Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



martes, 31 de mayo de 2011

REUNION OSCURA/CAPITULO 6

CAPÍTULO 6


Darius Daratrazanoff miraba encolerizado a su compañera mientras ella muy certeramente tiraba varias bolas de nieve, acribillándole la cara y el pecho.

—Tempest, te estoy dando una orden directa. ¡Vuelve aquí ahora mismo!

Tempest amasó la siguiente bola apretada y se la lanzó a la cara.

—Tú y tus estúpidas órdenes directas —Se echó atrás el pelo rojo cubierto de copos de nieve y soltó un resoplido de desdén—. Honestamente, Darius, no soy uno de tus hermanos o hermanas que hacen todo lo que les dices. Te burlaste de mí, serpiente. Solo porque hiciera explotar el horno eso no significa que no pueda cocinar —Tiró otro misil bien amasado, huyendo mientras lo hacía—. Retíralo.

—No puedes cocinar, ¿y a quién le importa? Seguro que a mí no. El horno, sin embargo, abrió un agujero bastante grande en la casa y tengo que repararlo, así que vuelve aquí donde pueda vigilarte.

—Retíralo.

—Por amor de Dios, cielo, incendiaste la casa. La cocina entera está negra. ¿Qué creías que estabas haciendo?

—El horno no estaba funcionando bien así que lo arreglé.

Darius esquivó otra bola de nieve.

—Tempest, no está arreglado. Hay un agujero del tamaño de nuestro autobús en la pared y la cocina está negra de hollín. Fuera lo que fuese ese pegajoso brebaje púrpura que estabas haciendo, ahora está sobre el techo y las paredes.

—De acuerdo. —Ella levantó las manos, con indignación en la cara—. Eso no fue del todo culpa mía. El horno hizo un cortocircuitó y abrió un agujero en la cazuela y envió bayas por todo el techo y las paredes. No tuve nada que ver con eso. Y si me lo preguntas a mí, probablemente tuvo algo que ver con el calentador del horno que se fundió también. Así que retíralo —Recogió nieve a la carrera y la amasó en armas.

—Incluso si el horno hiciera cortocircuitó, eso no quita el hecho de que no puedes cocinar. Nunca has sido capaz de cocinar. Ni siquiera cuando te valías por ti misma. Y si sigues adelante y te pierdo de vista, te perderás instantáneamente. Sé que no tienes absolutamente ningún sentido de la dirección.

Las cejas rojo doradas de ella se unieron en un furioso ceño.

—Primero me acusas de volar la casa e incendiar la cocina. Después me dices que no puedo cocinar, ¡y ahora dices que no tengo ningún sentido de la orientación!. Tengo un sentido de la orientación perfectamente afinado.

Darius levantó la mirada al cielo para ver si un relámpago estaba a punto de golpear a su compañera. Cuando ninguno se aproximó, soltó el aliento y cambió de tema, temiendo que si continuaban y ella decía más embustes como ese último, tendrían relámpagos para toda una vida.

—¿Para qué era la salsa púrpura que está sobre las paredes?

—Pastel de bayas. Hice como diez de ellos y han volado. —Le miró suspicazmente—. ¿No has estado trasteando con el horno ni le has dicho a nadie que lo hiciera, verdad?

—No me he acercado a esa cocina. Fue una idea ridícula. Te dije que si querías hacer esas estúpidas cosas, miraría la receta y las reproduciría para ti.

—La idea era cocinar, listo, ya sabes, como un humano.

—Fue una idea estúpida, Tempest —dijo él con persistente paciencia—. Ahora ven aquí en este mismo momento. —Estaba empezando a sentirse un poco desesperado. Su compañera parecía la única capaz de hacerle sentir así. Había veces, como ahora, en que enfrentaría a un vampiro en vez de a Tempest. Estaba entre lágrimas y risas y eso nunca era buena cosa.

Había sido una humana independiente casi toda su vida antes de que él la convirtiera,  y él había sido el comandante único la mayor parte de la suya. Había sido responsable de la seguridad de su familia durante mucho tiempo, las urgencias protectoras no podían ser suprimidas. En realidad, no habría deseado hacerlo. Tenía un buen sistema de alarma y éste le estaba chillando ahora mismo. Intentó inyectar gentileza en su voz.

—¿Cariño, de veras nos importa tanto esta cena? Ni siquiera vamos a comerla.

Todas las mujeres llevan un plato —Gesticuló a través de la nieve hacia la casa. —Y crees que Barack y Julian van a guardar silencio sobre este enorme desastre? Nunca dejaré de oír hablar de ello.

Darius maldijo por lo bajo. Iba a tener que intentar algo diferente, inesperado, para tomarla completamente por sorpresa si iba a hacerla cambiar de humor. Rompió a correr hacia ella, recogiendo nieve mientras corría, dando forma a los copos en misiles sueltos redondeados. Los ojos de Tempest se abrieron con sorpresa cuando él le disparó su munición, cambió de forma a la carrera, su pequeña y compacta figura tomó la forma de un leopardo de las nieves. Suave pelaje gris adornado con manchas negras cubrió el cuerpo compacto y musculoso y la larga cola.

—¡Tempest! ¿Qué estás haciendo! —llamó bruscamente, su mirada negra se movió inspeccionando la zona alrededor. A menudo, cuando escaneaba, no podía encontrar peligro, pero no podía sacudirse del todo la inquietud, la necesidad de mantener cerca a su compañera. Su estúpido intento de jugar le había salido por la culata. El humor de ella era mercurial últimamente, pasando de un extremo a otro del espectro.

El leopardo miró hacia atrás y salió corriendo, las largas patas peludas le hacían fácil correr a través de la nieve, y peor aún, con la forma que había escogido, poderosas patas la ayudaron a recorrer una distancia de diez metros o más con facilidad. Saltó al aire, cambiando mientras lo hacían, el leopardo de las nieves macho aterrizó en el lado más pronunciado de la cuesta lejos de los árboles para seguir atentamente el rastro de la hembra. Era un buen treinta por ciento más grande, y utilizó su tamaño para empujarla en la dirección por la que quería que fuera.

La hembra gruñó, mostrando sus dientes. Dentro del cuerpo del felino, Darius frunció el ceño. Podría haber jurado que, a pesar de que el leopardo mostraba temperamento, profundamente en su interior ella estaba llorando.

Tempest. Cuéntame. Seguramente esos pasteles no eran tan importantes. Cuéntame que te tiene tan molesta. Frotó su pelaje a lo largo del de ella mientras cambiaba de vuelta a su forma humana, sentándose en la nieve, sujetando al leopardo hembra en su regazo. Los dientes estaban solo a centímetros de su garganta cuando la miró a los ojos, viendo más allá del felino a su pareja. Tú eres mi vida. Tempest. Sabes que no soporto verte molesta. Esto no puede ir más allá de mi capacidad para arreglarlo.

El felino cambió entre sus brazos, el cálido pelaje dio paso a suave piel deslizándose sobre la de él y una mata de pelo sedoso cayó sobre su cara. Tempest le rodeó el cuello con sus brazos esbeltos.

—No sé, Darius. No sé que va mal, pero quiero llorar todo el tiempo.

Él sintió un pequeño estremecimiento bajar por su espina dorsal y la abrazó más, regulando automáticamente la temperatura de sus cuerpos para que no sintieran el frío. Sus dedos se cerraron entre el pelo rojo.

—¿Desde cuando pasa esto y por qué yo no lo he sabido?

—Porque es una estupidez, Darius. Nada va mal. —Se frotó la cara contra el pecho de él como un felino, como si restos del animal todavía se aferraran a la mujer—. No estoy acostumbrada a estar con gente, así que quizás solo esté nerviosa.

Él le tocó la cara y encontró lágrimas. El corazón se le estrujó en el pecho. Darius tomó un profundo aliento y lo dejó escapar.

—Voy a echarte un vistazo, Tempest. No sabemos lo que la conversión podría haber hecho a tu cuerpo. Quizás estés enferma.

Ella giró la cara en su cuello.

—Quizás si. No me siento muy bien.

Él frunció el ceño y le apartó el pelo de la cara.

—No quisiste alimentarte esta noche. Creo que esto es por esa cena. ¿Después de todo este tiempo, todavía te molesta?

—No cuando lo tomo de ti, no —admitió ella—. Solo estoy cansada, eso es todo. Cansada y descolocada, supongo.

—No deberías haber intentado ocultarme esto —dijo él.

—No quiero que te preocupes por mí, como estás haciendo ahora. Todo este tiempo has estado mirando alrededor, buscando en la tierra, en los cielos, en los árboles, como si esperaras problemas. Ya tienes suficiente solo ocupándote de la seguridad.

—Cualquier cosa que te preocupe es siempre y por siempre mi primera prioridad, Tempest —Le apartó brillantes mechones rojos de pelo de la cara—. Sé que ajustarte a nuestra forma de vida ha sido duro para ti.

Ella sacudió la cabeza.

—Fue mi elección, Darius. Quería estar contigo. Te elegí a ti y a tu forma de vida por mí misma. Tú habrías elegido otra cosa para mí... para nosotros. He llegado a querer a los demás, Desari y Julian, Dayan y Corrine, y Barack y Syndil, y me estoy acostumbrando a tenerlos alrededor, pero esto. —Ondeó la mano para abarcar las montañas cubiertas de nieve y el bosque donde todas las casas quedaban ocultas a ojos curiosos—. Esto me sobrepasa.

Él le pasó la yema del pulgar adelante y atrás por la mejilla.

—No tenemos que participar, pequeña. Podemos alejarnos de esto... irnos lejos y estar simplemente juntos. Creía que querías venir.

—Quería —Su labio inferior tembló y sus ojos se llenaron de lágrimas—. Creía que quería.

Él inclinó la cabeza para capturar su boca.

—No llores, Tempest. Preferiría sentir el calor de tu genio. Tus lágrimas me rompen el corazón.

Ella intentó una suave risa en medio de su beso.

—Las lágrimas son normales.

—No en ti. Es más probable que me tires una bola de nieve muy dura y me lances insultos que llores.

La besó de nuevo, y Tempest pudo saborear su desesperada necesidad de consolarla. La avergonzaba no poder dejar de desear llorar... y eso no era propio de ella. Quería acurrucarse en un agujero y echar tierra sobre su cabeza. Quería aferrarse a Darius, otro rasgo muy impropio de ella. Él simplemente la abrazó, meciéndola gentilmente como si fuera una niña, y cuando levantó la mirada hacia su cara, los ojos negros se movían inquietos... incesantes en su vigilia en busca de peligro a su alrededor.

—Esto es tan hermoso, Darius, no parece posible que estemos en peligro. Desearía que pudieras relajarte y simplemente disfrutar de la vida... incluso si es solo por un día o dos mientras estamos aquí.

Él le tocó una lágrima vagabunda con la punta del dedo y se la llevó a la boca. Tempest encontró el gesto curiosamente sexy. Su estómago dio un curioso vuelco... una sensación a la que se estaba acostumbrando. Secretamente encontraba a Darius el hombre más sexy y más atractivo del mundo, pero no iba a dejar que lo supiera... no con sus modales mandones.

—Estoy relajado. Estar vigilante no significa no poder relajarse. Quiero examinarte, Tempest. No porque crea que algo va mal, solo para que ninguno de los dos se preocupe.

Una lenta sonrisa sustituyó a las lágrimas.

—Quieres decir que estás preocupado. Adelante entonces. No me gusta que te preocupes por culpa mía. —Era el ser más protector con el que nunca en su vida se había cruzado. Darius a penas soportaba que se apartara de su vista. Si tuviese algún tipo de extraña enfermedad, nunca tendría un momento sin Darius a su lado. Incluso cuando la banda tocaba y él estaba trabajando en la seguridad, mantenía a Tempest a su lado. Si necesitaba aliviar su mente examinándola, por ella estaba bien.

Darius no perdió el tiempo, su cuerpo simplemente se separó de su espíritu de forma que se movió en completa libertad, una ardiente luz de pura energía entrando en ella fácilmente. Darius se tomó su tiempo, comprobando su sangre, su corazón y pulmones, moviéndose más abajo... Por primera vez en su vida perdió la concentración y se encontró de vuelta en su propio cuerpo, rompiendo a sudar, con el corazón palpitando. La miró, con pánico en los ojos.

—¿Qué es?¿Qué va mal?

El corazón le atronaba en los oídos. Ella parecía tan ansiosa, sus ojos estaban enormes, pero habían en ellos tanta confianza que eso le tranquilizó como nada más podía hacerlo.

—Nada va mal. De hecho todo está bien —Robó otro aliento profundo y tranquilizador, aferrando sus muñecas, sujetándola firmemente contra su pecho. ¿Qué sabes de bebés?

—¿Bebés? —Tempest se retiró, sacudiendo la cabeza en negativa inflexible—. Absolutamente nada y así se va a seguir. Ni siquiera he cogido nunca un bebé. Darius, no tuve exactamente padres que me enseñaran qué hacer, así que si sientes un anhelo repentino de tener hijos vas a tener que pensar en encontrar otra compañera. Por supuesto, entonces empezaría inmediatamente a arrancarte partes del cuerpo, pero qué demonios. No lo necesitarías todo para otra mujer, ¿verdad?

—Nuestras mujeres siempre saben cuando pueden quedarse embarazadas...

Al cejas de ella se alzaron.

—¿Cómo?

Él se encogió de hombros, con aspecto confuso.

—No sé. Supongo que lo comprueban. Debería haber sido consciente de tu ciclo reproductor.

—¿Ciclo reproductor? —Había horror en su tono—. Yo no tengo un ciclo reproductor. Eso es simplemente asqueroso. ¿Los cárpatos no practican control de natalidad? Creía que podías controlar eso. Controlas todo lo demás.

—Si prestamos atención.

—Bueno, pues empieza a prestar atención. Si puedes controlar el tiempo y llamar al relámpago indudablemente puedes evitar que tengamos bebés. Yo soy mecánico. Arreglo cosas. Cada vez que Corrine viene con su bebé, yo salgo por la puerta trasera, o no lo has notado.

Darius se las arregló para tomar otro largo aliento de aire frío. Reafirmó su apretón sobre Tempest.

—He vivido durante siglos, y en todo ese tiempo, nunca he pensado ni una sola vez en nacimientos o bebés. Una vez te encontré, en todo en lo que podía pensar era en el milagro que eras para mí, no en comprobar ciclos.

Tempest se encogió de hombros.

—Yo tampoco pensé en ello. Así que ahora seremos cuidadosos.

—Es un poco tarde para tener cuidado.

Se hizo un pequeño silencio. Tempest se echó ligeramente hacia atrás para mirar a sus oscuros ojos.

—¿Qué estás diciendo?

—Estás embarazada de nuestro hijo —anunció Darius.

Ella le empujó con fuerza, saliendo de su regazo para alejarse tambaleándose, luchando por ponerse en pie, con las manos en las caderas, mirándole furiosa.

—De acuerdo. Esto no tiene gracia. Nada de bebés, Darius. Y no estoy de humor para que bromees sobre eso —Le señaló con un dedo tembloroso—. Nunca, ni una sola vez, dijiste que quisieras hijos.

—Tempest, nunca se me ocurriría bromear sobre algo tan importante. Llevas a nuestro hijo. Lo vi en tu cuerpo, acurrucado a salvo y sano, creciendo día a día. Debería haber sido consciente instantáneamente, pero he estado más preocupado por nuestra seguridad y no consideré que algo semejante pudiera ocurrir.

Ella retrocedió, pareciendo aterrada.

—No puedo tener un bebé, Darius. De veras. No puedo ser madre. Soy un desastre. —Sacudió la cabeza—. Estás equivocado. Tienes que estar equivocado, eso es todo.

Darius se sentó en la nieve evaluándola con una ceja arqueada.

—Muy raramente cometo errores, Tempest, y ciertamente no de esta magnitud. Me sorprende no haber notado nunca el latido del corazón. Es muy fuerte. Obviamente tengo que estar más vigilante en lo que a ti concierne.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¡Darius! Se supone que las mujeres de los cárpatos no se quedan embarazadas tan fácilmente. Yo sería cárpato después de atravesar la conversión.

—Pequeña —Su voz era baja, una tranquilizadora caricia aterciopelada—. Por supuesto que estás embarazada. Eso lo explica todo.

—¿Todo?

—Tu humor cambiante, las lágrimas, el temperamento. He oído que es fácil que ocurran accidentes como el de la cocina.

—Oh, si, ¿verdad? —Apretó los dientes—. Va a haber otro accidente aquí mismo, Darius. Yo no tengo cambios de humor. En cuanto al temperamento, eres imposiblemente mandón y eso hace de lo más fácil que una persona pierna el juicio.

—Compruébalo tú misma.

Su tono tranquilo y firme la hizo rechinar los dientes. Solo por una vez le gustaría que estuviera equivocado... y este era el momento perfecto para ello. Necesitaba que estuviera equivocado. Seguramente lo sabía si fuera a tener un bebé, ¿no? Y él lo habría sabido. Lo sabía todo. Tempest tomó un profundo aliento y abandonó el mundo físico a su alrededor.

Allí estaba. Un diminuto corazón latiendo, poco más que eso, pero definitivamente una nueva vida. Tempest observó con total asombro y temor reverencial. Esta diminuta criatura vivía dentro de ella. Una parte de ella... parte de Darius.

—¿Cómo no lo supe?

Era apenas consciente de que Darius estaba a su lado, envolviendo los brazos a su alrededor y sujetándola.

—Debería haberlo sabido —dijo él gentilmente—. Era mi responsabilidad cuidar de tu salud siempre. Estaba demasiado ocupado preocupándome por nuestros enemigos, no se me ocurrió pensar en embarazos, pero debería haberlo hecho.

Se apoyó en él, murmurando en voz alta, más para sí misma que para él.

—¿Qué demonios vamos a hacer? No tengo ni idea de cómo cuidar de un bebé? —Le miró, temiendo ser feliz, temiendo el amor y la alegría que ya estaban creciendo—. Me conoces, Darius. Aparte de a ti, nunca me he sentido apegada a nadie.

—Eso no es completamente cierto. Estas apegada a los otros miembros de la banda. Puedo sentir tu afecto por ellos.

—No es lo mismo que tener un hijo. Podría dejarlo caer. Y no tengo ni idea de como ser una cárpato, y menos una madre cárpato. Esto es tan escalofriante. ¿Qué vamos a hacer? —Aferró su mano, sintiéndose desesperada.

—Supongo que tener un bebé —Dejó un rastro de besos ligeros como plumas por su cara hasta la comisura de su boca—. Podemos hacer cualquier cosa juntos, Tempest. Hasta que el bebé esté aquí, podemos hacernos a la idea.

—¿No estás asustado? ¿Ni un poquito, Darius?

—Mantuve vivas a Desari y Syndil. Lo haremos bien.—Pocas cosas le aterraban. La posibilidad de perder a Tempest era la única cosa que podía pensar así de improviso que lo conseguiría. Nunca había pedido ni una sola cosa en su larga y difícil vida, hasta que ella llegó. Con su brillo, era un milagro para él. Estaba tan viva... su humor mercurial, su risa con frecuencia contagiosa. No había existencia sin ella y no la perdería, ni por un enemigo, ni por accidentes y ciertamente no en el parto.

Ella estaba temblando.

—Creía que la conversión acabaría con todo eso. Quiero decir, ya no tengo la regla así que simplemente dejé de pensar en ello. Y parecía que nadie nunca se quedaba embarazado. Corrine estaba embarazada antes de convertirse en la compañera de Dayan. ¿Y no hay alguna especie de tiempo muerto para los novatos?

—Parece ser que no.

—Ni siquiera estás molesto —acusó ella—. Tú eres el hombre. El hombre siempre se molesta cuando la mujer se queda embarazada. Es prácticamente una tradición.

La cara de él siempre parecía esculpida en piedra, una cara rudamente sensual sin expresión y con ojos que eran fríos y duros y contenían la promesa de muerte... hasta que la miraban. Tempest adoraba la lenta sonrisa que ocasionalmente curvaba su boca e iluminaba sus ojos. Especialmente adoraba la forma en que se le veía ahora... con amor caldeando el frío y bañándola de calidez.

Sus pulmones encontraron el ritmo de los de él. Su corazón latió en perfecta armonía con el de él.

—¿De verdad no tienes miedo, Darius?

Él sacudió la cabeza.

—Esto será algo bueno. Nuestro hijo crecerá con la hija de Dayan. Nunca estarán solos. Es importante, especialmente si eres un hombre, así hay alguien con quien puedes contar... con quien tienes un fuerte vínculo. Con el paso de los años, algunas veces solo la amistad recordada nos hace mantener nuestro honor cuando estamos sin una compañera.

—No le digas a nadie que tengo tanto miedo. Tiene que haber libros sobre maternidad. Simplemente me sentaré y leeré.

Él se llevó sus manos a la boca y presionó besos a lo largo de sus nudillos.

—Estás temblando. Deberíamos volver a la casa.

—¿Quieres decir antes de que alguien note el enorme agujero en la pared? —Se las arregló para formar una sonrisa. Se apartó de él y salió corriendo confiada, caminando de vuelta en dirección a la casa, con los hombros rectos, la cabeza en alto, decidida a compensar todos sus defectos. Si Darius podía manejar lo de tener un bebé, entonces ella también. Por supuesto, no iba a tocarlo hasta que tuviera al menos tres años de edad. Se mordisqueó nerviosamente el labio inferior y volvió la mirada hacia Darius. Estaba de pie allí sacudiendo la cabeza.

—¿Qué? ¿Estás leyendo mis pensamientos de nuevo? Te dije que no lo hicieras nunca. Ya es bastante malo tener que seguir el hilo de mis pensamientos. Y es absolutamente justo que manejes tú al bebé hasta que tenga tres años, y después yo me ocuparé.

—¿De veras? —Le cogió la parte de atrás de la chaqueta y tiró para darle la vuelta—. La casa está en dirección opuesta. Ese camino conduce a lo profundo del bosque.

—Ya lo sabía. Solo me estaba asegurando de que estabas al tanto de las cosas. —Le sonrió abiertamente—. La nieve es un poco desconcertante.

Él le tomó la mano y la condujo en la dirección correcta.

—He notado que has dicho "él". ¿Crees que tendremos un niño?

—Si vamos a seguir con esto, Darius, tiene que ser un chico. Definitivamente no sabría que hacer con una chica. Y la pobrecita sería una prisionera. Nunca la dejarías apartarse de tu vista y asustarías a cualquier jovencito que se acercara a ella.

Él gruñó bajo en la garganta, y Tempest estalló en carcajadas.

—¿Ves? Solo la idea te irrita.

—Yo nunca me irrito. Es una completa pérdida de energía.

Tempest se colocó delante de él, deteniéndose tan bruscamente que su cuerpo chocó con el de ella. Una brazo esbelto le rodeó el cuelo y se inclinó para presionar sus suaves pechos contra el pecho de él, y alzó la boca. Su pelo largo se derramó sobre el brazo de él cuando instantáneamente respondió, cerrando los dedos alrededor de su nuca para sujetarla, profundizando el beso hasta que pensó que podrían derretir toda la nieve alrededor. Se apartó, con los ojos chispeando hacia él.

—Te irritas.

El corazón de Darius le golpeaba con fuerza en el pecho, una sensación que solo Tempest parecía provocar.

—Alrededor de ti quizás.

Esta vez ella le esperó, tomando su mano de nuevo para que pudieran volver a pasear por la nieve que caía gentilmente hacia la casa.

—Alguien se acerca —anunció Darius cuando emergían de los árboles al claro donde estaba la casa. Inhaló profundamente—. Es el príncipe. Quédate detrás de mí, Tempest.

Tempest dejó caer hacia atrás un pie, poniendo los ojos en blanco ante lo que consideraba una protección innecesaria. Deslizó la mano en el bolsillo trasero de Darius. Yo creía que el príncipe era el líder de los cárpatos. ¿Se supone que debemos temerle?

El gruñido de advertencia de Darius se fundió con suave risa. Volvió la mirada hacia ella. No le conozco como los demás y prefiero asegurar tu seguridad. Se giró para saludar al príncipe, que parecía estar inspeccionando la pared dañada.

—Mikhail, estaba a punto de arreglar la casa.

El príncipe arqueó una ceja negra.

—¿Debería preguntar qué ha pasado?

 —Mejor no —aconsejó Darius—. Algunas cosas es mejor que queden como misterios. Dame un minuto para reparar el daño y podremos entrar, dejando la intemperie, para la visita.

—El agujero parece más grande de lo que recordaba —Tempest se asomó alrededor de Darius para fruncir el ceño hacia la ruina ennegrecida de la cocina—. Creo que alguien ha estado aquí aumentando los destrozos. No tenía este aspecto cuando lo dejamos —Lanzó una sonrisa tentativa al príncipe—. La casa es realmente agradable. Gracias por prestárnosla.

Mikhail se giró para evitar que la pareja viera la risa en sus ojos. La idea de Raven de hacer que los cárpatos cocinaran la cena para los invitados de la posada se estaba volviendo más divertida de lo que había esperado.

—Raven y yo estamos más que felices de prestaros una de nuestras casas. Espero que os podáis quedar para una larga temporada y quizás ver este lugar como vuestro hogar cuando no estéis viajando.

—Gracias —dijo Darius cortésmente, sin comprometerse a nada.

Con las manos en las caderas, Mikhail miró fijamente el agujero abierto en la pared de una de sus moradas más adoradas—. Siempre había deseado un pequeño hueco aquí. Creo que la habitación era demasiado cuadrada y necesitaba una zona de conversación íntima.

Darius asintió.

—Creo que tienes razón y es muy fácil de hacer. ¿Es esto lo que tenías en mente? —Ondeó las manos y los costados de la casa cambiaron a una serie de curvas.

Mikhail estudió la estructura y asintió.

—Algo así. Más en esta línea. —Aumentó las curvas, haciéndolas más serpentinas, haciendo que la casa pareciera una serpiente gigante—. ¿Qué te parece?

Tempest sacudió la cabeza mientras los dos hombres remodelaban la cocina, a ella le parecía más una competición que una reparación. Suspiró y se frotó la mano sobre el estómago. La idea de tener un hijo nunca se le había ocurrido. Después de haber pasado por la conversión y de que sus funciones biológicas normales hubieran cesado, simplemente no dedicó ni un pensamiento al control de natalidad. Había sido un error estúpido, y uno que no podía retirar.

Darius parecía conforme con la idea, quizás incluso complacido, pero a él nunca nada le sorprendía. Era un hombre peligroso y letal, absolutamente confiado en sus habilidades, y la confianza era nacida de la experiencia. Ella había estado huyendo la mayor parte de su vida. No tenía familia y no sabía nada de niños.

Lo haremos bien. Darius rozó su mente con las palabras como dedos acariciantes, su voz fue tan suave y cálida que le sintió dentro de ella.

No si sigues cambiando la casa. Me está mareando, por no mencionar que es feo. Deja de competir y entra ¡Jesús! Parecéis un par de colegiales.

Darius se aclaró la garganta.

—A Tempest le gustaría entrar. Esta forma en particular es aborrecible, pero podemos vivir con ella por el breve tiempo que pasaremos aquí si es eso lo que deseas.

Mikhail rompió a reír.

—Es aborrecible. Raven creería que he perdido la cabeza. No podría resistirlo.

Darius tomó la mano de Tempest, su pulgar dejó una sutil caricia sobre la muñeca interna mientras entraban en la casa.

—Espero que no estés aquí para comprobar como progresa lo de cocinar. No estamos preparados del todo para la celebración de esta noche.

—No tengo interés por la cocina, aunque creo que a los demás no les va mucho mejor que a vosotros dos. Solo me he dejado caer para saber tu opinión sobre un par de cosas.

Darius dirigió a Mikhail hacia la silla más confortable.

—¿Qué puedo hacer por ti?

—Bueno, antes de que entremos en cuestiones más serias, creo que podría gustarte saber que Raven ha decretado que alguien debe hacer de Santa Claus.

Darius se tensó, pero su cara permaneció inexpresiva.

—El hombre jovial del traje rojo.

—Exactamente. Puedo ver que tu reacción se parece mucho a la mía. Afortunadamente, tengo un yerno y siento que es su deber ocuparse de esta.... —Se detuvo buscando la palabra correcta.

Algo muy cercano a la diversión titiló en las profundidades de los ojos de Darius.

—Honorable tarea —añadió.

Mikhail asintió.

—Yo no podría haber encontrado una descripción mejor.

—Estaré más que feliz de acompañarte cuando le digas a mi hermano mayor que vas a otorgarle tal privilegio.

—Aunque parezca mentira, algunos de los otros quieren estar allí también.

Tempest miró de una cara solemne a la otra.

—¿Estáis ambos locos? Ese hombre asustaría al mismísimo diablo.

—Eso es lo que dices sobre mí.

—Bueno, tú también podrías —señaló Tempest—. Pero él mas; y tú no vas a hacer de Santa para un montón de niños.

—Y sinceramente lo agradezco —dijo Darius. La diversión desapareció de sus ojos cuando continuó estudiando la cara de Mikhail—. Estás preocupado, y no porque mi hermano haga de San Nick. ¿Qué pasa?

—Estoy inquieto por la reunión de nuestras mujeres en un lugar. Aunque creo que es buena idea para todos el reunirnos, se me ha ocurrido que nuestros enemigos averiguarán que no requeriría mucho esfuerzo barrer a nuestra especie.

Darius asintió.

—Hay muy pocas mujeres y niños. Deshazte de ellas y los hombres no tendrán esperanza. Muy pronto el caos reinaría y muchos elegirían vivir como el no—muerto a la muerte.

Mikhail asintió.

—Eso me temo. Tuvimos un incidente hace unos minutos en los bosques. Una sutil influencia que ninguno de nosotros sintió inmediatamente. Skyler intentó seguir el camino de vuelta hacia el remitente, pero notaron que iba tras ellos y se suspendió. Pero ahora tienen un camino directo hasta ella.

—¿Las otras mujeres? —Darius ya estaba comprobando y advirtiendo a Desari y Julian, Dayan y Corrine y por último, Barack y Syndil. Cada uno respondió con un rápido toque que le aseguró que no había amenaza sobre ellos en ese momento y que entendían que había que ser cuidadoso y estar alerta.

—No ha habido otros incidentes y he enviado hombres en avanzadilla a la posada para espantar a nuestros enemigos, pero debemos estar vigilantes y mantener a nuestras mujeres y niños cerca y protegidos.

¿Como si todos no lo hicierais ya? Genial, te está dando más munición para que te pongas mandón.

Darius la ignoró.

—La niña... Skyler. ¿Está a salvo? Gabriel y Lucian son mis hermanos de sangre. Skyler es pariente consanguínea.

—Todos nos ocuparemos de su seguridad. Probablemente no recuerdes a Dimitri... era mucho mayor que tú... pero ha vuelto de Rusia y es el compañero de Skyler. Es una complicación que no esperábamos.

—Gabriel se muestra protector con ella.

—Si, lo es... como debería ser. Ella es de valor incalculable para nosotros —Mikhail se inclinó hacia él—. Sé que has estado hablando con Gregori, Francesca y Shea sobre como mantuviste vivos a los otros niños después de la masacre. Eran solo bebés. Tú a penas tenías seis años.

—Desafortunadamente, no recuerdo mucho. Fue hace siglos. estábamos en otro continente, en un mundo que no nos era familiar. No recordaba mucho de mi tierra natal aparte de la guerra y la masacre. Inadvertidamente inspiré un miedo en los demás hacia estas montañas y evitamos completamente la zona.

Mikhail asintió.

—Es comprensible, pero quizás no comprendes el milagro que lograste. Las más grandes mentes, nuestros sanadores de más talento, no son capaces de hacer lo que tú has hecho. Para que nuestra especie sobreviva, debemos encontrar las respuestas al por qué nuestras mujeres sufren abortos. Por qué tantos de nuestros niños mueren en su primer año. Y por qué tenemos un porcentaje tan alto de nacimientos de hombres sobre mujeres.

Tempest jadeó y se quedó completamente pálida.

—¿Darius? —Le enmarcó la cara con las manos, obligándole a encontrar su mirada aterrada—. ¿Es eso cierto? ¿Sabías esto?

—Si. —Los compañeros no se mentían los unos a los otros.

—¿Abortos? ¿El niño muerto en el primer año? —Se negaba a apartar la mirada de él... negándose a permitirle apartar la mirada de ella.—. ¿Lo sabías todo el tiempo?

—Nuestra raza se muere —dijo Darius—. Tenemos pocas mujeres e incluso menos niños.

—Pero tú dijiste... —Se interrumpió, dejando caer las manos como si tocar su piel la escaldara—. Deberías habérmelo dicho inmediatamente.

—¿Qué bien habría hecho? La decisión se tomó por nosotros. Nuestro hijo crece dentro de tu cuerpo. Ya habíamos creado una vida. No hay alternativa para mi excepto asegurar que el niño sobreviva. Me niego a considerar otra posibilidad. —Su voz era callada, su cara tallada en piedra. Sus ojos negros nunca abandonaron los de ella.

—Deberías habérmelo dicho —repitió ella.

—Varias de nuestras mujeres han dado a luz bebés con éxito. —dijo Mikhail poniéndose en pie—. Siempre hay esperanza. Especialmente ahora. Tendré que discutir esto más a fondo contigo, Darius —añadió.

Darius continuaba sosteniendo la mirada de Tempest.

—Si, por supuesto. Estoy a tu disposición. —Esperó hasta que el príncipe se marchara antes de pasar la mano por la masa de brillante pelo rojo.

—No perderemos a nuestro hijo.

—¿Porque tú lo decretas?

—Si eso es lo que hace falta. Mi voluntad es inquebrantable. No perdí a Desari, ni a Syndil, o a Barack y Dayan. Ellos viven porque yo lo decreté... porque luché por sus vidas y utilicé cada onza de voluntad y habilidad que poseía para asegurar su supervivencia. ¿Crees que haría menos por mi propio hijo... por nuestro hijo?

—Por eso todos tienen tanta confianza en ti... por eso  esperan tanto de ti. Sin ti todos habrían muerto.

Era la pura verdad. Había tenido seis años, pero ya la sangre Daratrazanoff ya era fuerte en él y su voluntad creció y creció hasta que se negó a admitir la derrota en su mente sin importar las probabilidades.

—Creía que quería tener un bebé, Darius. Ahora, cuando creo que podría perderlo, sé que lo deseo desesperadamente. Shea debe estar muy asustada. Está cerca de dar a luz. Si yo fuera ella, no quería dejar que el bebé abandonara la seguridad de mi cuerpo.

—Tiene a Jacques para mantenerles a salvo, Tempest. Tú me tienes a mí.

Tempest se deslizó sobre su regazo, apoyando la cabeza contra su pecho.

—Entonces no voy a preocuparme.

Él la besó gentilmente, amorosamente.

—Creeré eso cuando lo vea.

—Por eso, puedes hornear tú los pasteles.

—¿Pasteles?

—Las cosas púrpuras pegajosas. Dijiste que harías cualquier cosa por mí y necesito que se horneen esos pasteles.

—Crees que no puedo hacerlo.

—Creo que será divertido verte intentarlo —Se inclinó para otro beso, la risa empezaba a emanar burbujeante.

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Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary