Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



martes, 24 de mayo de 2011

LA LEYENDA OSCURA/CAPITULO 1



CAPITULO 1

Desorientado, se despertó profundamente enterrado en la tierra. La primera sensación que sintió fue el hambre. No era un hambre ordinaria, sino una que retorcía las entrañas, una necesidad que erizaba la piel. Estaba hambriento. Cada célula de su cuerpo exigía nutrición. Se quedó allí en silencio mientras el hambre le roía como si de una rata se tratase. Atacaba no sólo su cuerpo, sino también su mente haciéndole temer por todos los demás, humanos y Cárpatos por igual. Temer por sí mismo. Temer por su alma. Esta vez la oscuridad se estaba extendiendo rápido y su alma estaba en peligro.
¿Qué se había atrevido a perturbar su sueño? Más importante aún, ¿había perturbado el sueño de Lucian? Gabriel había encerrado a Lucian en el interior de la tierra muchos siglos atrás, más de los que se molestaría en contar. Si Lucian se había despertado con él, si había sido perturbado por los mismos movimientos en la superficie, tendría entonces muchas posibilidades de alzarse antes de que Gabriel pudiera encontrar las fuerzas para detenerle.
Era bastante difícil pensar con esta hambre terrible aferrándole. ¿Cuánto tiempo había permanecido en la tierra? Sobre él sintió como se ponía el sol. Después de tantos siglos, su reloj interno podía aún sentir la puesta de sol y el principio de su tiempo: Criaturas de la noche. De repente la tierra se estremeció. Gabriel sintió el corazón golpear con fuerza en el pecho. Había esperado demasiado, desperdiciado demasiado tiempo intentando obtener sus coordenadas, intentando aclarar su mente embotada. Lucian se estaba alzando. La necesidad de Lucian de una presa sería tan grande como la suya propia; su apetito sería voraz. No habría forma de detenerle, no mientras el propio Gabriel estuviera tan débil. Porque no tenía otra elección, Gabriel irrumpió a través de las capas de tierra bajo las que había yacido sepultado durante tanto tiempo, donde deliberadamente había dormitado, eligiendo enterrarse a sí mismo en la tierra atrapando a Lucian con él. La lucha en el cementerio de Paris había sido larga, una horrenda batalla. Ambos, Lucian y Gabriel, había sufrido graves heridas, heridas que deberían haberles matado. Lucian había acudido a la tierra justo fuera de la tierra santificada del antiguo cementerio mientras Gabriel había buscando santuario en su interior. Gabriel había estado cansado de los largos siglos de yerma oscuridad, del negro vacío de su existencia.
No había disfrutado del lujo de poder elegir caminar hacia el amanecer como la mayoría de los de su raza. Estaba Lucian. Su gemelo. Lucian era fuerte y brillante, siempre el líder. No había ningún otro lo suficientemente hábil, lo suficientemente poderoso para cazar y destruir a Lucian. Sólo estaba Gabriel. Había pasado varias vidas siguiéndole mientras Lucian lideraba, cazando al vampiro, al no-muerto con él, confiando en su juicio en la batalla. No había habido ningún otro como Lucian, nadie tan brillante en la caza del vampiro, el azote de su raza. Lucian tenía un don. Aunque finalmente había sucumbido al oscuro susurro de poder, la insidiosa llamada de la lujuria de sangre. Había entregado su alma, escogiendo el camino del maldito, convirtiéndose en el mismo monstruo que había perseguido durante siglos. El vampiro.
Gabriel había pasado dos siglos cazando a su amado hermano, pero nunca se había recobrado del todo del shock de la conversión de Lucian. Finalmente después de incontables batallas en las cuales ninguno había salido victorioso, había tomado la decisión de encerrar a su gemelo en la tierra para siempre. Gabriel había seguido a Lucian a través de Europa; su confrontación final había tenido lugar en Paris, una ciudad repleta de vampiros y depravación. Después de la terrible batalla en el cementerio, donde los dos habían sufrido horrendas heridas y perdido mucha sangre, esperó hasta que Lucian yació confiadamente en la tierra, y entonces unió a su gemelo a él, obligándole a permanecer allí. La lucha no había terminado, pero fue la única solución que Gabriel pudo idear. Estaba cansado, solo y sin el consuelo de ninguno de su raza. Quería descansar, aunque no podía buscar el amanecer hasta que Lucian fuera completamente destruido. Era un terrible destino el que había escogido, morir, pero no morir, enterrado por toda la eternidad, pero a Gabriel no se le ocurrió otra solución. Nada debería haberles perturbado, pero algo lo había hecho. Algo se había movido en la superficie sobre sus cabezas.
Gabriel no tenía ni idea de cuando tiempo había pasado mientras había estado descansando en la tierra, aunque su cuerpo estaba hambriento de sangre. Sabía que su piel estaba gris y colgaba de su esqueleto como la de un viejo. Al momento, mientras irrumpía en el aire, se vistió a sí mismo, añadiendo un largo abrigo con capucha para esconder su apariencia mientras cazaba por la ciudad. Sólo esa pequeña acción drenó la energía de su cuerpo marchito. Necesitaba sangre desesperadamente. Estaba tan débil que casi se cayó del cielo. Mientras tomaba tierra, se quedó mirando fijamente y con asombro los enormes aparatos que había perturbado su sueño de siglos. Estas máquinas, tan extrañas para él, habían despertado a un demonio tan mortífero que el mundo nunca podría comprender su poder. Estas máquinas había desatado a este demonio sobre el mundo moderno. Gabriel tomó un profundo aliento, inhalando la noche. Al momento fue asaltado por tantos olores, su cuerpo hambriento apenas pudo asimilarlos todos.
El hambre le devoró despiadadamente, implacablemente, y comprendió con el corazón hundido que estaba muy cerca de convertirse, tenía que mantener el precioso control que le quedaba. Cuando se viera forzado a alimentarse, el demonio se alzaría. No obstante en realidad no tenía elección en esta cuestión. Tenía que alimentarse para cazar. Si no cazaba a Lucian, protegiendo a humanos y Cárpatos por igual, ¿quién lo haría?
Gabriel tiró de su grueso abrigo cerrándolo alrededor de su cuerpo mientras se tambaleaba a través del cementerio. Podía ver donde las máquinas habían perturbado la tierra. Aparentemente las tumbas estaban siendo excavadas y cambiadas de sitio. Encontró el punto, justo fuera de la tierra santificada, donde la tierra había brotado hacía arriba cuando Lucian se había alzado. Durante un momento se dejó caer de rodillas para enterrar ambas manos en el suelo. Lucian. Su hermano. Su gemelo. Dobló la cabeza de pena. ¿Con cuanta frecuencia habían compartido conocimientos? ¿Compartido batallas? ¿Sangre? Casi dos mil años habían estado juntos, luchando por su gente, cazando a los no-muertos y destruyéndolos. Ahora estaba solo. Lucian era un guerrero legendario, el más grande de su raza, aunque había caído como tantos antes que él. Gabriel habría apostado su vida a que su gemelo nunca sucumbiría al oscuro susurro de poder.
Se puso en pie lentamente y empezó a caminar hacia la calle. Los largos años que habían pasado habían cambiado el mundo. Todo era diferente. No entendía nada. Estaba desorientado, incluso su visión era borrosa. Avanzó a tientas, intentando mantenerse lejos de la gente que se concentraba en las calles. Estaban por todas partes y evitaban tocarle. Tocó sus mentes brevemente. Pensaban que él era un "viejo vagabundo" quizás un borracho o incluso un loco. Nadie le miraba, nadie quería verle. Estaba marchito, su piel gris. Tiró de la larga capa más firmemente, ocultando su cuerpo marchito dentro de sus pliegues.
El hambre atacó sus sentidos haciendo que los comillos explotaran en su boca y babearan con la anticipación de un festín. Necesitaba alimentarse desesperadamente. Tropezando, casi ciego, continúo avanzando por la calle. La ciudad era tan diferente, ya no el viejo Paris, sino un enorme y extendido complejo de edificios y calles pavimentadas. Brillaban luces en el interior de las macizas estructuras y de las farolas de las calles en lo alto. No era la ciudad que recordaba o aquella en la que se había sentido cómodo.
Debería haber capturado a la presa más cercana y alimentarse vorazmente para recuperar instantáneamente su fuerza, pero el temor de ser incapaz de detenerse primaba en su mente. No debía permitir que la bestia le controlara. Tenía un deber sagrado para con su gente, para con la raza humana, pero lo que era más importante para con su amado hermano. Lucian había sido su héroe, al que había colocado por encima de todos los demás, y lo merecía. Habían hecho un voto y lo honraría como Lucian hubiera hecho por él. No permitiría que ningún otro cazador destruyera a su hermano; esta tarea era sólo suya.
El olor de al sangre resultaba sobrecogedor. Le golpeaba con la misma intensidad que el hambre. Su sonido corriendo por las venas, flujo y reflujo, bullendo de vida, tentándole. En su presente estado de debilidad sería incapaz de controlar a su presa, de mantener a su víctima en calma. Eso sólo añadiría poder a su demonio interior.
-Señor, ¿puedo ayudarle de algún modo? ¿Está enfermo?
Era la voz más hermosa que había oído nunca. Hablaba en un francés fluido, con un acento perfecto, pero no estaba seguro de si era en realidad francesa. Para su asombro, sus palabras le proporcionaron confort, como si solo esa voz pudiera consolarle.
Gabriel se estremeció. La última cosa que quería era deleitarse con una mujer inocente. Sin mirarla, sacudió la cabeza y continuó caminando. Estaba tan débil que tropezó con ella. Era alta, esbelta y sorprendentemente fuerte. Inmediatamente pasó su brazo alrededor de él, ignorando el olor a moho y suciedad. En el momento en que le tocó sintió una sensación que paz bañaba su alma torturada. El hambre imparable disminuyó y mientras ella le tocaba, sintió una semblanza de control.
Deliberadamente evitó que ella le viera la cara, sabiendo que sus ojos mostrarían el brillo rojo del demonio que se alzaba en su interior. Su proximidad debería haber provocado sus violentos instintos en vez de apaciguarlos. Definitivamente ella era la última persona que deseaba usar como presa. Sentía su bondad, su resolución de ayudarle, completamente desinteresada. Su compasión y bondad eran las únicas razones que evitaban que la atacara y hundiera los colmillos profundamente en sus venas cuando cada célula encogida y cada fibra de su ser exigía que lo hiciera para su propia autopreservación
Ella le urgía hacia una maquina lisa al borde de la acera.
-¿Está herido, o sólo hambriento? -Preguntó. -Hay un refugio para gente sin hogar calle arriba. Pueden proporcionarle un lugar para pasar la noche y una comida caliente. Déjeme llevarle allí. Este es mi coche. Por favor entre y déjeme ayudarle.
Su voz pareció un susurro sobre él, una seducción a los sentidos. Realmente temía por la vida de ella, por su propia alma. Pero estaba demasiado débil para resistirse. Le permitió sentarle en el coche, pero se acurrucó tan lejos de ella como fue capaz. Aunque ya no había ningún contacto físico, podía oír la sangre apresurarse por sus venas, llamándole. Susurrando como la más tentadora de las seducción. El hambre bramó atravesándole, haciéndole sacudirse por la necesidad de hundir sus dientes profundamente en el cuello vulnerable de ella. Podía oír su corazón, el pulso firme que seguía y seguía sin parar, amenazando con volverle loco. Casi podía saborear la sangre, sabiendo que entraría a raudales en su boca, bajando por su garganta mientras se hartaba.
-Mi nombre es Francesca Del Ponce. -Le dijo ella gentilmente. -Por favor, dígame si está herido o necesita atención médica. No se preocupe por el precio. Tengo amigos en el hospital y ellos le ayudarán. -No añadió lo que le vino a la cabeza: con frecuencia llevaba allí indigentes y ella misma pagaba la factura.
Gabriel permaneció en silencio. Era todo lo que podía hacer para proteger sus propios pensamientos, una protección automática que Lucian le había inculcado en los tiempos en los que eran aprendices. El atractivo de la sangre era sobrecogedor. Fue sólo la bondad que irradiaba lo que evitó que saltara sobre ella y se diera un festín como sus células marchitas gritaban que hiciera.
Francesca miró al anciano preocupada. No le había visto la cara claramente, pero estaba gris por el hambre y tembloroso por la fatiga. Parecía hambriento. Cuando le tocó sintió el terrible conflicto en su interior y su cuerpo rabiando de hambre. Requirió un gran control no correr a través de las calles hasta el albergue. Deseaba desesperadamente conseguirle ayuda. Sus pequeños dientes blancos mordieron el labio inferior con preocupación. Sentía ansiedad, una emoción que Francesca no recordaba haber sentido en mucho tiempo. Necesitaba proporcionar a este hombre ayuda y confort. La urgencia era tan fuerte, que resultaba casi una compulsión.
-No se preocupe, puedo ocuparme de todo por usted. Sólo recuéstese y relájese.
Francesca conduzco con su usual abandono a través de las calles. La mayor parte de los policías conocía el coche y no harían más que mostrar una mueca hacia ella cuando incumpliera todas las normas de tráfico. Era una sanadora. Una sanadora excepcional. Era su don para el mundo. Había hecho amigos por todas partes. Aquellos a los que no les importaban los favores o cuidados que ofrecía lo hacían por el hecho de que tenía una gran suma de dinero y una gran cantidad de conexiones políticas. Giró en el camino de entrada del albergue y detuvo el coche casi en la puerta. No quería que el anciano tuviera que caminar demasiado. Parecía tener todo el aspecto de ir a perder el equilibrio de un momento a otro. La capucha de su abrigo le ocultaba el pelo, pero tenía la impresión de que era largo y espeso al estilo antiguo. Se apresuró a rodear el coche por delante, inclinándose hacia adentro para ayudarle a salir.
Gabriel no deseaba que ella le tocara de nuevo, pero no pudo evitarlo. Había algo muy calmante en su toque, casi sanador. Eso le ayudaba a contener el terrible anhelo bajo control un poco más. La máquina en la que estaba montado, la velocidad con la que se movía a través de las calles, le dejó enfermo y mareado. Necesitaba reorientarse en el mundo en el que estaba. Enterrarse de en qué año estaban. Estudiar la nueva tecnología. Por encima de todo necesitaba encontrar la fuerza para alimentarse sin permitir que el demonio de su interior le dominara. Podía sentirla en su interior, la neblina roja, los instintos animales elevándose para imponerse sobre el delgado barniz de civilización.
-¡Francesca! ¿Otro? Estamos llenos esta noche. -Marvin Challot recorrió ansiosamente con la mirada al viejo al que ella estaba ayudando a avanzar hacia la puerta. Algo en ese hombre hizo que se le erizara el pelo de la nuca. Parecía viejo y malhumorado, las uñas demasiado largas y demasiado afiladas, pero obviamente estaba tan débil que Marvin se sintió culpable de no querer tener nada que ver con este extraño. Se avergonzó de sí mismo por la sensación de repulsión, pero en realidad sentía repulsión por el anciano. Difícilmente podía negarle algo a Francesca. Ella contribuía con más dinero, más tiempo y más esfuerzo que ningún otro. Si no fuera por ella, no habría ningún albergue.
Reluctantemente Marvin extendió la mano para tomar el brazo del anciano. Gabriel inhaló con fuerza. En el momento en que Francesca le soltó el brazo, casi perdió todo control. Los colmillos explotaron en su boca y el sonido de la sangre fluyendo fue tan fuerte que no pudo oír nada más. Todo desapareció en una neblina roja. Hambre. Inanición. Tenía que alimentarse. El demonio de su interior alzó la cabeza con un rugido, luchando por el control total.
Marvin sintió que estaba en peligro mortal. El brazo que había intentado agarrar pareció desfigurarse, los huesos explotaron y crujieron, y los músculos ondearon bajo la piel marchita. Marvin olió una esencia salvaje y punzante como la de un lobo. Se encontró tirando del brazo del anciano con terror. La cabeza se giró hacia él lentamente y captó un vislumbre de muerte. Donde deberían haber habido ojos, había dos agujeros vacíos y despiadados. Parpadeó y los ojos estuvieron allí de nuevo, rojos y llameantes, como los de un animal acechando a su presa. No sabía que impresión era peor pero no quería tener nada que ver con el viejo, fuera la que fuera. Los ojos vacíos se clavaron en él como la puñalada de unos colmillos.
Marvin chilló y saltó hacia atrás.
-No, Francesca, no puedo permitirlo. Aquí no hay habitación esta noche. No le quiero aquí. -Su voz tembló de terror.
Francesca casi protestó, pero algo en la cara de Marvin la detuvo. Asintió aceptando su decisión.
-Está bien, Marvin. Puedo ocuparme de él. -Muy gentilmente deslizó el brazo alrededor de la cintura del anciano. -Venga conmigo. -Su voz fue suave, consoladora. Ocultó su irritación ante la reacción de Marvin muy bien, pero allí estaba.
La primera inclinación de Gabriel fue poner distancia entre ellos. No quería matarla y sabía que estaba peligrosamente cerca de convertirse. Aun así parecía que ella le proporcionaba un ancla. Le aliviaba, haciendo que pudiera atajar a la bestia salvaje por el momento. Gabriel se apoyó pesadamente contra el esbelto cuerpo de ella. Su piel era cálida, mientras que la de él estaba helada. Aspiró su esencia profundamente, cuidando de mantener su cabeza vuelta lejos de ella. No quería que le viera como lo que era, un demonio, luchando por su propia alma, luchando desesperadamente por su humanidad.
-Francesca. -Protestó Marvin. -Llamaré a alguien para que se ocupe de él en el hospital. Quizás un policía. No te quedes sola con él. Creo que quizás está loco.
Mientras Gabriel entraba en el coche volvió la cabeza para mirar atrás hacia el hombre que permanecía en pie en el camino de entrada, observándoles con temor en los ojos. Miró fijamente la garganta del hombre, su mano se cerró en un apretado puño. Por un terrible momento casi aplastó la tráquea del hombre sólo por advertirla. Con una antigua maldición suavemente pronunciada reprimió el impulso. Encorvando un hombro, se acurrucó más profundamente en el interior del grueso abrigo. Deseaba quedarse cerca de esta hermosa mujer y permitir que su luz y compasión bañara su alma torturada. También deseaba correr tan lejos de ella como fuera posible para mantenerla a salvo del monstruo que se hacía más fuerte en su interior.
Francesca no parecía estar ni un poquito nerviosa a causa de él. Más que nada, intentaba reconfortarle. A pesar de la advertencia de Marvin, sonrió a Gabriel.
-No hará daño hacerse una parada en el hospital. En realidad, sólo nos llevará un minuto.
Gabriel sacudió la cabeza lentamente en protesta. Ella olía bien. Fresca. Limpia. Estaba demasiado débil incluso para limpiarse a sí mismo. Le avergonzaba que ella le viera en tal estado. Era tan hermosa, brillante por dentro y por fuera.
Aparcó en una zona donde había centenares de aparados como el de ella vacíos.
-Volveré ahora mismo. No intente salir, sería malgastar energías. Sólo nos llevará un minuto. -Le tocó el hombro, un pequeño gesto que pretendió reconfortar. Inmediatamente él sintió el extraño aligeramiento de su calvario.
En el momento en que ella se marchó fue asaltado por el hambre que arañaba sus entrañas, exigiendo que se alimentara. A penas podía respirar. Su corazón latía muy lentamente: un latido, una pausa, otro latido. Su cuerpo reclamaba sangre. Para alimentarse. Aclamaba por ella. Eso era todo. Tan simple. Lo necesitaba. Lo deseaba ardientemente. Necesidad. Se fundieron juntos en un solo deseo.
Lo olió. Fresco. Lo oyó. Aunque la olió a ella también, y su cercanía le ayudó a sobreponerse al rugido en su cabeza. Sus entrañas se apretaron en un nudo. Un hombre caminaba junto a ella. Este era distinto al último. Este hombre era joven y miraba a Francesca como si ella fuera el sol, la luna y las estrellas. A cada pocos pasos el cuerpo del joven rozaba el de Francesca. Algo malvado, algo profundo en su interior alzó la cabeza y bufó con inesperado disgusto. Su presa. Nadie tenía derecho a permanecer tan cerca de ella. Era suya. La había marcado para sí. El pensamiento llegó inesperado y una vez más se avergonzó. Aún así, no le gustaba el hombre que estaba tan cerca de ella y tuvo que recurrir a cada onza de su disciplina para contenerse de saltar sobre el hombre y devorarle allí mismo.
-Brice, tengo que ir a casa. Este caballero necesita ayuda. No tengo tiempo para hablar ahora mismo. Sólo pasé de visita para recoger algunos suministros.
Brice Renaldo puso su mano sobre el brazo de ella para detenerla.
-Necesito que eches un vistazo a un paciente por mí, Francesca. Una niña. No te llevará mucho.
-Ahora no, volveré esta noche más tarde. -La voz de Francesca era suave pero muy firme.
Brice apretó su garra con la intención de tirar de ella de vuelta, pero cuando lo hacía, sintió algo moviéndose por su piel. Bajando la mirada observó varias pequeñas arañas de mirada viciosa arrastrándose por su brazo. Con un juramento soltó a Francesca y se sacudió el brazo con fuerza. Las arañas se habían ido como si nunca hubieran estado allí y Francesca ya caminaba rápidamente hacia su lado del coche. Le estaba mirando como si fuera un loco. Empezó a explicarse pero no podía ver ninguna evidencia de arañas, decidió que no valía la pena.
Brice se apresuró hacia el coche, deliberadamente la cogió del brazo de nuevo, inclinándose para espiar por la ventana hacia Gabriel. Inmediatamente su boca se retorció con una mueca de disgusto.
-Por Dios, Francesca, ¿dónde encuentras a estos holgazanes?
-¡Brice! -Francesca tiró de su brazo hacia atrás con un pequeño gesto de disgusto muy femenino. -Puedes ser tan cretino a veces. -Bajó la voz, pero Gabriel, con su audición superior, oyó el intercambio bastante claramente. -Sólo porque alguien es viejo o no tiene dinero eso no le hace un inútil o un asesino. Por esa razón nunca llegaremos a nada, Brice. No tienes compasión por la gente.
-¿Qué quieres decir, que no tengo compasión? -Protestó Brice. -Hay una niña que nunca ha hecho daño a nadie sufriendo y yo estoy haciendo todo lo que puedo para ayudarla. -Francesca se movió esquivándolo aunque él la habría detenido, y se deslizó tras el volante del coche.
-Esta noche, más tarde. Prometo que me ocuparé de la niña esta noche por ti. -Arrancó el coche.
-No te estás llevando a este viejo a casa, ¿verdad? -Exigió Brice a pesar del asombro de ella. -Harías mejor en llevarle a un albergue. Está sucio y probablemente cubierto de pulgas. No sabes nada de él. Lo digo en serio, Francesca, no te atrevas a llevártelo a casa.
Francesca le dirigió un pequeño y leve fruncimiento de ceño antes de alejarse conduciendo sin una mirada atrás.
-No preste atención a Brice. Es un médico muy bueno, pero le gusta creer que puede decirme que debo hacer. -Miró hacia su silencioso compañero. Estaba encogido en un extremo del asiento del coche. Todavía no había conseguido una buena visión de él. Ni siquiera de su cara. Estaba escondido en las sombras, manteniendo su cara apartada de ella. No estaba segura de que entendiera que estaba intentando ayudarle. Tenía la impresión de que era un gran hombre, de los que solían tener riqueza y autoridad, probablemente se sentía terriblemente humillado por sus presentes circunstancias. No había ayudado el que Brice hubiera sido tan grosero. -Sólo nos llevará unos poco minutos y le conseguiré un lugar cálido y seguro. Habrá mucha comida.
Su voz era tan maravillosa. Tocaba algo en algún lugar profundo en su interior, calmándole, manteniendo a la bestia atada cuando el nunca podría haber lo hecho sólo. Quizás si ella estaba cerca cuando se alimentara sería capaz de controlar al demonio cuando se alzara. Gabriel enterró la cara entre las manos. Que Dios le ayudara, no quería matarla. Su cuerpo temblaba con el esfuerzo de controlar la necesidad de sangre caliente que fluyera por sus marchitas y hambrientas células. Esto era tan peligroso. Tan increíblemente peligroso.
El coche les llevó a una corta distancia de las bulliciosas calles de la ciudad hasta una calle estrecha donde crecían árboles y espesos arbustos. La casa era enorme y vagaba aquí y allí sin ningún estilo en particular. Era antigua con un porche ancho y largas columnas. Gabriel dudó cuando abrió la puerta de la máquina. ¿Debía ir con ella o debía quedarse? Estaba débil. No podía esperar mucho más. Tenía que alimentarse. No tenía elección.
Francesca le tomó del brazo y le ayudó mientras se tambaleaba a lo largo del camino de acceso a la casa.
-Lo siento, sé que hay bastantes escalones. Puede apoyarse en mí si lo necesita. -No sabía por qué era tan imperativo ayudar a este extraño, pero todo en ella se lo exigía.
Con el corazón hundido, Gabriel permitió que la mujer le ayudara a subir los numerosos escalones hasta su morada. Se temía que iba inevitable a matarla. Se uniría a las filas de los no-muertos y no habría nadie que destruyera a Lucian. Nadie que les destruyera a ninguno de los dos. Nadie capaz de destruirlos. El mundo tendría dos monstruos inigualables en maldad. Quedaban demasiadas horas hasta el amanecer. La necesidad de sangre sobrepasaría a sus buenas intenciones. Y esta pobre e inocente mujer con demasiada compasión sería la que pagaría el precio último por su bondad y piedad para con alguien como él.
-¡No! -La negación fue un áspero gruñido. Gabriel tiró del brazo liberándole de la agarre de ella y se alejó de la puerta. Se tambaleó, perdió el equilibrio y cayó.
Al momento Francesca estuvo a su lado.
-¿De que tiene miedo? No voy a hacerle daño. -Él temblaba bajo sus dedos, irradiando puro terror. Su cabeza la evitaba, ocultándose profundamente en el interior de los pliegues del abrigo, un hombro se encorvó para bloquearle la visión.
Gabriel consiguió ponerse en pie lentamente. No tenía la fuerza necesaria para mantenerse lejos de esta joven, de la calidez y compasión de su voz, de la vida que bullían en sus venas. Inclinó la cabeza cuando pasó a través del umbral para entrar en la casa. Rezó pidiendo fuerzas. Rezó pidiendo perdón. Rezó pidiendo un milagro.
Francesca le guió a través de las enormes habitaciones hasta la cocina, donde le sentó en una mesa de comedor intrincadamente tallada.
-Hay un pequeño baño a su derecha. Las toallas están limpias por si quiere tomar una ducha. Puede utilizarla mientras caliento algo de comida.
Gabriel suspiró y sacudió la cabeza. Se levantó lentamente y se movió para quedar sobre ella. Cerca. Tan cerca que olía su débil e seductora fragancia a través de la neblina de cruda hambre.
-Lo siento. -Murmuró las palabras suavemente, pronunciándolas con el corazón. -Debo alimentarme, pero esto no es lo que necesito. -Muy gentilmente tomó el cuenco de las manos de ella y lo colocó en el mostrador.
Por primera vez Francesca sintió que estaba en peligro. Se quedó muy quieta, sus grandes ojos negros estudiaban la figura encapuchada. Entonces asintió.
-Ya veo. -No había temor en su voz, sólo una tranquila aceptación. -Ven conmigo. Tengo algo que mostrarte. Lo necesitarás más tarde.
Le tomó de la mano, ignorando sus largas y afiladas uñas.
Gabriel no estaba utilizando la compulsión con ella. No estaba utilizando ninguna fusión de mentes en absoluto para calmarla. Ella sabía que estaba en un peligro mortal; vio el conocimiento reflejado en sus ojos. Su mano se cerró sobre la de él y tiró.
-Ven conmigo. Puedo ayudarte.
Estaba casi tranquila, irradiando una paz que le envolvió.
La siguió porque cada contacto físico con ella aliviaba su sufrimiento. No podía soportar pensar lo que iba a hacerle. En su interior tuvo la impresión de estar llorando. Una pesada piedra parecía estar aplastando su pecho. Francesca abrió una puerta en el lado izquierdo de la cocina para revelar una estrecha escalera. Ante su apremio la siguió bajando las escaleras.
-Éste es el sótano. -Le dijo.-pero aquí, justo encima de esta pequeña trampilla, hay otra puerta. No puedes verla, pero si colocas la punta de los dedos exactamente aquí... -Lo demostró y la roca se deslizó hacia dentro mostrando una oscura caverna. Ondeó la mano hacia el interior. -Esto conduce bajo tierra. Lo encontrarás a tu gusto.
Gabriel inhaló las suaves esencias de bienvenida, la riqueza de la tierra llamándole. El frescor, la oscuridad extendiéndose hacia él con la promesa de paz.
Francesca se retiró el pelo del cuello y levantó la mirada hacia él con ojos enormes y amables.
-Siento el miedo en ti. Sé lo que necesitas. Soy una sanadora y no puedo hacer otra cosa que ofrecer consuelo. Me ofrezco libremente, sin reservas, ofrezco mi vida a cambio de la tuya como es mi derecho. -Las palabras fueron suaves y gentiles, tan hermosas como el susurró del terciopelo sobre su piel.
Las palabras reales a penas fueron registradas. Solo el sonido. La seducción. La tentación. El cuello era cálido satén bajo sus dedos acariciadores. Gabriel cerró los ojos y saboreó la exquisita sensación de ella. Donde había temido que rasgaría y desgarraría, encontró la necesidad de acunarla acercándola con gentileza, casi tiernamente. Inclinó la cabeza para sentir la piel bajo sus labios. Calor y fuego. Su lengua acarició el pulso y su cuerpo se tensó de anticipación. Sus brazos la arrastraron al refugio de su cuerpo, de su corazón. Murmuró una disculpa y tomó lo que ella ofrecía, los dientes se hundieron profundamente en la vena del esbelto cuello.
Al momento el ansia le golpeó como una bola de fuego, propagándose a través de sus células encogidas y muertas de hambre. Poder y fuerza florecieron en su interior. Lo sintió entonces. Calor blanco. Relámpago azul. Su cuerpo tensándose. Ella se sentía como seda ardiente entre sus brazos, como si encajara perfectamente en su cuerpo. Se fue consciente de lo sueva que era la piel de ella. Su sabor era adictivo. Le había salvado con su generosidad. Había tenido éxito evitando que el demonio se alzara. Su sangre era libremente entregada. Libremente entregada. Una nueva comprensión penetró en su frenesí de alimentación. Podía sentir. Culpa. Recordó el peso que sentía en el pecho mientras la seguía hacia abajo por las escaleras del sótano. Había estado sintiendo desde el momento en que se había encontrado con ella. Su cuerpo sentía un dolor urgente y fuerte mientras se alimentaba. Sensual. Erótico. Alimentarse nunca antes había estado conectado al sexo. Debería haber sido incapaz de sentir deseo, pero ahora su cuerpo estaba duro, imparable, un dolor urgente.
Bajo sus manos el corazón de ella perdió el paso y Gabriel inmediatamente pasó la lengua sobre los agujeros de la garganta para cerrar la herida con su saliva curativa. Había tomado la mayor parte de su sangre. Tenía que actuar rápido. Se abrió una herida en la muñeca y la presionó contra la boca de ella. Estaba lo suficientemente fuerte como para tomar el control de la mente de ella. Se debilitaba, su fuerza vital simplemente desvaneciéndose. Francesca no intentó luchar; más bien parecía bastante tranquila, aceptándolo, casi como si abrazara la muerte. Gabriel forzó a la sangre a entrar de nuevo en ella, Había sabido las palabras rituales para mantener atado al demonio. Había ofrecido libremente su vida por la de él. ¿Qué había dicho? Como es mi derecho. ¿Cómo podía ser?
Gabriel bajó la mirada hacia su cara. Estaba muy pálida, sus largas pestañas eran espesas, un profundo negro que igualaba la sedo de su largo pelo. Su cuerpo esbelto estaba embutido en pantalones de hombre, de un azul claro. Colores. Estaba viendo en color. No había visto nada más que grises y negros desde que era un simple principiante casi dos mil años atrás. ¿Por qué no la había reconocido como su compañera? ¿Había llegado al fin después de todo?
La detuvo antes de que tomara demasiada sangre. Necesitaría cazar esta noche; debía asegurarse de tomar suficiente para ambos. La llevó a la caverna, y siguiendo su esencia, encontró la oscura cámara que resultaría segura contra los humanos y no-muertos por igual. La tendió gentilmente en la cama de tierra y la envió a dormir, reforzando la orden con un duro "empujón" para asegurar que no despertaría hasta que pudiera darle más sangre. Su corazón y pulmones eran lentos y firmes, permitiendo que su cuerpo funcionara con la pequeña cantidad de sangre que fluía a través de sus venas y arterias, a través de las cavidades de su corazón.
Gabriel se deslizó por la casa, utilizando tan poca energía como fue posible. Habría sido más que feliz tomando la sangre de Brice. Pero no tenía tiempo para permitirse antojos; tenía que encontrar su presa rápidamente y regresar con su salvadora. Ella había salvado más que su vida con su generosidad. Había salvado su alma. Un momento más y estaba fuera de la casa, en la oscuridad. Su mundo. Había vivido durante siglos, aunque todo era nuevo. Todo diferente. Todo sería diferente ahora. Encontró una presa inmediatamente. La ciudad estaba repleta de gente. Escogió tres hombres enormes, asegurándose de que ninguno de ellos hubiera tomado alcohol o drogas y que la sangre de sus venas no estuviera contaminada con ninguna enfermedad. Gabriel les condujo fácilmente a la protección de un portal e inclinó la cabeza para beber hasta hartarse.
Tomó lo suficiente como para recuperar su fuerza completamente sin poner en peligro a ninguno de ellos. Cuando el primero se tambaleó, mareado, Gabriel cerró cuidadosamente sus heridas y le ayudó a sentarse en el suelo. Se alimentó del segundo y el tercero casi avariciosamente, su cuerpo deseaba ardientemente nutrirse después de tanto tiempo. Necesitaba suficiente sangre para Francesca, para asegurar su supervivencia.
Al momento de terminar borró sus recuerdos y los dejó a los tres sentados cómodamente dentro del saliente del portal. Gabriel dio tres pasos a la carrera y se lanzó al aire, su cuerpo cambió de forma haciendo que se extendieran alas y se elevó. Voló directamente en línea recta hacia la casa de ella. Desde el aire podía ver el estado en el que estaba. Obviamente vieja, la casa tenía una hermosa forma, los terrenos cuidadosamente cuidados. Todo lo que veía era objetos poco familiares, cosas que no conocía. La vida había continuado mientras él dormía bajo tierra.
Encontró a Francesca como la había dejado, su piel tan blanca que era casi transparente. Era alta y esbelta con un espeso pelo de ébano que enmarcaba su cara y se volcaba alrededor de su cuerpo, enfatizando sus exuberantes curvas. La cogió con gran gentileza, acunándola cerca de él. ¿Cómo podía ser esta mujer su auténtica compañera? Después de las guerras, las mujeres habían sido escasas. Un hombre de los Cárpatos podía recorrer el mundo durante siglos y siglos y nunca encontrar a su auténtica compañera, la otra mitad de su alma, de su corazón. Luz para su oscuridad. Las mujeres de su especie habían sido escasas desde el siglo XII y XIII. ¿Qué probabilidades tenía de encontrarla simplemente bajando la calle? Prácticamente la primera persona que había encontrado después de estar atrapado en la tierra tanto tiempo. No tenía sentido para él. Nada de lo que había ocurrido tenía sentido. Pero los hechos eran claros y simples. Un hombre de los Cárpatos no podía ver en colores o sentir emociones a menos que estuviera cerca de su auténtica compañera. Gabriel podía ver toda clase de colores. Colores brillantes. Colores vívidos. Colores que había olvidado hacía mucho que existían siquiera. Sentimientos que nunca había experimentado. Inhaló, llevando la esencia de ella al interior de sus pulmones. Ahora sería capaz de encontrarla en cualquier lugar. Con su sangre ancestral corriendo en las venas de ella podría convocarla a voluntad, hablar con ella, mente a mente, desde cualquier distancia.
Con la uña se abrió el pecho, manteniendo la cabeza de ella en la palma de la mano para poder presionar la boca contra su piel. Era poderoso, en plena forma una vez más, y en la débil condición de ella, Francesca estaba completamente bajo su control. Se tomó su tiempo para estudiarla. Le dejaba perplejo, le intrigaba. Parecía una mujer de los Cárpatos. Alta. Esbelta. Pelo de ébano. Hermosos ojos negros como la noche. Conocía las palabras rituales. Había sabido él que necesitaba sangre. Incluso tenía preparada una cámara bajo tierra para uno de su especie. ¿Quién era? ¿Qué era?
Gabriel buscó en su mente. Parecía humana. Sus recuerdos eran los de una humana y contenían muchas cosas de las que él no sabía nada. El mundo había avanzado tanto mientras él dormía. Parecía completamente humana y aún así su sangre no era exactamente igual a la de los humanos. Sus órganos internos no eran exactamente los mismos. Todavía tenía recuerdos de caminar bajo el sol de mediodía, algo que su gente no podía hacer. Su existencia era un misterio que tenía intención de resolver. Esta mujer era demasiado importante para él; no podía correr riesgos.
El cuerpo de Francesca una vez más tenía el correcto volumen de sangre. Muy gentilmente Gabriel la detuvo y la colocó en la tierra sanadora sin cerrarla sobre su cabeza. Deseaba que descansara mientras él se tomaba el resto de la noche para estudiar el nuevo mundo en el que viviría. Encontró un tesoro de libros en la biblioteca del primer piso. Allí fue donde aprendió sobre la televisión, las computadoras y la historia de las máquinas... coches... que se usaban para moverse aquí y allá. Todo le asombraba y adsorbió la tecnología como una esponja. Sin pensarlo se conectó con Lucian. Simplemente ocurrió. Durante dos mil años habían compartido información. Gabriel estaba tan excitado que se extendió hacia su gemelo y se fundió con él.
Lucian aceptó la información y pasó lo que él mismo había observado y estudiado, simplemente como si los últimos pocos siglos nunca hubieran tenido lugar. Lucian estaba en la plenitud de su fuerza y, como siempre, ganando conocimientos rápidamente. Su mente siempre había requerido cosas nuevas en las que pensar, en las que trabajar. En el momento en que Gabriel comprendió lo que estaba haciendo, rompió la conexión, furioso consigo mismo. Lucian sería capaz de "ver" donde estaba Gabriel, del mismo modo que Gabriel podía encontrar fácilmente a Lucian. Siempre había sido Gabriel el único que cazara a su gemelo, rastreándole para intentar destruirle. Nunca se había preocupado antes cuando por error se fundía con su hermano vampiro para compartir nueva información: si Lucian eligiera utilizar el conocimiento para encontrarle sólo habría hecho su trabajo de destruirle más fácil. Ahora todo era diferente. No podía arriesgarse a dejar que Lucian supiera donde estaba o con quién. Ahora tenía que proteger a Francesca. Lucian no podía saber nada de ella. Los vampiros prosperaban con el dolor de la gente. Francesca tendría que pagar un terrible precio por su interferencia.
Gabriel se permitió el placer de tomar una ducha humana. Podía simplemente quedar limpio y fresco con un pensamiento, aunque ahora podía sentir. Podía saborear la limpieza. Era una sensación asombrosa. De nuevo tomó conciencia del esfuerzo que requería esconder la sensación a su gemelo. Incluso después de todo este tiempo, estaba habituado a deslizarse dentro y fuera de la mente de su hermano. Durante siglos había utilizado su habilidad para rastrear a su hermano y incluso intentar anticiparse a sus muertes buscando un patrón para alcanzar a la víctima antes que Lucian. No había sido capaz de evitar ninguna de las muertes, pero continuaba intentándolo.
Después de la ducha, Gabriel volvió a leer. Cubrió varias enciclopedias y almanaques y cualquier otro libro que pudo encontrar. Con su memoria fotográfica le llevó muy poco tiempo. Leyó rápido para pasar a través de la historia y la nueva tecnología. Deseaba leer manuales y averiguar exactamente como funcionaba todo. Y deseaba aprender todo lo que la casa pudiera ofrecer de su propietaria.
Vagó por las vastas habitaciones. A ella le gustaba el espacio. Los espacios abiertos. Apreciaba el arte y los colores suaves. Definitivamente adoraba el océano y sus habitantes. Había libros sobre la vida submarina, huellas y acuarelas de olas que entrechocaban. Era una ama de casa meticulosa a menos, claro está, que alguien viniera a hacer el trabajo. Vivía como una humana. Las alacenas estaban llenas. Tenía hermosa porcelana china en la cocina y antigüedades raras en el dormitorio. Había una habitación con una colcha en ciernes y estudió el trabajo. El patrón era inusual.
Sosegado. Hermoso. Se sintió atraído por él, pero no podía imaginar por qué. En otra habitación ella había estado trabajando con cristales de colores. Los diseños se parecían muchos a los de la colcha. Sosegados y tranquilizadores. Todos eran intensamente hermosos. Podía haberse quedarse mirándolos durante horas. Era una mujer de mucho talento.
Los cortinajes de toda la casa eran inusualmente pesados, específicamente hechos para ventanas como esas, para que si ese fuera el deseo del ocupante, ni un rayo de luz pudiera entrar en la habitación. Eso daba la sensación de que ella fuera una Cárpato integrándose en la vida corriente. Aun así nada en esta casa parecía tener sentido. Era una mezcla de riqueza y capricho, de Cárpato y humano, casi como si dos personas diferentes ocuparan el lugar. Buscó una evidencia de dos residentes.
En el estudio encontró sus documentos personales, registros de pagos y pequeñas notas privadas que había escrito ella de su puño y letra. Parecía haber un buen número de notas, algunas eran recordatorios de comer ciertas sopas. Un Cárpato nunca comería comida humana a menos que fuera imperativo hacerlo para evitar que otros averiguaran la verdad. Cualquier Cárpato en plena forma podía comer y vaciar el contenido del estómago después, pero resultaba incómodo hacerlo.
¿Quién era Francesca? Y lo que era más importante, ¿qué era? ¿Por qué su sangre no era completamente humana? ¿Cómo había conocido las palabras rituales para evitar que se convirtiera en vampiro en su momento más débil? Y lo más importante de todo, ¿por qué estaba viendo en colores? ¿Por qué sentía emociones? ¿Por qué ella había utilizado la frase "como es mi derecho"?
Gabriel suspiró y volvió a colocar las cosas de ella, sus dedos se demoraron durante un momento acariciando la pequeña y clara escritura. Ella tendría respuestas para él. Y si no quería dárselas, disponía de formas para extraer la información. Era de sangre ancestral, de un linaje de grandeza y poder. Pocos de los suyos tenían el conocimiento y las habilidades que había obtenido en sus siglos de existencia. No sería capaz de esconderse de él o de sus preguntas.


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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary