Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



jueves, 2 de junio de 2011

REUNION OSCURA/CAPITULO 7

CAPÍTULO 7


Con la forma de una lechuza, circundó la casa que estaban ocupando. No parecía haber perturbación, pero tenía el corazón en la garganta. Presentía que algo no iba bien. Se extendió por su privado y muy íntimo vínculo telepático, pero ella no respondió. Sentía su presencia, sentía su concentración, su absoluta concentración en algún otro sitio... una buena señal ya que Syndil habría estado difundiendo oleadas de miedo si hubiera estado asustada.

Bajó con rapidez, cambiando de forma mientras caía en picado, y golpeó el porche casi a la carrera, necesitando verla. Ella era todavía emocionalmente demasiado frágil y su relación era muy tentativa a veces. Tenía tendencia a retraerse incluso de él. Desde el brutal ataque de Savon, un miembro de confianza de la familia que se había convertido en vampiro, tenía problemas con la confianza y especialmente con la intimidad.

—¡Syndyl! —la llamó, atravesando a zancadas la pequeña cabaña.

No hubo respuesta, solo el sonido de su propio corazón tronándole en los oídos. Inhaló agudamente, oliendo a los dos leopardos y... Se inmovilizó, luchando por tranquilizarse. Inhaló de nuevo. Sangre. Y no cualquier sangre... la sangre de Syndil.

Abrió de un empujón la puerta del dormitorio para encontrar a los dos grandes felinos, Sasha y Forest, acurrucados en la cama. Ambos alzaron las cabezas y le dirigieron una larga y lenta evaluación. Sasha desnudó sus dientes mientras Forest gruñía abiertamente. El corazón de Barack saltó. Los leopardos siempre viajaban con la banda y nunca se mostraban agresivos hacia ningún miembro de la misma, ni siquiera cuando estaban de mal humor.

Les devolvió el gruñido, cerrando la puerta y girándose, corriendo de vuelta a la noche. Inhaló de nuevo y encontró la fragancia de ella... la dirección que había tomado. Al instante cambió a la carrera tomando el aire incluso más velozmente, con el corazón palpitando de miedo. Siguió la fragancia a través del bosque hasta que llegó a un claro de tierra quemada. Los árboles estaban inclinados y retorcidos, las hojas arrugadas, y en ciertos lugares la tierra estaba marcada por quemaduras de ácido de la más malvada criatura... el no—muerto. Captó una visión de ella y el aliento se le inmovilizó en los pulmones.

Barack observó a la mujer arrodillada sobre la tierra ennegrecida, con los brazos abiertos de par en par y las palmas revoloteando justo sobre la tierra. La nieve caía suavemente sobre ella, cubriendo su pelo y ropa haciendo que pareciera chispear. Desde su ángulo podía ver la concentración en su cara, sus ojos cerrados, las largas pestañas que formaban dos espesas medialunas. Parecía serena, toda su energía estaba concentrada en la tarea. Parecía hermosa... un poco mágica, su pelo negro brillaba bajo la capa de nieve, con copos sobre sus largas pestañas y su pecaminosamente perfecta boca que susurraba una canción de esperanza y ánimo a la tierra yerma.

Se quedó de pie, con el corazón palpitándole en el pecho, el terror de no encontrarla a salvo en su casa amainaba mientras el amor le asaltaba hasta llenar cada parte de su corazón y alma esta que ya no hubo espacio para ninguna otra emoción. Syndil. Su compañera. Por supuesto que estaría sanando a la tierra. La habría oído gemir de dolor, habría sentido el mal que se extendía lentamente a través de la tierra, envenenando y quemando toda cosa viviente. Era la mujer más hermosa que había visto nunca... que nunca podría imaginar. Bajo sus manos, la hierba verde surgió atravesando la nieve. Pequeños arbustos y árboles se abrieron paso hacia la superficie mientras ella cantaba suavemente, persuadiéndolos para que crecieran.

Desari, con su voz pura e increíble, proporcionaba paz a la gente. Solo con su voz podía envolver a una audiencia en sábanas satinadas y luz de velas, y les hacía recordar viejos amores y esperanzas truncadas. La voz de Syndil también tenía gran poder, pero la de ella estaba unida a la tierra. Las tierras marcadas y dañadas la llamaban. Nunca podría ignorar sus llamadas. Pocos podían oír los gritos y llantos como ella, y menos aún podían sanar las ampollas y lesiones que yacían crudas en la tierra.

Syndil le sorprendía con su poder. Observó como se movía a la izquierda, después a la derecha, subiendo la cuesta, tocando un árbol gravemente dañado, incitando a un nuevo brote, purgando los horrendos resultados que el no—muerto había dejado en la tierra. Se puso en pie y se giró hacia el pequeño riachuelo... el agua ya no corría, pero el lecho del arroyo estaba al máximo de su capacidad. Oscuras manchas marrones cubrían la superficie del agua y se extendían tentáculos desde una bola de gelatina descolorida que alteraba la composición del agua. Miles de diminutos parásitos blandos daban vueltas por el globo, y muchos utilizaban los tentáculos como diminutas arterias y venas moviéndose desde donde el resto estaba congelado en una gran masa.

Alzando las manos, Syndil empezó a cantar, ignorando la presencia de Barack, toda su concentración estaba en la tierra dañada. Él siempre sabía en qué momento estaba ella cerca, pero ella no tenía la más ligera idea de que su compañero estaba en las cercanías. Eso debería haberle molestado, pero no podía evitar la oleada de orgullo por ella. Cuando se comprometía a sanar la tierra, estaba total e incuestionablemente concentrada, con frecuencia gastando mucha más energía de la que podía permitirse. Al igual que un sanador de personas que quedaba drenado y tambaleándose de cansancio, Syndil también se sentía así cuando sanaba la tierra.

Su voz se hinchó con poder, y los parásitos se retorcieron de dolor. La masa gelatinosa se sacudió amenazadoramente. Barack se movió a una mejor posición para defender a su compañera. El aire apestaba, el olor resultaba tan nocivo a pesar de la nieve que caía, que el horrendo olor casi le asfixió. Barack se acercó más para espiar la masa congelada. Las criaturas parecían casi gusanos, pero mucho más pequeños. El hedor del mal permeaba la zona entera.

Miró alrededor, escaneando el área con cada uno de sus sentidos, buscando señales de un enemigo. ¿Eran estas las secuelas de los vampiros que habían muerto durante el intento de asesinado del príncipe?¿O era otra amenaza, mucho más reciente? Se acercó a Syndil, estirando la mano hacia ella, pero cuando su voz llenó la noche con su fuerza los pequeños parásitos empezaron a explotar, como palomitas de maíz, saliendo despedidos de la bola de gelatina en un esfuerzo de alejarse de esa voz. Al instante de exponerse al aire, estallaban.

La mano de Barack cayó a un costado. Miró hacia los árboles, retorcidos, inclinados y ennegrecidos, la savia que fluía de las numerosas lesiones, congelada por el mismo gel marrón. Los parásitos estallaron en media docena de árboles para caer sin vida al suelo. Barack ondeó la mano hacia el cielo. Al instante el viento se levantó y el aire cambió, crujiendo y chisporroteando. El látigo de un relámpago lamió la capa de cadáveres sobre la nieve, convirtiéndolos instantáneamente en cenizas negras. Con un aullido de furia, el viento esparció los restos en todas direcciones mientras la nieve caía y cubría una vez más la tierra con una prístina manta blanca.

Por primera vez, Syndil giró la cabeza, sus grandes ojos oscuros eran casi líquidos. El fantasma de una sonrisa curvó su boca, atrayendo la atención hacia la hermosa forma de sus labios y haciendo que sus entrañas se tensaran y un bisel se cerrara tan duramente sobre él que hizo daño. En todos los años que había pasado con ella, ni una sola vez había notado que incitaba su necesidad de sexo. Ni una sola vez la había mirado como nada más que una hermana de leche, aunque todo ese tiempo ella había mantenido sus emociones a salvo. No era sorprendente que ni una solo vez hubiera quedado satisfecho con ninguna otra mujer. Se había vuelto ridículo con el paso de los siglos, una terrible necesidad le arañaba hasta que pensó que se volvería loco si no tocaba la piel de una mujer, si no enterraba su cuerpo profundamente en una. Había habido tantas dispuestas, pero él estaba atrapado en una especie de tormento enloquecido, las necesitaba... pero ninguna podía saciar sus deseos.

A veces, Syndil todavía sentía que la había traicionado, pero al final entendía el círculo interminable en el que había estado atrapado. Mirarla, inhalar su fragancia, rozar su pelo o un dedo convertía su cuerpo en un puro dolor que solo ella podía aliviar. Había estado tan duro durante tantos años que no podía contarlos, y mirarla solo hacía que volviera a ocurrir de nuevo. Ahora era suya... una mujer amable y sexy que no merecía, que de algún modo se las arreglaba para amarle de todos modos.

—¿En qué estás pensando, Barack? Pareces triste.

Uno no mentía a su compañera. En cualquier caso, ella solo tenía que tocar su mente para saberlo. Recordaba el momento preciso en que comprendí que eras tú la que excitaba mi cuerpo hasta semejante estado de dolor. Estabas de pie junto a un arroyo cepillándote el pelo. Yo lo encontraba más fascinante con cada pasada del cepillo y deseé poder sentir tu pelo contra mi piel desnuda. Quise soltarlo yo mismo y supe que tenías que ser tú a la que tanto deseaba... tú a la que había buscado entre tantas mujeres.

—¿Hace cuanto fue eso?

—estábamos en Francia.

—Eso fue hace cincuenta años.

Él asintió.

—Creí que lo que sentía estaba mal. Crecimos juntos, como una familia. Parecía... de mal gusto. Temí estar corrompido de algún modo. Te observaba después de eso, cada movimiento me parecía sensual, seductor. Y odiaba que los hombres te observaran... que se acercaran a ti.

—Pero aún así ibas con otras mujeres.

Él sacudió la cabeza.

—Mantenía la ilusión, pero en realidad ya había tenido suficientes noches de insatisfacción. ¿De qué servía? Las otras mujeres ya no me atraían una vez averigüé lo que estaba pasando.

—Te vi —Había dolor en su voz, y eso le hizo sobresaltarse.

—Mi viste flirtear e irme pronto. Tomaba sangre y las dejaba con falsos recuerdos. Las noches eran un tormento, Syndil. Algunas veces creía que estaba en el infierno. —Extendió la mano hacia ella—. Tenía un terrible secreto y nunca iba a poder compartirlo con nadie. Te codiciaba hasta tal punto que no podía dejar que te acercaras a mí. Siempre temía que alguien descubriera lo que sentía por ti. Por aquel entonces habría dado cualquier cosa por que fuera solo lujuria, fácil de satisfacer. Era mucho mas... es mucho más.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Un hombre de los cárpatos siempre... siempre debería controlarse a sí mismo. Esgrimimos demasiado poder para controlarlo todo excepto nuestros cerebros. No podía controlar mi cuerpo ni mis pensamientos cuando estaba cerca de ti, Syndil. Inclinas la cabeza ligeramente cuando estás considerando si participar o no en una conversación. Te tiras del lóbulo de la oreja izquierda cuando estás preocupadas. Tienes la sonrisa más hermosa que he visto nunca. Sé que eres demasiado frágil pero al mismo tiempo, eres increíblemente fuerte. — Una lenta sonrisa cambió el ceño preocupado de su cara.—. Siempre voy detrás de ti al escenario, cuando estoy solo, puedo sentir el balanceo de tus caderas y el roce de tu pelo.

—Nunca me habías contado esto.

Él se frotó la mandíbula.

—Es un poco humillante admitir que he estado obsesionado contigo. Y cuando supe que ya no podía aguantar más, tuve que admitir la verdad, incluso si eso significaba abandonar nuestra familia, fuiste atacada por Savon, nuestro hermano.

Syndil apartó la mirada de él, volviéndola hacia el arroyo. El agua corría fría y limpia, todo rastro de veneno había desaparecido. Barack siguió su mirada y como siempre, cuando veía los resultados de su trabajo, se sintió humilde y orgulloso de ella.

—Syndil, no hay nadie en este mundo que pueda hacer lo que tú has hecho. ¿Tienes la más mínima idea de lo asombrosa que eres?

Ella recorrió con la mirada las ennegrecidas ruinas de la batalla... la tierra marcada.

—Hay mucho que hacer aquí. Nuestros enemigos dejan su veneno en el suelo para abrirse paso hasta la tierra donde descansamos. Si pueden volver la tierra contra nosotros, habrán ganado.

La cabeza de Barack se alzó alerta. Sonaba tan cansada. La energía necesaria para sanar grandes secciones de tierra destruida por el fuego o el apestoso vampiro era enorme, y él tenía muy poca idea del peaje que había que pagar por aliviar lo que el no—muerto había provocado aquí con la extensión de semejante devastación. Parecía pálida, sus ojos eran casi demasiado grandes para su cara. Se presionaba las manos contra el pecho como si le doliera el corazón.

—Syndil —extendió la mano hacia ella—. Ven aquí conmigo.

Esperó. Su corazón palpitaba, una pequeña parte de él suplicaba que ella diera un paso adelante, ansiando su tacto, su ayuda, pero como siempre, ahí estaba ese diminuto y breve momento de duda, la cautela en sus ojos, la sombra en su mente que ya no podía ocultarle. Cruzó la distancia hasta él, extendiendo la mano. Sus dedos se cerraron alrededor de los de ella, y la atrajo hacia él con exquisita gentileza. A pesar del hecho de que los cárpatos podían regular su temperatura corporal, estaba fría, temblando un poco. La envolvió entre sus brazos, protegiéndola de la nieve con su figura más grande y utilizando su propio calor corporal y energía para calentarla. Atrajo la fragancia de ella a sus pulmones y olió sangre.

—¿Qué ocurrió? —Le tiró del brazo hacia abajo para poder verlo.

Ella frunció el ceño, su cuerpo perdió algo de su rigidez para hundirse más completamente en el de él.

—Sasha y Forest estaban tendidos conmigo en la cama, dóciles como siempre, y entonces Sasha empezó a agitarse. En cuestión de minutos, Forest la siguió. Empezaron a pasearse, emitiendo señales de peligro. Escaneé, pero lo más que pude sentir fue un indicio de poder en el aire. Ni bueno ni malo, simplemente poder.

—Eso no explica estos arañazos, Syndil. Son profundos—. Inclinó la cabeza hacia su brazo desnudo, sus labios besaron ligeros como plumas arriba y abajo sobre las laceraciones, la lengua se arremolinó sobre las heridas, alejando el dolor con su saliva sanadora. Le besó el brazo de nuevo y alzó la cabeza, con una mano le acunó la barbilla para que no pudiera apartar la mirada de la censura de sus ojos—. Deberías haberme llamado inmediatamente. Tu bienestar está antes que todo lo demás.

—No había nada que contarte. Con tantos cárpatos reunidos en un lugar, hay fluctuaciones de poder en el aire todo el tiempo. Simplemente asumí que los leopardos reaccionaron a una sensación diferente. Están acostumbrados a nosotros, pero no a los demás. Estaban bien conmigo hasta que intenté abandonar la habitación. Lo siento. Fue solo eso. No pensaba en nada más que en ocuparme de esto —Balanceó la mano en un arco grácil para abarcar la tierra ennegrecida—. He estado oyendo los gritos de la tierra desde que desperté, y ya no podía ignorar más la llamada. Sabía que sería difícil y agotador, pero no esperaba... —se interrumpió y miró sobre el hombro hacia la enorme área destruida por la batalla con el no—muerto—. Es demasiado grande, Barack, demasiado daño.

Había lágrimas en su voz... en su mente.

—Solo estás cansada, corazón.  Tienes que alimentarte. —Había a la vez una sensual invitación y una orden dominante en su voz.

Intentaba con fuerza suprimir el lado rudo de su naturaleza tanto como le era posible, particularmente cuando venía acompañado de algo sexual con Syndil. Ella estaba con él... y eso era para él lo más importante del mundo. No importaba cuanto tiempo necesitara para desarrollar su confianza en él... años, siglos, quizás más... poco importaba. Podría tener todo el tiempo que necesitara, el solo tenía que controlar la naturaleza dominante que tanto prevalecía en los hombres de su especie. No se arriesgaría a arruinar la frágil confianza que se estaba desarrollando entre ellos.

Se abrió la camisa con una sola idea, y Syndil giró la cara para presionarla contra su pecho. El roce de su suave piel contra la de él, la sensación de sus labios moviéndose justo sobre el corazón, su pelo rozándole como seda, todo se reunió en una urgente necesidad que golpeó con fuerza para acumularse en sus entrañas en una dolorosa sensación. Enredó los dedos entre su pelo y le acunó la cabeza en el brazo, su cuerpo se tensó con expectación. Pasó un latido de corazón... dos. Ella le besó el pecho, jugueteó con la lengua, arañó una vez, dos veces con los dientes. El corazón se le aceleró. Su cuerpo se endureció más, saltando con ansia.

Los dientes de Syndil se hundieron profundamente, el dolor dio paso instantemente al placer, su cuerpo flotaba en éxtasis. Se movió para mecer las caderas contra las de ella. Eso solo inflamó más sus sentidos. Inesperadamente Syndil... por primera vez sin que él la animara... fundió su mente con la de él, alimentando su propio deseo sexual, la llamarada de calor, la sangre caliente, las imágenes eróticas de ella inclinada sobre él, el pelo cayendo para acumularse sobre su piel mientras ella...

Barack gimió en voz alta. No puedes hacerme esto y no esperar represalias.

La risa de ella fue baja y sensual... una invitación definitiva. Cerró los ojos, saboreando su respuesta a él... el conocimiento de que ella le deseaba. Simplemente la levantó, acunándola contra su pecho mientras se alimentaba, y alzó el vuelo.

Syndil le lamió el pecho, cerrando los diminutos pinchazos, y alzó la boca hacia el cuello. Sus manos se deslizaron dentro de la camisa abierta.

—¿Adónde vas con tanta prisa? —murmuró contra su piel.—. Siempre he querido hacer el amor en la nieve. ¿De qué sirve poner controlar nuestra temperatura si no podemos utilizarlo para nuestra diversión?

A Barack no le importaba donde estuvieran. Si ella quería nieve, este era un lugar tan bueno como cualquier otro e igual de bien protegido de los elementos. Bajó con rapidez, su boca ya en la de ella, el fuego llameando entre ellos. Su necesidad de ella era siempre ardiente... pero mantuvo las manos gentiles y su agresión controlada, no queriendo asustarla. Entraba en pánico cuando estaba bajo él, y por eso él nunca había asumido una posición sexual dominante.

Syndil le echó la camisa a un lado, bajándosela por los brazos como si sufriera tal frenesí para sacarle la ropa que había olvidado que podía apartar la tela ofensiva con la mente. Observó como el deseo se alzaba en su cara, la ardiente intensidad de sus ojos cuando extendió besos por su pecho, hacia la garganta, capturando su boca y volviendo a su pecho con mordiscos juguetones.

Nunca había actuado así con él, y no pudo evitar la respuesta de su cuerpo, su propio deseo creció más rápido y más caliente que nunca. Syndil deseándole, iniciando el acto de amor, era más afrodisíaco de lo que ninguna otra cosa podía ser. Ella nunca mostraba indicios de la misma urgente necesidad que siempre sentía él cuando la tocaba.

Por supuesto que la siento. Sus dientes le tiraron de la oreja. Su lengua se arremolinó, jugó y danzó sobre la piel. Pasaría una eternidad intentando eliminar la traición y el recuerdo de la violación de Savon... y había una parte de él que nunca se perdonaría a sí mismo por no estar allí para protegerla.

Demuéstramelo entonces. Puso todo el fiero amor que tenía para ella en su voz, en sus manos que subieron hasta el recogido de su pelo increíblemente largo. Siempre lo llevaba en alto, y soltó las horquillas para dejarlo caer libre. Su pelo era tan sensual, y ahora mismo, con su boca haciéndole cosas pecaminosas en el cuerpo, anhelaba la cálida seda de su pelo derramándose sobre él. No quería que se detuviera nunca, pero necesitaba quitarle la ropa.

Entonces quítamelas.

Sonrió ante la impaciencia de su voz. Siempre pedía permiso para no alarmarla, pero quizás... con suerte... eso ya lo habían superado. Ondeó la mano y la tuvo de pie ante él, completamente desnuda excepto por su largo pelo, una capa sedosa que enmarcaba la suave piel y el cuerpo delicioso. Como siempre, cuando la miraba, su corazón palpitó, sus pulmones se apretujaron, y sintió lágrimas ardiendo en su garganta. Nadie nunca sería más hermosa para él.

Ella alzó la cabeza y a continuación le quitó pantalones y zapatos, dejándole desnudo en la nieve y rigurosamente excitado.

—Quiero superar eso —susurró—. Te quiero mucho, Barack, y necesito ser capaz de demostrártelo. Más que eso, necesito que tú me lo demuestres.. Sé que tienes que contenerte y no quiero eso para ti... para nosotros... nunca más.

Sus dedos se deslizaron sobre la gruesa erección y él aliento abandonó los pulmones de Barack en una ráfaga acalorada.

—Nunca quise empezar algo que no pudiera terminar —Besó su camino hacia abajo por el estómago, sus manos acariciaron y rozaron hasta que Barack temió que perdería la cabeza. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Siempre te entiendo, mi amor. No hay necesidad de advertirme. Estaba orgulloso de ella por su intrepidez, pero temía no poder sobrevivir a esta noche. Ella le estaba leyendo la mente, sintiendo el fuego que crecía en sus entrañas y cerró el puño alrededor de su pesada erección e inclinó la cabeza para respirar aire cálido sobre él.

Era la visión más hermosa que había visto nunca, su cuerpo perfecto, sus pechos llenos y maduros, y el largo pelo negro en contraste brusco con la blanca nieve.

Cuando vio sus intenciones, la imagen erótica de su mente, su cuerpo se endureció incluso más. Ondeó la mano y del cielo cayeron pétalos de rosa junto con la nieve.

—Cariño, no tienes que hacer esto.

Pero lo hizo. Lo deseaba casi tanto como él... podía vérselo en la cara. Solo una vez, la quería así... disfrutando de él. Deseando su cuerpo tanto como él deseaba el de ella. No, más que eso. Necesitándole como él la necesitaba. Desesperada por tocarle, por saborearle, por sentir su cuerpo moviéndose en el de ella, su corazón latiendo al mismo ritmo, necesitaba sentirlo en cada toque de sus manos. Necesitaba ver ansia y disfrute cuando le miraba.

Solo esta vez... eso era todo lo que pedía.

Cerró los ojos brevemente mientras las yemas de los dedos de ella moldeaban ligeramente su erección, enviando pequeñas descargas eléctricas que atravesaron su riego sanguíneo. Ella levantó la mirada y sonrió mientras le pasaba la lengua sobre la cabeza en una danza circular que elevó sus sentidos a un nivel enteramente nuevo. Un suave gemido se le escapó cuando ella le arañó con las uñas a lo largo del muslo interno. Antes de poder controlarse, extendió las manos y enredó los dedos en el pelo sedoso empujándola gentilmente por los hombros. Bajar la mirada y verla arrodillada ante él, con esa pequeña sonrisa ladeada en la cara y esa mirada demasiado ardiente, casi fue su perdición.

Le acarició los hombros un momento, aliviando la tensión de la nuca y después deslizando las palmas sobre la suave piel de los pechos... todo mientras respiraba profundamente para mantener el control. Sus pulgares encontraron los pezones, acariciándolos hasta convertirlos en duros picos. Las caricias arrancaron a Syndil un jadeo de placer. Le acunó los pechos con las manos, sus dedos amasaron y acariciaron con pericia, conociendo su cuerpo tan bien.

Syndil gritó de placer cuando las sensaciones la inundaron, como siempre ante el tacto de sus manos, estaba ardiendo. Sabía que podía destrozarla, llevarla a un punto febril con solo un tirón de su boca o el arañazo de sus dientes. Él lo sabía todo sobre su cuerpo, cada forma de darle placer, y siempre lo hacía desinteresada e incondicionalmente. Siempre ponía su placer antes del propio. No era justo. Deseaba desesperadamente llevarle al mismo punto febril, inundarle con la misma ola de pasión, proporcionarle el tipo de éxtasis que él siempre le daba.

Le enredó los dedos en el pelo. Su boca y sus caricias habían enviado vibraciones que canturreaban a través de su sangre y aceleraban su pulso. Su útero se tensó, y sintió la familiar urgencia acumularse profundamente en su centro. Se obligó a sí misma a volver a controlar su puño cerrándolo sobre la sedosa y dura longitud de su erección, calentando deliberadamente el aire sobre él para distraerle.

A Barack el aliento se le quedó atascado en la garganta y se enderezó, echando la cabeza hacia atrás cuando la boca se cerró sobre él, la lengua se deslizó trazando círculos mientras mantenía firme la succión. Lo recompensó con un gemido, engrosándose incluso más.

El placer la atravesó. Mantenía la mente firmemente fundida con la de él, leyendo cada uno de sus pensamientos, cada imagen, ajustándose para empujarle a un placer aún más alto, hasta que él le aferró el pelo, empujó con las caderas impotentemente y se le escapó un gemido gutural de la garganta.

Sintió como el cuerpo se le tensaba, la ráfaga de fuego se propagó desde los dedos de sus pies a través de su cuerpo hasta la ingle. Le tomó más profundamente, encontrando el ritmo perfecto que hizo que se estremeciera y dijera lo que nunca antes le había oído decir.

—Me estás matando —susurró roncamente.

En el buen sentido, Syndil lo sabía. Su cuerpo entero reaccionó ante el conocimiento de que estaba empujando a Barack al borde mismo de su control. Quería destrozarle, hacerle lo que él le hacía a ella. El poder resultaba increíble, y la satisfacción todavía más. Estaba casi eufórica de felicidad, besando su camino hacia arriba por el estómago hasta su pecho, su garganta, urgiéndole, tan frenética por tenerle enterrado profundamente en su interior que no podía pensar en nada más que en complacerle... en complacerse a sí misma.

Se recostó en la nieve cubierta de pétalos de rosa, llevándole con ella. Piel presionada contra piel, corazones latiendo al mismo ritmo. Sintió el peso posarse sobre ella, sus manos duras en las caderas, su rodilla separándole los muslos. Él empujó con fuerza, entrando en su cuerpo, uniéndolos con una estocada feroz y primitiva. Le hundió las uñas en los hombros. El relámpago atravesó su cuerpo, y gritó de placer ahogado.

Se movió en ella, duras y seguras estocadas, llenando su vacío hasta que se sintió como si estuviera volando libre. El pelo de él se deslizó sobre su piel, una seda sensual acariciando sus pechos ya hipersensibles. Su cuerpo se tensó, los músculos se apretaron y agarraron mientras sus caderas se alzaban al mismo ritmo rápido de él. Se movió ligeramente, ajustando su posición, y las manos de él la agarraron con fuerza, manteniéndola abajo.

Al momento fue consciente de lo que la rodeaba, del hombre encima de ella. Syndil levantó la mirada a la cara, casi salvaje en su deseo, llamas rojas titilaban en las profundidades de sus ojos negros. Podía ver sus dientes, ya alargándose, los músculos claramente definidos en sus brazos.

Syndil intentó desesperadamente mantener la pasión que siempre parecía encerrada en su interior. Surgía en ocasiones, pero en alguna parte, de algún modo, justo cuando pensada que había conquistado sus miedos, una puerta se cerraba de golpe y reprimía sus necesidades, sus deseos físicos, tras un muro de terror. Luchó, luchó contra el creciente pánico, y el recuerdo de dientes mordiéndola, manos brutales haciéndola daño, de algo obsceno y antinatural desgarrándola, tomando su virginidad sin amor ni pensando en su inocencia.

Él había sido familia, alguien amado, pero la había atacado, desgarrándole la garganta, golpeándola, violándola de cada forma posible. Había luchado hasta que los huesos de sus manos estuvieron tan rotos que su carne quedó saturada de sangre y pensó en lo que le haría.

Este no era Savon, su atacante, este era Barack, el hombre al que amaba por encima de todos los demás. pero no podía separarlos a los dos. Barack cubría su cuerpo con el de él y la sujetaba. No podía respirar, no podía pensar, no podía oírle intentando consolarla, solo podía sentir el peso de él aplastándola, sentir el apretón de sus manos, el brillo de llamas rojas en sus ojos.

—Para —susurró la palabra, empezaban a formarse lágrimas en sus ojos. Su garganta se hinchó, amenazando con estrangularla—. Para. Dios, Barack, tienes que parar. — Su voz rayó la histeria cuando su control se hizo pedazos, su mente pareció fragmentarse y ya no pudo distinguir entre pasado y presente. Empezó a luchar mordiendo con fuerza, arañándole la cara, empujando su pecho.

Logró sangre antes de que él le atrapara las muñecas, seduciéndola y apartándola mientras se inclinaba. Le susurró algo, pero ella no pudo oírle, atrapada mortalmente como estaba en la ilusión de la que no parecía poder escapar.

Barack gimió y rodó alejándose de ella, para yacer boca arriba mirando los copos mientras estos caían del cielo. Se colocó un brazo sobre los ojos para ocultar su expresión, escudando su mente para que ella no pudiera ver la angustia y la frustración que le llenaban. Quería rugir de rabia a los cielos, pero se quedó en silencio, luchando por poner su cuerpo bajo control. La oyó contener un sollozo, y giró la cabeza hacia ella.

Brillaban lágrimas como diamantes en sus ojos, cayendo por su cara hasta la nieve que cubría el suelo.

—Lo siento, Barack, lo siento. ¿Qué me pasa? —Se cubrió la cara con las manos y lloró como si su corazón se estuviera rompiendo.

—Syndil, no te pasa nada. —Barack se puso de rodillas y extendió la mano buscándola, manteniendo sus movimientos lentos y gentiles—. Ven aquí conmigo, pequeña, déjame abrazarte.

Ella pudo ver los arañazos en su cara y el pecho, por el antebrazo, incluso un largo arañazo en su cadera. Diminutas golas de sangre perlaban su piel haciendo que pareciera como si hubiera sido atacado por un gato.

—¿Qué he hecho? —Avergonzada, intentó luchar, soltar su brazo—. Tengo que irme. No podemos hacer esto. Déjame ir, Barack. Volveré a la forma del leopardo y me quedaré en la tierra hasta que esto pase.

—No quiero oír eso. No vas a dejarme. Tienes un deber para con tu compañero, y no es el sexo. Te quedarás sobre tierra conmigo, en tu forma natural, ¿me has oído, Syndil? No espero nada menos de ti. —Esta vez no ocultó al hombre de los cárpatos. Dio una orden, y desnudó los dientes blancos para enfatizar que iba en serio.

—¿Por qué? ¿Por qué ibas a quererme? No puedo seguir haciéndote esto y vivir conmigo misma. ¿Cuánto más va a aguantar tu paciencia? ¿Cuánto más antes de que te vuelvas hacia otra mujer para las cosas que yo no puedo darte?

—¿Otra mujer? —repitió él, tan sorprendido por la sugerencia que lo demostró en la cara—. Syndil, hablas sin sentido. No hay ninguna otra mujer para mí. ¿Qué no me estás dando? Te hago el amor todo el tiempo.

me haces el amor. Yo debería corresponderte.

—Me correspondes —Se pasó una mano por el pelo oscuro, claramente agitado—. Solo tienes un pequeño problema con una posición. ¿Crees que eso me importa?

Ella no respondió, simplemente sacudió la cabeza, cubriéndose la cara firmemente con ambas manos. Las lágrimas se derramaron y sus hombros se agitaron mientras luchaba por respirar entre sollozos.

—Syndil, te amo. Tú eres mi vida. Tenemos años, siglos para arreglar esto. Tú eres la que me importa, no el sexo. —Le dio una pequeña sacudida—. Mírame, Syndil. Si nunca me dejas ponerme sobre ti, que así sea. ¿Por qué es tan importante para ti? No ves esa imagen en mi mente. A mí no me importa en qué posición hacemos el amor, ni ahora, ni nunca. Demonios, mírame.

Le cogió las manos y se las apartó de la cara, mirándola a los ojos.

—Te amo más que a la vida misma. Así que no podemos hacer el amor conmigo encima. ¿Es eso una especie de medalla roja al valor que te fuerza a colocarte en una posición en la que te sientes amenazada? ¿Honestamente, por un momento, has pensado que la posición es importante para mí?

Lo es para mí, susurró ella, agachando la cabeza.

—Me siento muy avergonzada de no poder amar a mi compañero como se merece. Puedo curar la tierra después de la peor de las batallas, pero no puedo curarme a mí misma. No puedo ser una pareja decente para ti. Lo intento tanto, Barack, realmente te deseo. Adoro el modo en que me haces sentir como si fuera la única mujer del mundo, como si nadie más pudiera complacerte, pero no puedo hacerlo.

El le pasó el brazo por los hombros y la arrastró contra él.

—Eres una idiota, Syndil. Me amas y eso es todo lo que importa. El resto son solo tonterías. Te haría el amor contigo de pie sobre mi cabeza si es fuera lo que quisieses de mí —Le cogió la barbilla para obligarla a levantar la cabeza—. ¿Realmente crees que no puedo mirar en tu mente y ver cuanto me amas?

—Pero tienes que suprimir tu propia naturaleza siempre, Barack.

Él estalló en carcajadas.

—Ser dominante y controlador no es siempre lo mejor, Syndil. ¿No crees que Darius ha suprimido en ocasiones ese lado suyo por Tempest, y que ella podría hacer que lo hiciera un poco más? Y Julian definitivamente tiene con trabajar con Desari. Lo mismo pasa con Dayan y Corinne. Está en nuestra naturaleza dar órdenes, pero vosotras sois la luz de nuestra oscuridad. La implacable dominación debe ser equilibrada por vosotras.

—Pero tú nunca eres como Darius, Barack. Te pones mandón... —se interrumpió, pero había esperanza en sus ojos cuando él le enmarcó la cara con las manos.

—Porque todos permitamos que Darius nos lidere eso no significa que no tengamos esos rasgos naturales. No los ves en mí porque no compartimos mentes. Darius es un fuerte sanador. Nos contentamos con su liderazgo. —Le lanzó brevemente una pequeña sonrisa—. Él hace la mayor parte del trabajo, y a mí eso me parece bien. Pero al final, todos tenemos los rasgos naturales que nos dictan. La cuestión, hermosa, es que tú, como mi compañera, me proporcionas equilibrio.

—¿Lo hago?

Él inclinó la cabeza para presionar un pequeño beso en cada párpado.

—Lo haces —la tranquilizó. Dejo un rastro de besos por su cara hasta la comisura de la boca—. Y lo agradezco. La oscuridad se extiende y luchamos contra ella cada día.

—Pero no está en ti... no como en los otros —dijo Syndil.

—A causa de ti. Incluso antes de establecer mi reclamo sobre ti, ya me proporcionabas equilibrio. Syndil, no eres solo mi compañera. Eres mi vida, mi único amor, mi mundo. Te conozco desde que eres un bebé, te he visto crecer hasta convertirte en una mujer increíble con un talento considerable. Mira lo que haces con él. ¿Quién más puede realizar un milagro semejante? —Le besó la punta de la nariz y rozó los labios contra los de ella, deslizando la lengua a lo largo de la comisura.—. Ya estaba enamorado de ti mucho antes de saber que eras mi compañera.

—¿Estás seguro, Barack? —Todavía había lágrimas brillando en sus ojos, pero sus labios se movieron contra los de él—. Tienes que estar seguro.

—Esa es la única cosa de la que estoy seguro. —Su boca encontró la de ella y la levantó gentilmente, colocándola sobre su regazo, esperando a que se posicionara sobre él como una vaina sobre una espada.

El aliento de Syndil se le quedó atascado en la garganta. La levantó, encajaba tan apretada, tan exquisitamente  que la sedosa fricción envió una vez más fuego a través de sus venas. En un momento estaba llorando, y al siguiente él la elevaba hacia los cielos. Entrelazó los dedos en su nuca y se echó hacia atrás, su cuerpo se movía con un ritmo familiar cuando empezó a cabalgarle. No podía imaginar como había pasado la vida sin él. Podía hacerla sentir hermosa y extraordinaria cuando estaba segura de que no lo era en realidad.

—Te amo, Barack —Se echó hacia atrás para mirarle a los ojos—. Realmente te amo.

La visión de ella le robó el aliento. Sus pechos llenos se balanceaban sensualmente, su pezones tiesos y duros en sexy invitación. Su pequeña cintura y sus caderas onduladas, los ojos soñolientos, la boca hinchada por sus besos.

—Lo sé —murmuró él, y dejó un beso en cada párpado. A penas podía hablar con el creciente calor que se alzaba tan rápida, tan ferozmente, que con cada ramalazo de placer más dominante era su posición. Deliberadamente compartió su mente, compartiendo lo que ella le hacía a su cuerpo al igual que a su corazón—. Tu eres mi vida, Syndil, y no quiero que lo olvides de nuevo.

Se movió con él, contrarrestando cada empuje, conduciendo el placer de ambos incluso más alto. Barack era su mundo y su aceptación lo significaba todo. Quizás no podía yacer bajo su cuerpo, pero podían disfrutar de otras posiciones excitantes y ella podía hacer todas y cada una de ellas.

Los brazos de Barack se cerraron posesivamente y un pequeño escalofrío le recorrió cuando ella no protestó, ni se apartó. Sus músculos le atraparon, apretando como un puño, tan resbaladiza, caliente y apretada que no pudo contenerse ni un segundo más. Echó la cabeza hacia atrás y gritó a la noche de alegría, sintiendo el cuerpo de ella estremecerse de placer alrededor del suyo. Por un momento ninguno de los dos pudo respirar con propiedad, o siquiera hablar... solo sentir.

Barack se recuperó primero, besándole la coronilla, la oreja y finalmente su suave boca.

—Te amo, Syndil.

—Estoy empezando a creer que realmente lo haces —dijo ella suavemente mientras se levantaba con su gracia acostumbrada. Le tendió la mano y él se puso en pie a su lado, un hombre alto y fuerte que la amaba lo suficiente como para darle espacio y tiempo.

Vistiéndose a la forma fácil de su gente, pasearon de la mano de vuelta entre la nieve hacia la pequeña cabaña. Ésta parecía un poco íntima, acogedora incluso, y Syndil aceleró el paso, llevándole con ella.

—¿Me ayudarás a cocinar algo, verdad? Corrine me aseguró que la receta que me había dado era rápida y fácil.

—Tengo mis dudas sobre eso —se burló él— pero estoy dispuesto a intentarlo.

Mientras recorrían el estrecho sendero hacia la cabaña, la sonrisa desapareció de su cara. Barack frunció el ceño y echó una mirada meticulosa alrededor, de repente la nuca le picaba de inquietud. Se detuvo antes de abrir la puerta de la pequeña cabaña, deslizando a Syndil tras él con un brazo.

—No me gusta la sensación que tengo. El silencio.

—Está nevando. Siempre hay silencio cuando nieva.

—Quizás. —Pero algo iba mal. Un roce dentro cuando había cerrado la puerta firmemente y la empujó lejos de la cabaña.

—Ponte a salvo, Syndil. Ocúltate en el bosque hasta que averigüe qué pasa.

—¿Los gatos están bien? —preguntó ansiosa.

—Estoy a punto de averiguarlo.

Ella le cogió de la cinturilla de los vaqueros, cerrando los dedos alrededor del borde.

—Tendré miedo aquí afuera sola. Voy a entrar contigo. Incluso si algo espera ahí, prefiero estar contigo y saber qué está pasando.

Él maldijo por lo bajo por ser tan débil. No podía negarle nada cuando tenía miedo.

—Quédate detrás de mí, Syndil, y haz exactamente lo que yo diga.

Ella asintió y se acercó más.

—¿Sientes a un vampiro?

Él sacudió la cabeza. Sentía peligro... problemas... algo fuera de sincronía.

—No en armonía —dijo Syndil de repente, quedándose muy quieta. Apretó la garra sobre sus vaqueros—. En la casa. Los gatos. Los busco y están... enloquecidos.

Él se dio la vuelta, acercándola para tranquilizarla.

—Está bien, cielo —Sentía a los leopardos rondando entre las paredes de la cabaña, encolerizados por alguna razón que él no podía definir. Intentó alcanzarlos como llevaba haciendo desde que eran jóvenes, calmarlos, pero ninguno respondió. Tenía que meternos en la jaula, por su seguridad y por la de cualquier persona que entrara en contacto con ellos, hasta que pudiera averiguar qué pasaba.

Se deslizó dentro por debajo de la puerta, flotando como vapor, arremolinándose a través de las habitaciones hasta que encontró a los felinos, muy consciente de que Syndil estaba justo tras él en la misma forma.

Forest, el macho, esta estirado sobre la cama, mientras Sasha, la hembra, paseaba inquietamente. En el momento en que entró en el dormitorio, Sasha reaccionó, gruñendo, mostrando sus dientes, sacudiendo la cola mientras paseaba, sus ojos atravesaron la habitación cuando detectó su presencia. Forest lanzó su cuerpo desde el sofá, pasando de una posición de ataque inminente a una de ataque absoluto, arañando el vapor insustancial en un esfuerzo por llegar hasta Barack.

Él se apartó, saliendo de su alcance, intentando empujar la mente del felino de vuelta a la cordura. Los leopardos eran famosos por su genio, pero este comportamiento salvaje estaba fuera del carácter de ambos felinos. Los leopardos habían estado con los Trovadores desde su nacimiento y nunca se habían comportado así. Sasha seguía mirando hacia la ventana, como si pensara que podría atravesar el cristal para escapar.

Les pasa algo terrible, le dijo a Syndil. No puedo controlarlos.

Syndil permaneció en silencio, escuchando a la tierra. Hay un flujo sutil de poder... de energía. Altera a los leopardos. Hay demasiados cárpatos aquí. La mayoría probablemente utiliza energía para cambiar y otras tareas. Quizás los gatos son demasiado sensibles para estar aquí.

Quizás. Barack lo dudaba, pero iba a enjaular a los animales. Voy a hacer que me sigan a las jaulas. No puedo dirigirlos adentro, así que tendré que engañarlos.

¿Cómo vas a hacerlo? Había miedo en su voz.

Utilizándome a mí mismo de cebo.

Syndil contuvo el aliento agudamente, luchando por contener la protesta que fluía. Eso me temía. Ten cuidado, Barack.

La tocó mentalmente, su vapor rodeó el de ella solo un momento como si pudiera rozarla para tranquilizarla. Barack brilló tenuemente hasta su forma humana justo bajo la nariz de la hembra, cambiando otra vez casi inmediatamente y flotando a través de la casa, conduciendo a los gatos hacia el dormitorio más pequeño, donde guardaban las recias jaulas de viaje.

Extendió el brazo para abrir la puerta de la jaula, cambiando solo unos segundos para poder utilizar su mano. Forest saltó, arañando el brazo de Barack  antes de que Barack pudiera volver a cambiar a neblina. Flotó hacia la parte de atrás de la jaula, conduciendo dentro a los dos leopardos. Le siguieron, arañando hacia él.

Tras ellos, él ondeó para cerrar la puerta. Ambos se lanzaron contra los barrotes, gruñendo una protesta. Barack no esperó a que se tranquilizaran, envió un mensaje a Darius y los demás miembros de la banda antes de tomar su forma natural.

Syndil ya estaba extendiéndose hacia él, pasándole los dedos por el brazo, inclinándose hacia él para utilizar su saliva para sanar las heridas.

—Tienes que ser más rápido —le dijo, sus grandes ojos le castigaban.

Una lenta sonrisa iluminó la oscura mirada de él.

—No sé, corazón. Entonces no habría tenido tu boquita sexy sobre mí, ¿verdad? —Sus cejas se arquearon.

—De hecho, si, probablemente.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary