Un Ritual lleno de Pasion y Amor

"Te reclamo como mi compañera. Te pertenezco. Te ofrezco mi vida. Te doy mi protección, mi fidelidad, mi corazón, mi alma y mi cuerpo. Tu vida, tu felicidad y tu bienestar serán lo más preciado y estarán por encima de todo siempre. Eres mi compañera, unida a mí para toda la eternidad y siempre bajo mi cuidado”



lunes, 11 de abril de 2011

FUEGO OSCURO/CAPITULO 16


Dieciséis

El complejo turístico Konocti, famoso por sus restaurantes y conciertos, estaba construido al borde un enorme lago de frías aguas, sombreadas por majestuosos pinos y rodeado de montañas. El lugar atraía a grandes multitudes para asistir a los conciertos que se celebraban en su gran auditorio al aire libre y en busca de los acogedores salones en los cuales se servían almuerzos y cenas durante las actuaciones de los artistas. El festival de verano era legendario y a la cita acudía gente procedente de todo el país. Era uno de los lugares preferidos de Desari y siempre programaba una actuación si pasaban de gira por California. Para Darius y Julian la seguridad constituía motivo de interminables pesadillas.
El jefe de seguridad del complejo era un hombre cercano a los cuarenta, con la apariencia de saber muy bien lo que se hacía, de poder manejar cualquier situación que se presentase de improviso. Escuchó con atención los problemas a los que se enfrentaban los Dark Troubadours y, como sabía de antemano que habían intentado asesinar a Desari durante una actuación, ya había dispuesto medidas especiales de seguridad. Aún así, estaba abierto a cualquier sugerencia y cooperaba en todos los sentidos. A Darius le gustó de inmediato y le regaló el gruñido de respeto que reservaba para elogiar a los suyos. Había esperado cooperación por parte de la seguridad del lugar y tenía pensado obtenerla aunque fuese bajo sugestión hipnótica; pero resultaba mucho más sencillo con la plena colaboración de todos ellos.
Desari actuaría en el escenario interior; en eso estuvieron todos de acuerdo: Darius, Julian y el jefe de seguridad. Era mucho más seguro, ya que los alrededores podían ser fácilmente controlados. Recorrieron el lugar mientras les señalaban las posibles entradas y salidas, así como los cambios más recientes que se habían llevado a cabo en el recinto. Resultaba fácil trabajar con aquel tipo y tenía la ventaja de contar con un equipo de hombres bastante competentes. Aún así, iban a resultar insuficientes para el tipo de problema que esperaban.
También trabajaban con ellos diversos jóvenes de la zona cuya experiencia era claramente insuficiente para enfrentarse a los hombres que amenazaban a Desari. Darius y Julian sabían que tendrían que ser ellos mismos los que vigilasen las entradas, sondeando las mentes de todo aquél que acudiese al concierto en cuanto traspusiera la puerta de acceso. Dayan y Barack serían de ayuda hasta el mismo momento del concierto; con la habilidad que poseían, podían camuflar su apariencia y mostrarse como dos miembros del equipo de seguridad, en lugar de aparecer como integrantes de la banda.
Mientras los hombres se ocupaban de los preparativos, Tempest disfrutaba de una ducha en una de las suites que el hotel había puesto a disposición de los artistas y sus técnicos. Darius había ocupado todo un armario con ropa para ella y Tempest se sorprendió ya que nunca había poseído tal cantidad de prendas. Los vaqueros no tenían agujeros, los vestidos eran elegantes, con una caída fantástica y todo le sentaba a la perfección. Durante un instante pensó en no tocar nada ya que no era su estilo, pero no pudo resistirse. Era parte del grupo, le gustase o no. Desari y Syndil eran elegantes e impactantes; no podía estar junto a ellas vestida con un mono grasiento.
Se dirigió al exterior para disfrutar del aire nocturno, recordando en el último momento colocarse la tarjeta que la identificaba como miembro del grupo. Deambuló por los alrededores inspirando el aroma de las flores y los pinos. El lago estaba muy cerca del hotel, había botes amarrados en fila, meciéndose al ritmo de las olas que llegaban hasta la orilla. El lago atraía poderosamente su atención mientras sentía la brisa fresca en el rostro. Se sentía libre paseando a su placer, aun cuando a Darius le diera un ataque; cada vez se mostraba más protector con ella, de modo que necesitaba escapar de la prisión en la que se encontraba aunque se tratara tan sólo de unas horas, quizás durante el concierto. En ese momento Darius estaría ocupado y no se percataría de lo que ella estaba planeando.
No cuentes con eso, amor mío. No vas a vagabundear por ahí sin escolta. Vuelve a la habitación mientras trabajo. Más tarde podrás venir al concierto —su voz era magia en estado puro; una caricia suave que despertaba oleadas de pasión en lo más profundo de sus entrañas. ¿Cómo era posible que sin estar cerca se despertaran aquellas sensaciones en ella? ¿Cómo se las apañaba él para acariciarle la nuca con pequeños besos mientras le rodeaba el cuello con la mano, consiguiendo que el pulso se le acelerara y su sangre se transformara en espesa lava?
Qué típico de ti; así es que me das tu permiso para asistir —replicó Tempest—. Concéntrate en tu trabajo, Darius. Simplemente estoy contemplando el lago, ¿en qué problema podría meterme aquí? —la risa de él, ronca y profundamente masculina, acarició su mente como las alas de una mariposa.
No me sorprendería nada si consiguieras hundir el embarcadero al completo. Si alguien me dijera que tú solita estás intentando rescatar a siete personas a punto de ahogarse, ni siquiera pestañearía. Escúchame, cielo, no habrá heroicidades, ni acabarás descolgándote por un barranco, ni habrá carreras en una lancha motora y no coquetearás con nadie. Tienes absolutamente prohibido ayudar al equipo de seguridad con los borrachos, los alborotos o cualquier otra cosa. Vuelve a la habitación.
—Mi comportamiento no es tan horrible —le regañó ella—. Presta atención a lo que estás haciendo y déjame en paz.
—No deseo imponer mi voluntad, cielo.
—Pero lo harás si no te obedezco —y entonces surgió su verdadero temperamento. Si Darius hubiese estado en ese momento al borde del embarcadero, vestido con su elegante traje, le habría encantado empujarle al agua—. No tienes ningún derecho a darme órdenes, Darius. Por si lo has olvidado, no estamos en la Edad Media; las mujeres tenemos derechos. Me estás cabreando.
—No tengo tiempo para discusiones sin sentido. Regresa ya —dijo con una leve resignación en la voz, perfectamente reconocible también en su mente, que hizo a Tempest sonreír. Darius captaba, lenta pero inexorablemente, el mensaje que ella intentaba hacerle entender: no siempre haría las cosas del modo que él quisiera. Aunque en el fondo, empezaba a entender la necesidad que sentía de protegerla; cada vez que unía su mente a la de él captaba recuerdos de su infancia, de su larga vida.
—¡Tempest! —Gritó Cullen Tucker sobresaltándola— Debo admitir que es bastante sorprendente verte dar una vuelta sin Darius —ella puso los ojos en blanco, exasperada.
—¿Esto es contagioso o algo? Venga, Cullen. ¿Por qué voy a necesitar una escolta en todo momento? —sabía que su tono había sido beligerante, pero después del sermón que acababa de soltarle Darius, estaba enfadada con toda la población masculina del planeta. Cullen alzó inmediatamente una mano en son de paz.
—¡Eh Tempest!, puedes guardar ese carácter fogoso que tenéis los pelirrojos. No creo que necesites un guardaespaldas en todo momento, pero Darius parece vigilar de cerca sus propiedades. —las cejas de Tempest se alzaron al instante y sus ojos verdes centellaron furiosos.
—Para su información, señor Tucker, no soy propiedad de nadie. Y menos aún de Darius. No le dé ánimos.
Por supuesto que eres mía. —le dijo Darius, riéndose.
¡Oh, cállate! —le susurró Tempest suavemente.
—Vale —contestó Cullen para apaciguarla. En ese momento pensó que una retirada a tiempo bien podía ser una victoria. Movió la mano para señalar al lago—. Es muy hermoso ¿verdad? —Tempest asintió mirando las olas.
—Siempre hay algo tranquilizante en el murmullo del agua.
Cullen señaló con la cabeza al barco de vapor que parecía sacado directamente del Río Mississippi.
—Ese barco está genial. He oído que se puede alquilar para hacer fiestas privadas o para seguir la ruta turística que te muestra el lago en tres horas. Esta noche celebran una despedida de soltero; Darius me ha hecho repasar la lista de invitados para ver si reconozco algunos de los nombres —Tempest arqueó una ceja y dirigió una pequeña sonrisa a Cullen.
—¿Una despedida de soltero? ¿Con la chica medio desnuda saliendo de la tarta y todo? —preguntó Tempest. Cullen soltó una carcajada.
—¿Quién sabe? —susurró él con suavidad—. Tenías razón con respecto a lo de viajar de noche y permanecer despierto a estas horas. Normalmente me levanto muy temprano, pero después del viaje te juro que era incapaz de salir de la cama hoy. Cuando conseguí hacerlo, ya eran las siete de la tarde y todos estaban levantados. Incluso Julian —dijo echando un vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie podía escucharle—. Si te digo la verdad, tenía ciertas sospechas; creía que él era… tú ya me entiendes, pero le he visto cenar con Desari. Casi habían acabado cuando entré al comedor, pero yo mismo vi cómo comía.
¿Cómo es posible? —preguntó Tempest, plenamente consciente de la presencia de Darius en su mente atento a cada palabra de la conversación—. Cotilla.
—Podemos comer. Simplemente desechamos la comida de nuestro organismo en cuanto la situación lo permite.
—¡Puaj! —Tempest se obligó a olvidarse del tema y dirigió su atención de nuevo a Cullen—. De todas formas, la idea era bastante inverosímil.
—Vi un vampiro con mis propios ojos —espetó Cullen a la defensiva—. Vi cómo asesinaba a mi prometida en San Francisco; y no fue ningún delirio. —Ella le pasó por la mano por el brazo dándole consuelo.
—Lo sé, Cullen. Te creo. Me refería a Desari; es tan dulce y tan buena con todos que no entiendo cómo pueden imaginar que sea un monstruo.
De forma inesperada, Dayan y Barack surgieron de la nada y se colocaron tranquilamente a ambos lados de Tempest, alejándola de Cullen; eran tan grandes que sus cuerpos lograron el efecto deseado: separarles. El movimiento fue muy sutil, pero consiguieron que ella apartara la mano del brazo del hombre. Suspirando con fuerza, cayó en la cuenta de que cumplían órdenes de Darius, deseoso de tenerla de vuelta en el hotel.
Eres un canalla, ¿lo sabías? —intentó esconder la carcajada que pugnaba por salir de garganta; por supuesto que Darius actuaría de aquel modo, ella debería haberlo anticipado.
Lo único que sé es que no tienes ninguna necesidad de tocar a otros hombres. Te dije que volvieses a la habitación, donde sé que estás a salvo.
—Ya me iba.
—No lo suficientemente rápido como me gustaría.
Barack la sujetó por el brazo; no con mucha fuerza pero sí con la suficiente firmeza como para que no pudiese librarse de su mano. Fue la gota que colmó el vaso; comenzó a reír a carcajadas.
¿Debo suponer que Barack no es un hombre? —el gruñido de Darius fue todo lo que obtuvo por respuesta. Le dedicó a Cullen una premeditada sonrisa— Creo que sería peligroso para ti estar solo aquí fuera. ¿Y si la Sociedad hubiese enviado a alguien y te localizaran? —Cullen se encogió de hombros.
—Espero poder localizarlos antes. Es lo menos que puedo hacer, dadas las circunstancias.
Barack aumentaba la presión de su mano, alejándola poco a poco del hombro y llevándola de vuelta a la habitación.
—Darius quiere que permanezcas con Desari y Syndil, hermana. Es más, resulta bastante insistente. —Él también había escuchado el gruñido. Dayan se acercó lentamente a Cullen, sonriéndole con naturalidad.
—Darius se comporta como un verdadero demonio con esa mujer. La vigila muy de cerca; ha resultado ser excesivamente protector.
—Todos parecéis hacer lo mismo —respondió Cullen.
—Es nuestra forma de actuar. Por tanto, no te queda más remedio que aguantarme, soy el único soltero. —Dayan lo acompañó hasta la sala de conciertos. Darius se había propuesto vigilar a Tucker. Puede que no fuese uno de los suyos, pero les había avisado del peligro corriendo un gran riesgo, y Darius no estaba dispuesto a dejarle morir. Dayan entendía los sentimientos de Cullen; sufría por su amor perdido, se sentía completamente solo, y eso era algo que él conocía muy bien. Las crecientes emociones de sus compañeros avivaban la oscuridad de su alma, la mancha oscura se extendía cada vez más, y él no veía la forma de deshacerse de ella. Cuando tocaba a los demás, podía sentir el reflejo de sus emociones, pero lo único que conseguía era aumentar la soledad de su existencia una vez que se apartaba de sus mentes.
Tempest caminaba junto a Barack, echando humo ante el hecho de que Darius impusiese su voluntad. Él no parecía ser consciente de su paso, deliberadamente lento, y se limitaba a llevarla a la habitación asignada a Desari. Alargando la mano, abrió la puerta y la metió dentro de un empujón. Tempest lo miró furiosa.
—¿Sabes, Barack? Bien podías aprender unos cuantos modales.
—Probablemente tienes razón —asintió en voz baja—. Tomaré unas cuantas clases cuando tú aprendas a obedecer —Syndil le cerró la puerta en las narices.
—Ese hombre es un bruto. No sé de dónde ha sacado la idea de que puede ponerse a dar órdenes así, de repente; juraría que ha pasado demasiado tiempo junto a Darius —la risa de Barack flotó hasta ellas desde el pasillo. Syndil arrojó uno de sus zapatos que se estrelló contra la puerta.
—¡Pelmazo! —Y dicho eso, se dejó caer en una silla mirando furiosa a Desari—. ¿Cómo puedes soportar a Julian?
—No es sencillo —admitió Desari—. Cuando se desmanda, me limito a dar la vuelta y alejarme. Resulta más sencillo que intentar discutir, es tan testarudo que no se puede llegar a ningún lado con él.
—Yo me inclino por el recurso de darle a Barack un buen golpe en la cabeza —dijo Syndil—. Deberíais escucharlo. Cree que puede empezar a darme órdenes porque cometió la estupidez de unirnos. —Desari se rió suavemente.
—No podría haberos unido si no fueseis verdaderos compañeros, Syndil. Lo sabes muy bien.
—Sé que ha pasado siglos llevándose mujeres a la cama. ¿Quién iba a quererle? —Arrojó el otro zapato hacia la puerta, muy enfadada, deseando poder tirárselo a él— Y deberíais escucharle hablar de mi coqueteo y de todos los hombres que me desean. En serio, Desari, por mí, puede tirarse de cabeza al lago.
—Aún no ha completado el ritual de emparejamiento —apuntó Desari. Si Barack hubiese hecho el amor con Syndil, todos lo habrían sabido de inmediato, al igual que sucedió con Darius y Tempest.
—Lo rechacé —confesó Syndil mirándose las manos con los ojos llenos de lágrimas—. Ha estado con tantas… Yo sólo he estado con Savon, y eso fue una violación. Fue horrible, doloroso. No pude correr el riesgo de que me sucediera de nuevo. Estuve a punto de ceder, pero no me atreví. Si no soy capaz de aceptarlo de esa forma… —Desari la rodeó con sus brazos, acercándola a su cuerpo.
—¡Oh, Syndil! No será de ese modo. Deberías compartir tus miedos con Barack —Syndil negó nerviosa con un gesto de la cabeza.
—No puedo. Lo mantengo apartado de mi mente —Tempest entrelazó los dedos con los de la chica.
—Savon cometió un crimen terrible contigo, Syndil. Pero cuando estás con alguien que de veras te ama, esa persona te cuida y se asegura de que disfrutes antes de pensar en él mismo. Si Barack te ama y quiere estar junto a ti para siempre, te tratará con ternura.
—¿Y si no le gusto? ¿Y si no le doy el placer que él desea? No hago más que pensar en eso; y lo deseo, pero entonces vuelven todos los recuerdos y no creo que pueda soportar sus manos sobre mi cuerpo, o sentir su cuerpo sobre mí —explicó Syndil con voz quejumbrosa; daba la sensación de tener el corazón destrozado. Desari le acarició el pelo.
—Un compañero vive en tu mente, en tu corazón y en tu alma. Él velará por tus necesidades, te ayudará a superar tus miedos. Debes darte la oportunidad de ser feliz, Syndil. No permitas que Savon destruya tu vida y la de Barack. Recuerda, lo que te ocurre a ti, le ocurre a él.
—¿Y por qué tiene que ser tan duro para nosotras? —preguntó Tempest—. Se comportan como si tuviésemos que estar encerradas en un convento cuando no estamos con ellos.
—Sus creencias son anticuadas, Rusti —dijo Desari—. Después de todo, nacieron hace siglos. Hay muy pocas mujeres de los Cárpatos; no puedes culparles por querer protegernos.
—Jamás me adaptaré —dijo Tempest tristemente—. Aunque convenciese a Darius para que me convirtiera, sé que jamás seré capaz de soportar sus órdenes —sus sentimientos por Darius crecían de modo alarmante, enraizándose en su corazón y en su alma. Ahora lo veía al completo, veía su oscuro pasado, veía al hombre de verdad y necesitaba protegerle, amarle de la misma forma que él lo hacía con ella. Syndil y Desari intercambiaron una larga mirada.
—¿Has pedido a Darius que te convierta? —preguntó Desari asombrada. Tempest encogió los hombros.
—No lo hará. Dice que es demasiado peligroso. ¿Es cierto? ¿Alguien lo sabe?
—Le pregunté a Julian —dijo Desari ansiosa—. Dijo que debes tener algún tipo de habilidad psíquica ya que, de otra forma, no podrías ser la verdadera compañera de Darius. Y créeme, Rusti, es bastante obvio que lo eres. Jamás he visto a mi hermano comportarse como lo hace ahora.
—No tengo ninguna habilidad psíquica —protestó Tempest confundida—. En serio.
—Por supuesto que sí —dijo Syndil—. Te comunicas con los animales.
—¡Ah, eso! —Tempest volvió a encogerse de hombros— No hay nada de especial en ello.
—Es lo que te permite comprender la naturaleza depredadora de Darius —le explicó Desari nerviosa—. La conversión funcionará. Lo sé.
—¿Y si no es así? —interrumpió Tempest. Desari se mordió los labios inquieta, rehuyendo la mirada de Tempest.
—Te convertirías en un vampiro, acabarías desquiciada y tendrías que ser destruida —un breve silencio siguió a la confesión.
—Una vampiresa desquiciada —dijo Tempest con tono mordaz—; no me extraña que Darius no quiera correr el riesgo —y se inclinó para mirar a Desari a los ojos—. ¿Qué más me estás ocultando? —Desari miró a Syndil, que asintió con la cabeza.
—Julian dice que el proceso es muy doloroso —dijo Desari. Tempest se pasó una mano por el cabello, apartándoselo de la cara.
—¡Oh, vale! Me dolerá. ¿Y sabíais todo esto cuando me sugeristeis la idea? Queríais que lo sopesara, ¿cierto? —preguntó. La culpa se reflejaba en el rostro de Desari.
—Lo siento, Rusti. Simplemente quiero mucho a mi hermano, y veo como su agotamiento es cada vez más evidente. Jamás abandonará sus obligaciones; aunque sus fuerzas disminuyan, continuará luchando con todos aquellos que nos amenacen. Sólo pensé en él, no en ti. Te pido perdón.
—Darius se enfureció con nosotras dos —admitió Syndil—. No alzó la voz, de hecho no necesita hacerlo, pero vibraba de ira —Tempest caminó nerviosa por la habitación.
—¿Qué tipo de dolor se siente? —una oleada de remordimiento traspasó a Desari. Por mucho que quisiese a su hermano, el hecho de que ella y Syndil utilizasen los sentimientos de Tempest para mantenerlo con vida, lo enfurecería.
—No puedes estar hablando en serio, Rusti —dijo Desari levantándose de un brinco y agarrándola por los hombros—. Estuvo mal por mi parte sugerirte tal cosa. Va en contra de los deseos de Darius. Ya me ha dicho que su decisión está tomada, que envejecerá y morirá junto a ti, y que no tiene ningún tipo de remordimientos. Debo aceptar su voluntad, aunque me resulte difícil. Syndil asintió con un gesto.
—Darius dice que las mujeres no deberían arriesgar la vida por un hombre —dijo contemplándose los dedos, recordando el sermón de Darius—. Dijo que ya es bastante que te haya obligado a abandonar tu forma de vida, que jamás se arriesgará conscientemente a ponerte en peligro —había un profundo dolor en sus ojos cuando miró a Tempest—. No deberíamos continuar con esta conversación.
—Pero no se trata de su decisión o de que él corra riesgos ¿no? —preguntó Tempest con voz calmada—. Yo también tengo derecho a preocuparme por su salud y su bienestar.
—Es la obligación del hombre ocuparse de la felicidad y de la salud de su compañera —señaló Desari—. No puede hacer otra cosa.
—Pero se trata de mi felicidad —repitió Tempest en voz muy baja, casi para sí misma. El sonido de un golpe en la puerta, hizo que el corazón le martilleara alarmado. No hacía más que darle vueltas a todas aquellas revelaciones. ¿Podría hacerlo? ¿Sería capaz de arriesgarse? ¿Tendría el valor? Las palabras vampiresa desquiciada no conjuraban una imagen precisamente encantadora. No le gustaba todo aquello, pero pensar en Darius debilitado, envejeciendo cuando no tenía por qué, era una carga demasiado pesada. ¿Y si creía en el cuento de hadas? Darius podía pensar que iba a envejecer junto a ella pero, quizás acabara harto de aguantarla, como sucedía a menudo con muchos otros hombres. Ningún hombre podía ser fiel a una mujer durante toda una vida. Y obviamente, menos aún si se trataba de toda la eternidad. Ella era un ser solitario; solitario por naturaleza. Y aún así, la idea de una eternidad sola no era demasiado apetecible. No le importaba que le mandasen alguna que otra vez, pero toda la eternidad… no sonaba muy bien. Y además estaba lo de la sangre. Hizo una mueca. Beber la sangre directamente del cuello de una persona era algo repugnante.
Nena, tienes tendencia a recrearte en los pensamientos más deprimentes. Limítate a olvidar todo eso. Estaré bien, no voy a cansarme de ti, y nunca chuparás el cuello de alguien. Yo, por otra parte, tendré el gusto de chuparte el cuello -y cualquier otra parte de tu anatomía-, tan a menudo como me resulte posible. Una vez que estrangule a mis dos hermanas, todo volverá a estar bien.
—No tienes por qué estrangularlas. Yo les pregunté.
—No te dejaré, amor —su voz era una tierna caricia cargada de resolución. Cuando sus mentes se unieron, Tempest apreció sus pensamientos con total claridad, sus creencias y sus recuerdos de la época anterior a su aparición. Había llevado una existencia estéril, vacía. Ella era su mundo, y siempre lo sería. Darius simplemente lo creía así.
—Necesito reunir el valor suficiente… —susurró en voz queda para sí misma. Desari se inclinó para acercarse a ella.
—Eres nuestra hermana y te queremos por lo que ya le has dado a Darius. Has demostrado un inmenso valor con el simple hecho de estar con él. No nos pongas nerviosas. Darius ya ha tomado una decisión. Que así sea.
¿Y crees que esas palabras te eximen de la responsabilidad de haber conseguido que mi compañera tema por mi vida, hermanita? —preguntó Darius.
Desari negó con la cabeza, como si su hermano pudiese verla. De nuevo tocaron a la puerta; la señal de que había llegado el momento de subir al escenario.
—Ven con nosotros, Rusti —la invitó Desari.
Tempest retrocedió mostrando una actitud repentinamente tímida; nunca le habían gustado las multitudes y prefería, con mucho, mantenerse en el anonimato.
—Escucharé desde lejos. Buena suerte a las dos.
Era la primera vez que Syndil actuaba desde la violación. En el hall del hotel, Dayan y Barack las esperaban junto con varios miembros del equipo de seguridad y otros empleados que los escoltarían hasta el escenario. Darius y Julian se encontraban en los accesos a la sala. La seguridad se mantendría durante todo el concierto, los miembros de la sociedad no pasarían desapercibidos entre la multitud.
Tempest siguió al grupo a cierta distancia, buscando a Darius por los alrededores. Como no pudo encontrarlo, permaneció junto a la entrada y escuchó. La multitud rugió, indicando la presencia de Desari en el escenario. El grupo comenzó a tocar una balada lenta y melancólica, especialmente adecuada para la hermosa voz de Desari que se extendió por el auditorio inundándolo de magia, fantasía y misterio con su sensualidad. Tempest pasó la mano por la puerta. La voz de Desari era única e inolvidable. Conjuraba sueños e ilusiones y evocaba intensas emociones en todo aquel que la escuchaba. Tempest se sintió muy orgullosa; de alguna forma, ella era parte del grupo, de todos ellos. La aceptaban. La respetaban. Se había convertido en un miembro más de la peculiar familia.
Cullen se acercó corriendo, sin aliento. El corazón le latía con tanta fuerza que incluso Tempest podía escucharlo.
—¿Dónde está? ¿Dónde está Darius?
—En la entrada de la terraza, creo —contestó ella.
—La fiesta del lago. La despedida de soltero. Vi a Brady Grand entre la lista de pasajeros, pero no creo que suba al barco. Él lo alquiló como tapadera. Debe tener un pequeño ejército aquí.
—¿Quién es Brady Grand? —preguntó Tempest mientras se dirigía junto a Cullen hacia las escaleras, en busca de Darius.
—Alguien a quien no te gustaría conocer. Dirige la Sociedad aquí, en la Costa Oeste. ¡Maldita sea! ¿Dónde está Darius? —Cullen comenzó a subir las escaleras, pero un miembro uniformado del equipo de seguridad lo detuvo. Señalándose con un gesto impaciente la tarjeta identificativa, pasó de largo junto al hombre.
Tempest se dio la vuelta y se apresuró hacia el exterior, corriendo hacia el puerto deportivo. El barco de vapor aún estaba amarrado al muelle. Unos hombres se reían a carcajadas mientras se empujaban unos a otros a lo largo del embarcadero, camino del vapor. Tempest no sabía con exactitud lo que estaba buscando; todos aquellos hombres le parecían gente normal, deseosa de pasarlo bien en una fiesta. Permaneció totalmente inmóvil, intentando distinguir un sonido discordante, una especie de chirrido. Los asistentes continuaron embarcando, empujándose y lanzándose bromas. La mayoría de ellos parecían recién salidos de una celebración anterior.
Agitando la cabeza, se alejó de los arbustos, acercándose al edificio cercano al embarcadero. Súbitamente, algo le golpeó con fuerza en la espalda. Pensando que se trataba de una rama, comenzó a dar la vuelta. Vio algo que se acercaba rápidamente a su cabeza, algo que no pudo identificar, pero no tuvo oportunidad de protegerse con los brazos. Lo que quiera que fuese aquel objeto, le propinó un fuerte golpe y ella sintió que caía al suelo.
En la entrada a la sala del concierto, a Darius se le heló la sangre. Tuvo la impresión de no poder mover un solo músculo, ni de ser capaz de respirar. El movimiento surgió tan rápido que el ojo humano no hubiera podido captarlo. Irrumpió en el exterior con la fuerza de un tornado, percibiendo la furia de la bestia. Dejó que se fortaleciera hasta que su lado salvaje tomó el control de sus actos; se convirtió en un ser letal, en un salvaje depredador que no poseía ni pizca de piedad en su alma, olvidada toda traza de civilización.
Tempest —su nombre le devolvió un atisbo de cordura, e impidió que la furia y la locura se apoderaran por completo de él. No podía matar a todo el que se cruzara en su camino; debía permanecer calmado y concentrarse. Se la habían llevado, pero el hecho de que no respondiera a su llamada no implicaba que la hubiesen matado. Si lo hubiesen hecho, lo habría percibido; su alma lo sabría. No, debían haberla puesto fuera de combate de algún modo, impidiéndole poder utilizar su vínculo mental.
Le habían tendido una trampa; y había caído en ella por culpa de su arrogancia. Pensando que Desari era el objetivo de aquellos miserables, había concentrado todas las medidas de seguridad en torno a ella. Cullen tenía toda la razón. Era a Tempest a quien querían.
Julian, han atrapado a Tempest. Quédate y protege a Desari y a Syndil. Advierte a Barack y a Dayan. Yo iré tras ella.
—Es una trampa.
—Ya lo sé. ¿Por qué si no iban a cogerla estando todos los demás aquí? La usan como cebo. Yo iré.
Darius se alejó con presteza de la multitud, necesitaba sentir la naturaleza. Lanzó una llamada a la noche, comandando al viento para que le trajera una respuesta. Y le devolvió el olor de su presa, el viento le trajo el rastro oloroso, penetrante y claro de aquellos a los que buscaba. Darius se impulsó y se transformó en mitad del salto en una enorme rapaz nocturna. Bajo él se extendía el sinuoso trazado de la autopista y el coche desplazándose a toda velocidad. Seguramente la llevarían a un lugar cercano, y le guiarían a él hacia la trampa.
Se dejó caer en picado, directamente hacia la luna delantera del coche, con las enormes alas totalmente extendidas. La envergadura del ave ocultó por completo toda la visión del conductor que, de forma instintiva, chilló y se agachó en el asiento. En el último momento, Darius tomó impulso y desapareció como si nunca hubiese estado allí. El coche se desvió bruscamente, derrapando peligrosamente junto al borde del precipicio. La parte trasera osciló, chocando contra la montaña, rebotando y haciendo que el conductor perdiera el control durante unos instantes. Brady Grand lanzó un juramento mientras se agarraba con fuerza al asiento delantero.
—¿Qué coño estás haciendo, Martin? Estuvimos a punto de estrellarnos. Ve más despacio si no te queda más remedio. Wallace dice que la chica debe llegar viva. Necesitamos información y la única forma de atraer a uno de ellos hacia nosotros es a través de una mujer.
—¿Es que no lo has visto? —preguntó Martin secándose el sudor de la frente—. Era un búho. ¡Joder! Es el búho más enorme que he visto en mi vida.
—Yo no he visto nada —dijo Brady con un gruñido—. Lo que pasa es que eres un gallina. Limítate a conducir. —Y apartó los mechones cobrizos que tapaban el rostro de Tempest para poder examinar el feo corte provocado por la porra con la que Martin le golpeó—. Le diste demasiado fuerte, joder. Está sangrando como un cerdo por aquí detrás.
Una ráfaga de viento golpeó con fuerza el lateral del coche, desviándolo hacia el otro carril. Justo en frente de ellos, el cielo se cubrió de unos amenazadores nubarrones negros que surgieron de la nada. Los relámpagos zigzagueaban de nube en nube y el trueno fue tan intenso que todo el vehículo se agitó. Martin volvió a agacharse y lanzó otra maldición.
—Esto se nos está yendo de las manos, Brady. Creo que es algún tipo de advertencia. Si alguna criatura está haciendo todo esto, no quiero desafiarle de ningún modo. Vamos a entregarle a la chica —comenzó a conducir hacia un lado de la carretera para detenerse. Brady le dio un guantazo desde atrás en la cabeza.
—¡Sigue conduciendo! Esto es lo que estamos buscando, que nos persiga. Hemos desarrollado un veneno que le reducirá a un estado de parálisis total. Atraparemos a uno de ellos finalmente. Sigue conduciendo el maldito coche.
Una nube oscura y siniestra se introdujo en el coche a través de la ventanilla trasera, cuyo cristal no estaba completamente subido. Se deslizó y se extendió en forma de un denso y negro vapor que impidió por completo la visibilidad. Brady agarró a la mujer pero sintió que algo tiraba de ella, apartándola de él.
—¡No tienes otra opción! ¡La mataré! —y sacó su revólver, apretando el gatillo tan rápido como le fue posible. Demasiado tarde. El vapor se había enrollado en torno a su garganta, apretando cada vez más. Sintió que la prisionera se escurría del asiento hasta el suelo e intentó apuntar con el cañón del revólver a su cabeza, apretando el gatillo de nuevo mientras lanzaba más maldiciones. El sonido de los disparos reverberó con intensidad en el interior del vehículo.
—Creíste que podrías quitarme a mi mujer —dijo Darius con voz suave.
La insidiosa bruma negra tomó cierta solidez, como la de un cable de acero que le cortó la garganta introduciéndose en su carne de modo que la sangre manó de la herida como un río, empapando su inmaculada camisa blanca. Estuvo maldiciendo hasta el momento de su muerte.
Darius dejó los colmillos a la vista cuando el hedor de la pólvora se evaporó a través de la ventana y retomó su forma humana. La sangre caía por su muslo derecho, y en la cadera tenía aún otra bala. Le había alcanzado cuando se lanzó sobre Tempest para protegerla. Ella no se movía, y el pánico le atenazaba de tal manera que se sentía morir. El conductor estaba muerto; Grand le había dado al disparar indiscriminadamente.
Con infinita ternura y suavidad, sacó el cuerpo de Tempest del coche empantanado de sangre. Intentó apartar el horrible dolor que sentía para dedicarse en primer lugar a examinar atentamente cada centímetro de Tempest, antes de impulsarse de nuevo hacia el cielo. Mientras volaba, en el suelo quedaba un reguero de sangre. La llevó hasta la caverna.
Uno de nosotros necesita hacerse cargo del coche. Debe ser destruido. Tenemos que encontrar al cabecilla de la organización o seguirá persiguiéndonos y amenazando a Desari. No podemos seguir arriesgándonos, Julian. Debe estar oculto en algún lugar cercano.
—Estás herido. Me reuniré contigo y te ayudaré.
—No te alejes de las mujeres hasta que todo esté tranquilo —la voz de Darius tenía un tono autoritario imposible de ignorar. Sabía que Julian no era como los demás, acostumbrados a seguir sus órdenes. Julian era un solitario, no respondía ante nadie, excepto en las contadas ocasiones que había acudido a la llamada de su Príncipe o del Oscuro, el sanador de su gente. Julian siempre elegía su propio camino. Era muy capaz de ignorar las órdenes que le estaba dando en esos momentos y seguir los deseos de su hermana, que con seguridad querría que se reuniera con él y le sanara. Darius dejó escapar el aire con lentitud, consciente de que Julian tomaría sus propias decisiones— Yo no puedo protegerlas en esta ocasión, confío en ti. Tan pronto como el concierto acabe, llévalas a un lugar seguro y encontraos conmigo para descubrir a este depredador.
El silencio que siguió a sus palabras fue muy breve.
—¿Estás bien?
—Sí —pero no estaba seguro. Su fuerza no era la de siempre y había perdido demasiada sangre. Normalmente, habría detenido su corazón y sus pulmones para evitar perder más cantidad del precioso líquido hasta que uno de los suyos le diera más sangre para reponerse. Pero no le quedaba tiempo, no podía hacerlo. Tempest estaba herida. En ese momento se movió y gimió mientras alzaba una mano hacia la herida de su cabeza.
—¡Ay! —parpadeó varias veces, se incorporó un poco y le sonrió—. Sabía que vendrías, Darius, pero tengo un horrible dolor de cabeza —se inclinó sobre ella y presionó un paño húmedo sobre la herida.
—Cierra los ojos, cielo y quédate quieta para que pueda encargarme de esto.
—Querían que uno de vosotros les persiguiera, ¿cierto? —murmuró cerrando los ojos de nuevo. Se sentía mareada.
—Tienes una pequeña conmoción cerebral, Tempest —Darius sabía que el cansancio que sentía se reflejaba en su voz. Le resultaba imposible mantener el dolor bajo control con su fuerza menguando por momentos. Afortunadamente, Tempest no se había recuperado lo suficiente como para darse cuenta de sus heridas. Cogió unos puñados de tierra, los mezcló con su saliva y taponó las heridas de su propio cuerpo. Dejó que su espíritu flotara y se introdujera en su compañera. Era muy difícil concentrarse por completo mientras su energía y su fuerza se desvanecían. Había intentado disminuir su ritmo cardíaco, y de este modo detener en parte la hemorragia, esperando poder contar así con más tiempo. Sentía el miedo de Tempest, el dolor punzante de su cabeza. Ella había perdido sangre, pero no tanta como para necesitar una transfusión, la hemorragia había sido inusualmente leve. Examinó la contusión y trabajó meticulosamente para curar los tejidos, los huesos del cráneo y la piel, hasta dejar la herida totalmente cerrada. Alivió el dolor de cabeza de su compañera y se retiró, dejándose caer al suelo con cansancio.
Durante un tiempo, el único sonido en la caverna fue el de los dos corazones latiendo al unísono. Tempest yacía en un estado casi onírico; después de un buen rato, percibió las diferencias en el latido de sus corazones. Siempre latían a la vez cuando estaban juntos, pero en ese momento, el corazón de Darius comenzó a latir mucho más despacio que el suyo, de forma irregular. Se alzó como pudo. Giró la cabeza lentamente para mirar a Darius y se quedó horrorizada al verlo derrumbado sobre el suelo en una posición extraña, sobre una roca. La piel de su rostro estaba macilenta, perlada de pequeñas gotas de sangre, estaba casi desfigurado.
Jadeando alarmada, se puso de rodillas y llegó hasta él. Tenía la camisa y los pantalones empapados de sangre.
—¡Dios mío, Darius! —susurró aterrorizada. No hubo respuesta. Le tomó la muñeca para comprobar el pulso, muy débil e irregular. Tempest supo de inmediato que se había ocupado de curarla antes de mirar por sus propias heridas. Estaba inconsciente. Había perdido una enorme cantidad de sangre. Tenía miedo de que muriera; estaban en las profundidades de la tierra, no había modo de que pudiese salir de allí arrastrando a Darius tras ella en busca de ayuda. No llegaría a tiempo.
Tempest se obligó a calmarse, no podía caer en el histerismo. Él no era humano. ¿Qué podía hacer para reanimarlo con lo que tenía a mano en ese momento? No había manera de ponerse en contacto con los demás; no existía ningún vínculo mental que los uniese a ellos. Se dio cuenta de que Darius se había taponado las heridas con la mezcla de tierra y saliva, en un intento de detener la hemorragia. Miró rápidamente a su alrededor, buscando la tierra que pareciese ser más rica en componentes orgánicos y minerales. La que tuviese más propiedades curativas. Preparó una nueva cataplasma y cubrió con ella las heridas.
—Darius, dime qué puedo hacer —susurró sintiéndose más sola que nunca. Le apartó el cabello que caía sobre su frente, acariciándolo con mucha suavidad. El corazón se le derritió y después comenzó a latir con fuerza. De algún modo, había acabado enamorándose de él. Aunque no fuese humano. Aunque fuese un déspota. Probablemente, su relación no tenía ni la más mínima oportunidad de llegar a buen puerto, pero no quería fallarle. Darius se había convertido, en el escaso tiempo que habían pasado juntos, en su otra mitad, más importante para ella que su misma vida. Él había compartido con ella su vida y sus recuerdos; había reído con ella, había curado sus heridas antes que las suyas. Le había demostrado de mil formas diferentes que la amaba. A pesar de su arrogancia, él la cuidaba, cocinaba para ella, atendía todas sus necesidades. Tempest sentía su amor. Y lo que era más importante, cada vez que sus mentes se unían y ella veía sus recuerdos, era plenamente consciente de la nobleza de ese hombre. Estaba completamente segura que Darius estaba ansioso por envejecer junto a ella y de dar su vida por su amor.
Vale. No estaba dispuesta a perderlo. Lo tendió sobre el suelo, dejándolo en una postura mucho más cómoda. No había nadie más que pudiese darle lo que él más necesitaba. De modo que se tendió junto a él, apoyando la cabeza sobre su hombro.
—Ha llegado el momento, cariño —susurró—. Vas a beber mi sangre porque la necesitas para reponerte. Si funciona, despertarás a tiempo para salvarme la vida. Y esperemos que la suerte esté de nuestra parte y no acabe desquiciada —dijo haciendo una mueca—. En realidad no quiero acabar trastornada. Así que vamos a hacerlo y no pensemos demasiado en eso. ¿Vale? Yo decido —y se inclinó sobre él para rozar su cuello con los labios— ¿Me entiendes, Darius? Ésta es mi decisión, lo hago por mi propia voluntad. Quiero hacer esto por ti. Toma mi sangre. Te doy mi vida a cambio de la tuya. Creo que eres un gran hombre y te lo mereces. —Sacó la pequeña navaja del bolsillo de sus pantalones y mordiéndose con fuerza los labios se abrió un enorme corte en la muñeca acercándola rápidamente a la boca de su compañero—. Bebe, amor mío. Por los dos. Viviremos juntos o moriremos a la vez —le dijo mortalmente seria, sin dudas, sin remordimientos. Pero dolía horriblemente.
Al principio sintió cómo su sangre fluía por la boca de Darius, deslizándose hacia su interior por la fuerza de la gravedad. Pero entonces, él se movió un poco, alzando las manos para aferrar su muñeca y presionar con todas sus fuerzas. Movió los labios inconscientemente, llevado por el instinto de supervivencia y succionó el preciado líquido que inundó su maltrecho cuerpo.
Tempest cerró los ojos, y se dejó llevar por la oscuridad, flotando en la inconsciencia. 

No hay comentarios:

Aclaracion-Disclaimer

La Saga Serie Oscura, es propiedad de la talentosa Christine Feehan.
Este espacio esta creado con el único fin de hacer llegar los primeros capítulos de estas magnificas obras a todos ustedes que visitan el blog. Lamentablemente, en latinoamericano muchos de estos maravillosos ejemplares, no estan al alcance de todos.
Si tienes la posibilidad de conseguir estas historias en tu pais, apoya el trabajo de Christine y compra sus libros. Es la unica manera de que se continue con la publicacion de los mismos.
Gracias por su visita
Mary