ambos y comenzaron a apurarse desde la ladera hacia el sendero bien marcado hacia su derecha.
—¿Qué era eso? —Siseó Gerald, sus ojos encontrándose con los de ella por encima de la cabeza de Terry—. ¿Habías visto una serpiente como esa antes?
—¿Tenía dos cabezas? —preguntó Terry. La ansiedad lo hizo hiperventilar—. No conseguí echarle una buena mirada a eso antes de que golpeara. ¿Piensas que es venenosa?
—Terry, no está atacando a tu sistema nervioso central —dijo Lara—. Al menos todavía no. Te llevaremos de vuelta al pueblo y conseguiremos un médico. Sé algo de medicina, puedo tratarte cuando lleguemos al coche.
La montaña retumbó amenazadoramente, temblando bajo sus pies. Lara levantó la mirada hacia la bruma blanca que se arremolinaba. Por encima de ellos, grietas como telarañas aparecieron en la nieve y comenzaron a ensancharse.
Gerald maldijo, reforzando su agarre sobre Terry, y empezó a correr a lo largo del sendero estrecho y sinuoso.
—Va a venirse abajo.
Terry apretó los dientes ante el dolor que irradiaba de su tobillo.
—No me puedo creer que esto esté pasando. Me siento enfermo.
Lara mantenía sus ojos en la montaña detrás de ellos mientras corrían, arrastrando a Terry cada paso del camino.
—Más rápido. Seguid moviéndoos.
El suelo se movió y onduló y pequeños abanicos de nieve se deslizaron en artísticos diseños hacia la ladera que había por debajo de ellos. La vista era deslumbrante, incluso hipnótica. Gerald sacudió su cabeza varias veces y miró a Lara confundido, lentamente bajando la mirada a la nieve ondulante.
—¿Lara? No recuerdo que pasó. ¿Dónde estamos?
—Estamos a punto de ser aplastados por una avalancha, Gerald —le informó Lara—. Terry está herido y tenemos que correr como el infierno. ¡Ahora, muévete!
Puso en su voz cada gramo de compulsión y mando que pudo reunir a la carrera. Afortunadamente, ambos hombres obedecieron, concentrándose en bajar la empinada cuesta lo más rápido posible y sin hacer más preguntas. Las salvaguardas que protegían la cueva no sólo eran letales, sino que confundían y desorientaban a cualquier viajante que tropezara con ellas. El sistema de alerta era usualmente suficiente para hacer que la gente se sintiera tan incómoda que abandonara la zona, pero una vez disparadas, las salvaguardas luchaban por borrar los recuerdos o hasta matar para proteger la entrada a la caverna.
Era, definitivamente, el lugar que estaba buscando. Ahora tenía que sobrevivir para poder volver y descubrir los secretos largamente enterrados de su pasado. Gerald tropezó y Terry gritó cuando una de las cabezas de serpiente golpeó contra una pila de hielo y nieve particularmente densa, hundiendo los dientes aún más en la carne.
Lara sintió a la montaña temblar. Al principio hubo silencio y después un retumbar distante. El sonido incrementó su potencia y volumen hasta convertirse en un rugido. La nieve se deslizó, lentamente al principio, tomando velocidad, agitándose y enturbiándose hacia ellos. Lara hizo retroceder el pánico y buscó en la fuente de conocimiento que sabía estaba en su interior. Sus tías nunca habían tenido aspecto humano, pero sus voces lo eran y la inmensa abundancia de información que habían recogido a lo largo de los siglos, estaba almacenada en los recuerdos de Lara.
Era una Buscadora de Dragones, un gran linaje Cárpato. Era humana, con coraje y fuerza. Era maga capaz de reunir energía y usarla para el bien. Todos sus ancestros eran seres poderosos. La sangre de tres especies circulaba por sus venas, aún cuando no pertenecía a ninguno de esos mundos y caminaba por su propio sendero... sola, pero siempre guiada por la sabiduría de sus tías.
Sintió la fuerza vertiéndose en ella, el crepitar de electricidad mientras el cielo se encendía con los relámpagos. Mirando sobre su hombro una vez más, envió una orden a las fuerzas de la naturaleza para contrarrestar la guarda protectora que la magia oscura había utilizado sobre la montaña.
Te convoco, agua helada, encaja en mi mano, provéeme de protección como ordeno.
La nieve dejó de moverse abruptamente, pulverizándose en el aire, congelándose en el lugar, ondulándose sobre sus cabezas como una ola gigante, inmóvil en medio del aire.
—¡Corred! —Gritó Lara—. Vamos, Gerald. Tenemos que bajar de la montaña.
La noche estaba cayendo y la avalancha no era lo peor a lo que podrían enfrentarse. El viento se había calmado, pero las voces permanecían, chillando advertencias que Lara no se atrevía a ignorar. Agarraron a Terry y medio corrieron, medio se deslizaron bajando la empinada colina. Sobre sus cabezas, el pesado manto de nieve formaba una ola, con la cresta sobre ellos, inmóvil como una estatua siniestra.
Terry dejaba vetas de sangre mientras resbalaban sobre la superficie helada. Transpiraban copiosamente para cuando llegaron abajo. Localizar su coche fue tarea fácil. En esta zona en particular de Rumania, la mayoría de los lugareños usaba carros con yuntas tiradas por caballos. Los coches no eran nada comunes y el suyo, aún pequeño como era, parecía muy moderno para un lugar que tenía siglos de antigüedad.
Gerald arrastró a Terry a través del prado hacia donde el coche estaba estacionado bajo algunas ramas desnudas. Lara se giró hacia la montaña, dejó escapar el aliento y aplaudió tres veces.
Se produjo una pausa extraña, expectante. La ola se movió, la nieve cayó. La montaña se deslizó, levantando una nube de nieve en polvo en el aire.
—Lara —jadeó Terry—. Tienes que sacarme estos dientes del tobillo. Mi pierna arde como el infierno y juro que algo se está arrastrando en mi interior... dentro de mi pierna. —Se derrumbó en el pequeño asiento trasero, su piel casi gris. La transpiración empapaba su ropa y su respiración salía en jadeos irregulares.
Lara se arrodilló en la tierra y examinó las espantosas cabezas. Sabía lo que eran... híbridos de la magia oscura, engendrados para hacer su voluntad. Había visto sus comienzos en sus pesadillas. Las víboras inyectaban en el cuerpo de sus víctimas un preparado venenoso, que incluía diminutos parásitos microscópicos. Los organismos finalmente tomarían el cuerpo de Terry y luego su cerebro, hasta que fuera una mera marioneta para ser usada por la magia oscura.
—Lo siento, Terry —dijo suavemente—. Los dientes son como anzuelos y deben quitarse cuidadosamente.
—¿Entonces lo habías visto antes? —Terry le agarró la muñeca y la acercó cuando ella se puso de cuclillas ante la puerta abierta del auto. Estaba despatarrado en el asiento trasero, meciéndose de dolor—. No se por qué, pero el hecho que los hayas visto antes me hace sentir mejor.
A ella no la hacía sentir para nada mejor. Había sido una niña, arrastrada a un laboratorio. Las visiones y los olores eran tan horribles que había intentado olvidarlos. La fetidez de la sangre. Los gritos. Los grotescos gusanos diminutos en una pelota putrefacta, contoneándose con frenesí, consumiendo sangre y carne humana.
Inspiró profundamente y exhaló. No tenían mucho tiempo. Tenía que llevar a Terry a un maestro sanador que pudiera encargarse de tales cosas, pero ella podría ralentizar el deterioro.
Gerald miró a su alrededor, después a la montaña, ahora quieta y callada. La bruma blanca se arremolinaba, pero las voces habían desaparecido. En lo alto, las nubes crecían más pesadas y oscuras, pero la montaña parecía prístina... intacta... ciertamente no como si alguien hubiera trepado y sido atacado.
—¿Lara? —Sonaba tan confuso como parecía—. No puedo recordar donde estamos. No puedo recordar cómo esas víboras atacaron a Terry. ¿Las serpientes no necesitan climas cálidos? ¿Qué me pasa?
—Ahora mismo no importa. Lo que importa es sacar esos dientes de la pierna de Terry y llevarlo al hostal, donde alguien que sepa hacerlo pueda ayudarle. —Alguien con habilidades de sanación naturales, más que médicas. Si estaban cerca de donde había sido retenida de niña, entonces tenía razones para pensar que alguien sabría como tratar una herida causada por magia.
Cerró los ojos para bloquear la visión de la cara gris de Terry y de la ansiosa de Gerald. Bien adentro, donde la fuente del conocimiento yacía, encontró su centro de calma. Casi podía oír los susurros de las voces de sus tías, dirigiéndola mientras la información inundaba su mente. Los colmillos curvados parecían tener un anzuelo en la punta.
Cabezas severas que ahora muerden, colmillos que se retiran con calor y luz. Saca el veneno restante, conteniendo el daño, deteniendo el dolor.
—Tiene que haber alguien mejor para sacarlos —dijo Lara—. Podemos llevarte rápido al hostal y la pareja de propietarios puede encontrar a alguien para nosotros que haya tratado con esto antes.
Terry sacudió la cabeza.
—No puedo soportarlo, Lara. Si no los sacas ya, voy a arrancármelos ahora. Realmente no puedo soportarlo.
Ella asintió, entendiéndolo, y alcanzó su cuchillo del cinturón de herramientas que tenía debajo de la chaqueta.
—Entonces, vamos allá. Gerald, ponte detrás del asiento y sostén los hombros de Terry. —Más que nada, no quería a Gerald posicionado donde la sangre contaminada pudiera salpicarlo. Los diminutos microorganismos eran peligrosos para cualquiera.
Gerald la obedeció sin cuestionar y Lara estudió la primera cabeza de serpiente. El híbrido era parte planta y parte animal, totalmente espeluznante. Estaba hecho para hacerse con la persona, sin importar la especie y ponerla bajo el control del mago oscuro. No sólo cárpatos y humanos habían sido torturados, sino también su propia gente. Nadie estaba a salvo, ni siquiera su propia familia, como Lara podía atestiguar.
Cerró lo ojos y tragó con dificultad, cerrando con brusquedad la puerta a unos recuerdos que eran muy dolorosos, muy escalofriantes para recordarlos cuando tenía una tarea tan compleja por delante. Raramente utilizaba sus habilidades curativas en alguien aparte de sí misma en los años pasados. En su infancia, había cometido ese error en muchas ocasiones, viajando con gitanos. Soldó huesos rotos. Sanó una herida de cuchillo que podría haber matado a un hombre. Removió una bacteria dañina de los pulmones de un niño. Al principio la gente estaba agradecida, pero inevitablemente empezaron a tenerle miedo.
Nunca muestres que eres diferente. Debes mezclarte donde quiera que estés. Aprende el lenguaje y las costumbres. Viste como visten ellos. Habla como hablan ellos. Disimula quién y qué eres y nunca confíes en nadie.
Le gustaban Gerald y Terry... mucho. Habían trabajado juntos muchos años, pero había sido cuidadosa en nunca involucrarse demasiado con ninguno de los dos o mostrarles que era diferente en ningún modo.
—Lara.
La voz suplicante de Terry devolvió sus pensamientos a la tarea que tenía entre manos. Se reafirmó y le brindó un asentimiento tranquilizador. Estaban acostumbrados a que ella fuera la líder cuando investigaban las cuevas y era natural que recurrieran a ella ahora. Tomó otro aliento y lo dejó escapar, aplastando la repulsión que estaba brotando. Las palabras del canto sanador surgieron del mismo banco de conocimientos y las repitió para sí mientras deslizaba la hoja afilada del cuchillo por la piel de Terry y encontraba las puntas de anzuelo.
Kunasz, nelkul sivdobbanas, nelkul fesztelen loyly. Ot elidamet andam szabadon elidadert. O jela sialem jorem ot ainamet es sone ot elidadet. O jela sialem pukta kin minden szelemeket helso. Pajnak o susu hanyet es o nyelv nyalamet sivadaba. Vii o vermin sone o verid andam.
El antiguo lenguaje cárpato que había aprendido cuando era niña le llegó fácilmente. Podría estar un poco oxidado al nunca haber tenido que usarlo con otros, sino solo para murmurárselo a sí misma antes de dormir, pero las palabras, pronunciadas en un cántico, siempre la consolaban.
Mientras murmuraba las palabras sanadoras, bloqueaba el dolor de Terry. El diente era malvado... y asqueroso. Se curvaba dentro de la piel, ensanchándose, enterrándose profundamente y en el extremo, cerca de la punta, había algo parecido a un pequeño anzuelo, curvado en la dirección opuesta. Tenía que cortar cuidadosamente la piel para permitir que los puntos a ambos lados se aflojasen lo suficiente como para sacarlas sin dañar demasiado la pierna de Terry.
Al principio utilizó su visión humana, bloqueando todas sus otras habilidades, hasta que hubo sacado las rebarbas. Solo entonces se permitió a sí misma mirar con los ojos de una maga. Gusanos blancos diminutos se retorcían y hurgaban como un enjambre hacia las células, para reproducirse lo más rápidamente posible. Su estómago dio un vuelco. Le requirió un tremendo esfuerzo despojarse de su propia conciencia y su yo físico y convertirse en un rayo sanador de luz blanca, el cual vertió sobre la herida de Terry para quemar los organismos tan pronto como los encontraba.
Las criaturas parecidas a gusanos trataban de huir de la luz y se reproducían velozmente. Intentó ser minuciosa, pero Terry se retorcía y gemía, distrayéndola, buscándose con la mano el otro tobillo, intentando arrancar la cabeza restante.
Bruscamente se encontró de vuelta en su propio cuerpo, desorientada e inundada de pánico.
—¡Terry! Déjala. Yo la sacaré.
Demasiado tarde. Él gritó mientras arrancaba la asquerosa cabeza de la víbora, desgarrándose el tobillo. Las rebarbas rasgaron a través de su piel y músculos. La sangre regó la parte trasera y se disparó cruzando el asiento y salpicando el pecho de Gerald.
—¡No toques la sangre! —Gritó Lara—. Usa la ropa. Gerald, quítate la chaqueta.
Presionó ambas manos sobre la herida, apretando fuerte, ignorando el dolor abrasador cuando la sangre cubrió su piel, quemando hasta el hueso. Luchó por vencer su propio miedo y pánico hasta alcanzar el lugar centrado y tranquilo en su interior, llamando a la luz sanadora, un ardiente blanco y puro para contrarrestar el ácido de la sangre de la víbora. Por la forma en que su marca de nacimiento estaba ardiendo, debía haber sangre de vampiro en el asqueroso preparado.
Gerald se arrancó la chaqueta y la tiró lejos mientras el material empezaba a desprender un humo grisáceo.
Terry se fue quedando quieto a medida que Lara enviaba la luz sanadora a extenderse a través de su cuerpo hasta la herida abierta en la pierna. La hemorragia disminuyó hasta convertirse en un hilo y las criaturas parecidas a gusanos retrocedieron ante el despliegue de calor generado por Lara. Cauterizó la herida, destruyendo tantos parásitos como pudo antes de bañar sus manos y brazos en la misma energía caliente.
—Gerald, ¿tienes algo de sangre encima?
Él sacudió su cabeza.
–Me parece que no, Lara. Tengo esa sensación, pero me limpié las manos y la cara y no hay ninguna mancha.
—Una vez llevemos a Terry al sanador, báñate tan pronto puedas. Y quema tu ropa. No la laves, quémala. Toda.
Salió del asiento, ayudando a Terry a meter las piernas y apartarlas de la puerta para así poder cerrarla y apresurarse hasta el lado del conductor. El color de Terry era terrible, pero más importante aún, no le gustaba el modo en que estaba respirando. En parte podía deberse al shock, la respiración rápida y superficial típica del pánico, pero se temía que no había detenido el asalto de los parásitos a su cuerpo. Necesitaba un maestro sanador inmediatamente.
Condujo tan rápido como pudo por el camino de montaña estrecho y lleno de hoyos, resbalando en algunas de las curvas más cerradas y rebotando sobre los pozos lodosos. El agua sucia salpicó en el aire mientras el coche pasaba a través del barro y la nieve, lanzando deshechos a su paso. A su alrededor, la campiña tranquila contrastaba agudamente con su terror y desesperación.
Pajares y vacas los rodeaban. Pequeñas casas con techo de paja y carros tirados por caballos con enormes ruedas, daban la impresión de haber retrocedido en el tiempo, a una época más lenta y mucho más feliz. Los castillos y la abundancia de iglesias proporcionaban a la zona una imagen medieval, como si caballeros a caballo pudieran surgir a la carga en lo alto de las colinas en cualquier momento.
Lara había viajado por todo el mundo buscando su pasado. Recordaba poco de su viaje desde la cueva de hielo y una vez la hallaron los gitanos, había viajado por toda Europa. Pasó de familia en familia y nunca le dijeron dónde la encontraron. Venir a las montañas de los Cárpatos había sido como volver al hogar. Y cuando había entrado a Rumania, se sintió en casa. Este lugar permanecía salvaje, los bosques agrestes y la tierra viva debajo de sus pies.
El coche se deslizó por otra curva y salieron del bosque espeso y entraron en las turberas. El sendero se estrechó todavía más, serpenteado entre el suelo sólido mientras el olor de la turba impregnaba el aire a su alrededor. Los árboles se tambaleaban y encorvaban bajo el fuerte peso de la nieve. Luces en la distancia anunciaban granjas y por un momento, pensó en parar a pedir ayuda en la más cercana. Pero Terry había sido mordido por un híbrido, una víbora creada por un mago y que llevaba sangre de vampiro. Sanar una herida hecha por magos ya era suficientemente difícil, pero una de híbrido con sangre de vampiro... eso requería habilidades más allá de sus conocimientos o de los de un doctor humano.
La única esperanza residía en los propietarios del hostal. La pareja había nacido y se había criado en la zona, viviendo allí toda su vida. Lara no podía imaginar que no tuvieran algún conocimiento del peligro que yacía en las montañas. Con el paso del tiempo se hacía difícil manipular los mismos recuerdos. Y había algo en ese hostal... algo que la había atraído hasta él. Una sugestión de poder, como si tal vez hubiera una sutil influencia trabajando, animaba a los turistas y visitantes a quedarse en el casero y amistoso hostal.
Lara se permitió ser susceptible al flujo de poder, porque era la primera vez desde que el dragón la había empujado hasta el saliente de la caverna superior, que había encontrado el toque ligero y delicado de energía fluyendo. Había olvidado lo que era bañarse en el poder eléctrico crepitante, sentirlo rodeándola, fluyendo a través de cada célula hasta que su cuerpo zumbó con él. El hostal y el pueblo entero le habían dado esa sensación increíble, aunque era tan sutil que casi se le escapó.
—Lara. —La llamó Gerald desde el asiento trasero—. Mi piel está comenzando a arder.
—Casi llegamos. Entra y date una ducha lo primero de todo. —No quería pensar en lo que Terry estaba sufriendo. Estaba muy callado, aparte de emitir un suave gemido—. Gerald, cuando lleguemos al hostal, tenemos que hablar con los propietarios y preguntar enseguida quién es el sanador del pueblo.
—La dueña se llama Slavica y parece muy agradable.
—Esperemos que sea también muy discreta. Desde luego parece conocer a todo el mundo.
—¿No sería mejor preguntar por el médico más cercano? —preguntó Gerald.
Lara intentó parecer despreocupada.
—A veces lo sanadores locales conocen mucho más de las plantas y animales de la zona. Aún cuando nosotros no hayamos encontrado esta especie en particular antes, apuesto que los lugareños sí y el sanador local probablemente sabe exactamente qué hacer para extraer el ponzoño... —Abruptamente cambió su descripción—. Veneno.
Lara condujo el coche por el camino ascendente hasta la posada, en el límite del pueblo. El gran edificio de dos pisos estaba situado de cara al bosque con su largo porche e invitadores balcones. Aparcó tan cerca de las escaleras como pudo y rodeó el coche a la carrera para ayudar a Gerald a sacar a Terry.
Las sombras se alargaban y crecían a medida que las nubes en lo alto se espesaban con la amenaza de nieve. El viento bramaba y los árboles se balanceaban y crujían en protesta. Lara miró alrededor con agudeza y cautela, mientras abría la puerta trasera y se extendía hacia el interior en busca de Terry.
—Yo volveré a por las cabezas de las serpientes para mostrárselas a los propietarios. No las toques. —le avisó.
Terry era casi un peso muerto, colgando entre ellos. Gerald tuvo prácticamente que llevarlo en brazos mientras tropezaban a través de la nieve. El camino estaba despejado, pero tomaron un atajo, marchando a través de la colina del frente para llegar más rápido al porche.
Un hombre alto y de cabello oscuro les abrió la puerta y extendió la mano para ayudarlos. Aún bajo las funestas circunstancias, Lara lo encontró apuesto, casi irresistible.
—Que la sangre no le toque —advirtió Lara—. Es altamente venenosa.
La mirada del hombre de cabello oscuro se posó en su cara y se quedó congelado, cruzándose con la de ella. Por un momento hubo atónito reconocimiento en sus ojos y después el momento pasó cuando puso su hombro bajo Terry para liberarla del peso.
Lara se giró, volviendo al coche.
—Metedlo adentro y pedid a los dueños que busquen a un sanador. Traeré las cabezas de las víboras.
Se apresuró a bajar los escalones, cruzando la distancia hasta el coche a la carrera. Cuando abría la puerta de un tirón, su marca de nacimiento, la que tenía forma de dragón, comenzó a arder contra su piel. Había una sola cosa que hacía despertar la advertencia del dragón. Vampiro. Y tenía que estar cerca. Se colocó apresuradamente la falda y un abrigo para cubrir sus armas. Cerró la puerta y miró cuidadosamente alrededor, una mano deslizándose bajo su gruesa capa roja para buscar el cuchillo en su cinturón.

Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
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Gracias por su visita
Mary