Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 15


Quince

Tempest aparcó a un lado de la carretera y apoyó la cabeza sobre el volante. Tenía la sensación de haber estado conduciendo toda la vida pero habían sido las malas condiciones de los caminos, junto a la fuerte lluvia, los que habían acabado por agotarla, no las altas horas de la madrugada; luchó, casi extenuada, por mantener los ojos abiertos. Al menos había conseguido mantenerse en el buen camino por la autopista hasta llegar a un confuso cruce. Allí había girado a la derecha, deseando que el camino correcto no fuese el de la izquierda. Estaba a punto de desmayarse de cansancio, pensó frotándose los ojos.
El corazón casi se le detuvo al ver que un jirón de bruma penetraba en la caravana a través de la ventanilla que había abierto por completo, con la esperanza de que el aire frío la ayudara a despejarse. Julian Savage recobró la apariencia humana a su lado y se dirigió rápidamente junto a Darius; la preocupación se revelaba claramente en su apuesto rostro. Tempest se dejó caer sobre el asiento, demasiado cansada para interrogarle.
—¿Cuánto tiempo lleva así? —preguntó Julian.
—Le dispararon —contestó Tempest sin abrir los ojos—. Le dije que durmiera, que yo os encontraría.
Julian se inclinó sobre Darius mientras se desgarraba la muñeca con los dientes para ofrecerle su sangre.
—Toma lo que se te ofrece libremente para preservar tu vida y la de tu compañera —su voz resultó inesperadamente tierna, con la mezcla de la preocupación y de la sugestión hipnótica que utilizó.
Darius se movió entonces, después de varias horas totalmente quieto; alzó la mano lentamente y aferró la muñeca de Julian manteniéndola fuertemente apretada sobre la boca. Julian comenzó a entonar la letanía sanadora y a kilómetros de distancia, el resto del grupo se unió al ritual utilizando la conexión mental que compartían. Todos percibían el dolor y la debilidad de Darius, todos sabían que no se enterraría para recuperar sus fuerzas.
Tempest se levantó como pudo del asiento y se tambaleó hasta hincarse de rodillas junto a Darius.
—¿Va a ponerse bien, Julian?
—Está débil. Comenzó la lucha sin estar totalmente recuperado y ha usado toda su energía para comandar la tormenta y mantener oculta la caravana —Julian parecía muy preocupado, sus ojos así lo reflejaban—. Debe enterrarse para sanar. Necesita el sueño reparador de los nuestros.
Darius se incorporó gracias a la fuerza proporcionada por la antigua sangre que ahora corría por sus venas.
—Volvió a perderse, ¿verdad?
—No me perdí —protestó Tempest con voz somnolienta—. Simplemente estaba buscando un lugar adecuado para descansar.
Julian se encogió de hombros.
—Tomó una desviación equivocada unos cuantos kilómetros atrás. Yo os llevaré junto a los demás. Debes dormir Darius.
—Tengo que proteger a Tempest —fue una afirmación clara y concisa, una orden dada por un ser acostumbrado a ser obedecido.
Ella apoyó la cabeza sobre las piernas extendidas de Darius.
—Me ofreces la misma protección que un arma descargada. Soy yo la que te está protegiendo —y le habría lanzado una furiosa mirada si no estuviera tan cansada, pero era incapaz de alzar la cabeza—. ¿Lo pillas? Para variar un poco, ahora yo asumo la responsabilidad.
Julian los miró moviendo la cabeza.
—Da pena miraros a ambos. No puedo más que ofrecer mi protección. Yo conduciré; vosotros descansad.
—Buena idea —contestaron al unísono.
Darius estiró el brazo hasta encontrar la mano de Tempest y entrelazó los dedos con los de ella para mantenerse unidos. Felices de estar juntos, se mantuvieron en silencio unos instantes bajo el relajante efecto de los vaivenes del vehículo en movimiento. Comenzó a mover el pulgar en círculos, acariciando los nudillos de su compañera.
—Necesito sentirte junto a mí —murmuró casi sin aliento.
Tempest percibió el apremio en su voz; nunca le ocultaba sus momentos más vulnerables, no le preocupaba que ella lo supiese. Estaba cansada; tanto, que le supuso un enorme esfuerzo levantarse y pasar por encima de él para tenderse al otro lado del sofá. Al instante, Darius se dio la vuelta y la rodeó con sus brazos; se sintió a salvo, protegida, en su hogar, por fin había llegado al lugar donde debía estar. Cerró los ojos y se quedó dormida sin darse cuenta de la ligera orden mental que Darius había enviado para obligarla a abandonarse al sueño.

Se despertó bruscamente una hora más tarde en el momento en que Julian detenía la caravana en el punto de encuentro y abría la puerta para que entrasen los demás. Desari atravesó la puerta como un vendaval, dejando escapar un pequeño grito de asombro ante el aspecto de su hermano y de Tempest. Se llevó una mano a la garganta, asustada.
—¿Julian? —su voz celestial vaciló durante un instante en espera de la confirmación de su compañero.
—Necesita más sangre y sanar bajo la tierra —la tranquilizó él.
Darius se incorporó hasta sentarse, mirándoles de uno en uno.
—No os preocupéis tanto; no es la primera vez que estoy herido. No es nada —y girándose, miró a Tempest. Ella no podía moverse, sentía el cuerpo pesado como el plomo y se limitó a ofrecerle una tierna mirada. Darius le acarició la mejilla y dejó la mano sobre su cuello. La contemplaba como si fuese todo su mundo.
Desari se acercó y pasó la mano por el cabello de Tempest.
—Estuviste maravillosa, Rusti. Fuiste muy valiente. Pero tu cuerpo está agotado, lo percibo.
Tempest se las arregló para dedicarle una débil sonrisa.
—No me digas que Darius os estaba retransmitiendo hasta el más mínimo golpe en mitad de la batalla.
—Por supuesto. Necesitábamos estar conectados por si algo salía mal y teníamos que regresar a echar una mano —explicó Desari—. Para ayudar con la versión de la lucha entre dos bandas rivales, introdujimos en la mente de todos aquellos que nos vieron viajar por la autopista, la imagen de la caravana en marcha tras el camión. Si las autoridades interrogan a alguien, cualquiera de ellos dirá que todos los vehículos se desplazaban en grupo, mucho antes de que comenzara la horrible lucha en el lugar que acabábamos de dejar.
—Vaya, así que eres un experimentado cronista de deportes ¿no, Darius? —preguntó Tempest sorprendida ante el hecho de que él había empleado mucha más energía de la que ella había imaginado en un principio. No era extraño que estuviese pálido y demacrado—. Lleváoslo donde se supone que debe dormir y dejadme descansar.
La mano de Darius aumentó la presión en torno al cuello de Tempest.
—No nos separaremos. Debes comer antes de dormir, Tempest. Hace veinticuatro horas que no tomas ningún alimento.
Ella alzó las cejas.
—Oh, ya lo cojo. No hace falta que tú te cuides, pero yo sí tengo que hacerlo. Esto no va a continuar así, Darius. No puedes estar todo el día gruñéndome órdenes; si insistes en seguir adelante con nuestra relación, ya puedes empezar a mirar un poco por tu salud porque no quiero que te ocurra algo y me dejes sola.
Darius volvió a sentir que su corazón se derretía. Tempest le estaba echando un sermón, intentando ser severa, pero su voz temblaba ante la evidente preocupación que sentía por él. Inclinándose sobre ella, depositó un suave beso en sus labios.
—Harás lo que te ordeno, cielo; como está mandado.
Tempest le miró echando chispas por los ojos.
—No aguanto más. Traedme un palo, uno bien grande. Está claro que necesita un buen golpe en la cabeza a ver si así recupera el sentido común. Debe habérselo dejado en el bosque. ¡Tú, idiota! —exclamó, dirigiéndose a Darius—. No soy una niña para que andes dándome órdenes; soy una mujer hecha y derecha, perfectamente capaz de tomar mis propias decisiones. Y ahora, por una vez en tu vida, haz lo que se supone que debes hacer y métete bajo tierra o como sea que se llame eso.
Julian cometió el error de soltar una carcajada e, inmediatamente, intentó disimularlo con un repentino ataque de tos. Darius lo miró con fiereza y se percató de que los demás le sonreían abiertamente.
—Seguro que todos tenéis algo mejor que hacer —apuntó Darius, ordenándoles que se marcharan de forma indirecta.
—No creas —respondió Barack.
Dayan negó con la cabeza.
—Esto es mucho más entretenido, Darius. ¿Sabes? Aún estoy intentando hacerme a la idea de esto de las relaciones, por eso es necesario que observe de cerca cómo se inicia el asunto.
Syndil eligió una excusa mucho más inocente.
—Obviamente estamos preocupados por ti y por Tempest. No hay en este momento nada más importante para nosotros.
Julian lanzó una sonrisa satisfecha a Darius.
—Esto es muy esclarecedor. Aún no te conozco lo suficiente, y no me importaría aprender algo de tu forma de tratar adecuadamente a las mujeres cuando se empeñan en desobedecer.
Desari arqueó las cejas.
—Yo te enseñaré lo que es la obediencia —lo amenazó.
Darius lanzó un gemido.
—¡Fuera! Marchaos todos.
—Y tú también —le contestó Tempest mientras se acomodaba aún más entre los almohadones—. Necesito dormir.
Darius percibía el intenso cansancio que sentía.
—No es seguro, nena. No podemos quedarnos aquí. Nos persiguen y ninguno de nosotros puede estar en la superficie durante el día, cuando más débiles somos. Cerca de aquí hay unas cuevas. Te prometo que allí estarás cómoda.
Tempest parpadeó con rapidez varias veces, con el corazón latiéndole tan fuerte que todos podían escucharlo.
—Otra vez a encerrarnos como los murciélagos ¿verdad? —Dijo intentando parecer divertida— Creo que necesitaré algún tipo de terapia si tengo que hacerlo a menudo. Los sitios cerrados no van conmigo.
—Yo haré que duermas —le dijo Darius en voz baja.
—Hagámoslo entonces —contestó ella alzando la mirada hacia Desari, la cual mostraba un preocupado semblante. Notó que los demás también estaban preocupados—. ¿Qué pasa?
Los negros ojos de Darius cobraron vida súbitamente, lanzando una mirada furiosa, ardiente y posesiva. Los miró de uno en uno. Tempest suspiró con fuerza y se incorporó, sentándose y retirándose el pelo de la cara, enredado y totalmente despeinado.
—Darius, estoy demasiado cansada como para entender lo que está sucediendo. ¿Por qué están todos preocupados? Es injusto mantenerme en la ignorancia tan sólo porque no estoy familiarizada con vuestras necesidades.
—Debe dormir bajo tierra —soltó Syndil sin atreverse a mirar a Darius.
—¿Y no es eso lo que vamos a hacer? Voy a meterme en la condenada cueva. Dormiré mientras él está enterrado —dijo Tempest—. Ése es el plan —Syndil negó con la cabeza ignorando el gruñido amenazador de Darius. Tempest le plantó la mano sobre la boca para acallarlo—. Explícame.
—No va a enterrarse. Dormirá en la superficie junto a ti, como un humano, ya que teme dejarte vulnerable ante un posible ataque.
El silencio siguió a las palabras de Syndil, Tempest intentaba asimilar la información. Le había quedado muy claro que Darius no estaba demasiado contento con la intervención de la chica. Le acarició suavemente el cuello con las yemas de los dedos, intentando calmarle mientras tomaba una decisión. Finalmente se encogió de hombros.
—Entonces, indúceme a dormir, y ambos podremos estar juntos bajo tierra —la idea hacía que se le encogiera el estómago ya que era como enterrarse sin haber muerto. Aunque, si estaba totalmente inconsciente, era poca cosa si con ello podía ayudar a Darius. Su tranquila respuesta produjo un jadeo colectivo de admiración.
—¿Harías eso por Darius? —Preguntó Desari aferrándola por la muñeca— No soportas los espacios cerrados, Darius nos lo ha dicho.
Tempest volvió a encogerse de hombros.
—No me enteraría de nada si estuviera dormida —señaló—. Vamos a hacerlo, Darius. Estoy cansada.
Y era cierto, se sentía torpe e incómoda. No quería mirar a Darius ya que le resultaba imposible ocultar la repulsión y el horror que le provocaba la idea de estar bajo tierra. Le pasó un brazo por la cintura y la atrajo hacia él, con el corazón henchido de orgullo. No necesitaba ver su expresión para leer sus verdaderos sentimientos; parte de él moraba en su mente como una sombra. El terror que le daban las cuevas y el hecho de enterrarse viva era enorme, pero aún así, estaba dispuesta a sacrificarse en beneficio de su salud.
—Me ofreces un enorme regalo, Tempest; pero no puedo aceptarlo. Mi cuerpo está diseñado para seguir viviendo aunque los pulmones y el corazón dejen de funcionar; el tuyo no. Te ahogarías bajo tierra. Tardaré un poco más, pero acabaré sanando —la tranquilizó él mientras fulminaba a su familia con la mirada por encima de la cabeza de Tempest. Nadie osaba desafiar esa mirada; excepto Julian que le dedicó una sonrisa. Desari le propinó un fuerte apretón en la mano para disuadirle de continuar sacando de quicio a su hermano.
—Por favor, prepárale una sopa de verdura a Tempest —dijo dirigiéndose a Desari. Tempest negó decididamente con la cabeza.
—En serio que no puedo comer nada, Desari, pero gracias. Lo único que quiero es dormir al menos durante una semana.
Darius lanzó a su hermana una rápida y significativa mirada que ella captó de inmediato, asintiendo de forma casi imperceptible.
—Vámonos, dejemos que se aseen un poco.
Barack dejó escapar un ronco gruñido.
—Syndil, Sasha necesita de nuestros poderes curativos. Yo la llevo, tú coge las hierbas —la chica alzó las cejas, sorprendida.
—¿Se te ha olvidado que tenemos un invitado al que atender? Me disponía a prepararle la cena y a dar un paseo con él — Barack la agarró del brazo, justo por encima del codo.
—No sigas atormentándome, Syndil. Ya he sido demasiado paciente —Syndil le dedicó una mirada altanera.
—No tengo por qué darte explicaciones de lo que hago, bruto. Ni ahora, ni nunca.
—Dayan puede acompañar en el paseo a tu precioso invitado. Enviaré a Forest tras él —espetó Barack—. Tú te quedas conmigo.
—Me temo que has perdido los papeles —Syndil le miró furiosa—. Voy a tomarme unas pequeñas vacaciones, me marcharé durante un tiempo.
A la revelación le siguió un breve silencio; Darius alzó la cabeza con rapidez, los ojos negros ardían pero se contuvo y refrenó la brutal respuesta que pugnaba por salir de sus labios. Dayan, que en ese momento salía de la caravana, se detuvo a medio camino, paralizado, con una expresión severa en el rostro. Incluso Julian se tensó ante semejante bomba.
—¿Con ese humano? —siseó Barack con voz suave y amenazadora, hablando entre dientes. Syndil alzó la cabeza en un gesto beligerante.
—Eso no es asunto tuyo.
La mano de Barack ascendió desde el brazo hasta la nuca de Syndil. Con la otra, le alzó la barbilla manteniéndola sujeta de esta forma mientras inclinaba la cabeza para sellar sus labios con un beso; delante de todos. La pasión se encendió se inmediato, borrando todo rastro de lo que acababa de ocurrir y sustituyéndolo por un fuego abrasador. Barack alzó la cabeza de mala gana.
—Eres mía, Syndil. Nadie más te poseerá.
—No puedes decidir eso porque sí —susurró con la mano sobre los labios y los ojos abiertos de par en par a causa del asombro.
—¿No? —la retó y poniéndole las manos sobre los hombros, continuó— En presencia de nuestra familia, yo te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Para compartirlo todo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo primero para mí. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado —pronunció las palabras en voz alta y firme, furioso con Syndil por no acabar de entender lo que sucedía, por no comprender que él sí tenía derechos sobre ella.
—¿Qué has hecho? —Gimoteó ella y miró a Darius— No puede hacer eso. Nos ha unido sin mi consentimiento, no puede. ¡Díselo Darius! A ti te obedecerá —dijo al borde de la histeria.
—¿No te has preguntado nunca por qué Barack ha conservado sus sentimientos, al contrario que Dayan y que yo mismo? —Le preguntó Darius muy suavemente— Él se reía cuando nosotros no lo hacíamos y sentía deseo físico por mujeres por las que nosotros no sentíamos nada.
—Sí, por cualquier fan a la que le echara el ojo. No quiero un compañero así —Dijo con firmeza—. Retíralo Barack; ahora mismo. Retíralo.
—Bueno, eso estaría condenadamente mal —espetó él—. Soy tu compañero y hace un tiempo que lo sé. Eres tú la que se ha negado a verlo.
—No quiero ningún compañero —protestó Syndil—. No quiero a ningún hombre pomposo dirigiendo mi vida — el duro semblante de Barack se relajó, volviendo a su sensual belleza masculina.
—Afortunadamente para ti, no soy pomposo. Necesito discutir este asunto contigo a solas. Ven conmigo —Syndil agitaba la cabeza mientras Barack la arrastraba fuera de la caravana.
Cuando se marcharon, Desari se volvió hacia su hermano.
—¿Lo sabías? ¿Desde un principio?
—Lo sospechaba —contestó Darius—. Barack distinguía los colores y retenía muchos sentimientos que Dayan y yo habíamos perdido. Cuando Savon atacó a Syndil, Barack se transformó en un monstruo como jamás he visto, apenas fui capaz de controlarlo. La rabia se apoderó de él durante semanas; tan mal estaba que Dayan tuvo que unir su fuerza a la mía para mantenerle bajo control.
—No me di cuenta —dijo Desari en voz baja.
—Te lo ocultamos porque estaba tan violento y agresivo que temíamos por su cordura. Tras perder a Savon, no queríamos preocuparte con la posibilidad de perderle a él también. Me di cuenta que no sólo sufría por el hecho de no haber protegido a Syndil —como nosotros—, también estaba sintiendo la violación, la traición, el dolor y la rabia que Syndil sentía.
—Permaneció bajo tierra durante un tiempo —recordó Desari.
—Lo sumí en el sueño para mantener a salvo a mortales e inmortales. Estaba tan loco por la inquietud, sufría tanto, que no pude hacer otra cosa. Syndil necesitaba tiempo para sobreponerse a la horrible experiencia, al menos lo suficiente como para que Barack pudiera soportar el dolor que emanaba de ella.
—Por eso ha estado tan silencioso, tan distinto a como es él, todas estas semanas —Desari le propinó un codazo a Julian—. ¿Por qué ha esperado tanto para reclamarla? —Julian se encogió de hombros con su acostumbrada elegancia.
—Hace tiempo que no nacen mujeres de nuestra raza cerca de sus compañeros. No conozco ningún caso, por tanto, no puedo contestarte. Quizás la proximidad permita que el hombre disfrute de unos años más de libertad.
—¿Libertad? —Preguntó su compañera dirigiéndole una furiosa mirada— No me hables de la libertad masculina, compañero. Tú robaste mi libertad igual que Barack acaba de robársela a Syndil.
Tempest se movió inquieta interesada en la conversación.
—Ella puede rechazarlo, ¿verdad? Es decir, no vivimos en la Edad Media. Los hombres no pueden llevarse a una mujer en contra de su voluntad ¿o sí?
—Una vez que el hombre ha recitado el Ritual de Emparejamiento a su verdadera compañera, sus almas se convierten en una, unidas para siempre. La mujer no puede huir —dijo Julian con suavidad.
—¿Por qué? —preguntó Tempest, girando la cabeza de tal modo que Darius tuviese constancia de la mirada de censura que se reflejaba en sus ojos verdes. Él no pareció arrepentido, ni siquiera pestañeó. Ni se dignó a contestar la pregunta; tuvo la audacia de parecer incluso divertido.
—Una verdadera compañera es la otra mitad de nuestra alma. Las palabras rituales unen de nuevo esas almas para hacerlas completas, de tal modo que una no pueda vivir sin la otra. Es muy… —Julian buscó la palabra adecuada durante un instante— incómodo estar separado de tu compañero.
—¿Y puede el hombre elegir a la mujer y unirla a él sin importarle si ella quiere o no? —Tempest se sentía indignada. No estaba muy segura de creer lo que le estaban contando, pero si resultaba ser cierto era muy primitivo. Demasiado primitivo.
Darius le rodeó los hombros con el brazo sano.
—Tan sólo es práctico, cielo. Resulta muy cierto que las mujeres no saben, en muchas ocasiones, lo que tienen en mente. Pero tampoco una mujer puede escapar de la necesidad que siente de estar junto a su compañero; él es su otra mitad, ¿lo entiendes? Funciona en las dos direcciones.
Sin hacer caso de su herida, Tempest le empujó para apartarle; pero no consiguió moverlo ni un solo milímetro. Sabía con certeza que estaba bromeando, riéndose de ella, aunque su semblante careciera de cualquier expresión.
—Bueno, no lo creo; de todos modos, yo soy humana, así pues no debe tener efecto sobre mí. Y voy a hablar con Syndil de esta tontería.
Darius le besó el cuello; no con un beso ligero y breve, sino con un beso lánguido que envió pequeños estremecimientos por la espalda de Tempest e hizo que la sangre comenzara a encenderse. Lo miró furiosa.
—Pensaba que habíamos llegado a un acuerdo. Nada de besos. ¿Acaso no tuvimos una larga discusión sobre este tema?
Los dientes de Darius estaban en ese momento mordisqueándole la clavícula mientras con la barbilla apartaba la camiseta en busca de la piel desnuda que había debajo.
—¿En serio? Creo que no recuerdo haberlo discutido.
—Te acuerdas de todo lo demás —Tempest hacía lo indecible para sonar firme y severa, pero le resultaba bastante complicado cuando la electricidad saltaba entre ellos—. Darius, estás herido. Compórtate como lo hace un herido ¿quieres? Necesitaremos personal sanitario, camilleros y quizás una docena de tranquilizantes.
Darius se levantó entonces, con los movimientos gráciles y elegantes que le caracterizaban. Se incorporó ágilmente gracias a la fuerza de la sangre antigua que corría ahora por sus venas. La llevó en brazos al baño, pasándole un brazo firme como una roca alrededor de la cintura.
—Necesito librarme del hedor de la muerte antes de poder tocarte como es debido, Tempest —lo dijo a modo de confesión, inesperadamente. Tempest rozó su mente, atónita ante la facilidad con la cual podía llevarlo a cabo; Darius sufría, no por aquellos a los que había dado muerte durante la lucha, era un hombre pragmático y haría lo que fuese necesario para salvar a los suyos, una y otra vez. Protegería a Tempest sin sentir ningún tipo de remordimiento o tristeza por aquellos que fuesen lo suficientemente viles para amenazarla. Darius sufría por su incapacidad de presentarse ante ella como un hombre inocente; no quería que ella lo viese como una bestia, como un asesino descontrolado. Quería que entendiese que él era el brazo de la justicia y su labor, indispensable para su gente.
La introdujo en la bañera con él; el agua le refrescó la piel ardiente, devolviendo algo de vida a su agotado cuerpo. Lavó con mucho cuidado la espalda de Darius, limpiando la sangre del hombro, retrocediendo un tanto ante las espantosas heridas. Le frotó el pelo con champú, dándole un suave masaje con los dedos; él se dejó hacer, y agachó la cabeza para facilitarle la tarea. A pesar de sentirse exhausta, su pulso alcanzó velocidades vertiginosas al darse cuenta que estaba desnuda junto a él. Darius volvió a la vida de nuevo, su miembro erecto, henchido y duro apretándose contra ella.
—No es posible que podamos hacerlo —susurró Tempest. Pero su lengua se empeñó en perseguir las gotas de agua que le resbalaban por el estómago. Las siguió mucho más abajo, consiguiendo que Darius se tensara aún más. Sus manos cobraron vida propia y se deslizaron por las caderas, masajeando y apretando hasta llegar al firme trasero. La sensación de sentir el tacto áspero del vello sobre su piel le encantaba; Darius le hacía sentirse hermosa y femenina. Ardiente y deseosa. Insaciable y fascinante. Conseguía que se sintiese protegida, junto a él tenía la sensación de que jamás volvería a estar sola. Acercándose aún más al refugio de su cuerpo, se apretó contra él.
Darius se obligó a apartar sus pensamientos de la incitante boca de Tempest; estaba a punto de desmayarse por el cansancio y no podía poseerla —ella jamás le rechazaría y él se aseguraría de que disfrutara— pero su cuerpo pedía descansar a gritos, necesitaba reposo y alimento. Antes de nada, él debía mirar por su salud y su bienestar. Le alzó la cabeza para poder besarla con ternura.
—Tienes razón, nena —le dijo suavemente—. Es imposible que podamos hacerlo hasta que hayas descansado. Quiero que duermas —la sujetó contra su cuerpo con el brazo sano mientras el agua caía sobre ellos, llevándose el hedor a sangre y muerte.
—Hazme ser como tú —dijo Tempest en voz tan baja que, aún con su agudo sentido del oído, Darius no estaba seguro de haber escuchado bien. Quizás se tratase de su mente jugándole una mala pasada.
—¿Tempest? —pronunció el nombre sobre su cuello, con el corazón martilleando ante la tentación. Cerró los ojos, rezando por encontrar la fuerza que le hiciera soportar aquello. Ella alzó la cabeza, buscando su rostro con sus ojos verde esmeralda.
—Podrías hacerlo. Hazme como tú y entonces podrás descansar sin que nada te perturbe. Y dormir como se supone que debes hacerlo. Hazlo, Darius. Bebe mi sangre y dame la tuya. Quiero que vivas.
Su voz sonaba resuelta, decidida, al igual que lo estaba su mente. Aún así, su menudo cuerpo temblaba ante la enormidad de lo que iba a suceder. Sus pensamientos se centraban en él, en su bienestar. Darius gruñó, luchando para sofocar a la bestia egoísta, aquella parte de él que ansiaba la eternidad junto a su compañera, la eternidad del éxtasis que les consumía a ambos. Tempest no se daba cuenta de lo que aquella decisión conllevaba, del precio que tendría que pagar. El sol. La sangre. Los cazadores de vampiros. Los humanos que aborrecían aquello en lo que iba a convertirse. Incluso el riesgo del experimento. Sujetándola por el cabello, se negó.
—No podemos, Tempest. Ni siquiera debemos considerar esa opción. No vuelvas a pensar en ello porque no sé si seré lo suficientemente fuerte como para rechazar la tentación —las manos de Tempest le acariciaron entonces el rostro, dejando un rastro de llamas que atravesaron su cuerpo hasta que no pudo pensar en otra cosa que no fuese poseerla.
—He pensado mucho sobre esto, Darius; y es la única solución. Si fuese igual que tú, no habría ninguna necesidad de que te preocuparas por mi seguridad. Podría estar junto a ti bajo tierra.
Darius sintió el fuerte latido del corazón de Tempest al pronunciar las últimas palabras, vio las imágenes que se formaban en su mente: la tierra cerrándose sobre ellos, enterrados con vida. Tempest alejó aquel pensamiento, pero su pulso no recobró la normalidad.
Darius le cogió la mano para detener sus caricias antes de perder el sentido común. El aroma de Tempest era casi irresistible y se sentía totalmente excitado y ansioso. Incluso paladeaba el sabor de su sangre, cálida y especiada. La necesitaba como jamás necesitó nada.
—No tengo la más mínima intención de considerar esa idea, Tempest. Correrías demasiado peligro. Ya he tomado la decisión de vivir tan humanamente como me sea posible; estoy dispuesto a envejecer a tu lado y morir cuando tú mueras. No voy a afrontar el riesgo de la conversión.
—No estoy dispuesta a ver cómo tu salud y tu fuerza disminuyen poco a poco —protestó ella abrazándolo por la cintura. Dejó las manos sobre su trasero y comenzó a masajearle muy lentamente, con movimientos tan eróticos que amenazaban con poner las buenas intenciones de Darius patas arriba—. No he tomado esta decisión a la ligera; llevo tiempo considerándola y creo que la única solución razonable para solucionar nuestros problemas —mientras hablaba, deslizaba los labios por el pecho de Darius, lamiendo los pequeños pezones indolentemente, y siguiendo el rastro de una gota de agua que bajaba hasta su duro vientre. La lengua trazó una espiral alrededor del ombligo y en aquel momento todas las fibras de Darius le pidieron a voz en grito que la poseyera.
—No lo has sopesado bien —dijo él con voz ronca por la necesidad. Incapaz de detenerse, su mano se movió hasta rodear un pecho y acariciar un duro pezón consiguiendo que Tempest se estremeciera y se acercara aún más a él—. No soportas los sitios cerrados; te resulta repulsiva la idea de ser enterrada y tu mente no puede hacerse a la idea de beber sangre.
Intentaba hacerla dudar con todas aquellas imágenes tan gráficas, pero Tempest parecía estar mucho más preocupada en capturar una gota de agua que se deslizaba por la punta de su erecto miembro. La caricia de su lengua provocó una oleada de fuego que atravesó a Darius como un viento salvaje, dejándole fuera de control. La boca de Tempest era ardiente, estrecha y tan exquisita que se aferró con los puños cerrados a su pelo, manteniéndola sujeta durante un instante, sumido en un estado entre la agonía y el éxtasis. El hambre le golpeó, la necesidad de dominarla, de tomar lo que era suyo, de alimentarse de ella con avidez, de sentir como se introducía su miembro en la boca como una verdadera compañera haría. Los colmillos se alargaron peligrosamente, y la bestia rugió con afán de liberarse. Ella se había entregado a él, se había introducido voluntariamente en su mundo, quería ser suya para siempre. La tentación era demasiado grande. La obligó a alzar la cabeza con las manos aún enterradas en su cabello, dejando su suave cuello vulnerable y expuesto a su asalto.
Tempest se acercó totalmente dispuesta, sin ningún tipo de temor, elevando la barbilla para darle un mejor acceso. Súbitamente, Darius la giró y enterró la cara en su hombro, sujetándola con fuerza por la cintura; tenía la respiración agitada y luchaba por mantenerse firme y alejar la tentación que le golpeaba con fiereza. Por segunda vez en toda su larga vida, sintió que las lágrimas le bañaban el rostro, mezclándose con el agua de la ducha. Necesitaba tanto tenerla que hasta le dolía, necesitaba probar su sabor, enseñarle todo lo que él sabía. Pero lo que era aún más importante, le subyugaba el hecho de que ella se hubiese ofrecido, que le amara lo suficiente como para introducirse por completo en su mundo, en su vida. No es que Tempest hubiese comprendido de repente que lo amaba; ni siquiera había explorado en la mente de él como para conocerle con la precisión que él la conocía a ella. Por eso, el regalo que le ofrecía era tan inmenso. Le aceptaba por completo, y anteponía su vida y su salud a la suya propia. Darius conocía todos y cada uno de sus temores; moraba en su mente. Pero estaba dispuesta a dejarlos de lado para que él viviese a salvo, para que viviese como debía hacerlo. Jamás le habían protegido de aquel modo, o puesto sus necesidades por encima de cualquier otra cosa, nunca a lo largo de los siglos que había existido. Y dudaba de que alguien hubiese pensado alguna vez en lo que él deseaba. Su deber era proteger a los demás, cazar, encontrar el camino y controlar. Así de simple. Y ahora Tempest le ofrecía un amor incondicional, aunque ella misma no reconociese la naturaleza de su oferta ya que no había pensado mucho en ello. Él necesitaba algo y ella estaba dispuesta a mover cielo y tierra para que lo tuviera. Estaba total y absolutamente convencida, y era muy capaz de seducirle hasta salirse con la suya. Y él lo anhelaba, lo necesitaba.
—Nena —murmuró suavemente arañándole con los dientes la piel que latía sobre el pulso—, no voy a ponerte en peligro. No puedo arriesgar tu vida. Si lo hiciese y saliese mal, ambos estaríamos perdidos. Gracias por tu ofrecimiento, por el enorme regalo que estás dispuesta a entregarme, pero no puedo aceptarlo. No puedo —se entregaría a ella por completo, al amor arrollador que sentía por ella.
—Ya se ha hecho con anterioridad, Darius. Si temes mi reacción, ya he pensado en unas cuantas soluciones para el problema. Puedes obligarme a permanecer enterrada, dormida; al menos hasta que mi cerebro acepte tu modo de vida —Darius cerró el grifo resueltamente, intentando alejarse por un instante de la seducción que las palabras de Tempest estaban tejiendo a su alrededor.
—Es cierto, Tempest pero…
—Espera antes de seguir protestando. Ya me has dado sangre en dos ocasiones, y ni siquiera me enteré cuando lo hiciste. Puedes seguir haciéndolo de ese modo hasta que aprenda a vivir como tú. No debe ser demasiado complicado —Darius la envolvía mientras tanto en una toalla, ella le tomó la mano y se la llevó al corazón—. No pertenezco ni a tu mundo ni al mío, tengo un pie en ambos. Tú no puedes vivir sin tu fuerza y yo no puedo soportar ver cómo te debilitas. No fuiste creado para acabar así, Darius. Eres un ser magnífico —él le sonrió, suavizando su mirada y el duro rictus de sus labios.
—¿Y qué hay de ti? ¿Acaso piensa que eres menos que yo? ¿Que debes sacrificarte por eso? —Tempest agitó la cabeza rápidamente para alejar esa idea.
—Por supuesto que no; de hecho, creo que me necesitas cerca para evitar que seas un dictador arrogante y despótico y mantenerte en el camino correcto.
—¿Un dictador despótico? —repitió con una nota de diversión masculina filtrándose en el aterciopelado timbre de su voz y mordisqueándole la nuca en respuesta.
—Exacto —contestó Tempest mientras la sonrisa desaparecía de su rostro, dejando paso a una expresión seria—. No soy como los demás, jamás he encajado en ningún lugar. No sé si nuestra relación va a funcionar, pero podrías hacer el esfuerzo de no intentar controlar todos los aspectos de mi vida; así estaría más que dispuesta a intentarlo. Sé que quiero estar junto a ti y no estoy asustada de los tuyos —las cejas de Darius se alzaron ante la descarada mentira—. ¡Oh, cierra la boca! —Exclamó ella arrojándole una toalla— No me mires así. Sé que jamás me harías daño; nunca, Darius. No tengo fe en casi nada, pero creo en ti —confesó buscando ropa limpia alrededor, sintiéndose molesta al recordar que no había traído ninguna. La fatiga hacía mella en su cuerpo, alejando la necesidad que sentía de convencerle. Quería tumbarse y dormir durante una semana entera—. Prométemelo, Darius; prométeme que lo pensarás. Realmente es la única solución sensata. Y si lo nuestro no funciona, yo seré capaz para entonces de cuidar de mí misma —dijo sentándose en el borde la bañera, incapaz de mantenerse de pie por más tiempo.
Darius apartó el hambre, el deseo y las emociones que nublaban su sentido común. Cogió el albornoz que hizo aparecer para ella un par de días antes y la envolvió en su calidez y suavidad.
—Comeremos primero y dormiremos después. Resolveremos todo esto cuando despertemos.
—¿No es entonces la primera actuación de Desari? Quienquiera que enviase a esos hombres, lo intentará de nuevo. Tu hermana es demasiado vulnerable, Darius. Tenemos que dejar las cosas resueltas antes de que suba al escenario.
Darius sentía el cansancio de su compañera envolviéndola como una segunda piel. Como hombre de los Cárpatos debía protegerla, cuidar todos y cada uno de los aspectos de su vida; así que se limitó a cogerla del brazo, y sin más conversación, la llevó a la cocina y la dejó en una silla junto a la mesa.
Desari había preparado un cuenco de humeante sopa de verdura. El aroma se extendía por la caravana, pero Tempest no pudo más que llevarse una mano al estómago intentando contener las náuseas.
¿Lo ves, Darius? No puedo comer. No puedo pertenecer a los dos mundos; estoy deseando arriesgarme a la conversión para poder afrontar el futuro contigo.
Ignoró el tono suave y persuasivo de Tempest e invadió su mente deliberadamente, sin gentileza, tomando el control de sus acciones sin darle tiempo a luchar contra él.
Te comerás la sopa y la mantendrás en tu interior para que te alimente —una orden. Forzó su voluntad aún cuando su estómago se rebelaba ante la comida intentando librarse de ella.
Tempest parpadeó y encontró el cuenco vacío. Se apartó el pelo húmedo del rostro. Los ojos se le cerraban por el cansancio.
—Lo único que quiero es dormir, Darius. Vámonos a dormir —y envolviéndola con su brazo sano, la alzó con facilidad y salió con ella de la caravana entregándose a la noche. Habían vuelto al papel del guerrero y la cautiva, pero a ella no le importó. Cerró los ojos y se acomodó sobre su pecho.
El túnel que Darius eligió descendía hacia las profundidades de la tierra, el ambiente era húmedo y caluroso debido a la actividad geotérmica. Inesperadamente, Tempest sintió que se ahogaba, respirar le resultaba imposible, pero intentó ocultárselo a Darius ya que no quería hacerlo partícipe de su incomodidad. Se acurrucó aún más sobre su torso, sintiéndose totalmente protegida. Sabía que él no dormiría bajo tierra puesto que de ese modo no podrían estar juntos. Él dispondría un lugar donde dormir al abrigo de la seguridad de una de las cavernas y allí se entregaría al sueño de los humanos, haciendo todo lo posible por adaptarse a la situación. Pero lo que necesitaba era el sueño reparador que le proporcionaría la tierra, especialmente ahora que estaba herido. Lo que tenía que hacer era detener sus pulmones y su corazón y dormir como lo hacían los miembros de su especie. Tempest sonrió apoyada sobre los duros músculos de su pecho, repentinamente segura de su habilidad para convencerle de que la convirtiera. Lo único que necesitaba era reponer fuerzas antes de volver a la carga. Él no podría resistirse eternamente, ya había estado en su mente y conocía su debilidad. Si persistía, Darius acabaría cediendo, puesto que todas las fibras de su cuerpo le pedían a gritos que la convirtiera. Y también era consciente de la necesidad que él sentía por protegerla, la creía frágil y delicada, cuando realmente no lo era. Quizás físicamente fuese débil si se comparaba con él, pero poseía una enorme fuerza de voluntad que igualaba la suya.
Ya encontraría la forma de protegerlo, de mantenerlo a salvo, con la misma fiereza y amor que Darius la protegía a ella. 

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
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Gracias por su visita
Mary