Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 4


Cuatro

Tempest se despertó lentamente, tenía la sensación de estar emergiendo de una especie de neblina. Se sentía dolorida, todos sus músculos protestaban al más mínimo movimiento, aunque no tanto como cabría esperar. Se sentó y observó cautelosamente el lugar donde se encontraba. Su cuerpo estaba demasiado sensible y su piel percibía el más leve roce. Recordaba, como una lejana pesadilla, el horror del ataque que había sufrido. Pero lo que sí tenía grabado a fuego en su memoria era el roce de la lengua de Darius sobre sus contusiones mientras aliviaba el dolor y el miedo, remplazándolos con un placer erótico y ardiente. Quería pensar que el ataque había sido tan solo una pesadilla y lo de Darius un sueño romántico, pero siempre había sido realista y en este momento no podía ser de otra manera. De esa forma había logrado sobrevivir, podía mentir a cualquiera si era necesario, pero jamás se engañaba a sí misma. Lo que Darius le había hecho mientras dormía era demasiado real; la había sumido en una especie de trance, en un estado de duermevela y se habían hablado usando tan sólo el pensamiento, del mismo modo que ella hacía con los animales, pero con la diferencia de que Darius usaba palabras, no sólo imágenes. Pura telepatía.
Respiró hondo y volvió a echar un vistazo a la caravana. Estaba sola en aquel lujoso lugar, aunque contaba con la compañía de los leopardos que abrieron un ojo al percibir sus movimientos, pero no parecieron deseosos de levantarse. Tempest se pasó una mano por el pelo. ¿Debería seguir apañándoselas por su cuenta o arriesgarse con aquella criatura, lo quiera que fuese, con la que había topado de bruces? Nunca había tenido mucha suerte con los humanos y prefería, con diferencia, la compañía de los animales. La noche anterior, cuando se sumergió en la mente de Darius, había sido consciente de la similitud que presentaban sus esquemas cerebrales con los de los animales. Darius tenía muy desarrollados sus instintos y sus facultades sensoriales, exactamente igual que los leopardos; por tanto sabía que era un excelente cazador, aunque no detectaba nada malvado en él.
Podía haberla matado hacía mucho; la podía haber utilizado como primer plato, si es que esas criaturas lo hacían. Pero no lo había hecho. Al contrario, había ido tras ella cuando se metió en problemas, la había tratado con cariño y compasión; y la había curado con ternura, interesándose tanto por su magullado cuerpo como por su mente, incluso había borrado los peores recuerdos. Y él había pagado un alto precio; la deseaba. Tempest había sentido la fogosa pasión que desprendía. Y aún estando totalmente indefensa, Darius había aplacado las demandas de su cuerpo sin dejarse vencer por ellas. Más aún, había podido sentir cómo su enorme energía abandonaba su cuerpo inundando el suyo mientras la sanaba. Y este proceso de aliviar su sufrimiento lo había dejado totalmente exhausto, mientras ella sentía que un hambre insaciable y punzante corroía sus entrañas. En realidad, no sabía muy bien donde acaban sus sentimientos y empezaban los de Darius, puesto que al unir sus mentes percibió que a él le ocurría lo mismo.
Suspiró y se apartó de la cara los mechones de pelo que habían escapado de la trenza que se hizo para dormir. Nadie la había tratado, nunca, como Darius. Había sido amable y solícito con ella, incluso tierno, pero de todas formas no era un hombre fácil de tratar. Más aún cuando ella estaba tan acostumbrada a hacer lo que le venía en gana. La arrogancia de ese hombre y la absoluta confianza que poseía en sí mismo y en sus habilidades, la sacaban de quicio. Evidentemente, estaba muy habituado a que se obedeciera su más mínimo deseo. Y ella estaba acostumbrada a ser totalmente independiente, meditaba Tempest mientras se mordisqueaba el labio inferior. No se trataba tan sólo de que Darius esperara su sumisión, no, la cosa iba mucho más allá. En las profundidades de sus ojos llameaba un instinto de posesión que confería a su oscura mirada una intensidad exaltada que revelaba su deseo de hacerla suya.
—De ninguna manera, Rusti —se dijo a sí misma en un susurro—. Ese loco acostumbra a controlar y proteger a todos los que le rodean, así que no dejes que tus hormonas empiecen a enloquecer por él. Y por supuesto, los vampiros quedan fuera de toda duda. No quisiste liarte con el chulo del barrio y ahora con este no te va a ir mejor. Tienes que marcharte. Vamos. Corre. ¡Sal de aquí!
Pero sabía que se quedaría donde estaba. Se tapó el rostro con las manos mientras soltaba un pequeño gruñido. No tenía dinero, ni familia, ni casa. Quizás si Darius dormía de día y ella de noche, se llevaran bien. Miró a hurtadillas a través de los dedos.
—No me lo creo ni yo. Ese hombre quiere gobernar el mundo; quiere tener su propio imperio —y arrugando la nariz imitó su voz—. «Mis dominios Tempest», recuerda que él dirige todo y a todos los que viven en sus dominios —se dijo a sí misma.
Echó un vistazo al reloj de pared, eran las tres de la tarde. Si quería arreglar los vehículos y ganarse el sueldo, tenía que ponerse en marcha. Gruñendo al sentir la protesta de sus músculos, salió de debajo de la manta y se dirigió al baño. La ducha sirvió para aliviar su dolorido cuerpo y para despejar su mente. Como siempre, se recogió el pelo en una coleta y se vistió con unos vaqueros limpios y una camiseta, los cuales cubrió con un mono para que no se mancharan demasiado mientras trabajaba.
Le sorprendió encontrar el frigorífico lleno de frutas y verduras frescas; también encontró varios tipos de pan y pasta. Enseguida supo que Darius era el encargado de las provisiones. Como había aprendido desde pequeña a improvisar el menú, hizo una salsa de champiñones y alcachofas que añadió a la pasta. Comió despacio, pero como sentía el estómago aún indispuesto debido a los recientes acontecimientos, no logró acabar todo el plato. Después de recogerlo todo, salió a echar un vistazo a la enorme caravana, el hogar itinerante del grupo.
El sol de la tarde se hundía en el horizonte, hacía un calor húmedo incluso bajo la sombra de los árboles donde Tempest trabajaba. Pero le encantaba la paz de aquel lugar. Una ligera brisa comenzó a soplar después de una hora de trabajo, aliviando un poco el malestar provocado por el calor. Normalmente, se concentraba tanto en lo que estaba haciendo, que no prestaba atención a nada más. A eso de las cinco acabó la puesta apunto del motor de la caravana y se tomó un breve descanso para beber un poco de agua fresca y echar un vistazo a los leopardos.
El deportivo rojo sólo necesitaba un par de ajustes y puesto que el grupo parecía disponer de un completo juego de recambios, le resultó fácil encontrar las piezas que necesitaba. Tempest disfrutó enormemente con el coche, sintiéndose satisfecha con el ronroneo del motor al ponerlo en marcha. Condujo por la serpenteante carretera, cambiando varias veces de marcha y aumentando la velocidad como si de una persecución se tratara. Se detuvo a varios kilómetros del campamento para ajustar el engranaje de distribución. La inquietud la tomó por sorpresa mientras se inclinaba sobre el motor, atenta al sonido del vehículo. Mantuvo la cabeza bajo el capó abierto, observando la zona donde se encontraba; alguien la observaba. Lo presentía. No sabía de dónde provenía su total seguridad, pero estaba totalmente convencida.
¿Tempest? —como siempre, la voz de Darius era tranquila, aunque sonaba muy lejana— Tempest, ¿qué ocurre?
Sus dedos se cerraron en torno a la pequeña herramienta que sostenía. No iban a jugar más el uno con el otro y a disimular con engaños, fingiendo que aquello era otro sueño.
Alguien me está vigilando —contestó ella—. Siento que… —se detuvo para encontrar la palabra exacta que describiera su estado de inquietud. Como no se le ocurrió ninguna, hizo lo que acostumbraba con los animales: le envió la sensación. Un pequeño silencio le indicó que Darius estaba sopesando la situación.
Me preocupa. Y no estás dentro del perímetro de seguridad. ¿No notaste la sacudida al atravesarlo?
Rusti frunció el ceño ante el comentario.
¿Vas a limitar mis movimientos? ¿Qué significa eso del perímetro de seguridad? —se sentía ofendida y por un momento, olvidó al indeseado observador.
No me causes problemas, cielo. Limítate a hacer lo que te digo —dijo Darius con una pizca de humor en su voz—. Nada más verte supe que ibas a ser un problema. Observa con atención todos los alrededores, muy despacio. Míralo todo bien. Yo veré todo lo que tú veas.
Rusti hizo exactamente lo que Darius le ordenó ya que sentía curiosidad por saber lo que ocurriría. Su vista era bastante buena y todos sus sentidos estaban en alerta, pero no descubrió la causa de su desasosiego. Compartir la mente y los ojos con otro ser provocaba una extraña sensación. En ese momento le hubiera gustado tener a los leopardos con ella.
Ahora es demasiado tarde para usar el sentido común, Tempest. Deberías haberte quedado donde estabas, alejada del peligro como se supone que te ordené. Hay un hombre con prismáticos vigilándote desde la arboleda de tu izquierda. Puedo distinguir el parachoques de su automóvil —el corazón de Tempest empezó a latir alarmado—. No hay ningún motivo para que tengas miedo; estoy contigo. No puede hacerte ningún daño.
—¿Y qué pasa si se acerca? Sé que estás lejos, lo presiento.
Darius le envió una oleada de bienestar, inundándola de calidez y fuerza. No permitiría que ningún otro hombre la maltratara como había hecho el tal Harry; jamás. Se lo había prometido, a él mismo y a ella. Rusti juraría que sentía el brazo protector de Darius rodeando sus hombros; ni siquiera se detuvo a pensar que era una mala idea apoyarse tanto en la fuerza de Darius cuando siempre estaba dispuesta a protestar por su actitud dominante. Respirando de nuevo, se obligó a tranquilizar los latidos de su corazón.
Sigue con tu trabajo, cielo. Está a punto de hacer su aparición. Actúa con normalidad; yo sabré si me necesitas.
Tempest respiró hondo y dejó escapar el aire lentamente, antes de inclinarse de nuevo hacia el motor. Se obligó a no incorporarse hasta que no oyera el ruido del otro coche. El Mustang del hombre era de un pálido azul y el motor estaba demasiado caliente, su sonido lo delataba. Cerrando el capó, saludó al recién llegado.
—¡Guau! Eso si que anda ¿eh?
El hombre se bajó del Mustang y al sonreír enseñó todos los dientes. Llevaba una cámara de fotos al cuello. Su traje estaba arrugado y la corbata floja.
—Es el coche más rápido que he tenido en años. Me llamo Matt Brodrick —dijo tendiéndole la mano.
Rusti no quería tocar aquella mano; el miedo la atenazaba y no sabía muy bien por qué. Se obligó a sonreír y limpiándose la mano en el mono se excusó.
—Lo siento; estoy llena de grasa —le explicó.
—Ese parece uno de los deportivos de los Dark Troubadours. ¿Eres miembro del grupo? —su curiosidad era real y había una emoción en su voz que Tempest no pudo descifrar.
Alzando la barbilla y con una mirada acusadora en sus ojos verdes, le preguntó:
—¿Por qué quieres saberlo?
—Soy un fan. La voz de Desari es celestial —contestó el hombre mostrando aún más sus dientes. Como vio que Tempest seguía mirándolo fijamente, siguió hablando—. Soy periodista.
Tempest hizo una mueca.
—Entonces sabrás que no soy miembro del grupo —dijo cogiendo la caja de herramientas—. Sólo me encargo de mantener los automóviles a punto, soy mecánico.
El hombre echó un vistazo a los alrededores.
—¿Dónde acampan? Llevo un rato dando vueltas por aquí pero no los he localizado. Sé que deben andar cerca.
—¿Y crees que te daré esa información porque tengo un gran corazón? —rió Tempest.
Y aún separados por varios kilómetros y muchas capas de tierra, Darius sintió que su cuerpo se tensaba de deseo ante el sonido de aquella risa. Tempest era como una niña, libre para poder vivir el momento, sin preocuparse por el futuro, y sin que el pasado le influyera demasiado. La bestia se agitaba en el interior, quería liberarse; sus colmillos se extendieron, letales. Sabía que era un ser peligroso, siempre lo había sido; pero ahora, con Tempest cerca de otro hombre, su autocontrol pendía de un hilo. Ella era la única razón de su existencia y no la dejaría escapar. Jamás.
—¿Y si te ofrezco dinero? —preguntó el periodista con una mirada dura y expresión astuta. Sus dientes brillaban.
—De ningún modo —negó con rapidez, aunque no le vendrían nada mal unos billetes—. No traiciono a la gente, ni por dinero, ni por cualquier otra razón.
—He oído cosas muy raras sobre el grupo. ¿Puedes al menos confirmarme algunos datos?
Tempest colocó la caja de herramientas bajo el asiento del deportivo.
—¿Y por qué te molestas? Os inventáis lo que queréis, sin importaros si una vez publicado, alguien puede sentirse dañado.
—Solo un par de preguntas, ¿vale? ¿Es verdad que duermen durante el día y están despiertos toda la noche? ¿Que todos padecen algún tipo de alergia que no les permite estar bajo el sol?
Tempest estalló en carcajadas.
—Muy típico de un periodista. Debes trabajar para uno de esos asquerosos periódicos sensacionalistas. ¿De donde sacáis esa basura, idiotas? Debes tener una imaginación extraordinaria. Lo siento pero no puedo decirte que me ha encantado conocerte, me voy.
—Espera un momento —dijo Brodrick sujetando la puerta del coche antes de que Tempest pudiese cerrarla—. Si estoy equivocado, dímelo. No quiero publicar basura.
—Entonces, si te digo la verdad, la contarás ¿o vas a inventarte otro cuento sensacionalista para aumentar las ventas de ese periodicucho? —sus ojos verdes lo fulminaron en claro desafío.
—Por supuesto que diré la verdad.
—En este mismo momento, los miembros del grupo y su guardaespaldas están haciendo senderismo. Se fueron hace una hora más o menos. Tenemos que ponernos en marcha esta tarde para preparar la siguiente actuación, y están tomándose un último respiro. Cuando vuelvan, cenaremos y nos marcharemos. Publique eso, Sr. Periodista; no es nada estrafalario, pero son personas normales que hacen lo mismo que usted o que yo —Rusti tenía un arraigado sentido de lealtad, y Darius y su familia la habían apoyado mucho. Si un periodista ávido de fama como este sospechaba algo extraño, estaba dispuesta a soltar unas cuantas mentiras para encubrirles, aunque ella tuviera sus propias sospechas acerca del grupo.
—¿Los viste hace una hora? —preguntó Brodrick.
Rusti echó un vistazo a su reloj.
—Hace casi dos horas. Supongo que ya habrán regresado. Y estarán esperando que los vehículos funcionen sin problemas para poder marcharnos. No sé si alguno se habrá quemado por el sol, normalmente usan protector solar como todo hijo de vecino, pero en todo caso, te lo haré saber. ¿Te parece bien? —Cerró la puerta con un portazo—. Por si te interesa, Desari es propensa a que le piquen los mosquitos, por eso usa una loción repelente junto con el protector solar. ¿Quieres saber la marca?
Buena chica —dijo Darius con aprobación, se sentía muy orgulloso de ella.
—Venga —protestó Brodrick—. Dame un respiro. Sólo estoy haciendo mi trabajo; sabes que Desari es noticia. Dios mío, su voz es angelical. Todas las grandes compañías discográficas están suplicándole para llegar a un acuerdo con ella; y se limita a seguir tocando en pequeños clubes. Podría ganar millones.
Rusti se rió de nuevo.
—¿Y qué sabes tú si ella los necesita? Puede que sea millonaria. ¿Tan terrible es que se limite a hacer lo que le gusta? Ella es una artista; le gusta la intimidad que comparte con un público reducido. No es lo mismo que actuar en grandes estadios porque la conexión no es tan intensa. Y obviamente, en un estudio de grabación no existe tal conexión —extraía la información, sobre la marcha, de la mente de Darius. Mirando a los ojos al periodista continuó—. Lo siento por ti. Odias tu trabajo, y te inmiscuyes en la vida de la gente sin ni siquiera conocerlos. El dinero no lo es todo, ¿sabes?
Brodrick agarró con más fuerza la puerta del coche.
—Llévame contigo al campamento. Preséntamelos. Si consigo una exclusiva, mi jefe estaría muy contento conmigo.
—Ni de coña —dijo Tempest—. No te conozco y además, haces preguntas muy estúpidas. Cualquier periodista se gana su pan con cuestiones importantes, no con el hecho de que Desari duerma o no durante el día. Si dieras un concierto que acabara a las dos de la mañana, y después atendieras a tus fans y a los periodistas durante otras dos horas más, supongo que también dormirías todo el día. Qué estupidez de pregunta —la voz de Rusti dejaba clara su antipatía—. Te diré una cosa: cuando se te ocurra algo que merezca la pena preguntarle, veré qué puedo hacer por ti. Pero me niego a arriesgar mi trabajo por un idiota.
Y con esto, puso en marcha el coche y se alejó del periodista, no obstante, no dejó de mirar a través del retrovisor.
Puede que me siga, Darius. ¿Lo alejo del campamento?
—Ven directa a casa, Tempest. Y la próxima vez, no salgas sin protección.
Tempest le envió una imagen en la que ella le retorcía el cuello.
He vivido sola toda mi vida, insoportable pelmazo. No necesito que nadie me proteja. Ya tienes bastante gente a la que dirigir, así es que déjame en paz.
Veo que tendré que concentrarme en conseguir que te acostumbres a obedecer, cielo. Afortunadamente, estoy deseando empezar con mi tarea —en opinión de Tempest, parecía estar mucho más seguro de sí mismo de lo que a ella le hubiera gustado. La forma en la que su voz se deslizaba por su piel, dejando su cuerpo abrasado, y llegando hasta lo más hondo, era la sensación más extraña con la que jamás se había encontrado. Su propio cuerpo la traicionaba. Había cosas en la vida que era mejor tener lejos ¿no entraban los vampiros en esa categoría?
Tempest. Has cerrado tu mente. ¿Qué te ocurre? ¿Me crees tan temible como para que no pueda oír tus pensamientos cuando estás enfadada? Eso no cambia nada.
—No ocurre nada, Darius. ¿Y cómo es que me puedes hablar de esta forma? —decidió que la mejor defensa es un buen ataque. A ver cómo respondía—. ¿Tienes el mismo don que yo? ¿También hablas con los animales? —decidió en el último momento que todo el mundo se merecía una pequeña salida.
Lo admites entonces, ¿no? Veo que vamos progresando.
Tempest volvió a mirar por el retrovisor. Prácticamente volaba por la estrecha y sinuosa carretera, derrapando en las curvas y cogiendo un par de desvíos que se apartaban del camino. No veía indicios de que el periodista le siguiera, pero tenía el presentimiento de que intentaba hacerlo y se negaba a guiarlo hasta el campamento.
Darius sabía que le quedaba aún una hora para poder salir a la luz sin peligro. Encerrado bajo la tierra, temía por la seguridad de Tempest, a menos que ella le obedeciera y regresara al área protegida. Sopesaba la idea de someter su voluntad, algo muy tentador puesto que se comportaba de manera ridículamente testaruda, pero por ahora se limitaría a rastrearla y a esperar que cumpliera sus órdenes. Solo la obligaría a obedecerle si fuera estrictamente necesario. La mente de Tempest le gustaba, al igual que su independencia, su sentido de la libertad y su coraje. Aprendería a no desafiarlo, pero por ahora quería tratarla con tanta ternura como le fuera posible.
¿Darius? —su voz rozó su mente haciéndole sentir el tacto de sus dedos sobre la piel, suaves e inseguros. Su cuerpo fue consumido por llamaradas de deseo; no podía tardar más en poseerla. El tiempo se acababa, estaba fuera de control. La necesitaba desesperadamente.
Estoy contigo, nena. No te sientas tan desamparada.
—No me siento desamparada —contestó, pero Darius captó el eco de sus pensamientos—, ¿verdad?
—Vuelve a casa, cielo. Todo irá bien. No tienes por qué defender a Desari tú sola.
—Pero este tipo no es un simple periodista.
Darius permaneció en silencio. ¿Cómo lo había averiguado? Él lo sabía, pero ¿ella? Habían intentado, recientemente, acabar con la vida de Desari en varias ocasiones. Darius había leído el aura de Brodrick, la cual había resultado ser una engañosa cubierta de sus verdaderas y letales intenciones, disimuladas bajo su supuesto encanto. Tempest no podía haber leído aquella información, pero había percibido sus intenciones ocultas y estaba haciendo todo lo posible para alejar al supuesto periodista. Y lo había hecho muy bien; había estado convincente, dispuesta y lo suficientemente desdeñosa como para infundir sinceridad a sus palabras.
No tienes por qué creerme, Darius —dijo con voz herida.
Por supuesto que te creo, cielo. Ahora vuelve aquí para que no tenga que preocuparme por ti —era una orden muy clara. Rusti suspiró con fuerza. Él no acababa de entenderlo; no quería que nadie se preocupara por ella.
Cerca de un kilómetro y medio del campamento, sintió una curiosa vibración a su alrededor; el aire era opresivo y pesado. De repente comprendió que acababa de penetrar en alguna especie de barrera que despertaba el miedo en su interior, haciéndola desear darse la vuelta. ¿Por qué sentía esto ahora? ¿Es que Darius estaba aumentando la seguridad alrededor del área donde se encontraban? Se mesó el cabello mientras sus ojos verdes refulgían desafiantes. No iba a manejarla como hacía con el resto; los demás le trataban como a un dios griego, gimió en voz alta. ¿Por qué había tenido que echar mano de ese parecido? ¿Sólo porque físicamente era igual que uno de ellos? ¿Porque actuaba como un dios? Allí estaban otra vez sus hormonas desbocadas.
Deliberadamente, los pensamientos de Tempest cambiaron de rumbo y se imaginó cierto deportivo de color rojo que cambiaba de dirección, alejándose de los hombres con tendencia a dar órdenes. En ese instante escuchó la suave risa de Darius, ni por asomo estaba preocupado por la posibilidad de que ella le desafiara robándole el coche.
—No me tientes —le espetó Tempest mientras aparcaba el deportivo detrás de la caravana y bajaba de él.
Lo siguiente en su lista de tareas era el todoterreno, más importante que las sucias bicicletas. Abrió el capó y, como siempre sucedía cuando trabajaba, se concentró en lo que estaba haciendo, dejando a un lado todo lo demás.
Darius salió a la superficie en el mismo instante que desapareció el riesgo de la luz del sol, su ímpetu fue tan intenso que, a su paso, la tierra brotó a chorros como si se tratase de un géiser. El cielo tenía un tinte grisáceo, la noche no había llegado aún, pero la espesura de los árboles proyectaba una profunda sombra que le ayudaba a proteger sus ojos. Inspiró profundamente, estudiando los olores para captar cualquier detalle, cualquier historia que el viento tuviera que contarle. El hambre, siempre presente, le corroía; pero esta vez, su cuerpo tenso y vigoroso, sentía implacables demandas, un ansia tan terrible e insaciable como su necesidad de sangre. Tenazmente, controló la rugiente bestia y se dirigió a grandes pasos hacia la caravana. Localizó a Tempest en la parte superior del vehículo, se sostenía de forma precaria sobre la cabina mientras en una mano sujetaba una llave inglesa que parecía pesar más que ella misma. Justo cuando Darius se acercaba, empezó a tambalearse y su pequeño cuerpo se balanceó a punto de perder el equilibrio. Intentó asirse al borde, pero se escurrió hacia atrás mientras de su garganta brotaba un sonido mitad de asombro, mitad de enojo. Estaba claro que no era la primera vez que se caía. Darius se movió con velocidad sobrenatural y la cogió antes de que llegase al suelo, aterrizando entre sus brazos.
—Causas más problemas que cualquier mujer que haya conocido. ¿Acaso has hecho un estudio sobre la mejor manera de volver a un hombre loco?
Tempest le aporreó el musculoso torso.
—Me has dado un susto de muerte. ¿De dónde has salido? Y déjame en el suelo.
Darius saboreó la sensación de tenerla entre sus brazos, era exquisitamente suave sobre sus duros músculos. Tenía la cara manchada de grasa pero seguía estando igual de hermosa.
—Mi corazón no puede soportar más incidentes. ¿Qué creías que estabas haciendo? —dijo bruscamente.
Tempest se revolvió para recordarle que la dejara en el suelo.
—Mi trabajo.
Darius tenía una fuerza extraordinaria y su cuerpo era tan firme como el de un roble, pero su piel era suave como el terciopelo caliente. Tempest sintió que su sangre se alteraba, su cuerpo empezó a bullir de necesidad. Y eso la asustaba. Le dio un enorme empujón que él pareció no notar, ya que, en lugar de soltarla, empezó a alejarse del campamento con ella en brazos. El corazón de Tempest se aceleró. Darius le recordaba a un gran guerrero reclamando su premio. Daba la impresión de tener todo el derecho a sostenerla de aquella manera, como si le perteneciera.
La llevó hacia el bosque, internándose en la espesura en busca de la frescura. El olor que desprendía el cuerpo de Tempest lo atraía, viéndose casi obligado a enterrar su rostro en su esbelto cuello. Sintió su pulso latir frenético, incitándolo. La sedosa melena cobriza caía en cascada sobre su cabeza, haciendo que su piel ardiera con el roce; su autocontrol se desvanecía. Un gemido escapó de su garganta, su locura era muy peligrosa, y él lo sabía, pero nada importaba más que hacerla suya.
Rusti sentía el roce del cálido aliento de Darius sobre el cuello. Su cuerpo se inflamaba y se tensaba por la anticipación. Abrazó la cabeza de Darius, acercándolo aún más, sin darse apenas cuenta de lo que hacía. La necesidad de él era tan enorme, que Tempest podía sentir cómo su cuerpo se contraía, arrastrándola también a ella, una vez olvidado cualquier instinto de supervivencia. Sus corazones se acompasaron en un ritmo enfebrecido, latiendo con fuerza. Tempest sintió la lengua de Darius recorriendo su cuello y su corazón se detuvo, mientras sus entrañas se derretían anticipando lo que vendría después.
—No lo hagas, Darius —susurró más que ordenó con voz ronca, y el resultado fue una anhelante súplica.
Pero los labios de Darius siguieron moviéndose sobre su piel, haciendo que su cuerpo se consumiera entre continuas llamaradas.
No tengo otra opción; me pides un imposible, ¿se puede detener el viento? Esto es algo inevitable entre nosotros. Acéptame. Acepta lo que soy —dijo mientras Tempest se perdía, casi hipnotizada, en el erótico y sensual roce aterciopelado de su áspera lengua. De inmediato, dejó caer la cabeza hacia atrás, dejando totalmente expuesta y vulnerable la hendidura de su garganta. La pasión ascendió como un torbellino por su cuerpo cuando Darius hundió los dientes en el lugar que ella le ofrecía, alimentándose vorazmente con su dulce sabor. Nada volvería a saciar su hambre de nuevo. Nada. Su cuerpo se consumía de necesidad. Tempest yacía soñolienta entre sus brazos, sumida en un oscuro y mágico ensueño, encendida de pasión.
En algún lugar del bosque se escuchó ulular un búho; los leopardos chillaron, inquietos en la caravana y el sonido se extendió de forma espectral en el crepúsculo. Tempest aspiró una bocanada de aire, e inesperadamente, su sentido común volvió a la vida. Se encontraba en los brazos de Darius, en una especie de sacrificio voluntario y su cuerpo se restregaba contra él presa de un hambre desconocida. Sentía sus pechos duros y doloridos, los pezones endurecidos se marcaban bajo la delgada tela de la camiseta. Adormilada e incapaz de abrir los ojos, su estado era pecaminosamente lascivo. Comenzó a luchar con fuerza, golpeando con los puños a Darius, que volvió a empujones de un mundo de puro goce mientras lamía las heridas para no dejar rastro de lo ocurrido.
—Tranquila, cielo. No te estoy haciendo daño —dijo mientras reposaba su frente sobre la de Tempest—. Borraré este episodio de tu mente y me consumiré deseando poder alejarlo de la mía —Tempest temblaba en sus brazos, con los ojos abiertos de par en par por la impresión y el rostro muy pálido.
—No importa, Darius. Simplemente me sorprendí —susurró—. Sé que no me harías daño —confesó intentando de nuevo escapar a su abrazo.
Darius la abrazó con más fuerza.
—No voy a dejarte marchar; no puedo hacerlo. No espero que lo comprendas, y no te lo puedo explicar con claridad. Siempre he vivido para los demás, jamás he tenido algo que fuese sólo mío; no he necesitado ni querido nada. Pero ahora te necesito. Reconozco que no puedes aceptar lo que soy, pero no me importa. Me gustaría decir que lo siento, pero no te dejaré marchar. Eres la única que puede salvarme; y salvar al resto del mundo de mí, a los mortales y a los inmortales.
—¿Qué eres, Darius? —preguntó Tempest abandonando la lucha. Sabía que no tenía manera de escapar a no ser que él se lo permitiera. Su voz era un mero susurro, y su corazón latía con tanta fuerza que parecía estar a punto de estallar. Súbitamente, los negros ojos de Darius capturaron los suyos, y allí quedó atrapada, mientras caía en aquellas oscuras e insondables profundidades.
—Tranquilízate, cielo. No hay nada que temer —la tranquilizó envolviéndola en un mar de relajación y tranquilidad, oleadas que actuaban como un bálsamo.
Por mucho que quisiera, no podía alejar la mirada; los ojos de Darius eran intensos, su cuerpo sólido y fuerte como las montañas, duro como el granito y a la vez sólo demostraba ternura. Cuando la miraba sus ojos se encendían de deseo y afán de posesión. Era intemporal, eternamente joven, con una voluntad implacable, que le impedía apartarse del camino elegido. Y ella era su camino, la había elegido.
Tempest alzó un brazo para tocarse el cuello, que aún palpitaba.
—¿Por qué yo?
—Durante todos estos años, alrededor de todo el mundo, desde que me abandonaron las emociones, he estado solo, Tempest. Completamente solo. Hasta que llegaste tú. Tú me has devuelto el color y la luz —dijo aspirando profundamente su aroma. Su cuerpo necesitaba aliviar la urgente demanda—. No te preocupes, no recordarás nada de esto.
Rusti negó con la cabeza, muy despacio, aún atrapada en su mirada.
—Recuerdo la última vez, Darius. No borraste mis recuerdos.
Aceptó lo que era prácticamente imposible como un hecho, sus gélidos ojos negros no parpadearon, ni dudaron.
—Huiste por mí, por lo que soy —dijo sin emoción, daba la sensación de que su confesión no tenía ninguna importancia.
—Debes admitir, que no todos los días un vampiro te muerde el cuello —lo dijo en un débil intento humorístico que resultó traicionado por la presión que sus dedos ejercían mientras se aferraban, con nerviosismo a su oscura melena.
—Entonces, soy el responsable de que te atacaran —Darius evaluaba lo que ella había dicho, tenía que ser cierto. Normalmente, los humanos requerían poco poder para ser dominados; pero posiblemente a causa de su cerebro, tan diferente al resto, debería haber usado una sugestión mucho más fuerte para hacerla olvidar. Menudo valor había demostrado al volver a mirarle a la cara, y al quedarse aquella noche y enfrentarse a él, sabiendo lo que era.
—Por supuesto que no tienes la culpa de lo que hizo Harry —negó Tempest con voz ronca, desesperada por alejarse de su mirada. Se estaba hundiendo cada vez más en esos ojos, y se sentía atrapada. Sus brazos eran cadenas de acero que la mantenían unida a él. Debería estar mucho más asustada de lo que realmente estaba, ¿la había hipnotizado de verdad?
—Aún así, esta vez te quedaste, sabiendo que tomé tu sangre —musitó en voz alta—. No intentaste huir, aunque me creías un ser tan diabólico como un vampiro.
—¿Me habría servido de algo? —preguntó, buscando por primera vez sus ojos para poder descifrar su expresión. Ni siquiera movió una pestaña; sus rasgos parecían esculpidos en granito, sensuales e impasibles.
—No —le contestó con sinceridad— Te habría encontrado. No hay un solo lugar en este mundo donde no pueda encontrarte.
El corazón de Tempest volvió a desbocarse. Darius podía escucharlo y sentir el eco de sus latidos en su propio cuerpo. Tempest tomó aire.
—¿Vas a matarme? Me gustaría saberlo en este momento.
La mano de Darius se deslizó sobre el pelo cobrizo, acariciándolo con lentitud; Tempest sintió que multitud de mariposas volaban en su estómago.
—Puedo afirmar, con total convencimiento, que eres la única persona de este mundo completamente segura. Daría mi vida por ti, pero no dejaré que te marches.
El silencio cayó entre ellos mientras Tempest estudiaba con atención su expresión severa. Creía en él; sabía que era cruel y peligroso como cualquier otro depredador salvaje. Darius se fijó en el movimiento de su garganta al tragar saliva, un acto que reflejaba su nerviosismo.
—De acuerdo —admitió—. Entonces, escapar no sirve de nada ¿verdad? —su mente era un caos, no podía pensar en nada. ¿Qué podía hacer? Y lo que era más importante, ¿qué quería hacer? Pensaba mientras se mordía el tembloroso labio inferior, haciendo que una pequeña gota de sangre, roja como un rubí, brotara de él. Para Darius fue una tentación, una invitación; de su alma brotó un gemido. Tempest no podía tentarlo de aquella forma y salir ilesa. Inclinando la cabeza buscó sus labios en un gesto posesivo y brusco; buscó con su lengua la dulce y minúscula gota y la saboreó. Pero no pudo detenerse allí, sus labios eran sedosos y temblaban bajo los suyos. Seduciéndolo. Dios, la quería; la necesitaba; la anhelaba.
Separa los labios para mí.
—Me das miedo —su voz destilaba temor y lágrimas, pero se sentía indefensa ante aquella ardiente necesidad que la consumía; y le obedeció.
El tiempo se detuvo, el mundo desapareció. Sólo existía Darius, sus fuertes brazos, el calor de su cuerpo, la anchura de sus hombros y la perfección de sus labios. Dominación y ternura entrelazadas. Darius la arrastró junto a él girando en un torbellino de colores y sensaciones. Nada volvería a ser igual. Ella no volvería a ser la misma ¿cómo podría serlo? Darius le estaba arrebatando el corazón, el alma, dejando su marca sobre ellos. Se introducía en su interior y tomaba posesión de ella, convirtiéndose en el aire que respiraba.
Tempest sentía el ansia de Darius golpeándola igual que a él; ella era lo único que tenía en el mundo. Se había convertido en el ardiente y radiante fuego que corría por sus venas y Darius no quería que aquella sensación acabara jamás. Tan sólo cuando la escuchó jadear, con los pulmones a punto de estallar, alzó la cabeza, contemplando su rostro con los ojos negros incendiados y dominantes. Tempest se sentía tan débil, que agradecía estar aún apresada entre sus brazos. Sus piernas parecían haberse convertido en mantequilla.
—Creo que voy a acabar pareciéndome a una de esas ridículas heroínas pasadas de moda que se desmayan en las novelas —le susurró contra su cuello.
—No, no vas a desmayarte —intentó sentirse culpable por haber tomado su sangre, era demasiado pequeña y frágil y cualquier pérdida de sangre podía debilitarla. Pero él no solía perder el tiempo en lamentaciones. ¿Cómo iba a lamentar algo inevitable y natural como la vida misma? Ella era suya. Su sangre le pertenecía. Su corazón y su alma formaban parte de él.
Con mucha ternura le pasó una mano por el pelo, deslizándola por su cremosa mejilla para acabar posándola sobre la garganta. Mientras acariciaba con el pulgar el delicado mentón, cerró los dedos alrededor del cuello. Quería tocar cada centímetro de aquel cuerpo, explorarlo hasta descubrir todos sus secretos, cada sombra, cada hueco, memorizar sus deliciosas curvas.
—Darius —lo llamó mientras buscaba su mirada—, no puedes decidir así porque sí que soy tuya; las personas no son posesiones. No estoy muy segura de lo que eres, pero creo entender que no naciste en este país, ni en este siglo. Yo sí; valoro mucho mi independencia. Es muy importante para mí ser capaz de tomar mis propias decisiones. No tienes ningún derecho a cambiar eso —eligió con mucho cuidado cada palabra porque era consciente de que su comportamiento era responsabilidad suya, Darius no era el único culpable de lo que estaba ocurriendo. Ella quiso besarle, lo admitía. Se llevó la mano a los labios, un poco atemorizada; estaban hinchados. Nadie debería besar así. La sensación era como la de caer desde un acantilado, y planear por el cielo hasta tocar el sol. O como estallar en llamas, consumida por una pasión imposible e irrazonable, hasta no quedar restos de Tempest Trine.
—Darius, ¿has entendido lo que te he dicho?
—Y tú, ¿has entendido lo que he dicho? —Contestó sin apenas mover los labios—. Sé que no es nada fácil aceptar a alguien como yo, pero te he prometido fidelidad y protección eternas, y eso no es ninguna tontería, Tempest. Es para siempre.
—No se trata de que no pueda aceptar lo que eres. Ni siquiera estoy muy segura de entenderlo en realidad —confesó agitándose repentinamente—. Bájame, por favor. Me siento muy… —se detuvo sin querer admitir que se sentía indefensa, pero de todas formas, la palabra flotó entre ellos— Por favor, Darius. Quiero hablar de esto, sin sentirme en desventaja.
La boca de Darius se curvó en una sonrisa, borrando el rictus cruel y casi inhumano como si nunca hubiese existido. La soltó muy despacio, era tan menuda que tenía que alzar la cabeza para poder mirarlo a los ojos.
—¿Te sientes ahora con más ventaja? —preguntó con ternura y mucho humor en su aterciopelada voz.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary