Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 5


Cinco

Tempest lo miró furiosa, el enfado conseguía que sus ojos verdes relucieran como esmeraldas.
—Muy divertido. Tenemos que aclarar un par de cosas; quizás en este momento, prefiera arriesgarme contigo antes que con el resto del mundo, pero no si insistes en dame órdenes. Tenemos que dejar claras varias cosas: nada de… de… como sea que llames a esto —dijo con un gesto de la mano que englobaba toda la situación: besarse, tomar su sangre, seducirla, organizarle la vida, ponerle límites. Todo.
La mirada oscura de Darius no abandonó el rostro de Tempest; sus ojos estaban fijos en ella como los de un leopardo acechando su presa. Ávidos, ardientes e intensos. Aquellos ojos la dejaban sin respiración, la hipnotizaban, la hechizaban. Intentó desviar la mirada de aquella trampa seductora y aterciopelada.
—Y deja de hacer eso también —dijo con total convicción, a pesar de que siempre conseguía que hirviera de deseo por él.
—¿Dejar de hacer qué?
—Deja de mirarme así. Definitivamente no puedes mirarme de ese modo. Es una trampa.
—¿Y cómo te estoy mirando? —su voz profunda se hizo aún mas grave y suave. Hipnotizante.
—Vale, eso tampoco. No se habla en ese tono de voz —dijo con firmeza—.  Sabes muy bien lo que estás haciendo. Compórtate normalmente.
Su sonrisa dejó a la vista unos dientes perfectamente blancos, y casi logró detener el corazón de Tempest.
—Me estoy comportando normalmente, Tempest.
—Bien, eso lo dejamos también. No estás comportándote —le dijo con las manos en las caderas en actitud desafiante, mirándolo furiosa.
Darius apartó la mirada, intentando ocultar la súbita sonrisa que se dibujaba en sus labios. Frotándose de forma pensativa la nariz le contestó.
—Esas son demasiadas reglas y casi todas parecen imposibles de seguir. Quizás un plan más factible funcione.
—Ni siquiera empieces con esa actitud odiosamente prepotente y masculina que me saca de quicio. —Intentaba apartarse frenéticamente para poder poner un poco de espacio emocional entre ellos y poder respirar. También debería dejar de parecer tan masculino; eso ayudaría un poco. Repentinamente mareada, se dejó caer y se sentó sobre la alfombra de agujas de pino que cubría el suelo. Parpadeó sorprendida. Darius se agachó junto a ella y tomando su rostro entre las manos, le dijo:
—Limítate a hacer lo que te pido y todo irá bien, cielo.
Tempest se aferró a su gruesa muñeca buscando apoyo.
—¿Has escuchado algo de lo que te he dicho?
—Por supuesto. Si quieres, puedo repetir palabra por palabra todas las tonterías que has dicho —le dijo mientras la abrazaba, resguardando su cuerpo en el refugio de sus brazos—. Siéntate un momento y te sentirás mejor. Quizás me haya pasado un poco, pero no necesitas que te dé sangre.
Los ojos verdes se abrieron de par en par.
—Ni lo sueñes, Darius. Y lo digo en serio; he leído libros y he visto películas. Me niego a convertirme en vampiro.
Sus labios adoptaron aquel rasgo tan peculiar otra vez, y ese pequeño gesto provocativo consiguió que la sangre de Tempest hirviera en sus venas, de modo que se vio obligada a mirar hacia otro lado para salvar su alma. Nadie tenía derecho a ser tan guapo.
—No soy un vampiro, cielo. Un no-muerto ha renunciado a su alma. Yo he resistido, aunque haya sido una vida a medias, durante todos estos largos siglos.
—¿Qué es lo que eres entonces? —preguntó Tempest, sin muchos deseos de escuchar la respuesta aunque estuviese muerta de curiosidad.
—Yo soy de la tierra, del viento y del cielo. Puedo gobernar a la naturaleza. Pertenezco a una raza antigua con poderes y facultades que a menudo se han asociado, de forma errónea, con las de los vampiros. Pero no soy un vampiro; soy un hombre de los Cárpatos —miraba con atención a Tempest, presintiendo el torrente de preguntas que seguirían a su confesión.
Ella inclinó la cabeza hacia un lado y preguntó:
—Entonces, ¿ha habido muchas?
—No entiendo tu pregunta —parecía indiscutiblemente perplejo.
—Mujeres como yo. ¿Coleccionas mujeres para poder tener siempre a punto tus provisiones? —preguntó con tono ligero a causa de la excitación que le producía su proximidad.
Darius enredó los dedos en los mechones cobrizos.
—No hay ninguna otra mujer. No ha habido ninguna. Tú me perteneces; sólo tú.
Tempest no estaba muy convencida de que no hubiese habido otras mujeres, pero se dio cuenta que deseaba que fuese cierto.
—¡Caramba! ¡Qué suerte tengo! —Dijo— Sucede que no todos los días un vampiro de los Cárpatos me ordena lo que tengo que hacer. He estado sola, cuidando de mí misma desde que tengo uso de razón, Darius, y me gusta vivir así.
Darius deslizó su mano hasta llegar a la nuca de Tempest, pero perdió el hilo de la conversación con la suavidad de su piel.
—Me parece que no has hecho un buen trabajo. Afróntalo; me necesitas.
Tempest le dio un manotazo para que apartara la mano, asustada por el fuego que comenzaba a extenderse en la parte baja de su cuerpo. Nada era seguro con él, ni siquiera una simple conversación.
—No necesito a nadie.
Los ojos negros llamearon al contemplar el delicado rostro, mientras un rictus de decidida posesión se formaba en sus labios.
—Entonces, tendrás que aprender a hacerlo, ¿no es cierto?
El corazón de Tempest brincó en su pecho ante la pequeña advertencia oculta en su voz. Cuando quería, sabía como resultar amenazador tan sólo con la voz. El miedo brilló en las profundidades de sus ojos verdes antes de poder apartar la mirada de Darius.
—Darius, de verdad que me das miedo —confesó casi sin voz.
Durante un instante, Tempest estuvo convencida de que él no la había escuchado, pero entonces, sintió su mano cálida detenerse en un gesto posesivo sobre su nuca.
—Lo sé, Tempest, pero no tienes por qué, lo superarás.
Una oleada de furia le infundió valor.
—No estés tan seguro de que te deje organizar mi vida.
—Si te ves obligada a intentar desafiarme a toda costa, de acuerdo, pero te lo advierto, no soy un hombre al que puedas llevar la contraria fácilmente —el tono de voz suave y aterciopelado hacía que resultara aún más amenazante. Además, le rodeó la garganta con fuerza mientras hablaba.
—No es muy novedoso, Darius y ya estoy bastante asustada —dijo mientras su corazón martilleaba al ritmo de sus palabras—. No es la primera vez que me encuentro en esta situación, ya he tenido miedo antes y me las he arreglado siempre —su barbilla se elevó desafiante y Darius inclinó la cabeza con los ojos emitiendo destellos helados.
—No soy yo lo que te da miedo, Tempest, sino la pérdida de tu libertad. Tienes miedo de la pasión indómita que crece en ti y que hace despertar mi lado salvaje. Eso también te asusta, pero no estás asustada de mí.
Tempest empujó el musculoso pecho con ambas manos pero él ni se movió.
—Vale, muchas gracias por ese análisis —espetó Tempest con repentino enfado—. ¿Qué dirían los demás si les contara cómo te estás comportando? —lo desafió—. ¿Los tienes tan dominados que incluso te ayudarían?
Darius encogió los hombros con un movimiento casual y relajado, que le recordó a un leopardo desperezándose.
—No me importaría que me apoyaran o no. Puede que mi familia se rompiera, puede que hubiera un baño de sangre, pero el resultado final sería el mismo. No te dejaré marchar, Tempest.
—¡Oh, cállate! —exclamó exasperada y con rudeza—. No hay nada de mí que pueda gustarte una vez que me conozcas. Siempre estoy metida en problemas; no puedo evitarlo. Vas a volverte loco.
Darius atrapó la frágil muñeca de Tempest entre sus dedos y con el pulgar le buscó el pulso.
—Ya me enloqueces —le contestó con suavidad—. Muy pronto, harás lo que te diga y, entonces, no tendré que preocuparme demasiado.
—Eso no ocurrirá en esta vida —le anunció mirándolo con enfado—. Y como sólo viviré ésta, temo que vas a sufrir una tremenda desilusión.
Darius se rió genuinamente divertido, cargado de esa superioridad masculina que le decía con burla que ella, Tempest, sería algo muy sencillo de manejar.
—Vamos, cielo. Los demás se levantarán pronto y esta noche tenemos unos cuantos kilómetros por delante para no retrasarnos. Y los leopardos necesitan alimentarse antes de ponernos en camino —y no añadió que su familia tendría que hacer lo mismo. Sentía el profundo temor de Tempest de ser utilizada como alimento, no sólo por él, sino también por el resto de la banda. Quería reconfortarla, pero sabía que con simples palabras no lo conseguiría.
Darius se incorporó para ayudarla a ponerse en pie. Era tan asombrosamente ligera para ser una mujer con tanta voluntad, que temía lanzarla al aire si no se andaba con cuidado y controlaba su enorme fuerza cuando la levantara. En el momento que Tempest estuvo de pie, dio un respingo alejándose de él, mientras se limpiaba las manos en los vaqueros y lo miraba furiosa. Él podría gobernar a todos los demás pero ella no estaba dispuesta a soportar sus tonterías; ni se iba a convertir en las provisiones alimenticias de nadie. Y por supuesto, no le apetecía tener ninguna arquetípica figura masculina dominando su vida. Puede que siempre atrajera problemas pero no era ninguna estúpida.
Darius observó su pequeño rostro mientras caminaban de vuelta hacia el campamento, sus expresiones eran fáciles de descifrar. Ya no podría ocultarle más sus pensamientos puesto que se había acostumbrado a su inusual mente. Había aprendido la lección y ya no sería tan complaciente ni actuaría dando por seguro que podía controlarla. Era una humana muy diferente al resto y él ni siquiera había pensado en ahondar más de lo que hacía normalmente. Aparte de pensar demasiado, Tempest tenía una mente muy interesante, solía concentrarse en una sola cosa y mantener al margen todo lo demás.
La sintió tambalearse y deslizó un brazo sobre sus hombros a pesar del ligero encogimiento de rechazo. Tempest era una persona tolerante por naturaleza, capaz de aceptar las diferencias de los demás, al igual que comprendía la forma de razonamiento de los animales, sus instintos de conservación. De modo que le llevaría muy poco tiempo aceptar la forma de vida de la Estirpe de los Cárpatos. Darius sabía que podría hacerlo siempre y cuando no invadiera su modo de vida; ella vivía como una nómada, prácticamente igual que su banda, pero prefería una existencia solitaria. Podía comprender la forma de vida de un animal, ya que sus instintos de supervivencia eran igual de acusados, pero era reacia a entender a las personas y a los motivos que les impulsaban a actuar. Haber crecido en un hogar derrumbado, con una madre que vendía a sus hijos para conseguir droga, que vendía incluso su propia alma, le había hecho decidir a una tierna edad que no quería tratos con personas, y nada de lo que le había ocurrido le había ayudado a cambiar de opinión.
Rusti se apartó un poco del cálido cuerpo de Darius. No le gustaban los sentimientos que él despertaba en su interior, ni la necesidad agónica que dejaba su cuerpo fuera de control. Era demasiado peligroso, demasiado poderoso, y estaba demasiado acostumbrado a salirse con la suya. A ella le gustaba llevar una vida tranquila e independiente, le sentaba bien la soledad. Lo último que necesitaba era quedarse atrapada en el estrafalario grupo de seguidores de Darius. Suspiró sin darse cuenta. No podía quedarse con los Dark Troubadours. Lo que un principio le había parecido un santuario perfecto, se había transformado súbitamente en algo que le resultaba casi imposible manejar.
Darius contempló la cabeza gacha de Tempest, la mirada lejana y pensativa, y la tristeza que reflejaban sus enormes ojos. Enlazó sus dedos con los de ella.
—No tienes que preocuparte tanto, cielo. He jurado protegerte y cuidarte; y no me tomo esos juramentos a la ligera.
—Es que esto no es algo para lo que una persona pueda estar preparada, Darius. Aunque seas un… un hombre de los Cárpatos y no un vampiro, seas lo que seas, está claro que no eres humano. Lo siento cuando te comunicas telepáticamente conmigo.
—¿Estás segura de que tú eres totalmente humana? Cuando me sumerjo en tu mente, me doy cuenta que tus esquemas mentales son muy diferentes de los del resto de los humanos.
Tempest se estremeció, alejándose como si la hubiese golpeado.
—Ya sé que soy diferente. Créeme, no me estás diciendo algo que no haya escuchado en otras ocasiones. Nada de lo que me llames puede sorprenderme: monstruo, mutación, frígida. Sólo insúltame y seguro que ya me lo han dicho con anterioridad.
Darius se detuvo bruscamente, obligando a Tempest a hacer lo mismo. Le tomo las manos y las llevó hasta sus labios.
—No lo decía de esa forma. Yo admiro lo que eres; si alguno de los dos es una mutación de la naturaleza, Tempest, ese soy yo. Yo no soy humano, soy inmortal, y puedo asegurarte que ni eres un monstruo ni eres frígida. Tu corazón y tu alma me esperaban a mí. No todo el mundo puede entregarse al primero que pase; sólo unos cuantos saben que entregar ese tesoro, esa intimidad, es un acto sagrado que sólo debe hacerse con su otra mitad. Quizás los que te mortificaron estaban celosos de saber que tú eras de esas personas, porque no querían esperar o bien porque se vendían barato.
Las largas pestañas de Tempest ocultaron sus ojos verdes.
—No soy virgen, Darius.
—¿Quizás porque algún hombre te forzó?
—Me parece que tienes una opinión equivocada sobre mí. No soy ningún ángel, Darius. He robado coches, los he trucado y los he usado para competir en carreras por simple diversión. Siempre me he rebelado contra las figuras autoritarias, probablemente porque las personas que intentaron dirigir mi vida me dejaron un mal sabor de boca. Siempre me sorprende que las personas que se consideran rectas, las que siempre están rezando y señalando a los demás con el dedo, son a menudo las que hacen las cosas más deshonestas y confusas. Cuando pude arreglármelas sola, me inventé mi propio código ético y me rijo por él. Pero no soy ninguna santa, y nunca lo he sido. De donde yo vengo no salen santos.
Darius comenzaba a familiarizarse con los diferentes matices de la voz de Tempest. Estaba triste, y aceptaba su atroz infancia pero a la vez se sentía muy enfadada consigo misma por haber confiado en los demás durante aquellos terribles años. Por haber confiado en ellos para que después la defraudaran. Por eso prefería una vida solitaria, y Darius sentía su determinación a no abandonar esa existencia a pesar de lo que necesitaba estar con alguien. El trabajo de mecánico con su banda itinerante le había supuesto la posibilidad de mantenerse por su cuenta y ser libre de las exigencias de un contacto continuado e íntimo con otras personas. Y ahora él le negaba esa opción.
—Quizás te resultara más sencillo si borrara de tu memoria lo que soy. Puedo hacerlo, Tempest —le ofreció, aunque no sentía muchas ganas de hacerlo. De algún modo, quería que lo aceptara por lo que era.
Tempest negó con la cabeza, tercamente.
—No; si haces algo así, jamás seré capaz de confiar en nada de lo que hagas ni lo que digas.
—No lo recordarías, y se llevaría todos tus temores, que por cierto son innecesarios. No tiene ningún sentido que nos tengas miedo cuando para nosotros eres parte de la familia —intentó razonar con ella.
—No, no me hagas esto —insistió Tempest.
Por un instante, sus peligrosos ojos de depredador recorrieron su rostro, en las profundidades relucían pequeñas llamas rojas que recordaban a Tempest los ojos de un lobo, o de un cruel cazador. ¿Qué era lo que ella sabía de él? Tan sólo que no era humano, sino un «hombre de los Cárpatos» supuestamente inmortal. Y que creía tener algún derecho sobre ella. Sabía muy poco de los poderes inusuales y de las capacidades que él mencionaba, pero las sentía emanar de cada poro de aquel poderoso cuerpo. Y era capaz de calmarla, manteniéndola en una falsa sensación de seguridad cuando la trataba de forma amable, incluso tierna. Pero Darius era ante todo un depredador, aunque con la inteligencia y la astucia de un humano. Era oscuro, misterioso, peligroso, poderoso y muy, muy sensual; una combinación extraordinaria que casi la hizo gemir en voz alta. ¿Cómo iba a salir de ese lío? Sentía el pulgar de Darius acariciando ligeramente sus nudillos, haciendo que su sangre hirviera. ¿Por qué tenía que sentirse tan atraída por él? Más aún sabiendo que era más animal que hombre. ¿Quizás porque había sido el primer hombre que la había cuidado? ¿O porque se encontraba completamente solo y necesitaba a alguien?
—Deja de pensar tanto, Tempest —repitió suavemente con una pizca de diversión en su voz aterciopelada—. Estás viendo las cosas peor de lo que son en realidad —se sentía muy tentado de borrar sus recuerdos a pesar de sus negativas, tan solo para aliviar el miedo, pero por otro lado era egoísta y quería que lo conociera a fondo y que tuviera el valor necesario para quedarse a su lado.
—De acuerdo —se quejó—, puede que sea así.
A Darius le gustaba sentir a Tempest caminando junto a él, encajaba perfectamente bajo su brazo; incluso disfrutaba cuando lo desafiaba. Era consciente de que ella no tenía ni la más remota idea del poder que él poseía ni de las cosas que era capaz de hacer, pero junto a ella se sentía completamente vivo. El viento soplaba, desordenando el pelo de Tempest que se arremolinaba sobre su rostro. Darius escuchaba el susurro de las hojas de los árboles al mecerse con la música de la brisa. Se dio cuenta que sonreía sin razón aparente cuando hacía incontables siglos que no reía por nada. Había olvidado lo que era ser feliz; y ahora, en mitad de la noche, con el viento susurrándole, salvaje y libre y con Tempest a su lado, sentía la felicidad, había encontrado su sitio en el mundo.
Rusti alzó el rostro para mirar a Darius, un poco abrumada por estar actuando como si todo fuese normal cuando debería haber salido corriendo y chillando al atardecer. Su rostro era una sensual obra de arte, esculpido con líneas duras pero hermosas. Si tuviera que describirlo no estaba muy segura de lo que diría. Era la personificación del poder. El peligro en persona, increíblemente fascinante, incluso hipnótico. Cerró los ojos. De acuerdo, eso lo dejaba claro. No podía mirarle. Cada vez que lo hacía su cuerpo estallaba en llamas.
—¿Por qué no puedes ser un hombre simpático y normal?
—¿Qué es ser normal? —preguntó divertido.
—No es necesario que tengas esos ojos —lo acusó, fulminándolo con una furiosa mirada—. Tus ojos deberían ser declarados ilegales.
Una curiosa sensación de calidez invadió el corazón de Darius, derritiéndolo.
—Entonces te gustan mis ojos.
Al instante, Tempest ocultó su expresión.
—Yo no he dicho eso; eres un engreído, Darius, ese es uno de tus mayores problemas. Eres arrogante y engreído. ¿Por qué me iban a gustar tus ojos?
Él rió suavemente.
—Te gustan mis ojos.
Tempest se negó a darle la razón, eso le dejaría demasiado satisfecho.

El campamento estaba justo al otro lado de los árboles y se escuchaban las risas de los demás. La armoniosa voz de Desari era inconfundible; suave y sorprendente, más hipnótica que las del resto. Tempest también había descubierto de inmediato la misma cualidad en la de Darius.
—Todos deberían dejar de obedecerte, Darius —lo regañó, mientras lo miraba furtivamente—. Es la única forma de salvarte; nadie discute tus órdenes.
—Quizás porque confían en mí y saben que siempre tomo la decisión correcta —dijo suavemente.
Tempest le vio tomar una bocanada de aire, dejando que los olores de la noche invadieran sus pulmones, y supo de forma instintiva que estaba comprobando los alrededores del campamento, asegurándose, para su propia satisfacción, que eran seguros.
Cuando salieron de la espesura de los árboles y llegaron al claro donde los demás esperaban, Tempest sintió el impacto de varios pares de ojos. Se detuvo mordiéndose el labio inferior con fuerza mientras su corazón daba un vuelco, totalmente angustiada. Odiaba ser el centro de atención.
Darius dio un paso y se colocó delante de ella, ocultándola fácilmente con su musculoso cuerpo a la vista de los demás. Se inclinó para hablarle.
—Ve a darte una ducha. Los demás necesitan cazar esta noche antes de marcharnos; los leopardos tienen comida. Nos separaremos para encontrarnos en el siguiente campamento. Tú irás conmigo.
Tempest quiso discutir las órdenes, pero lo más importante era apartarse del resto del grupo y de sus curiosas miradas. Así que, sin decir una palabra, se dio la vuelta y se apresuró hacia la caravana; allí se sentía protegida, era su hogar, su santuario.
Se tomó su tiempo para ducharse, disfrutando de la sensación del agua caliente sobre la piel. Era difícil apartar a Darius de su mente, pero sería más seguro si lo hacía; sabía que no sería capaz de aguantar mucho tiempo con él constantemente a su alrededor, pero si se mantenía firme lo justo como para cruzar el país, quizás las cosas funcionasen. Y después de todo, había sido Desari quién la contratara con un generoso sueldo. Desari le daría el dinero en cuanto ella se lo pidiera; percibía que la hermana de Darius tenía esa forma de ser.
Cuando hubo reunido el suficiente valor para dejar el refugio de la caravana y enfrentarse al grupo, encontró vacío el campamento. Pero un ligero sonido cambió esa primera impresión. Con mucha cautela, se acercó al pequeño deportivo rojo. El hombre que estaba mirando con curiosidad el motor bajo el capó era el mismo que los había llevado de vuelta la noche anterior. En ese momento apenas si lo había mirado, ahora, estudiándolo a conciencia, se daba cuenta que era increíblemente apuesto, como el resto de los miembros de la banda. Tenía melena oscura, ojos negros de mirada traviesa y unos labios de sesgo sensual y provocativo. Era fácil suponer que este Troubador debía tener éxito con las mujeres fuera cual fuese su edad. Levantó la mirada y le sonrió.
—Por fin nos conocemos, Tempest Trine. Soy Barack. Empezaba a sentirme desplazado; Darius, Desari, Julian y Syndil hablan muy bien de ti. Me imaginaba que te habían dicho que soy el chico malo del grupo y que por eso me evitabas.
Tempest se encontró sonriendo, ¿cómo no iba a hacerlo? Su cautela natural le advertía que permaneciera alejada de él, pero su dispuesta sonrisa era contagiosa.
—Nadie me advirtió, pero ya veo que deberían haberlo hecho.
Pasó la mano por el coche con cariño.
—¿Qué le hiciste para hacerlo ronronear así? —su interés era genuino—. Encendí el motor y parece que está muy contento de verme.
—¿No trabajas en los motores? Seguro que eres un buen conductor.
 Barack negó con la cabeza.
—Siempre me digo que debería echarles un vistazo, pero hay demasiadas cosas que hacer.
—Eso no es muy normal —contestó Tempest antes de poder detenerse—. Normalmente, un conductor sensato, fanático de los automóviles como tú se interesa por lo que hay bajo el capó —en ese momento quiso darse de golpes por ese comentario tan necio. Igual que Darius, Barack dormía probablemente durante el día y usaba sus otros «poderes» durante la noche. Cambió de tema intentando parecer casual.
—¿Dónde están los leopardos? Hace un rato que no les veo.
—Comiendo. Tenemos que ponernos de nuevo en marcha y Darius les ha permitido cazar, están en su derecho —contestó Barack echando una apreciativa mirada a la pequeña pelirroja. Era diferente de las otras mortales. Él lo sabía pero no podía decir en qué radicaba esa diferencia. Lo que sí percibía era el latido fuerte de su corazón y el fluir de su sangre en las venas. El hambre era una sensación constante que roía las entrañas de Barack; debería haber ido junto a los demás al camping para alimentarse, pero se había sentido demasiado intrigado por el coche recién ajustado.
—Acércate, Tempest —dijo con voz ronca e irresistible mientras sonreía mostrando unos dientes perfectamente blancos—. Enséñame qué le hiciste al motor. —El hambre aumentaba al escuchar cómo la sangre se aceleraba en las venas de la chica.
A Rusti no le gustó para nada la sonrisa de Barack, ni la forma en que la estaba mirando; echó un vistazo alrededor.
—Tengo que recoger mis herramientas y mis cosas, para estar lista cuando nos pongamos en marcha. Puedo enseñártelo más tarde.
El apuesto rostro de Barack reflejó su total perplejidad. A Rusti se le ocurrió que nadie se había negado a nada de lo que Barack dijese con anterioridad; seguro que había intentado sumirla en un pequeño trance con su voz, pero ella no había caído en la trampa. De nuevo la idea pasaba por su cabeza, ahora con más intensidad; si Darius fuese el único al que tuviera que mantener a raya, quizás lo hubiese logrado, por lo menos habría sido capaz de atravesar el país. Pero eran todos como él. Empezó a alejarse caminando hacia atrás.
Barack pareció repentinamente arrepentido.
—Eh, no pretendía asustarte. No soy como el tipo que te atacó. Desari te contrató. Y eso significa que estás bajo nuestra protección. De verdad, no me tengas miedo. Ninguna mujer ha tenido nunca miedo de mí.
Rusti se obligó a sí misma a permanecer quieta y a sonreír.
—Sólo estoy un poco nerviosa después de lo que sucedió ayer; cuando regresen los demás no estaré tan tensa —pero en ese momento sentía que había caído de bruces en un nido de víboras.
—Somos amigos, Tempest. Ven aquí. Enséñame lo que has hecho para que este motor ronronee.
Tempest sintió la mente de Barack en la suya, intentando calmarla, intentando que su llamada fuera irresistible y ella se sometiera. ¿Qué era peor? ¿Permitir que él la usara como fuente de alimento o dejar que se diera cuenta que sabía exactamente qué tipo de ser era? ¿Y si la mataba? Decidió que sería peligroso hacerle saber que no lograba controlarla, así que hizo que se tambaleaba hacia él mientras el miedo y el asco la invadían. No quería que este hombre la tocara como lo hacía Darius. Por un instante, ese pensamiento giró en su mente lo suficiente para hacer olvidar el miedo: ¿por qué le resultaba descaradamente erótico el modo en que Darius le mordía el cuello cuando le asqueaba el hecho de ser usada como comida? De acuerdo. Estaba completamente loca, decidió. Esa era la única respuesta. Tenía que salir de este aprieto y encontrar el modo de salir corriendo. Quizás podía sacarse de la manga una tía repentinamente enferma.
Estaba muy cerca de Barack, y sentía la proximidad del cuerpo masculino en torno al suyo. Con el estómago revuelto y a punto de llorar, intentó permanecer inmóvil. Él murmuraba algo, sentía sus palabras directamente en su cabeza, pero no entendía el significado. Quería empujarle y salir corriendo. No podía soportarlo; era incapaz. Intentó comparar lo que él iba a hacerle con el simple mordisco de un animal, pero su estómago se rebeló y de forma involuntaria, apartó el cuello del cálido aliento de Barack. Cuando sintió sus dedos rodearle el brazo, unas repentinas oleadas de angustia la sofocaron. Era tremendamente fuerte, y dominaba sus intentos de lucha ejerciendo una enorme presión sobre su brazo. Un pequeño gemido de terror escapó de su garganta. En su mente gritaba aunque no surgiera ningún sonido de su garganta, se encontraba en mitad de una pesadilla, muy real, y sin forma de escapar.
En aquel momento, y sin previo aviso, una enorme pantera negra golpeó a Barack en el centro del pecho; casi cien kilos de furia que arrastraron al hombre lejos de Tempest. Barack cayó sobre un lateral del coche, el golpe lo dejó sin aire y después aterrizó de espaldas en el suelo mientras el felino iba directo a por su garganta.
Vagamente consciente de Desari, de Julian, de otro hombre y de Syndil que salieron de entre los árboles para contemplar la escena, totalmente paralizados de terror, Rusti buscó la mente del animal para calmarlo. Una neblina rojiza de furia asesina invadía la mente de la pantera, jamás había contemplado Tempest nada igual. Corrió hacia ella, intentando apaciguarla, susurrándole y a la vez ordenándole. Sólo cuando estuvo cerca de Barack, que ni siquiera luchaba por su vida, al contrario, yacía de forma sumisa bajo aquellos terribles dientes, comprendió Tempest que la pantera era Darius. Totalmente pasmada continuó hasta estar junto al animal.
—¡Rusti, aléjate! —gritó Desari, quien había intentado acercarse para ayudar a Barack y detener a Tempest, pero Julian se lo impidió, agarrándola por la cintura y levantándola del suelo manteniéndola sujeta entre sus brazos.
Tempest fue consciente del miedo que se percibía en la voz de Desari y en su rostro, pero aún con su propio corazón martilleando de terror, intentó llegar hasta Darius, superar la furia animal para llegar hasta el hombre. Lo conocía. No estaba segura de cómo lo había sabido, pero él estaba allí, en algún lugar del interior de aquella rabia asesina.
Darius, ya pasó. Barack sólo me asustó, no me hizo nada. Vuelve a mí —su voz era suave, un ruego confiado muy parecido al que usaba con un animal asustado. Usó su voz para tranquilizarlo, confiando en que él respondería. Sabía que no haría caso a ninguno de los otros, y que si ella no le detenía, la pantera acabaría fácilmente con la vida de Barack.
Y todo esto había sucedido por su culpa. Ese sentimiento, igual que la identidad de Darius, vino de algún lugar desconocido, pero estaba segura de ello y entonces descubrió una maravillosa sensación recorriéndola por entero ante el hecho de que una persona pudiera sentir algo tan profundo por ella.
Por favor, Darius. Hazlo por mí, libera a Barack y ven conmigo.
La pantera rugió, dejando a la vista sus enormes y afilados colmillos, pero al menos, no los había hundido en la garganta del otro. El felino se agazapó de forma peligrosa, inmóvil excepto por la cola que se retorcía sin descanso hacia uno y otro lado, mostrando el enfado del animal. Barack yacía bajo la pantera, totalmente sumiso y muy consciente de la identidad de su atacante. Tan sólo su trabajosa respiración y los furiosos gruñidos de la pantera rasgaban el silencio.
—Darius —Tempest estaba a centímetros de los colmillos. Con mucho cuidado, posó la mano sobre la musculosa espalda del animal. Su voz era suave como la miel caliente—. Estoy bien; mírame. No me hizo ningún daño. De verdad que no.
Un jadeo colectivo surgió ante la demostración de coraje de Tempest, y por la sorpresa que supuso que ella hubiera reconocido a Darius. Era obvio ahora para todos ellos que conocía a la enorme pantera. Desari apretó la mano de Julian entre la suya, repentinamente asustada. Ningún humano podía conocer su existencia y continuar viviendo; era un riesgo demasiado grande para todos ellos. ¿Cómo lo había sabido Tempest Trine? Ni Darius ni Barack habrían sido tan descuidados como para olvidar borrar sus recuerdos. Pero ¿cómo iban a destruir a la mujer que estaba demostrando en ese mismo momento tener el valor de salvar una de sus vidas?
La pantera se movió apenas lo suficiente para acercar el cuello a la mano de Tempest.
Por favor, Darius, mi valor pende de un hilo. Ayúdame. No quiero estar delante de toda esta gente. Todo esto me asusta mucho y no entiendo nada, ven a mí y explícamelo —a pesar de su determinación de ser valiente, su mano temblaba mientras acariciaba la espalda del animal.
Tempest sintió que Darius recuperaba poco a poco el control de sus actos, el hombre se imponía a la furia de la bestia. La pantera se movió, frotándose contra Tempest y apartándola del hombre tendido en el suelo. La empujó alejándola hacia el bosque, lejos de los inquisitivos ojos de su familia. Y caminó detrás de ella, conduciéndola a las profundidades del bosque, caminando de forma tan sigilosa que Tempest juraría que podía escuchar el sonido de las hojas al caer.
En el campamento, el grupo dejó escapar un suspiro de alivio. Dayan fue el primero en moverse, agachándose para ayudar a Barack a ponerse en pie.
—Estuvo cerca. ¿Qué demonios hiciste? —preguntó con reproche. Nadie, jamás, contrariaba a Darius.
Barack hizo un gesto, tendiendo las manos.
—Nada, lo juro. Iba a alimentarme, eso es todo. No ocurrió nada más. Se lanzó sobre mí como si se hubiese vuelvo loco.
La esbelta mano de Syndil voló trémula a su garganta.
—¿Podría Darius estar transformándose? Jamás pierde el control, ¿puede ser eso?
—¡No! —gritó Desari entre el miedo y el agravio ante la ultrajante idea—. No, Darius no puede sucumbir, es demasiado fuerte.
Julian pasó un brazo por la cintura de su compañera mientras una pequeña sonrisa curvaba sus labios.
—Ninguno de vosotros os habéis dado cuenta ¿verdad? Darius no se ha transformado y nunca lo hará. Acaba de encontrar a su compañera.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Dayan.
—Nunca os han enseñado estas cosas —musitó Julian, más para sí mismo que para los demás—. No crecisteis entre vuestros mayores y lo que para nosotros es algo así como nuestra segunda piel, es desconocido para vosotros —su sonrisa se ensanchó—. Y para Darius. Chicos, chicas, esto va a ponerse muy interesante.
—Deja de soltar tonterías y explícanos lo que quieres decir —le ordenó Desari con los ojos oscuros, de mirada tierna, comenzando a llamear de furia—. ¿Deberíamos proteger a Rusti?
—La única persona que se encuentra segura es Tempest. Cada hombre de los Cárpatos debe encontrar la luz que ilumine su oscuridad; es su única salvación. Sin esa mujer, su compañera, se verá obligado, finalmente, a entregarse al amanecer y al descanso eterno o bien sucumbirá a la locura de los no-muertos y perderá su alma para siempre. Se convertirá en un vampiro. Sólo existe una mujer para cada hombre, dos mitades complementarias.
—Pero Tempest Trine es humana —protestó Dayan—. Esto no puede ser. Todos hemos sido conscientes de que existe, en algún lugar, una mujer que es la otra mitad de nuestro corazón, de nuestra alma. Y que debemos enfrentarnos a la búsqueda de la compañera apropiada, como tú buscaste a Desari, Julian. Pero Tempest no es una mujer de los Cárpatos.
—Existe un puñado de humanas —contestó Julian lentamente—, que poseen diferentes tipos de habilidades psíquicas y que pueden ser las compañeras de un hombre de los Cárpatos. No hay ninguna duda de que Tempest pertenece a esa clase de mujeres. Llegó aquí vagando en la neblina de tu hechizo, Desari, en busca de un empleo, pero me parece mucho más factible que fuese atraída por su conexión con Darius —explicó—. ¿No es divertida la forma en la que el destino se las arregla para unir dos almas que se pertenecen? No intentéis interferir entre ellos y, por amor de Dios, no toquéis a la chica. Si lo hacéis, Darius se convertirá en una bestia ya que cada uno de sus instintos está centrado en protegerla y cuidarla para alejarla de cualquiera que pudiese hacerle algún daño. Ahora es mucho más peligroso que nunca —y sonrió de nuevo—. Dejadlo a él sólo; finalmente, conseguirá resolverlo todo.
—Yo debería hablar con él y explicarle —dijo Desari.
—No le oí pedir ayuda ¿tú sí? —replicó Julian acercándola aún más a su cuerpo y aumentando su abrazo—. Lo mejor, y lo más seguro, es no interferir en el proceso de unión de dos compañeros.
—Espera un momento —dijo Barack mientras se apoyaba sobre el coche rojo—. Me he perdido; sé que Darius tomó su sangre porque capté su olor en Tempest. ¿Acaso me estás diciendo que también tomaría su cuerpo? ¿No está terminantemente prohibido mezclar esos dos conceptos con una humana? Darius mismo nos lo enseñó.
—Parece ser que Tempest es distinta —dijo Julian—. No se puede decir que sea una humana normal; por tanto, esa regla no es aplicable en este caso.
Los hermosos y tranquilos ojos de Syndil, rasgados como los de una gacela, lanzaban chispas mientras observaba a Barack.
—¿Intentabas alimentarte con su sangre? Eso es indigno de ti. Estaba bajo nuestra protección. Eres tan insensible, Barack; siempre actuando como un playboy. No puedes dejar en paz a las mujeres, ni siquiera a las que viajan con nosotros y son casi parte de la familia. Rusti pasó ayer por una experiencia terrible. ¿Pensaste siquiera un momento en eso mientras intentabas satisfacer tus propias necesidades?
—Syndil —dijo Barack, dolido. Syndil era de naturaleza dulce y afectuosa y jamás se enfadaba o se molestaba con ninguno de ellos.
—No me digas «Syndil», Barack. ¿Tan perezoso te has vuelto que tienes que alimentarte de una mujer protegida por nuestra familia? Sospecho que confías tanto en tus encantos que pensaste que ella estaría encantada de darte su sangre.
—No fue así. Simplemente estaba famélico, había esperado demasiado para alimentarme y no le habría hecho ningún daño a la chica. Además, no tenía ni la más remota idea de que pertenecía a Darius. ¡Demonios! Jamás la habría tocado si lo hubiera sabido. Iba a destrozarme la garganta, Syndil, deberías apoyarme. Mírame el pecho, lleno de cortes. ¿No vas a sanarme? —le preguntó con su mueca más infantil e implorante.
—Quizás así, la próxima vez, te lo pienses dos veces antes de perseguir a las mujeres —replicó Syndil mientras se giraba para marcharse.
—¡Eh!, espera un momento —gritó Barack saliendo tras ella, desesperado por devolverle el buen humor.
—¿Es que todos nos hemos vuelto locos? —preguntó Dayan—. La afable y dulce Syndil se comporta como una arpía. Desari como una adolescente enamorada; a ti no te conozco muy bien, Julian, pero diría que estás disfrutando con el malestar de Darius mucho más de lo que parece, y nuestro chico malo, Barack, va detrás de Syndil como un cachorrito perdido. ¿Qué demonios está sucediendo?
—Tu líder ha encontrado a su compañera, Dayan —dijo Julian felizmente—. Y no tiene ni la más remota idea de cómo comportarse con ella. Cuando encuentras a tu compañera, tienes la sensación de que te han dado un puñetazo en el estómago y te han robado la cordura. Vuestro Darius está acostumbrado a que las cosas se hagan a su modo, dictaminando lo que él estima correcto. Pero, ahora, sospecho que está tan atónito como muy bien se merece.
—Se limitará a someter la voluntad la Tempest —dijo Dayan con total confianza en Darius— y después, todo volverá a la normalidad.
—Someter la voluntad de tu compañera está a la misma altura que cortarte tú mismo la garganta. No es una idea inteligente. Pero, nos lo pasaremos en grande observándolos —dijo Julian jactancioso.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary