Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



viernes, 13 de mayo de 2011

LA MELODIA OSCURA/CAPITULO 1



CAPITULO 1

La necesidad se arrastraba atravesando su cuerpo y latía con ritmo en su mente. La música rugía y bramaba, llenando el enorme bar, una melodía extraña y compeledora tan oscura y atrayente como él. Las notas eran arrancadas de las profundidades de su alma, surgiendo a través de sus dedos hasta la guitarra acunada entre sus brazos como se acuna a una mujer. La música era una de las pocas cosas que le recordaban que estaba vivo y que no era uno de los no–muertos.
Podía sentir las miradas, aunque nunca alzaba la vista. Podía oír la respiración de la multitud, el aire moviéndose a través de pulmones con la fuerza de un tren de mercancías. Oía el flujo y reflujo de la sangre en las venas, llamando, una suave seductora, tentado sus sentidos hasta que su anhelo era una obsesión tan oscura e implacable como la sombra que atravesaba su alma.
Murmuraban. Cientos de conversaciones. Secretos. Palabras entre líneas. Las cosas que se susurran en los bares bajo el amparo de la música. Él oía cada palabra claramente mientras permanecía sentado sobre el escenario con la joven y la entusiasta banda con la que estaba tocando. Oyó los susurros de mujeres que discutían sobre él. Dayan. Guitarrista principal de Los Trovadores Oscuros. Todas querían acostarse con él por razones equivocadas, y él las quería a ellas por razones que las habrían aterrorizado.
La canción terminó, la multitud rugió, saltando, aplaudiendo y gritando con aprobación. Dayan miró al hombre que esperaba en la barra. Cullen Tucker levantó un vaso de agua hacia él, con una ceja arqueada. ¿Qué estamos haciendo aquí? Dayan leyó la expresión claramente, leyó la mente del hombre. ¿Qué estaban haciendo allí? ¿Qué le había llevado a entrar en este bar, coger su guitarra y tocar para la multitud? Su actuación solo atraería atención indeseada hacia ellos. No era seguro. Estaban siendo perseguidos, aunque Dayan no había tenido elección. Necesitaba estar en este bar. Estaba esperando algo... a alguien.
Los dedos de Dayan encontraban ya otro ritmo. Oscuro. Caprichoso. La melodía le atrapó, exigiendo ser liberada. Su voz tranquilizó a la multitud, llamando, seduciendo, tentando. La llamó a ella. La exigió. Su amor. Su compañera. Su otra mitad. La llamaba para que le completara. Para que le diera las emociones que se habían desvanecido de su alma, dejándole una concha vacía que crecía más y más oscura. Una criatura que vivía entre las sombras, vulnerable a la bestia que acechaba. Sálvame. Ven a mí. Las palabras dejaron sin aliento a la multitud expectante, llenando de lágrimas los ojos de las mujeres.
Se empujaron más cerca del escenario, sin ser conscientes de que lo hacían. Sin ser conscientes del poder de su voz, de sus ojos. Hipnotizadas. Seducidas. Atraídas. Él lanzó su hechizo, un peligroso depredador entre presas fáciles. Sálvame. Por favor sálvame. Su música se derramó sobre ellas, se introdujo por los poros de la piel, penetrando hasta el cerebro, haciéndoles levantar la mirada hacia él completamente hechizadas. El hambre se alzó, en respuesta a sus sentidos agudizados. Mantuvo los ojos cerrados, bloqueando la visión de la multitud, perdiéndose en su canción para ella. La única mujer que podía salvarle. ¿Dónde estaba?
La puerta se abrió, dejando que la brisa nocturna irrumpiera en la habitación, dispersando el olor de tantos cuerpos apretujados en un espacio tan pequeño. Fue el sonido del latido de un corazón lo que le hizo alzar la cabeza. Era un corazón débil e irregular, que latía demasiado rápido, esforzándose demasiado. Dayan levantó la mirada y literalmente perdió la capacidad de respirar. Ella estaba allí. Así de sencillo. Le ardieron los pulmones mientras buscaba aire. Su corazón comenzó a igualar el extraño ritmo del de ella.
Dayan obligó al aliento a entrar en su cuerpo. Primero una vez, después otra. Los miembros de la banda le miraban desconcertados. Sus dedos comenzaron una melodía que nunca antes había tocado, una que siempre había estado allí, encerrada en su corazón. Fue ligeramente consciente de que la banda la cogía, siguiendo su liderazgo, pero no prestó atención a los demás. No podía apartar la mirada de ella, viendo como se detenía mientras su compañera de pelo claro hablaba con varios conocidos.
¿Qué iba mal en su corazón? Sus ojos negros la recorrieron posesivamente, marcándola, reclamándola. Era pequeña, curvilínea, con abundante pelo oscuro y ojos enormes. Observó la forma en que se movía, estudiando el balanceo de sus caderas. Para Dayan, era increíblemente hermosa. Y era humana. Sabía que era posible que alguien de su raza, un Cárpato, tuviera una compañera humana, pero nunca había imaginado que su otra mitad lo sería.
Ella se detuvo durante un momento para mirarle con sorpresa, su mirada colisionó con la de él durante el más breve instante. Su boca perfecta formó una redonda O al reconocerle. Balanceó la cabeza hacia la rubia alta que la acompañaba. La otra mujer rió y la abrazó, abriendo la multitud para ambas hasta un reservado en una esquina oscura del club. Oyó el suave murmullo de su voz, y una vez más su mundo cambió. Donde antes el club había sido visible para él solo en sombras de gris, ahora era brillantemente vivo con vívidos y deslumbrantes colores.
Las emociones se hacinaban en su interior con rapidez y fuerza, tantas que no podía diferenciarlas. Sólo pudo sentarse allí inmóvil con los dedos relampagueando sobre su amada guitarra. La sentía. Su guitarra. Le asombró de tal forma, fue consciente de las lágrimas que ardían tras sus ojos. Dayan estaba casi paralizado por los diferentes estímulos que le bombardeaban. Música. Hambre. Colores. Lujuria. Era un volcán, calor fundido, añadido a la extraña sensación. Y había celos. Oscuros. Peligrosos. Comprendió que no le gustaba ver a los hombres que se reunían alrededor de las dos mujeres, inclinándose para hablar con ella.
De inmediato la idea provocó el afloramiento de la bestia de su interior y tuvo que aplacarla. Era muy peligroso en este estado. La música manaba de él, a través de él; salvajes emociones que casi le ahogaban; estaba enceguecido por una multitud de colores. Tomó un profundo y tranquilizador aliento, luchando por controlar y vencer.
¿Qué iba mal en el corazón de ella?
Mantuvo la cabeza inclinada sobre su guitarra, pero sus inexpresivos ojos negros seguían fijos en su presa, la única mujer que le importaba. Tocó para ella, vertiendo su corazón para ella, permitiendo que la belleza de su música le hablara. Quería que ella viera al poeta en él, no al depredador. No la oscuridad. Todo el rato mientras tocaba, escuchaba la conversación que mantenía ella, escuchando el sonido de su voz.
– No puedo creer que sea realmente él, Lisa. Es Dayan, de los Trovadores Oscuros. Es prácticamente un dios entre los músicos. Nunca había oído a nadie tocar como él. ¿Qué demonios está haciendo con esta banda? – Esa era su voz, suave y femenina. Hablaba con tono reverente.
Tamborileaba un ritmo con los dedos sobre la mesa, siguiendo el sonido de su guitarra.
Lisa se inclinó para que ambas pudieran oírse sobre el ruido del bar.
– He oído que está de vacaciones cerca. Supongo que solo se ha dejado caer por aquí esta noche, Corinne. Sé cuanto te encanta la música, y quise darte una sorpresa.
Ese era su nombre. Corinne. Incluso su nombre sonaba a música en la mente de Dayan. Escuchaba a escondidas desvergonzadamente para aprender cuanto pudiera. Ella estaba escuchando su música, su cuerpo respondía a ella con naturalidad, pero no le estaba mirando en un rapto de adoración como las otras mujeres del bar. Como a él le habría gustado.
– ¿Pero como lo supiste? Él no es simplemente cualquiera, Lisa. Es un genio cuando toca. ¿Cómo supiste que estaría aquí esta noche?
– Bruce... recuerdas a Bruce, Corinne... trabaja para mi fotógrafo. Bruce sabe que eres una gran fan de su música. Se dejó caer para tomar una copa y llamó para decirme que un miembro de los Trovadores Oscuros estaba tocando aquí esta noche. Bruce dijo que el tipo de la barra es supuestamente amigo del guitarrista y que viaja con los Trovadores Oscuros. – Lisa señaló a Cullen. – Todo el mundo espera que eso signifique que los Trovadores están buscando nuevos sitios en los que tocar.
– Bueno, prefieren los clubs pequeños e íntimos, ¿pero quién habría pensado que tocarían alguna vez aquí? – Dijo Corinne. Su mirada se desvió hasta Dayan, los ojos de ambos se encontraron, y apresuradamente apartó la mirada.
El impacto le sacudió. Sus dedos casi perdieron el ritmo; su estómago sintió un curioso vuelco y su mismo aliento quedó atrapado en los pulmones.
– ¿Realmente es así de famoso? – Preguntó Lisa, sonriendo hacia Corinne.
– Es absolutamente famoso, inculta. – La risa de Corinne fue cariñosa, burlona. – Su banda no tiene contrato con ninguna compañía. Algunos intentan grabar su música cuando van a los conciertos. Las cintas valen una gran fortuna.
– Tú tienes un viejo disco y varias cintas, ¿verdad? – Preguntó Lisa.
El color se extendió por la cara de Corinne. 
– ¡Ssh! Por amor de Dios, Lisa, esas cintas son del mercado negro. ¿Y si alguien te oye? – Había culpa en su voz. – La banda viaja y toca casi siempre en lugares pequeños, como anticuados trovadores. Probablemente fue así como acabaron con el nombre.
Lisa inclinó la barbilla hacia la banda.
– Está mirando hacia aquí. Te lo juro, Rina, realmente creo que se ha fijado en nosotras.
– Está buenísimo. No tenía ni idea. – Corinne nunca había sido de las que caían a los pies de los hombres en el acto, ya fueran actores, músicos o atletas. No era su estilo; era demasiado práctica. Pero Dayan parecía la escultura de un dios griego. Era alto y nervudo, daba la impresión de gran fuerza y poder sin músculos abultados. Su pelo era muy largo, pero bien cuidado, brillante como el ala de un cuervo, atado hacia atrás en la nuca y asegurado con una tira de cuero. Pero fue su cara lo que captó y retuvo la atención de Corinne. Podía haber estado cincelada en mármol. La suya era la cara de un hombre capaz de gran sensualidad, o gran crueldad. No podía quitarse la impresión de peligro de la cabeza cuando le miraba.
Su boca era hermosa, como lo era la forma de su mandíbula con esa débil sombra azulada de barba... siempre le había gustado eso en un hombre... pero eran sus ojos los que la embrujaban. Cometió el error de mirarle directamente. Sus ojos eran hermosos, con forma de ojos de gato, oscuros y misteriosos, vacíos, aunque llenos de miles de secretos. Se sintió casi empujada al interior de su mirada, atrapada para siempre.
No podía apartar la vista de él. Hipnotizada.
La palabra llegó a ella salida de ninguna parte. Estaba definitivamente hipnotizada por él. La cabeza permanecía inclinada sobre la guitarra, pero la mirada seguía fija en su cara. Lisa, con sus miradas lánguidas, atraía fácilmente la atención y se sentía cómoda con ella. Corinne apenas podía respirar cuando la mirada de él se centraba en ella. Sus dedos se cerraron en apretados puños, las largas uñas se le enterraron profundamente en las palmas de las manos. Su corazón sufrió un alocado sobresalto, y la respiración pareció faltar en sus pulmones.
– Nunca había oído a nadie tocar tan hermosamente. – Tenía la boca tan seca que apenas pudo pronunciar las palabras.
– Puede sentarse en mi dormitorio y tocar hasta que me duerma cada noche. – Dijo Lisa.
El color se arrastró por el cuello de Corinne hasta llegar a su cara ante el pensamiento de este hombre en su dormitorio. Que tocara la guitarra no era lo que tenía en mente. La imagen que le vino a la cabeza era chocante. Nunca había pensado así de nadie. Ni siquiera en John. No sólo parecía desleal, sino que era totalmente impropio de ella. De repente tuvo mucho miedo. Quiso correr como una niña y encontrar un lugar donde esconderse de esos ojos hipnotizadores y el extraño efecto que parecía tener sobre ella. Él la asustaba, verdaderamente la asustaba. Quizás era su música, tan intensa, tan hambrienta, como sus ojos.
– ¡Corinne! – Lisa pronunció su nombre agudamente, rompiendo el hechizo. – ¿Estás bien? ¿Necesitas tu medicación? La has traído, ¿verdad? –Ya había agarrado el bolso de Corinne y estaba revolviendo en su interior precipitadamente. Había un borde de miedo en su voz.
– Estoy bien, Lisa. – Dijo Corinne. – Creo que mi héroe me robó el aliento durante un minuto. Es potente. Desearía que tocara de nuevo. – Se obligó a reír.
– Oh, si. – Dijo Lisa soñadoramente. – tiene una voz sexy.
– Tranquilo, corazón mío. – Bromeó Corinne, aferrándose el corazón dramáticamente. Eso hizo reír a Lisa, limpiando el miedo repentino de sus ojos, como Corinne sabía que haría.
Con su audición superior, Dayan pudo oír cada palabra. Diferenció las conversaciones fácilmente, descartándolas en su mente, pero no la de ella. Corinne. La otra mujer la había llamado Corinne. Aunque se alegraba de saber que se las había arreglado para robarle el aliento, estaba ocupado evaluando la situación. Medicación. ¿Qué medicación? ¿Qué va mal con su corazón? Era importante encontrar la respuesta tan pronto como fuera posible.
Dayan dirigió su atención hacia Cullen. Ve a al fondo y entabla conversación con las dos mujeres. Empujó con fuerza, haciendo de sus palabras una orden. No le gustaba utilizar a Cullen... no iba con él utilizar a alguien a quien apreciaba... y ahora que podía una vez más experimentar emociones, podía sentir la amistad que tenía con el humano. Pero necesitaba un emisario, alguien que actuara con rapidez antes de que Corinne se escabullera. Podía leer su miedo fácilmente, y no podía permitir que huyera.
Cullen volvió la cabeza y divisó a la guapa rubia. Para su sorpresa reconoció su cara. Lisa Wentworth. Era una modelo que había visto con frecuencia en las portadas de las revistas. Normalmente, nunca habría tenido la sangre fría de hablar con ella, pero por alguna razón, se encontró cubriendo la distancia entre ellos. Se había enamorado una sola vez en su vida y había perdido a su prometida. Desde entonces nunca había vuelto a mirar realmente a otra mujer. No pudo evitar fijarse en Lisa Wentworth. No era solo el hecho de que fuera hermosa, era algo que brillaba profundamente en su interior.
– Sería un honor invitaros a las dos a lo que sea que estéis bebiendo. – Dijo como saludo. – Mi nombre es Cullen Tucker. – Deseó haber hecho una entrada que le diferenciara de todos los hombres que clavaban sus ojos en ella, pero no había intentado atraer a una mujer desde hacía años.
– Lisa Wentworth. – Lisa extendió su mano y le lanzó una breve sonrisa mientras Corinne parecía retroceder entre las sombras, su cara ligeramente escondida, el pelo cayendo como un sedoso escudo. – Esta es Corinne. Corinne Wentworth.
Cullen arqueó una ceja interrogante. No se parecían en nada, aunque pensó que ambas eran hermosas.
 – ¿Qué os gustaría tomar?
– Las dos bebemos solo agua. – Ofreció Lisa, una sonrisa coqueta curvaba su suave boca. – Te permitiré que nos la traigas si prometes sentarte con nosotras.
– Volveré en seguida. – Comentó Cullen, bastante complacido de que Lisa no estuviera mirando hacia Dayan con esa mirada que reconocía en tantas mujeres. Había aprendido, viajando con la banda, que a pocas groupies les importaba como eran los miembros de la banda, solo que eran famosos y tocaban en una banda.
– ¿Qué estás haciendo, Lisa? – Siseó Corinne. – ¿Estás loca? Nunca ligas con hombres. ¿En qué estás pensando? No me digas que le estás utilizando para conocer al guitarrista.
–Por supuesto que no. No sé... es solo que hay algo en él. Es mono. No me mira como si yo fuera algo que llevar colgado del brazo para pavonearse. Acaba cansando. ¿Te importa mucho si simplemente habla con nosotras? Tú puedes mirar algo más a Dayan mientras toca. – Había una nota esperanzada en la voz de Lisa.
Corinne tomó un profundo aliento y lo dejó escapar lentamente. No era justa con Lisa. Lisa necesitaba divertirse. Había estado cuidando de Corinne desde hacía meses. Cuidadosamente apartó su mano temblorosa de la vista colocándola en el regazo y se obligó a encogerse de hombros descuidadamente.
– Supongo que eso puedo hacerlo. Pero no voy a seguir mirándole. Solo escucharle tocar es abrumador. Es casi demasiado bueno.
Los ojos de Lisa estaban posados en el hombre de la barra, examinándole con interés. Sus hombros estaban cuadrados y permanecía muy erguido. Le gustaba la forma en que la miraba directamente a los ojos. No, había algo más, algo que había tocado su corazón. No podía definirlo o explicárselo a Corinne, pero parecía un hombre que llevaba el peso del mundo sobre sus hombros y no tenía a nadie que aliviar esa carga. La pura verdad era, que le gustaba mirarle.
– Yo me quedo con Cullen. – Dijo Lisa medio en serio. – y tú puedes ir a por el guitarrista.
Corinne lanzó una sonrisa descarada.
– Él es demasiado bueno para ser cierto. Los hombres como ese rompen corazones por donde quiera que vayan. Tienen esa cualidad peligrosa porque realmente son chicos malos. Las mujeres piensan que pueden cambiarlos, pero la verdad es, que son malos y no hay nada que hacer con eso. Si eres una mujer inteligente, lo cual yo soy, sólo los miras y fantaseas, no te acercas a ellos y acabas quemándote los dedos. Me contento solo con oírle tocar.
Cullen se abrió paso a través de bar abarrotado de regreso al reservado donde las dos mujeres seguían sentadas. No tenía ni idea de qué estaban diciendo. La rubia hacía que su corazón se estremeciera de terror. No era posible que ahora estuviera empezando a interesarse por una mujer, no con una panda de asesinos siguiendo sus pasos. Muy cuidadosamente colocó una botella de agua delante de cada una de ellas.
Lisa le sonrió y se movió, permitiendo que Cullen se sentara a su lado. La habitación estaba abarrotada y el ruido era fuertísimo. Quería oír cada palabra que dijera este hombre. Corinne se movió ligeramente para dar a Lisa un poco más de privacidad para obrar su magia. Lisa se merecía encontrar a un buen hombre. Alguien. Necesitaría a alguien pronto.
La música continuaba, pero Corinne notó en que momento Dayan dejó de tocar. La belleza y claridad abandonaron la música, dejando solo un grupo que tocaba bien y compensaba la falta de genio con entusiasmo. No pudo evitarlo, lanzó una rápida y furtiva mirada hacia él por debajo de sus largas pestañas. Estaba poniéndose en pie, un casual y casi perezoso movimiento que le recordó a un enorme felino de la jungla estirándose. Fue cuidadoso con su guitarra, colocándola contra la pared más alejada fuera del alcance de cualquier fan de dedos ligueros o de gamberros. Durante un breve momento examinó la multitud, la mayor parte de los cuales le miraban con absorta adoración. Un parpadeo de lo que podía haber sido impaciencia cruzó su cara.
Volvió la cabeza y la miró directamente a ella. Instantáneamente sintió el peso de su mirada. Intensa. Hambrienta. El corazón de Corinne pareció dejar de latir. Él estaba mirándola... no a su amigo ni a Lisa, sino directamente a ella. Sus ojos se encontraron a través de la habitación, e inmediatamente pudo sentir ese empujón hipnotizador. Un hechizo, un encantamiento. Dayan se inclinó y dijo algo al guitarrista y después salió del escenario. Sobre la multitud su negra mirada mantuvo cautiva la de ella. Corinne no podía apartar la vista.
El corazón le latía enloquecido y el aire se negaba a entrar en sus pulmones. Sólo podía mirarle indefensa, viendo como cruzaba la habitación hasta llegar a su lado. Extrañamente, nadie habló con él, ni una sola mujer de la multitud. Todos se movieron rápidamente para abrirle paso mientras se aproximaba a ella sin interferencias. Se detuvo ante el reservado, su mirada negra viéndola solo a ella. De cerca, era incluso más intimidante que mientras cruzaba la habitación. El poder se aferraba a él como una segunda piel. Y era más que sexy, era oscuramente sensual. Aterradoramente también.
La banda tocaba una canción lenta y soñadora, y Dayan extendió la mano y capturó la más pequeña de ella.
– Necesito que bailes conmigo. – Lo dijo así, directamente, sin embellecimientos, sin preocuparse por si parecía vulnerable. Necesitaba tocarla, sostenerla entre sus brazos. Necesitaba saber que ella era real y no un producto de su imaginación. Corinne no podía haberse resistido a él por ninguna razón. Le dejó llevarla, empujarla con exquisita gentileza hasta ponerla en pie, arrastrarla hasta sus brazos, cerca de su cuerpo. Ella posó la palma de la mano sobre el fuerte corazón de él. Inmediatamente pudo sentirlo latir, sentir su cuerpo sólido y musculoso. Su propio corazón latía alocadamente, y se sentía extraña. En otro mundo. Un mundo de ensueño. Flotando. Él era más alto, pero encajaban a la perfección, como si estuviera hecha para él.
La oscura cabeza se inclinó hacia ella.
– Respira. – Él susurró la palabra contra su piel, y todo su cuerpo volvió a la vida. Simplemente así. Cada terminación nerviosa. Cada célula. Su aliento era cálido y sus brazos increíblemente fuertes. La abrazaba casi tiernamente. Era una especie de magia, y supo instintivamente que él lo sentía también.
Por un momento Corinne cerró los ojos y se dejó llevar. Sus cuerpos se movían al unísono en un ritmo perfecto, como si hubieran estado bailando juntos durante todas sus vidas. Como si estuvieran haciendo el amor. Corinne se mordió el labio. Era la cosa más íntima que había hecho en toda su vida, aunque había estado casada. Él parecía estar en todas partes, rodeándola, su cuerpo duro y sus manos gentiles. Era algo curioso lo que ocurría. Su corazón, normalmente errático, luchaba para igualar cada latido del de él. Lo advirtió porque cada detalle era importante. Quiso llevar este momento con ella durante el resto de su vida.
La música recorría a Dayan haciendo que todo él se convirtiera en música. La mujer entre sus brazos era ya parte de él. Lo sabía en lo más profundo de su alma. Era ella, la única. Podía sentir la lucha de su corazón al igual que sentía su cuerpo más pequeño y femenino impreso contra su forma masculina. Pero la situación era incluso más complicada de lo que había imaginado al principio. Ella era la única mujer para él, pero había un tercer corazón latiendo. Podía oírlo correr claramente mientras la abrazaba. Podía sentir la vida en ella, el pequeño montículo bajo la ropa suelta que vestía.
Se llevó la palma de la mano de ella bajo la barbilla y la abrazó incluso más mientras examinaba este descubrimiento. Estaba embarazada. El hijo de otro hombre. Un niño humano. Por un momento su mente fue un caos, una salvaje mezcla de celos, rabia y miedo, cosas que nunca había experimentado. Respiró profundamente, y se concentró en lo más importante. Si le daba a ella su sangre, posiblemente arreglaría su problema de corazón, ¿pero qué haría algo semejante al niño nonato? Podía leer fácilmente el miedo y la tristeza de ella. Se movió con ella, su cuerpo duro, un dolor urgente, su mente una amalgama de pensamientos, su corazón y su alma verdaderamente en paz por primera vez en su existencia incluso mientras su cerebro trabajaba para encontrar una solución a un problema tan único.
La canción terminó, y reluctantemente la dejó abandonar sus brazos, reteniendo la posesión de su mano para que no pudiera huir.
– Mi nombre es Dayan.
Corinne asintió con la cabeza, casi temiendo hablar. Él la conducía de vuelta a la seguridad del reservado. Se movía fácilmente a través de la multitud, manteniéndola a salvo bajo su amplio hombro. Dayan le daba la ilusión de seguridad, tomando gran cuidado en que nadie chocara con ella descuidadamente.
– ¿Y tú vas a decirme tu nombre? – Lo preguntó suavemente, su voz una aterciopelada seducción en sí misma. Solo el sonido de esa voz provocó el anhelo de oírle cantar otra vez.
– Corinne, Corinne Wentworth. – No le miró; dolía, era tan guapo. Y sexy. Esa oscura, peligrosa sensualidad de la que no quería apartarse. Estaban cerca del reservado, de la seguridad. Se permitió a sí misma respirar de nuevo.
– ¿Cuándo nacerá tu bebé, Corinne? – Preguntó él, su voz un hilo gentil.
Nunca había oído una voz como esa. Hipnótica; hipnotizante. Una voz de alcoba. Susurrada sobre su piel hasta que ardió.
Sus palabras la detuvieron en el acto, y miró rápida y culpablemente hacia Lisa, temiendo que ella pudiera de algún modo haberlas oído. Por un momento se sintió desesperada. Lisa tenía la cabeza cerca de la de Cullen Tucker y se reía de algo que él había dicho. Dayan se inclinó, su gran cuerpo escudando el de ella protectoramente, separándola efectivamente de la pendenciera multitud. Se le ocurrió que él era una especie de celebridad y la multitud debería estar clamando por conocerle, empujando hacia adelante en busca de su autógrafo, pero por alguna razón nadie se acercaba a él. Ni siquiera las mujeres.
– Corinne. – Él hacía algo con su nombre, lo hacía sonar exótico con su extraño acento. – Estás muy pálida. ¿Quieres que busque a tu amiga y te saque a tomar el aire? Hay demasiada gente en este edificio.
– Ella no lo sabe. – Barbotó la verdad y después se horrorizó de haberlo hecho. ¿Que había en él? Había bailado con un perfecto desconocido, fundida con él de forma que parecían tan íntimos como amantes. Normalmente era una persona reservada, Corinne sentía el deseo urgente de contarle los detalles más personales de su vida.
Dayan cambió de dirección inmediatamente, deslizándose a través de la multitud una vez más hacia la puerta, llevándola con él sin ningún esfuerzo. Ella quería acompañarle. Corinne no podía entender ese impulso irracional. El aire frío debería haberle aclarado la cabeza, pero acercó su cuerpo al de ella, haciendo pedazos la poca compostura que le quedaba. No podía pensar con claridad teniéndole tan cerca.
Dayan la condujo hasta las sombras. Todo en él exigía que la reclamara como suya. La deseaba, la necesitaba, y su cuerpo ardía en llamas. Ella estaba allí mirándole con sus enormes ojos verdes, y estaba casi perdido. Supo que estaría perdido para siempre.
– Bueno... te está volviendo el color. Tu amiga parece preocuparse mucho por ti. No puedo imaginar por qué no se alegraría por lo del bebé.
Corinne levantó una mano para echarse hacia atrás la salvaje mata de pelo.
– No debería haberte dado una falsa impresión. Lisa se alegraría de lo del bebé por un montón de razones. Es solo que yo... – Su voz se desvaneció, reluctante a revelarle algunos detalles de su vida personal. – Es complicado. – Repentinamente, inexplicablemente, se sintió empujada a contarle todo sobre sí misma. Él estaba mirándola y sus ojos eran tan... hambrientos. Solitarios. No sabía qué era, pero esos ojos eran imposibles de resistir.
La hacía sentirse como si hubiera sido arrinconada por un gran felino de la jungla. Sus ojos no parpadeaban, simplemente la observaban. Completamente centrado en ella. Por momentos podría haber jurado que había una llama roja titilando en sus profundidades.
– Tendrás que dejar de mirarme así. – Las palabras abandonaron su garganta antes de poder censurarlas, y se encontró riendo. Era una mujer adulta y normalmente muy lógica. Él ciertamente se estaba llevando una falsa impresión de cómo era.
La sonrisa de Dayan fue lenta y muy sexy. Hizo que su caprichoso corazón martilleara de nuevo. Un lento ardor quemaba en algún lugar en el fondo de su estómago.
– ¿Te estoy mirando? – La voz de él rozó contra su piel, calentando, tentando. Corinne inclinó la cabeza hacia un lado y estudió sus rasgos perfectamente masculinos.
– Sabes muy bien que si. Tienes esa presumida mirada masculina en la cara. No puedo pensar claramente cuando me miras así.
– ¿Cómo te estoy mirando? – Lo preguntó lentamente, gentilmente, con una nota de ternura que se arrastró hasta dar un vuelco al corazón de ella.
Como un leopardo hambriento a punto de saltar al ataque. El pensamiento llegó inesperado. La sonrisa trepó hasta los ojos de él como si pudiera leerle la mente, haciéndola ruborizarse.
– No importa. Sólo déjalo. – Extendió la mano como si pudiera mantenerle lejos de ella.
– Ibas a contarle lo de tu bebé. – Y el padre del bebé. No queremos dejarle fuera de esta conversación. Quieres contármelo. Desvergonzadamente la "empujó", necesitaba saber. El hombre estaba muerto. Dayan podía sentirlo. Leerlo en la persistente tristeza de los ojos de ella. Otro hombre le había importado lo suficiente como para traer a su hijo al mundo. ¿Quién era el hombre?
Capturó su mano extendida, su mano izquierda, encontró el círculo de oro, el símbolo del matrimonio humano, la marca que proclamaba que ella pertenecía a otro hombre.
La idea provocó la peligrosa agresividad de su especie, y Dayan luchó por controlar a la bestia. No quería arriesgarse a asustarla. Su pulgar frotó el anillo casi ausentemente, adelante y atrás, una gentil caricia, persistente, insistente. Se llevó la punta de los dedos de ella a los labios. Todo mientras su negra mirada se concentraba completamente en ella, mirándola directamente a los ojos. Su mirada era hipnótica. Extrañamente alborozada. El aliento de Corinne quedó atascado en la garganta cuando los dientes le rasparon los dedos, su boca era cálida y húmeda. Alas de mariposa revolotearon en su estómago. Los dientes tiraron gentilmente de la alianza de boda. La sensación era tan erótica, se estremeció. Le miró durante un largo momento, completamente fascinada, antes de recordar liberar su mano.
– Cuéntame sobre tu bebé, cariño. – Ordenó en voz baja, casi ronroneando.
Tocó su mente muy gentilmente, con gran cuidado. Ella luchaba contra la compulsión de contarle lo que quería saber, pero era humana y él un antiguo, de un largo linaje de hombres dominantes. Era demasiado fuerte como para que ella se resistiera. Corinne presionó una mano protectoramente sobre el bebé. El viento sopló calle abajo, llevando hojas y basura en remolinos. Sin ser consciente de ello, Corinne se movió más profundamente hacia el escudo que suponía el cuerpo de él.
– Crecí con Lisa y su hermano John. – Dejó de hablar bruscamente, su garganta se cerró en el nombre. John. El nombre le atravesó como un cuchillo. La forma en que ella lo había pronunciado, el dolor se reflejaba en sus ojos, diciéndole lo mucho que el hombre hacía significado para ella. John. A Dayan nunca le había gustado ese nombre. No quería oír nada más; no quería oír como sonaba la voz de ella cuando pronunciaba el odiado nombre.
Corinne dio vueltas a su alianza nerviosamente.
– Los tres tuvimos una infancia difícil, así que supongo que estábamos más unidos que la mayoría. John y yo éramos... diferentes. – Lanzó una rápida mirada hacia él por debajo de sus espesas pestañas oscuras. No quería explicarle lo que significaba esa palabra. No le conocía, no sabía por qué parecía confiar en él cuando era un perfecto desconocido para ella. No sabía por qué su cuerpo parecía conocerle. Anhelarle. Corinne ahuyentó sus caprichosos pensamientos, concentrándose completamente en cuanto podría contarle... o no contarle.
Dayan examinó la mente de ella, deseando una explicación de "diferente". Captó una imagen precipitadamente censurada. Telequinesia. Podía mover objetos con la mente. Por supuesto, era psíquica. Tenía que ser psíquica si era su auténtica compañera. Dayan no tenía forma de explicarle exactamente lo que era un compañero. ¿Cómo podía explicarle que era de otra especie? ¿Qué había vivido sobre la tierra unos mil años? ¿Qué necesitaba sangre para sobrevivir?
Vio como los dedos de Corinne volvían a la pequeña banda de oro. Con cada toque, con cada caricia, su estómago se apretaba más y más en un nudo. Intentó obligar a su negra mirada a volver a la cara de ella, pero ese pequeño movimiento traicionero le fascinaba. Corinne se encogió de hombros.
– Para resumir la historia, John y yo nos casamos y a él lo mataron hace unos pocos meses. Yo ni siquiera sabía que estaba embarazada. No le he contado nada a Lisa porque... bien... – Dudó, buscando las palabras apropiadas.
Eso atrajo la oscura mirada de vuelta a su cara. Sintió el impacto de la misma hasta los huesos. Las manos de él cubrieron las suyas, terminando con el nervioso juego de sus dedos sobre el anillo. El corazón le dio un salto, una curiosa sensación que la alarmó.
Los ojos negros de él nunca abandonaron su cara. Ni una vez. Y todavía no había parpadeado. Sintió casi como si estuviera cayendo hacia adelante en esos extraños e hipnóticos ojos. ¿Que diferencia había si él pensaba que era un manojo de nervios? Ella no estaba pidiendo su simpatía, ni la quería. No le contaba su historia para provocar simpatía. ¿Por qué estaba contándole su historia? Alzó la barbilla y le miró casi desafiante. – Tengo un problema de corazón. – Ahora podría huir corriendo como un conejo y ella se alegraría mucho. Él era una complicación, una fantasía, el peor tipo de "chico malo", y no quería separarse de él.
Dayan tocó la mente de ella muy gentilmente. Captó una imagen de hospitales, máquinas, interminables pruebas. Su petición en una lista de espera para un corazón. Médico tras médico sacudiendo las cabezas. Tenía varias alergias. Sangraba fácilmente, demasiado. Los especialistas se asombraban de que hubiera vivido tanto. Dayan se frotó el puente de la nariz pensativamente, sus ojos intensos sobre la cara de ella.
– Así que el bebé es un peligro. A Lisa no le gustaría eso.
Corinne dejó escapar el aliento. Era casi un alivio contárselo a alguien.
– No, a Lisa no le gustará. Se asustará tanto. – Corinne había esperado hasta que no había posibilidad de que Lisa pudiera intentar convencerla de no tener el bebé. Quería un hijo. Su pequeñita. Después de su muerte, después de la muerte de John, su hija viviría y respiraría, correría y jugaría, y con suerte llevaría una vida perfectamente normal. Corinne tenía una fe absoluta en que Lisa apreciaría y amaría a su bebé. Apartó las manos de él para colocarlas protectoramente sobre el pequeño montículo donde descansaba su hija.
– Estás muy delgada. ¿De cuánto tiempo estás? – Incluso mientras las palabras abandonaban su boca, se maravilló de poder pronunciarlas. Ni en sueños había pensado nunca en hacer una pregunta semejante. El calor floreció y se extendió. Una sensación de pertenencia. Extrañamente, se sentía como si ya tuviera una familia.
– Los médicos están un poco preocupados, pero tiene buen aspecto. Crece bien. Me han dicho que es una niña. Estoy de seis meses.
La respiración de Dayan se elevó con preocupación. Estaba diminuta.
– ¿Los médicos también están informados de tu problema de corazón? ¿Ven este embarazo como un riesgo? ¿Quizás demasiado peligroso? – Su voz fue tan gentil como siempre, aunque tuvo un efecto sobre ella que pareció estremecerla. Sonaba casi como si estuviera reprendiéndola de alguna forma y evaluando lo que iba a hacer con respecto a la situación.
Corinne se sintió empujada a responderle, aunque no era eso lo que deseaba.
– Mi corazón ya tenía suficientes problemas trabajando solo para mí, no digamos ya también para un niño. – Concedió reluctante. Sus dedos una vez más encontraron el círculo de oro y empezaron a darle vueltas, un hábito nervioso que traicionaba su confusión interna.
Dayan asintió con la cabeza incluso a pesar de que todo su cuerpo se tensó en protesta contra esa pequeña acción.
– Y tu marido. – Forzó las palabras a pesar del hecho de que ellas querían atascarle la garganta. – ¿Por qué le mataron? – No pudo contenerse, extendió la mano y capturó la de ella, colocando la palma contra su pecho, justo sobre su corazón, evitando efectivamente que siguiera tocando el anillo.
La mirada de Corinne voló hacia él. La electricidad se arqueó entre ellos. El aire chispeó con la carga. Encontraba difícil pensar con esos ojos negros hipnotizándola y su tacto destrozándole los sentidos. Discutir el asesinato de su marido con él debería haber sido imposible, pero encontró que las palabras escapaban.
– La policía no dio con un móvil. Los asesinos ni siquiera se llevaron su cartera.
– Pero tú tienes una sospecha. – Declaró él.
Corinne sintió el mismo deseo de confesar cada detalle. Normalmente, confiaba en Lisa y en nadie más, pero no había contado ni una palabra a Lisa del bebé o de sus sospechas sobre la muerte de John. ¿Por qué demonios estaba contando a un perfecto desconocido todos sus secretos?
– John podía hacer cosas que no se consideran normales. Hace alrededor de un año, fue a la universidad y habló con alguien de allí de su talento. Desde entonces, iba a un centro donde su habilidad psíquica era puesta a prueba. El Centro Morrison para Desarrollo Psíquico. John creyó que podría ayudar a la gente de algún modo, utilizando su talento único. Casi inmediatamente después de su cita en el centro, me contó que pensaba que le estaban siguiendo. – Retiró su mano. – Difícilmente querrás oír esto.
- Al contrario. Estoy extremadamente interesado. Todo lo que te concierne me interesa.

LA MELODIA OSCURA/ARGUMENTO



Dayan es guitarrista de los Trovadores Oscuros, una popularísima banda de música que en realidad sirve para ocultar la verdadera identidad de sus miembros: carpatianos, seres oscuros y muy sensuales que duermen de día y viven de noche. A pesar de su fama, su poder y su vida aparentemente ideal, Dayan busca hace siglos a la compañera que dé verdadero sentido a su existencia. Sus canciones ruegan por su amada, por esa persona que lo completará. Cuando en una de sus actuaciones conoce a Corinne, sabe enseguida que –a pesar de ser una frágil humana- se trata de ella. Acaba de encontrar a su dama, su amante, su complemento desde ese momento y para siempre.
Pero todo será mucho más difícil de lo que los protagonistas puedan imaginar en un primer momento: Corinne tiene un problema del corazón y está embarazada; además poco antes su marido había sido brutalmente asesinado. Protegerla será la misión más importante para Dayan, quien intentará algo que hasta ahora nadie ha podido lograr: transformar en carpatiana a una mujer gravemente enferma y además, con una niña en sus entrañas.
La búsqueda incesante del amor de su vida…

Dayan, el guitarrista de la banda de carpatianos llamada los Trovadores Oscuros, busca incesantemente a la mujer que será su pareja. Siglos y siglos de vagar sin encontrarla se reflejan en las letras de sus canciones: “Sálvame. Ven a mí”, repite sin cesar. Cuando encuentra a Corinne, sabe de inmediato que su pesquisa ha terminado. Es ella quien lo completará para toda la eternidad, a pesar de ser humana, de estar enferma y de llevar en su vientre a la hija de otro hombre.

… tendrá respuesta en una frágil humana.

Corinne Wentworth no sólo tiene un grave problema en el corazón, para el que la medicina tradicional no tiene respuestas. Se ha quedado sola con su embarazo y es perseguida por los mismos fanáticos que mataron a su marido. Pero todo cambia al conocer al guitarrista de los Trovadores Oscuros. A pesar de su fragilidad y delicada salud, su pasión femenina e indomable se revela sin restricciones cuando se rinde ante el atractivo Dayan. Y es que Corinne es la única que puede dotar de significado a la vida del carpatiano, aunque esto implique su peligrosa transformación a esta raza de seres nocturnos. Y la de su bebé, tarea peligrosa y desconocida que hasta ahora no se ha intentado nunca.

lunes, 9 de mayo de 2011

EL GUARDIAN OSCURO/CAPITULO 1

Capitulo 1


Jaxon Montgomery amartilló su pistola y miró a su compañero.
– Esto es una encerrona, Barry. Puedo olerlo. Me asombra que no lo notaras. ¿Dónde está tu sexto sentido? Pensaba que los hombres tenían algún tipo de instinto de supervivencia.
Barry Radcliff resopló indignado.
– Eres tú la que dirige la fiesta, cariño, y todos nosotros te seguimos.
– Un punto a mi favor, compañero. No tienes el más mínimo instinto de autoconservación. – Jaxx le lanzó una sonrisa burlona sobre el hombre. – Todos vosotros sois una manada de inútiles.
– Cierto, pero tenemos buen gusto. Tienes una pinta estupenda desde atrás. Somos hombres, cariño... no podemos contener las hormonas.
– ¿Esa es tu excusa? ¿El frenesí de las hormonas? Pensaba que te gustaba vivir al límite, que eras del tipo kamikaze.
– Esa eres tú. Nosotros solo sacamos tu pequeño y lindo trasero de todos los problemas en los que te metes. – Devolvió Barry. Miró su reloj. – Tienes que decidirte, Jaxx. ¿Lo intentamos o pedimos refuerzos?
Jaxx cerró su mente a todo... la oscuridad de la noche, la mordedura del frío, la adrenalina corriendo por su sangre, la necesidad de acción. El almacén tenía un acceso demasiado fácil, no había forma de que pudieran registras los pisos superiores sin exponerse. Nunca las había tenido todas consigo con la información. Todo en ella gritaba que era una encerrona y que ella y su compañero policía se encaminaban a una emboscada.
Sin dudar movió la boca sobre la diminuta radio.
– Abortar, chicos. Os quiero ver a todos retroceder y salir. Avisad cuando hayáis despejado. Barry y yo os cubriremos hasta que nos aviséis. Ahora.
– ¿Eso ha estado fuerte? – Podía oír la sonrisa en la voz de Barry. – Mujer Maravilla.
– Oh, cállate. – Replicó groseramente, con voz fundida pero con un borde de preocupación. Sus ojos estaban intranquilos, en constante movimiento, barriendo toda la zona que los rodeaba. La sensación de peligro se intensificaba.
El diminuto receptor de su oreja crujió.
– ¿Vamos a dejar que una mujer que pierde los nervios nos cueste la redada más grande de la historia?
Ese era el tipo nuevo. El que había puesto su equipo contra su voluntad. El que tenía alguna clase de influencia política en el departamento y quería escalar puestos. Benton. Craig Benton.
– Retrocede, Benton. Es una orden. Podemos discutirlo más tarde. – Ordenó Jaxx, pero supo, con un encogimiento del corazón, que él era la causa de las advertencias internas que le chillaban. Benton quería ser un héroe. Pero no había lugar para los héroes en su línea de trabajo.
Barry estaba maldiciendo a su lado, su cuerpo ya tenso. Él lo sabía tan bien como ella. Barry había sido su compañero durante suficiente tiempo como para saber que cuando Jaxx decía que había un problema, es que iba a ser un infierno.
– Está entrando. Está entrando. Le veo junto a la puerta.
– Quédate atrás, Barry. – Espetó Jaxx, avanzando ya. – Intentaré sacarle. Haz que todos se queden aquí, porque esto va a ser una guerra. Mantén a los chicos fuera de aquí hasta que consigamos ayuda. Es una emboscada.

Era demasiado pequeña y esbelta, vestida con ropa oscura y gorra, Barry a penas podía distinguirla en la oscuridad de la noche. Nunca hacía ni un ruido cuando se movía. Era extraño. Se encontraba a sí mismo mirando continuamente hacia ella para asegurarse de que estaba con él. Ahora también él se movió. De ninguna manera iba a dejar que su compañera entrara en el edificio sin él. Emitió las órdenes, llamando a retirada, pero él la siguió. Se dijo a sí mismo que no tenía nada que ver con Jaxx Montgomery y todo con hacer su trabajo como compañero. No tenía nada que ver con el amor y todo con hacer su trabajo.
– Deberíais ver este lugar. – La radio crepitaba en sus oídos. – Entrad. Está cargado con suficientes productos químicos como para volar media ciudad.
– Idiota, está cargado con suficientes productos químicos como para volar el edificio contigo dentro. Ahora saca tu maldito culo de ahí. – Esa era Jaxx en su mejor momento. Su voz era suave y cortante, un látigo de puro desprecio. Todo el que oía esa voz se volvía un creyente.
Graig Benton miró inquieto a derecha e izquierda. El lugar de repente le puso la carne de gallina. Empezó a retroceder lentamente, acercándose a la puerta. Al momento algo le mordió la pierna, golpeándole hacia atrás y abajo. Se encontró a sí mismo tendido sobre el frío suelo de cemente, mirando hacia el techo. El lugar permanecía en silencio. Bajó las manos para tocarse la pierna y encontró un amasijo de carne de hamburguesa cruda. Chilló.
– ¡Me han disparado, me han disparado! ¡Oh, Dios, me han disparado!
Jaxon había atravesado la puerta primero, pero Barry la golpeó con el hombro, haciendo su ligera figura a un lado. Se lanzó al interior del almacén, rodando a la derecha, buscando algún tipo de cobertura. Oyó el silbido de las balas cuando le pasaron y se incrustaron en la caja de madera que tenía detrás. Pensó que debía haber gritado una advertencia a Jaxx, pero no podía estar seguro mientras se arrastraba hacia Benton. Las cosas estaban ocurriendo demasiado rápido, y su visión estaba limitada a su propósito... arrastrar a ese estúpido crío y salir de ese infierno.
Se acercó a Benton.
– Cállate. – Exclamó. ¿El novato tenía que ser tan grande como un jugador de rugby? Sacarle a rastras de allí iba a ser difícil, y si Craig seguía chillando, el mismo le iba a meter una bala. – Vamos. – Cogió a Benton por debajo de los brazos, intentando mantenerse bajo y a cubierto, y empezó a abrirse paso retrocediendo hacia la puerta. Era un largo camino. Ahora estaban barriendo el área con balas y dando a posta a los productos químicos, parecía que había explosiones por todas partes.
El fuego se desató. Sintió el aguijón de la primera balo en su cuero cabelludo. El segundo estaba mejor colocado. Su brazo izquierdo se quedó entumecido, y dejó caer a Benton y se encontró a sí mismo en el suelo.
Entonces Jaxx estaba allí. Jaxon Montgomery, su compañera. Jaxon nunca se detenía hasta que todo acababa, y nunca dejaba a su compañero en apuros. Jaxon iba a morir en este almacén justo a su lado. Estaba proporcionando fuego de cobertura, corriendo hacia ellos.
– Levántate maldito perezoso. No estás tan mal herido. Arrastra tu culo fuera de aquí.
Si, esa era su Jaxx, siempre simpatizando con sus problemas. Benton, maldito fuera, estaba arrastrándose hacia la puerta, intentando salvarse a sí mismo. Barry lo intentó. Estaba muy desorientado, y el humo y el calor no ayudaban. Algo iba mal en su cabeza; latía y martilleaba, y todo parecía confuso y lejano. La pequeña figura de Jaxx aterrizó a su lado, sus hermosos ojos enormes a causa de la preocupación.
– Nos has metido en un maldito infierno, amigo. – Dijo suavemente. – Muévete. – Le hizo un reconocimiento rápido, evaluando el daño y descartándolo por cosas más importantes. – Lo digo en serio, Barry. ¡Saca tu culo de aquí ahora! – Era una orden clara.
Jaxx introdujo otro cargador en su pistola y rodó por el suelo dirigiendo el fuego lejos de su compañero, poniéndose de rodillas, disparando hacia el desván. Mientras él arrastraba su pesado cuerpo hacia la entrada, Radcliff captó un vistazo de un hombre cayendo. Satisfacción al instante. Jaxx era una experta tiradora. Donde ponía el ojo ponía la bala. Incluso si morían aquí, se llevarían a algunos enemigos con ellos. Algo le hizo volver la cabeza justo cuando la bala golpeó a Jaxx, tomando su pequeño cuerpo y haciéndolo volar varios pasos hacia atrás cruzando el almacén. Cayó como una muñeca de trapo sobre el suelo, una mancha oscura se extendía a su alrededor. Furioso, enfurecido, Barry intentó sacar su arma, pero el brazo se negaba a responderle. La única cosa que podía hacer era arrastrase hacia adelante o hacia atrás. Se arrastró hacia atrás, cruzando la distancia hacia ella. Estaba sólo tendida allí. Volvió la cabeza para mirarle.
– No, Jaxx. No me hagas esto.
– Sal de aquí.
– Lo digo en serio, demonios. No me hagas esto. – Estaba desesperado por alcanzarla, por motivarla para que se moviera. Tenía que moverse. Tenía que salir con él.
– Estoy cansada, Barry. He estado cansada desde hace mucho. Algún otro tendrá que salvar a todo el mundo ahora. – Murmuró las palabras tan suavemente, que casi no las oyó.
– ¡Jaxx! – Barry intentó acunarla entre sus brazos, pero los brazos no le respondían.
A su izquierda, la pequeña puerta de repente se cerró, atrapándolos dentro. Y Benton tenía razón, había suficientes productos químicos como para volar toda la ciudad. Esperó, esperaba la muerte de un momento a otro.
Entonces oyó los gritos, horribles, retorcidos e instintivos gritos de miedo. Vio los cuerpos caer a través del humor y el brillo de las llamas. Vio cosas que no podían ser. Un lobo, enorme y salvaje, saltando hacia un hombre que escapaba, poderosas mandíbulas atravesando el pecho para llegar al corazón. El lobo parecía estar en todas partes, derribando hombre tras hombre, desgarrando a través de tejido y carne, rompiendo huesos con sus mandíbulas. Barry vio a ese mismo lobo, cambiar de forma hasta convertirse en una enorme lechuza con garras y pico que se lanzó sobre otro hombre, sacándole los ojos de la cabeza. Era una increíble pesadilla de sangre, muerte y venganza. Barry no tenía ni idea de que hubiera semejante violencia en su interior para imaginar tan terribles imágenes. Sabía que al menos dos balas le habían dado; podía sentir la sangre goteándole por la cara y el brazo. Obviamente estaba alucinando. Por eso no intentó disparar cuando el lobo finalmente se había pasa hacia su esquina del almacén. Lo observó aproximarse, admirando la forma en que se movía, músculos ondulándose, la forma en que saltaba tan fácilmente sobre cada obstáculo que aparecía en su camino. Venía directamente hacia él, atraído por el olor de la sangre, o, pensó Barry, por su propia vívida imaginación desatada.
El lobo le miró durante un largo momento, le miró a los ojos. Esos ojos eran muy extraños, casi completamente negros. Ojos inteligentes pero vacíos de cualquier emoción. Barry no se sintió amenazado sino casi como si el lobo estuviera mirando el interior de su alma misma, quizás juzgándole. Se quedó tendido inmóvil, entregándose a cualquier cosa que la criatura quisiera hacer con él. Sintió que se dormía, sus párpados eran demasiado pesados para mantenerlos abiertos. Mientras se quedaba dormido, podía haber jurado que el lobo se contoneó una vez más y empezó a tomar la forma de un hombre.

Jaxon Montgomery despertó ante el sonido de un corazón latiendo. Latía rápido y con fuerza, asustado y ruidoso. Se extendió automáticamente buscando su arma. Nunca iba desarmada, aunque no encontró nada bajo su almohada o junto a su cuerpo. El corazón le latió más fuerte, y probó el sabor cobrizo del miedo en su boca. Respirando una bocanada de aire, se obligó a abrir los ojos. Sólo podía mirar con asombro la habitación en la que estaba. No era un hospital, y ciertamente no era el dormitorio de su diminuto apartamento. Esta habitación era hermosa. Las paredes eran de un suave malva, tan ligero que era imposible decir si el color estaba realmente allí o simplemente en su imaginación. La alfombra era gruesa y de un malva profundo, recogiendo los colores de los cristales tintados que había sobre tres de las paredes. El patrón era tranquilizador e intrincado. Dio a Jaxx la ilusión de estar a salvo, algo que sabía que era imposible. Sólo para estar segura de haber despertado, se clavó las uñas en las palmas de las manos.
Volvió la cabeza para examinar el resto del contenido de la habitación. El mobiliario era antiguo y pesado, la cama de cuatro postes era más confortable que ninguna otra en la que hubiera dormido en toda su vida. El vestidor era enorme y contenía unos pocos artículos femeninos... un cepillo, una pequeña caja de música, y una vela. Eran hermosos y parecían antiguos. Había varias velas en la habitación, todas encendidas de forma que la habitación misma pareciera deleitarse con la suave luz. Con frecuencia había soñado con una habitación como esta, tan hermosa y elegante, con ventanas de cristales tintados. Se le ocurrió de nuevo que no podía estar despierta.
El sonido del corazón latiendo tan ruidosamente la convenció de que estaba totalmente despierta y otras personas debían estar cuidando de ella. Otros que no tenían forma de saber el peligro que ella acarreaba. Tenía que encontrar la forma de protegerlos. Jaxx miró alrededor frenéticamente en busca de su arma. Definitivamente había sufrido una herida, y no podía moverse muy bien. Hizo un inventario, intentó mover con cuidado los brazos y después las piernas. Su cuerpo no quería responder. Podía moverse si se concentraba con decisión, pero a penas parecía que valiera la pena el esfuerzo. Estaba muy cansada, y le dolía la cabeza. El implacable latido de ese corazón la estaba volviendo loca.
Una sombra cayó sobre la cama, y su propio corazón latió con fuerza suficiente como para causarle dolor. Comprendió entonces que el sonido había venido de su propio pecho. Jaxon volvió lentamente la cabeza. Un hombre estaba de pie sobre ella. Muy alto, poderoso. Un depredador. Vio eso instantáneamente.
Había visto muchos depredadores, pero este era el definitivo. Era evidente por su completa inmovilidad. Aguardando. Confianza. Poder. Peligro. Era peligroso. Más peligroso que cualquier criminal que hubiera encontrado nunca. No sabía como sabía estas cosas, pero lo sabía. Él se creía invencible, y ella tuvo la inquietante sospecha de que podría serlo. No era ni viejo ni joven. Era imposible decir su edad. Sus ojos eran negros y no mostraban emoción. Ojos vacíos. Su boca era sensual, erótica, de verás, y sus dientes muy blancos. Sus hombros eran amplios. Era guapo y sexy. Más que sexy. Completamente ardiente.
Jaxx suspiró e intentó no ceder al pánico. Intento no permitir que sus pensamientos se mostraran en su cara. Definitivamente él no parecía un médico. No parecía alguien a que ella pudiera derrotar fácilmente en un combate mano a mano. Entonces sonrió, la diversión tocó sus ojos sólo durante un momento. Le hizo parecer completamente diferente. Cálido. Incluso sexy. Jaxx tenía la sensación de que él estaba leyéndole el pensamiento y se reía de ella. Su mano se movió inquieta bajo las mantas, siempre buscando el arma.
– Estás intranquila. – Declaró él. Su voz era hermosa. Suave como el terciopelo, atractiva, casi seductora. Tenía un extraño acento que no podía identificar y una forma de retorcer las palabras que sonaba muy anticuada.
Jaxon parpadeó rápidamente en un intento de ocultar su confusión, sorprendida por la dirección que estaban tomando sus pensamientos. Ella nunca pensaba en el sexo. No tenía ni idea de porque estaba reaccionando ante este desconocido con erotismo. Sacudió la cabeza, tenía que buscar su voz.
– Necesito mi arma. – Fue una especie de desafío, una prueba para ver su reacción. Esos ojos negros estudiaron su cara intensamente. Su escrutinio la hizo sentirse incómoda. Esos ojos veían demasiado, y Jaxon tenía mucho que esconder. La cara era inexpresiva, no mostrando absolutamente nada, y Jaxx era muy bueno en leer a la gente.
– ¿Estás planeando dispararme? – Preguntó él con la misma voz amable, solo que estaba voz cargaba un asomo de diversión.
Estaba muy cansada. Se estaba volviendo difícil evitar que los párpados cayeran. Notó un fenómeno peculiar. Su corazón se había ralentizado para emparejar el ritmo del de él. Exactamente. Sus corazones estaban latiendo simultáneamente. Podía oírlos. La voz de él le resultaba familiar, aunque era un completo desconocido. Nadie podía haber conocido nunca a un hombre semejante y haberle olvidado. Era imposible que le conociera.
Se humedeció los labios. Estaba increíblemente sedienta.
– Necesito mi arma.
El se acercó al vestidor. No caminó. Se deslizó. Podía haber estado mirando como se movía para siempre. Su cuerpo era como el de un animal, un lobo o un leopardo, algo felino y poderoso. Fluido. Totalmente silencioso. Fluía, aunque cuando el movimiento cesó, se quedó completamente inmóvil de nuevo. Le alcanzó su arma.
La sintió familiar en su mano, una extensión de sí misma. Ceso al momento, algo de su miedo se alejó.
– ¿Qué me ocurrió? – Automáticamente intentó comprobar el cargador, pero sentía los brazos como gelatina, y no pudo levantar el arma lo suficiente como para hacerlo.
Él volvió a tomar la pistola, sus dedos le rozaron la piel. El flujo de calor fue tan inesperado, que saltó apartándose de él. El hombre no reaccionó pero amablemente le hizo relajar los dedos y le mostró el cargador lleno con una bala en la recámara antes de devolver el arma a la palma de su mano.
– Te dispararon varias veces, Jaxon. Todavía estás muy enferma.
– Esto no es un hospital. – Siempre sospechaba de todo, eso era lo que la había mantenido viva. Pero no se suponía que tuviera que seguir estando viva. – Estás en gran peligro aquí conmigo. – Intentó advertir al hombre, pero sus palabras fueron demasiado bajas, su voz se desvanecía.
– Duerme, cariño. Simplemente vuelve a dormir. – Él lo dijo suavemente, aunque su tono aterciopelado se introdujo en su cuerpo y mente, tan poderoso como cualquier droga.
La tocó entonces, acariciándole el pelo. Su toque parecía familiar y ligeramente posesivo. La tocaba como si tuviera derecho a tocarla. Era como una caricia. Jaxon estaba confusa. Le conocía. Era una parte de ella. Le conocía íntimamente, aunque era un completo desconocido. Suspiró, incapaz de evitar que las pestañas cayeran y sucumbir a la poderosa orden de dormir.
Lucian se sentó en el borde de la cama y simplemente la observó dormir. Ella era la cosa más inesperada que había experimentado en todos los siglos que había vivido. Había esperado por esta criatura casi dos mil años, y no era para nada lo que había imaginado. Las mujeres de su raza eran altas y elegantes, de ojos oscuros, con un pelo negro y abundante. Eran criaturas de poder y habilidades. Lucian era muy consciente de que su especie estaba al borde de la extinción y sus mujeres eran guardadas como el tesoro que eran, pero aún así, eran poderosas, no frágiles y vulnerables como esta jovencita.
Tocó su pálida piel. En su sueño, parecía casi un duende, un hada salido de las leyendas. Era tan pequeña y ligera, parecía toda ojos. Hermosos ojos. La clase de ojos en los que un hombre podía ahogarse. Su pelo era de varios tonos de rubio, espeso y suave pero corto y alborotado, como si descuidadamente hubiera sido cortado con unas tijeras y de cualquier modo. Había asumido que tendría el pelo largo, no esta mata. Se encontró a sí mismo tocándole constantemente el pelo. Suave, como hebras de seda. Era indomable y crecía en todas direcciones, pero se encontró complacido con su pelo salvaje.
Ella vivía con miedo. Era su mundo. Había sido su mundo desde que era una niña pequeña. Lucian no tenía ni idea de que hubiera una vena tan protectora en él. Durante muchos siglos no había tenido sentimientos. Ahora, en presencia de esta mujer humana, tenía demasiados. Los que habían intentado hacerla daño había pagado mortalmente por sus crímenes en el almacén. Lucian la había enviado a un profundo sueño, ralentizando su corazón y pulmones mientras la sacaba de ese lugar de muerte y destrucción. También había salvado a su compañero, implantando en la mente del hombre el recuerdo de una ambulancia que se la había llevado a ella. Lucian se las arregló para salvarla, dándole su sangre ancestral y poderosa. Se había transformado en luz y entrado en su cuerpo maltratado a la manera de su gente, empezando a sanar de dentro hacia afuera. Las heridas eran grandes, la pérdida de sangre masiva. Utilizar su sangre era la única forma de salvarle la vida, pero era peligroso para ambos. El descubrimiento de la existencia de su especia por cualquier de la raza de ella será una sentencia de muerte para su gente. Su primera prioridad era protegerla, la segunda era asegurar la continuidad de su propia raza. Su trabajo había sido siempre la protección de ambas especies.
Se había tomado su tiempo para cubrir sus huellas dirigiéndolas al hospital donde ella tendría que había sido ingresada. Implantó recuerdos de una llamada a los servicios de emergencia, enviándola a una unidad de trauma. El papeleo parecía haberse perdido, y los computadores habían fallado. Nadie tenía muy claro lo que había ocurrido.
Lucian se encontró enredando los dedos en su pelo una vez más. Ni siquiera tenía un nombre decente. ¿Qué clase de nombre era Jaxon para una mujer? Sacudió la cabeza. Había estado observándola durante algún tiempo, pensando en la mejor forma de acercarse a ella. Si hubiera sido una mujer de su raza, simplemente la habría reclamado como propia, uniéndolos, y permitiendo que la naturaleza siguiera su curso. Esta mujer era humana y tan frágil. Había tocado su mente muchas veces en las últimas semanas mientras se establecía en su nuevo hogar. Encontró que ella tenía muchos secretos. La compañera de Gabriel le había dicho que encontraría a esta mujer en alguna parte del mundo y en gran necesidad. Francesca había tenido razón. La vida de Jaxon no había sido fácil. No había tenido infancia en realidad, solo recuerdos de lucha, muerte y violencia. Jaxon creía ser responsable de cuidar de todos los que la rodeaban. Había vivido toda su joven vida de ese modo. Tomando la responsabilidad de otros. Nadie había cuidado realmente de ella. Él tenía intención de remediar esa situación. Tenía el presentimiento de que ella no tendría ni idea de como responder a su interferencia.
Su primer pensamiento al despertar había sido la protección de los demás. De él. Eso le intrigaba. Le enternecía que hubiera intentado advertirle de un posible peligro para él. Había sabido que él era un depredador, que podía ser peligroso, y aún así se molestaba en protegerle. Le fascinaba. Algo en ella hacía que le diera un vuelco el corazón y le hacía desear sonreír simplemente al mirarla. Eso era todo. Mirarla, y ya era feliz. Nunca había experimentados esas emociones, y tomó nota para examinarlas después.
Con el primer sonido de su voz, había visto en colores. Colores vívidos y brillantes. Habiendo vivido en su mundo blanco y negro durante tantos siglos como hacían los hombres de los Cárpatos cuando perdían sus emociones, Lucian estaba casi cegado por los matices. Azules y rojos, naranjas y verdes... cada tono de color en cualquier parte que mirara. Frotó las hebras de pelo rubio entre su pulgar y dedo índice, con ternura inadvertida. Los sentimientos que estaba experimentando eran intensos. El lentamente se arrastró hasta sus pensamientos. Había gastado tremendas energía sanándola, y su sangre necesitaba ser reemplazada. Le envió otro fuerte empujón mental para asegurarse de que permanecería dormida mientras él cazaba. La ciudad estaba llena de presas justamente esperando por él. Salió al balcón, después cambió de forma, eligiendo la de una lechuza. Con alas poderosas sobrevoló la ciudad. Los ojos agudos buscaban en la oscuridad, su fina audición recogía cada sonido bajo él. Podía oír corazones latiendo, el murmullo de voces, el sonido de la vida siendo vivida. El tráfico y los ruidos de la ciudad le llamaban, el sonido de la sangre bombeada a través de venas bullendo de vida.
Encontró el camino hacia el parque, un perfecto coto de caza. La lechuza aterrizó en lo alto de un árbol y plegó sus alas cuidadosamente. Inspeccionó el área circundante. A su derecha pudo oír las voces de dos hombres. Al momento cambió a su forma normal, flotando hasta el suelo mientras lo hacía. Envió una silenciosa llamada mental, exigiendo a su presa que acudiera a él. Había pasado tantos siglos entregando asesinos a las manos de la muerte, que requirió gran cantidad de disciplina contenerse y simplemente alimentarse.
Los dos hombres respondieron a su llamada, ambos corredores sanos y fuertes estirando sus piernas después de una carrera nocturna. Ninguno de los dos olía a alcohol o drogas. Se alimentó rápidamente, necesitando volver a Jaxon. Ella había estado inconsciente durante más tiempo del que a él le hubiera gustado. Pero ahora estaba durmiendo. Lucian comprendió que en realidad ella nunca se permitía entrar en el patrón normal de somnolencia humano que era tan necesario para sus cuerpos. Cuando dormía sin la ayuda de su orden, estaba intranquila y nerviosa. Lucian era bien consciente de que Jaxon se pasaba la mayoría de las noches trabajando, conduciéndose a sí misma al punto de la extenuación. Pero sus sueños eran implacables. Lucian había compartido unos pocos de ellos, fundiendo su mente con la de ella para poder conocer sus demonios íntimamente. Tenía demasiados demonios, y él tenía intención de exorcizar cada uno de ellos.
Pero por encima de todo, Lucian no quería estar separado de ella durante más tiempo del estrictamente necesario. No podía estar separado de ella. Encontraba necesario estar con ella. Él, que nunca había necesitado a nadie. Necesitaba tocarla, saber que estaba del todo bien. Ahora ella estaba a su cuidado, tenía intención de unirla a él para que ningún humano o Cárpato tuviera posibilidad de alejarla de él. Jaxon no se le escaparía. Le había dado su sangre y tomado una mínima cantidad de la de ella, sólo lo suficiente para ser capaz de fundir sus mentes a voluntad.
Volvió a ella, una vez más con toda su fuerza. Y su fuerza era enorme. Tendría que ser gentil con ella. Si es que quedaba algo de gentileza en él, si alguna vez había habido algo de gentileza en él, tenía intención de utilizarla con Jaxon. Si alguien se lo merecía, era ella.
Se sentó al borde de su cama, retirando la orden de permanecer dormida, y la cogió entre sus brazos.
– Soy tu compañero, jovencita. No tienes ni idea de lo que eso significa, y no eres Cárpato, así que espero cierta cantidad de resistencia por tu parte. – Lucian frotó la barbilla contra la coronilla de su cabeza. – Te prometo que seré tan amable y paciente como pueda, pero no puedo esperar mucho por ti. Las emociones que estoy sintiendo no refrenan a la bestia de mi interior.
Las pestañas de Jaxon se agitaron y abrieron. Se sentía confusa, adormecida, como si estuviera soñando. La voz consoladora que había oído era tan hermosa y familiar. Mantenía los demonios a raya y le permitía sentir una cierta seguridad.
– ¿Quién eres? ¿Te conozco?
– Tu mente me conoce. Tu corazón y tu alma me reconocen. – Con el pulgar acariciaba tiernamente la perfecta línea de su mejilla sólo porque adoraba la sensación de su piel. – Debo unirnos, Jaxon, no tengo elección. Sería peligroso esperar. Lamento no poder darte más tiempo.
– No entiendo. – Ella alzaba la mirada a sus ojos negros y debería haber sentido miedo de lo que veía allí. La estaba mirando posesivamente, algo que ningún hombre se había atrevido nunca a hacer. Jaxon no provocaba tales sentimientos en los hombres. Aunque por alguna extraña razón, este peligroso desconocido la hacía sentirse protegida. Deseada.
– Se que no lo entiendes en este momento, Jaxon, pero lo harás con el tiempo. – Lucian le cogió la barbilla con dedos firmes para que sus ojos oscuros atraparan la mirada de ella.
Era como caer en un negro pozo sin fondo. Interminable. Eterno.
Lucian murmuró su nombre suavemente e inclinó la cabeza hacia la subida de la garganta. Inhaló su fragancia. No había lugar al que ella pudiera ir donde no lo encontrara. Sus brazos se apretaron posesivamente hasta que se recordó a sí mismo que ella era muy frágil. Se sentía increíblemente pequeña y ligera entre sus brazos pero también cálida e incitadora. Estaba removiendo cosas en él que era menos dejar en paz. Las repentinas y urgentes demandas le sorprendieron. Ella era joven y vulnerable, y en ese momento él debería desear sólo protegerla.
Su boca tocó la piel gentilmente, tiernamente, una pequeña caricia. Al momento la necesidad se cerró sobre él, dura e imperativa. Podía oír el corazón latiendo al mismo ritmo que el suyo. Podía oír la sangre corriendo por las venas, un calor incitante que le llamaba, una tremenda necesidad física por el cuerpo de ella. Cerrando los ojos, saboreó su habilidad de sentir, no importaba que fuera terriblemente incómodo y que su cuerpo estuviera gritando pidiendo alivio. Su lengua encontró el pulso, lamió la zona una vez, dos. Sus dientes rasparon gentilmente sobre la vena, después se hundieron profundamente en ella.
El momento ella se movió inquieta entre sus brazos y gimió, un suave susurro de intimidad que tensó su cuerpo todavía más. Ella era dulce y especiada, un sabor indescriptible y que nunca antes había encontrado. Era adictiva, como si hubiera sido diseñada precisamente para complacer su necesidad en concreto. Nunca tendría suficiente de ella. La disciplina se sobrepuso a su hambre del éxtasis que la sangre de ella le proporcionaba. Con una pasada de su lengua, cerró los diminutos pinchazos que sus dientes habían hecho, sin dejar rastros que un médico pudiera descubrir.
Manteniéndola con cuidado profundamente embrujada, Lucian se abrió la camisa y la cambió de posición entre sus brazos para poder acunar la parte de atrás de su cabeza con la mano. Su cuerpo rabiaba de deseo, y la sensualidad natural de ella estaba emergiendo bajo su hechizo. Una de sus uñas se alargó hasta convertirse en una afilada garra. Trazó una línea sobre su corazón y presionó la boca de ella contra su pecho para poder continuar el ritual y unirla a él.
Al primer toque de sus labios, el fuego rugió a través de él, una necesidad tan intensa, tan profunda, Lucian, que era notable por su rígido control, casi cedió a la tentación de tomar lo que era suyo por derecho. Encontró que estaba temblando, su cuerpo cubierto de una fina capa de sudor. Inclinándose cerca de la oreja de ella, susurró las palabras en la noche, en su mente, para que nadie pudiera volver a separarlos, para que ella no pudiera estar lejos de él durante más que unas escasas horas.
– Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi lealtad, mi corazón, mi alma, y mi cuerpo. Del mismo modo tomo en mí los tuyos para guardarlos. Tu vida, tu felicidad y bienestar serán apreciados y colocados por encima de los míos siempre. Era mi compañera, unida a mí por toda la eternidad y siempre a mi cuidado.
El alivio que experimentó fue tremendo y ocurrió a pesar del hecho de que su cuerpo no se había fundido con el de ella. Su corazón y el de ella eran uno, unidos, dos mitades del mismo todo. Sus almas estaban fundidas de forma que su luz femenina brillaba en él, aliviando la terrible oscuridad que le había amenazado durante siglos. En ese momento comprendió que cuando uno había vivido en la oscuridad casi toda su vida, un horrendo y yermo infierno de vida, encontrar a una compañera estaba más allá de cualquier sueño que pudiera imaginar.
Jaxon Montgomery era literalmente su corazón y alma. Sin ella no habría razón para continuar viviendo. Nunca podría volver atrás al vacío y la oscuridad en los que había vivido durante tanto tiempo. Las palabras rituales los habían unido de forma que ninguno de los dos podría escapar nunca del otro.
Lucian no se engañaba a sí mismo. Él la necesitaba a ella mucho más de lo que ella le necesitaría nunca, aunque, desde su punto de vista, ella le necesitaba mucho. Tenía que detenerse y pensar antes de empujar su reclamo todavía más allá. Muy gentilmente la detuvo para que dejara de alimentarse, cerrando su propia herida. Su sangre les uniría y la ayudaría a sanar. También trabajaría sobre su cuerpo humano para convertirla a su raza. La conversión era arriesgada, dura para el cuerpo y la mente. Y una vez hecho, no había vuelta atrás. Jaxon sería como él, necesitaría sangre para sobrevivir, buscaría alivio del sol en los acogedores brazos de la tierra. Si no era una auténtica psíquica... la única clase de mujer humana que había sido convertida con éxito a Cárpato... el experimento la empujaría más allá del límite de la cordura, y Jaxon tendría que ser destruida. Lucian se recostó hacia atrás, liberándola de su oscuro hechizo.
Las pestañas de ella fluctuaron mientras la volvía a colocar sobre las almohadas. Lucian sabía que muy pocos humanos podían ser convertidos con éxito. Pero también creía con ella debía pertenecer a esas filas, ya que era su auténtica compañera. Su corazón igualaba al de él. Lo sabía. Cuando pronunció las palabras rituales, sintió las hebras que los ligaban. Incluso así, saber algo intelectualmente no hacía que su corazón lo creyera. No quería arriesgarse con la seguridad de ella. Eran necesarios tres intercambios de sangre para completar la conversión. La audición y visión de ella ya eran más agudas, más como la de los Cárpatos. Pronto tendría problemas para consumir carne y casi todas las otras comidas. Le necesitaría a él cerca. Había cambiado su vida tanto como se atrevía por el momento.
– Todavía no sé quién eres. – Bajos las mantas de la cama, Los dedos de Jaxon se apretaron con seguridad alrededor de la culata de la pistola. Estaba muy adormilada, y este desconocido era demasiado familiar. No le gustaban los acertijos. No tenía ni idea de donde estaba, sólo sabía que estaba enferma y tenía extraños sueños sobre un príncipe oscuro que tomaba su sangre atándola a él para siempre. Había algo exótico y diferente en el desconocido que encontraba inclinado sobre su cama.
Algo elegante y cortés aunque salvaje e indomable. Jaxon encontraba la combinación peligrosamente sensual y difícil de resistir.
Lucian le sonrió, un relámpago de dientes blancos que suavizó la dura línea de sus rasgos ensombrecidos.
– Soy Lucian Daratrazanoff. Un nombre muy antiguo y respetado pero difícil de pronunciar correctamente en este país. Lucian bastará.
– ¿Te conozco? – Jaxon deseó no estar tan débil. Deseó no tener sueños tan eróticos y peculiares sobre este hombre. La hacía sentirse extraña en su presencia, especialmente cuando nada parecía tener sentido. – ¿Por qué estoy aquí en vez de en un hospital?
– Necesitabas cuidados extraordinarios. – Respondió él honestamente. – Estuviste muy cerca de morir, Jaxon, y no podía permitirme correr ningún riesgo con tu vida.
– Mi compañero, Barry Radcliff, le dispararon. – Lo recuerdo, volvió a por mí. – Todo lo demás era un borrón para ella. No tenía ni idea de como había conseguido salir del almacén, dado que Barry no había estado en forma para sacarla.
– Está en el hospital y mejor de lo esperado. Es un hombre duro y muy valiente. – Lucian dio a su compañero el crédito justo, aunque no añadió que el hombre estaba enamorado de ella.
– Pensé que me moría. Debería haber muerto. – Murmuró las palabras suavemente, casi para sí misma.
Había querido morir. La terrible responsabilidad que pesaba sobre sus hombros era una carga que no quería llevar para siempre. Obligó a sus párpados a abrirse para poder mirarle. – Estás en terrible peligro. No puedes estar conmigo. Estemos donde estemos, no estamos a salvo. No estás a salvo.
Lucian sonrió y extendió la mano para rozar el pelo que se le arremolinaba alrededor de la cara. Su toque fue increíblemente tierno y la dio una extraña sensación de seguridad. Su voz era tan hermosa y pura, que deseó que siguiera hablando para siempre. Su acento era sexy, provocaba oleadas de anhelo en su interior que no sabía lo que eran.
– No te preocupes por mí, jovencita. Soy capaz de protegernos a ambos. Conozco al hombre que temes, y mientras estés en esta casa, estás a salvo. Él está bien entrenado, pero le sería imposible entrar en estos terrenos sin ser detectado.
– No le conoces. Matará a cualquiera sin pensarlo y sin remordimiento. Incluso aunque sólo me estés ayudando, lo interpretará como una amenaza hacia él. – Se estaba agitando, sus ojos preocupados por él.
– Si no crees nada más sobre mí, Jaxon, cree esto. No hay nadie en este mundo tan peligroso como el hombre que está contigo en esta habitación. Tyler Drake no puedo alcanzarte. Él ya no dicta tu vida, ahora estás bajo mi protección. – Sonaba tan seguro, ni arrogante, ni fanfarrón.
Estaba cayendo en esos ojos oscuros de nuevo. Sus hermosos ojos tan poco usuales. Jaxon se sentía una pequeña perdida, y parpadeó rápidamente para romper su hechizo hipnotizador.
– Sé que eso crees. Mi padres era un Navy SEAL, al igual que mi padre adoptivo, Russell Andrews. Tyler Drake se las arregló para matarlos a los dos. No puedo creer que estés a salvo mientras estés conmigo. – Su párpados eran demasiado pesados para mantenerlos abiertos. Cayeron a pesar de su intención de convencerle. No tenía fuerzas para protegerle. Eso la asustaba, y su corazón golpeó dolorosamente contra el pecho.
– Cálmate, Jaxon. Toma aliento y relájate. Soy yo el que te cuida a ti, no al revés, aunque aprecio mucho que desees protegerme. En cualquier caso, nadie sabe donde estás. Te he mantenido completamente segura. Sólo duerme, cielo, y sana.
Su voz era tan calmante y persuasiva, pronto se encontró respirando regularmente exactamente como él. El porque deseaba hacer lo que él ordenaba, no lo sabía, pero la urgencia de obedecer era demasiado fuerte para ignorarla. Mantuvo los ojos cerrados.
– Espero que seas tan bueno como crees que eres. Sería más seguro para ti que llamaras a mi jefe e hicieras que colocara un par de tíos vigilándote. – Su voz estaba palideciendo hasta un suave murmullo. – Mejor aún, sería más seguro para ti simplemente alejarte de mí y no volver nunca la vista atrás.
Una vez más los dedos de Lucian se enredaron en su suave pelo.
– Crees que estaría más seguro, ¿verdad?
Había un tinte de diversión en su voz. Por alguna razón eso hizo que el corazón de Jaxon diera un vuelco. Él era tan familiar, como si le conociera íntimamente, cuando no le conocía en absoluto. Excepto su toque. Conocía su toque. Y el sonido de su voz. Conocía su voz. El acento, la seducción aterciopelada que cargaba, la forma en que retorcía las frases. La forma en que parecía pertenecer a su mente. Lo realmente alocado, era que Jaxon estaba empezando a creer en él.
Lucian le observó caer sin mucho más que un forcejeó. Ella no había querido que su vida fuera salvada, pero había recogido la antorcha de ser su protectora, preocupada por su seguridad. Estaba preparada para protegerle sin ni siquiera saber quien era. Él pasaba ahora una gran cantidad de tiempo con su mente fundida firmemente con la de ella. Había sido necesario al principio para mantenerla viva. Después, lo había hecho porque deseaba conocerla, sus recuerdos, como pensaba, que soñaba, los que cosas que eran importantes para ella. Había mucha más compasión en ella de lo que la convenía. Le necesitaba para equilibrar la balanza.
Le asombraba lo poderoso del deseo sexual que estaba experimentando por ella. Eso nunca le había ocurrido antes. Rara vez había mirado a una mujer más que para satisfacer su hambre. Ahora esta hambre era diferente y más fuerte que nada que hubiera nunca imaginado. Por su ansia de conocimiento Lucian había compartido algunas veces las mentes de humanos para ver  como era el sexo, lo que se sentía. Esta urgente demanda que rabiaba atravesando su cuerpo era completamente diferente a todo eso. Parecía tomar el control de su mente, apartando todo pensamiento cuerdo.
Protector. Lucian sabía que todos los hombres de los Cárpatos nacían con el tremendo deber de proteger a las mujeres y los niños de su raza. El proteccionismo que sentía hacia Jaxon era también diferente. Lucian había dedicado su vida a guardar a humanos y Cárpatos por igual, aunque de nuevo, la intensidad de sus emociones hacia Jaxon era mucho más fuerte. No estaba preparado para la poderosa atracción que sentiría hacia ella. Había vivido casi toda su vida en la oscuridad y las sombras, estaba cómodo y familiarizado con la violencia. Era totalmente oscuro y peligroso. Ahora deseaba conocer la ternura, la gentileza. Se conocía a sí mismo como la mayoría de los hombres no se conocerían nunca. Sabía que era poderoso y peligros, y se aceptaba a sí mismo. Ahora, sin embargo, con Jaxon tendida tan vulnerable y frágil en su cama, lo era incluso más.
Con un suspiro se hundió en la cama a su lado. Mientras ella siguiera siendo humana y necesitara estar sobre tierra para sobrevivir, él sería incapaz de protegerla completamente durante el día, cuando la luz del sol debilitaba sus poderes Cárpatos. Normalmente acudiría a la tierra hasta la caída de la noche. Lo que planteaba un problema para los dos. Ella no podía estar separada de él durante muchas horas sin sufrir tremendamente. Se estiró en la cama a su lado. Le ordenaría dormir hasta la próxima puesta de sol. Mientras tanto, las salvaguardas que había tejido a su alrededor y los lobos que había soltado los mantendrían a salvo de cualquier criatura, humana o de otra clase, que pudiera pretender hacerles daño. Acunó el pequeño cuerpo en la protección del suyo y enterró la cara en la sedosa fragancia de su pelo.

Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
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Gracias por su visita
Mary